Escrito por Cronos el viernes, 6 de noviembre de 2009
Presentaciones.
Sintió el fresco olor del bosque al amanecer. A su alrededor podía oír el sonido de la brisa al atravesar las copas de los árboles. Una sensación de bienestar, todavía mezclada con el dolor, invadía su pecho. Abrió los ojos y la luz del sol que penetraba entre los árboles le cegó brevemente. Estaba tumbado en el suelo, y en esa postura sólo podía ver las copas de los árboles sobre él. Al levantar la cabeza vio a un hombre, arrodillado a su lado, de larga cabellera lacia y de color negro, con su boca enmarcada por una mandíbula ancha y un largo mostacho que le caía junto a las comisuras de los labios. Su mirada enseguida le tranquilizó, y su rostro le resultó conocido. Las manos de aquel hombre, apoyadas sobre su pecho, emitían una tenue luz azul. Poco a poco, el embotamiento de su mente se fue despejando y comenzó a recordar el combate en el claro. Aquél era el caballero al que había ayudado... y eso era prácticamente lo último que recordaba. Al menos el esfuerzo había servido para algo. Estaban en un pequeño claro rodeado de maleza y de fuertes robles. La montura del caballero estaba cerca del centro del claro. De sus compañeros, que habían partido a por ayuda, no había ni rastro.
-Parece que mi magia surte efecto.- La voz del caballero era profunda y serena.- Pronto estaréis mejor. Mi nombre es Saryon Maiher.
-Gracias por tu ayuda, Saryon.-Le costaba hablar a causa de la sequedad de su boca.- Yo soy Adrash. Adrash Ala de Fuego. Aquel bastardo murió, ¿no?
-Lo maté con mis propias manos. Pero tu magia ya le había vencido. - Saryon retiró sus manos del pecho de Adrash, terminado su conjuro.-Sois valiente hasta la temeridad. No deberíais haber intervenido.
-No soy de los que dejan morir a un hombre valeroso solo. -Adrash se incorporó hasta sentarse sobre sus piernas cruzadas. Aún sentía un leve dolor al moverse, pero sabía que con un día o dos de descanso se le pasaría.- Además, me han enseñado a luchar así. Si no luchase de ese modo jamás podría haber sido lo que soy, un caballero del Fénix.- La sonrisa de Adrash daba a sus palabras un cierto tinte irónico.
-¿Caballero del Fénix?
-Sí, soy caballero del Fénix, una de las cuatro órdenes. La del Fénix representa al fuego. Nos enseñan el arte de las armas y el de la magia, y como utilizar ambos en combate. Son las cuatro órdenes elementales del antiguo Imperio de Narmad, cada una dedicada al uso y comprensión de un elemento.
-Eso explica lo de vuestra arma.
-¿El fuego?- Adrash acentuó su sonrisa.- Además de representar nuestra esencia, nuestra labor en el combate, nos enseñan a utilizarlo. No somos grandes hechiceros, pero nuestra magia es tan temible en la batalla como el filo de nuestras armas. Nuestras espadas actúan como conductor para nuestra magia. Cada caballero se forja su propia arma y sólo él puede utilizarla. Vuestra espada sí parece un objeto poderoso. Incluso después de soltarla, siguió ardiendo. Eso significa, sin duda, que la magia pertenece a la espada, no al que la empuña.
-Estáis en lo cierto, las llamas de mi espada provienen de ella misma.- La mirada de Saryon se dirigía ahora hacia la profundidad del bosque, cargada de nostalgia.- La conseguí hace años, durante la guerra contra Oriente. Muchas veces echo de menos aquellos tiempos. Entonces sabíamos contra qué luchábamos. Hice grandes amigos durante aquellos años, compañeros por los que arriesgué mi vida en incontables ocasiones, siempre seguro de que merecía la pena hacerlo. Algunos de ellos cayeron, pero al final su sacrificio sirvió de algo. El Imperio de Oriente se tuvo que retirar de Isvar.
-Habláis de tiempos difíciles, y no parecéis un hombre amante de la guerra. ¿Qué es lo que añoráis de aquella época entonces?
-No amo la guerra, estáis en lo cierto. Al contrario, me hubiera gustado no tener que empuñar mi arma contra otro hombre nunca, pero los enemigos, sobre todo los poderosos, hacen que la gente se olvide de sus mezquindades, de sus deseos de poder. Ahora parece que no hemos aprendido nada, y algunos de los que deberían de regir el destino de Isvar se preocupan más del estado de sus bolsas que de los problemas de la gente. Eso es lo que me asquea. Muchos han olvidado las penurias de la guerra, los días en los que la vida de cada uno de nosotros no valía nada, los días en los que la única opción real era la de sacrificarse para que todos pudiéramos vivir como deseábamos, sin ningún yugo sobre nuestros hombros. Tanto sacrificio y no aprendimos nada.
-En mi patria llevamos tanto tiempo en guerra que ya ni siquiera el enemigo común hace que la gente se una. Muchas veces pienso que el que un día fue el mayor imperio que había conocido el hombre está herido de muerte. En unos años sólo habrá lezzars y andracs allí. Y ruinas.
-Narmad... Hace unos años nadie de Isvar había oído ni siquiera hablar del continente de Narmad. Hasta que el imperio de oriente atacó Isvar, estábamos casi aislados, y nadie se preocupó nunca de buscar una salida de la península. Poco o nada conozco de vuestra tierra, salvo su localización aproximada.
-Como decía, las cosas no son fáciles por allí, dicen que la tierra está cansada, y cada vez hay menos jóvenes. Supongo que por el hambre. O quizá sea por la guerra. Demasiado tiempo luchando con los sacos de escamas, y parece que nunca se terminan. A veces me gustaría estar con mis compañeros, luchando, pero parece que el maldito destino me tiene reservadas otras sorpresas.- La voz de Adrash estaba llena de amargura ahora.
- ¿Y qué es lo que hacéis en esta zona?
-Es una larga historia. Digamos que vengo como embajador de los elfos de Iniriel
-Extraña posición la vuestra con respecto a los elfos. La inscripción del cuello de vuestra armadura dice mucho. Nunca pensé que un rey élfico pudiese llegar a dar tal rango entre los suyos a un humano. El servicio que realizasteis para su pueblo debió ser realmente importante...
- Dos años en medio de esos orejas puntiagudas es bastante tiempo. Al menos para mí. Me resultó complicado soportar su estúpida parsimonia. Pero no estaba allí por mi propia voluntad. Era una especie de prisionero. En el fondo la experiencia fue tan provechosa para ellos como para mí. Se podría decir que aprendieron bastante sobre cómo y cuándo se ha de dejar de parlotear y desenvainar las armas. Si no llego a estar allí, probablemente ni hubiesen peleado. A los tres meses de estar con ellos me dijeron que me podía marchar cuando quisiera. Pero en ese tiempo ya me había dado cuenta de que ellos también tenían problemas, que no sólo los tenían los humanos de Narmad. Y al fin y al cabo yo lo que quería era matar lagartos, me daba igual para quien. Así que me quedé a luchar a su lado. Al año, quizá por un golpe de suerte, quizá porque aquellos andracs… hombres dragón…
-Conozco los andracs… los orientales tenían unos cuantos regimientos de ellos.
-Bastante más temibles que los lezzar, por otro lado.-Saryon asintió a las palabras de Adrash.- Bien, pues aquellos andracs no contaban con que un puñado de elfos se lanzase sobre ellos con tanta furia, logramos evitar que los sepulcros ancestrales de los padres del reino fuesen profanados. Ese día conseguí mi rango, y mi nombre élfico. Ahora, ellos me consideran un elfo a todos los efectos. Y un elfo noble. Son agradecidos con quien les ayuda de buena fe. El problema está en que muchos no creen en la buena fe de los que no son como ellos. Hay que demostrársela, no valen las palabras.
Vanya entró al claro desde unos matorrales cercanos, casi sin hacer ningún ruido. Saryon se puso en pie y giró la vista hacia ella.
-¿Todo va bien?
-Sí, mis compañeros vigilan los alrededores del campamento. He hablado con los vigilantes de Arbórea y me han informado de que la zona lleva días tranquila. -Además del habitual tono despectivo de Vanya, parecía que no le gustaba tener que dar explicaciones al caballero, lo cual se podía leer con claridad en su voz.- De todos modos, no conviene confiarse. Esos seres son traicioneros.
-Bien, ahora que has vuelto iré a dar de beber a mi yegua. Te dejo a cargo de nuestro compañero herido.
La habitual expresión sarcástica de Adrash se acentuó aún más.
-Creo que sé cuidarme solito. Se agradece la compañía, de todos modos.-Adrash miró de arriba a abajo el hermoso cuerpo de Vanya mientras Saryon se alejaba del claro hacia el río.
-Tu estado no fortalece tus bravatas- Vanya empleó el lenguaje de los elfos en su cortante respuesta.
-Y tú no eres la persona más indicada para decirlo.-Adrash continuó hablando en común.
-Extraña actitud para un hombre al que le he salvado la vida.
-¿Ah, sí? ¿Y debería estarte agradecido por ello? ¿Me habéis preguntado si deseaba seguir viviendo?- El tono de voz de Adrash se tornó más irónico mientras, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, recorría de nuevo el cuerpo de Vanya con la vista. La elfa respondió a la larga mirada con un gesto de desprecio.
-No sé como nadie puede creerse un elfo si no desea vivir.
-No he dicho que no desee vivir. Solamente que no me importa morir, y por lo tanto no creo que esté en deuda contigo.
-Resulta una excusa muy burda.-Ahora fue Vanya la que sonrió con cinismo.- ¿Acaso te molesta que te haya salvado una mujer?
Adrash frunció el ceño y miró a Vanya fijamente a los ojos.
-Cuestionas a los demás con demasiada facilidad. Quizá deberías mirar a lo que tú haces antes de poner en duda los motivos de otros. Un grupo de lagartijas nos atacó en tu bosque. - El tono de Adrash se tornaba más duro- Quién sabe cuántos más habrá por ahí. A mi me daría vergüenza, o al menos procuraría no mostrarme tan altivo.
-¡No tienes ni idea de lo que hablas!-La voz de Vanya, claramente enfurecida, se elevó hasta prácticamente convertirse en un grito- ¡El bosque es demasiado grande!, ¡es imposible cubrirlo entero!
-A ver si aprendes la lección, niñata. -Adrash se puso en pie a menos de un metro de Vanya. Ahora la dureza se había convertido en frialdad, y su voz era casi un susurro.- Si quieres respeto, otórgalo primero. No tienes ni idea de quien soy.
-¿Tú pretendes enseñarme algo? ¡Si podría ser tu abuela!
-Me da igual que tengas mil años, te comportas como una niñata humana. Atacas sólo porque temes ser atacada. Que lástima, es un desperdicio una cabeza hueca para ese precioso cuerpo.
Vanya lanzó una bofetada que impactó en la cara del caballero con fuerza, haciéndole volver la cara. Inmediatamente, como si fuese un acto reflejo, Adrash lanzó un puñetazo que impactó en la mandíbula de la elfa, derribándola al suelo y haciendo que una delgada línea de sangre cayese de la comisura de sus labios.
-…vas a pagar caro lo que acabas de hacer...- Ahora era la voz de Vanya la que se había convertido en un susurro. Mientras se levantaba, la elfa desenvainó su espada- Muy caro.
Adrash permanecía en pie, con el ceño fruncido y una sonrisa casi prepotente en su boca. Su único gesto ofensivo fue apoyar su mano derecha en el pomo de su espada. Nada más levantarse, Vanya se abalanzó hacia él, aún sangrando por el labio y con los ojos inyectados en sangre, dispuesta a utilizar su espada contra el caballero. Con un rápido gesto de su brazo derecho, Adrash golpeó con fuerza el arma de la enfurecida elfa, sin siquiera molestarse en desenvainar. La ligera hoja élfica salió despedida y cayó en el suelo a unos tres metros de ellos. Vanya comenzó a correr hacia ella al mismo tiempo que Adrash. Cuando la elfa rodó por el suelo para intentar cogerla, Adrash ya tenía su pie derecho sobre el filo. Con lentitud, Adrash sacó su arma de la funda y acercó la punta al cuello de Vanya, que estaba tirada en el suelo, con los ojos llorosos a causa de la rabia y la impotencia.
-Sabía que no eras lo que parecías. Mátame rápido si tienes el valor para hacerlo.- La desgarrada voz de Vanya y su rostro desencajado dejaban ver la rabia que sentía.
-Esta vez no voy a matarte, pero recuerda esto: Si desenvainas tu arma contra mí de nuevo, hazlo segura de lo que haces, porque te mataré.- La voz fría y la expresión furiosa de Adrash reforzaban la amenaza.- ¿Lo has entendido? Si se repite, te mataré. No soy el profesor de esgrima de nadie, y tampoco tengo ganas de juegos. Cuando desenvaino mi arma es para matar con ella.- El caballero apartó lentamente su filo del cuello de Vanya y dio media vuelta.- Maldita niñata...
Vanya continuó con la vista clavada en el caballero mientras se limpiaba el reguero de sangre que caía de su labio. Su voz sonó como un susurro, aunque Adrash pudo oirla perfectamente.
-Algún día sabrás quién es Vanya Meldarin.
El caballero se alejó del claro con paso cansino, respirando profundamente.
Sintió el fresco olor del bosque al amanecer. A su alrededor podía oír el sonido de la brisa al atravesar las copas de los árboles. Una sensación de bienestar, todavía mezclada con el dolor, invadía su pecho. Abrió los ojos y la luz del sol que penetraba entre los árboles le cegó brevemente. Estaba tumbado en el suelo, y en esa postura sólo podía ver las copas de los árboles sobre él. Al levantar la cabeza vio a un hombre, arrodillado a su lado, de larga cabellera lacia y de color negro, con su boca enmarcada por una mandíbula ancha y un largo mostacho que le caía junto a las comisuras de los labios. Su mirada enseguida le tranquilizó, y su rostro le resultó conocido. Las manos de aquel hombre, apoyadas sobre su pecho, emitían una tenue luz azul. Poco a poco, el embotamiento de su mente se fue despejando y comenzó a recordar el combate en el claro. Aquél era el caballero al que había ayudado... y eso era prácticamente lo último que recordaba. Al menos el esfuerzo había servido para algo. Estaban en un pequeño claro rodeado de maleza y de fuertes robles. La montura del caballero estaba cerca del centro del claro. De sus compañeros, que habían partido a por ayuda, no había ni rastro.
-Parece que mi magia surte efecto.- La voz del caballero era profunda y serena.- Pronto estaréis mejor. Mi nombre es Saryon Maiher.
-Gracias por tu ayuda, Saryon.-Le costaba hablar a causa de la sequedad de su boca.- Yo soy Adrash. Adrash Ala de Fuego. Aquel bastardo murió, ¿no?
-Lo maté con mis propias manos. Pero tu magia ya le había vencido. - Saryon retiró sus manos del pecho de Adrash, terminado su conjuro.-Sois valiente hasta la temeridad. No deberíais haber intervenido.
-No soy de los que dejan morir a un hombre valeroso solo. -Adrash se incorporó hasta sentarse sobre sus piernas cruzadas. Aún sentía un leve dolor al moverse, pero sabía que con un día o dos de descanso se le pasaría.- Además, me han enseñado a luchar así. Si no luchase de ese modo jamás podría haber sido lo que soy, un caballero del Fénix.- La sonrisa de Adrash daba a sus palabras un cierto tinte irónico.
-¿Caballero del Fénix?
-Sí, soy caballero del Fénix, una de las cuatro órdenes. La del Fénix representa al fuego. Nos enseñan el arte de las armas y el de la magia, y como utilizar ambos en combate. Son las cuatro órdenes elementales del antiguo Imperio de Narmad, cada una dedicada al uso y comprensión de un elemento.
-Eso explica lo de vuestra arma.
-¿El fuego?- Adrash acentuó su sonrisa.- Además de representar nuestra esencia, nuestra labor en el combate, nos enseñan a utilizarlo. No somos grandes hechiceros, pero nuestra magia es tan temible en la batalla como el filo de nuestras armas. Nuestras espadas actúan como conductor para nuestra magia. Cada caballero se forja su propia arma y sólo él puede utilizarla. Vuestra espada sí parece un objeto poderoso. Incluso después de soltarla, siguió ardiendo. Eso significa, sin duda, que la magia pertenece a la espada, no al que la empuña.
-Estáis en lo cierto, las llamas de mi espada provienen de ella misma.- La mirada de Saryon se dirigía ahora hacia la profundidad del bosque, cargada de nostalgia.- La conseguí hace años, durante la guerra contra Oriente. Muchas veces echo de menos aquellos tiempos. Entonces sabíamos contra qué luchábamos. Hice grandes amigos durante aquellos años, compañeros por los que arriesgué mi vida en incontables ocasiones, siempre seguro de que merecía la pena hacerlo. Algunos de ellos cayeron, pero al final su sacrificio sirvió de algo. El Imperio de Oriente se tuvo que retirar de Isvar.
-Habláis de tiempos difíciles, y no parecéis un hombre amante de la guerra. ¿Qué es lo que añoráis de aquella época entonces?
-No amo la guerra, estáis en lo cierto. Al contrario, me hubiera gustado no tener que empuñar mi arma contra otro hombre nunca, pero los enemigos, sobre todo los poderosos, hacen que la gente se olvide de sus mezquindades, de sus deseos de poder. Ahora parece que no hemos aprendido nada, y algunos de los que deberían de regir el destino de Isvar se preocupan más del estado de sus bolsas que de los problemas de la gente. Eso es lo que me asquea. Muchos han olvidado las penurias de la guerra, los días en los que la vida de cada uno de nosotros no valía nada, los días en los que la única opción real era la de sacrificarse para que todos pudiéramos vivir como deseábamos, sin ningún yugo sobre nuestros hombros. Tanto sacrificio y no aprendimos nada.
-En mi patria llevamos tanto tiempo en guerra que ya ni siquiera el enemigo común hace que la gente se una. Muchas veces pienso que el que un día fue el mayor imperio que había conocido el hombre está herido de muerte. En unos años sólo habrá lezzars y andracs allí. Y ruinas.
-Narmad... Hace unos años nadie de Isvar había oído ni siquiera hablar del continente de Narmad. Hasta que el imperio de oriente atacó Isvar, estábamos casi aislados, y nadie se preocupó nunca de buscar una salida de la península. Poco o nada conozco de vuestra tierra, salvo su localización aproximada.
-Como decía, las cosas no son fáciles por allí, dicen que la tierra está cansada, y cada vez hay menos jóvenes. Supongo que por el hambre. O quizá sea por la guerra. Demasiado tiempo luchando con los sacos de escamas, y parece que nunca se terminan. A veces me gustaría estar con mis compañeros, luchando, pero parece que el maldito destino me tiene reservadas otras sorpresas.- La voz de Adrash estaba llena de amargura ahora.
- ¿Y qué es lo que hacéis en esta zona?
-Es una larga historia. Digamos que vengo como embajador de los elfos de Iniriel
-Extraña posición la vuestra con respecto a los elfos. La inscripción del cuello de vuestra armadura dice mucho. Nunca pensé que un rey élfico pudiese llegar a dar tal rango entre los suyos a un humano. El servicio que realizasteis para su pueblo debió ser realmente importante...
- Dos años en medio de esos orejas puntiagudas es bastante tiempo. Al menos para mí. Me resultó complicado soportar su estúpida parsimonia. Pero no estaba allí por mi propia voluntad. Era una especie de prisionero. En el fondo la experiencia fue tan provechosa para ellos como para mí. Se podría decir que aprendieron bastante sobre cómo y cuándo se ha de dejar de parlotear y desenvainar las armas. Si no llego a estar allí, probablemente ni hubiesen peleado. A los tres meses de estar con ellos me dijeron que me podía marchar cuando quisiera. Pero en ese tiempo ya me había dado cuenta de que ellos también tenían problemas, que no sólo los tenían los humanos de Narmad. Y al fin y al cabo yo lo que quería era matar lagartos, me daba igual para quien. Así que me quedé a luchar a su lado. Al año, quizá por un golpe de suerte, quizá porque aquellos andracs… hombres dragón…
-Conozco los andracs… los orientales tenían unos cuantos regimientos de ellos.
-Bastante más temibles que los lezzar, por otro lado.-Saryon asintió a las palabras de Adrash.- Bien, pues aquellos andracs no contaban con que un puñado de elfos se lanzase sobre ellos con tanta furia, logramos evitar que los sepulcros ancestrales de los padres del reino fuesen profanados. Ese día conseguí mi rango, y mi nombre élfico. Ahora, ellos me consideran un elfo a todos los efectos. Y un elfo noble. Son agradecidos con quien les ayuda de buena fe. El problema está en que muchos no creen en la buena fe de los que no son como ellos. Hay que demostrársela, no valen las palabras.
Vanya entró al claro desde unos matorrales cercanos, casi sin hacer ningún ruido. Saryon se puso en pie y giró la vista hacia ella.
-¿Todo va bien?
-Sí, mis compañeros vigilan los alrededores del campamento. He hablado con los vigilantes de Arbórea y me han informado de que la zona lleva días tranquila. -Además del habitual tono despectivo de Vanya, parecía que no le gustaba tener que dar explicaciones al caballero, lo cual se podía leer con claridad en su voz.- De todos modos, no conviene confiarse. Esos seres son traicioneros.
-Bien, ahora que has vuelto iré a dar de beber a mi yegua. Te dejo a cargo de nuestro compañero herido.
La habitual expresión sarcástica de Adrash se acentuó aún más.
-Creo que sé cuidarme solito. Se agradece la compañía, de todos modos.-Adrash miró de arriba a abajo el hermoso cuerpo de Vanya mientras Saryon se alejaba del claro hacia el río.
-Tu estado no fortalece tus bravatas- Vanya empleó el lenguaje de los elfos en su cortante respuesta.
-Y tú no eres la persona más indicada para decirlo.-Adrash continuó hablando en común.
-Extraña actitud para un hombre al que le he salvado la vida.
-¿Ah, sí? ¿Y debería estarte agradecido por ello? ¿Me habéis preguntado si deseaba seguir viviendo?- El tono de voz de Adrash se tornó más irónico mientras, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, recorría de nuevo el cuerpo de Vanya con la vista. La elfa respondió a la larga mirada con un gesto de desprecio.
-No sé como nadie puede creerse un elfo si no desea vivir.
-No he dicho que no desee vivir. Solamente que no me importa morir, y por lo tanto no creo que esté en deuda contigo.
-Resulta una excusa muy burda.-Ahora fue Vanya la que sonrió con cinismo.- ¿Acaso te molesta que te haya salvado una mujer?
Adrash frunció el ceño y miró a Vanya fijamente a los ojos.
-Cuestionas a los demás con demasiada facilidad. Quizá deberías mirar a lo que tú haces antes de poner en duda los motivos de otros. Un grupo de lagartijas nos atacó en tu bosque. - El tono de Adrash se tornaba más duro- Quién sabe cuántos más habrá por ahí. A mi me daría vergüenza, o al menos procuraría no mostrarme tan altivo.
-¡No tienes ni idea de lo que hablas!-La voz de Vanya, claramente enfurecida, se elevó hasta prácticamente convertirse en un grito- ¡El bosque es demasiado grande!, ¡es imposible cubrirlo entero!
-A ver si aprendes la lección, niñata. -Adrash se puso en pie a menos de un metro de Vanya. Ahora la dureza se había convertido en frialdad, y su voz era casi un susurro.- Si quieres respeto, otórgalo primero. No tienes ni idea de quien soy.
-¿Tú pretendes enseñarme algo? ¡Si podría ser tu abuela!
-Me da igual que tengas mil años, te comportas como una niñata humana. Atacas sólo porque temes ser atacada. Que lástima, es un desperdicio una cabeza hueca para ese precioso cuerpo.
Vanya lanzó una bofetada que impactó en la cara del caballero con fuerza, haciéndole volver la cara. Inmediatamente, como si fuese un acto reflejo, Adrash lanzó un puñetazo que impactó en la mandíbula de la elfa, derribándola al suelo y haciendo que una delgada línea de sangre cayese de la comisura de sus labios.
-…vas a pagar caro lo que acabas de hacer...- Ahora era la voz de Vanya la que se había convertido en un susurro. Mientras se levantaba, la elfa desenvainó su espada- Muy caro.
Adrash permanecía en pie, con el ceño fruncido y una sonrisa casi prepotente en su boca. Su único gesto ofensivo fue apoyar su mano derecha en el pomo de su espada. Nada más levantarse, Vanya se abalanzó hacia él, aún sangrando por el labio y con los ojos inyectados en sangre, dispuesta a utilizar su espada contra el caballero. Con un rápido gesto de su brazo derecho, Adrash golpeó con fuerza el arma de la enfurecida elfa, sin siquiera molestarse en desenvainar. La ligera hoja élfica salió despedida y cayó en el suelo a unos tres metros de ellos. Vanya comenzó a correr hacia ella al mismo tiempo que Adrash. Cuando la elfa rodó por el suelo para intentar cogerla, Adrash ya tenía su pie derecho sobre el filo. Con lentitud, Adrash sacó su arma de la funda y acercó la punta al cuello de Vanya, que estaba tirada en el suelo, con los ojos llorosos a causa de la rabia y la impotencia.
-Sabía que no eras lo que parecías. Mátame rápido si tienes el valor para hacerlo.- La desgarrada voz de Vanya y su rostro desencajado dejaban ver la rabia que sentía.
-Esta vez no voy a matarte, pero recuerda esto: Si desenvainas tu arma contra mí de nuevo, hazlo segura de lo que haces, porque te mataré.- La voz fría y la expresión furiosa de Adrash reforzaban la amenaza.- ¿Lo has entendido? Si se repite, te mataré. No soy el profesor de esgrima de nadie, y tampoco tengo ganas de juegos. Cuando desenvaino mi arma es para matar con ella.- El caballero apartó lentamente su filo del cuello de Vanya y dio media vuelta.- Maldita niñata...
Vanya continuó con la vista clavada en el caballero mientras se limpiaba el reguero de sangre que caía de su labio. Su voz sonó como un susurro, aunque Adrash pudo oirla perfectamente.
-Algún día sabrás quién es Vanya Meldarin.
El caballero se alejó del claro con paso cansino, respirando profundamente.
8 Comentarios