Escrito por Yosi_ el lunes, 18 de junio de 2007
Aprovechando que estoy en mi propio blog y escribo lo que me sale del alma, me atrevo con un tema que posiblemente en otro lugar me costaría una caída dramática del karma, un linchamiento público o, hablando de la calle, incluso algún tipo de enfrentamiento físico. Por supuesto hablo del acontecimiento del día, de la semana, del año. Del acontecimiento que mueve el ocio de un tanto por ciento monstruoso y absurdo (por homogéneo) de la sociedad española. Supongo que a estas alturas cada persona que lea esto tendrá en la cabeza preparado el "y tu más" con el opio popular de turno, que haberlos haylos muchos y variados, nadie lo niega, aunque creo ser objetivo si aseguro que pocos provocan en las masas un comportamiento tan irracional, tan provocativo y tan peligroso.
Ahora mismo, como al final de cualquier campeonato de liga que termine con la victoria de uno de los grandes, media España está de fiesta mientras la otra media está de luto. Eso tampoco tiene demasiado de novedoso, porque en el pais de mentalidad binaria en el que vivimos eso pasa casi en cualquier acontecimiento público.
Quizás un hecho relevante en este caso sea que gran parte de los que están de celebraciones, lo están a sabiendas y a causa de la profunda tristeza de los otros, y viceversa. La competitividad deportiva no tiene nada de malo, por supuesto que no, y puedo llegar a ver bastante natural que a modo de juego cada uno se posicione en uno de los posibles bandos de la contienda en función de cercanía geográfica, simpatías, preferencias crómaticas, etc... y disfrute de la victoria de "los suyos" lanzando pequeñas puyas hacia el bando rival. También puedo comprender que el oponente vencido se encuentre de mal humor, picado a causa del pequeño fracaso de sus preferidos. Lo que desde luego no me cabe en la cabeza es que alguien siga un deporte disfrutando de los fracasos de alguno de los participantes. No se, y me gustaría saber, que tipo de frustración lleva a una persona a recrearse en la desgracia (porque se interpreta como una verdadera desgracia personal) de quien en su vida le causó daño alguno, de alguien que ni siquiera conoce, teniendo como único motivo de odio el haber elegido un equipo distinto.
Hasta aquí solamente hemos hablado de los extraños efectos psicólogicos que tiene el fútbol sobre el personal, que pueden resultar curiosos, incomprensibles desde mi punto de vista, pero en cualquier caso inofensivos y respetables. Pero como todos sabemos para un sector importante de la población la cosa no queda ahí. Y no digo importante por número, claramente minoritario, sino por efectos. Porque si bien los ganadores raramente crean mas problemas que algún pequeño destrozo en el mobiliario urbano, los sufridos derrotados ni mucho menos se conforman con irse a su casa a esconder su desgracia (porque lo es, por si alguien no lo cree o lo duda), sino que deciden dar rienda suelta a esa agresividad contenida que, unos mas que otros, todos llevamos dentro después de una semana bien jodida y otra peor que se avecina, pagándolo a base de violencia física con quien menos tenga que ver con la debacle. Y en este punto ya empiezan a aflorar las enseñas políticas de un color u otro como disculpa ideólogica a los despropósitos que se avecinan.
Quizás lo más triste de todo esto es que apenas produce alarma social. Se asume como algo "normal", hoy por ti mañana por mi, tratando de disimular la salvajada de la mejor forma posible y echando tierra sobre el asunto. Porque al fin y al cabo es posible que De Juana Chaos esté recorriendo las calles en ese preciso momento, y a pesar de su reciente condición de peso mosca supone un peligro mucho mayor para la integridad física de los ciudadanos que un grupo de cientos de jovenes musculados, violentos y absolutamente embrutecidos a la caza de alguien que lleve la camiseta de un color diferente, cosa que desde varios días antes es previsible y que de hecho se espolea con gran irresponsabilidad desde todos los medios de comunicación públicos y privados.
Esta es la historia, en la que casi siempre pagan justos por pecadores, como en casi todas las facetas de la vida. Pero tal vez los inocentes también tengan que reflexionar sobre lo que produce una pasión tan desmedida, irracional y fuera de control como es este deporte, y plantearse lo que ocurre en situaciones como esta cuando la gente razonable no hace nada por cambiarlas. Igual hay que renunciar a los gritos enardecidos del fondo del estadio, a un puñado de audiencia o a la venta de unas cuantas entradas, pero este falso drama debería convertirse cuanto antes en una diversión sana sin más pretensiones, no seguir siendo una distorsión de las verdaderas preocupaciones de la vida, un focalizador de la atención pública, una desgracia a nivel personal o un agravante para odiar aún más a quienes viven a nuestro alrededor. Que no hace falta, para eso (desgraciadamente) ya nos sobran los motivos.
Ahora mismo, como al final de cualquier campeonato de liga que termine con la victoria de uno de los grandes, media España está de fiesta mientras la otra media está de luto. Eso tampoco tiene demasiado de novedoso, porque en el pais de mentalidad binaria en el que vivimos eso pasa casi en cualquier acontecimiento público.
Quizás un hecho relevante en este caso sea que gran parte de los que están de celebraciones, lo están a sabiendas y a causa de la profunda tristeza de los otros, y viceversa. La competitividad deportiva no tiene nada de malo, por supuesto que no, y puedo llegar a ver bastante natural que a modo de juego cada uno se posicione en uno de los posibles bandos de la contienda en función de cercanía geográfica, simpatías, preferencias crómaticas, etc... y disfrute de la victoria de "los suyos" lanzando pequeñas puyas hacia el bando rival. También puedo comprender que el oponente vencido se encuentre de mal humor, picado a causa del pequeño fracaso de sus preferidos. Lo que desde luego no me cabe en la cabeza es que alguien siga un deporte disfrutando de los fracasos de alguno de los participantes. No se, y me gustaría saber, que tipo de frustración lleva a una persona a recrearse en la desgracia (porque se interpreta como una verdadera desgracia personal) de quien en su vida le causó daño alguno, de alguien que ni siquiera conoce, teniendo como único motivo de odio el haber elegido un equipo distinto.
Hasta aquí solamente hemos hablado de los extraños efectos psicólogicos que tiene el fútbol sobre el personal, que pueden resultar curiosos, incomprensibles desde mi punto de vista, pero en cualquier caso inofensivos y respetables. Pero como todos sabemos para un sector importante de la población la cosa no queda ahí. Y no digo importante por número, claramente minoritario, sino por efectos. Porque si bien los ganadores raramente crean mas problemas que algún pequeño destrozo en el mobiliario urbano, los sufridos derrotados ni mucho menos se conforman con irse a su casa a esconder su desgracia (porque lo es, por si alguien no lo cree o lo duda), sino que deciden dar rienda suelta a esa agresividad contenida que, unos mas que otros, todos llevamos dentro después de una semana bien jodida y otra peor que se avecina, pagándolo a base de violencia física con quien menos tenga que ver con la debacle. Y en este punto ya empiezan a aflorar las enseñas políticas de un color u otro como disculpa ideólogica a los despropósitos que se avecinan.
Quizás lo más triste de todo esto es que apenas produce alarma social. Se asume como algo "normal", hoy por ti mañana por mi, tratando de disimular la salvajada de la mejor forma posible y echando tierra sobre el asunto. Porque al fin y al cabo es posible que De Juana Chaos esté recorriendo las calles en ese preciso momento, y a pesar de su reciente condición de peso mosca supone un peligro mucho mayor para la integridad física de los ciudadanos que un grupo de cientos de jovenes musculados, violentos y absolutamente embrutecidos a la caza de alguien que lleve la camiseta de un color diferente, cosa que desde varios días antes es previsible y que de hecho se espolea con gran irresponsabilidad desde todos los medios de comunicación públicos y privados.
Esta es la historia, en la que casi siempre pagan justos por pecadores, como en casi todas las facetas de la vida. Pero tal vez los inocentes también tengan que reflexionar sobre lo que produce una pasión tan desmedida, irracional y fuera de control como es este deporte, y plantearse lo que ocurre en situaciones como esta cuando la gente razonable no hace nada por cambiarlas. Igual hay que renunciar a los gritos enardecidos del fondo del estadio, a un puñado de audiencia o a la venta de unas cuantas entradas, pero este falso drama debería convertirse cuanto antes en una diversión sana sin más pretensiones, no seguir siendo una distorsión de las verdaderas preocupaciones de la vida, un focalizador de la atención pública, una desgracia a nivel personal o un agravante para odiar aún más a quienes viven a nuestro alrededor. Que no hace falta, para eso (desgraciadamente) ya nos sobran los motivos.
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