Escrito por Yosi_ el lunes, 28 de mayo de 2007
Habría que preguntarse en que momento de la historia reciente perdimos la partida, si alguna vez tuvimos oportunidad de ganarla y si somos conscientes del sitio al que hemos llegado. Hay una cosa bastante clara, a estas alturas casi todos nos tomamos esta democracia como lo que es, una competición al margen de la realidad ciudadana. Cada cierto tiempo se celebran elecciones, la mayoría de la gente sigue yendo a votar (porque la abstención ideológica es muy minoritaria) y aún así el entusiasmo o la decepción que provoca en el ciudadano de a pie es inferior a una victoria de Fernando Alonso o el resultado de la Liga de fútbol. Porque al margen de los colores de cada uno (que los hay, se es del PSOE o del PP como se puede ser del Madrid o del Barça, motivaciones incluidas) somos perfectamente conscientes de que la repercusión en la vida diaria va a ser mínima, cualquier otro acontecimiento cotidiano tiene más trascendencia en nuestras vidas.
Sabemos que gane quien gane, ganan ellos, los políticos, y perdemos todos los demás. Sabemos que las reglas del juego están puestas desde hace mucho tiempo y que ninguna agrupación política va a luchar por salirse de ellas, porque de hecho la mera participación implica la aceptación de las mismas. El tablero es cómodo y el juego muy rentable, un par de promesas, de pequeñas alteraciones sobre el fluir general de las cosas, bastan para establecer los equipos. Lo demás es siempre igual, a estas alturas tenemos muy poco que decir. El nivel de vida cae en picado mientras atendemos a banalidades, todos son depredadores intentando arrancar nuestros frágiles derechos para venderlos al mejor postor con una técnica depurada consistente en usurparnos las verdaderas preocupaciones y cambiarlas por problemas ficticios, aparentes, que estimulen el enfrentamiento que alimenta a la bestia y abre más y más el abismo que nos separa a unos de otros y que cada día hace mas inviable (si cabe) un puñetazo en la mesa, un "hasta aquí hemos llegado", la conciencia colectiva que podría darnos la fuerza suficiente para cambiar el rumbo de este viaje abocado al fracaso.
No se cuál habrá sido el resultado final en ese mar de cifras, de declaraciones cruzadas que aseguran el éxito simultáneo de todos los supuestos oponentes, no lo se y me da igual. Yo he perdido.
Sabemos que gane quien gane, ganan ellos, los políticos, y perdemos todos los demás. Sabemos que las reglas del juego están puestas desde hace mucho tiempo y que ninguna agrupación política va a luchar por salirse de ellas, porque de hecho la mera participación implica la aceptación de las mismas. El tablero es cómodo y el juego muy rentable, un par de promesas, de pequeñas alteraciones sobre el fluir general de las cosas, bastan para establecer los equipos. Lo demás es siempre igual, a estas alturas tenemos muy poco que decir. El nivel de vida cae en picado mientras atendemos a banalidades, todos son depredadores intentando arrancar nuestros frágiles derechos para venderlos al mejor postor con una técnica depurada consistente en usurparnos las verdaderas preocupaciones y cambiarlas por problemas ficticios, aparentes, que estimulen el enfrentamiento que alimenta a la bestia y abre más y más el abismo que nos separa a unos de otros y que cada día hace mas inviable (si cabe) un puñetazo en la mesa, un "hasta aquí hemos llegado", la conciencia colectiva que podría darnos la fuerza suficiente para cambiar el rumbo de este viaje abocado al fracaso.
No se cuál habrá sido el resultado final en ese mar de cifras, de declaraciones cruzadas que aseguran el éxito simultáneo de todos los supuestos oponentes, no lo se y me da igual. Yo he perdido.
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