Escrito por ObservatoriuLlaboral el martes, 29 mayu de 2007
Los empleados de la fábrica de San Claudio afrontan el día a día pese a no cobrar tres mensualidades La nota común: apretarse el cinturón o acudir a la familia.
28/05/2007 AINHOA PALACIO
Llevan varios meses sin cobrar pero no pretenden "dar pena". Como ellos, el resto de trabajadores de la fábrica de loza de San Claudio hacen malabarismos a diario para intentar que la situación no se ponga más cuesta arriba mientras la cosa no cambie. Y, de momento, con ayuda de familiares y amigos, lo consiguen. El dinero no entra pero "los recibos siguen llegando".
Nacho Granda y Daisy González, de 31 años, llevan tres casados. Trabajan en la factoría desde "hace 12 y 13 años" pero se conocen desde el colegio. Ella en el departamento de decoración y él elaborando las asas de las soperas, las ensaladeras... El caso de Mari Paz García, de 49 años, es algo distinto. Vive sola con dos hijos --que están en el paro-- y trabaja en la fábrica desde hace 33 años. Asegura que decorar las vajillas de San Claudio "es lo único" que sabe hacer pero ha encontrado fuerzas, ilusión y esperanza para salir adelante. Y se acuerda del 1983 cuando "no cobramos y nos pagaron con vajillas" En casa de Nacho y Daisy las hay de 1951.
Aunque la situación para la plantilla comenzó a torcerse en verano, el atraso en los pagos está vigente desde febrero. "Antes de marchar de vacaciones nos enteramos de que nos habían puesto en un concurso de acreedores", recuerda Daisy, que debe "todo lo que soy" a la historia de la factoría centenaria: "Mis abuelos se conocieron allí y mis padres se conocieron allí..." El joven matrimonio va tirando con lo que tiene y en los últimos meses les ha servido con "ajustarse el cinturón". "Controlamos pero sin quitar de comer", indica Nacho.
Mari Paz ha reducido "el uso del teléfono" y ha tenido que modificar los hábitos alimenticios de la familia. "Ahora no compro pescado porque me resulta caro" y también ha optado por dejar los filetes de ternera para cuando la situación se solucione. "Casi todas las familias dependen del sueldo de la fábrica y en mi casa dependemos los tres del mío". Su familia estuvo --y sigue-- ahí para apoyarla, pero pedir dinero tampoco le ha resultado fácil. Ni le resuelve el problema. No pierde la esperanza, pero ya no trabaja como al principio: "Entrábamos a trabajar a las ocho y llegábamos media hora antes y nos reuníamos todos para comer", recuerda. "Fue un boom y siempre he tenido la ilusión de jubilarme aquí", añade.
El joven matrimonio lo tiene, a priori, menos complicado. Nacho admite que "casi todos los chavales de la fábrica" buscan alguna alternativa casi desde que comienzan a trabajar allí, pese a que "es un puesto fijo". El y Daisy formaron parte del primer expediente de regulación de empleo y, por el momento, "sólo les deben un mes". Pero ponerse a buscar otra cosa tampoco resulta sencillo: la importancia de la fábrica en su vida pesa demasiado.
Desconectar del conflicto
Dejarse el problema en casa no es tarea fácil. Daisy explica que algunos días resulta "imposible porque la familia y los amigos siempre te preguntan, y lo agradecemos", pero hay momentos en los que tratar de buscar una solución "sin saber nada" se hace duro. Ella y Nacho aprovechan los fines de semana para ir al cámping de Celorio donde tienen una caravana y a donde siempre llevan piezas de loza. "Nos sirve para evadirnos pero también surgen las mismas preguntas", aseguran.
Otra alternativa es centrarse en el trabajo. Desde que saben que tienen un pedido de 310.000 piezas --en tres plazos-- se han unido para terminarlo a tiempo. "Nadie da la cara pero nosotros seguimos unidos". Algunos días "tenemos la moral muy alta pero estamos cabreados y también indignados", expone Nacho. Todos tienen sus teorías. Mari Paz asegura que "es un buen pastel para cualquier empresario y demostramos que funcionamos y estamos bien comunicados por ferrocarril y carretera". Además, está la marca. "Es conocida y cuando vamos a comer nos fijamos en la loza", indica Daisy, que recuerda las "líneas juveniles" de flores y frutas.
28/05/2007 AINHOA PALACIO
Llevan varios meses sin cobrar pero no pretenden "dar pena". Como ellos, el resto de trabajadores de la fábrica de loza de San Claudio hacen malabarismos a diario para intentar que la situación no se ponga más cuesta arriba mientras la cosa no cambie. Y, de momento, con ayuda de familiares y amigos, lo consiguen. El dinero no entra pero "los recibos siguen llegando".
Nacho Granda y Daisy González, de 31 años, llevan tres casados. Trabajan en la factoría desde "hace 12 y 13 años" pero se conocen desde el colegio. Ella en el departamento de decoración y él elaborando las asas de las soperas, las ensaladeras... El caso de Mari Paz García, de 49 años, es algo distinto. Vive sola con dos hijos --que están en el paro-- y trabaja en la fábrica desde hace 33 años. Asegura que decorar las vajillas de San Claudio "es lo único" que sabe hacer pero ha encontrado fuerzas, ilusión y esperanza para salir adelante. Y se acuerda del 1983 cuando "no cobramos y nos pagaron con vajillas" En casa de Nacho y Daisy las hay de 1951.
Aunque la situación para la plantilla comenzó a torcerse en verano, el atraso en los pagos está vigente desde febrero. "Antes de marchar de vacaciones nos enteramos de que nos habían puesto en un concurso de acreedores", recuerda Daisy, que debe "todo lo que soy" a la historia de la factoría centenaria: "Mis abuelos se conocieron allí y mis padres se conocieron allí..." El joven matrimonio va tirando con lo que tiene y en los últimos meses les ha servido con "ajustarse el cinturón". "Controlamos pero sin quitar de comer", indica Nacho.
Mari Paz ha reducido "el uso del teléfono" y ha tenido que modificar los hábitos alimenticios de la familia. "Ahora no compro pescado porque me resulta caro" y también ha optado por dejar los filetes de ternera para cuando la situación se solucione. "Casi todas las familias dependen del sueldo de la fábrica y en mi casa dependemos los tres del mío". Su familia estuvo --y sigue-- ahí para apoyarla, pero pedir dinero tampoco le ha resultado fácil. Ni le resuelve el problema. No pierde la esperanza, pero ya no trabaja como al principio: "Entrábamos a trabajar a las ocho y llegábamos media hora antes y nos reuníamos todos para comer", recuerda. "Fue un boom y siempre he tenido la ilusión de jubilarme aquí", añade.
El joven matrimonio lo tiene, a priori, menos complicado. Nacho admite que "casi todos los chavales de la fábrica" buscan alguna alternativa casi desde que comienzan a trabajar allí, pese a que "es un puesto fijo". El y Daisy formaron parte del primer expediente de regulación de empleo y, por el momento, "sólo les deben un mes". Pero ponerse a buscar otra cosa tampoco resulta sencillo: la importancia de la fábrica en su vida pesa demasiado.
Desconectar del conflicto
Dejarse el problema en casa no es tarea fácil. Daisy explica que algunos días resulta "imposible porque la familia y los amigos siempre te preguntan, y lo agradecemos", pero hay momentos en los que tratar de buscar una solución "sin saber nada" se hace duro. Ella y Nacho aprovechan los fines de semana para ir al cámping de Celorio donde tienen una caravana y a donde siempre llevan piezas de loza. "Nos sirve para evadirnos pero también surgen las mismas preguntas", aseguran.
Otra alternativa es centrarse en el trabajo. Desde que saben que tienen un pedido de 310.000 piezas --en tres plazos-- se han unido para terminarlo a tiempo. "Nadie da la cara pero nosotros seguimos unidos". Algunos días "tenemos la moral muy alta pero estamos cabreados y también indignados", expone Nacho. Todos tienen sus teorías. Mari Paz asegura que "es un buen pastel para cualquier empresario y demostramos que funcionamos y estamos bien comunicados por ferrocarril y carretera". Además, está la marca. "Es conocida y cuando vamos a comer nos fijamos en la loza", indica Daisy, que recuerda las "líneas juveniles" de flores y frutas.