Escrito por Cronos el lunes, 2 de noviembre de 2009
Parto.
Y por fin, la luz llega.
Cada vez que aceptaba su nombre, la luz se hacía mayor. Y ellos estaban allí. Los dos. Cada vez más incrustados en su ser, en su mente, en su cuerpo. Cuanto más cerca estaba la luz, más se afianzaban en su ser. Por cada paso que daba hacia el final, cedía un paso más en su interior. Cada segundo se alejaba más de sí mismo. Y ellos penetraban más y más en su mente, en su alma. Los dos.
Su nuevo yo, su nueva mitad, crecía dentro de su cuerpo, sufriendo como él sufría, cediendo lo mismo que él cedía, adorando a la tercera como él lo hacía. Se retorcía en su interior buscando alivio, buscando consuelo, buscando el final como el que busca la muerte. Le odiaba por estarle robando parte de su propio ser, y a la vez le comprendía, pues padecían el mismo calvario.
La lucha dejó de existir y se convirtió en simbiosis. Y ella observaba, segura de su victoria, repitiendo su salmodia. El dolor permanecía, se atenuaba y volvía con cada latido. La luz crecía con cada latido. En cada latido estaba su nombre. El nombre de la tercera, el nombre del ser que daba sentido a su existencia compartida, el nombre de la dueña de sus mentes. Ovatha. Nombre de alivio y dolor. De castigo y de premio. Ovatha. La que los amaba por el dolor que habían soportado, la que los torturaba con su amor, la que gobernaba en el triunvirato. Ovatha. Siempre ella. Todo era ella. Hasta que la luz se convirtió en todo y lo fue todo, y el abismo se rompió en mil pedazos, y la pesadilla de una eternidad acabó.
Mirko abrió los ojos.
Sus ojos. Ya no eran sus ojos. Vio su alrededor extraño. Sintió la mente de sus siervos a través de nuevos sentidos. Unos sentidos que no le pertenecían, que nunca le habían pertenecido. Notó su sumisión, su necesidad de cumplir cualquier orden por absurda que fuese.
Había cambiado. Su piel ahora era fría, dura. Todo era borroso. La realidad parecía difuminada a su alrededor, como si una neblina permanente rodease lo que habían sido sus ojos. Podía sentirlo todo, como si sus nuevos sentidos pudieran observar una nueva dimensión que incluía los pensamientos de sus súbditos, sus deseos, sus ansias de obedecer.
Ella habló en su mente, con su voz dulce, tranquilizadora, curativa.
-Hijo. Has nacido. Tu metamorfosis ha terminado. Ahora eres uno de nosotros. Te amaré hasta el fin de tus días, y a cambio sólo te pediré tu amor.
-Madre… Nada tiene sentido sin tu amor. Mi ser es tuyo. Mi pensamiento es tuyo. Soy el fruto de tu dolor porque tú me has dado esta vida. Soy tú, somos uno. Que así sea por siempre.
Un pensamiento fugaz cruzó por su mente. Mirko sabía que la semilla estaba allí, que estaba en su interior.
-Hijo, temo por mí. Alguien quiere destruirme. Tú debes impedirlo.
-Dime quién y cómo encontrarle y te honraré con su muerte. Así ha de ser.
Mirko sentía su presencia. Su presencia física. Ella estaba lejos, fuera de él, pero a la vez habitaba en su interior. Ella era parte de él y era otra. Y en él estaba el durmiente. El otro. El compañero de su dolor. Su otra mitad, encerrado como él en un cuerpo que ya no era el suyo.
Sintió su nueva piel, su peso, su profunda malignidad arraigada en su propia carne, cargada sobre sus hombros. Era fría, dura, más que el acero, y aun así, parte de él. Sentía a través de ella. No podía recordar cómo era antes, pero sabía que era distinto, que había cambiado.
Sus siervos esperaban sus órdenes de la misma manera que él mismo esperaba las de Ovatha.
-Ellos están a un día de camino al sudoeste. Cuando los encuentres lo sabrás. Espero que acabes con ellos, tal y como te he ordenado.
-Mi señora, mi dueña, el dolor que me hace sentir vuestra duda honra mi amor por vos. Sus vidas han terminado ya, aun sin saberlo ellos.
-Ve, y haz lo que te he ordenado.
Sin que una sola palabra saliera de su boca sus súbditos comenzaron a caminar, mostrándole el camino que había de tomar, deseosos por servirle a él y a Ovatha. Mirko aferró el puño de su arma, unida a él como su nueva piel. Sintió al durmiente en él, buscando el lugar que le correspondía en la consciencia, pero aún sin despertar. Aplacó con su voluntad el deseo de su compañero y aceleró el paso hasta que se situó junto a los hombres lagarto que avanzaban en formación, disciplinados, sin pensar absolutamente nada. La hora de la muerte iba a llegar pronto. Ellos serían sus portadores, en el nombre de Ovatha...
Por un momento la semilla se revolvió en su interior, pero al poco volvió a detenerse.
Y por fin, la luz llega.
Cada vez que aceptaba su nombre, la luz se hacía mayor. Y ellos estaban allí. Los dos. Cada vez más incrustados en su ser, en su mente, en su cuerpo. Cuanto más cerca estaba la luz, más se afianzaban en su ser. Por cada paso que daba hacia el final, cedía un paso más en su interior. Cada segundo se alejaba más de sí mismo. Y ellos penetraban más y más en su mente, en su alma. Los dos.
Su nuevo yo, su nueva mitad, crecía dentro de su cuerpo, sufriendo como él sufría, cediendo lo mismo que él cedía, adorando a la tercera como él lo hacía. Se retorcía en su interior buscando alivio, buscando consuelo, buscando el final como el que busca la muerte. Le odiaba por estarle robando parte de su propio ser, y a la vez le comprendía, pues padecían el mismo calvario.
La lucha dejó de existir y se convirtió en simbiosis. Y ella observaba, segura de su victoria, repitiendo su salmodia. El dolor permanecía, se atenuaba y volvía con cada latido. La luz crecía con cada latido. En cada latido estaba su nombre. El nombre de la tercera, el nombre del ser que daba sentido a su existencia compartida, el nombre de la dueña de sus mentes. Ovatha. Nombre de alivio y dolor. De castigo y de premio. Ovatha. La que los amaba por el dolor que habían soportado, la que los torturaba con su amor, la que gobernaba en el triunvirato. Ovatha. Siempre ella. Todo era ella. Hasta que la luz se convirtió en todo y lo fue todo, y el abismo se rompió en mil pedazos, y la pesadilla de una eternidad acabó.
Mirko abrió los ojos.
Sus ojos. Ya no eran sus ojos. Vio su alrededor extraño. Sintió la mente de sus siervos a través de nuevos sentidos. Unos sentidos que no le pertenecían, que nunca le habían pertenecido. Notó su sumisión, su necesidad de cumplir cualquier orden por absurda que fuese.
Había cambiado. Su piel ahora era fría, dura. Todo era borroso. La realidad parecía difuminada a su alrededor, como si una neblina permanente rodease lo que habían sido sus ojos. Podía sentirlo todo, como si sus nuevos sentidos pudieran observar una nueva dimensión que incluía los pensamientos de sus súbditos, sus deseos, sus ansias de obedecer.
Ella habló en su mente, con su voz dulce, tranquilizadora, curativa.
-Hijo. Has nacido. Tu metamorfosis ha terminado. Ahora eres uno de nosotros. Te amaré hasta el fin de tus días, y a cambio sólo te pediré tu amor.
-Madre… Nada tiene sentido sin tu amor. Mi ser es tuyo. Mi pensamiento es tuyo. Soy el fruto de tu dolor porque tú me has dado esta vida. Soy tú, somos uno. Que así sea por siempre.
Un pensamiento fugaz cruzó por su mente. Mirko sabía que la semilla estaba allí, que estaba en su interior.
-Hijo, temo por mí. Alguien quiere destruirme. Tú debes impedirlo.
-Dime quién y cómo encontrarle y te honraré con su muerte. Así ha de ser.
Mirko sentía su presencia. Su presencia física. Ella estaba lejos, fuera de él, pero a la vez habitaba en su interior. Ella era parte de él y era otra. Y en él estaba el durmiente. El otro. El compañero de su dolor. Su otra mitad, encerrado como él en un cuerpo que ya no era el suyo.
Sintió su nueva piel, su peso, su profunda malignidad arraigada en su propia carne, cargada sobre sus hombros. Era fría, dura, más que el acero, y aun así, parte de él. Sentía a través de ella. No podía recordar cómo era antes, pero sabía que era distinto, que había cambiado.
Sus siervos esperaban sus órdenes de la misma manera que él mismo esperaba las de Ovatha.
-Ellos están a un día de camino al sudoeste. Cuando los encuentres lo sabrás. Espero que acabes con ellos, tal y como te he ordenado.
-Mi señora, mi dueña, el dolor que me hace sentir vuestra duda honra mi amor por vos. Sus vidas han terminado ya, aun sin saberlo ellos.
-Ve, y haz lo que te he ordenado.
Sin que una sola palabra saliera de su boca sus súbditos comenzaron a caminar, mostrándole el camino que había de tomar, deseosos por servirle a él y a Ovatha. Mirko aferró el puño de su arma, unida a él como su nueva piel. Sintió al durmiente en él, buscando el lugar que le correspondía en la consciencia, pero aún sin despertar. Aplacó con su voluntad el deseo de su compañero y aceleró el paso hasta que se situó junto a los hombres lagarto que avanzaban en formación, disciplinados, sin pensar absolutamente nada. La hora de la muerte iba a llegar pronto. Ellos serían sus portadores, en el nombre de Ovatha...
Por un momento la semilla se revolvió en su interior, pero al poco volvió a detenerse.
29 Comentarios