Escrito por Yosi_ el jueves, 1 de noviembre de 2007
Evidentemente a estas alturas todos nos hemos enterado por unas u otras vías del caso de la chica del metro. Seguramente también hemos visto el famoso vídeo en el que se comete la sin duda reprochable acción que ha copado las portadas de los medios de comunicación durante los últimos días.
Francamente, a pesar de lo espectacular de las imágenes puedo afirmar sinceramente que el hecho no me ha sorprendido en absoluto, basta salir a la calle para respirar el ambiente viciado que da lugar a este tipo de cosas, y no hace falta recavar gran cantidad de información para darse cuenta de que las agresiones por parte de grupos o individuos de ultraderecha hacia personas que cumplen un determinado perfil están a la orden del día en muchos puntos de nuestra geografía. Es cierto que no suelen ser televisadas, y curiosamente tampoco se les da la difusión que a estas alturas (y en previsión de la que va a caer en lo sucesivo) merecerían, pero también entra dentro de lo esperado si tenemos en cuenta que no es un tema que pueda movilizar un número significativo de votos para los dos partidos con opciones a acceder al poder. Desde luego que no afirmo nada nuevo al dejar claro que la clase política española (sustitúyase por cualquier otro gentilicio, a gusto del lector) no mueve un solo dedo si no es para obtener un beneficio egoísta inmediato, y por desgracia el problema del racismo y la xenofobia en las calles no es algo que afecte ni de refilón a la cúpula de nuestros gobernantes, todos muy blancos y de clase alta. Al parecer no se puede poner en tela de juicio que es intolerable que un señor encorbatado, un personaje de bien, tenga que andar por su ciudad acompañado de una escolta que compruebe los bajos de su coche en cada desplazamiento, y claramente ello debe suponer la principal preocupación para todos los españoles. Sin embargo (y aquí viene lo preocupante) es perfectamente asumible que una niña suramericana tenga que ir por las calles agachando la cabeza y tratando de pasar desapercibida entre los energúmenos sobradamente conocidos por todos. Eso no es terrorismo, aunque aterrorice a miles de personas, eso no debe inquietarnos a menos que una cámara sea testigo de ello.
Sin embargo el que esté pensando que lo que digo es incompatible con el circo mediático que se ha observado a raíz del antedicho vídeo, se equivoca. Una cosa es que los intereses de la clase política no pasen por poner de manifiesto ciertos temas (no hablo de oscuras conspiraciones, sino de mera dejadez) y otra que los medios vayan a desaprovechar la oportunidad de vendernos durante una temporada un material tan jugoso y apetecible, que mismamente parece caído del cielo. Porque no olvidemos que aquí podremos ser lo que queramos, pero el poderoso caballero sigue ostentando la capacidad de dejar al margen todo lo demás y erigirse protagonista sea cual sea la situación. Por lo tanto, de momento toca circo, toca hablar del payaso de turno, de la afectada, publicar fotos de ambos en el bar, en los juzgados... Toca ponerle precio a la historia y conmovernos profundamente durante unos días, al menos hasta que aparezca otra novedad sensacionalista susceptible de llenar portadas.
Pero seamos realistas, todo el compromiso y el apoyo que la joven ecuatoriana tristemente protagonista de esta historia parece recibir no son más que lágrimas de cocodrilo y falsa valentía, sensaciones como las que puede producir una película conmovedora y que por lo general se desvanece instantes después de abandonar el cine.
Al final todo queda en historias de princesas y villanos que los medios modelan y empaquetan expresamente para disponer de algo atractivo que ofrecer dentro de la gris cotidianeidad. Es una verdadera pena que esta vez el joven príncipe argentino no cumpliese las premisas que todo héroe de Hollywood debe llevar tatuadas en el pecho, obviando las evidentes diferencias físicas (evidente) y sociales (todo buen agresor de inmigrantes cuenta con un grupo de pelados aborregados encantados de hacerle la vida imposible a un argentino con aspecto de serlo) con el villano agresor. Porque su obligación era intervenir y culminar la anécdota como debe ser. El hecho de que pudiera haber acabado sangrando en el suelo del vagón ese mismo día a manos del animal de turno (cosa bastante probable), o varios días después a manos de sus compañeros de cacería (cosa segura en caso de fallo de la anterior) no cambia nada, ya se habría ocupado la solidaria sociedad española de asegurar la protección del desdichado adolescente (exactamente igual que hicieron el resto de personas lo suficientemente afortunadas para quedar fuera del ángulo de grabación de la cámara). Por cierto, que saliéndome de contexto con un punto de malicia no puedo evitar plantearme si puestos a considerar despreciables las capacidades físicas de cada uno se le habría exigido a la chica so pena de linchamiento popular intervenir en caso de que el agredido hubiese sido él. La respuesta evidentemente es NO, ese no es el papel de una mujer... en fin.
Lo lamentable de todo esto es la amnesia de una sociedad que sobrevive a base de sensaciones inducidas a corto plazo, preocupada por lo que cada mañana aparece en las portadas de los diarios, insensible a todo lo demás. La misma sociedad que permite y fomenta que todos tengamos cada día mas miedo a todo lo que nos rodea, que la hostilidad llegue a un punto en el que la indiferencia sea lo mejor que puedas recibir de quienes te rodean, que, en definitiva, un niñato sin conciencia, cultura ni ideas propias pueda agredir a una chica de 16 años en presencia de terceras personas sin que exista la complicidad suficiente y necesaria para que una mirada entre los espectadores de semejante animalada baste para que el borrego de turno se lo piense dos veces antes de dar rienda suelta a su ciego fanatismo irracional. La sociedad que tiene los santos cojones de pedir responsabilidades a un chaval de 17 años, lejos de su país, que cada día teme sufrir la misma suerte que tuvo la desgracia de presenciar con el miedo calando hasta los tuétanos y la fría mirada cruel y despiadada de millones de jueces y verdugos que se hacen llamar “gente de bien”.
Francamente, a pesar de lo espectacular de las imágenes puedo afirmar sinceramente que el hecho no me ha sorprendido en absoluto, basta salir a la calle para respirar el ambiente viciado que da lugar a este tipo de cosas, y no hace falta recavar gran cantidad de información para darse cuenta de que las agresiones por parte de grupos o individuos de ultraderecha hacia personas que cumplen un determinado perfil están a la orden del día en muchos puntos de nuestra geografía. Es cierto que no suelen ser televisadas, y curiosamente tampoco se les da la difusión que a estas alturas (y en previsión de la que va a caer en lo sucesivo) merecerían, pero también entra dentro de lo esperado si tenemos en cuenta que no es un tema que pueda movilizar un número significativo de votos para los dos partidos con opciones a acceder al poder. Desde luego que no afirmo nada nuevo al dejar claro que la clase política española (sustitúyase por cualquier otro gentilicio, a gusto del lector) no mueve un solo dedo si no es para obtener un beneficio egoísta inmediato, y por desgracia el problema del racismo y la xenofobia en las calles no es algo que afecte ni de refilón a la cúpula de nuestros gobernantes, todos muy blancos y de clase alta. Al parecer no se puede poner en tela de juicio que es intolerable que un señor encorbatado, un personaje de bien, tenga que andar por su ciudad acompañado de una escolta que compruebe los bajos de su coche en cada desplazamiento, y claramente ello debe suponer la principal preocupación para todos los españoles. Sin embargo (y aquí viene lo preocupante) es perfectamente asumible que una niña suramericana tenga que ir por las calles agachando la cabeza y tratando de pasar desapercibida entre los energúmenos sobradamente conocidos por todos. Eso no es terrorismo, aunque aterrorice a miles de personas, eso no debe inquietarnos a menos que una cámara sea testigo de ello.
Sin embargo el que esté pensando que lo que digo es incompatible con el circo mediático que se ha observado a raíz del antedicho vídeo, se equivoca. Una cosa es que los intereses de la clase política no pasen por poner de manifiesto ciertos temas (no hablo de oscuras conspiraciones, sino de mera dejadez) y otra que los medios vayan a desaprovechar la oportunidad de vendernos durante una temporada un material tan jugoso y apetecible, que mismamente parece caído del cielo. Porque no olvidemos que aquí podremos ser lo que queramos, pero el poderoso caballero sigue ostentando la capacidad de dejar al margen todo lo demás y erigirse protagonista sea cual sea la situación. Por lo tanto, de momento toca circo, toca hablar del payaso de turno, de la afectada, publicar fotos de ambos en el bar, en los juzgados... Toca ponerle precio a la historia y conmovernos profundamente durante unos días, al menos hasta que aparezca otra novedad sensacionalista susceptible de llenar portadas.
Pero seamos realistas, todo el compromiso y el apoyo que la joven ecuatoriana tristemente protagonista de esta historia parece recibir no son más que lágrimas de cocodrilo y falsa valentía, sensaciones como las que puede producir una película conmovedora y que por lo general se desvanece instantes después de abandonar el cine.
Al final todo queda en historias de princesas y villanos que los medios modelan y empaquetan expresamente para disponer de algo atractivo que ofrecer dentro de la gris cotidianeidad. Es una verdadera pena que esta vez el joven príncipe argentino no cumpliese las premisas que todo héroe de Hollywood debe llevar tatuadas en el pecho, obviando las evidentes diferencias físicas (evidente) y sociales (todo buen agresor de inmigrantes cuenta con un grupo de pelados aborregados encantados de hacerle la vida imposible a un argentino con aspecto de serlo) con el villano agresor. Porque su obligación era intervenir y culminar la anécdota como debe ser. El hecho de que pudiera haber acabado sangrando en el suelo del vagón ese mismo día a manos del animal de turno (cosa bastante probable), o varios días después a manos de sus compañeros de cacería (cosa segura en caso de fallo de la anterior) no cambia nada, ya se habría ocupado la solidaria sociedad española de asegurar la protección del desdichado adolescente (exactamente igual que hicieron el resto de personas lo suficientemente afortunadas para quedar fuera del ángulo de grabación de la cámara). Por cierto, que saliéndome de contexto con un punto de malicia no puedo evitar plantearme si puestos a considerar despreciables las capacidades físicas de cada uno se le habría exigido a la chica so pena de linchamiento popular intervenir en caso de que el agredido hubiese sido él. La respuesta evidentemente es NO, ese no es el papel de una mujer... en fin.
Lo lamentable de todo esto es la amnesia de una sociedad que sobrevive a base de sensaciones inducidas a corto plazo, preocupada por lo que cada mañana aparece en las portadas de los diarios, insensible a todo lo demás. La misma sociedad que permite y fomenta que todos tengamos cada día mas miedo a todo lo que nos rodea, que la hostilidad llegue a un punto en el que la indiferencia sea lo mejor que puedas recibir de quienes te rodean, que, en definitiva, un niñato sin conciencia, cultura ni ideas propias pueda agredir a una chica de 16 años en presencia de terceras personas sin que exista la complicidad suficiente y necesaria para que una mirada entre los espectadores de semejante animalada baste para que el borrego de turno se lo piense dos veces antes de dar rienda suelta a su ciego fanatismo irracional. La sociedad que tiene los santos cojones de pedir responsabilidades a un chaval de 17 años, lejos de su país, que cada día teme sufrir la misma suerte que tuvo la desgracia de presenciar con el miedo calando hasta los tuétanos y la fría mirada cruel y despiadada de millones de jueces y verdugos que se hacen llamar “gente de bien”.
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