Escrito por na el miércoles, 7 de noviembre de 2007
Nunca me gustó el concepto de terapia. Quizá lo niego porque me hace falta. Cuando estudiaba, lo odiaba. Y ahora que sólo leo, sigo pretendiendo echarlo al suelo. Puede ser por cabezonería o desconocimiento. A manos del juez dejo el criterio.
Con esa meta he ido retrocediendo en el tiempo. Buscando el momento en que perdimos el rumbo y colocamos fuera de nosotrxs nuestro centro. Preguntándome como se solucionaban esos problemas tan típicos y tan tópicos antes de que la civilización estuviera blindada.
Y así buscando los cuentos de la terapia, he descubierto la terapia de los cuentos. He descubierto la historia de psike y Eros. Y un lugar en el mapa marcado con mis anhelos.
Para occidente Freud fue el primero. Y aunque el psicoanálisis nunca fue santo de mi devoción. No puedo evitar sonreír cada vez que me plantean ese conflicto de fuerzas del ello, el yo y el súper-yo.
Los cuentos, antes de que olvidáramos como recitarlos, antes de ser escritos y por tanto desprovistos de todo afán terapéutico, antes de ser descafeinados, edulcorados, masticados y repetidos para acomodar la mente de ls niñxs a los imperativos morales impuestos, antes de que elimináramos todo su potencial para convertirlos en piezas intercambiables, antes de todo eso, eran el vehículo utilizado para el darse cuenta.
Y sin terminar, me tengo que marchar.
Con esa meta he ido retrocediendo en el tiempo. Buscando el momento en que perdimos el rumbo y colocamos fuera de nosotrxs nuestro centro. Preguntándome como se solucionaban esos problemas tan típicos y tan tópicos antes de que la civilización estuviera blindada.
Y así buscando los cuentos de la terapia, he descubierto la terapia de los cuentos. He descubierto la historia de psike y Eros. Y un lugar en el mapa marcado con mis anhelos.
Para occidente Freud fue el primero. Y aunque el psicoanálisis nunca fue santo de mi devoción. No puedo evitar sonreír cada vez que me plantean ese conflicto de fuerzas del ello, el yo y el súper-yo.
Los cuentos, antes de que olvidáramos como recitarlos, antes de ser escritos y por tanto desprovistos de todo afán terapéutico, antes de ser descafeinados, edulcorados, masticados y repetidos para acomodar la mente de ls niñxs a los imperativos morales impuestos, antes de que elimináramos todo su potencial para convertirlos en piezas intercambiables, antes de todo eso, eran el vehículo utilizado para el darse cuenta.
Y sin terminar, me tengo que marchar.