Escrito por Yosi_ el lunes, 10 de noviembre de 2008
Para la mayor parte de la sociedad del primer mundo, los métodos autoritarios con tintes absolutistas forman parte de una etapa perfectamente superada. Se trata de prácticas que solamente se pueden contemplar cara a cara en zonas más desfavorecidas, tan lejanas a nivel empático que prácticamente ya ni siquiera existen más allá de la ficción televisiva de la hora del telediario. Desde luego se trata de una idea arraigada pero muy discutible, porque es cierto y demostrable que en ocasiones dichos métodos aparecen de forma repentina tal vez en tu entorno más cercano, rompiendo el hielo de lo políticamente correcto para cumplir con su cometido y posteriormente volver a desaparecer en la insondable oscuridad que, maldades de la tecnología, las cámaras a sueldo son incapaces de esclarecer salvo que medie un error humano.
Pero bueno, no pretendo profundizar, en esa lucha ya hay un montón de gente mucho más cualificada que yo tanto a nivel físico (para soportar lo que pueda acarrear el simple hecho de apellidarse en euskera y vestir a rayas en un marco espacio-temporal inadecuado) como económico (por aquello de sufragar la frágil dignidad de quienes tienen dinero para costearse un abogado especialmente sensible a las "injurias"), y de cualquier forma resulta más evidente de lo que en un principio pueda parecer para cualquiera que levante la vista y decida mirar la realidad de frente. Por tanto, como iba diciendo, acomodémonos en el plácido punto de vista de las masas, viendo como desde mediados del siglo XX, punto álgido del autoritarismo europeo, los métodos de control de la población han ido evolucionando desde el tiro a bocajarro hasta la bella imagen del noble agente al servicio de la ciudadanía sugiriendo amable una pauta de comportamiento con una inmaculada sonrisa. Llenemos generosamente un recipiente con agua para tragarnos semejante bazofia socialdemócrata (sé que sólo intentarlo corta la respiración, pero se acaba tragando, creedme, hay cientos de "vivos" ejemplos de ello), y vamos a desgranar la cuestión tratando de ser optimistas, considerando como real lo que se nos pinta y analizando los resultados a partir de ello.
Empecemos por concretar los verdaderos objetivos de la represión, y más concretamente de la censura, por parte de cualquier sistema. A estas alturas se puede considerar casi una perogrullada que el control sobre las personas es totalmente inútil si ante todo no se pueden controlar las ideas, así que asumamos que todos los esfuerzos de un sistema eficaz en asuntos represivos (es decir, un sistema eficaz, a secas) deberán ir enfocados a limitar los movimientos de lo que los individuos piensen, no de los propios individuos en sí. Evidentemente es sencillo llegar a esta conclusión en el tiempo en el que vivimos; tal vez hace 70 años había cierta confianza en otro tipo de tesis, pero tras contemplar el inevitable fracaso de unos y el imprescindible reciclaje de otros queda claro cual es el buen camino.
Por tanto olvidémonos de los fusiles, de las pistolas, de los tanques que en otra época se creyeron útiles: aquí y ahora son sólo chatarra a emplear en situaciones puntuales, para nada un método universal para canalizar toda una sociedad, ya que el abuso suele terminar provocando precisamente el efecto inverso por eliminar individuos a un ritmo menor del que fortalece sus ideas. La sensación de libertad es una condición sine qua non para una censura realmente eficiente y duradera, ya que la necesidad de expresar y transmitir algo a menudo decrece considerablemente si te consideras con la posibilidad de hacerlo sin restricciones. El problema es lo complicado que resulta delimitar cuándo la libertad (de expresión en este caso) deja de ser una mera sensación buscada como medio para lograr oscuros fines represivos y se convierte en algo honesto y real.
Una aproximación eficaz podría consistir en limitarse a los efectos, dejar de lado lo que un individuo con voluntad puede o no puede hacer para centrarnos en los efectos reales que sus actos tengan a nivel social. ¿Cuál es la diferencia en el impacto que la opinión de un individuo de clase baja y mediana edad puede tener en el año 2008 frente al que tenía en el año 1950? No hay demasiada, el matiz es que efectivamente, hoy por hoy en general podrá hablar de lo que quiera, cosa que en ciertos momentos del pasado tal vez no fue posible, pero es casi seguro que prácticamente nadie va a escuchar lo que diga. Es posible que la sociedad haga uso de su suma de libertades individuales para pasar olímpicamente de él, y también puede ser que no utilice un altavoz con suficiente potencia. Es más, si dispusiera de él, el volumen de su voz resultaría tan estridente que todo el mundo se vería obligado a prestar atención. El tema del desigual reparto de "altavoces" da para mucho, porque digamos que el derecho a hablar no incluye el de disponer de los medios para ser escuchado salvo en casos muy particulares, así que lo que ayer era silenciado por una mordaza, hoy lo dispersa el vacío que siempre rodea a los de abajo.
Pero a pesar de todo, lo realmente paradójico es que vivimos en estamentos no estancos divididos en función de un nivel de riqueza que puede oscilar en base a diferentes criterios. Y precisamente, entre esos criterios, tal vez uno de los mas importantes sea el volumen de tu voz, o lo que es lo mismo, el nivel de popularidad que seas capaz de alcanzar. Por lo tanto, si nada tienes, nadie te escucha, y si nadie te escucha, nada tienes. Si por algún habilidoso método consigues llegar a un grupo numeroso de personas, te convertirás en un individuo mejor retribuido, con lo que pasarás a representar las opiniones, inquietudes y problemas de un nivel social distinto, y es muy posible que llegado el momento en el que además de tener la capacidad de hablar puedas hacer que se te oiga, ya no sientas la necesidad de decir las cosas que hubieras querido transmitir en los momentos más amargos, no por mala intención, sino porque ese tipo de vida ya te sea totalmente ajeno. El resultado de todo este rompecabezas es que las clases bajas jamás tienen voz propia, porque el proceso que implica conseguirla, también implica situarse en otra posición social.
¿Perfecto? No, evidentemente siempre hay particularidades que rompen el esquema, pero estoy convencido de que resulta mucho más eficaz que cincuenta tipos uniformados dando hostias en mitad de la plaza del pueblo. ¿Maquiavélico? Sin duda ateniéndonos al resultado, pero en este punto no esta de más echar una mirada a lo alto (no me ha dado la vena mística, salvo que el consejo de administración de un banco tenga atributos divinos, cosa cada día más cercana) y preguntarnos, "joder, ¿realmente son tan inteligentes ahí arriba?". No lo sé, pero de verdad, espero que no, espero estar equivocado.
Pero bueno, no pretendo profundizar, en esa lucha ya hay un montón de gente mucho más cualificada que yo tanto a nivel físico (para soportar lo que pueda acarrear el simple hecho de apellidarse en euskera y vestir a rayas en un marco espacio-temporal inadecuado) como económico (por aquello de sufragar la frágil dignidad de quienes tienen dinero para costearse un abogado especialmente sensible a las "injurias"), y de cualquier forma resulta más evidente de lo que en un principio pueda parecer para cualquiera que levante la vista y decida mirar la realidad de frente. Por tanto, como iba diciendo, acomodémonos en el plácido punto de vista de las masas, viendo como desde mediados del siglo XX, punto álgido del autoritarismo europeo, los métodos de control de la población han ido evolucionando desde el tiro a bocajarro hasta la bella imagen del noble agente al servicio de la ciudadanía sugiriendo amable una pauta de comportamiento con una inmaculada sonrisa. Llenemos generosamente un recipiente con agua para tragarnos semejante bazofia socialdemócrata (sé que sólo intentarlo corta la respiración, pero se acaba tragando, creedme, hay cientos de "vivos" ejemplos de ello), y vamos a desgranar la cuestión tratando de ser optimistas, considerando como real lo que se nos pinta y analizando los resultados a partir de ello.
Empecemos por concretar los verdaderos objetivos de la represión, y más concretamente de la censura, por parte de cualquier sistema. A estas alturas se puede considerar casi una perogrullada que el control sobre las personas es totalmente inútil si ante todo no se pueden controlar las ideas, así que asumamos que todos los esfuerzos de un sistema eficaz en asuntos represivos (es decir, un sistema eficaz, a secas) deberán ir enfocados a limitar los movimientos de lo que los individuos piensen, no de los propios individuos en sí. Evidentemente es sencillo llegar a esta conclusión en el tiempo en el que vivimos; tal vez hace 70 años había cierta confianza en otro tipo de tesis, pero tras contemplar el inevitable fracaso de unos y el imprescindible reciclaje de otros queda claro cual es el buen camino.
Por tanto olvidémonos de los fusiles, de las pistolas, de los tanques que en otra época se creyeron útiles: aquí y ahora son sólo chatarra a emplear en situaciones puntuales, para nada un método universal para canalizar toda una sociedad, ya que el abuso suele terminar provocando precisamente el efecto inverso por eliminar individuos a un ritmo menor del que fortalece sus ideas. La sensación de libertad es una condición sine qua non para una censura realmente eficiente y duradera, ya que la necesidad de expresar y transmitir algo a menudo decrece considerablemente si te consideras con la posibilidad de hacerlo sin restricciones. El problema es lo complicado que resulta delimitar cuándo la libertad (de expresión en este caso) deja de ser una mera sensación buscada como medio para lograr oscuros fines represivos y se convierte en algo honesto y real.
Una aproximación eficaz podría consistir en limitarse a los efectos, dejar de lado lo que un individuo con voluntad puede o no puede hacer para centrarnos en los efectos reales que sus actos tengan a nivel social. ¿Cuál es la diferencia en el impacto que la opinión de un individuo de clase baja y mediana edad puede tener en el año 2008 frente al que tenía en el año 1950? No hay demasiada, el matiz es que efectivamente, hoy por hoy en general podrá hablar de lo que quiera, cosa que en ciertos momentos del pasado tal vez no fue posible, pero es casi seguro que prácticamente nadie va a escuchar lo que diga. Es posible que la sociedad haga uso de su suma de libertades individuales para pasar olímpicamente de él, y también puede ser que no utilice un altavoz con suficiente potencia. Es más, si dispusiera de él, el volumen de su voz resultaría tan estridente que todo el mundo se vería obligado a prestar atención. El tema del desigual reparto de "altavoces" da para mucho, porque digamos que el derecho a hablar no incluye el de disponer de los medios para ser escuchado salvo en casos muy particulares, así que lo que ayer era silenciado por una mordaza, hoy lo dispersa el vacío que siempre rodea a los de abajo.
Pero a pesar de todo, lo realmente paradójico es que vivimos en estamentos no estancos divididos en función de un nivel de riqueza que puede oscilar en base a diferentes criterios. Y precisamente, entre esos criterios, tal vez uno de los mas importantes sea el volumen de tu voz, o lo que es lo mismo, el nivel de popularidad que seas capaz de alcanzar. Por lo tanto, si nada tienes, nadie te escucha, y si nadie te escucha, nada tienes. Si por algún habilidoso método consigues llegar a un grupo numeroso de personas, te convertirás en un individuo mejor retribuido, con lo que pasarás a representar las opiniones, inquietudes y problemas de un nivel social distinto, y es muy posible que llegado el momento en el que además de tener la capacidad de hablar puedas hacer que se te oiga, ya no sientas la necesidad de decir las cosas que hubieras querido transmitir en los momentos más amargos, no por mala intención, sino porque ese tipo de vida ya te sea totalmente ajeno. El resultado de todo este rompecabezas es que las clases bajas jamás tienen voz propia, porque el proceso que implica conseguirla, también implica situarse en otra posición social.
¿Perfecto? No, evidentemente siempre hay particularidades que rompen el esquema, pero estoy convencido de que resulta mucho más eficaz que cincuenta tipos uniformados dando hostias en mitad de la plaza del pueblo. ¿Maquiavélico? Sin duda ateniéndonos al resultado, pero en este punto no esta de más echar una mirada a lo alto (no me ha dado la vena mística, salvo que el consejo de administración de un banco tenga atributos divinos, cosa cada día más cercana) y preguntarnos, "joder, ¿realmente son tan inteligentes ahí arriba?". No lo sé, pero de verdad, espero que no, espero estar equivocado.
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