Escrito por Cronos el lunes, 26 de octubre de 2009
Despertar gris.
-Eh, tú, humano... despierta- La voz era femenina y tenía el acento cantarín de los elfos de lo más profundo del bosque- ¡Vamos! ¡No tenemos todo el día!
Saryon abrió los ojos, y sobre él vio la figura de una joven elfa, de no más de 100 años de edad. Su cabello era dorado y largo, y lo llevaba recogido en una trenza. Su piel, aunque tersa y sin ningún tipo de defecto, era de un tono casi cobrizo, como si hubiese pasado largo tiempo al sol. Sus ojos verde azulados eran lo más destacable en un rostro que, aun siendo realmente bello, con facciones suaves y boca generosa, quizá era demasiado ancho para una elfa, aunque las mismas facciones en una humana la hubieran convertido en una belleza inolvidable. Por supuesto, asomando desde debajo del cabello recogido, y flanqueando el rostro estaba un par de orejas acabadas en punta, signo inequívoco de la sangre élfica de aquella mujer.
-Quién...- Saryon volvió a sentir el dolor en sus heridas, así como una enorme sensación de cansancio- ¿Quién sois vos?..
-Me llamo Vanya, y será mejor que os empecéis a mover si no queréis que nos encuentren aquí los amigos de los que matasteis.- Su voz sonaba sumamente decidida.
Saryon intentó incorporarse, y tras un rato, y no sin esfuerzo, logró hacerlo. En un rápido vistazo echó una ojeada al claro. Dos de los elfos, sin duda soldados del bosque de Arbórea, estaban colocando al extraño hombre de negro en una camilla improvisada, hecha de ramas jóvenes y flexibles. Irwen, su yegua, pacía tranquilamente a un lado del claro. Amontonados junto al riachuelo estaban los cadáveres parcialmente calcinados de los lezzars. A su derecha, en el suelo, estaban sus armas, que recogió lentamente. En el mismo vistazo, Saryon pudo observar más detenidamente a la mujer que le había despertado. Medía algo menos que él, aunque su talla era bastante alta para una mujer humana, y un poco corta para una elfa. El jubón de cuero de color oliva y los pantalones del mismo material y color, ideal para esconderse en el bosque, no ocultaban sus formas femeninas, demasiado prominentes para su raza. Aun así sus orejas y el arco y el carcaj que colgaban de su espalda la delataban como elfa.
-Gracias por vuestra ayuda.- Saryon tenía la boca seca y le dolía la garganta al hablar- Mi nombre es Saryon... Saryon Maiher, senador de Isvar y gen...
-Guárdate tus títulos. Eres amigo de Clover y eso es lo único que te valdrá aquí. Ahora, recoge tus cosas y si eres capaz de cabalgar, síguenos a la ciudad.
-Clover... parece que su nombre abre muchas puertas cuando uno trata con los de vuestra raza. - Saryon se acercó a su yegua y comenzó a colocar sus cosas en las alforjas.
-Clover es el rey de un reino elfo. Un rey extraño, sin duda, pero un rey al fin y al cabo.
-Clover es demasiadas cosas como para definirlo sólo como un rey. Adora a un dios humano, y su capacidad para la intriga es asombrosa. Ninguna de las dos cosas es habitual en uno de los vuestros. - Saryon consiguió subir a su montura, aunque no pudo evitar una mueca de dolor.- Y por otro lado, es rey de los elfos de las profundidades siendo un elfo de la superficie, y nacido en una ciudad humana.
-Pero lo importante en este caso es que es rey del reino de las profundidades. Y con eso es suficiente.- Vanya miró hacia Adrash.- ¿Por cierto, ése quién es?
-No tengo ni idea. Apareció cuando luchaba contra los lezzars. Sea quien sea, tiene mi agradecimiento, me ha salvado la vida.
-Y tú has salvado la suya. Eso también te ayudará aquí. Es un noble elfo.
-¿Un noble elfo?- Saryon parecía realmente extrañado- ¡Pero si es humano!
-Es humano en cuerpo, pero no en alma. La inscripción que lleva en el cuello de su armadura es clara. "Niairel nith Airel. Arinin ar sith sai thalierin"
-El más humano de los hombres. El Señor de los Bosques guía sus pasos. Desde luego, es la enseña nobiliaria, aunque es extraño que un humano la porte.
-Vaya, parece que conoces a los nuestros más de lo que yo pensaba... al menos sí conoces el idioma.- Vanya parecía gratamente sorprendida, aunque continuó hablando en común- En cuanto a él, sin duda alguna hizo un enorme servicio a una comunidad de elfos. Creo, por la inscripción y el tipo de runas que emplean, que es de los elfos del norte, los que vinieron del continente de Narmad.
-Por su forma de luchar, el nombre se ajusta a él como anillo al dedo. Si vosotros habláis de los humanos como de seres apasionados, él lo es más que muchos de los que conozco. La elección del nombre es realmente afortunada...
-Muchos elfos dicen de mí que soy "muy humana", aunque quizá sea porque mi abuelo paterno era humano. De todas maneras eso sigue siendo poco importante, será mejor que comencemos a caminar, aún nos queda un largo camino hasta llegar a la ciudad, y ese hombre podría perecer si no llegamos a tiempo.
-Entre mis habilidades se encuentra la de cuidar a los heridos. Yo podré mantenerle vivo e incluso curar sus heridas en unos días. Aun así, yo también estoy herido y cansado y necesitaré reposo. Será mejor que continuemos. - Saryon usó las riendas para indicar a Irwen que comenzase a moverse.
Vanya hizo una señal con su mano derecha y media docena más de elfos, arco en mano, salió de entre la espesura que rodeaba el claro.
-Vamos a la ciudad. Id explorando el camino. Avisad si hay algún contratiempo.- Hablaba con el idioma agudo y musical de los elfos- Vosotros dos -ahora miraba a los que habían situado a Adrash en la camilla- Encargaos de él, y tratadle como se merece su rango.
Con movimientos veloces y ligeros, los elfos que habían salido de la espesura se volvieron a introducir en ella, mientras los dos que ya estaban en el claro, levantaron la camilla y comenzaron a caminar. Vanya se situó a la par de la enorme yegua de Saryon.
-¿Deseáis subir a la grupa de mi montura?
-En el bosque me fío mil veces más de mis pies que de los de ningún animal.- Vanya dijo esto con tono sumamente despectivo, sin ni siquiera mirarle a la cara.
-De acuerdo, caminad como deseéis.-Saryon no parecía ofendido por el tono empleado por la elfa.- Decidme, ¿cómo sabéis quién soy?, ¿cómo sabéis que soy amigo de Clover?
-Tu nombre y tu descripción, así como tus hazañas durante la guerra contra oriente son bien conocidas en toda la península de Isvar.- La voz de Vanya había perdido buena parte de su deje despectivo- De todas maneras, Clover nos avisó de que estarías aquí y en peligro.
-Nunca deja de sorprenderme. Tendré que hacerle una breve visita.
-Eso te llevará un tiempo, las cosas andan revueltas por todas partes. Aunque no he de ser yo quien te informe de todo, cuando lleguemos otros se encargarán. Ahora mantengamos silencio, aún podríamos correr peligro.
-De acuerdo, entonces.
Ayudado por el movimiento ininterrumpido y por el fresco de la avanzada tarde, Saryon comenzó a despejarse lentamente. El día invitaba a viajar a buen ritmo, se acercaba el atardecer y el cielo continuaba despejado, dejando que el sol calentase el suelo con sus rayos. El bosque, a su alrededor, crecía con una exuberancia inusitada. Salvo pequeños senderos, provocados por la acción de los animales yendo a beber al río o por el caminar de seres inteligentes, el suelo del bosque estaba cubierto por una densa capa de matorral, que dificultaba el avance en muchas ocasiones. El terreno era ondulado, una sucesión de colinas suaves y pequeños valles, totalmente cubiertos de una espesa arboleda, que tan sólo dejaba pasar pequeños rayos de sol hasta el suelo del bosque. Estos rayos de sol eran eficientemente aprovechados por cantidad de zarzas y matorrales que cubrían el terreno bajo las copas de los árboles, haciendo incomodo el avance montado, e incluso a pie por trechos.
Este enorme bosque había permanecido prácticamente deshabitado por muchos años, a excepción de una pequeña cantidad de lezzars que siempre habían habitado en las zonas más húmedas. Por su situación, era la nueva frontera norte de la península de Isvar, junto con las llanuras del Noroeste. La tierra era fértil, aunque no tanto como la de la península, y los nuevos colonos, empujados por la falta de alimentos y la pobreza producidos por la guerra en el sur, iban ocupando la zona lentamente, cruzando los puentes de La Gran Grieta y ocupando poco a poco las tierras del norte. En poco tiempo se habían formado varios nuevos pueblos, algunos de ellos ya empezaban a ser demasiado grandes y tendrían que tomar en pocos años la estructura de ciudades. Mientras tanto, los elfos habían establecido colonias en el bosque, aprovechando también los enormes recursos y las extensas tierras que allí se encontraban. Y todo esto había ocurrido en los últimos siete años, después de la guerra con Oriente.
Saryon recordó la primera ocasión en la que había atravesado estas tierras, antes de que los invasores de Oriente construyeran los puentes que ahora atravesaban La Gran Grieta. Él, y sus compañeros de aquel entonces, habían cruzado las inhóspitas tierras del centro del continente con la intención de llegar al mítico reino de Avalar, en la punta norte, el lugar donde la magia no moraba, en busca de ayuda de su rey en contra de Oriente, y en busca de una de las esferas de poder. Entonces habían tenido la mala suerte de toparse con una tribu de lezzars, y Saryon se había batido en duelo con su líder, un formidable reptil de tres metros de alto que a punto había estado de matarle. Pero había vencido, y, por unos días, fue rey de una tribu de aquellos seres, y a la vez, sus compañeros y él se habían librado del final que los hombres lagartos les tenían reservado, que no era otro que ser devorados. Y ahora estas tierras estaban siendo ocupadas por la gente de Isvar, expulsando a los hombres lagarto hacia el norte y el este. La expansión del territorio de la península había comenzado, y ahora sería difícil de parar.
Las causas de la expansión eran claras, por fin Isvar tenía dos grandes factores a su favor que siempre habían faltado, y ambos existían ahora a causa de la guerra. Isvar tenía un ejército y un órgano de gobierno conjunto y aceptado por todos. Históricamente, en la península siempre había existido un conjunto de ciudades-estado independientes, con Vallefértil y Fénix como cabecillas de éstas, pero sin ningún mando real ni legal sobre las demás. Lo único que habría podido unir a Isvar, habría sido que una ciudad fuese conquistando a otras hasta imponer su ley sobre toda la península, o, precisamente, lo que había ocurrido, la aparición de un enemigo común, que les forzase a unirse o morir, y que convenciese a los líderes locales de que la unión hacía la fuerza y de que se olvidasen de sus pequeñas parcelas de poder. Y tras el ataque del imperio de Oriente, a duras penas resistido por los hombres y mujeres de Isvar, se había formado al fin un ejercito permanente y un órgano de gobierno colectivo, el Senado de Isvar. En el Senado estaban representados los más poderosos de cada ciudad y ciertas personalidades relevantes que habían tenido importantes papeles en la guerra contra oriente, entre los que se encontraba él mismo.
El trabajo del Senado había sido y era todavía muy importante. Pero la falta de un enemigo que uniese a todas las ciudades estaba produciendo ya que el desinterés y las mezquindades comenzasen a aparecer entre los senadores, sobre todo entre aquellos que habían accedido a su puesto por su posición económica. Por otro lado, los que habían accedido a su cargo por sus méritos en la guerra eran apartados lentamente, con lo que las mezquindades y los egoísmos crecían más y más. A Saryon le apenaba mucho todo aquello, después de todo el esfuerzo, de todas las muertes, todavía quedaba gente entre ellos que se olvidaba de sus buenos vecinos para meterse la mayor cantidad de dinero posible en la bolsa. Quizá algún día esto cambiase, pero no tenía claro si el remedio no sería peor que la enfermedad. Él, mientras tanto, mantenía su posición como general en el ejército de Isvar, al igual que otros amigos y antiguos compañeros de aventuras, pero sus voces ya no eran escuchadas en las reuniones del Senado salvo por unos pocos, y eran considerados como miembros secundarios por muchos de los que nunca habían empuñado un arma en la guerra.
Lo más preocupante de todo para Saryon eran los lezzars. Después de las campañas iniciales para expulsarlos del norte no habían vuelto a dar señales de actividad, pero últimamente volvían a estar activos. El ataque que acababa de sufrir era sólo un síntoma más. No sólo parecían estar volviendo a las tierras que habían perdido, sino que además se comportaban de manera extraña. Eran temerarios, cuando siempre habían sido cobardes. Sus líderes eran mucho más inteligentes, más fuertes y más grandes. Y lo realmente preocupante era que sus ataques eran cada vez más frecuentes. Algo extraño estaba ocurriendo con aquellos seres, la manera de evolucionar de su raza era extraña y era un tema digno de toda atención. Los últimos ejemplares que habían sido combatidos tenían varias características extrañas. Parecía que sus heridas se cerraban a gran velocidad, y estaban desarrollando maneras de adaptarse al medio acuático. Además de ejemplares con branquias, Saryon ya se había enfrentado a varios de aquellos monstruos con membranas entre los dedos para nadar mejor. Fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo con aquellos seres, habría que tener los ojos bien abiertos, o todos los habitantes de Isvar correrían peligro.
Poco a poco la noche se fue cerrando sobre sus cabezas, haciendo cada vez más difícil el avance para Saryon y su yegua. Pronto el cielo se volvió negro, y la luz de las estrellas era la única que les servía para continuar el camino, cosa que de todos modos no tenía ninguna importancia para los elfos que le guiaban, puesto que sus ojos estaban preparados para ver en tales condiciones. La noche era oscura, pues no había luna, y Saryon comenzó a sentirse cansado a causa de las heridas y del esfuerzo que para él suponía seguir el camino con tan escasa iluminación.
-Deberíamos descansar.- Saryon habló por primera vez en las últimas cuatro horas.- Ese hombre esta malherido y yo también. Además, ni Irwen ni yo no podemos ver como vosotros en esta oscuridad, me resulta muy difícil continuar.
-Todavía nos queda media jornada más de viaje, aunque ya estamos en la zona de patrullas y estaremos más seguros.- La voz de Vanya, como era habitual, sonó fría y cortante como el filo de una espada- Acamparemos por aquí, creo que hay algún claro cerca.
En pocos minutos ya tenían un campamento dispuesto y un pequeño fuego ardiendo para dar calor a los heridos. Tras despojarse de su armadura, Saryon se dispuso a cuidar del extraño hombre que le había salvado la vida. Después de limpiarle las heridas, el caballero comenzó a emplear el poder de la magia que los dioses le concedían para acelerar la curación. Las manos del caballero se iluminaron tenuemente en un tono azulado mientras las mantenía sobre el pecho del herido. Saryon notó como, impulsadas por la magia curativa, las costillas rotas que había bajo sus dedos, eran empujadas a su posición natural, vio como las marcas de color morado que cubrían el pecho y el cuello del hombre perdían intensidad en el color, haciéndose paulatinamente más claras. Al fin, cuando percibió que el poder de su magia comenzaba a agotarse, separó las manos. Inmediatamente, las manos dejaron de estar iluminadas. Sin dar poco más que un saludo de buenas noches, Saryon se dispuso a descansar en el pequeño claro, viendo el enorme tapiz de estrellas entre las copas de los árboles, y a seguir con sus ensoñaciones.
-Eh, tú, humano... despierta- La voz era femenina y tenía el acento cantarín de los elfos de lo más profundo del bosque- ¡Vamos! ¡No tenemos todo el día!
Saryon abrió los ojos, y sobre él vio la figura de una joven elfa, de no más de 100 años de edad. Su cabello era dorado y largo, y lo llevaba recogido en una trenza. Su piel, aunque tersa y sin ningún tipo de defecto, era de un tono casi cobrizo, como si hubiese pasado largo tiempo al sol. Sus ojos verde azulados eran lo más destacable en un rostro que, aun siendo realmente bello, con facciones suaves y boca generosa, quizá era demasiado ancho para una elfa, aunque las mismas facciones en una humana la hubieran convertido en una belleza inolvidable. Por supuesto, asomando desde debajo del cabello recogido, y flanqueando el rostro estaba un par de orejas acabadas en punta, signo inequívoco de la sangre élfica de aquella mujer.
-Quién...- Saryon volvió a sentir el dolor en sus heridas, así como una enorme sensación de cansancio- ¿Quién sois vos?..
-Me llamo Vanya, y será mejor que os empecéis a mover si no queréis que nos encuentren aquí los amigos de los que matasteis.- Su voz sonaba sumamente decidida.
Saryon intentó incorporarse, y tras un rato, y no sin esfuerzo, logró hacerlo. En un rápido vistazo echó una ojeada al claro. Dos de los elfos, sin duda soldados del bosque de Arbórea, estaban colocando al extraño hombre de negro en una camilla improvisada, hecha de ramas jóvenes y flexibles. Irwen, su yegua, pacía tranquilamente a un lado del claro. Amontonados junto al riachuelo estaban los cadáveres parcialmente calcinados de los lezzars. A su derecha, en el suelo, estaban sus armas, que recogió lentamente. En el mismo vistazo, Saryon pudo observar más detenidamente a la mujer que le había despertado. Medía algo menos que él, aunque su talla era bastante alta para una mujer humana, y un poco corta para una elfa. El jubón de cuero de color oliva y los pantalones del mismo material y color, ideal para esconderse en el bosque, no ocultaban sus formas femeninas, demasiado prominentes para su raza. Aun así sus orejas y el arco y el carcaj que colgaban de su espalda la delataban como elfa.
-Gracias por vuestra ayuda.- Saryon tenía la boca seca y le dolía la garganta al hablar- Mi nombre es Saryon... Saryon Maiher, senador de Isvar y gen...
-Guárdate tus títulos. Eres amigo de Clover y eso es lo único que te valdrá aquí. Ahora, recoge tus cosas y si eres capaz de cabalgar, síguenos a la ciudad.
-Clover... parece que su nombre abre muchas puertas cuando uno trata con los de vuestra raza. - Saryon se acercó a su yegua y comenzó a colocar sus cosas en las alforjas.
-Clover es el rey de un reino elfo. Un rey extraño, sin duda, pero un rey al fin y al cabo.
-Clover es demasiadas cosas como para definirlo sólo como un rey. Adora a un dios humano, y su capacidad para la intriga es asombrosa. Ninguna de las dos cosas es habitual en uno de los vuestros. - Saryon consiguió subir a su montura, aunque no pudo evitar una mueca de dolor.- Y por otro lado, es rey de los elfos de las profundidades siendo un elfo de la superficie, y nacido en una ciudad humana.
-Pero lo importante en este caso es que es rey del reino de las profundidades. Y con eso es suficiente.- Vanya miró hacia Adrash.- ¿Por cierto, ése quién es?
-No tengo ni idea. Apareció cuando luchaba contra los lezzars. Sea quien sea, tiene mi agradecimiento, me ha salvado la vida.
-Y tú has salvado la suya. Eso también te ayudará aquí. Es un noble elfo.
-¿Un noble elfo?- Saryon parecía realmente extrañado- ¡Pero si es humano!
-Es humano en cuerpo, pero no en alma. La inscripción que lleva en el cuello de su armadura es clara. "Niairel nith Airel. Arinin ar sith sai thalierin"
-El más humano de los hombres. El Señor de los Bosques guía sus pasos. Desde luego, es la enseña nobiliaria, aunque es extraño que un humano la porte.
-Vaya, parece que conoces a los nuestros más de lo que yo pensaba... al menos sí conoces el idioma.- Vanya parecía gratamente sorprendida, aunque continuó hablando en común- En cuanto a él, sin duda alguna hizo un enorme servicio a una comunidad de elfos. Creo, por la inscripción y el tipo de runas que emplean, que es de los elfos del norte, los que vinieron del continente de Narmad.
-Por su forma de luchar, el nombre se ajusta a él como anillo al dedo. Si vosotros habláis de los humanos como de seres apasionados, él lo es más que muchos de los que conozco. La elección del nombre es realmente afortunada...
-Muchos elfos dicen de mí que soy "muy humana", aunque quizá sea porque mi abuelo paterno era humano. De todas maneras eso sigue siendo poco importante, será mejor que comencemos a caminar, aún nos queda un largo camino hasta llegar a la ciudad, y ese hombre podría perecer si no llegamos a tiempo.
-Entre mis habilidades se encuentra la de cuidar a los heridos. Yo podré mantenerle vivo e incluso curar sus heridas en unos días. Aun así, yo también estoy herido y cansado y necesitaré reposo. Será mejor que continuemos. - Saryon usó las riendas para indicar a Irwen que comenzase a moverse.
Vanya hizo una señal con su mano derecha y media docena más de elfos, arco en mano, salió de entre la espesura que rodeaba el claro.
-Vamos a la ciudad. Id explorando el camino. Avisad si hay algún contratiempo.- Hablaba con el idioma agudo y musical de los elfos- Vosotros dos -ahora miraba a los que habían situado a Adrash en la camilla- Encargaos de él, y tratadle como se merece su rango.
Con movimientos veloces y ligeros, los elfos que habían salido de la espesura se volvieron a introducir en ella, mientras los dos que ya estaban en el claro, levantaron la camilla y comenzaron a caminar. Vanya se situó a la par de la enorme yegua de Saryon.
-¿Deseáis subir a la grupa de mi montura?
-En el bosque me fío mil veces más de mis pies que de los de ningún animal.- Vanya dijo esto con tono sumamente despectivo, sin ni siquiera mirarle a la cara.
-De acuerdo, caminad como deseéis.-Saryon no parecía ofendido por el tono empleado por la elfa.- Decidme, ¿cómo sabéis quién soy?, ¿cómo sabéis que soy amigo de Clover?
-Tu nombre y tu descripción, así como tus hazañas durante la guerra contra oriente son bien conocidas en toda la península de Isvar.- La voz de Vanya había perdido buena parte de su deje despectivo- De todas maneras, Clover nos avisó de que estarías aquí y en peligro.
-Nunca deja de sorprenderme. Tendré que hacerle una breve visita.
-Eso te llevará un tiempo, las cosas andan revueltas por todas partes. Aunque no he de ser yo quien te informe de todo, cuando lleguemos otros se encargarán. Ahora mantengamos silencio, aún podríamos correr peligro.
-De acuerdo, entonces.
Ayudado por el movimiento ininterrumpido y por el fresco de la avanzada tarde, Saryon comenzó a despejarse lentamente. El día invitaba a viajar a buen ritmo, se acercaba el atardecer y el cielo continuaba despejado, dejando que el sol calentase el suelo con sus rayos. El bosque, a su alrededor, crecía con una exuberancia inusitada. Salvo pequeños senderos, provocados por la acción de los animales yendo a beber al río o por el caminar de seres inteligentes, el suelo del bosque estaba cubierto por una densa capa de matorral, que dificultaba el avance en muchas ocasiones. El terreno era ondulado, una sucesión de colinas suaves y pequeños valles, totalmente cubiertos de una espesa arboleda, que tan sólo dejaba pasar pequeños rayos de sol hasta el suelo del bosque. Estos rayos de sol eran eficientemente aprovechados por cantidad de zarzas y matorrales que cubrían el terreno bajo las copas de los árboles, haciendo incomodo el avance montado, e incluso a pie por trechos.
Este enorme bosque había permanecido prácticamente deshabitado por muchos años, a excepción de una pequeña cantidad de lezzars que siempre habían habitado en las zonas más húmedas. Por su situación, era la nueva frontera norte de la península de Isvar, junto con las llanuras del Noroeste. La tierra era fértil, aunque no tanto como la de la península, y los nuevos colonos, empujados por la falta de alimentos y la pobreza producidos por la guerra en el sur, iban ocupando la zona lentamente, cruzando los puentes de La Gran Grieta y ocupando poco a poco las tierras del norte. En poco tiempo se habían formado varios nuevos pueblos, algunos de ellos ya empezaban a ser demasiado grandes y tendrían que tomar en pocos años la estructura de ciudades. Mientras tanto, los elfos habían establecido colonias en el bosque, aprovechando también los enormes recursos y las extensas tierras que allí se encontraban. Y todo esto había ocurrido en los últimos siete años, después de la guerra con Oriente.
Saryon recordó la primera ocasión en la que había atravesado estas tierras, antes de que los invasores de Oriente construyeran los puentes que ahora atravesaban La Gran Grieta. Él, y sus compañeros de aquel entonces, habían cruzado las inhóspitas tierras del centro del continente con la intención de llegar al mítico reino de Avalar, en la punta norte, el lugar donde la magia no moraba, en busca de ayuda de su rey en contra de Oriente, y en busca de una de las esferas de poder. Entonces habían tenido la mala suerte de toparse con una tribu de lezzars, y Saryon se había batido en duelo con su líder, un formidable reptil de tres metros de alto que a punto había estado de matarle. Pero había vencido, y, por unos días, fue rey de una tribu de aquellos seres, y a la vez, sus compañeros y él se habían librado del final que los hombres lagartos les tenían reservado, que no era otro que ser devorados. Y ahora estas tierras estaban siendo ocupadas por la gente de Isvar, expulsando a los hombres lagarto hacia el norte y el este. La expansión del territorio de la península había comenzado, y ahora sería difícil de parar.
Las causas de la expansión eran claras, por fin Isvar tenía dos grandes factores a su favor que siempre habían faltado, y ambos existían ahora a causa de la guerra. Isvar tenía un ejército y un órgano de gobierno conjunto y aceptado por todos. Históricamente, en la península siempre había existido un conjunto de ciudades-estado independientes, con Vallefértil y Fénix como cabecillas de éstas, pero sin ningún mando real ni legal sobre las demás. Lo único que habría podido unir a Isvar, habría sido que una ciudad fuese conquistando a otras hasta imponer su ley sobre toda la península, o, precisamente, lo que había ocurrido, la aparición de un enemigo común, que les forzase a unirse o morir, y que convenciese a los líderes locales de que la unión hacía la fuerza y de que se olvidasen de sus pequeñas parcelas de poder. Y tras el ataque del imperio de Oriente, a duras penas resistido por los hombres y mujeres de Isvar, se había formado al fin un ejercito permanente y un órgano de gobierno colectivo, el Senado de Isvar. En el Senado estaban representados los más poderosos de cada ciudad y ciertas personalidades relevantes que habían tenido importantes papeles en la guerra contra oriente, entre los que se encontraba él mismo.
El trabajo del Senado había sido y era todavía muy importante. Pero la falta de un enemigo que uniese a todas las ciudades estaba produciendo ya que el desinterés y las mezquindades comenzasen a aparecer entre los senadores, sobre todo entre aquellos que habían accedido a su puesto por su posición económica. Por otro lado, los que habían accedido a su cargo por sus méritos en la guerra eran apartados lentamente, con lo que las mezquindades y los egoísmos crecían más y más. A Saryon le apenaba mucho todo aquello, después de todo el esfuerzo, de todas las muertes, todavía quedaba gente entre ellos que se olvidaba de sus buenos vecinos para meterse la mayor cantidad de dinero posible en la bolsa. Quizá algún día esto cambiase, pero no tenía claro si el remedio no sería peor que la enfermedad. Él, mientras tanto, mantenía su posición como general en el ejército de Isvar, al igual que otros amigos y antiguos compañeros de aventuras, pero sus voces ya no eran escuchadas en las reuniones del Senado salvo por unos pocos, y eran considerados como miembros secundarios por muchos de los que nunca habían empuñado un arma en la guerra.
Lo más preocupante de todo para Saryon eran los lezzars. Después de las campañas iniciales para expulsarlos del norte no habían vuelto a dar señales de actividad, pero últimamente volvían a estar activos. El ataque que acababa de sufrir era sólo un síntoma más. No sólo parecían estar volviendo a las tierras que habían perdido, sino que además se comportaban de manera extraña. Eran temerarios, cuando siempre habían sido cobardes. Sus líderes eran mucho más inteligentes, más fuertes y más grandes. Y lo realmente preocupante era que sus ataques eran cada vez más frecuentes. Algo extraño estaba ocurriendo con aquellos seres, la manera de evolucionar de su raza era extraña y era un tema digno de toda atención. Los últimos ejemplares que habían sido combatidos tenían varias características extrañas. Parecía que sus heridas se cerraban a gran velocidad, y estaban desarrollando maneras de adaptarse al medio acuático. Además de ejemplares con branquias, Saryon ya se había enfrentado a varios de aquellos monstruos con membranas entre los dedos para nadar mejor. Fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo con aquellos seres, habría que tener los ojos bien abiertos, o todos los habitantes de Isvar correrían peligro.
Poco a poco la noche se fue cerrando sobre sus cabezas, haciendo cada vez más difícil el avance para Saryon y su yegua. Pronto el cielo se volvió negro, y la luz de las estrellas era la única que les servía para continuar el camino, cosa que de todos modos no tenía ninguna importancia para los elfos que le guiaban, puesto que sus ojos estaban preparados para ver en tales condiciones. La noche era oscura, pues no había luna, y Saryon comenzó a sentirse cansado a causa de las heridas y del esfuerzo que para él suponía seguir el camino con tan escasa iluminación.
-Deberíamos descansar.- Saryon habló por primera vez en las últimas cuatro horas.- Ese hombre esta malherido y yo también. Además, ni Irwen ni yo no podemos ver como vosotros en esta oscuridad, me resulta muy difícil continuar.
-Todavía nos queda media jornada más de viaje, aunque ya estamos en la zona de patrullas y estaremos más seguros.- La voz de Vanya, como era habitual, sonó fría y cortante como el filo de una espada- Acamparemos por aquí, creo que hay algún claro cerca.
En pocos minutos ya tenían un campamento dispuesto y un pequeño fuego ardiendo para dar calor a los heridos. Tras despojarse de su armadura, Saryon se dispuso a cuidar del extraño hombre que le había salvado la vida. Después de limpiarle las heridas, el caballero comenzó a emplear el poder de la magia que los dioses le concedían para acelerar la curación. Las manos del caballero se iluminaron tenuemente en un tono azulado mientras las mantenía sobre el pecho del herido. Saryon notó como, impulsadas por la magia curativa, las costillas rotas que había bajo sus dedos, eran empujadas a su posición natural, vio como las marcas de color morado que cubrían el pecho y el cuello del hombre perdían intensidad en el color, haciéndose paulatinamente más claras. Al fin, cuando percibió que el poder de su magia comenzaba a agotarse, separó las manos. Inmediatamente, las manos dejaron de estar iluminadas. Sin dar poco más que un saludo de buenas noches, Saryon se dispuso a descansar en el pequeño claro, viendo el enorme tapiz de estrellas entre las copas de los árboles, y a seguir con sus ensoñaciones.
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