Escrito por Yosi_ el miércoles, 16 de enero de 2008
Hace aproximadamente una semana, en el programa de la mañana de la cadena SER se planteó un debate acerca de la problemática que en ocasiones suponen las nuevas tecnologías en manos de niños o adolescentes, y como en principio el tema me pareció de interés, me arriesgué a prestar atención. Vaya por delante el hecho de que yo no soy ni trato de parecer un gurú de la informática, así que me voy a ahorrar las tópicas correcciones resabiadas de términos y conceptos que evidentemente la gente ajena al mundillo confunde y utiliza fuera de lugar. Es cierto que en algunos casos resulta frustrante, pero resulta comprensible, a pesar de tratarse de periodistas de prestigio en el programa radiófonico de máxima audiencia de este país, que aún realizando un buen trabajo de documentación haya cosas que patinen y no vayan acompañadas de la rigurosidad que sería deseable a la hora de ofrecer una serie de datos que indudablemente generan opinión en los oyentes.
Sin embargo hay un aspecto con el que me suele resultar más complicado ser tolerante. Se trata de la postura reaccionaria de la cual los grandes medios suelen hacer gala cada vez que se trata un tema de estas características, adoptando la clásica posición del abuelo cebolleta que se empeña en ver los cuatro jinetes del apocalipsis en todo aquello que signifique cambiar lo que tradicionalmente (para ellos, claro, la batalla generacional siempre ha estado ahí) se ha llevado a cabo de una forma determinada.
Hay casos evidentes, como la conocida guerra abierta de Antena3 (sin ánimo de injuriar a tan excelso medio de comunicación, por supuesto, que con la que está cayendo nunca se sabe) contra internet y los videojuegos en general, y especialmente contra aquellos que tienen la desfachatez de reproducir en modo interactivo el comportamiento violento que la propia cadena emite de toda la vida durante la sesión de tarde. Pero es lógico, démonos cuenta de que a tenor de los últimos estudios la gente joven cada vez opta más por emplear su tiempo frente a un ordenador rechazando (¿como podrán?) los telefilmes con los que la mencionada cadena nos ha hecho tirar a la basura tantas hermosas tardes de domingo. Y claro, la cosa escuece, porque ahí ya se toca la economía, y el tema no anda para bromas. Pero en fin, hablando de la radio, que según mi punto de vista ha sabido adaptarse de forma mucho más inteligente a todo lo que ha venido, las motivaciones no son tan palpables.
En cualquier caso no cabe duda de que la animadversión contra las nuevas tecnologías en el debate que nos ocupa era unánime y entusiasta. Como de costumbre los contertulios se obcecaron en pintar los chats, los foros, los teléfonos móviles y demás parafernalia al alcance de los jovenes, como elementos generadores de violencia gratuita, pederastia y acoso de todo tipo, en lugar de plantearse que quizá solo sean formas de canalizar un problema subyacente, que en todo caso acabaría aflorando de una u otra forma. Quizá ya estamos demasiado acostumbrados a actuar coartados por todo lo que nos rodea y empezamos a asustarnos de cómo funcionan las cosas cuando damos rienda suelta al libre albedrío. Porque no nos engañemos, profanos o doctos en la materia, creo que cualquiera puede entender que el único cambio que opera en una persona el hecho de comunicarse a través de internet viene dado por la inmensa sensación de impunidad, de saber que hagas lo que hagas no vas a ser castigado, de que tus palabras y actos solo dependen de tu propia voluntad.
A partir de ahí se abre un mundo totalmente desconocido por el que mucha gente llega a sentirse intimidada, tal es la falta de costumbre de tomar las riendas de nuestro propio comportamiento. Sin embargo la mayoría ya hace tiempo que se ha atrevido a dar el paso adelante, y dentro de ese gran grupo han surgido unos cuantos individuos que, habituados a vivir atados a leyes, hábitos y prejuicios, ignoran por completo lo que significa caminar solos. Y por supuesto, como es de esperar, los primeros pasos en libertad tras un largo periodo de cautiverio resultan dolorosos. La conciencia y el autocontrol están entumecidos, la capacidad de tomar decisiones y relacionarse con los demás más allá de los patrones predefinidos en las prisiones de luces, alcohol y ruido, atrofiada.
Ante todo esto, una vez más, la sociedad pide mano dura. No dejeis que los niños se asomen a la realidad, controlad sus hábitos, sus relaciones, mantenedlos dentro de la urna de cristal, alejados de la podredumbre. Y mientras tanto vamos a asumir que todo lo que pasa es perfectamente normal. Porque la clave no está en analizar el fondo de la situación y preguntarnos por qué la gente actúa de una determinada manera, sino en apartar de nuestra vista las ovejas negras y preparar a las nuevas generaciones para que llegado el momento sepan hacer otro tanto. No pasa nada si nos estamos volviendo todos locos, el verdadero problema está en conseguir el suficiente número de policías para que se interpongan cuando tratemos de matarnos los unos a los otros. Libertad supervisada, que ni es libertad, ni es nada.
Sin embargo hay un aspecto con el que me suele resultar más complicado ser tolerante. Se trata de la postura reaccionaria de la cual los grandes medios suelen hacer gala cada vez que se trata un tema de estas características, adoptando la clásica posición del abuelo cebolleta que se empeña en ver los cuatro jinetes del apocalipsis en todo aquello que signifique cambiar lo que tradicionalmente (para ellos, claro, la batalla generacional siempre ha estado ahí) se ha llevado a cabo de una forma determinada.
Hay casos evidentes, como la conocida guerra abierta de Antena3 (sin ánimo de injuriar a tan excelso medio de comunicación, por supuesto, que con la que está cayendo nunca se sabe) contra internet y los videojuegos en general, y especialmente contra aquellos que tienen la desfachatez de reproducir en modo interactivo el comportamiento violento que la propia cadena emite de toda la vida durante la sesión de tarde. Pero es lógico, démonos cuenta de que a tenor de los últimos estudios la gente joven cada vez opta más por emplear su tiempo frente a un ordenador rechazando (¿como podrán?) los telefilmes con los que la mencionada cadena nos ha hecho tirar a la basura tantas hermosas tardes de domingo. Y claro, la cosa escuece, porque ahí ya se toca la economía, y el tema no anda para bromas. Pero en fin, hablando de la radio, que según mi punto de vista ha sabido adaptarse de forma mucho más inteligente a todo lo que ha venido, las motivaciones no son tan palpables.
En cualquier caso no cabe duda de que la animadversión contra las nuevas tecnologías en el debate que nos ocupa era unánime y entusiasta. Como de costumbre los contertulios se obcecaron en pintar los chats, los foros, los teléfonos móviles y demás parafernalia al alcance de los jovenes, como elementos generadores de violencia gratuita, pederastia y acoso de todo tipo, en lugar de plantearse que quizá solo sean formas de canalizar un problema subyacente, que en todo caso acabaría aflorando de una u otra forma. Quizá ya estamos demasiado acostumbrados a actuar coartados por todo lo que nos rodea y empezamos a asustarnos de cómo funcionan las cosas cuando damos rienda suelta al libre albedrío. Porque no nos engañemos, profanos o doctos en la materia, creo que cualquiera puede entender que el único cambio que opera en una persona el hecho de comunicarse a través de internet viene dado por la inmensa sensación de impunidad, de saber que hagas lo que hagas no vas a ser castigado, de que tus palabras y actos solo dependen de tu propia voluntad.
A partir de ahí se abre un mundo totalmente desconocido por el que mucha gente llega a sentirse intimidada, tal es la falta de costumbre de tomar las riendas de nuestro propio comportamiento. Sin embargo la mayoría ya hace tiempo que se ha atrevido a dar el paso adelante, y dentro de ese gran grupo han surgido unos cuantos individuos que, habituados a vivir atados a leyes, hábitos y prejuicios, ignoran por completo lo que significa caminar solos. Y por supuesto, como es de esperar, los primeros pasos en libertad tras un largo periodo de cautiverio resultan dolorosos. La conciencia y el autocontrol están entumecidos, la capacidad de tomar decisiones y relacionarse con los demás más allá de los patrones predefinidos en las prisiones de luces, alcohol y ruido, atrofiada.
Ante todo esto, una vez más, la sociedad pide mano dura. No dejeis que los niños se asomen a la realidad, controlad sus hábitos, sus relaciones, mantenedlos dentro de la urna de cristal, alejados de la podredumbre. Y mientras tanto vamos a asumir que todo lo que pasa es perfectamente normal. Porque la clave no está en analizar el fondo de la situación y preguntarnos por qué la gente actúa de una determinada manera, sino en apartar de nuestra vista las ovejas negras y preparar a las nuevas generaciones para que llegado el momento sepan hacer otro tanto. No pasa nada si nos estamos volviendo todos locos, el verdadero problema está en conseguir el suficiente número de policías para que se interpongan cuando tratemos de matarnos los unos a los otros. Libertad supervisada, que ni es libertad, ni es nada.