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Lea aquí la recopilación de textos de Enrique Martínez Reguera 
Escrito por 1984 el domingo, 13 de abril de 2008

Siempre me pareció hipócrita el afán de encubrir las congojas y pesares inherentes a los hospicios y reformatorios poniéndoles nombres beatíficos, como Sagrada Familia, Santos Angeles Custodios. A Jesusito por el contrario nos le enviaron de una residencia de religiosas que se llamaba Batalla de Brunete, ¡tampoco es eso!, pero el detalle más cómico era que en opinión de alguien de aquel centro la criatura estaba endemoniada, o sea que nos atribuían habilidades de exorcista supongo; cuando les pregunté en qué habían notado tan maléfica posesión me explicaron que le habían sorprendido haciendo diabluras en la capilla del centro.


    El primer problema que nos salió al paso fue, que la abuela con la madre y una hermanita vivían muy cerca de nuestra casa y el chiquillo no quería bajo ningún concepto que lo llegáramos a descubrir: la mamá presentaba una leve deficiencia mental y se alborotaba con facilidad y al chaval le daban vergüenza aquellas trifulcas, pánico le daban más que vergüenza. De hecho la primera vez que nos visitó la buena mujer, queriendo dejar muy claro lo bien que deberíamos tratar a su niño, nos montó tal escándalo en la escalera de casa, que el crío se empecinó en negar que aquella mujer fuera su madre, por más que insistiéramos en restarle importancia al incidente; por fortuna con el paso del tiempo se desvanecen las pesadillas por más que aniden en nuestros huesos.


    Periódicamente visitábamos al neurólogo porque el niño había sufrido crisis de epilepsia y era necesario administrarle medicinas. Cierto día expresé mi extrañeza al doctor por no haber notado síntoma alguno y porque jamás le hubiese dado ninguna crisis desde que llegó a nuestra casa, pesea que le fueran reduciendo la medicación.


    - No se extrañen, seguramente el daño que padecía era pequeño y el habitar en un hospicio le angustiaba; ahora vive con ustedes en situación más normal, se siente relajado y eso ha sido suficiente; si todo continúa así seguirá madurando y no le quedará secuela alguna.


    Qué poquito hubo que hacer para que Jesús superara aquella enfermedad tan alarmante: normalizar sus condiciones de vida.

    Hoy por el contrario me preocupa ver con cuánta ligereza se administran fármacos a los chiquillos, sobre todo a los chavales que se muestran indómitos


    De un caso que conocí recientemente, me dicen que es inestable, que se pelea mucho, que a penas presta atención, que no es manejable (sic)... y la criatura todavía tan sólo tiene ocho años. Como Jesusito, también él reside en un hogar de monjitas, como él también debe estar endemoniado, aunque ahora ya no le consideren poseso sino hiperactivo, porque la jerga se remoza pero sigue exigiendo mucho credo. Ellas realizaron la primera valoración de lo que le achacan al niño, por eso le llevaron a una clínica y rellenaron un cuestionario made in USA, los peritos confrontaron las respuestas en un vademecum internacional y ya está: conducta negativista-desafiante, todo un diagnóstico.

Escrito por 1984 el miércoles, 2 de abril de 2008

Llamaron a la puerta, era una mujer de Getafe. No sé cómo, había oído decir que en Vallecas, en mi casa, reciclábamos niños destartalados. Y allá se nos vino con aquel negrito que procedía de Guinea y que por entonces tenía doce años.


-    ¿No me lo va a recoger usted? vive en la calle, duerme en una cabina de teléfono y sólo a veces cuando se tercia sube a mi casa para comer; no sabemos si tiene familia.


-    ¿Por qué no le acogen ustedes mismos en la suya?, su familia seguro que no es peor que la nuestra, nosotros podríamos orientarles, ayudarles.

-    Pero mire usted es que le he traído con mucha fiebre, está malo, no me lo puedo llevar así, necesita calor, una cama.

-    Y ¿cómo no le dieron cama ustedes mismos, cómo nos le traen en esas condiciones?.


    Imaginé que lo de la fiebre era sólo un pretexto para forzarnos y con aire desafiante le puse el termómetro ¡venía con casi cuarenta grados de temperatura!.


    Le acostamos, y tres o cuatro días después, cuando se puso bueno, ya nadie estaba dispuesto a desprenderse de aquella criatura entrañable. Leo siempre fue un remanso de paz y cariño en nuestra casa, toda la afabilidad vegetal que yo le atribuyo al alma subsahariana rezumaba en cada uno de sus gestos.

    

    Primero fue lograr que se hiciera a nosotros, pero eso resultó de lo más fácil, luego:

-    ¿No te gustaría ir al cole como los otros niños?.


-    ¿Al cole yo?, yo nunca fui al cole, al cole sólo van los niños pijos.


-    Pero es que tú no sabes que yo conozco un cole muy distinto, que no se parece en nada a cualquier otro que tú hayas conocido, y además el director es amigo mío. Escúchame, yo no te voy a obligar, pero me gustaría que al menos le conocieras, no sabes lo que te pierdes. Si no vas, te aburrirás mucho mientras los otros chavales estén en clase.