Escrito por 1984 el martes, 22 de enero de 2008
Me parece una truculencia que tipifiquen como fuga de hogar y en consecuencia, delito, las frecuentes evasiones del internado, que a ciertos chiquillos les dicta el instinto de conservación. A cualquier cosa llaman hogar y a cualquier cosa delito.
Cuando José Luis llegó a nuestra casa, con trece años, me advirtieron que con él no íbamos a disponer de mucho tiempo:
- En los últimos meses le enviamos a un sinfín de internados y apenas duró algunos días en cada uno de ellos.
Si en tales centros erizados de verjas y alambradas tan sólo duraba un suspiro, ¿qué no habría de suceder en nuestra casita de Vallecas, con sus puertas y ventanas rindiéndose al viento?.
En cuanto llegó, pues, me apresuré a recomendarle:
- Mira chaval, las instituciones te traen a la fuerza; pero mi casa no es una cárcel. Verás, te lo explicaré a mi manera: yo soy muy aficionado al cine y jamás se me ocurriría huir en el momento mas emocionante de una proyección, pero si de repente alguien gritara ¡fuego! y veo la sala encendida en llamas, te juro que salgo de allí como una centella. Lo mismo te recomiendo a ti, que te vayas o te quedes según te convenga. En mi casa jamás lo decidiremos por ti, porque nadie mejor que tú sabrá escuchar la voz de tu propio instinto.
Excuso decir que se marcho al momento, como es natural; necesitaba poner a prueba si mis palabras eran de fiar.
Al cabo de unos días me llamaron de la institución para decirme que le habían pillado de nuevo, y por mi parte, les pedí que nos mantuvieran su aval, que nos otorgaran un nuevo margen de confianza. Todavía no era yo consciente de que fuera aberrante ese modo de proceder, esa complicidad tácita entre los que le detenían y nosotros.
Pero al chaval le repetí la misma cantinela:
- Me alegro de que hayas querido comprobar lo que te dije; la próxima vez diles que estás viviendo en mi casa y que he sido yo quien te dio permiso, tal vez eso evite que te vuelvan a detener, y si tienen dudas que me llamen.
Además, siempre dejaré algún dinerillo sobre este mueble para que puedas comer y desplazarte, para que no te falte lo necesario durante ese tiempo en que no estés con nosotros.
Por supuesto que también entonces se marchó y llevándose el dinero.
Pero al cabo de algún tiempo empezó a volver por propia iniciativa, entonces aproveché el momento:
- ¿A que me estoy enrollando bien contigo?, ¡venga chaval!.. Príngate un poquito también tú, hazlo por mí: el día en que no vengas a dormir, ¿por qué no me llamas desde cualquier teléfono?, me quedaré mas tranquilo sabiendo que todo sigue normal.
Y empezó a llamarme.
La gente medrosa da por supuesto que a los chavales, si les ofreces un dedo te tomarán la mano, y si les das la mano se quedarán con tu brazo; pero así sólo ocurre cuando la oferta se hace o por debilidad o a cambio de algo, por egoísmo. De lo contrario no suele acontecer, estos chiquillos son más razonables de lo que aparentan y suponemos, lo que pasa es que no les damos oportunidad, dejamos que se anticipen a nuestras sospechas y es precisamente esa suspicacia lo que les provoca e induce a engañar.
Arriesgarse a confiar en ellos es sanísimo; podrán fallarnos, pero si ocurre bastará que sepan que nuestra puerta sigue abierta para que el problema termine resolviéndose. Y si las instituciones rechazan semejante modo de proceder por considerarlo muy condescendiente, allá ellas, su rechazo en vez de perjudicarnos ayudará al chaval a saber que estamos de su parte y le persuadirá para volver con nosotros; en cualquier caso, ¿quien podría impedir que porfiemos mutuamente en concedernos confianza y cariño?.
Hoy sin embargo, treinta y tres años después, sé que la atención que le presté a José Luis fue muy torpe:
Imaginaos un niño de diez añitos que está en su habitación durmiendo y que a media noche se despertase por un dolor de muelas: el niño se pone a gimotear, la mamá o el papá se despertarán con las quejas y acudirán a su cama y seguramente se intentarán a su vera tratando de averiguar el motivo del llanto.
Y aquí esta el meollo sobre el que os quiero llamar la atención: elque a un niño le duelan las muelas no sólo es un problema profesional competencia de un dentista, si no un asunto más complejo: se trata de un problema personal. Si se tratara de un asunto simplemente odontológico, los padres podrían volverse tranquilamente a la cama sin hacerle ni caso, puesto que ellos no son dentistas. Pero seguro que no harán tal cosa, al contrario, se sentarán a su vera, le harán compañía y tratarán de aliviar su llanto con caricias, o con la consabida magia "sana sana, culito de rana, si no sanas hoy sanarás mañana" y tal vez le den una aspirina o una infusión templadita, en fin.. le prestarán toda su atención. Seguramente con estos cuidados el niño conseguirá volver a quedarse dormido. Y al día siguiente le llevarán al dentista.
Los niños no necesitan que se les siente a la cama un dentista, necesitan que les consuele alguien mucho más entrañable y personal. Las muelas necesitan dentistas, pero las personas con dolor de muelas lo que necesitan son personas que se pongan a su lado.
Las instituciones creen ofrecer mucho y bueno cuando derivan criaturas hacia los mas diversos profesionales: ahora irás al psicólogo, ahora al educador especial, ahora al logopeda, ahora.. Distribuir así tanto trabajo seguro que ofrecerá algún provecho laboral, pero a los críos les va inoculando un mensaje deletéreo: chaval, estás hecho una pena, ni los especialistas pueden ya con tu mal.
Muchas personas de los centros de tutela o reforma creen ofrecer mucho cuando se ofrecen como profesionales. No estoy de acuerdo. Estamos hartos de ver a esos niños deambular de un lugar para otro. Pero, ¿quién se implica en su biografía, quién está dispuesto a darle algo de sí mismo al margen de las horas de trabajo?. Los niños necesitan sobre todo y antes que nada, personas saludables dispuestas a implicarse en su vida.
Para atender a José Luis, como profesional, seguramente yo estaría muy bien preparado, ¿pero lo estaba como persona?. ¿No habría tenido que trabajar sobre mí, al menos tanto como lo hice sobre el niño?.
Alguien puede ser muy profesional y al mismo tiempo ser una persona inmadura o caprichosa, o al contrario, no tener apenas estudios pero ser muy lúcido, sensato, prudente, sensible, ecúanime, entero.. ¿les parece poco que ofrecer?.
Es duro que tengamos que madurar a costa de los niños, y ¡si al menos así lo consiguieramos!...
En mi familia yo gocé de una crianza cuidadosa y entrañable, José Luis en la suya no, no por maldad... sino porque nadie da lo que no tiene; a mí me dieron instrucción en un colegio elitista, a José Luis no; a mí, que estudié carrera, me atribuyen preparación profesional y no sé por qué también me atribuían madurez y cualidades personales aunque pudiese no tenerlas. Sin embargo, cuando José Luis y yo coincidimos en el camino, yo disponía de capacidad y poder para exigirle a él, y él no disponía de nada para exigirme a mí. Y por ese injusto reparto de poder, sin darme cuenta fui haciendo recaer sobre él todo el peso del encuentro, todo el esfuerzo de la mutua adaptación.
Era un muchacho de gran sensibilidad y admirable talante, pero cuanto más se esforzaba más mezquino y exigente me volvía yo. Y no pudo soportarlo. Entonces sí que se fue, pero llorando un gran desgarro. Una vez le volví a ver años después, sólo un instante, con sentimientos de culpa por mi parte, con melancólica lejanía por la suya.
O sea, que si el niño triunfa sin duda es porque somos muy competentes, pero si fracasa sin duda será por su culpa, por ser muy difícil o muy rebelde. Así hacemos recaer sobre ellos todo el peso del desencuentro.
Cuanto daño podemos causar a los chiquillos con nuestra presunción de que por ser gente de carrera tenemos mucho que aportar. Ellos, pese a su condición a veces tan ruda, suelen poseer increíbles tesoros de valentía, sensibilidad y resistencia, para transformarse y transformanos, sensibilidad que no siempre encuentra eco en nosotros.
Lo dicho, o sea, el asunto del poder mal repartido.
Seguramente José Luis nunca lo llegó a saber, pero para mayor sarcasmo, su admirable cambio durante el tiempo en que permaneció con nosotros fue decisivo para que las instituciones nos atribuyeran mayor solvencia:
- ¿Que han hecho ustedes con este niño? -nos decían- que le vemos acudiendo formalito al colegio, con su carpeta bajo el brazo
Hasta eso le debemos.
¡Tiempos aquellos!, años 70, cuando los chavales más rebeldes eran así de buenotes, cuando se guiaban como por instinto, cuando el medio no alteraba su condición natural salvo para atosigarles de carencias y exigencias. Nacían bajo el signo del hambre y la incultura, pero eso no les corrompía ni un ápice más allá; les asediaba de infortunio y escasez por todas partes: vivienda de cartón y hojalata, ropa raída, alimento insuficiente, alfabetización -que era un lujo-... pero ahí empezaban y terminaban sus penurias. Pobres de solemnidad que lo eran y punto, pobres pero honrados, se decía por entonces, que hasta los ladronzuelos, antaño, lo eran con muchas reservas.
Pero aún siendo atroz su pobreza, gozaban de abundantes bienes que por entonces ni siquiera podíamos imaginar: gozaban de ubicación, la familia de José Luis habitaba en el barrio de La Alegría, tenían arraigo, poseían sentido de pertenencia y constituían un verdadero tejido social; la gente se sabía desvalida y eso les unía y solidarizaba mutuamente; la familia extensa y el vecindario conservaban conciencia de clan y poseían diversidad suficiente como para saberse capaces; e incluso gozaban de trabajillos humildes, de alguna cultura, marginal y anticuada, pero ancestral y de un cierto reconocimiento de su dignidad.
Lástima que nunca haya habido bondades incorregibles, ni honestidad que no fuera castigada.
Cuando José Luis llegó a nuestra casa, con trece años, me advirtieron que con él no íbamos a disponer de mucho tiempo:
- En los últimos meses le enviamos a un sinfín de internados y apenas duró algunos días en cada uno de ellos.
Si en tales centros erizados de verjas y alambradas tan sólo duraba un suspiro, ¿qué no habría de suceder en nuestra casita de Vallecas, con sus puertas y ventanas rindiéndose al viento?.
En cuanto llegó, pues, me apresuré a recomendarle:
- Mira chaval, las instituciones te traen a la fuerza; pero mi casa no es una cárcel. Verás, te lo explicaré a mi manera: yo soy muy aficionado al cine y jamás se me ocurriría huir en el momento mas emocionante de una proyección, pero si de repente alguien gritara ¡fuego! y veo la sala encendida en llamas, te juro que salgo de allí como una centella. Lo mismo te recomiendo a ti, que te vayas o te quedes según te convenga. En mi casa jamás lo decidiremos por ti, porque nadie mejor que tú sabrá escuchar la voz de tu propio instinto.
Excuso decir que se marcho al momento, como es natural; necesitaba poner a prueba si mis palabras eran de fiar.
Al cabo de unos días me llamaron de la institución para decirme que le habían pillado de nuevo, y por mi parte, les pedí que nos mantuvieran su aval, que nos otorgaran un nuevo margen de confianza. Todavía no era yo consciente de que fuera aberrante ese modo de proceder, esa complicidad tácita entre los que le detenían y nosotros.
Pero al chaval le repetí la misma cantinela:
- Me alegro de que hayas querido comprobar lo que te dije; la próxima vez diles que estás viviendo en mi casa y que he sido yo quien te dio permiso, tal vez eso evite que te vuelvan a detener, y si tienen dudas que me llamen.
Además, siempre dejaré algún dinerillo sobre este mueble para que puedas comer y desplazarte, para que no te falte lo necesario durante ese tiempo en que no estés con nosotros.
Por supuesto que también entonces se marchó y llevándose el dinero.
Pero al cabo de algún tiempo empezó a volver por propia iniciativa, entonces aproveché el momento:
- ¿A que me estoy enrollando bien contigo?, ¡venga chaval!.. Príngate un poquito también tú, hazlo por mí: el día en que no vengas a dormir, ¿por qué no me llamas desde cualquier teléfono?, me quedaré mas tranquilo sabiendo que todo sigue normal.
Y empezó a llamarme.
La gente medrosa da por supuesto que a los chavales, si les ofreces un dedo te tomarán la mano, y si les das la mano se quedarán con tu brazo; pero así sólo ocurre cuando la oferta se hace o por debilidad o a cambio de algo, por egoísmo. De lo contrario no suele acontecer, estos chiquillos son más razonables de lo que aparentan y suponemos, lo que pasa es que no les damos oportunidad, dejamos que se anticipen a nuestras sospechas y es precisamente esa suspicacia lo que les provoca e induce a engañar.
Arriesgarse a confiar en ellos es sanísimo; podrán fallarnos, pero si ocurre bastará que sepan que nuestra puerta sigue abierta para que el problema termine resolviéndose. Y si las instituciones rechazan semejante modo de proceder por considerarlo muy condescendiente, allá ellas, su rechazo en vez de perjudicarnos ayudará al chaval a saber que estamos de su parte y le persuadirá para volver con nosotros; en cualquier caso, ¿quien podría impedir que porfiemos mutuamente en concedernos confianza y cariño?.
Hoy sin embargo, treinta y tres años después, sé que la atención que le presté a José Luis fue muy torpe:
Imaginaos un niño de diez añitos que está en su habitación durmiendo y que a media noche se despertase por un dolor de muelas: el niño se pone a gimotear, la mamá o el papá se despertarán con las quejas y acudirán a su cama y seguramente se intentarán a su vera tratando de averiguar el motivo del llanto.
Y aquí esta el meollo sobre el que os quiero llamar la atención: elque a un niño le duelan las muelas no sólo es un problema profesional competencia de un dentista, si no un asunto más complejo: se trata de un problema personal. Si se tratara de un asunto simplemente odontológico, los padres podrían volverse tranquilamente a la cama sin hacerle ni caso, puesto que ellos no son dentistas. Pero seguro que no harán tal cosa, al contrario, se sentarán a su vera, le harán compañía y tratarán de aliviar su llanto con caricias, o con la consabida magia "sana sana, culito de rana, si no sanas hoy sanarás mañana" y tal vez le den una aspirina o una infusión templadita, en fin.. le prestarán toda su atención. Seguramente con estos cuidados el niño conseguirá volver a quedarse dormido. Y al día siguiente le llevarán al dentista.
Los niños no necesitan que se les siente a la cama un dentista, necesitan que les consuele alguien mucho más entrañable y personal. Las muelas necesitan dentistas, pero las personas con dolor de muelas lo que necesitan son personas que se pongan a su lado.
Las instituciones creen ofrecer mucho y bueno cuando derivan criaturas hacia los mas diversos profesionales: ahora irás al psicólogo, ahora al educador especial, ahora al logopeda, ahora.. Distribuir así tanto trabajo seguro que ofrecerá algún provecho laboral, pero a los críos les va inoculando un mensaje deletéreo: chaval, estás hecho una pena, ni los especialistas pueden ya con tu mal.
Muchas personas de los centros de tutela o reforma creen ofrecer mucho cuando se ofrecen como profesionales. No estoy de acuerdo. Estamos hartos de ver a esos niños deambular de un lugar para otro. Pero, ¿quién se implica en su biografía, quién está dispuesto a darle algo de sí mismo al margen de las horas de trabajo?. Los niños necesitan sobre todo y antes que nada, personas saludables dispuestas a implicarse en su vida.
Para atender a José Luis, como profesional, seguramente yo estaría muy bien preparado, ¿pero lo estaba como persona?. ¿No habría tenido que trabajar sobre mí, al menos tanto como lo hice sobre el niño?.
Alguien puede ser muy profesional y al mismo tiempo ser una persona inmadura o caprichosa, o al contrario, no tener apenas estudios pero ser muy lúcido, sensato, prudente, sensible, ecúanime, entero.. ¿les parece poco que ofrecer?.
Es duro que tengamos que madurar a costa de los niños, y ¡si al menos así lo consiguieramos!...
En mi familia yo gocé de una crianza cuidadosa y entrañable, José Luis en la suya no, no por maldad... sino porque nadie da lo que no tiene; a mí me dieron instrucción en un colegio elitista, a José Luis no; a mí, que estudié carrera, me atribuyen preparación profesional y no sé por qué también me atribuían madurez y cualidades personales aunque pudiese no tenerlas. Sin embargo, cuando José Luis y yo coincidimos en el camino, yo disponía de capacidad y poder para exigirle a él, y él no disponía de nada para exigirme a mí. Y por ese injusto reparto de poder, sin darme cuenta fui haciendo recaer sobre él todo el peso del encuentro, todo el esfuerzo de la mutua adaptación.
Era un muchacho de gran sensibilidad y admirable talante, pero cuanto más se esforzaba más mezquino y exigente me volvía yo. Y no pudo soportarlo. Entonces sí que se fue, pero llorando un gran desgarro. Una vez le volví a ver años después, sólo un instante, con sentimientos de culpa por mi parte, con melancólica lejanía por la suya.
O sea, que si el niño triunfa sin duda es porque somos muy competentes, pero si fracasa sin duda será por su culpa, por ser muy difícil o muy rebelde. Así hacemos recaer sobre ellos todo el peso del desencuentro.
Cuanto daño podemos causar a los chiquillos con nuestra presunción de que por ser gente de carrera tenemos mucho que aportar. Ellos, pese a su condición a veces tan ruda, suelen poseer increíbles tesoros de valentía, sensibilidad y resistencia, para transformarse y transformanos, sensibilidad que no siempre encuentra eco en nosotros.
Lo dicho, o sea, el asunto del poder mal repartido.
Seguramente José Luis nunca lo llegó a saber, pero para mayor sarcasmo, su admirable cambio durante el tiempo en que permaneció con nosotros fue decisivo para que las instituciones nos atribuyeran mayor solvencia:
- ¿Que han hecho ustedes con este niño? -nos decían- que le vemos acudiendo formalito al colegio, con su carpeta bajo el brazo
Hasta eso le debemos.
¡Tiempos aquellos!, años 70, cuando los chavales más rebeldes eran así de buenotes, cuando se guiaban como por instinto, cuando el medio no alteraba su condición natural salvo para atosigarles de carencias y exigencias. Nacían bajo el signo del hambre y la incultura, pero eso no les corrompía ni un ápice más allá; les asediaba de infortunio y escasez por todas partes: vivienda de cartón y hojalata, ropa raída, alimento insuficiente, alfabetización -que era un lujo-... pero ahí empezaban y terminaban sus penurias. Pobres de solemnidad que lo eran y punto, pobres pero honrados, se decía por entonces, que hasta los ladronzuelos, antaño, lo eran con muchas reservas.
Pero aún siendo atroz su pobreza, gozaban de abundantes bienes que por entonces ni siquiera podíamos imaginar: gozaban de ubicación, la familia de José Luis habitaba en el barrio de La Alegría, tenían arraigo, poseían sentido de pertenencia y constituían un verdadero tejido social; la gente se sabía desvalida y eso les unía y solidarizaba mutuamente; la familia extensa y el vecindario conservaban conciencia de clan y poseían diversidad suficiente como para saberse capaces; e incluso gozaban de trabajillos humildes, de alguna cultura, marginal y anticuada, pero ancestral y de un cierto reconocimiento de su dignidad.
Lástima que nunca haya habido bondades incorregibles, ni honestidad que no fuera castigada.
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