Escrito por 1984 el domingo, 30 de marzo de 2008
Estoy convencido de que a este chiquillo nos le enviaron de la Safa porque era homosexual, aunque a nosotros nada nos dijeron ni falta que hacía. Entonces no era como ahora, considerarle así era como tenerle por tarado o vicioso y podía acarrearle todo género de escarnios y repudio. Al menos en eso parece que algo hayamos mejorado.
Cuando nos llegó este crío tenía once años, era asustadizo y andaba siempre muy solo; con los adultos procuraba ser zalamero, muy zalamero; pero nosotros debíamos resultarle desapacibles en exceso, porque siempre le sorprendíamos en cierta pose como de actor novel declamando.
Los jueves y domingos se evadía de casa y sin decírselo a nadie se iba a un cine de sesión continua, un cine de barrio poco recomendable que de haberlo sabido yo hubiera desaprobado.
También ignorábamos que tuviese más familia que un hermano, porque a las instituciones no les constaba o les constaba que no.
Cuando nos lo enviaron nadie le preguntó si estaba conforme con venir a nuestra casa, ni siquiera nosotros se lo preguntamos, no éramos cabales todavía sobre la necesidad de que los chiquillos protagonicen las decisiones que sobre ellos se tomen.
Al poco tiempo de estar conviviendo con nosotros, un matrimonio sin hijos al que creíamos conocer, le propuso y nos propuso hacerse cargo él e incluso adoptarle. A las instituciones les parecía bien y al crío le pareció de maravilla librarse de nuestro pequeño tiberio para irse a lugar más apacible.
Así pues empezamos a facilitarles el que fueran conociendo, ¡terrible espejismo!, ¿cómo íbamos a sospechar que ya el primer sábado en que se quedó a dormir en aquella casa, nos lo iban a despachar con cajas destempladas como si tuviera la peste?
-¡Este chaval que nos has endosado es marica! -increparon-.
Cuando nos llegó este crío tenía once años, era asustadizo y andaba siempre muy solo; con los adultos procuraba ser zalamero, muy zalamero; pero nosotros debíamos resultarle desapacibles en exceso, porque siempre le sorprendíamos en cierta pose como de actor novel declamando.
Los jueves y domingos se evadía de casa y sin decírselo a nadie se iba a un cine de sesión continua, un cine de barrio poco recomendable que de haberlo sabido yo hubiera desaprobado.
También ignorábamos que tuviese más familia que un hermano, porque a las instituciones no les constaba o les constaba que no.
Cuando nos lo enviaron nadie le preguntó si estaba conforme con venir a nuestra casa, ni siquiera nosotros se lo preguntamos, no éramos cabales todavía sobre la necesidad de que los chiquillos protagonicen las decisiones que sobre ellos se tomen.
Al poco tiempo de estar conviviendo con nosotros, un matrimonio sin hijos al que creíamos conocer, le propuso y nos propuso hacerse cargo él e incluso adoptarle. A las instituciones les parecía bien y al crío le pareció de maravilla librarse de nuestro pequeño tiberio para irse a lugar más apacible.
Así pues empezamos a facilitarles el que fueran conociendo, ¡terrible espejismo!, ¿cómo íbamos a sospechar que ya el primer sábado en que se quedó a dormir en aquella casa, nos lo iban a despachar con cajas destempladas como si tuviera la peste?
-¡Este chaval que nos has endosado es marica! -increparon-.