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Escrito por Cronos el martes, 25 de noviembre de 2008

Dinero. Poderoso caballero, decía hace ya varios cientos de años un tal Quevedo… y si lo que decía ya era entonces acertado, hoy lo es pero elevado a la enésima potencia. En esta sociedad mercantilizada, todo vale dinero. Lo cual induce a pensar que aunque las cosas han cambiado mucho desde entonces, en realidad nada ha cambiado (todo se cambia, no cambia nada).

En estos momentos en los que los anuncios de crisis –económica, y por lo tanto de los dineros- nos bombardean cada día, creemos que es muy interesante pararnos a hablar un poco de algo tan metido en nuestro día a día, y que de forma tan evidente impacta en nuestra calidad de vida. Creemos que quizá, si nos paramos a entender lo que el dinero es y lo que el dinero representa, el enfoque de ciertos problemas, y por lo tanto de sus posibles soluciones, cambie el modo de pensar ante esta crisis que se avecina, o más bien en la que ya estamos inmersos. De hecho, nuestra teoría es que esta “crisis” en realidad comenzó hace mucho, y sólo se muestra ahora, cuando sus efectos no se pueden disimular más. Esta crisis es sistemática, es consecuencia de cómo se hacen las cosas (iba a emplear un “hacemos”, pero, sinceramente, aunque sufriré las consecuencias de lo que se ha hecho, no me siento en absoluto responsable de ello, al no tener ninguna capacidad real de actuación sobre el origen real del problema). De hecho, estas crisis fueron anunciadas hace una buena pila de años por un tal Karl Marx. Para más referencias, aconsejo echar un vistacillo a “El Capital”, o a cualquier cosa mínimamente masticada (y mínimamente neutral, no valen encíclicas papales ni textos de corte social-reaccionario de esos que gustan tanto a fascistas y fascistoides) sobre las teorías marxistas. Hasta los más acérrimos liberales silban y miran para otro lado sin saber muy bien qué decir cuando se les remite a Don Carlos. Muchos creyeron que el marxismo murió con la URSS. Pero claro, esos muchos no dejaban de ser advenedizos subidos al carro del vencedor que no conocían el fondo de las teorías que pretendían refutar, y muchos de ellos se basaban en argumentos absurdos. De hecho, el marxismo anunciaba la caída de cualquier sistema socialista o comunista que no estuviese instaurado a nivel mundial… lo cual parece que ha sucedido. Irónico, cuando menos.

Estamos empezando la casa por el tejado. Hablábamos de dinero. Sobre todo, lo que más nos interesa en este artículo es preguntarnos ¿Qué es el dinero?

Si acudimos a la RAE (reitero un argumento: los académicos son lingüistas, y no se les puede culpar de lo que su diccionario recoge, que no es más que lo que ellos recogen de la calle), y nos vamos la definición más próxima a la que buscamos, nos dice que es “Medio de cambio de curso legal”. El resto de definiciones son más lingüísticas y no resultan interesantes para el tema a tratar. Nos dicen significados históricos, de uso o de origen de la palabra, pero no entran en el fondo del asunto: Qué es.

Bien, supongamos que tenemos un euro. Un cilindro metálico, mucho más ancho que alto, con una serie de inscripciones en su superficie. Si pensamos en su utilidad inmediata, podría servirnos para calzar una mesa, o para lanzárselo con una mano o con una honda a alguien. Desgastándolo de una forma correcta contra otra superficie suficientemente dura podría ser una magnífica herramienta para cortar algo, o una punta de flecha. E incluso alguien con suficientes conocimientos de física o química podría sacarle algo más de partido en la situación apropiada. Seguro que pensando un poco le encontramos más utilidades directas, pero no viene al caso. Lo que es evidente es que ese trozo de metal no se come, que si lo pones en el suelo no crece una planta, y que no puede saciar la sed por si mismo. Ese trozo de metal no es capaz de satisfacer ninguna de nuestras necesidades básicas. Ni podemos comerlo, ni podemos respirarlo, ni podemos vivir en el, ni nos realiza como personas, ni nos hace sentir queridos o respetados por los demás. Es sólo un estúpido trozo de metal. Resulta evidente que el valor de la moneda no es intrínseco, no se basa en lo que ese trozo de metal pueda aportar a nuestras vidas. Ahí entra la definición de la RAE: “Medio de cambio de curso legal”. El dinero viene a ser una herramienta para intercambiar bienes. Cambiamos bienes por dinero, y viceversa, dinero por bienes. Por lo tanto podemos asumir que el dinero es algo abstracto que nos sirve para poder intercambiar lo que queremos por lo que tenemos.
Pero eso sigue sin responder a la pregunta que queríamos responder. Qué es el dinero. Qué representa. Parece evidente que si podemos cambiarlo por bienes, el dinero debe representar algo concreto, no algo abstracto. Ese “valor” del dinero tiene que estar directamente relacionado con algo real, o no serviría para aquello para lo que lo utilizamos. Si no hubiese una relación entre el dinero y algo concreto no tendría ningún sentido que pudiésemos cambiarlo por cosas reales. Para acercarnos un poco más a la respuesta, deberemos continuar haciéndonos preguntas. La más evidente, creo estaría vinculada al termino “bienes”. Es decir, ¿A que le llamamos bienes? O lo que es lo mismo, ¿Qué podemos obtener a cambio de dinero? En principio, parece sencillo decir que a cambio de dinero podemos conseguir cualquier posesión material que cubra alguna necesidad (consideramos que el ocio también es una necesidad humana, aunque menos perentoria que otras como la alimentación o un lugar en el que dormir). Igualmente, deberemos hacer el ejercicio inverso: ¿Cómo conseguimos dinero? Produciendo bienes que otros necesitan. Podría parecer que el dinero, entonces, son bienes materiales. Pero no, aun no es suficiente.
Pongamos un ejemplo. Imaginemos una veta de metal en el subsuelo. ¿Qué valor tiene dicho metal? ¿Tiene algún valor en si mismo? Si nos diésemos por satisfechos con la ultima aproximación a lo que el dinero es, podríamos decir que si, y sin embargo, afirmaremos lo contrario. El metal en la veta, de entrada, no tiene ningún valor, o tiene un valor prácticamente nulo, dado que no puede conseguir cubrir ninguna necesidad de nadie al estar todavía oculto bajo tierra. Sin embargo, todos utilizamos muchos objetos de metal en nuestras vidas. ¿Cuál es la diferencia entre el objeto de metal y el metal en la veta? Pues que el objeto de metal ha sido trabajado para que sirva para realizar una función determinada, mientras que el metal de la veta es tan solo un trozo de metal enterrado a varios metros de profundidad, y sin utilidad alguna para nadie. Lo que convierte un trozo de metal enterrado en un objeto con valor es el trabajo humano. Alguien tendrá que cavar hasta llegar al metal para extraerlo de donde está, y después tendrá que trabajarlo para que llegue a ser un objeto útil, que si tendrá sentido comerciar por dinero. Por lo tanto, afirmamos que el dinero es fuerza de trabajo. Esta definición es consistente, y es aplicable a toda transacción económica. Siempre lo que se intercambia por dinero es fuerza de trabajo, y viceversa.
Somos conscientes de que aquí estamos realizando una cierta simplificación, puesto que alguien podría decirnos que un terreno con metal enterrado tendrá más valor que un terreno similar sin ese metal ahí, pero igualmente la conclusión que hemos sacado es válida. Lo que hace que el terreno con el mineral tenga más valor que el terreno sin él es la posibilidad de que alguien utilice su fuerza de trabajo para convertir dicho mineral en algo útil, que podrá ser vendido. El metal tiene un valor potencial, que solo será convertido en valor real a través de la fuerza de trabajo de un ser humano.
También nos pueden decir que dos terrenos con mineral tendrán valor distinto según la valía de dicho mineral, e igualmente tenemos respuesta a tal argumento. El terreno con el mineral más valioso tendrá más valor porque el rendimiento de la fuerza de trabajo empleada para extraerlo y trabajarlo será mucho mayor que con el menos valioso. Se obtendrá más valor con menos fuerza de trabajo, pero igualmente lo que dará valor real al terreno será la fuerza de trabajo. Si compramos el terreno y no extraemos el mineral para trabajarlo, estaremos tirando el dinero. Sin embargo, si trabajamos el terreno y extraemos el mineral, si obtendremos un rendimiento económico. De nuevo, es la fuerza de trabajo lo que da valor a las cosas. Es el único elemento imprescindible para entender lo que representa el dinero. Sin fuerza de trabajo no hay rendimiento económico en ningún caso.
Bien, una vez sentado lo que creemos que es el dinero, hay una serie de conclusiones inmediatas fácilmente deducibles de ello. Una persona rica es propietaria de mucha fuerza de trabajo. Cuando un empresario retira beneficios de su empresa está recibiendo fuerza de trabajo que en realidad ha sido producida por sus trabajadores (por lo tanto se apropia de algo que en justicia no le pertenece). Cuando nos cobran impuestos, retienen una parte de nuestra fuerza de trabajo para emplearla en bienes públicos o colectivos (o al menos en teoría es así, la práctica resulta bastante más desoladora, por desgracia). Desde luego, estirar las conclusiones daría para tanto como lo que ya va escrito, y se saldría un poco de nuestro objetivo: Dar un significado mucho más racional a la palabra dinero.

Por lo demás, decíamos al principio que esta definición del dinero nos haría más fácil de entender esta crisis. Pues bien, lo que está sucediendo es que los ricos –aquellos que son poseedores de cantidades ingentes de fuerza de trabajo- se han quedado sin formas de invertir esa fuerza de trabajo de la que se han apropiado en actividades a través de las cuales puedan seguir haciéndolas aumentar de valor. El capitalismo “funciona” (no estoy diciendo que sea justo en algún caso, digo que permite a la inmensa maquinaria social seguir funcionando) mientras los burgueses pueden reinvertir en nuevas actividades que sean rentables para ellos. Cuando no hay nuevos nichos de inversión, lo que sucede es que, para seguir aumentando sus riquezas, los que ya son ricos aprietan el cinturón para conseguir más por menos. Pero siguen acumulando capital (fuerza de trabajo) que, sin posibilidad de reinversión no vuelve a circular, no llega al trabajador/consumidor, y este deja de comprar. Cuando esto sucede, el burgués reduce sus beneficios, y para subsanarlo vuelve a apretar el cinturón de la clase trabajadora, pretendiendo que produzca más por menos, sin ser consciente de que estas medidas lo único que producen es que la clase trabajadora tenga cada vez menos poder adquisitivo, menos capacidad a acceder a los bienes que el burgués explota. La recesión llega cuando los burgueses comienzan a cerrar sus negocios por no ser rentables, dejando a mas miembros de la clase trabajadora (y consumidora) sin una fuente de ingresos, y reduciendo por tanto la capacidad para comprar. En realidad, las empresas que sobreviven en una situación de crisis son las que más y/o mejor explotan el esfuerzo de sus trabajadores. El problema es que quizá si sobrevivan las “mejores” (en términos capitalistas, repito, las que mejor explotan) empresas, pero dado que la clase que trabaja y consume no tiene garantizados sus ingresos, el total de la economía decrece y más empresas cierran.

Es la falacia de la productividad. Siempre se les olvida decir que la economía mejora al aumentar la productividad si hay nuevos nichos en los que invertir. Si no existen dichos nichos, aumentar la productividad solo puede desembocar en recesión, puesto que la clase trabajadora y consumidora recibe menos por producir lo mismo, y por lo tanto puede comprar menos. Incluso se puede afirmar que ese aumento de la productividad empresa a empresa (entre las que sobreviven) acaba por redundar en una disminución de la productividad en global, a causa de las que mueren y dejan a sus trabajadores en paro, y por lo tanto sin producir.

Es una conclusión muy sencilla: Si el dinero es fuerza de trabajo, cada despido reduce la economía, empobrece el global. Y esto ya es bastante atroz incluso sin tener en cuenta los dramas humanos. Y todo esto porque todo se hace en función del beneficio del amo. Perdón, del burgués.