Escrito por Torres el lunes, 9 de julio de 2007
Sobra todo lo que yo pueda decir cuando es el mismísimo Andrés, con su abultada trayectoria y todo lo vivido en este mundo, el que confiesa que el del sábado en Getafe, es uno de esos conciertos que se recuerdan veinte años adelante.
Y es que yo soy de los que piensan que hay todo tipo de conciertos: unos pésimos y otros simplemente malos (de los que pueden llegar a hacer replantearte la pasión por esto de la música), otros mediocres, normales o buenos (donde ya sientes ese feeling de la música en vivo), otros cojonudos, y caso aparte, unos pocos inolvidables.
El de anteayer, por supuesto, pertenece a los de la última categoría.
Calamaro, con una percha perfecta aunque ligeramente pasado de kilos, manteniendo esa actitud un tanto chulesca que no se riñe nada, sino que se complementa perfectamente con la elegancia que le caracteriza. Provisto de su Gibson Les Paul bfg, la cual soltaba únicamente para seguir cantando al son de los bailoteos que se marcaba, ya que estaba propenso a ello esa noche. Repertorio largo y completo, con abundante salmón y una honestidad brutal, muy fino a la voz y respaldado por una banda impresionante, de las que dejan el terreno bien trabajado para poder estar a la altura. Agradecido se mostró continuamente el bonaerense y agradecido me siento yo por haber podido disfrutar de su presencia. Un placer.
Fito no me ofreció más que lo que me podía esperar, que no es poco, sino bastante, de hecho. Con su reducido tamaño y la guitarra colgada sobre los hombros, no paraba de rockear de ese modo tan particular, moviéndose de un lado a otro del escenario, codeándose con sus músicos y ofreciendo de manera impecable sus canciones, abundantes del nuevo disco pero sin olvidar temás clásicos y otros de hace más tiempo. Es de agradecer también, resulta imposible negarlo, el hecho de que el bilbaino se muestre como siempre tan cercano, con esas maneras que inspiran agradecimiento y amabilidad. Y ya que andamos sueltos en el reparto de agradecimientos, no se podía quedar sin su debida parte del pastel el comandante del buque, el inimitable Carlos Raya a las seis cuerdas. Da gusto verle y da gusto verlos.
Pero muy importante en todo este fenómeno es el hecho de salir los dos amigos juntos a escena, compartir e intercambiar canciones a modo de conectores o de puente en momentos tan importantes como el principio y el final o los momentos intermedios. La verdad es que es una postal digna de ver.
En fin, cuatro horas de música sin pausa que al final resulta que se quedaron cortas. Desde luego, no resulta mal indicio...
Y es que yo soy de los que piensan que hay todo tipo de conciertos: unos pésimos y otros simplemente malos (de los que pueden llegar a hacer replantearte la pasión por esto de la música), otros mediocres, normales o buenos (donde ya sientes ese feeling de la música en vivo), otros cojonudos, y caso aparte, unos pocos inolvidables.
El de anteayer, por supuesto, pertenece a los de la última categoría.
Calamaro, con una percha perfecta aunque ligeramente pasado de kilos, manteniendo esa actitud un tanto chulesca que no se riñe nada, sino que se complementa perfectamente con la elegancia que le caracteriza. Provisto de su Gibson Les Paul bfg, la cual soltaba únicamente para seguir cantando al son de los bailoteos que se marcaba, ya que estaba propenso a ello esa noche. Repertorio largo y completo, con abundante salmón y una honestidad brutal, muy fino a la voz y respaldado por una banda impresionante, de las que dejan el terreno bien trabajado para poder estar a la altura. Agradecido se mostró continuamente el bonaerense y agradecido me siento yo por haber podido disfrutar de su presencia. Un placer.
Fito no me ofreció más que lo que me podía esperar, que no es poco, sino bastante, de hecho. Con su reducido tamaño y la guitarra colgada sobre los hombros, no paraba de rockear de ese modo tan particular, moviéndose de un lado a otro del escenario, codeándose con sus músicos y ofreciendo de manera impecable sus canciones, abundantes del nuevo disco pero sin olvidar temás clásicos y otros de hace más tiempo. Es de agradecer también, resulta imposible negarlo, el hecho de que el bilbaino se muestre como siempre tan cercano, con esas maneras que inspiran agradecimiento y amabilidad. Y ya que andamos sueltos en el reparto de agradecimientos, no se podía quedar sin su debida parte del pastel el comandante del buque, el inimitable Carlos Raya a las seis cuerdas. Da gusto verle y da gusto verlos.
Pero muy importante en todo este fenómeno es el hecho de salir los dos amigos juntos a escena, compartir e intercambiar canciones a modo de conectores o de puente en momentos tan importantes como el principio y el final o los momentos intermedios. La verdad es que es una postal digna de ver.
En fin, cuatro horas de música sin pausa que al final resulta que se quedaron cortas. Desde luego, no resulta mal indicio...
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