Escrito por Cronos el miércoles, 21 de octubre de 2009
La torre de Lórum.
Benybeck subió los últimos peldaños de la escalera de caracol. Su pequeña figura, que no superaba la talla de un niño de doce años, parecía incansable. Sus ágiles pies se movían a velocidad endiablada escaleras arriba, mientras el tintineo de las innumerables bolsitas que le cubrían la casaca verde y los desgastados pantalones granates tapaba el ruido de sus pisadas en la húmeda y gris piedra. Su cabeza, cubierta por una larga cabellera castaña recogida en trenzas desordenadas, se movía hacia todos los lados, mirando todo cuanto le rodeaba. Giró su cabeza hacia atrás, dejando ver su rostro de rasgos infantiles y finos, con las mejillas plagadas de pecas y bordeado por sus grandes orejas puntiagudas. Sus ojos verdes brillaban intensamente, sin dejar de moverse de un lado a otro como si estuviera memorizando cada detalle de las paredes de la torre.
-Ragnar, Ragnar... apura, ya casi hemos llegado a la parte más alta...- La fina, incluso chillona voz del miuven resonó en las frías paredes de la torre- Seguro que está aquí protegido por un enorme dragón que...
-Benybeck... no deberías correr tanto...- La voz del hechicero sonaba jadeante mientras subía las escaleras- Podría haber trampas o quizá alguien con malas intenciones...
-Bah, seguro que no hay nadie... le habría oído...- Benybeck sonrió triunfante- Nada escapa a los agudos sentidos de un miuven.
-Ya, esa cantinela me suena, pero por desgracia acostumbro a tener razón.
El miuven se giró de nuevo y subió cuatro escalones más, no sin antes desenvainar su pequeña daga.
-Si hay alguien, le daré su merecido.-El miuven empleó el tono de voz más grave que pudo conseguir.
-Espero no ver nunca el día que aprendas, Beny...
La aparentemente frágil figura de Ragnar continúo subiendo las escaleras. Su ancho rostro, cubierto por una barba de pelo grisáceo y rizo y no demasiado larga, en medio de la cual aparecía una amplia y franca sonrisa, brillaba a causa del sudor producido por el esfuerzo. Pasó sus manos de dedos finos y hábiles por su cabellera negra y tupida, que le alcanzaba hasta los hombros. Tras ello las limpió a la túnica gris, de buena factura, que le cubría desde el cuello hasta los pies, con un grueso cinturón de cuero negro ciñéndola a la cintura. Ragnar no superaba el metro ochenta, aunque Benybeck sabía que parecía crecer cuando se disponía a lanzar algunos de sus conjuros más poderosos. Lo que más había sorprendido siempre a Benybeck de Ragnar era lo expresivo de sus ojos negros. Cualquiera que se fijase podría leer su estado de ánimo con sólo mirarle a los ojos... si se atrevía... una mirada de Ragnar enfadado podría asustar al más valiente, e igualmente, una de sus miradas en calma podría serenar al más agresivo de los hombres. Pero desde luego, lo que más le atraía de Ragnar eran dos cosas; por un lado, la cantidad de sortilegios distintos que le había visto hacer, y por otro, el hecho de que a pesar de que nunca se lo diría, era cierto que solía tener razón.
-¡Oooooh!- el miuven parecía decepcionado mientras subía los últimos escalones.- No hay Dragón... sólo una estúpida estatua... y por cierto, no veo el ojo por ningún sitio... creo que nos hemos vuelto a equivocar....
-Espérame ahí quietecito...- Ragnar se esforzaba por seguir el paso del inquieto miuven- Noto algo que no me gusta...
Aún no había terminado de decir ésto, y el miuven ya se había introducido por la abertura en la que terminaban las escaleras. Ragnar subió los últimos escalones, y cuando asomó la cabeza por la abertura, vio la gran estancia superior de la Torre de Lorum. Las paredes y el suelo eran de piedra de color ocre y estaban cubiertos de polvo. La estancia era de planta circular, bastante amplia, y las paredes estaban decoradas con falsas columnas unidas por arcos semicirculares que rodeaban toda la sala. Sobre ella, las paredes se cerraban formando una bóveda. Toda la estancia estaba iluminada por antorchas, situadas en cada columna, lo cual le daba un aspecto fantasmal. Dibujado en el suelo había un círculo de baldosas de mármol azulado que rodeaba una enorme estatua del alto de dos hombres, sin ningún tipo de pedestal, y que representaba a alguien fuerte y musculoso, totalmente calvo y de cara y mandíbula anchas, aunque muy poco definidas. La otra visión de Ragnar le mostraba un brillo blanquecino que emanaba de la estatua y del círculo, revelándole su naturaleza mágica. Inmediatamente, el hechicero sospechó cual era la trampa.
-Beny, no te acerques al círculo...
-¿A qué círculo te refieres? ¿A este círculo?- Las palabras de Benybeck resonaron en la estancia justo en el momento en el que el pequeño miuven saltaba por encima de la línea de baldosas azules. Según posó un pie en el interior del círculo, las baldosas que lo formaban comenzaron a brillar, emitiendo una luz azulada que llenó toda la estancia. Un fuerte crujido sonó, proveniente de la estatua.- ¡Ups!.. Sin duda era éste el círculo...
-¡Apártate de la estatua inmediatamente!- El miuven, consciente de que la mole de piedra había empezado a moverse, decidió que lo más prudente sería hacer caso a su amigo.
-Lo siento... yo... no... Quería... sabía... que eso iba a...-El miuven parecía realmente apenado mientras corría hacia el principio de la escalera donde se encontraba Ragnar - Por cierto... ¡Uau! ¡Es la primera vez que veo una estatua que se mueve!
El monstruoso ser de piedra dio dos largas zancadas, con los puños cerrados, haciendo temblar el suelo con su enorme peso. Sus movimientos no eran muy rápidos, pero sí lo suficientemente veloces como para sorprender al que observase su enorme peso.
-¡Detrás de mí, Benybeck! ¡Corre!
Ragnar comenzó a musitar y a mover sus manos lentamente, trazando símbolos arcanos en el aire. El volumen de su canto se fue elevando lentamente. Alrededor de sus muñecas una luz, chisporroteante y blanquecina, se acumulaba formando un aura. Benybeck vio, mientras corría hacia él todo lo que podía, como la forma de Ragnar cambiaba, haciéndose difusa, como si la viese a través del humo de una hoguera. Vio como sus rasgos se afilaban, y como sus ojos se hacían más profundos, más intensos, más amenazadores, recordando los de algún ser mucho más oscuro. Vio como su forma crecía y se hacia más ancha, más fuerte. Su voz era ya un potente grito que llenaba toda la sala, y continuaba con su extraño cántico. Incluso él podría llegar a sentir miedo de aquello en lo que parecía que se podía convertir Ragnar cuando recurría a su magia, si no fuese porque aquel enorme poder que parecía estarse desatando en el hechicero estaba destinado a librarle de la mole de piedra viviente... y porque los miuvii no sabían en qué consistía el miedo. Aquella cosa estaba cada vez más cerca. La luz azulada que se acumulaba alrededor de las manos de Ragnar y el extraño cántico que entonaba parecieron llegar a su punto culminante justo en el momento en el que el miuven pasó por su lado. De pronto, una luz blanca llenó la estancia. Y a la vez, un gran estruendo mezclado con chasquidos resonó en la bóveda. Un rayo azulado y cargado de energía partió de las manos del hechicero hacia la estatua animada.
-¡Al suelo, Beny!- El grito de Ragnar sonó por encima del chisporroteo del rayo que había conjurado. - ¡Tírate al suelo!
Benybeck tardó sólo un instante más de lo que debía en hacer lo que Ragnar le ordenaba. El rayo, tras atravesar a la enorme criatura, agrietándola y haciendo saltar pedazos de piedra, rebotó una y otra vez en las paredes de la torre, haciendo caer las porciones del muro en las que golpeaba y destrozando todo a su paso. En las múltiples trayectorias que siguió, el rayo alcanzó varias veces a la estatua, haciéndola agrietarse más y más, hasta que, en el momento en el que parecía que el rayo había perdido toda su fuerza, la golpeó una última vez, extinguiéndose después por completo. La estatua continuaba moviéndose, pero más lentamente. Intentó dar un paso más hacia delante, pero la pierna en la que apoyaba el enorme peso comenzó a resquebrajarse. La enorme mole cayó al suelo, sin poder mantener el equilibrio, y al caer se deshizo en pedazos, como si fuese de cristal. De pronto todo quedó en calma.
La luz emitida por el conjuro se apagó lentamente, como si aún estuviese latente en el aire, y poco a poco la claridad del exterior se fue adueñando de la estancia, entrando ahora a través de las paredes destrozadas. La nube de polvo producida por los impactos del rayo en la piedra comenzaba a depositarse en el suelo, lentamente.
Ragnar observaba la escena a varios metros de altura, suspendido en el aire por su magia.
-¡Benybeck!- La voz del hechicero sonaba jadeante, aunque potente- ¿Dónde estás? ¡Benybeck!- Ragnar observó el suelo de la estancia, ahora cubierto de cascotes y porciones de pared- ¡Benybeck! ¡Si me oyes, grita!
Ragnar descendió lentamente hasta que se posó en el lugar en el que se encontraba cuando lanzó el rayo y comenzó a mover los cascotes por la zona por la que había visto al miuven por última vez. La luz azulada ya se había apagado por completo y la estancia estaba ahora iluminada por los rayos de sol que se colaban por los huecos de las paredes, que, al atravesar la nube de polvo le daban a todo un aspecto extraño, irreal. Los movimientos del hechicero se hicieron más rápidos pues temía por la vida de su compañero.
-¡Benybeck!- La voz del hechicero sonó ahora más apremiante- ¿Dónde estás? Si te ha pasado algo no me lo perdonaré jamás...
Ragnar levantó, con una fuerza que a simple vista nadie diría que tenía, una porción de la pared. Bajo ella vio un hueco entre los escombros, como si la porción de muro que acababa de apartar hubiese hecho de escudo o de contención al resto de trozos de pared que habían caído sobre ella. Debajo, acurrucado, con parte de la ropa y el pelo chamuscados vio el cuerpo del miuven, cubierto de polvo.
-Oh, dioses... Benybeck...
Con sumo cuidado, Ragnar sacó a su amigo del hueco entre los escombros y lo depositó cerca del centro de la estancia, en una de las pocas zonas que no habían alcanzado los restos de las paredes o de la estatua. El hechicero acercó su mano al cuello del miuven, y cuando comprobó que estaba vivo, respiró aliviado.
-¡Benybeck!- Ragnar dio un par de palmadas en la cara de su compañero, que se veía aún más pálida por la iluminación y por el polvo que la cubría- ¡Vamos, maldito enano, despierta!
Los ojillos del miuven se abrieron, y en su cara apareció una enorme sonrisa, como si estuviese despertándose del más feliz de los sueños.
-Uau, Ragnar... Ha sido... ha sido... ¡el mejor conjuro que te he visto hacer nunca!
- He estado a punto de matarte.- En la voz del hechicero asomaban a la vez la alegría por que su amigo estuviese vivo y la culpabilidad por haberle puesto en peligro- Ya sabes que me cuesta mucho controlar mi poder aquí. Créeme que lo siento.
-¿Sentirlo?- El miuven se puso de pie de un salto- ¡Pero si ha sido maravilloso! ¡Y además has destrozado a esa cosa! ¡Y mira cómo has dejado todo esto!
Ragnar sólo pudo sonreír.
-Aun así Benybeck... podría haberte matado a ti con él.- Su voz seguía sonando grave, preocupada.- He de aprender a controlar mi poder.
-¡Pero si yo estoy bien! - Como para demostrarlo, Benybeck comenzó a saltar de un montón de cascotes a otro.- ¿Ves? Estoy perfectamente... ha sido sólo un pequeño golpe.
-Espero que nunca se acabe tu suerte. O por lo menos no estar allí cuando ocurra.
-¿Acaso piensas que eso puede llegar a ocurrir?- El miuven colocó su mano en la cintura, en una postura desafiante aunque inevitablemente cómica- La duda ofende, hechicerillo de tres al cuarto.
Ragnar no pudo más que reír, esta vez francamente, como si su preocupación hubiese desaparecido.
-Por cierto, Rag, ¿está aquí?
-Creo que sí. Ahí, entre los restos de la estatua. Si no es el ojo, es algo muy poderoso.-El miuven se apresuró a examinar los restos de la estatua viviente.- Ten cuidado, sea lo que sea podría ser peligroso.- Mientras decía esto, el hechicero se acercó al lugar donde el miuven revolvía lo que quedaba de estatua.
-¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Al fin! ¡Lo he encontrado! ¡Por fin! - Los gritos de alegría del miuven resonaron en toda la estancia- Porque es esto ¿verdad, Rag? Dime que sí vamos, vamos dime que es el ojo de Anathar, dime que sí, venga, dilo, dilo- Una esfera dorada y brillante, como si emitiese luz por sí misma, y no más grande que una bala de honda, pasaba de una mano del miuven a la otra a cada palabra que este decía- Oh, venga Rag, no me hagas esperar, dime, dime, ¿es el ojo, verdad?-Las palabras se atropellaban en la boca del inquieto miuven.
-Benybeck, si no dejas de moverlo, y, sobre todo, si no me dejas examinarlo, dudo mucho que pueda aclararte algo.
Benybeck se quedó mirando fijamente a Ragnar, con rostro inquisitivo.
-¿Cumplirás lo que hemos pactado, no?-La mueca de avaricia del miuven se tornó en una ancha sonrisa, disipando cualquier duda de la mente del hechicero.- Vamos, es broma Rag, no me mires así.- Benybeck le lanzó la esfera dorada al hechicero, que la cogió en el aire con un movimiento limpio.
-Bien, bien, bien...- Ragnar giró una y mil veces la esfera entre sus dedos, mientras la observaba fijamente.- Desde luego, el poder mágico que esta esfera emite se corresponde con lo que he leído... y la forma es una de las formas descritas en las leyendas... Sólo falta hacer la prueba definitiva...
-¿Y cuál es?
-El deseo. La única manera de saber si esta esfera es el ojo de Anathar es formular el deseo. Si realmente es lo que creemos, lo sabremos al momento.
-¿Entonces... llegó la hora, no? ¿Pones la moneda o la lanzas?
-Si no te importa, prefiero lanzarla. Supersticiones, ya sabes.
-No seas supersticioso, Rag... da mala suerte.-El miuven introdujo su mano derecha en una de sus bolsitas y sacó una moneda de cobre- Esta tiene cara y cruz... compruébalo.
Ragnar cogió la moneda que le tendía el miuven y la miró distraídamente.
-Está bien, y además no es mágica.-Ragnar sonrió al ver la cara de ofendido que puso el miuven.- Era broma, no te enfades. ¿Cara o cruz?
-Mmmm ¡Cara!.. Ooo... ¡no!, mejor mmm... ¡Cruz!.. No, no, no, no... ¡Cara!... mejor... mejor..., bueno, si... ¡no! err...
-Benybeck, si no te decides de una vez, podríamos estar aquí durante años.
-Vale, vale- El miuven introdujo de nuevo la mano en varias de sus bolsitas- Tiene que estar por aquí...-Finalmente, sacó otra moneda, esta de plata, de uno de sus bolsillos.- Aquí está, mi moneda de la suerte, nunca falla... Si sale cara escojo cara... y si no, escojo cruz.-Con un movimiento rápido, el miuven lanzó la moneda al aire y, antes de que alcanzara el punto más alto de su viaje, la agarró rápidamente con su mano derecha. Tras girar la mano varias veces, como si estuviese indeciso sobre en que sentido mirar la moneda, finalmente se decidió por uno y la miró. Ragnar pudo ver claramente el busto de algún rey de algún imperio remoto en la parte superior de la moneda.- Cruz. Pido cruz.
Ragnar lanzó la moneda al aire, y dejó que cayese sobre su mano, cerrándola sobre ella. Tras ello apoyó la moneda en su mano izquierda y levantó la derecha, dejando ver un escudo heráldico impreso en ella.
-¡Bien! ¡Bien! ¡Bien!... ¡Yo gané!- el miuven comenzó a hacer cabriolas entre los escombros.- ¡Gané! ¡Gané! ¡Gané! ¡Ahora tengo mi deseo! ¡Bien!
-Bien... vete pensando lo que quieras entonces. Pero piénsalo bien, podría ser peligroso.- Aún no había acabado de decir esto, cuando el miuven comenzó a reírse a carcajadas- ¿Qué ocurre? ¿Qué te hace tanta gracia?- El miuven estaba casi ahogado por la risa.
-Yo...-Una nueva carcajada interrumpió las palabras del miuven- Yo... me había olvidado... de que... - Los espasmos de la risa hacían entrecortada la voz del miuven- ¡Mi moneda de la suerte es de dos caras! ¡He ganado haciéndome trampas a mí mismo!
Ahora fueron dos las carcajadas que se oyeron en la cúpula de la torre. Tras unos momentos en los que los dos amigos se recuperaron de sus largas risas, Ragnar preguntó de nuevo al miuven.
-¿Y bien, qué es lo que vas a pedir?
-Puessssss -La voz del miuven sonaba ahora dubitativa- La verdad, llevamos tanto tiempo buscando el ojo que aún no se me había ocurrido que podía pedirle. Mmmmmmm no sé... quizá podría pedir ver el más grande de los dragones que jamás hayan existido... o podría pedir que lloviesen peces de colores... o ¡ya sé! ¡Podría pedir tener para mí un bardo que supiese todas las historias que han ocurrido nunca en Isvar! o...
Mientras Benybeck continuaba con sus ensoñaciones, Ragnar permanecía con una sincera sonrisa en su rostro, aunque en sus ojos se podía ver la tristeza que para él suponía ver aquel objeto utilizado de aquella manera, cuando podía suponer la salvación para su padre, Ademar, el hechicero, sobre el que sólo había podido saber viejas historias inconexas, leyendas en su mayoría. Él estaba atrapado en algún lugar, lejos de su plano de existencia, lejos del lugar que debía ocupar y del deber para el cual existía. Y lejos de él. Se sintió solo, incomprendido, sabiendo que era uno de los pocos de su especie, si no el único, que vivía junto a hombres, elfos, enanos... atrapado en un hombre, atado a los sentimientos y a las limitaciones físicas de su cuerpo, pero a la vez tan distinto a ellos, con su esencia proveniente de otro plano, con su inmenso poder heredado de la naturaleza de sus antepasados, casi imposible de contener en su frágil forma física de hombre. Y su propio padre, probablemente el único ser que podía comprenderle, el único que era como él, estaba lejos, encerrado en un lugar que ningún hombre podría llegar ni tan siquiera a imaginar, perdido en uno de los innumerables infinitos que componían la realidad. Y ahora iba a perder su única esperanza de encontrarle quién sabe por cuánto tiempo, quién sabe por cuántas generaciones de hombres y de aquella manera. A pesar de alegrarse por su buen amigo, no pudo contener la tristeza que le invadía.
-Toma. Pide tú el deseo. Ya no lo quiero.- El miuven miraba con su cara de niño compungida, casi llorosa hacia Ragnar.- Sea lo que sea lo que quieres, seguro que es más importante que lo que quiero yo.- Una lágrima cayó por una de sus mejillas.- además, hay tantas cosas que puedo pedir que seguro que después me arrepiento porque pienso que después querría otra y me iba a poner muy triste. Tú no querrías que esto ocurriese, ¿verdad?
-Ya estás triste, Benybeck. Y no pienso pedir ningún deseo por ti. Es tuyo y tú has de pedirlo.- Aunque Ragnar sonreía, un tono de gravedad iba unido a su voz.
-Bien, entonces, dime qué quieres que pida.- El miuven sonreía de nuevo, orgulloso por la solución que había encontrado.
-No puedo, Benybeck. Hay demasiadas cosas de mí que aún no comprendes. Si quisiera, podría forzarte a utilizar el objeto para mí, si quisiera podría haber ganado en la moneda, pero ¿crees que sería feliz fallándole a un amigo? ¿Crees que mi éxito serviría de algo unido a un acto tan rastrero? No. Somos amigos, Beny, tu felicidad es parte de la mía. Y tú has ganado, debes pedir el deseo que te corresponde y yo no debo influirte de ninguna manera. Si no lo hiciese traicionaría mi propia esencia... ¿entiendes?
-Pues... no demasiado.- La voz de Benybeck se volvió arrogante- ¿Pero sabes lo que creo? Creo que eres un testarudo y que acabarás entrando en razón, y que seguro que algún día sabré realmente lo que quieres y ese día utilizaré el objeto y ya está. Así que lo guardaré mientras tanto y cuando llegue el momento lo usaré y ya está, hala. Así que dámelo. Y ni se te ocurra decirme que no porque entonces estarías faltando a tu... emm... propia... ¿cómo dijiste antes?
-Mi propia esencia, Benybeck- Ragnar tendió la esfera hacia el pequeño miuven.- Mi propia esencia.
-Eso, tu esencia, sea lo que sea- Benybeck tomó la esfera de la mano del hechicero.- además...
Cuando Benybeck tomó el objeto de la mano de Ragnar, notó algo, una fuerza extraña que avanzaba desde el objeto por su cuerpo, llenándole de un poder que desconocía, pero que sin duda provenía del propio objeto, un poder que avanzó por su brazo, por su cuerpo, por su mente, hasta apoderarse de todo. Benybeck oyó una voz grave, cavernosa, que hacía eco en los restos de la bóveda, notó sus propios labios moviéndose, pronunciando palabras... pero ¡Él no era el que hablaba! ¡Era el objeto! Miró hacia Ragnar y vio que estaba tan sorprendido como él, sino más.
-Ya tengo mi deseo.-Los labios del miuven seguían moviéndose, como si fuese él mismo el que estuviese hablando, pero la voz, profunda, cavernosa, potente, venía de todas partes a la vez y de ninguna en concreto.-Deseo que Ragnar y yo volvamos al tiempo que nos corresponde.
Los rostros de los dos amigos se tornaron más sorprendidos si cabe al notar que la realidad se deformaba a su alrededor y se desvanecía, retorciéndose y difuminándose, hasta que sólo les rodeó la oscuridad más absoluta y la sensación de caer... de caer en un abismo en el que el tiempo no tenía sentido... de caer en un instante eterno.
Benybeck subió los últimos peldaños de la escalera de caracol. Su pequeña figura, que no superaba la talla de un niño de doce años, parecía incansable. Sus ágiles pies se movían a velocidad endiablada escaleras arriba, mientras el tintineo de las innumerables bolsitas que le cubrían la casaca verde y los desgastados pantalones granates tapaba el ruido de sus pisadas en la húmeda y gris piedra. Su cabeza, cubierta por una larga cabellera castaña recogida en trenzas desordenadas, se movía hacia todos los lados, mirando todo cuanto le rodeaba. Giró su cabeza hacia atrás, dejando ver su rostro de rasgos infantiles y finos, con las mejillas plagadas de pecas y bordeado por sus grandes orejas puntiagudas. Sus ojos verdes brillaban intensamente, sin dejar de moverse de un lado a otro como si estuviera memorizando cada detalle de las paredes de la torre.
-Ragnar, Ragnar... apura, ya casi hemos llegado a la parte más alta...- La fina, incluso chillona voz del miuven resonó en las frías paredes de la torre- Seguro que está aquí protegido por un enorme dragón que...
-Benybeck... no deberías correr tanto...- La voz del hechicero sonaba jadeante mientras subía las escaleras- Podría haber trampas o quizá alguien con malas intenciones...
-Bah, seguro que no hay nadie... le habría oído...- Benybeck sonrió triunfante- Nada escapa a los agudos sentidos de un miuven.
-Ya, esa cantinela me suena, pero por desgracia acostumbro a tener razón.
El miuven se giró de nuevo y subió cuatro escalones más, no sin antes desenvainar su pequeña daga.
-Si hay alguien, le daré su merecido.-El miuven empleó el tono de voz más grave que pudo conseguir.
-Espero no ver nunca el día que aprendas, Beny...
La aparentemente frágil figura de Ragnar continúo subiendo las escaleras. Su ancho rostro, cubierto por una barba de pelo grisáceo y rizo y no demasiado larga, en medio de la cual aparecía una amplia y franca sonrisa, brillaba a causa del sudor producido por el esfuerzo. Pasó sus manos de dedos finos y hábiles por su cabellera negra y tupida, que le alcanzaba hasta los hombros. Tras ello las limpió a la túnica gris, de buena factura, que le cubría desde el cuello hasta los pies, con un grueso cinturón de cuero negro ciñéndola a la cintura. Ragnar no superaba el metro ochenta, aunque Benybeck sabía que parecía crecer cuando se disponía a lanzar algunos de sus conjuros más poderosos. Lo que más había sorprendido siempre a Benybeck de Ragnar era lo expresivo de sus ojos negros. Cualquiera que se fijase podría leer su estado de ánimo con sólo mirarle a los ojos... si se atrevía... una mirada de Ragnar enfadado podría asustar al más valiente, e igualmente, una de sus miradas en calma podría serenar al más agresivo de los hombres. Pero desde luego, lo que más le atraía de Ragnar eran dos cosas; por un lado, la cantidad de sortilegios distintos que le había visto hacer, y por otro, el hecho de que a pesar de que nunca se lo diría, era cierto que solía tener razón.
-¡Oooooh!- el miuven parecía decepcionado mientras subía los últimos escalones.- No hay Dragón... sólo una estúpida estatua... y por cierto, no veo el ojo por ningún sitio... creo que nos hemos vuelto a equivocar....
-Espérame ahí quietecito...- Ragnar se esforzaba por seguir el paso del inquieto miuven- Noto algo que no me gusta...
Aún no había terminado de decir ésto, y el miuven ya se había introducido por la abertura en la que terminaban las escaleras. Ragnar subió los últimos escalones, y cuando asomó la cabeza por la abertura, vio la gran estancia superior de la Torre de Lorum. Las paredes y el suelo eran de piedra de color ocre y estaban cubiertos de polvo. La estancia era de planta circular, bastante amplia, y las paredes estaban decoradas con falsas columnas unidas por arcos semicirculares que rodeaban toda la sala. Sobre ella, las paredes se cerraban formando una bóveda. Toda la estancia estaba iluminada por antorchas, situadas en cada columna, lo cual le daba un aspecto fantasmal. Dibujado en el suelo había un círculo de baldosas de mármol azulado que rodeaba una enorme estatua del alto de dos hombres, sin ningún tipo de pedestal, y que representaba a alguien fuerte y musculoso, totalmente calvo y de cara y mandíbula anchas, aunque muy poco definidas. La otra visión de Ragnar le mostraba un brillo blanquecino que emanaba de la estatua y del círculo, revelándole su naturaleza mágica. Inmediatamente, el hechicero sospechó cual era la trampa.
-Beny, no te acerques al círculo...
-¿A qué círculo te refieres? ¿A este círculo?- Las palabras de Benybeck resonaron en la estancia justo en el momento en el que el pequeño miuven saltaba por encima de la línea de baldosas azules. Según posó un pie en el interior del círculo, las baldosas que lo formaban comenzaron a brillar, emitiendo una luz azulada que llenó toda la estancia. Un fuerte crujido sonó, proveniente de la estatua.- ¡Ups!.. Sin duda era éste el círculo...
-¡Apártate de la estatua inmediatamente!- El miuven, consciente de que la mole de piedra había empezado a moverse, decidió que lo más prudente sería hacer caso a su amigo.
-Lo siento... yo... no... Quería... sabía... que eso iba a...-El miuven parecía realmente apenado mientras corría hacia el principio de la escalera donde se encontraba Ragnar - Por cierto... ¡Uau! ¡Es la primera vez que veo una estatua que se mueve!
El monstruoso ser de piedra dio dos largas zancadas, con los puños cerrados, haciendo temblar el suelo con su enorme peso. Sus movimientos no eran muy rápidos, pero sí lo suficientemente veloces como para sorprender al que observase su enorme peso.
-¡Detrás de mí, Benybeck! ¡Corre!
Ragnar comenzó a musitar y a mover sus manos lentamente, trazando símbolos arcanos en el aire. El volumen de su canto se fue elevando lentamente. Alrededor de sus muñecas una luz, chisporroteante y blanquecina, se acumulaba formando un aura. Benybeck vio, mientras corría hacia él todo lo que podía, como la forma de Ragnar cambiaba, haciéndose difusa, como si la viese a través del humo de una hoguera. Vio como sus rasgos se afilaban, y como sus ojos se hacían más profundos, más intensos, más amenazadores, recordando los de algún ser mucho más oscuro. Vio como su forma crecía y se hacia más ancha, más fuerte. Su voz era ya un potente grito que llenaba toda la sala, y continuaba con su extraño cántico. Incluso él podría llegar a sentir miedo de aquello en lo que parecía que se podía convertir Ragnar cuando recurría a su magia, si no fuese porque aquel enorme poder que parecía estarse desatando en el hechicero estaba destinado a librarle de la mole de piedra viviente... y porque los miuvii no sabían en qué consistía el miedo. Aquella cosa estaba cada vez más cerca. La luz azulada que se acumulaba alrededor de las manos de Ragnar y el extraño cántico que entonaba parecieron llegar a su punto culminante justo en el momento en el que el miuven pasó por su lado. De pronto, una luz blanca llenó la estancia. Y a la vez, un gran estruendo mezclado con chasquidos resonó en la bóveda. Un rayo azulado y cargado de energía partió de las manos del hechicero hacia la estatua animada.
-¡Al suelo, Beny!- El grito de Ragnar sonó por encima del chisporroteo del rayo que había conjurado. - ¡Tírate al suelo!
Benybeck tardó sólo un instante más de lo que debía en hacer lo que Ragnar le ordenaba. El rayo, tras atravesar a la enorme criatura, agrietándola y haciendo saltar pedazos de piedra, rebotó una y otra vez en las paredes de la torre, haciendo caer las porciones del muro en las que golpeaba y destrozando todo a su paso. En las múltiples trayectorias que siguió, el rayo alcanzó varias veces a la estatua, haciéndola agrietarse más y más, hasta que, en el momento en el que parecía que el rayo había perdido toda su fuerza, la golpeó una última vez, extinguiéndose después por completo. La estatua continuaba moviéndose, pero más lentamente. Intentó dar un paso más hacia delante, pero la pierna en la que apoyaba el enorme peso comenzó a resquebrajarse. La enorme mole cayó al suelo, sin poder mantener el equilibrio, y al caer se deshizo en pedazos, como si fuese de cristal. De pronto todo quedó en calma.
La luz emitida por el conjuro se apagó lentamente, como si aún estuviese latente en el aire, y poco a poco la claridad del exterior se fue adueñando de la estancia, entrando ahora a través de las paredes destrozadas. La nube de polvo producida por los impactos del rayo en la piedra comenzaba a depositarse en el suelo, lentamente.
Ragnar observaba la escena a varios metros de altura, suspendido en el aire por su magia.
-¡Benybeck!- La voz del hechicero sonaba jadeante, aunque potente- ¿Dónde estás? ¡Benybeck!- Ragnar observó el suelo de la estancia, ahora cubierto de cascotes y porciones de pared- ¡Benybeck! ¡Si me oyes, grita!
Ragnar descendió lentamente hasta que se posó en el lugar en el que se encontraba cuando lanzó el rayo y comenzó a mover los cascotes por la zona por la que había visto al miuven por última vez. La luz azulada ya se había apagado por completo y la estancia estaba ahora iluminada por los rayos de sol que se colaban por los huecos de las paredes, que, al atravesar la nube de polvo le daban a todo un aspecto extraño, irreal. Los movimientos del hechicero se hicieron más rápidos pues temía por la vida de su compañero.
-¡Benybeck!- La voz del hechicero sonó ahora más apremiante- ¿Dónde estás? Si te ha pasado algo no me lo perdonaré jamás...
Ragnar levantó, con una fuerza que a simple vista nadie diría que tenía, una porción de la pared. Bajo ella vio un hueco entre los escombros, como si la porción de muro que acababa de apartar hubiese hecho de escudo o de contención al resto de trozos de pared que habían caído sobre ella. Debajo, acurrucado, con parte de la ropa y el pelo chamuscados vio el cuerpo del miuven, cubierto de polvo.
-Oh, dioses... Benybeck...
Con sumo cuidado, Ragnar sacó a su amigo del hueco entre los escombros y lo depositó cerca del centro de la estancia, en una de las pocas zonas que no habían alcanzado los restos de las paredes o de la estatua. El hechicero acercó su mano al cuello del miuven, y cuando comprobó que estaba vivo, respiró aliviado.
-¡Benybeck!- Ragnar dio un par de palmadas en la cara de su compañero, que se veía aún más pálida por la iluminación y por el polvo que la cubría- ¡Vamos, maldito enano, despierta!
Los ojillos del miuven se abrieron, y en su cara apareció una enorme sonrisa, como si estuviese despertándose del más feliz de los sueños.
-Uau, Ragnar... Ha sido... ha sido... ¡el mejor conjuro que te he visto hacer nunca!
- He estado a punto de matarte.- En la voz del hechicero asomaban a la vez la alegría por que su amigo estuviese vivo y la culpabilidad por haberle puesto en peligro- Ya sabes que me cuesta mucho controlar mi poder aquí. Créeme que lo siento.
-¿Sentirlo?- El miuven se puso de pie de un salto- ¡Pero si ha sido maravilloso! ¡Y además has destrozado a esa cosa! ¡Y mira cómo has dejado todo esto!
Ragnar sólo pudo sonreír.
-Aun así Benybeck... podría haberte matado a ti con él.- Su voz seguía sonando grave, preocupada.- He de aprender a controlar mi poder.
-¡Pero si yo estoy bien! - Como para demostrarlo, Benybeck comenzó a saltar de un montón de cascotes a otro.- ¿Ves? Estoy perfectamente... ha sido sólo un pequeño golpe.
-Espero que nunca se acabe tu suerte. O por lo menos no estar allí cuando ocurra.
-¿Acaso piensas que eso puede llegar a ocurrir?- El miuven colocó su mano en la cintura, en una postura desafiante aunque inevitablemente cómica- La duda ofende, hechicerillo de tres al cuarto.
Ragnar no pudo más que reír, esta vez francamente, como si su preocupación hubiese desaparecido.
-Por cierto, Rag, ¿está aquí?
-Creo que sí. Ahí, entre los restos de la estatua. Si no es el ojo, es algo muy poderoso.-El miuven se apresuró a examinar los restos de la estatua viviente.- Ten cuidado, sea lo que sea podría ser peligroso.- Mientras decía esto, el hechicero se acercó al lugar donde el miuven revolvía lo que quedaba de estatua.
-¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Al fin! ¡Lo he encontrado! ¡Por fin! - Los gritos de alegría del miuven resonaron en toda la estancia- Porque es esto ¿verdad, Rag? Dime que sí vamos, vamos dime que es el ojo de Anathar, dime que sí, venga, dilo, dilo- Una esfera dorada y brillante, como si emitiese luz por sí misma, y no más grande que una bala de honda, pasaba de una mano del miuven a la otra a cada palabra que este decía- Oh, venga Rag, no me hagas esperar, dime, dime, ¿es el ojo, verdad?-Las palabras se atropellaban en la boca del inquieto miuven.
-Benybeck, si no dejas de moverlo, y, sobre todo, si no me dejas examinarlo, dudo mucho que pueda aclararte algo.
Benybeck se quedó mirando fijamente a Ragnar, con rostro inquisitivo.
-¿Cumplirás lo que hemos pactado, no?-La mueca de avaricia del miuven se tornó en una ancha sonrisa, disipando cualquier duda de la mente del hechicero.- Vamos, es broma Rag, no me mires así.- Benybeck le lanzó la esfera dorada al hechicero, que la cogió en el aire con un movimiento limpio.
-Bien, bien, bien...- Ragnar giró una y mil veces la esfera entre sus dedos, mientras la observaba fijamente.- Desde luego, el poder mágico que esta esfera emite se corresponde con lo que he leído... y la forma es una de las formas descritas en las leyendas... Sólo falta hacer la prueba definitiva...
-¿Y cuál es?
-El deseo. La única manera de saber si esta esfera es el ojo de Anathar es formular el deseo. Si realmente es lo que creemos, lo sabremos al momento.
-¿Entonces... llegó la hora, no? ¿Pones la moneda o la lanzas?
-Si no te importa, prefiero lanzarla. Supersticiones, ya sabes.
-No seas supersticioso, Rag... da mala suerte.-El miuven introdujo su mano derecha en una de sus bolsitas y sacó una moneda de cobre- Esta tiene cara y cruz... compruébalo.
Ragnar cogió la moneda que le tendía el miuven y la miró distraídamente.
-Está bien, y además no es mágica.-Ragnar sonrió al ver la cara de ofendido que puso el miuven.- Era broma, no te enfades. ¿Cara o cruz?
-Mmmm ¡Cara!.. Ooo... ¡no!, mejor mmm... ¡Cruz!.. No, no, no, no... ¡Cara!... mejor... mejor..., bueno, si... ¡no! err...
-Benybeck, si no te decides de una vez, podríamos estar aquí durante años.
-Vale, vale- El miuven introdujo de nuevo la mano en varias de sus bolsitas- Tiene que estar por aquí...-Finalmente, sacó otra moneda, esta de plata, de uno de sus bolsillos.- Aquí está, mi moneda de la suerte, nunca falla... Si sale cara escojo cara... y si no, escojo cruz.-Con un movimiento rápido, el miuven lanzó la moneda al aire y, antes de que alcanzara el punto más alto de su viaje, la agarró rápidamente con su mano derecha. Tras girar la mano varias veces, como si estuviese indeciso sobre en que sentido mirar la moneda, finalmente se decidió por uno y la miró. Ragnar pudo ver claramente el busto de algún rey de algún imperio remoto en la parte superior de la moneda.- Cruz. Pido cruz.
Ragnar lanzó la moneda al aire, y dejó que cayese sobre su mano, cerrándola sobre ella. Tras ello apoyó la moneda en su mano izquierda y levantó la derecha, dejando ver un escudo heráldico impreso en ella.
-¡Bien! ¡Bien! ¡Bien!... ¡Yo gané!- el miuven comenzó a hacer cabriolas entre los escombros.- ¡Gané! ¡Gané! ¡Gané! ¡Ahora tengo mi deseo! ¡Bien!
-Bien... vete pensando lo que quieras entonces. Pero piénsalo bien, podría ser peligroso.- Aún no había acabado de decir esto, cuando el miuven comenzó a reírse a carcajadas- ¿Qué ocurre? ¿Qué te hace tanta gracia?- El miuven estaba casi ahogado por la risa.
-Yo...-Una nueva carcajada interrumpió las palabras del miuven- Yo... me había olvidado... de que... - Los espasmos de la risa hacían entrecortada la voz del miuven- ¡Mi moneda de la suerte es de dos caras! ¡He ganado haciéndome trampas a mí mismo!
Ahora fueron dos las carcajadas que se oyeron en la cúpula de la torre. Tras unos momentos en los que los dos amigos se recuperaron de sus largas risas, Ragnar preguntó de nuevo al miuven.
-¿Y bien, qué es lo que vas a pedir?
-Puessssss -La voz del miuven sonaba ahora dubitativa- La verdad, llevamos tanto tiempo buscando el ojo que aún no se me había ocurrido que podía pedirle. Mmmmmmm no sé... quizá podría pedir ver el más grande de los dragones que jamás hayan existido... o podría pedir que lloviesen peces de colores... o ¡ya sé! ¡Podría pedir tener para mí un bardo que supiese todas las historias que han ocurrido nunca en Isvar! o...
Mientras Benybeck continuaba con sus ensoñaciones, Ragnar permanecía con una sincera sonrisa en su rostro, aunque en sus ojos se podía ver la tristeza que para él suponía ver aquel objeto utilizado de aquella manera, cuando podía suponer la salvación para su padre, Ademar, el hechicero, sobre el que sólo había podido saber viejas historias inconexas, leyendas en su mayoría. Él estaba atrapado en algún lugar, lejos de su plano de existencia, lejos del lugar que debía ocupar y del deber para el cual existía. Y lejos de él. Se sintió solo, incomprendido, sabiendo que era uno de los pocos de su especie, si no el único, que vivía junto a hombres, elfos, enanos... atrapado en un hombre, atado a los sentimientos y a las limitaciones físicas de su cuerpo, pero a la vez tan distinto a ellos, con su esencia proveniente de otro plano, con su inmenso poder heredado de la naturaleza de sus antepasados, casi imposible de contener en su frágil forma física de hombre. Y su propio padre, probablemente el único ser que podía comprenderle, el único que era como él, estaba lejos, encerrado en un lugar que ningún hombre podría llegar ni tan siquiera a imaginar, perdido en uno de los innumerables infinitos que componían la realidad. Y ahora iba a perder su única esperanza de encontrarle quién sabe por cuánto tiempo, quién sabe por cuántas generaciones de hombres y de aquella manera. A pesar de alegrarse por su buen amigo, no pudo contener la tristeza que le invadía.
-Toma. Pide tú el deseo. Ya no lo quiero.- El miuven miraba con su cara de niño compungida, casi llorosa hacia Ragnar.- Sea lo que sea lo que quieres, seguro que es más importante que lo que quiero yo.- Una lágrima cayó por una de sus mejillas.- además, hay tantas cosas que puedo pedir que seguro que después me arrepiento porque pienso que después querría otra y me iba a poner muy triste. Tú no querrías que esto ocurriese, ¿verdad?
-Ya estás triste, Benybeck. Y no pienso pedir ningún deseo por ti. Es tuyo y tú has de pedirlo.- Aunque Ragnar sonreía, un tono de gravedad iba unido a su voz.
-Bien, entonces, dime qué quieres que pida.- El miuven sonreía de nuevo, orgulloso por la solución que había encontrado.
-No puedo, Benybeck. Hay demasiadas cosas de mí que aún no comprendes. Si quisiera, podría forzarte a utilizar el objeto para mí, si quisiera podría haber ganado en la moneda, pero ¿crees que sería feliz fallándole a un amigo? ¿Crees que mi éxito serviría de algo unido a un acto tan rastrero? No. Somos amigos, Beny, tu felicidad es parte de la mía. Y tú has ganado, debes pedir el deseo que te corresponde y yo no debo influirte de ninguna manera. Si no lo hiciese traicionaría mi propia esencia... ¿entiendes?
-Pues... no demasiado.- La voz de Benybeck se volvió arrogante- ¿Pero sabes lo que creo? Creo que eres un testarudo y que acabarás entrando en razón, y que seguro que algún día sabré realmente lo que quieres y ese día utilizaré el objeto y ya está. Así que lo guardaré mientras tanto y cuando llegue el momento lo usaré y ya está, hala. Así que dámelo. Y ni se te ocurra decirme que no porque entonces estarías faltando a tu... emm... propia... ¿cómo dijiste antes?
-Mi propia esencia, Benybeck- Ragnar tendió la esfera hacia el pequeño miuven.- Mi propia esencia.
-Eso, tu esencia, sea lo que sea- Benybeck tomó la esfera de la mano del hechicero.- además...
Cuando Benybeck tomó el objeto de la mano de Ragnar, notó algo, una fuerza extraña que avanzaba desde el objeto por su cuerpo, llenándole de un poder que desconocía, pero que sin duda provenía del propio objeto, un poder que avanzó por su brazo, por su cuerpo, por su mente, hasta apoderarse de todo. Benybeck oyó una voz grave, cavernosa, que hacía eco en los restos de la bóveda, notó sus propios labios moviéndose, pronunciando palabras... pero ¡Él no era el que hablaba! ¡Era el objeto! Miró hacia Ragnar y vio que estaba tan sorprendido como él, sino más.
-Ya tengo mi deseo.-Los labios del miuven seguían moviéndose, como si fuese él mismo el que estuviese hablando, pero la voz, profunda, cavernosa, potente, venía de todas partes a la vez y de ninguna en concreto.-Deseo que Ragnar y yo volvamos al tiempo que nos corresponde.
Los rostros de los dos amigos se tornaron más sorprendidos si cabe al notar que la realidad se deformaba a su alrededor y se desvanecía, retorciéndose y difuminándose, hasta que sólo les rodeó la oscuridad más absoluta y la sensación de caer... de caer en un abismo en el que el tiempo no tenía sentido... de caer en un instante eterno.
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