Escrito por Cronos el lunes, 26 de octubre de 2009
Abismo.
Y el dolor nunca cesa. El dolor lo es todo, rodea, penetra, llega a lo más hondo, rompiendo cada partícula del cuerpo. O de lo que fue el cuerpo. Siempre está, cada vez más agudo, más profundo, haciendo que cada segundo parezca una eternidad, cada respiración una vida, cada latido el infinito. Y ninguno es el último y el siguiente tampoco lo será, cada dolor es sólo el preludio de otra tortura. Únicamente la devoción puede terminar la tortura eterna. Sólo ella puede aliviar, sólo ella puede acabar con el dolor. Imágenes del pasado, cada imagen es dolorosa, cada palabra duele, haciéndose borrosa, olvidada para siempre, cada vez más lejana pero igual de dolorosa, clavada en la carne desgarrada, en el alma... sólo ella debe permanecer. Ella. Siempre ella. Hasta que ella sea tú. Tu voluntad. Tus sentidos. Tu pensamiento. Tu salvación. Tú.
Y la luz esta ahí. Cada vez más próxima. Más cercana. Más grande. Y siempre ínfima. Siempre en el infinito. El final. El ansiado final. Ni siquiera gritar vale de nada. Cada grito es un dolor mil veces amplificado en el éxtasis de sufrimiento. Cada sonido es una tortura en el abismo. Cada movimiento es eterno, cada gesto desgarra la carne. Sólo se puede esperar. Y creer. Porque ella alivia. Ella salva. Ella da y quita la vida en el abismo. Hasta el pensamiento es doloroso. Sólo existe ella. Tu pensamiento ha de ser suyo. Y los latidos nunca desaparecen, llenando el corazón de dolor hasta que estalla, tan sólo para comenzar el siguiente. Y la luz permanece lejana, siempre creciente y siempre ínfima. La luz, el final. Y ella siempre vuelve a recordarte que eres suyo, que seréis uno, que tu pensamiento será el suyo, que tu alma es suya. Y ella siempre vence. Y el dolor continúa, latente, eterno. Sólo ella puede hacer que termine. Ovatha... Ovatha... el eco de sus palabras es lo único que disminuye el dolor.
Y el dolor nunca cesa. El dolor lo es todo, rodea, penetra, llega a lo más hondo, rompiendo cada partícula del cuerpo. O de lo que fue el cuerpo. Siempre está, cada vez más agudo, más profundo, haciendo que cada segundo parezca una eternidad, cada respiración una vida, cada latido el infinito. Y ninguno es el último y el siguiente tampoco lo será, cada dolor es sólo el preludio de otra tortura. Únicamente la devoción puede terminar la tortura eterna. Sólo ella puede aliviar, sólo ella puede acabar con el dolor. Imágenes del pasado, cada imagen es dolorosa, cada palabra duele, haciéndose borrosa, olvidada para siempre, cada vez más lejana pero igual de dolorosa, clavada en la carne desgarrada, en el alma... sólo ella debe permanecer. Ella. Siempre ella. Hasta que ella sea tú. Tu voluntad. Tus sentidos. Tu pensamiento. Tu salvación. Tú.
Y la luz esta ahí. Cada vez más próxima. Más cercana. Más grande. Y siempre ínfima. Siempre en el infinito. El final. El ansiado final. Ni siquiera gritar vale de nada. Cada grito es un dolor mil veces amplificado en el éxtasis de sufrimiento. Cada sonido es una tortura en el abismo. Cada movimiento es eterno, cada gesto desgarra la carne. Sólo se puede esperar. Y creer. Porque ella alivia. Ella salva. Ella da y quita la vida en el abismo. Hasta el pensamiento es doloroso. Sólo existe ella. Tu pensamiento ha de ser suyo. Y los latidos nunca desaparecen, llenando el corazón de dolor hasta que estalla, tan sólo para comenzar el siguiente. Y la luz permanece lejana, siempre creciente y siempre ínfima. La luz, el final. Y ella siempre vuelve a recordarte que eres suyo, que seréis uno, que tu pensamiento será el suyo, que tu alma es suya. Y ella siempre vence. Y el dolor continúa, latente, eterno. Sólo ella puede hacer que termine. Ovatha... Ovatha... el eco de sus palabras es lo único que disminuye el dolor.
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