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Escrito por Cronos el jueves, 17 de diciembre de 2009

Fuego sobre el agua.

Saryon llegó a la que sabía era la última colina antes del gran valle costero en el que se encontraba la ciudad de Vallefértil. El sol brillaba a su espalda, ya comenzando a ensombrecer su presencia en aquellas fértiles tierras para dejar su sitio a la noche. No hacía frío, y la temperatura era agradable. Cada vez que llegaba a ese punto en el camino recordaba la primera vez que había visto la ciudad. Grande, extensa, hermosa y robusta, ésa era la imagen que daba Vallefértil vista desde la distancia. En aquella ocasión, sus murallas estaban rodeadas por el ejército de Oriente, formado por hombres y varios tipos de bestias terribles, que esperaban la hora del asalto final. Ellos venían como mensajeros, y a colaborar en la defensa de la ciudad. Clover, Willowith, Nada, Beart, y varios compañeros más, todos se dirigían a la ciudad con la intención de advertir a los mandos de que recibirían refuerzos pronto. Cuánto tiempo había pasado ya desde aquello... Aquel día, Nada había estado a punto de morir a causa de un conjuro lanzado por un hechicero enemigo. Por eso ahora tenía el aspecto que tenía. Un estallido de fuego había quemado gran parte de su piel, y las marcas aún perduraban en él. A pesar de aquello, Nada aún lucharía mucho más en la guerra, y después su ayuda había sido vital para entrenar a sus nuevos caballeros de Isvar en las artes del combate.
Todos habían cambiado mucho. Clover era rey, Willowith, como él mismo, era general de los ejércitos de Isvar, de Beart poco o nada sabía, pues su estilo de vida nunca había sido sedentario. Todos habían cambiado, pero aún seguían manteniendo su mayor tesoro, lo que había conseguido que sobrevivieran entonces, la amistad. Siempre le asaltaba la nostalgia al poco de entrar en el valle.
Y la ciudad seguía allí. Sus murallas de piedra indicaban a los enemigos que no lo tendrían fácil para tomarla. Al fondo, el puerto, sobre el que podía ver un gran barco y varios más de menor calado, utilizados por comerciantes y pescadores para los trayectos cortos. Sus calles, exceptuando las dos grandes vías que cruzaban la ciudad en paralelo y en perpendicular al mar, se volvían más estrechas cuanto más cerca del puerto o de las murallas estaban, siempre distribuidas sobre un terreno prácticamente plano. Serpenteaban entre las casas, la mayoría construidas con una base de piedra y un primer piso de madera, de tejados altos y angulosos. La parte central de la ciudad era la más amplia de todas. Allí estaba la plaza de Aneathar, cruce de las dos grandes vías que dividían la ciudad en cuatro partes, y lugar en el que se celebraba uno de los mercados más transitados de Isvar, dedicada por ello al dios de los comerciantes. En esa plaza Saryon tenía su casa, a la que nunca había podido llamar plenamente hogar. Cerca de esa plaza estaba también el gran caserón que se había convertido en cuartel-monasterio de la orden de los Caballeros de Isvar, de la que él era ahora líder, pues la había refundado con la esperanza de que volviese a tener el esplendor que había poseído tiempo atrás. En esa plaza era donde se solía reunir el consejo de Isvar cuando lo hacía en Vallefértil, para mostrar a los ciudadanos la limpieza en su funcionamiento. La ciudad que tenía ante su vista era, sin duda alguna, uno de los principales centros de Isvar, a nivel político, comercial y militar.
Según fue bajando la ladera de la colina, que llevaba a las ricas llanuras que rodeaban la ciudad, salpicadas de pequeñas casas y granjas, el aspecto de ésta le fue extrañando más y más. En el puerto se acumulaba una multitud, probablemente la mitad de la población de Vallefértil, si no más. Eso, viendo que ningún barco realmente importante se acercaba, podía significar pocas cosas. Y una de ellas era un funeral, un funeral con honores a alguien respetado por toda la ciudadanía. Eso, una vez más, sólo podía significar una cosa: Problemas. Fuera lo que fuese, era importante. En plena primavera, cuando el cuidado a las tierras de labranza es determinante para el resultado de las cosechas, no había prácticamente ningún granjero trabajando, y la mayoría de los que quedaban estaban dejando sus herramientas para comenzar a caminar hacia la ciudad. No sabía quién podía ser el muerto, pero era probable que fuese alguno de sus amigos. Ordenó a Irwen que apurase el paso, y comenzó a bajar al trote la colina.
El primer grupo de granjeros a los que se acercó reconoció enseguida a Saryon, y se apartaron de su camino rápidamente. Cuando Saryon paró para preguntarles lo que ocurría se mostraron sorprendidos. Era una familia humilde, formada por una pareja joven y tres niños pequeños, el mayor de ellos no pasaría de los cinco años. Vestían sencillas ropas de lana, probablemente su mejor vestidura. El padre, un hombre recio, de pelo rubio descuidado y bastante largo, mandíbula ancha, ojos marrones y frente despejada, se adelantó para hablar con el caballero.
-Buen día, buenas gentes, necesito que me resuelvan una duda…- Saryon saludó con la mano, sin bajarse de su yegua- ¿Qué es lo que ocurre? ¿En honor de quién es el funeral?
-¿No lo sabe, señor? Todo el mundo lo sabe por aquí.- El hombre tenía una voz fuerte, acorde con su aspecto y su profesión.
-He estado fuera de la ciudad unos días, no he recibido ninguna noticia, y las pocas que he recibido ya eran lo suficientemente malas.
-Clover, señor. Hace dos noches que los elfos trajeron su cuerpo. Nadie sabe a ciencia cierta cómo murió.-El hombre bajó la cabeza, pues la amistad entre el caballero y el señor de los elfos del mar era más que conocida.-Créame que lo siento... pero aún hay más.
Al escuchar el nombre de uno de sus más fieles amigos, el cielo cayó sobre los hombros de Saryon. Todos los días compartidos, todas las batallas luchadas, todas las veces que se habían salvado la vida… y ya sólo quedaría el recuerdo, nunca más disfrutaría de la astucia y del talento de quien quizá había sido su mejor amigo. Los ojos de Saryon comenzaron a enrojecerse, y una lágrima, que el caballero no quiso ocultar, descendió por una de sus mejillas. Clover estaba muerto. ¿Cuántas malas noticias le quedaban por escuchar? ¿Acaso todo lo que habían construido tenía que desmoronarse y caer como un edificio en ruinas?
Aquel hombre le miraba fijamente, respetando el dolor del caballero.
-¿Os encontráis bien, señor? ¿Queréis agua?- El campesino le ofrecía una pequeña vasija.
-Sí, estoy… estoy bien. Muchas gracias.- La voz de Saryon era entrecortada.- Por favor, contadme el resto de las noticias. Dudo mucho que nada pueda afectarme tanto como esto.
-Se dice, aunque esto ya no lo puedo saber con seguridad, que las naves que fueron enviadas al norte, hace una semana, fueron atacadas en el mar, y hundidas. La mayor parte del ejército de Isvar, exceptuando las guarniciones de las ciudades, iba en esos barcos. Mucha gente está nerviosa y preocupada, algunos dicen que los orientales están preparando un nuevo ataque, pero sólo son rumores.
De nuevo, la noticia golpeó a Saryon. Isvar estaba creciendo como nación gracias a la existencia de un ejército común. Y ahora ese ejército había desaparecido. Probablemente eso tuviese mucho que ver con su extraño, inútil y arriesgado viaje hacia el norte. Alguien estaba intentando atacarles desde dentro. Él descubriría quién era. Alguien tenía que pagar por la muerte de Clover, él mismo no dejaría las cosas así de ninguna manera.
-Mil gracias, buen hombre.- Saryon hablaba casi en susurros, y mantenía la mirada baja a causa del dolor.
-No hay de qué, Senador Saryon. Ha sido un honor para nosotros.

El caballero azuzó a la cansada Irwen para llegar cuanto antes a la ciudad. Ni se fijó en el estado de su estimada compañera de viajes, cegado como estaba por la tristeza de perder a su gran amigo. Mientras se acercaba a Vallefértil, pasaron por su cabeza mil motivos por los que se pudiera haber dado una confusión, convenciéndose a sí mismo de que Clover, su amigo Clover, estaba aún vivo. Pero él mismo se daba cuenta de que cada nueva excusa que se le pasaba por la cabeza era sólo eso, una excusa. Tenía una sensación de intemporalidad, como si estuviese soñando. Miraba al frente, con una única idea en su mente. Tenía que despedirse de él, verle, decirle que le agradecía todo lo que habían compartido, decirle que todo su trabajo no había sido en vano, que él se quedaba allí, que todos seguirían allí para seguir luchando por sus sueños. Y que su memoria sería guardada y respetada como lo que había sido, un héroe. Y que si había algún culpable de su muerte, la justicia descargaría sobre él todo su peso. Clover, Rey del Mar, había partido para siempre de Isvar. Muy pocos sabían lo grande de la pérdida.
Saryon sentía un agujero en el pecho que sabía que nadie podría jamás llenar. Había perdido amigos antes, incluso un hermano. Pero Clover era alguien demasiado especial. Clover no podía morir. No podía haber muerto. Él no.
Cuando entró en la ciudad, ni siquiera dirigió una mirada a los guardias, que le abrieron paso enseguida. La gente se apartaba de su camino en la calle principal de la ciudad, que la atravesaba hasta el puerto. Pudo ver la columna de humo de la pira de Clover. Estaba seguro de que había dejado escrito o dicho a gente de confianza que se le despidiese según el rito de Iduwan, dios del mar. El cadáver se incineraría sobre una balsa y se enviaría hacia el mar, donde finalmente se reuniría con su dios.
Cada vez había más gente en su camino. Cada persona que le veía le reconocía, y la noticia de su llegada se extendió rápidamente. Un pasillo se abrió hasta el lugar donde se estaba realizando la ceremonia. Un respetuoso silencio llenó el aire mientras Saryon, que mantenía la vista fija en un punto, avanzaba sin descabalgar. La balsa ardiente estaba en el agua, alejándose lentamente sobre las tranquilas aguas del puerto de Vallefértil, como si el mismo recuerdo del medio elfo se estuviese yendo, poco a poco. Saryon sólo podía mirar hacia allí, a la pira de fuego sobre el agua, al punto del que nacía la humareda, cada vez más distante, cada vez más pequeño. El viento empujaba la pequeña embarcación mar adentro y avivaba las llamas que consumían el cuerpo de su amigo. De pronto, sin más, como si alguien hubiese soplado a la llama de una vela, el fuego se apagó, dejando una pequeña columna de humo blanco. Las aguas se cerraron sobre lo que quedaba de la balsa, y el mar quedó tranquilo y quieto como la misma muerte. Clover se había reunido con su dios. El caballero deseó una y mil veces despertar de la pesadilla, pero sabía que no era un sueño, que no iba a despertar, que lo que estaba viendo era real. Nunca más hablaría con su amigo. Nunca jamás lucharían hombro con hombro. Nunca más harían planes para salvar a su gente.

-Ni siquiera pude mirarte a los ojos para despedirme de ti, amigo. Ojalá seas feliz junto a tu dios. Algún día nos veremos en el paraíso, si es que existe alguno.

Saryon se dio cuenta de que estaba llorando.

Escrito por Cronos el miércoles, 9 de diciembre de 2009

Camino al hogar.

Benybeck estaba sobre la cubierta, cerca de proa, haciendo juegos malabares con cuatro dagas. Seguía el buen tiempo, y el viento soplaba con fuerza en la dirección correcta, o al menos eso era lo que le había entendido al contramaestre. Llevaban las bodegas llenas de mercancías, y se dirigían ya a puerto. Además, llevaban dos días tranquilos, sin atacar a ningún barco, y sin ver a ningún otro con esa extraña bandera negra con un escudo completamente blanco trazado sobre ella. Aquel barco sólo lo habían visto de lejos, pero parecía enorme, y el capitán había dado muchos gritos según lo habían visto. Después un marinero le explicó que era un barco del Imperio, o que eso era lo que su bandera indicaba. Al capitán no le había hecho ninguna gracia ver un barco de la Flota Imperial, pues en esa zona su presencia siempre había sido nula. O habían conseguido un puerto o estaban intentando asustarlos, pero no era nada normal que enviasen una de sus grandes naves de guerra por allí. El marinero también le explicó que ni aunque ellos tuviesen el viento a favor y nosotros en contra, cosa harto difícil en una persecución por otro lado, podrían llegar a soñar con darles alcance los del otro barco, pero que el Intrépido no tendría ninguna oportunidad si llegaban a entrar en combate. Así que el capitán tomó la decisión más prudente, ir a puerto, y buscar información sobre qué hacía la minúscula flota de Sanazar en el mar. Su presencia podía ser tomada como una declaración de guerra por parte de los señores de las islas libres, y entonces lo que habían estado haciendo hasta ahora de manera ilegal podría ser considerado legal. La verdad, a Benybeck le importaba más bien poco la política, pero aquel barco era tan grande que al miuven le hubiese gustado verlo por dentro, y por eso preguntó.
Benybeck lanzo las cuatro dagas al aire a la vez, muy alto, y una tras otra fueron cayendo al suelo, clavándose, y haciendo un cuadrado casi perfecto. El miuven sonrió satisfecho.
-¡Barco a la vista!- La voz provenía de arriba, del puesto del vigía.
El contramaestre miró hacia arriba y gritó:
-¡Dirección y clase!
-¡Parece un clíper, señor! ¡Viene hacia nosotros por proa, si no nos desviamos hasta diría que podríamos chocar con él!
Buena parte de la tripulación atendía a la conversación con curiosidad. Este tipo de intercambios eran habituales antes de comenzar una cacería, pero ahora estaban todos un poco nerviosos a causa del avistamiento del barco imperial.
-¿Porta alguna enseña?
-¡Creo que sí, señor!, ¡es probable que sea el capitán Jacob! ¡Aún no estoy seguro, pero apostaría por ello mi soldada!
Eidon Hoja Afilada escuchaba la conversación desde el castillo de popa, casi inmóvil, y mirando hacia delante en busca de la nave y la enseña de la que hablaba su vigía. El viento hacía ondear su capa y sus cabellos a su alrededor, y en su cara permanecía inmutable la eterna expresión de tristeza. Ahora Benybeck conocía el porqué de esa melancolía, y todo el desprecio que había sentido por el capitán cuando había matado a aquel hombre gordo sólo porque tenía una marca en su nuca, se había ido transformando en una mezcla de compasión y admiración.
En cuanto la enseña del capitán Jacob, una bandera cortada en cuatro cuadrados de color verde oscuro y blanco, estuvo claramente visible para todos, el capitán ordenó reducir la marcha.
-Hacedle señales. Quiero hablar con él.
Pronto, tres grupos de tres flechas ardientes partían de la cubierta para acabar ahogadas en el mar. De la otra nave respondieron de igual manera, pero en lugar de enviar tres grupos de flechas, enviaron dos. Ambos barcos recogieron velas rápidamente y fueron perdiendo velocidad, hasta que se detuvieron a unas cien brazas el uno del otro. Benybeck se asomó por la borda y examinó el otro barco. Era algo más grande que el Intrépido, aunque su velamen era prácticamente del mismo tamaño. Se llamaba El Ermitaño, un extraño nombre para un barco pirata, sin duda. Los hombres que estaban sobre cubierta se vestían de forma muy similar a los marineros del Intrépido. No parecía ofrecer nada nuevo, salvo que un bote con tres hombres dentro estaba siendo bajado de la cubierta al agua mediante gruesos cabos. Uno de esos hombres debía ser el capitán Jacob, un hombre bastante mayor, de pelo negro y fuerte aunque encanecido, cortado al cepillo, rostro ancho, de ojos pequeños y de piel curtida. Iba ataviado con una chilaba de color amarillento, fuertemente decorada, además de un extraño sombrero cilíndrico del mismo color. No parecía portar ningún arma, aunque los hombres que le acompañaban y manejaban los remos sí llevaban una espada cada uno.

El miuven se metió en las cocinas, desde donde estaba seguro que podría oír la conversación que mantendrían los capitanes. Quería saber donde estaba, y quizá hablasen de algo que le diese alguna pista. Cuando estaba buscando el sitio en el que mejor podría oírles, Lamar, el orondo cocinero, salió por la puerta de una de las despensas, haciendo que el miuven diera un respingo de sorpresa.
-Si quieres oír la conversación, quédate, Benybeck.- Lamar miraba con cierto humor al miuven.-No creo que al capitán le moleste, sobre todo si no se entera.
-¿Yo?, ¿es por mí?- El miuven parecía realmente confundido.-Bueno, no sé por qué otro Benybeck podría ser, ahora que lo pienso. Tomé la costumbre de preguntar por culpa de mi hermano y de mi padre. También se llaman Benybeck. A mi madre siempre le encantó ese nombre, y claro, además de casarse con uno nos llamó así a sus dos hijos... al fin y al cabo, entre miuvii tu nombre importa poco… Incluso alguna vez pensé en cambiármelo para tener nombre de caballero… Benybeck El Empalador no suena demasiado heroico, ¿no?
-Si te vas a quedar a escuchar estate callado, o no oiremos nada.- Lamar hablaba casi en susurros, y le hico un gesto al miuven para que mantuviese la boca cerrada. Beny hizo caso inmediatamente.

-Buen día, amigo.- Jacob jadeaba a causa del esfuerzo.- Traigo muchas noticias, y no son del todo buenas.
-Malas noticias... ¿Qué es lo que ocurre en Ciudad de los Vientos?
-No estoy muy seguro, pero Sonen y los Mercenarios del Puño de Hierro parecen haber tomado el control. No quedaba ninguno de los nuestros allí cuando yo partí.
-Sonen es un estúpido. Si pretende mantener el control en Ciudad de los Vientos va a necesitar mucho más que a esos patéticos Mercenarios del Puño de Hierro. ¿Mantienen las Leyes del Mar?- La voz del Eidon parecía estar entre la sorpresa y el sarcasmo.
-Por lo de ahora sí, aunque dudo que se conserven durante mucho tiempo. Algunos ya han buscado otro puerto en el que cobijarse. Además, están esas galeras del Imperio.
-Avistamos una hace tres días. No me gusta que el Imperio lance sus cascarones al mar. Parecen más transportes de tropas que barcos pensados para la guerra en el mar. Son grandes y pesados.
-Ellos no saben hacer barcos como los nuestros, lo cual es de agradecer. Pero aun así, esas galeras son un peligro. Si te los encuentras de noche, con mal tiempo o cerca de la costa pueden llegar a atraparte. Y según sus leyes, cualquiera de nosotros que sea capturado acabará sus días colgando de un mástil. Eso en el mejor de los casos.
-Dudo mucho que esos patanes lleguen a soñar con coger al Intrépido. Antes comenzarán a volar los tiburones.- Los dos capitanes rieron.- De todas maneras, tienes razón, cualquiera puede dar un traspiés.
-¿Qué vas a hacer entonces? ¿Continúas hacia Ciudad de los Vientos?
-Sí. Quiero saber qué pretende ese idiota de Sonen. Confío en que no tendrá el valor necesario para acabar con las Leyes del Mar, y mientras sea así, en tierra no me podrá atacar. Además, llevo mis bodegas llenas de buena mercancía, y mis hombres quieren cobrar su parte del botín.
-Bien, espero que tengas suerte. A Sonen se le han subido mucho los humos últimamente. Ahora hasta se cree que es un buen capitán.
-Quizá algún día aprenda como se gobierna un barco. Pero tiene mucho dinero, y eso por aquí es poder.
-Tienes razón. Espero que no tengamos que darle una lección. Si avistas a alguno más de los nuestros, dale aviso de lo que ocurre. Y no olvides hablar con Jack.
-Sabes perfectamente que lo último que podría olvidar es hablar con Jack. Su posada es la mejor de Ciudad de los Vientos.
-Pues entonces, que te vaya bien, amigo.- Se oyeron pasos en el techo de la despensa. Sin duda se estaban despidiendo, y el capitán del Intrépido acompañaba a Jacob hasta su barca.
-Lo mismo digo, que las corrientes te ayuden. Te va a hacer falta en esa cáscara de nuez.- Eidon soltó una sonora carcajada.
-Tienes suerte de que no te aborde ahora mismo, grumetillo.- Jacob decía esto mientras caminaba por la cubierta hacia la borda.
Una hora mas tarde, Benybeck miraba en la dirección en la que había partido El Ermitaño, de cuya presencia el único rastro que quedaba era un leve reflejo blanco en el horizonte.

Escrito por Cronos el miércoles, 9 de diciembre de 2009

El emisario de Doh.

Hacía dos días que habían encontrado a Mirko huyendo de aquel grupo de lagartos y Saryon había tenido tiempo de pensar muchas cosas. No sabía qué estaba pasando, pero sí sabía que iba a ser un grave problema para todos. Alguien estaba confundiéndolos desde el propio senado, o eso parecía. Su viaje al norte había sido una forma de desviar su atención, probablemente con la intención de alejarle de Isvar o de acabar con su vida. Quién sabe qué más habían intentado los que estaban haciendo eso, y peor todavía era lo que podrían haber conseguido. Iba a arreglar aquello como hiciese falta, pero si alguno de sus amigos había caído víctima de una trampa similar a la que le habían tendido a él, entonces su sentido de la piedad iba a verse muy atenuado durante un tiempo. No podía permitir que Isvar cayese en manos de traidores y conspiradores. Los que habían luchado en la guerra no merecían tal insulto a su sacrificio. Y estaban aquellos malditos lezzars. Cada vez eran más descarados, cada vez atacaban más al sur, y con más fuerza, y nadie sabía de dónde salían. Alguien estaba controlándolos, organizándolos, y eso empezaba a hacerles temibles. Si lograban cruzar los puentes, comenzarían a tener problemas serios en la misma península. Eso era algo que tampoco podían permitirse ahora. Había que arreglar la situación, y sabía los pasos que tenía que dar para lograrlo.
Por si todo ello fuera poco, las palabras de Mirko habían sido aun más intranquilizadoras. Había hablado de un ser llamado Ovatha. Según sus palabras esa Ovatha era la que lideraba a los reptiles. Además, le había hecho algo horrible. Este extremo era evidente, pues la piel de Mirko se había vuelto extraña, como metálica. Sus ojos, sus manos, su manera de moverse, todo recordaba a uno de esos lagartos. Pero no era un lagarto, él era, o más bien había sido, humano.
Mirko se había pasado los dos últimos días dormido, callado, o comiendo de forma voraz, hasta el punto de que las provisiones que llevaban se estaban agotando. A cualquier pregunta respondía con un gesto o con monosílabos. Parecía haber algo que le hacía sufrir enormemente, pero sus conocimientos sobre curación no le permitían dar ni con el origen ni con el remedio de sus males. Cuando llegasen a Vallefértil tendría tiempo de hablar con él sobre lo que les había contado. Mirko necesitaba descansar. Lo primero era asegurarse de su supervivencia.
Avanzaban por las colinas del norte de Isvar, ya dentro de la propia península, atravesando un pequeño bosque en una ladera. El tiempo volvía a ser casi veraniego, y el sol lucía en lo alto, aunque las ramas de los ancianos robles que les rodeaban impedían que el sol les hiciese el viaje incómodo. Adrash iba en cabeza, sobre su ligero caballo pardo, mientras que Saryon llevaba a Mirko a la grupa de Irwen, mucho más grande que el caballo de Adrash. Avanzaban por un camino ancho y bien cuidado que cruzaba el bosque. La ruta había sido abierta por los ejércitos de Oriente después de que construyeran los grandes puentes, y llevaba directamente del más oriental de éstos a la norteña ciudad de Vallefértil, una de las más prosperas de toda Isvar, y uno de los mayores centros de comercio de la península.
-Gracias.- Aunque su voz era débil, Mirko parecía haberse recuperado bastante bien, y hablaba lo suficientemente alto como para que Adrash le oyera. El caballero del Fénix ni siquiera giró la vista ante el agradecimiento. Saryon sabía que Adrash no había arriesgado su vida por ayudar a Mirko. Lo había hecho por su odio a los lezzars. Aún así, Saryon suponía que si Mirko no estuviese en peligro quizá no hubiese atacado.
-No tienes por qué darme las gracias, Mirko. Te ayudamos porque era nuestro deber, nada más. Y si llego a saber que eras tú, hubiera atacado con más ahínco si cabe.- Saryon le habló sin detenerse, mirando hacia delante.
-Os doy las gracias porque me habéis ayudado. No importa por qué lo hicisteis.
-Entonces, acepto tu agradecimiento. Parece que te encuentras mejor, ¿es así?
-No lo sé. Hace demasiado tiempo que no sé en qué consiste sentirse bien.
-¿Ovatha?
-¡No pronuncies ese maldito nombre!- La voz de Mirko se volvió más crispada, como si algo le estuviese haciendo mucho daño.- Sí, fue ella. Ojalá reciba el más horrible de los castigos.
-¿Quién es ella? ¿Y qué fue lo que te hizo?
-Ella es... no sé lo que es, sé lo que fue para mí. Sólo una voz dulce. Nunca la vi, solo la oí en mi mente, hablándome con su voz suave e hipócrita, dejando en mí la simiente de otro ser, intentando matar mi voluntad y mi conciencia con dolor. Lo consiguió por un tiempo, y quién sabe si lo conseguirá otra vez. No sé por qué lo ha hecho, ni cómo es, ni qué es, pero sé que si te dejas atar por sus lazos eres su marioneta, su esclavo fiel y convencido de que lo mejor que te ha podido pasar es poder servirle, matando… robando vidas… Sólo los dioses saben cuánto la odio.
-¿Es ella quien manda en los lagartos?- Adrash paró su caballo, giró la cabeza y miró a Mirko a los ojos. Saryon pudo ver algo de compasión, de comprensión, en su mirada.
-No lo sé. Es posible… ella me entregó el mando de los que me perseguían, no sé si para vigilarme o para que los usase como arma, pero podía ordenarles lo que quisiera sin siquiera abrir la boca. Sólo pensaba lo que debían hacer, y ellos lo hacían. Era como si su voluntad fuese mía. Cuando conseguí liberarme de Ovatha, me atacaron, y eché a correr. El resto lo conocéis.
-Es extraño eso que cuentas. Pero puedes contar con un amigo. Yo soy Adrash Ala de Fuego, Caballero del Fénix.- La mirada de Adrash era extraña, solemne. Daba la impresión de que estaba entregando algo más que su confianza a Mirko.
-Gracias de nuevo. No sé por qué me ayudas, pero gracias.
-Estoy pagando una deuda, una deuda conmigo mismo. Llevo mucho tiempo haciéndolo, y aún me queda mucho por pagar.-Saryon y Mirko miraron a Adrash con extrañeza. Estaba terriblemente serio, su sonrisa irónica había desaparecido por completo.- Algún día os contare de qué hablo. Ahora no es el momento.
-Algo se acerca.- Mirko miraba hacia arriba.
-¿Qué? ¿Cómo lo sabes?-Adrash comenzó a mirar hacia arriba también, mientras con la mano izquierda cogía el arco. Sobre ellos, algo extraño, parecido a una neblina con un brillo metálico, se movía entre las ramas de los árboles.
-Hey hey hey hey hey guarda eso narmadiano... ¿o se dice narmadiense?- La voz, que hablaba rápida y atropelladamente, tenía un tono chillón y metálico. Parecía provenir de muchos sitios a la vez. Saryon sonrió.
-Wis’iw’ig, maldito bichejo, para ya de moverte o vas a asustar a mis amigos.- El tono de voz del caballero era condescendiente, como si estuviese hablando a un niño pequeño.
-Pues harían bien en asustarse. Al fin y al cabo, soy un dragón. Y muy pero que muy anciano.
-Seguro que lo eres, aunque tu apariencia no coincide con la idea que mucha gente tiene de lo que es un dragón.- Saryon rió.- Sobre todo por el tamaño.
De pronto, la neblina se paró sobre el casco del caballero. La criatura tenía la forma de un reptil alado, no mayor que un águila, de color plateado claro y muy brillante. Se quedó unos segundos mirando a Adrash y a Mirko. A pesar de sus facciones de reptil, su rostro era sumamente expresivo. Los miraba con un gesto entre la impaciencia y la curiosidad, pasando la mirada de Adrash a Mirko a toda velocidad.
-Qué, ¿soy un dragón o no soy un dragón? ¡Vamos!, ¡contestadme!, ¡no tengo todo el día!
-Se podría decir que… ¿sí?…- Adrash miraba aquel ser con extrañeza.
Wis’iw’ig se trasladó en un solo instante a la cabeza de Irwen, la yegua de Saryon.
-¿Lo ves? ¡Soy un dragón!- Irwen estornudó cuando la cola de la criatura le rozó el hocico.-Vaya yegua maleducada, siempre me hace lo mismo…
-Me imagino que habrá un motivo para que estés aquí… ¿acaso él está despierto?
-¿Quién, Doh?, pues sí, sí, está despierto, y bastante inquieto. Por eso he venido. ¿Te lo imaginas inquieto? No hay quien aguante en esa cueva…
El rostro de Saryon se ensombreció. Si Doh estaba despierto es que iba a haber problemas, y muy grandes. Últimamente todo eran malos presagios.
Ahora la yegua movía la cabeza arriba y abajo, a la vez que intentaba mordisquear la cola del pequeño dragón. Obviamente, estaba incomodada por la presencia de la criatura, aunque no asustada.
-Por cierto, soy un maleducado, aún no me he presentado… Hola, soy Wis’iw’ig. No me digáis vuestros nombres que ya los sé…y Doh me ha enviado a buscaros… o más bien a buscar a uno de vosotros.
-¿A quién quiere ver?-Saryon seguía observando a Wis’iw’ig, pero ahora no sonreía como antes.
-A Mirko. No me preguntéis el motivo, lo desconozco, pero quiere verle, y no le gusta demasiado salir de su casa. Yo creo que es porque ese viejo dragón chiflado no es capaz de levantar el vuelo, pero bueno. Si él quiere verte seguro que es por algo, Doh no se despierta con tanta facilidad.
-¿Un dragón?- Adrash sonrió irónicamente mientras miraba a Mirko, que parecía ausente.
-Sí, un dragón, Doh es un dragón, un dragón-dragón.- Wis’iw’ig decía esto mientras daba vueltas alrededor de la cabeza de Adrash.
-¿Un dragón como tú?
-¡No seas estúpido! Yo no soy un dragón, soy un pseudodragón. Doh es un Dragón.- Wis’iw’ig remarcó mucho la palabra dragón- De los de verdad, de los grandes y poderosos, y él, especialmente grande y especialmente poderoso. Creo que no sale de su cueva porque no cabe por la entrada, aunque podría llegar a ensancharla si se empeña en salir.
-Dile que iré.-Mirko seguía ausente, y dijo estas palabras sin siquiera mirar hacia Wis’iw’ig, que al momento estaba manteniéndose en el aire ante sus ojos.
-Muy bien, muy bien, pero ve rápido. A Doh le enfada estar despierto.
-Iré en cuanto me sea posible. Estoy débil.
-Mmmm vale. Bueno, yo ya he hecho mi trabajo. Saryon te indicará a donde ir. Ya nos veremos. Por cierto, Saryon, creo que deberías ir cuanto antes a Vallefértil. Hay muchas cosas que debes saber y aún no sabes. Espero que las noticias no sean muy duras.
-¿Qué noticias?
-No me toca a mí contártelas, Saryon, ya te enterarás cuando llegues. Eso sí, intenta llegar antes del anochecer.
Tan rápido como había aparecido, Wis’iw’ig desapareció.
-Rayos, ¿qué será eso de lo que me tengo que enterar?
-¿Un dragón? ¿Realmente ese Doh es un dragón?-Adrash seguía sonriendo, incrédulo.
-Sí, sin duda lo es. Un dragón muy grande y muy anciano, además, y con muy mal genio.
-Pareces preocupado, Saryon. O mucho me equivoco o ese dragón no es peligroso...-Mirko seguía con la vista fija en el horizonte.- Y Wis’iw’ig no parecía el ser más fiable del mundo.
-No, Doh no es peligroso, a no ser que logres enfadarle, cosa complicada por otro lado. Lo que me preocupa es que esté despierto. Cuando estuve en su guarida, hace unos años, durante la guerra, supe que llevaba casi un siglo durmiendo, y se despertó porque vinieron los orientales. Creo que si ahora está despierto es porque algo importante y desagradable va a ocurrir o está ocurriendo. Además, Wis’iw’ig es un ser muchísimo más venerable de lo que aparenta, y puede que hasta más anciano que el mismísimo Doh. A pesar de que parezca excéntrico, no lo es. Le considero un buen amigo y un gran aliado. ¿Comprendes ahora el porqué de mi preocupación?
-Lo que no entiendo es por qué me busca. Aunque supongo que mientras no llegue no lo sabré.
-No tengo ni idea, la verdad, pero si te va a recibir en su guarida es por algo importante.
-Iré contigo si no te importa, Mirko. Necesitarás protección si vas a viajar hasta allí. Y algo me dice que no va a ser un viaje del todo agradable.- Adrash volvía a estar serio.- Además, seguro que Saryon se pasa el próximo mes con politiquerías, y eso no me va a agradar, seré de más utilidad viajando contigo a la guarida de ese dragón. Y no lo voy a negar, también siento curiosidad.
-Por mi parte no hay problema.
-Harás bien en ir con él, Adrash. Cada vez estoy más seguro de que no voy a tener tiempo para casi nada en los próximos días. Os indicaré como llegar a la guarida de Doh y continuaré el camino lo más rápido que aguante Irwen. A un par de horas de aquí, hacia el sur, hay una posada. Allí podréis comprar un caballo para Mirko.
-No tengo dinero para un caballo. La verdad es que no tengo dinero ni para una comida.
-Eso no es problema, creo que te debo cinco años de soldada, ¿no?-Saryon le tendió una bolsa. Mirko la cogió, dubitativo.
-Gracias de nuevo, Saryon, algún día te lo devolveré.
-No hará falta, Mirko, me temo que el dinero va a perder mucho valor en los próximos tiempos, si es que alguna vez lo tuvo. Si mis sospechas son fundadas, lo que hará falta son brazos fuertes y hábiles.
-Espero que te equivoques.
-Yo también lo deseo, pero me temo que estoy en lo cierto. Los malos augurios son los que siempre se cumplen.
Tras describirles Saryon como llegar a la guarida de Doh, los tres se despidieron, estrechándose las manos de manera intensa y solemne. Todos eran conscientes de la gran importancia de los asuntos que estaban tratando.
Al cabo de un rato, Saryon cabalgaba en dirección a Vallefértil mientras que Mirko y Adrash caminaban hacia una entrevista que, estaban seguros, recordarían el resto de su vida.

Escrito por Cronos el martes, 1 de diciembre de 2009

Historias de un corazón sangriento.

Ya prácticamente era de noche. La luna, casi llena, era la única iluminación que había. El cielo estaba completamente despejado, y aparecía sembrado de estrellas. Benybeck estaba en la proa del barco, sentado sobre la cabeza de la extraña figura en forma de sirena que hacía de mascarón del barco. Llevaba todo el día allí y no le apetecía mucho ir a otro sitio. Allí no tenía que acordarse de la gente que había muerto dos días antes. No tenía demasiado claro por qué la habían matado. Pero se sentía culpable, al fin y al cabo, había sido él quien había encontrado el medallón que había desencadenado todo lo demás.
El sueño estaba a punto de vencerle y parecía peligroso caer desde allí. Quizá debiera irse a dormir.
-¡Eh, canijo!- Era la voz ronca y potente de Lamar, el cocinero.-No te he visto venir a comer hoy… ¿Se puede saber qué demonios te pasa?
-Errr nada... mmm... realmente no tengo hambre y…- Un crujido en su estomago mostró su mentira.- La verdad es que me lo estaba pasando muy bien mirando el mar.
-Bueno... es una lástima... te tenía guardado un buen plato de comida… pero si no lo quieres, creo que daré buena cuenta de él. Una pena, yo lo había hecho con la mejor de mis intenciones.
-Espera, yo…- Sólo con pensar en comer, el estomago del miuven comenzó a rebelarse.-Creo que iré a comer. Pero no porque tenga hambre, es por no hacerte un feo, quede claro.
El miuven se encaramó a la barandilla y saltó de nuevo a la cubierta.
-Hoy vi unos bichos extraños en el agua. Parecían peces pero mucho más grandes.
-Serían tiburones… o delfines. ¿Qué hacían?
-Parecía como si estuviesen jugando con el barco… y alguno salía del agua alguna vez. No parecían dedicarse a dar dentelladas a la gente que se cae al agua, así que debían de ser delfines de esos. Parecían bichos divertidos.
-Sí… los marineros cuentan muchas cosas de los delfines. Hay quien dice que son los espíritus de los marineros ahogados, y que por eso buscan los barcos y los siguen. Porque quieren volver a ser lo que eran antes.- Benybeck parecía realmente interesado en la historia- También dicen que si oyes cantar a una sirena te conviertes en uno. Yo no sé de donde salen, pero hay algo que sí tengo claro…
-¿Lo qué?
-Que dan buena suerte.-Lamar sonrió- Un barco al que siguen delfines es un barco afortunado. Y ver delfines es señal de buena suerte, así que alégrate de haberlos visto.
-Pero… ¿son peligrosos? ¿Muerden?
-¡No! Los delfines no se meten con los hombres… Incluso hay marineros que cuentan que un delfín les salvó la vida al caer al agua, que los agarró y los llevó a lugar seguro. Es posible que sean leyendas, pero todas tienen algo de verdad…
Estaban ya entrando en la cocina. Sobre la gran mesa en la que se reunía a comer toda la tripulación, había un plato de algo que olía bien y humeaba. Parecía una sopa. El miuven se lanzó sobre ella y la devoró a toda velocidad. Las energías volvieron a él rápidamente, incluso demasiado rápidamente. Benybeck decidió que Lamar era un hombre extraño, muy extraño. Mientras devoraba la sopa, permaneció allí, mirándole, con una sonrisa en su ancho rostro.
-Mmmmm… estaba deliciosa.- Benybeck estaba sonriendo de nuevo- Me ha dejado como nuevo.
-Es una receta especial.- Lamar le hizo un guiño a Benybeck- Y ahora dime, canijo… ¿Qué es lo que te preocupa?
-¿Preocuparme? ¿Por qué supones que me preocupa algo?
-No sé… tengo la impresión de que no debe ser muy habitual en ti pasarte todo el día quieto en un sitio mirando al mar, y sin ni siquiera acordarte de comer. ¿Tiene que ver con lo que pasó cuando asaltamos el último barco?
-Bueno... yo… la verdad es que tienes razón, no suelo pasarme el día en un sitio, simplemente me apetecía. Y además… pues no sé por qué mataron a aquellos hombres. Y me siento un poquitín culpable, yo encontré aquella cruz o estrella o lo que fuera y fue lo que hizo que el capitán se enfadara. Yo no quería que le hicieran daño a nadie, ¿sabes? Ya sé que esto es un barco pirata, pero tenía la impresión de que el capitán no era de esos hombres que mata por matar.
-Te entiendo. Y, por lo que sé, y créeme que llevo bastante tiempo en este barco, tu impresión era cierta. El capitán no los mató por matarlos. Incluso diría que tenía un motivo muy justificado para hacerlo. En el fondo les estaba ayudando.
-¿Ayudarles?- Benybeck parecía confuso.- ¿Cómo se puede ayudar a alguien cortándole el cuello?
-Realmente es una larga historia. Pero sí, es posible.
-¿Una larga historia?- Una sonrisa de oreja a oreja llenó la cara del miuven.- Me encantan las historias, sobre todo las largas... ¿Sale algún dragón?
-Mmmm me temo que no, canijo… pero si quieres te la cuento y después tú mismo juzgas.
-¡Déjate de juicios y cuenta!
-Pues bien, todo empezó hace unos cinco años, bastante al sur de aquí, en las tierras que ahora son conocidas como El Imperio de Sanazar, o, simplemente, El Imperio… El capitán es el hijo mayor de un noble, uno de los más importantes en su zona. Su padre era uno de los hombres más importantes en la política del Imperio, estaba bastante cercano al emperador y tenía muchas influencias. La verdad es que todo iba bien para su familia, y que tenían su futuro asegurado. Hasta que comenzó a aparecer el culto al Dios Perdido.
-¡Vaya! ¿Un dios perdido? ¿Cómo se va a perder un dios? ¿No se supone que lo saben todo?
-No sé si ese dios sabe donde está o no, pero ése es el nombre por el que lo llaman. El caso es que un general del ejército del imperio le mostró la religión al emperador, que inmediatamente se hizo el mayor adepto de ella. Y poco a poco ese general fue convenciendo al emperador de que debía hacer su religión la oficial en El Imperio. -Lamar se sirvió una jarra de vino y bebió un largo trago.- Cuando comenzó El Imperio, el emperador era un hombre fuerte y con una voluntad más que considerable, pero con el tiempo, y sobre todo con la muerte de su esposa, se fue haciendo más y más pusilánime. Al principio no era obligatorio adorar al Dios Perdido, pero los que lo hacían ganaban favores y mucho poder. Poco a poco, todos fueron abrazando su fe. En aquella época, Eidon, el capitán, estaba cumpliendo sus deberes con El Imperio, sirviendo como oficial en el ejército, protegiendo las nuevas tierras que estaban siendo ocupadas en el sur. - Lamar bebió otro trago. Ahora parecía mucho más serio, más solemne.-Cuando volvió a casa, lo que encontró fue desolador para él.
-¿Estaban todos muertos? ¿El Dios Perdido se los había comido a todos?
-No estás muy desencaminado, aunque la explicación es un poco más complicada. Resulta que en el culto al dios perdido no hay clérigos como en otras religiones. Algunos de sus adeptos, generalmente los más poderosos, pasan por un ritual, que ellos llaman "el juramento". Ese ritual es una especie de demostración de sumisión al Dios Perdido, y los que lo pasan, reciben mayores dones aún del emperador, y se convierten en guías y líderes para los simples adeptos. Los padres y la hermana menor de Eidon habían pasado por ese ritual para mantener su estatus en El Imperio. Pero Eidon no sabía casi nada del Dios Perdido y estaba plenamente convencido desde hacía mucho tiempo de que nunca adoraría a ningún Dios. Eidon siempre tuvo un extraño sentido de la libertad.
-¿Pero estaban muertos o no?
-No, no lo estaban. Pero habían cambiado. Intentaron convencer a Eidon de que hiciese el juramento, pero él se negó. Tuvo largas discusiones con toda su familia, pero no quiso pasar por el aro, y se negó en todo momento a adorar a un dios en el que no creía. Finalmente, Eidon se dio cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo. Le sucedió hablando con su hermana. Eidon siempre la había querido mucho, y ella a él. En una de esas discusiones, su hermana le dijo que él le había abierto los ojos, y que le había mostrado el engaño del que habían sido víctimas. Cuando empezó a contarle lo que le había sucedido desde el juramento, de pronto su voz cambió, se convirtió en una voz muy parecida a la que empleó el capitán del otro barco antes de morir.
-Sí, sí, la recuerdo... era horrible...
-Bien, pues esa voz se rió de Eidon, le dijo que si pensaba que le iba a dejar seguir vivo con todo lo que sabía que estaba loco, y que su testarudez le iba a llevar a la muerte. Según lo cuenta él, la cara de sufrimiento de su hermana era insoportable. Aquella voz también le dijo que le había hecho perder una buena adepta, y que iba a sufrir por ello.
-¡Eh! ¡Eso me pasó a mí también cuando pedí el deseo! ¿Tendrá algo que ver?
Lamar miró con cara divertida al miuven.
-No sé si tendrá algo que ver o no, pero por tu bien más vale que no.
-¡Ah no! Yo jamás he pasado ningún juramento ni nada así… ¿Cómo será esa ceremonia?
-Me alegro por ti, canijo. Continúo.
-Sí, sí, adelante.
-Bien, como te iba diciendo, aquella voz, a través de su hermana le dijo todas esas cosas. Después de decirlas, ella sacó su daga e intentó matar a Eidon. Y casi lo consigue, pues a pesar de la situación, Eidon estaba muy sorprendido. Tras un largo forcejeo, Eidon consiguió arrebatarle la daga a su hermana. Entonces ella, con su verdadera voz, le pidió que le matara, que ya nunca podría volver a ser ella, que algo la dominaba y que la muerte sería para ella la mayor de las bendiciones. Entonces surgió de nuevo la otra voz. Le dijo que los dos estaban muertos, que había sido un estúpido pensando que podía enfrentarse a un dios, y que tarde o temprano le encontraría y le daría muerte. Entonces ella comenzó a gritar, parecía estar sintiendo un sufrimiento terrible, el dolor más grande que un ser humano pueda llegar a sentir. Cayó al suelo y comenzó a revolverse. Le pedía una y otra vez que la matara, con su voz real. Eidon no pudo resistirlo. Se echó encima de ella, la abrazó, y la mató de una puñalada en el corazón. Antes de morir ella le dio las gracias. Como te puedes imaginar, aquello destrozó a Eidon. Lo volvió loco. Acabó con sus padres mientras dormían. Y después huyó. El resto de la historia te lo puedes imaginar…
Dos grandes lagrimones caían por las mejillas del miuven. Los ojos de Lamar también estaban enrojecidos.
-Ellos…-Se sorbió los mocos de manera bastante ruidosa- ¿Ellos tenían la marca no? ¿La estrella de tres puntas es el símbolo del Dios Perdido ese no?
-Exacto. ¿Entiendes ahora por qué mató a aquellos hombres?
-Creo que sí… ese dios es algo horrible, ¿no?- Benybeck se frotó los ojos enrojecidos con las mangas de su casaca.- Y… tú… ¿Cómo sabes todo eso?
-Yo era amigo de Eidon entonces. Vivía por allí cerca, y desde que él era muy pequeño le había cuidado. Eidon tiene algo.
Benybeck parecía extrañado.
-¿Algo? ¿Qué algo?
-No lo puedo saber, pero hay algo.
-¿Sabes? Cuando te conocí, me pareciste un simple cocinero, pero creo… creo que escondes muchas cosas.
-Lo que esconda estará mejor escondido, ¿no crees?
-No es fácil esconder algo a los ojos de un miuven.- Benybeck sonrió, ufano.- Entonces él te lo contó todo y le acompañaste en su huida, ¿no?
-Exacto. Eidon era y es mi amigo, y necesitaba de mí más que nadie en el mundo, así que hice lo que debía hacer. Además, tanto Dios Perdido estaba empezando a aburrirme. ¿Tienes ahora las cosas un poco más claras?
-Creo que sí, pero aun así no me gusta que mate a esa gente. ¿No hay una manera de que se libren de ese dios que no sea matarlos?
-Lo desconozco, Beny. Pero me gustaría saberlo.
Benybeck se levantó de la silla.
-Bueno… me encuentro bastante mejor. Gracias por contarme todo eso.
-No hay de qué. Tengo la sensación de que vas a estar una buena temporada con nosotros, tenía que contártelo.
-Es posible que tengas razón.- El miuven bostezó ostentosamente.- Pero ahora mismo tengo demasiado sueño como para pensarlo… Me voy a dormir.... Hasta mañana. ¡Ah! Y cuando hagas esta sopa otra vez, avísame, nunca había probado una tan rica.
Lamar asintió con la cabeza mientras veía al miuven salir de la cocina, sonriendo de oreja a oreja y dando saltitos por las escaleras... Aunque sabía que el capitán le mataría si se enteraba de que le había contado al miuven todo eso sin su consentimiento, y cuando llevaba sólo unos días en el barco, pero Lamar sabía mucho sobre el destino, y algo le decía que el del miuven y el del capitán estaban ligados de alguna manera, igual que lo estaba el suyo propio. Además, estaba acostumbrado a que le sonriese la diosa fortuna, y sabía que el riesgo merecía la pena, solamente por poder ver sonreír al único ser realmente ingenuo que había sobre el barco. Lo que tenía claro es que el brillo de los ojos y la amplia sonrisa de uno de esos pequeños seres hacían que muchas otras cosas merecieran la pena. Lamar estaba seguro de que había sido una buena señal encontrarle.

Y él sobre suerte sabía más que nadie.

Escrito por Cronos el martes, 1 de diciembre de 2009

Caprichos del destino.

Cabalgaban hacia el sur, ya a poco más de día y medio del lugar al que se dirigían. Estaban atravesando la franja de colinas y pequeños bosques que separaba el bosque en el que se encontraba Arbórea de La Gran Grieta, que formaba la frontera norte de Isvar. El terreno era ahora más abrupto, y el clima parecía estar enfriando. Había viento del norte, bastante frío, y el cielo estaba cubierto de nubes que auguraban lluvia. Ya casi anochecía, y debían comenzar a buscar un buen refugio, pues la noche podría ser incómoda si finalmente comenzaba a llover.
Llevaban ya cuatro días cabalgando, durante los cuales habían sostenido animadas charlas sobre sus anteriores aventuras, sobre las diferencias entre sus órdenes de caballería y sus culturas y sobre sus respectivas religiones. Tanto Saryon como Adrash habían encontrado a un grato compañero de viaje en el otro, y el hecho de compartir sus preocupaciones, sus sueños y parte de sus pasados había comenzado a crear lazos de amistad entre ambos, sin duda reforzados por el hecho de que se habían salvado la vida cuando se conocieron, o incluso antes.
Saryon ya sabía por qué aquel hombre había sido nombrado noble entre los elfos, y tratado con honores entre ellos. Tenía una fuerza interior, una voluntad y una furia capaces de mover cualquier cosa. En todo lo que hacía ponía pasión e intensidad, y en él no había medias tintas, a pesar del aire de cinismo que desprendía siempre. Cuando comenzaba algo, cuando decidía hacerlo, iba a por todas, y esa podía ser una gran virtud en los tiempos que parecían acercarse. Adrash podía llegar a ser temerario, pero hasta eso, a veces era un don. Se había percatado de que había algo más detrás de todo eso, alguna motivación oculta, pero no podía saber qué era, ni Adrash parecía dispuesto a revelársela.
Lo que sí tenía claro es que Adrash habría sido ya no sólo un gran compañero de aventuras durante la guerra contra Oriente, sino también una gran ayuda en la batalla. Desde luego, si se decidía a quedarse en Isvar y ayudarles, sería un gran aliado.
Cabalgaban lentamente, ascendiendo la parte más suave de la ladera de una colina cubierta con hierba alta, cuando Adrash comenzó a parecer preocupado, tenso. Miraba a su alrededor como si buscase algo… Algo más peligroso que un refugio.
-¿Qué ocurre?- Saryon comenzó a mirar a su alrededor también.
-Hay algo que no me gusta.- La faz de Adrash continuaba seria- No sé dónde, ni qué es, pero creo no nos agradará en absoluto.
-Tranquilo, esta zona es bastante segura. No suele haber lezzars por aquí.
-No estés tan seguro. Mi intuición no suele fallarme.-Adrash esbozó su media sonrisa.- Aunque a veces lo hace.
-Espero que ésta sea una de esas veces. Los caballos están cansados, y yo también lo estoy. No me gustaría nada tener que combatir ahora.
-La edad es vuestro peor enemigo, caballero. -Adrash realizó una reverencia burlona.
-Todavía me quedan muchos mandobles que dar, Adrash, no lo olvides.- Ambos rieron.- Será mejor que acabemos de subir a la colina antes de que esté demasiado oscuro. De paso echaremos un vistazo.
Los dos caballeros espolearon sus caballos y continuaron con su ascenso. Adrash seguía preocupado, mirando a su alrededor. Cuando llegaron a la cima de la colina, echaron un lento vistazo al valle que estaba ante ellos. En el fondo había un pequeño bosque, pero nada que les llamase la atención.
-Parece que esta vez tu intuición te ha fallado.- Saryon sonreía tranquilo.
-Mira.
Adrash señalaba hacia un punto cercano al bosquecillo. Saryon tardó un momento en ver lo que le señalaba. Efectivamente, del bosque salía un hombre ataviado con una extraña armadura de algún metal de un color entre el bronce y el cobre. A pesar de lo que debía de pesar esa armadura, el hombre corría a considerable velocidad. Era muy alto, y a pesar de ser de complexión delgada, estaba seguro que pesaba bastante más que él. Cuando el hombre estaba a unos cien metros del bosque, comenzaron a salir de él varias figuras, también corriendo, y formando un arco tras el primero de los hombres. Eran media docena de hombres lagarto de escamas negras.
-No sé lo que está ocurriendo, pero seguro que no es una carrera.- Adrash desenvainó su arco y colocó una flecha dispuesta a ser disparada.- Ataquemos por el flanco, eso nos dará tiempo antes de que lleguen todos los lezzars a nosotros.
-Me parece bien.-Saryon agarró su espada bastarda y se dispuso a cargar.
Los dos caballeros cabalgaron colina abajo, lentamente al principio para evitar ser vistos y, en el momento en el que los lagartos se percataron de su presencia, comenzaron a galopar hacia ellos. Saryon vio una flecha pasando junto a él, directa hacia uno de los lezzars más alejados. Cuando estaba a punto de impactar en su objetivo, la flecha entera se convirtió en un cono de llamas que chocó contra el pecho de la criatura, esparciéndose como si fuese aceite y pegándose a la piel de su pecho y su rostro. El ser se lanzó al suelo, intentando apagar aquel doloroso fuego. Antes de que los caballeros llegasen al cuerpo a cuerpo, ya había dejado de moverse, y su carne se consumía alimentando las llamas.
-¡Ja!- Adrash sonreía mientras colgaba el arco de su hombro y desenvainaba su espada.- ¡Una para los elfos!
Los lezzars continuaban en pos de su objetivo, a pesar de haber observado la carga de los caballeros. Aquellos seres parecían más evolucionados que los que siempre había visto. Eran más altos, parecían más ágiles y fuertes, y portaban cimitarras metálicas y escudos de color negro, sin ningún tipo de símbolo. Sus escamas, además, eran de color negro brillante, y parecían más gruesas que las que había visto hasta el momento. Su rostro también era más humano, más expresivo, los ojos de mayor tamaño y la lengua más gruesa. En cierto modo le recordaban a aquel líder que casi había acabado con ellos en el bosque. Todos ellos corrían como si no existiese el cansancio. El hombre también continuaba corriendo, como si no se hubiese percatado de que venían en su ayuda.
Saryon se dirigió hacia el lagarto más cercano, que se giró para plantarle cara. Amagó pasarle de largo por su derecha, y su rival se limitó a taparse con el escudo para intentar un contraataque si su enemigo cometía un error. Cuando ya parecía que Saryon no iba a atacarle, el caballero tiró de las riendas, haciendo que Irwen se encabritara. Cuando su montura bajaba sus patas delanteras, Saryon lanzó un golpe hacia atrás, que impactó en el hombro de la criatura, casi cortando el brazo. El rostro de su rival también golpeó el suelo con el impulso del golpe.
Adrash cabalgó en línea recta hacia uno de los lezzars. Cuando el caballero estuvo lo suficientemente cerca para atacar, el ser se cubrió la cabeza y la parte superior del torso con el escudo, intentando evitar la mortal carga. En ese instante, Adrash saltó del caballo hacia el hombre reptil, y golpeó fuertemente a la criatura, derribándola y cayendo sobre ella. Su escudo salió despedido a varios metros de distancia. Cuando su rival pudo reaccionar, Adrash estaba arrodillado sobre su pecho, apretando su faz contra el suelo con la mano izquierda. Un solo golpe de su espada en el cuello de la criatura, y ésta dejó de forcejear.
De pronto, los otros tres seres reaccionaron de manera extraña, como si acabasen de despertar de un mal sueño. Miraban a su alrededor confusos, desubicados, hasta que vieron a los dos caballeros dirigiéndose a atacarles, momento en el que decidieron huir. Dos más cayeron a causa de las flechas de Adrash. Al último de ellos lo perdieron de vista.
Saryon buscó al hombre que huía con la mirada, estaba derribado en el suelo, boca arriba, y respiraba profundamente. Caminó hacia él, y cuando estuvo a unos pasos, dijo:
-¿Estáis bien, caballero?
El hombre intentaba recuperar el resuello, con la vista perdida en el cielo. Su pelo era lacio y completamente negro y lo suficientemente largo como para casi formar una melena. Su piel era extraña, pálida y a la vez brillante, con un matiz verdoso que le hacía parecer enfermo. Sus ojos, almendrados y cubiertos por unas finas pero a la vez tupidas cejas, unidos a la forma de su mandíbula y su cabeza, le hacían parecer de una de esas tribus que habían venido con los orientales años atrás. Su boca era de labios finos y casi desprovistos de color, y su nariz, ancha y fuerte, subrayaba la fortaleza que desprendía su rostro, completamente lampiño. Algo había en la cara de ese hombre que recordaba a un reptil, probablemente el conjunto de sus rasgos, y por otro lado, el rostro se le antojaba conocido, no sabía bien porqué.
Lo más sorprendente de todo era el diseño de la armadura que portaba. Llevaba grandes hombreras, que sobresalían casi un palmo de sus hombros, y sin embargo, tanto la pechera como las perneras y los brazales parecían ajustarse a la perfección a la forma de su cuerpo, marcando sus músculos. Toda ella era del mismo material, desconocido para Saryon, más bien mate y con un tono cercano al bronce, aunque algo más grisáceo que éste. Las zonas en las que la armadura debía ser flexible, los codos, el vientre, las axilas y la parte trasera rodillas, estaban recubiertas por un laminado perfectamente acoplado que permitía el movimiento. Las coderas y rodilleras, al igual que las hombreras, eran bastante prominentes. Las botas, del mismo metal, parecían fundidas al resto de la armadura. Sin embargo, no llevaba guantes. De su cintura, de un enganche que también parecía ser parte de la armadura, colgaba una espada del mismo material. Lo más impresionante de todo era la decoración de la armadura. Toda ella estaba recubierta por largas y estrechas líneas que se entrelazaban de forma caótica por toda su superficie, girando siempre en curvas cerradas, lo que producía un extraño efecto al observarla. En la parte izquierda de la pechera había tallada lo que parecía una garra cuyos dedos se introducían en la armadura, como si estuviesen agarrando el corazón de aquel hombre. Si esa armadura había sido hecha por un artesano, su valor debía ser incalculable.
-Ellos…-Le costaba mucho trabajo hablar, y parecía como ido. Su voz era ronca, jadeante.-Ella me quiere… No…
-¿Ella? ¿Quién es ella?
-Ella… -El hombre se estremeció de dolor- Ella no va a renunciar a mí… Vendrán mas... debéis iros… Vosotros no tenéis la culpa…
-No soy el tipo de persona que abandona a un hombre en vuestro estado. Si vienen más ya nos las apañaremos. -Saryon comenzó a buscar rastros de heridas en aquel hombre, por si pudiese ayudarle en algo- Pero decidme, ¿quién es ella?, ¿por qué os persigue?
Adrash llegó de perseguir al último lagarto, a caballo.
-Escapó… ¡maldita sea!- Saryon le hizo un gesto indicándole que guardara silencio y escuchara.
-Ella… ella era yo, y yo era ella… Ahora no sé… no sé quién soy… Ella es… es…-Mirko se retorció, como si pronunciar su nombre le causara dolor- Ovatha… y creo que yo soy Mirko... al menos, parte de mí lo es...
-¿Mirko? Vuestro rostro me resultaba conocido, y con razón. Servisteis a mi cargo hace cinco años, cuando comenzó la expansión al norte… ahora os recuerdo perfectamente, fuisteis capturado en una batalla. Pero habéis cambiado mucho… ¿qué os ha ocurrido?
-Sí… Saryon… recuerdo… pero hace ya tanto tiempo que… Yo ya no soy Mirko... al menos no sólo soy Mirko… Ella… Ella me ha robado a mí mismo...- Mirko hizo un nuevo gesto de dolor, y se llevó las manos al vientre.- Ella sabe donde estoy… y van a venir más…
Mirko se revolvió sobre si mismo y, echando de nuevo las manos al vientre, comenzó a vomitar. Lo que salió por su boca fue sangre. Acto seguido quedó inconsciente.
-¿Quién diablos es este hombre?- Adrash no parecía muy complacido por lo que acababa de ver- ¿Y quién es esa Ovatha?
-Es un antiguo compañero de armas. Y no sé quién o qué es esa Ovatha, pero por lo que he entendido, es quien envió a los lagartos tras él. Quizá sea el líder que estábamos buscando.
-Si es así, tiene unas cuantas cuentas pendientes conmigo. Si este hombre sobrevive, puede ser una magnífica fuente de información. Si logramos entender algo de lo que dice…
Saryon tenía tomada la muñeca de Mirko.
-No entiendo nada. Después de perder esa cantidad de sangre tendría que estar muerto. Está frío, pero está vivo. Y su corazón late con fuerza. Creo que no puedo ayudarle en nada, al menos por ahora.
-Entonces será mejor que sigamos camino y lo llevemos con nosotros. Uno de ellos escapó y podría venir con más.
-Tienes razón. Cabalgaremos durante la noche para asegurarnos.
Los dos caballeros cargaron al inconsciente Mirko sobre la grupa de Irwen, que no se incomodó en absoluto por su peso. Al poco rato estaban cabalgando hacia el sur, con la esperanza de cruzar uno de los grandes puentes esa misma noche.

Escrito por Cronos el jueves, 26 de noviembre de 2009

Nido de misterios.

Comenzaba a hacer frío. Un manto de oscuras nubes cubría el cielo y una brisa helada proveniente de las colinas del norte atravesaba la llanura. Parecía que iba a llover, y estaba oscureciendo muy rápido para la altura de la tarde en la que estaban. Vanya, segura ya de que estaba en el lugar que buscaba, bajó de su caballo. Un buen animal, sin duda. Pequeño, ligero y rápido, el caballo ideal para un elfo.
Miró a su alrededor. Al norte, a medio día de camino a caballo estaban las estribaciones de las colinas de Senarel, que separaban las amplias llanuras del vasto Desierto de Sendar, en cuyo límite nororiental estaba la colonia de los elfos de Iniriel, de la que provenía Adrash. No pudo evitar sentir cierta rabia cuando recordó al Caballero del Fénix. Al sur, a casi otro día de camino a caballo, al menos en ese caballo, se podían ver, a pesar de la falta de luz, el comienzo del gran bosque en el que se hallaba Arbórea. Al este y al oeste, la llanura continuaba hasta el límite de su vista. En medio de todo esto, nada. Sólo hierba, una enorme extensión casi plana de hierba que cubría días y días de camino de este a oeste.
En este lugar se encontraba hasta hacía unos meses el principal enclave de los lezzars. Pero poco quedaba de dicho enclave. Ahora, lo único que se podía observar que indicase que habían estado aquí durante años, o quién sabe si siglos, eran los senderos marcados en la hierba dura y semiseca del suelo, los huecos dejados por multitud de hogueras, y los restos de un par de chozas quemadas hacía ya semanas. De los hombres lagarto, nada. Ni uno solo, ni un movimiento, ni un ruido que rompiese la monotonía de la brisa. Tan sólo el silbar del aire al atravesar la hierba.
Sin embargo, estaba intranquila. Algo le decía que había peligro cerca, más cerca de lo que quería creer. Parecía que aquellos seres repugnantes hubiesen desaparecido en medio de la nada, sin dejar ningún rastro. No habían ido al norte ni al sur, y sus espías y vigilantes al este y al oeste no habían visto nada de ellos. Un grupo tan grande de lezzars no pasaba desapercibido fácilmente. Y menos en aquella estéril llanura. Tenían que estar en algún sitio, pero no se le ocurría dónde.
Acarició un par de veces a su caballo para que estuviese tranquilo. Ajustó el enganche de su espada y afirmó su arco sobre el hombro. Comprobó que el carcaj estaba en su posición exacta y, sin alejar la mano derecha de la empuñadura de su espada, se dispuso a acercarse a los restos de las chozas, procurando hacer el menor ruido posible, sin sacar ojo de los pocos lugares en los que alguien pudiera estar oculto. Su corazón latía bastante acelerado. Estaba segura de que allí había algo, sentía un peligro latente.
Avanzó lentamente hasta que estuvo cerca de la entrada chamuscada de una de las chozas. Era circular, de cinco o seis pasos de ancho, construida con madera y pieles curtidas, y estaba casi completamente derrumbada en el suelo. Nadie podía estar allí. Echó un vistazo al suelo, en busca de alguna pista sobre el paradero de aquellos seres. Nada. Sólo trozos de madera quemada y de cuero. Ni una sola inscripción en el cuero, nada que llamase su atención. Tendría que acercarse a la otra choza.
Comenzó a caminar poniendo su atención en no hacer ruido, y en escuchar los sonidos que le llegaban. Sólo el viento. La otra choza estaba más entera. Las paredes de pieles curtidas se mantenían en pie en parte, y el techo, del mismo material, estaba caído sobre el suelo. No podía estar segura de que allí no hubiese nadie oculto. Descolgó lentamente el arco de su hombro y sacó una flecha del carcaj. Tras colocarla en la cuerda del arco, agarró ambos con la mano izquierda, dispuesta para disparar si algo ocurría. Avanzó unos pasos más rodeando la choza, hasta que estuvo segura de que todo su interior había estado al alcance de sus ojos. Entonces avanzó hacia ella. No había nadie allí. Sin embargo su corazón seguía acelerado, seguía tensa. Cuando estuvo a unos pasos de la choza, más grande que la otra, aunque de construcción similar, volvió a colocar el arco en su lugar, y desenvainó su arma. Continuó avanzando, espada en mano y comenzó a examinar los restos en busca de cualquier cosa que le aportase información.
Caminaba sobre las pieles curtidas que habían formado el techo. Al dar un paso, el suelo a sus pies falló, y se vio engullida por la tierra.
Se golpeó con el suelo en un nivel inferior. Estaba rodeada de una tupida oscuridad que sus ojos de elfa sólo podían penetrar a duras penas. Rodó sobre si misma en el suelo, hasta que notó el impacto de una pared contra su hombro. Se quedó en cuclillas, pegada contra la pared, intentando acallar el sonido de su respiración, sin dejar de agarrar fuertemente su espada, lista ante cualquier ataque. ¿Cómo podía haber sido tan descuidada? Poco a poco, fue controlando su respiración y sus ojos se fueron acostumbrando a la falta de luz.
Estaba en una cueva estrecha, sin duda de origen natural. No era demasiado alta, aunque podría caminar erguida por ella cómodamente. La cueva continuaba hacia los lados, sinuosa, hasta que desaparecía de su vista en la penumbra. Trozos de piel curtida colgaban sobre ella del hueco en el techo. Se incorporó y tiró de los jirones de piel para asegurarse de que tenía una salida. Estaban firmes. Con el estruendo que había hecho al caer, si había alguien allí dentro, ya sabría de su presencia, así que necesitaba una salida segura.
Miró de nuevo hacia los lados. Seguía sintiendo esa sensación de peligro, pero no había nada que le indicase el motivo. Se mantuvo en silencio unos instantes, aguantando la respiración, y le pareció oír un sonido, similar a un latido lejano, a su derecha. Ninguna señal que indicara actividad hostil. Decidió avanzar hacia aquel extraño latido. Las paredes de la cueva eran irregulares y estaban húmedas. El latido era cada vez más claro.
Según avanzaba, la cueva se iba iluminando tenuemente. La luz, que provenía del lugar hacia el que avanzaba, era de un tono más bien verdoso y su intensidad variaba a la vez que el sonido latente que oía, dándole a su alrededor un aspecto fantasmal.
La sensación de peligro fue a más mientras avanzaba por el pasillo. Las variaciones de la luz hacían que viese peligro en cada saliente de la roca, en cada hueco. Sin embargo seguía sin oír nada. Su corazón latía cada vez más fuerte y su cabeza le pedía cada vez más insistentemente que diese la vuelta y volviese con refuerzos. Hizo caso omiso de ambos y siguió caminando. Aquella misión se la habían encomendado a ella, y la llevaría a cabo.
La cueva se ensanchaba algo más allá de donde estaba. La luz parecía provenir de allí, al igual que el sonido de los latidos, que cada vez confundía más con los suyos. Desenvainó de nuevo la espada y se acercó lentamente. Sólo podía oír latidos, nada más. No parecía que hubiese nadie allí, sin embargo aquella luz tenía que tener un origen. Se acercó pegada a la pared al borde de la zona que se ensanchaba. Escuchó unos segundos y, en cuanto tuvo arrestos, asomó la cabeza y echó un vistazo al interior.
El espectáculo era sumamente desagradable. Pegadas a las paredes de la cueva había lo que parecían varias crisálidas que casi llegaban al techo, de piel semitransparente, pegadas con lo que parecían mucosidades al suelo. Dentro de las bolsas había seres vivos inmersos en un extraño líquido de color verdoso y transparente. Casi todos parecían humanos, pero había algo raro en ellos. La luz verdosa provenía de esas crisálidas, igual que los sonidos de latidos.
Volvió a asomar la cabeza para comprobar que no hubiese nadie en la zona. Esta vez permaneció unos segundos esperando algún movimiento extraño. Ninguno. Salió de la protección que le ofrecía el recodo en la cueva y, antes de examinar las crisálidas, comprobó las entradas de la habitación. La cueva se cerraba al final, y había unas escaleras labradas en el suelo, que quedaban sumidas en la más completa oscuridad unos pocos escalones más abajo.
Se situó de manera que las escaleras quedasen dentro de su ángulo de visión y comenzó a examinar las crisálidas. La visión era repugnante. Tuvo que contener las náuseas por momentos. La sensación de peligro era ahora enorme. Dentro de cada crisálida, envuelta en una especie de piel gruesa transparente y recorrida por lo que parecían venas, había la figura de un hombre. Daban la impresión de estar sufriendo algún tipo de metamorfosis. Varios de ellos tenían facciones similares a las de los lezzars. Sus manos tenían dedos arqueados y uñas largas, y la forma del cráneo recordaba a las de esos seres. Su piel tenía aún restos de escamas, pero parecía que se estuviesen transformando en algo mucho más humano, o, por el contrario, que un hombre se estuviese convirtiendo en un lagarto. Una de las figuras era especialmente humana. No quedaba ni rastro de las escamas en su piel, y sus facciones eran las de un hombre. Especialmente familiares, además, aunque el líquido en el que estaban sumergidos dentro de esas bolsas deformaba el aspecto de su rostro.
Arriesgándose a que alguien llegase por las escaleras y la sorprendiera, se acercó a aquella crisálida. Los demás cuerpos estaban totalmente inmóviles, como muertos, pero éste no. Sus manos se abrían y se cerraban de vez en cuando, y sus brazos parecían moverse lentamente. Se fijó de nuevo en su rostro. Había una expresión de sufrimiento en él, y la cara le resultaba conocida. Ni un solo pelo cubría su piel, quizá por eso, pensó, no era capaz de reconocerlo.
De pronto cayó en la cuenta. ¡Saryon! ¿Qué estaba ocurriendo? Saryon había salido en dirección contraria a la suya, no era posible que le hubiesen traído hasta ese lugar. ¿Qué hacia allí entonces? Fuera lo que fuese, no parecía muy contento de su presencia en aquella bolsa. Con la punta de la espada, rajó la parte baja de la crisálida. El liquido, espeso y grumoso comenzó a esparcirse a sus pies. Saryon, o lo que fuera aquello, comenzó a mover los brazos y a romper la bolsa con sus manos. Al poco rato estaba completamente libre. Vanya le hizo una seña para que se mantuviese en silencio. Entonces el ser, con un movimiento demasiado lento, como aletargado, pero aún así realizado con fuerza, intentó golpear la cabeza de Vanya con su puño derecho. Vanya, sorprendida, esquivó el golpe a duras penas. Con el mismo giro empleado para esquivar, en un acto instintivo, Vanya abrió el vientre de aquel ser con el filo de su espada como si fuera mantequilla, haciendo que los intestinos de lo que parecía ser el caballero cayesen por la herida, desprendiendo un olor fétido.
Aquella cosa soltó un grito agudo, absolutamente inhumano, que se clavó profundamente en sus oídos. Vanya miró el cuerpo derribado y vio que su sangre, que manaba en abundancia por la herida abierta, era de color verde y de aspecto viscoso. Se alegró de que aquello no fuese quien parecía ser, y, a la vez, comprendió muchas cosas que parecían un misterio hasta hacía poco. Debía hablar con Saryon, con el verdadero Saryon, cuanto antes. Él y los suyos serían los principales afectados por lo que había descubierto.
Oyó pasos en las escaleras. Parecían bastantes, y bien armados. Espada en mano, comenzó a correr hacia la salida, rezando porque no viniesen más por el otro lado. Cuando llegó a la parte de la cueva en donde estaba la salida, a duras penas vio a cuatro lezzars de escamas grandes, brillantes y casi completamente negras, avanzando hacia ella. Eran más grandes de lo normal, y el color de sus escamas era muy extraño. La salida estaba casi a medio camino entre ella y aquellos seres. Los que venían por detrás estaban cerca. Sólo le quedaba una opción.
Corrió directamente hacia los lagartos que estaban ante ella, como si estuviera cargando, vociferando el grito de guerra de los elfos de Arbórea, con la esperanza de que aquellos seres decidieran aguantar su carga y la dejasen salir. Los lezzars, lejos de amilanarse, lo que hicieron fue lanzarse al ataque con más fuerza. Las distancias iban a estar justas. Cuando tanto ella como los lagartos estaban a unos pasos del hueco en el techo de la cueva, lanzó su espada hacia ellos y dio un gran salto hacia delante y hacia arriba. Rezó por haber medido bien las distancias y por que las pieles aguantaran. Cuando sintió el contacto del cuero en sus manos, agarró con fuerza y se impulsó hacia arriba.
En un solo instante estaba en cuclillas sobre el suelo, apuntando con su arco al hueco. Se había librado por poco.
Uno de esos seres asomó la cabeza por entre las pieles. Soltó la tensa cuerda del arco y su flecha se clavó en el ojo derecho del ser, que cayó por el hueco de nuevo. Era el momento de correr. Ellos sabían que no podían salir por ahí, pero quizá hubiese otras salidas ocultas, y no le apetecía esperar a averiguarlo.

Cuando sintió por fin el calor del lomo de su caballo bajo ella, comenzó a sentirse más tranquila. Había muchas noticias que dar, y el tiempo era fundamental. Tardaría dos días en llegar a Arbórea aun cabalgando sin parar. El caballo no tenía la culpa, y quizás muriese por ello, pero aquellas noticias eran demasiado importantes. Alguien había dicho que los elfos nunca tenían prisa. Quizá por eso ella era lo que era. Y después de esto, quizá los que la despreciaban por lo que era comenzarían a apreciar su ayuda. Y si no tampoco tendría importancia.

Algún día sabrían quien era Vanya Meldarin.

Escrito por Cronos el jueves, 26 de noviembre de 2009

El dios perdido.

Benybeck comenzó a echar un vistazo por el camarote con gesto distraído, mientras silbaba una inconexa tonadilla. El camarote del capitán del mercante estaba decorado con bastante mal gusto, y muy recargado. Tapices por paredes y suelos, cuadros, unos cuantos jarrones, una mesa grande y una silla que parecía muy cómoda aunque era demasiado grande para él. En un lateral había una cama que también parecía muy cómoda, al menos en comparación con los sucios catres en los que dormían los marineros. Desde luego, nada de tamaño lo suficientemente pequeño como para llamar su interés.
Tenía que buscar compartimentos secretos... pues vaya. De lo que sabía sobre compartimentos secretos, lo más destacable era que solían estar muy ocultos, y en ese camarote había demasiados sitios en los que mirar. Paseó de un lado a otro observando las imágenes representadas en los tapices, la mayoría de ellas relativas a batallas navales o con retratos de hombres con aspecto de capitanes de barco. Ninguno tenía un aspecto tan impresionante como el Hoja Afilada éste... es más, casi todos parecían gorditos ricachones... Benybeck se sintió orgulloso por momentos de su capitán... era un hombre muy extraño, siempre con ese aire melancólico y frío a la vez.
Ya llevaba dos días en el barco, sin contar el tiempo que había pasado en el barril y, salvo el asalto al primer mercante, todo había sido bastante aburrido… hasta ahora. La escena había sido muy parecida. El combate había sido rápido y realmente poco sangriento, al contrario que la persecución, que les había llevado toda una tarde. El capitán del mercante se rindió al poco de comenzar la lucha y ahora le tocaba a él buscar en los camarotes donde suponían que había lo que realmente buscaban, oro, pues el mercante iba casi vacío y no llevaba nada de valor en sus bodegas.
Se fijó en la cara de uno de los retratos, el que estaba justo detrás de la gran mesa del capitán, sobre la que había varios libros, un mapa grande que dobló y guardó cuidadosamente en un bolsillo interior lo bastante amplio, y varias plumas que tardaron poco en seguir el camino del mapa. La cara del tipo con aspecto de capitán era redondeada, pero había algo extraño, el rostro le recordaba al de un orco. Era esa mandíbula tan prominente. Se acercó al tapiz y, viéndolo desde abajo, pues la cara de la imagen estaba bastante más alta que la suya, se dio cuenta de que tras él había algo que sobresalía.
Acercó la silla al tapiz y se subió sobre ella, de manera que su cara y la del capitán representado estaban ya a la misma altura. Palpó el tejido con cuidado y sus sospechas se confirmaron inmediatamente. No era una punta... mas bien parecía algo así como una cerradura. Con su daga recortó la cara del tipo gordito, y, tras guardar el pedazo de tela como recuerdo, se fijó en el hueco que había dejado. Si había algo que merecía ser llamado compartimento secreto, era aquello. Y la cerradura era realmente buena, podía verse a simple vista, casi seguro la había fabricado un cerrajero enano o incluso gnomo. Era todo un reto. Y probablemente, carísima.
Buscó un buen rato por los bolsillos, reuniendo su equipo de cerrajero. Finalmente sacó varias ganzúas de tamaños distintos y un par de dedales. Recordó las palabras que siempre le repetía su padre, una de las personas más sensatas del mundo, casi tanto como el mismísimo Ragnar, cuando le enseñaba el arte de abrir cerraduras. Por supuesto ese arte no servía para robar, que eso estaba muy feo, sino como una manera de mostrarles a "esos enanos tan gruñones y a esos gnomos tan parlanchines" que su trabajo presuntamente insuperable era sólo una manera de divertirlos a ellos. Su padre siempre le decía que si un humano era capaz de pagar a un enano una cerradura, probablemente también seria capaz de pagar por una buena dosis de veneno mortal a alguien, así que, si tratabas con una de estas cerraduras, los dedales eran realmente necesarios si no querías acabar muerto delante de tu diversión. Se puso los dedales y comenzó a hurgar con sus ganzúas. Al poco de comenzar, activó un mecanismo que podía ser el de apertura de la cerradura. Pero no lo era. ¡Cuánta razón tenía su padre! Una aguja hueca y perfectamente afilada golpeó su dedal del dedo índice, vertiendo su letal contenido en el metal. Benybeck sonrió. Si creías que con esto podías vencerme, estabas muy equivocado, enano gruñón. Se imaginó a un ser barbudo trabajando concienzudamente en lo que creía que sería su obra maestra, la cerradura más segura de todo el mundo, de toda la historia, y no pudo evitar compadecerle.
Siguió hurgando en la cerradura, buscando la combinación exacta con la que abrirla. De pronto, oyó un sonido hueco bajo él. El tapiz estaba agujereado a la altura de sus rodillas, y un dardo, con todo el aspecto de estar envenenado, estaba clavado varios centímetros en el respaldo de la silla. De nuevo, Benybeck sonrió. Ese gruñón no había pensado en que un miuven fuese a intentar reventar su cerradura. El dardo le había pasado entre las piernas sin siquiera rozarle. Imaginó de nuevo al enano, pero esta vez no tuvo lástima de él. Incluso le odió un poquito. Eso era jugar sucio.
Volvió al trabajo, casi seguro de que no habría más trampas. Forcejeó durante un largo rato con la cerradura, hasta que por fin, escuchó el leve clic que le informaba de su más que merecido éxito. Sonrió, orgulloso, y abrió lo que parecía la puerta de un pequeño armario hábilmente oculta en la pared.
El compartimento era realmente pequeño, pues todo su interior estaba acolchado. Pegado al fondo del hueco, y ocupando prácticamente todo el espacio, había un pequeño cofre de madera, reforzado con metal. No tenía cerradura. Vaya, qué aburrido.
Sacó el cofre del compartimento y le dio la vuelta. No sería el primero en morir por un dardo envenenado que salía de un inocente cofre sin cerradura. Lo abrió cuidadosamente con sus pulgares. No había ninguna trampa. Le dio de nuevo la vuelta y observó maravillado lo que contenía. Gemas. De un enorme valor, apostaría. Diamantes, rubíes, esmeraldas... Valía más lo que había en aquel cofre que el barco entero. El capitán estaría muy contento, y seguro que no echaría de menos una de esas preciosas piedras.
Le llamó la atención algo que asomaba en medio de las gemas. Parecía un trozo de metal adornado con filigranas de aspecto extraño. Lo sacó del cofre. Era una especie de estrella de tres puntas, decorada con tal profusión que rondaba el mal gusto. ¿Qué sería aquello? Decidió meterlo, junto con una de las hermosas piedras, en uno de sus bolsillos.
-Quédate la gema si quieres, pero déjame ver lo otro.- Benybeck dio un respingo al escuchar la fría voz del capitán Eidon Hoja Afilada.
-Yo.... no pretendía quedármelo... mmm... supuse que era importante y decidí guardarlo para enseñártelo más...
-Conozco a los miuvii, y cuando te ofrecí que te unieses a mi tripulación sabía que recibirías un buen pago por tus servicios. Es obvio que mereció la pena. Ninguno de mis hombres hubiese sido capaz de encontrar ni abrir ese compartimento. Ahora déjame ver esa joya.
Benybeck se bajó de la silla y se acercó a la puerta, donde estaba el capitán. Se sentía un poco humillado por no haberle oído llegar. Le tendió el medallón y éste lo tomó. El capitán lo observó por un rato, pensativo. Parecía recordar algo y, poco a poco, en su rostro se fue acentuando aquella expresión de tristeza que siempre tenía, hasta que ésta, de pronto, se tornó en furia.
-¡Traedme al capitán!-Benybeck dio de nuevo un respingo ante el inesperado grito.
El capitán salió al exterior y el miuven observó la escena desde la puerta. Los antiguos ocupantes del mercante estaban todos alrededor del palo mayor, sobre la cubierta, desarmados. A su alrededor estaba parte de la tripulación del Intrépido, vigilándolos. El contramaestre, el hombre al que había visto gritar y dar órdenes cuando salió de las cocinas por primera vez, cogió a un hombre gordo y alto, entrado en años ya, pero con aspecto de haber sido bastante fuerte en el pasado y lo empujó hasta que estuvo ante el capitán Hoja Afilada. Aquel hombre vestía una casaca celeste de bastante calidad, bajo la que llevaba una buena camisa, y unos pantalones negros de cuero, además de unas botas del mismo color. Aunque ya no tenía pelo en la coronilla, llevaba el poco cabello que le quedaba largo y recogido en una coleta, al más típico estilo de los hombres de mar de cierto rango. Benybeck se imaginó que con un sombrero, esa coleta tendría un aspecto bastante menos ridículo.
El capitán Hoja Afilada tiró aquella extraña cruz a los pies del infortunado hombre de mar y, sin perder el tono de furia y rencor en la voz, preguntó:
-Explícame qué es esto, y qué hacía en tu camarote.
-No... No lo sé... estaba... en el cofre que teníamos que transportar- Parecía muerto de miedo, como si estuviese ante un demonio.
-Mientes. Y sabes que puedo averiguar si me dices la verdad.- Había muerte en las palabras de Hoja Afilada.
-¡Es la verdad!-Aquel hombre comenzó a temblar, como si estuviera seguro de lo que le iba a suceder.- Yo no...
El capitán cogió al prisionero por la coleta y le dio la vuelta de un firme tirón. El hombre soltó un quejido lastimero. Benybeck pudo ver desde la puerta lo que Eidon buscaba en la nuca del capitán capturado. Una cruz, similar a la figura de metal que había encontrado en el cofre, de un par de dedos de ancho, marcada a fuego en la piel de aquel desgraciado.
-Tienes la marca- Sin mediar un instante, el capitán zancadilleó al prisionero sin soltarle la coleta, hasta que cayó al suelo.- ¡Tiene la marca!- Aquel grito sonó sobre toda la cubierta. Como una señal de lo que iba a ocurrir, se hizo el silencio. Sólo se oían los sollozos del hombre que estaba derribado en el suelo.- ¡Todos... todos los que llevéis la marca de ese dios maldito, sabed que vais a correr la misma suerte que éste!- El grito rompió el silencio, sólo perturbado por el rumor del mar golpeando el casco de los dos barcos que flotaban unidos sobre las aguas. El capitán Hoja Afilada desenvainó su sable con la mano que le quedaba libre. Se inclinó hasta que su boca estuvo cerca del oído del hombre derribado en el suelo, que estaba sollozando como un niño. Sólo el miuven pudo oír las palabras del capitán.
-Créeme, buen hombre, que lo que voy a hacer lo hago por ti y por tu alma.
El hombre comenzó a reír a carcajadas. Aquella risa estaba llena de maldad y de locura.
-¡Estúpidos!- No parecía la misma voz de antes, era más suave y parecía más decidida, aunque el tono de histerismo y locura seguían allí.- ¡No podréis vencerme jamás! ¡Todos vais a morir!
-Aquí sólo va a morir tu siervo. Siente a qué le has condenado- Las palabras del capitán, aunque dichas casi en susurros, sonaron en toda la cubierta mientras levantaba el sable sobre el cuello del condenado.
De nuevo esa terrible carcajada resonó en el aire, hasta que se convirtió en un grito de agonía cuando el capitán Hoja Afilada golpeó con su sable. En un solo instante, la cabeza de aquel hombre rodó por la cubierta, dejando un reguero de sangre sobre ella. Hoja Afilada limpió el filo de su sable en la casaca del muerto, y tras ello lo envainó. Mirando al contramaestre, dijo:
-Ya sabes lo que tenéis que hacer. Voy a descansar, no me molestéis.- De nuevo, la furia había desaparecido, y aquella melancolía volvió a su voz y su rostro. Con paso cansino, cruzó la cubierta y pasó al otro barco, hasta que entró en su camarote, bajo el castillo de proa del Intrépido.
El contramaestre hizo un gesto a sus hombres, que comenzaron a examinar, uno por uno, a los marineros del mercante, en busca de la señal de aquel dios maldito. Benybeck cruzó al Intrépido, sin poder evitar oír los gritos de terror de los hombres cuyo destino estaba marcado en su nuca. Trepó al palo mayor, al puesto de vigía y se quedo allí, pensativo, mirando al horizonte.
Al poco tiempo, seis cuerpos y seis cabezas flotaban sobre el mar, esperando a ser devorados por los tiburones.

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