Escrito por Yosi_ el miércoles, 6 de febrero de 2008
Hay palabras con un enorme contenido semántico que sin embargo, merced a ciertos intereses, se ven sometidas a una simplificación que deja los términos encasillados dentro del margen de los cuadriculados prejuicios de quienes creen estar de vuelta de todo y tratan de que los demás no logren llegar a algún lugar. Y el problema de todo esto surge cuando al más puro estilo de las novelas de Orwell, un uso confuso o limitado de determinados conceptos hace que la capacidad de realizar una abstracción acerca de una acepción eliminada o socialmente omitida desaparezca en el fragor de la cotidianeidad.
Evidentemente todas las lenguas tienden a simplificar todo aquello que de alguna forma complica el proceso de la comunicación, y ello produce un empobrecimiento progresivo que en absoluto me parece negativo. Al contrario, creo que siempre es deseable que los medios (y el lenguaje lo es) no supongan un estorbo, sino que simplemente pasen desapercibidos en favor del verdadero protagonista, el fin que se busca a través de ellos. Sin embargo en ocasiones hay conceptos que quedan huérfanos de palabras que los describan, o lo que es aún peor, son sustituidos por algún eufemismo que fuerza una visión concreta de algo que en principio no es así. Y por supuesto está el caso que mencionaba al comienzo (y hay por aquí algún blog que trata una temática similar), términos que por alguna razón son recluidos dentro de un area de acción muy escasa, que limita gran parte de su potencial.
En este caso me he planteado lo que habitualmente entendemos por "tortura", y sin mucha dificultad he extrapolado el significado comparándolo con situaciones socialmente muy aceptadas que nadie osaría calificar de tal forma. En principio me atrevería a dar una definición coloquial de dicha palabra como un castigo físico o psicológico al que se somete a uno o varios individuos con el fin de obtener un beneficio en concreto. Se podrían añadir múltiples matices, pero buscando huir de tópicos y prejuicios prefiero quedarme con una breve descripción suficiente para extraer la esencia del término con el mayor consenso posible.
La asociación que inmediatamente todos hacemos al oir que alguien es torturado, es la imagen característica que desde el cine se nos ha vendido de una sala de interrogatorios con su detenido y su pareja de policías al uso. En este punto podría mencionar el hecho de que eso que parece producto de la ficción ocurre con frecuencia en nuestro entorno, pero sería un discurso muy obvio, repetido hasta la saciedad, y que no iba a descubrir nada a todos aquellos que se niegan a ver la evidencia. No quiero ir por ahí, aunque si me gustaría analizar la situación. Veamos, en el manido caso del terrorista detenido (un ejemplo inocentemente elegido al azar) tenemos un individuo inmovilizado de forma que no puede escapar y uno o más energúmenos infringiéndole cierta cantidad de sufrimiento que varía entre lo jodido y lo insoportable, alternándolo con breves periodos de descanso que permitan perpetuar la situación (porque es imprescindible que aguante hasta el final). El ciclo se va repitiendo hasta que se ha extraido toda la posible utilidad del objeto de la tortura, momento en el cual se le retira y se le envía con la mayor discrección (aquí no ha pasado nada) a un lugar donde no moleste.
Y por favor, sin dejarnos llevar por el inmediato rechazo que produce una visión que en principio puede parecer exagerada, planteemosnos el contexto de un individuo cualquiera con familia e hipoteca (que en realidad ya casi es de la familia), que para sobrevivir junto con su prole satisfaciendo la incómoda necesidad de alimentarse y alcanzando la constitucional quimera de dormir bajo techo, se ve obligado a pasar por el aro realizando las consabidas tareas cotidianas que producen multitud de sensaciones, pero ninguna positiva. ¿No es una forma de tortura el hecho de poseer los elementos básicos para la supervivencia de una persona e ir proporcionándoselos de forma progresiva en cantidad suficiente para que siga matándose a trabajar, pero lo suficientemente escasa como para que no pueda levantar la voz y acabar con la situación? ¿Acaso el mercado laboral no es como esa sala de interrogatorios donde se inflige cierta dosis de dolor -psicológico, físico, qué más da, ¿alguien se atrevería a jerarquizarlos?- a cambio de un beneficio -el fruto de nuestro trabajo, claro está- concediendo los recursos justos para salir adelante? Y de hecho, ¿tenemos la capacidad de decidir algún tipo de cambio al respecto salvo la elección del policía -un empresario u otro, tanto da- que nos va a romper todo atisbo de resistencia a base de horas y horas de desgaste a todos los niveles? ¿Y no estamos atrapados, condicionados por mil barreras sociales y por el hecho tangible, innegable, de asegurar la manutención, tanto de nosotros mismos (renunciable a base de sacrificio, puede ser) como de quienes dependen de nosotros (indiscutible, ahí no hay salida)?
La única diferencia tal vez radique en que de una comisaría hay posibilidad de escaparse, pero de la vida solo hay una salida posible asumiendo el hecho de que convertirnos en torturadores no es jamás una opción... ¿o sí?
Evidentemente todas las lenguas tienden a simplificar todo aquello que de alguna forma complica el proceso de la comunicación, y ello produce un empobrecimiento progresivo que en absoluto me parece negativo. Al contrario, creo que siempre es deseable que los medios (y el lenguaje lo es) no supongan un estorbo, sino que simplemente pasen desapercibidos en favor del verdadero protagonista, el fin que se busca a través de ellos. Sin embargo en ocasiones hay conceptos que quedan huérfanos de palabras que los describan, o lo que es aún peor, son sustituidos por algún eufemismo que fuerza una visión concreta de algo que en principio no es así. Y por supuesto está el caso que mencionaba al comienzo (y hay por aquí algún blog que trata una temática similar), términos que por alguna razón son recluidos dentro de un area de acción muy escasa, que limita gran parte de su potencial.
En este caso me he planteado lo que habitualmente entendemos por "tortura", y sin mucha dificultad he extrapolado el significado comparándolo con situaciones socialmente muy aceptadas que nadie osaría calificar de tal forma. En principio me atrevería a dar una definición coloquial de dicha palabra como un castigo físico o psicológico al que se somete a uno o varios individuos con el fin de obtener un beneficio en concreto. Se podrían añadir múltiples matices, pero buscando huir de tópicos y prejuicios prefiero quedarme con una breve descripción suficiente para extraer la esencia del término con el mayor consenso posible.
La asociación que inmediatamente todos hacemos al oir que alguien es torturado, es la imagen característica que desde el cine se nos ha vendido de una sala de interrogatorios con su detenido y su pareja de policías al uso. En este punto podría mencionar el hecho de que eso que parece producto de la ficción ocurre con frecuencia en nuestro entorno, pero sería un discurso muy obvio, repetido hasta la saciedad, y que no iba a descubrir nada a todos aquellos que se niegan a ver la evidencia. No quiero ir por ahí, aunque si me gustaría analizar la situación. Veamos, en el manido caso del terrorista detenido (un ejemplo inocentemente elegido al azar) tenemos un individuo inmovilizado de forma que no puede escapar y uno o más energúmenos infringiéndole cierta cantidad de sufrimiento que varía entre lo jodido y lo insoportable, alternándolo con breves periodos de descanso que permitan perpetuar la situación (porque es imprescindible que aguante hasta el final). El ciclo se va repitiendo hasta que se ha extraido toda la posible utilidad del objeto de la tortura, momento en el cual se le retira y se le envía con la mayor discrección (aquí no ha pasado nada) a un lugar donde no moleste.
Y por favor, sin dejarnos llevar por el inmediato rechazo que produce una visión que en principio puede parecer exagerada, planteemosnos el contexto de un individuo cualquiera con familia e hipoteca (que en realidad ya casi es de la familia), que para sobrevivir junto con su prole satisfaciendo la incómoda necesidad de alimentarse y alcanzando la constitucional quimera de dormir bajo techo, se ve obligado a pasar por el aro realizando las consabidas tareas cotidianas que producen multitud de sensaciones, pero ninguna positiva. ¿No es una forma de tortura el hecho de poseer los elementos básicos para la supervivencia de una persona e ir proporcionándoselos de forma progresiva en cantidad suficiente para que siga matándose a trabajar, pero lo suficientemente escasa como para que no pueda levantar la voz y acabar con la situación? ¿Acaso el mercado laboral no es como esa sala de interrogatorios donde se inflige cierta dosis de dolor -psicológico, físico, qué más da, ¿alguien se atrevería a jerarquizarlos?- a cambio de un beneficio -el fruto de nuestro trabajo, claro está- concediendo los recursos justos para salir adelante? Y de hecho, ¿tenemos la capacidad de decidir algún tipo de cambio al respecto salvo la elección del policía -un empresario u otro, tanto da- que nos va a romper todo atisbo de resistencia a base de horas y horas de desgaste a todos los niveles? ¿Y no estamos atrapados, condicionados por mil barreras sociales y por el hecho tangible, innegable, de asegurar la manutención, tanto de nosotros mismos (renunciable a base de sacrificio, puede ser) como de quienes dependen de nosotros (indiscutible, ahí no hay salida)?
La única diferencia tal vez radique en que de una comisaría hay posibilidad de escaparse, pero de la vida solo hay una salida posible asumiendo el hecho de que convertirnos en torturadores no es jamás una opción... ¿o sí?
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