Escrito por Cronos el viernes, 6 de noviembre de 2009
De agujas y pajares.
Ragnar pasó las páginas del libro a toda velocidad. "Ovatha, Ovatha... dónde estarás, seas lo que seas...". Llegó al final del grueso tomo y lo apartó, poniéndolo sobre una de las grandes pilas que prácticamente le rodeaban.
Miró a su alrededor. La gigantesca biblioteca mágica de su padre se mostraba en todo su esplendor a sus ojos, iluminada por esa extraña luz blanca, uniforme, y sin duda mágica que estaba en todas partes y no parecía partir de ningún sitio. Las altas paredes, de unos diez metros de alto y forradas de viejas estanterías sin ningún tipo de adorno, estaban llenas de tomos de las más diversas procedencias y escritos en las lenguas más diversas, tanto del plano del Sueño como de otros. Todos ellos tenían un tema en común: La magia. Volúmenes con cientos de hechizos y técnicas para lanzarlos, tomos con las más diversas referencias sobre seres de otras realidades y cómo invocarlos, manuales de viajes entre planos, libros de magia divina, de historia de los dioses, tomos que describían los más poderosos artefactos mágicos y su utilización... cualquier información relacionada con lo arcano o lo místico podía ser encontrada en esa biblioteca.
Sobre Ovatha, fuese lo que fuese, no había nada. Nada de nada. Lo único que había encontrado eran pequeñas referencias a una antigua religión, desaparecida dos o tres siglos atrás, que seguían ciertos nativos salvajes de las costas situadas al este de la península de Isvar. Pero ninguna referencia clara. Los nativos llamaban a su dios Uvath-zar, y su pronunciación era muy próxima a la de Ovatha. No parecía nada serio, probablemente, según conjeturaba el tomo en el que había encontrado aquella información, se tratase de una personificación de alguna deidad maligna, pero nada que se pudiera relacionar con lo que su padre le había contado.
Lo peor de todo era que el nombre, o al menos su sonoridad, le resultaba familiar. Ovatha... Ovatha... lo tenía cerca. Estaba seguro de que tenía que ser algo más próximo, más propio... más común para él… algo de lo que le habían hablado. No podía recordarlo, y eso le exasperaba.
Miró hacia las enormes estanterías. Pasó la vista, ya cansada después de dos semanas de búsqueda casi ininterrumpida, por el techo cubierto de la misma madera noble de la que estaban hechas las estanterías. Observó la enorme mesa semicircular que le rodeaba, toda cubierta de libros, en busca de alguna fuente de inspiración. Repasó su mente en busca de algo que le pudiese servir de ayuda. Y nada, no encontró nada. Le angustiaba ser consciente de que la mayoría de los libros que trataban sobre deidades caídas ya estaban sobre la mesa, y no había encontrado en ellos lo que buscaba. Si al menos su padre estuviese allí... él sabría dónde buscar. Pero no, ahora él se ocupaba de las labores de su padre. Ahora él era el gran Ragnar, el que todo lo tenía que saber. Se preguntó si su padre acostumbraba a estar en esa misma situación, buscando y sin encontrar. Incluso deseó tener allí a Benybeck, pues su intuición podía ser asombrosa en casos como el que le ocupaban. Siempre parecía acertar sin querer, o al menos daba esa impresión, pero demasiado a menudo hablar con el pequeño miuven le hacía intuir alguna idea que acababa por ser correcta.
Volvió a repasar posibles significados de la palabra en los idiomas más diversos. "Frío de la mañana" en élfico, "Piedra voladora" en enano, "El que muerde los pies" en orco... pero ninguno de los significados era lógico, ni siquiera sonaba demasiado parecido a lo que buscaba. "Ovatha...Ovatha..." ¿Con qué o con quién demonios debía de enfrentarse? ¿Demonios? ¡Espíritus de los planos!, también eran una posibilidad. Y una posibilidad que ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Podría ser. ¿Por qué aquel nombre le resultaba tan próximo? ¡Claro!
De pronto la mente de Ragnar se iluminó, y vio con claridad lo que había estado oculto por su propia ceguera. Por un momento pensó que recordar a Benybeck le había llevado de nuevo hasta la idea correcta, pero descartó el pensamiento inmediatamente, pues las consecuencias de lo descubierto eran mucho más importantes. Ahora ya sabía lo que debía saber. ¿Cómo podía haber tardado tanto en darse cuenta? ¡Dioses! ¡Y nadie sabe a qué nos enfrentamos!
La alegría de Ragnar por descubrir lo que buscaba se transformó en pesar por la gravedad del asunto. Si era quien él creía, habría una gran batalla. Y quién sabe de qué dimensiones. Podría ser el fin de todo. Si ella vencía, quedaría… la nada. La nada más absoluta. El enemigo era de dimensiones divinas, enfrentarse a ella era como enfrentarse a un dios, y a uno muy poderoso. Si los dioses intervenían directamente, arriesgarían demasiado, pues además de arriesgarse a morir, romperían un pacto antiguo, y hacerlo podría traer una verdadera hecatombe al Sueño. Si no lo hacían y los hombres lograban vencer a Ovatha por sí mismos, su fe se vería disminuida. Los mortales sabrían que se puede vencer a un dios. Ello resquebrajaría su fe. Y la fe de los hombres es la fuente del poder de los dioses.
Sí, desde luego se enfrentaba a una situación crítica. Era necesario actuar con el mayor de los cuidados. Y lo primero era intentar averiguar las fuerzas y las debilidades de su enemiga. Ovatha... sólo de imaginar en qué podría convertir el mundo aquel ser le daban escalofríos. Se enfrentaba a un enemigo frío, astuto y poderoso. Y él sólo tenía una pequeña ventaja. Ella no le esperaba. Quizá.
Ragnar pasó las páginas del libro a toda velocidad. "Ovatha, Ovatha... dónde estarás, seas lo que seas...". Llegó al final del grueso tomo y lo apartó, poniéndolo sobre una de las grandes pilas que prácticamente le rodeaban.
Miró a su alrededor. La gigantesca biblioteca mágica de su padre se mostraba en todo su esplendor a sus ojos, iluminada por esa extraña luz blanca, uniforme, y sin duda mágica que estaba en todas partes y no parecía partir de ningún sitio. Las altas paredes, de unos diez metros de alto y forradas de viejas estanterías sin ningún tipo de adorno, estaban llenas de tomos de las más diversas procedencias y escritos en las lenguas más diversas, tanto del plano del Sueño como de otros. Todos ellos tenían un tema en común: La magia. Volúmenes con cientos de hechizos y técnicas para lanzarlos, tomos con las más diversas referencias sobre seres de otras realidades y cómo invocarlos, manuales de viajes entre planos, libros de magia divina, de historia de los dioses, tomos que describían los más poderosos artefactos mágicos y su utilización... cualquier información relacionada con lo arcano o lo místico podía ser encontrada en esa biblioteca.
Sobre Ovatha, fuese lo que fuese, no había nada. Nada de nada. Lo único que había encontrado eran pequeñas referencias a una antigua religión, desaparecida dos o tres siglos atrás, que seguían ciertos nativos salvajes de las costas situadas al este de la península de Isvar. Pero ninguna referencia clara. Los nativos llamaban a su dios Uvath-zar, y su pronunciación era muy próxima a la de Ovatha. No parecía nada serio, probablemente, según conjeturaba el tomo en el que había encontrado aquella información, se tratase de una personificación de alguna deidad maligna, pero nada que se pudiera relacionar con lo que su padre le había contado.
Lo peor de todo era que el nombre, o al menos su sonoridad, le resultaba familiar. Ovatha... Ovatha... lo tenía cerca. Estaba seguro de que tenía que ser algo más próximo, más propio... más común para él… algo de lo que le habían hablado. No podía recordarlo, y eso le exasperaba.
Miró hacia las enormes estanterías. Pasó la vista, ya cansada después de dos semanas de búsqueda casi ininterrumpida, por el techo cubierto de la misma madera noble de la que estaban hechas las estanterías. Observó la enorme mesa semicircular que le rodeaba, toda cubierta de libros, en busca de alguna fuente de inspiración. Repasó su mente en busca de algo que le pudiese servir de ayuda. Y nada, no encontró nada. Le angustiaba ser consciente de que la mayoría de los libros que trataban sobre deidades caídas ya estaban sobre la mesa, y no había encontrado en ellos lo que buscaba. Si al menos su padre estuviese allí... él sabría dónde buscar. Pero no, ahora él se ocupaba de las labores de su padre. Ahora él era el gran Ragnar, el que todo lo tenía que saber. Se preguntó si su padre acostumbraba a estar en esa misma situación, buscando y sin encontrar. Incluso deseó tener allí a Benybeck, pues su intuición podía ser asombrosa en casos como el que le ocupaban. Siempre parecía acertar sin querer, o al menos daba esa impresión, pero demasiado a menudo hablar con el pequeño miuven le hacía intuir alguna idea que acababa por ser correcta.
Volvió a repasar posibles significados de la palabra en los idiomas más diversos. "Frío de la mañana" en élfico, "Piedra voladora" en enano, "El que muerde los pies" en orco... pero ninguno de los significados era lógico, ni siquiera sonaba demasiado parecido a lo que buscaba. "Ovatha...Ovatha..." ¿Con qué o con quién demonios debía de enfrentarse? ¿Demonios? ¡Espíritus de los planos!, también eran una posibilidad. Y una posibilidad que ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Podría ser. ¿Por qué aquel nombre le resultaba tan próximo? ¡Claro!
De pronto la mente de Ragnar se iluminó, y vio con claridad lo que había estado oculto por su propia ceguera. Por un momento pensó que recordar a Benybeck le había llevado de nuevo hasta la idea correcta, pero descartó el pensamiento inmediatamente, pues las consecuencias de lo descubierto eran mucho más importantes. Ahora ya sabía lo que debía saber. ¿Cómo podía haber tardado tanto en darse cuenta? ¡Dioses! ¡Y nadie sabe a qué nos enfrentamos!
La alegría de Ragnar por descubrir lo que buscaba se transformó en pesar por la gravedad del asunto. Si era quien él creía, habría una gran batalla. Y quién sabe de qué dimensiones. Podría ser el fin de todo. Si ella vencía, quedaría… la nada. La nada más absoluta. El enemigo era de dimensiones divinas, enfrentarse a ella era como enfrentarse a un dios, y a uno muy poderoso. Si los dioses intervenían directamente, arriesgarían demasiado, pues además de arriesgarse a morir, romperían un pacto antiguo, y hacerlo podría traer una verdadera hecatombe al Sueño. Si no lo hacían y los hombres lograban vencer a Ovatha por sí mismos, su fe se vería disminuida. Los mortales sabrían que se puede vencer a un dios. Ello resquebrajaría su fe. Y la fe de los hombres es la fuente del poder de los dioses.
Sí, desde luego se enfrentaba a una situación crítica. Era necesario actuar con el mayor de los cuidados. Y lo primero era intentar averiguar las fuerzas y las debilidades de su enemiga. Ovatha... sólo de imaginar en qué podría convertir el mundo aquel ser le daban escalofríos. Se enfrentaba a un enemigo frío, astuto y poderoso. Y él sólo tenía una pequeña ventaja. Ella no le esperaba. Quizá.
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