Escrito por Cronos el lunes, 9 de noviembre de 2009
Manzanas.
Lamar Naughtluck era un hombre grande. No es que fuese demasiado alto, pero su complexión era la de un hombre fuerte. Si a eso añadimos que nunca había hecho demasiado ejercicio salvo por obligación, que uno de los mayores placeres de la vida para él era comer, y que éste únicamente era igualado por el placer de beber, se podía entender la gran panza que rellenaba el conjunto de remiendos y lamparones de las tonalidades más diversas que cubrían lo que había sido un hábito de color marrón. Su pelo negro, sin llegar a ser una melena, era bastante largo, y los rizos que formaba se enredaban unos con otros en el más confuso caos, siempre brillante a causa de la grasa. Su tupida barba, igual de cuidada que su pelo, rodeaba una cara entrada en carnes, de amplios y sonrosados mofletes y nariz, que contrastaban con sus pequeños ojos castaños, vivaces y expresivos.
Lamar caminó por la cubierta del Intrépido. Viajaban a toda vela, como casi siempre, en busca de una nueva presa. El tiempo era bueno, lucía el sol, ya cerca de la línea del horizonte, y el viento empujaba al navío con fuerza. Los cinco largos mástiles lucían sus velámenes abiertos por completo para aprovechar la fuerza del viento. A su alrededor, varios marineros limpiaban la cubierta, mientras otros estaban encaramados a los mástiles esperando las órdenes del contramaestre. El Intrépido, aunque grande, era un barco rápido y ligero, ideal para aquello para lo que era utilizado, la piratería y el contrabando. Pronto capturarían a su presa y entonces llegaría la acción. La tripulación estaba tensa, como siempre que perseguían a otro barco, pero eso a él no le afectaba. Era el cocinero, demasiado valioso en un barco como para dejar que se muriese en un combate estúpido. Así que, como era habitual, a él no le tocaría luchar cuando el momento llegase. Estaba ya a punto de atardecer, y eso significaba que tenía que trabajar. Preparar raciones, y buenas, para evitar que los marineros cayesen por la extenuación, o hiciesen algo peor acuciados por el hambre. Carne seca, fruta y ron aguado, lo normal para un marinero.
Lamar acabó de cruzar la cubierta y bajó a su lugar de trabajo. La cocina del Intrépido era un lujo para este tipo de barcos. Había una mesa en la que podían comer cuarenta hombres, y un mostrador sobre el que acumulaba sus cachivaches, incluido el alambique, que estaba prohibido utilizar, pero del que nadie se quejaba porque a todos les gustaban sus licores. Por supuesto, encima de ese mostrador también había innumerables restos de comida, suciedad y cualquier cosa imaginable, o no tan imaginable, en una cocina. Comenzó a preparar las raciones para el primer turno. Carne seca de la caja, ron del barril y… la fruta se había acabado. Dejó el barril vacío en el interior de la despensa, y se dispuso a sacar uno lleno. Según lo inclinó, una voz chillona pero apagada sonó desde dentro del barril.
-¡Eh! ¡Estás descolocando todas las manzanas!
-¿Qué demonios…?-La rasposa y siempre afónica voz de Lamar resonó en las paredes de la pequeña despensa.- ¿Quién esta ahí?
-¡Un miuven muy enfadado!
Lamar sacó la tapa del barril de un golpe, y cuando miró en su interior vio un rostro infantil que miraba hacia arriba sonriente. Debajo de él estaban todas las manzanas del barril, cortadas por la mitad, y, salvo unas pocas, colocadas perfectamente boca abajo, con la parte plana hacia el fondo del barril.
-¿Así que esto era un barril? Vaya. Yo creí que era un plano o el infierno o algo así, y resulta que era un simple barril.
-¿Qué? ¿Quién demonios eres? ¿Qué haces ahí? ¿Por qué has cortado todas las manzanas?- Lamar parecía totalmente superado por la situación.
-Puesss... te explicaré… pero te adelanto que es una larga historia. ¿Una manzanita?-El pequeño ser le tendió media manzana a Lamar. La mitad que había sido cortada llevaba varios días echada a perder-Ni una sola tiene gusano, aunque empiezan a oler un poco mal.
Lamar agarró la mano del miuven con fuerza.
-¡Más vale que salgas de ahí ahora mismo, y que me expliques tu historia antes de que acabe de enfadarme y te corte los brazos, cosa que de todos modos es probable que haga el capitán!- El grito de Lamar lo pudieron oír en la cubierta. Aunque nadie se extrañó.- ¿Me has oído?
-Claro, claro. Tampoco hacía falta gritar. Te recuerdo que estoy a tu lado, y este barril tiene un eco espantoso. Me vas a provocar un buen dolor de cabeza. Además, ahora que sé que esto no es el infierno, pues hasta me apetece salir de aquí. Estaba empezando a aburrirme, y hace tiempo que se me acabaron las manzanas.- El miuven salió del barril con un ágil salto. Lamar continuaba agarrándole la mano derecha.- ¿Estás seguro de que quieres que te cuente qué demonios hago aquí? Puedo tardar bastante…
-¡Pues me lo cuentas resumido, enano! ¡Ningún asqueroso miuven saquea mi cocina sin morir en el intento!
-Vale, vale, no te enfades. Si quieres que te diga la verdad no tengo ni idea de cómo acabé dentro del barril. Simplemente estaba con Ragnar y de pronto dije un deseo que no quería decir y me desperté en medio de algo muy oscuro, que se balanceaba, y con un montón de bultos redondeados debajo de mí. Creí que estaba muerto y que era el infierno, así que busqué algo que hacer… uno no puede estar toda la eternidad sin nada que hacer ¿no? Pues entonces descubrí que los bultos eran manzanas, y me dije… igual mi castigo es comprobar si las manzanas tienen gusano o no... Así que eso es lo que hice, y de paso, las coloqué un poquito para tener un poco más de sitio. Tuve que probar varias veces, colocándolas de maneras distintas, hasta que descubrí que de esta manera estaba más cómodo. Por cierto, ni una sola de las manzanas tenía gusano, aunque tampoco puedo estar muy seguro, porque como no se veía casi nada ahí dentro, pues claro, me tuve que fiar del tacto. Pero bueno, el tacto de un miuven todo el mundo sabe que es uno de sus sentidos más agudos, incluso teniendo en cuenta que los demás ya son agudos de por sí. Como siempre decía mi amigo Ragnar el único sentido que un miuven no tiene muy agudo es el sentido común. No tengo muy claro lo que significa, pero si lo dice mi amigo Rag seguro que…
-¡Basta!- Lamar estaba completamente confuso con la perorata que le acababa de soltar el miuven- Te vas a quedar encerrado en la despensa y que decida el capitán, ¿entendido?
-Yo… no sé, bueno, por cierto, me llamo Benybeck… ¿y tú?
Lamar le dio un empujón al miuven y cerró la puerta de la despensa con llave, tras salir por ella.
-¡LAMAR!- El miuven oyó el grito desde detrás de la puerta- ¡Me llamo Lamar!
Benybeck miró a su alrededor. Vaya… más toneles, cajas de carne seca, barriles de ron… nada divertido. Y además le habían encerrado con llave, así que no podía irse. ¿Llave? ¡Una cerradura! Benybeck comenzó a rebuscar por los múltiples bolsillos de su casaca, su cara había cambiado completamente. Tras unos segundos, sacó de un bolsillo una pequeña ganzúa, que introdujo en la ranura de la cerradura. Tras unos momentos de concentración, escuchó un clic que lo llenó de satisfacción, aunque por poco tiempo. Demasiado fácil. Ninguna cerradura se le resistía. De nuevo, se sentó en el suelo a esperar. ¿Tardaría mucho el tal Lamar? Parecía que fuera empezaba a haber revuelo. Esperaba que no fuese por su culpa, pero con el enfado que tenía aquel tipo gordo barbudo, pues cualquiera sabía. La puerta de la despensa, ahora abierta, se entornó. En la cocina no había nadie. Benybeck pensó que si la puerta se había entornado, sería por algo, así que salió a mirar. Sobre él había mucha actividad. Una voz fuerte y autoritaria se oía por encima de las demás.
-¡Quiero que estéis todos listos antes de que vuelva a parpadear o tendré que comenzar a repartir golpes! ¡Vamos, gandules!
El ruido de los pasos sobre su cabeza era cada vez más fuerte. La misma voz autoritaria sonó de nuevo.
-¡Ya estamos encima! ¡Todos preparados para abordarlos!
¿Abordarlos? ¿Piratas? ¡Un barco! ¡Estaban en un barco! ¡Y nada menos que en un barco pirata! Benybeck no pudo reprimir el impulso que le llevaba hacia la escalera. Se asomó por la puerta que había al final de la manera más disimulada que pudo, y contempló la escena.
Era de día, probablemente cerca del atardecer, hacía algo de viento, y el cielo estaba despejado. Sobre la cubierta habría alrededor de cien hombres, la mayoría de ellos mal encarados y vestidos con ropas pobres y hechas harapos. Todos portaban armas; sables, cimitarras, espadas cortas y largas, dagas… Estaban preparándose para asaltar otro barco, algo más grande que el suyo, en el cual les esperaban unos cuantos marineros, armados también, pero con un aspecto bastante menos aguerrido. El hombre que profería los gritos estaba detrás de todos los piratas. Era muy alto, casi el doble que Benybeck, y su pelo era largo y de un color entre castaño y pelirrojo. Llevaba un sombrero de ala ancha, de cuero, con una cinta escarlata con una hebilla. Su cara era alargada, con las cejas y los pómulos marcados, nariz más bien aguileña y mentón fuerte. Llevaba una camisa escarlata con un chaleco de cuero negro sobre ella, y unos pantalones del mismo material, bastante ceñidos, que sujetaba a su cintura con un ancho cinturón que se cerraba con una enorme hebilla dorada. Metidas entre el cinturón y el pantalón llevaba varias dagas, y, colgando de éste, la vaina del sable que blandía en su mano derecha, usándolo para señalar a los piratas lo que tenían que hacer. El hombre seguía dando, o más bien gritando, órdenes, y, sobre todo, lanzando improperios contra la decena de marineros que tiraban de dos cuerdas, que estaban enganchadas al otro barco con garfios. De pronto, las dos naves chocaron. Benybeck tuvo que agarrarse al marco de la puerta para no caerse. Todos los piratas que esperaban giraron la cabeza… ¡Hacia él! El miuven se lanzó a un lado de la puerta y volvió a mirar de la manera más disimulada posible hacia fuera. Los hombres miraban hacia allí... más o menos. Se dio cuenta de que sus miradas se dirigían un poco más arriba, y entonces oyó como una voz fría y dura como el filo de una espada, con tono autoritario pero sin gritar, decía:
-Atacad.
Como empujados por un resorte, todos los piratas se lanzaron hacia el otro barco lanzando alaridos, dispuestos a tomar por la fuerza su botín.
-¡Eh! ¡Tú! ¡Enano!- La voz era inconfundible, era el gordo barbudo llamado Lamar- ¿Cómo has salido de la despensa?
El tal Lamar avanzaba por la cubierta ignorando el combate, directo hacia él. Benybeck pensó que debía estar bastante enfadado.
-Si realmente pensabas que esa cerradura me iba a impedir salir de allí, no debes saber muy bien lo que es un miuven…-Benybeck no pudo evitar decir esto mientras comenzaba a correr por la cubierta, evitando al gordo cocinero- ¡No corras tanto! ¡Vas a conseguir hundir el barco si sigues pegando esos saltos!
Ahora los gritos e improperios del cocinero se escuchaban en toda la cubierta, a pesar del combate. En una de sus vueltas, el miuven vio al hombre que dio la orden de atacar. Sobre el castillo de popa, mirando el combate que se desarrollaba en el barco vecino, con un aire entre triste y frío, estaba el que, sin duda, era el capitán del barco. No era demasiado alto, aunque sí más que la mayoría de los humanos que conocía. Su pelo era negro como la noche, y le caía en una melena lisa hasta la mitad de la espalda. Toda su ropa era negra, llevaba un jubón de seda o algún tejido similar, y un pantalón de cuero. A su espalda portaba una capa que ondeaba con los envites del viento. Su piel era de una extrema palidez, parecía enfermo, y su rostro era frío y duro como la voz que había escuchado antes, aunque bastante bello en parámetros humanos, pues como miuven era horriblemente feo. Miraba fijamente al otro barco, en algún punto entre la atención suma que la situación requería, y una tristeza cuyo origen era desconocido para Benybeck. En ese momento miró hacia la cubierta, y dirigiéndose a perseguidor y perseguido, dijo:
-Dejad de hacer el estúpido y subid aquí.
-Éste… éste… -Lamar había dejado de correr, pero aún jadeaba como si llevase tres días debajo del agua- Éste es… el ser del que le hablé, Señor…
Benybeck subió las escaleras del castillo de popa y se detuvo a unos pasos del capitán.
-¡Hola!-El miuven mostró su mejor sonrisa-Soy Benybeck… Es usted el capitán, ¿verdad?... Tiene usted un bonito barco, al menos desde mi punto de vista... la verdad es que casi nunca había viajado en barco, pero comparado con los que había visto antes, éste es el más bonito de todos… no sé si eso servirá para demasiado pero se lo digo porque…
-Sabes lo que se hace con los polizones en alta mar, ¿verdad?
-Puessss... la verdad es que no. Sólo espero que no los matéis ni los descuarticéis ni nada de eso, porque seria muy incómodo, y la verdad es que antes de subirme a un barco, debería haberme enterado de cómo son las leyes del mar, aunque en este caso tengo justificación, yo no deseaba subirme al barco, simplemente aparecí en él, en ese barril estúpido en el que no sé qué rábanos… o más bien qué manzanas pintaba, pero allí estaba... me imagino que si llego a venir a propósito habría…
-Los tiramos por la borda.-El miuven cerró la boca de golpe- A no ser…
-¿A no ser que qué?
-A no ser que trabajen en el barco hasta pagar su pasaje.- La sangre volvió a circular por la cabeza de Benybeck, que recuperó su color.
-Uff… no soy tan buen nadador, y lo peor de todo, no sé en que dirección está la costa…
-Eso da igual. Estas aguas están plagadas de tiburones.
-Vaya… ésas son malas noticias para los que caigan al agua en el combate…
-Ésta es una profesión arriesgada.- El capitán seguía mirando el combate mientras hablaba con el miuven. Lamar se arrastraba escaleras arriba, jadeando de tal manera que parecía que estaba a punto de morir por asfixia.- Entonces, ¿aceptas o no?
-Mmmm depende...- Benybeck se rascó el mentón con la mano derecha, mientras levantaba una ceja.- ¿Qué es lo que tendré que hacer? Es que no me gusta nada matar a la gente, y además no se me da demasiado bien, aunque eso tampoco significa que no sepa defenderme…
-Sólo tendrás que explorar los barcos que capturemos en busca de trampas, compartimentos secretos y cosas así. ¿Simple, verdad?
-¿Y con eso pagaré mi pasaje?- El miuven sonrió- Creo que me voy a quedar aquí mucho tiempo…
Lamar Naughtluck era un hombre grande. No es que fuese demasiado alto, pero su complexión era la de un hombre fuerte. Si a eso añadimos que nunca había hecho demasiado ejercicio salvo por obligación, que uno de los mayores placeres de la vida para él era comer, y que éste únicamente era igualado por el placer de beber, se podía entender la gran panza que rellenaba el conjunto de remiendos y lamparones de las tonalidades más diversas que cubrían lo que había sido un hábito de color marrón. Su pelo negro, sin llegar a ser una melena, era bastante largo, y los rizos que formaba se enredaban unos con otros en el más confuso caos, siempre brillante a causa de la grasa. Su tupida barba, igual de cuidada que su pelo, rodeaba una cara entrada en carnes, de amplios y sonrosados mofletes y nariz, que contrastaban con sus pequeños ojos castaños, vivaces y expresivos.
Lamar caminó por la cubierta del Intrépido. Viajaban a toda vela, como casi siempre, en busca de una nueva presa. El tiempo era bueno, lucía el sol, ya cerca de la línea del horizonte, y el viento empujaba al navío con fuerza. Los cinco largos mástiles lucían sus velámenes abiertos por completo para aprovechar la fuerza del viento. A su alrededor, varios marineros limpiaban la cubierta, mientras otros estaban encaramados a los mástiles esperando las órdenes del contramaestre. El Intrépido, aunque grande, era un barco rápido y ligero, ideal para aquello para lo que era utilizado, la piratería y el contrabando. Pronto capturarían a su presa y entonces llegaría la acción. La tripulación estaba tensa, como siempre que perseguían a otro barco, pero eso a él no le afectaba. Era el cocinero, demasiado valioso en un barco como para dejar que se muriese en un combate estúpido. Así que, como era habitual, a él no le tocaría luchar cuando el momento llegase. Estaba ya a punto de atardecer, y eso significaba que tenía que trabajar. Preparar raciones, y buenas, para evitar que los marineros cayesen por la extenuación, o hiciesen algo peor acuciados por el hambre. Carne seca, fruta y ron aguado, lo normal para un marinero.
Lamar acabó de cruzar la cubierta y bajó a su lugar de trabajo. La cocina del Intrépido era un lujo para este tipo de barcos. Había una mesa en la que podían comer cuarenta hombres, y un mostrador sobre el que acumulaba sus cachivaches, incluido el alambique, que estaba prohibido utilizar, pero del que nadie se quejaba porque a todos les gustaban sus licores. Por supuesto, encima de ese mostrador también había innumerables restos de comida, suciedad y cualquier cosa imaginable, o no tan imaginable, en una cocina. Comenzó a preparar las raciones para el primer turno. Carne seca de la caja, ron del barril y… la fruta se había acabado. Dejó el barril vacío en el interior de la despensa, y se dispuso a sacar uno lleno. Según lo inclinó, una voz chillona pero apagada sonó desde dentro del barril.
-¡Eh! ¡Estás descolocando todas las manzanas!
-¿Qué demonios…?-La rasposa y siempre afónica voz de Lamar resonó en las paredes de la pequeña despensa.- ¿Quién esta ahí?
-¡Un miuven muy enfadado!
Lamar sacó la tapa del barril de un golpe, y cuando miró en su interior vio un rostro infantil que miraba hacia arriba sonriente. Debajo de él estaban todas las manzanas del barril, cortadas por la mitad, y, salvo unas pocas, colocadas perfectamente boca abajo, con la parte plana hacia el fondo del barril.
-¿Así que esto era un barril? Vaya. Yo creí que era un plano o el infierno o algo así, y resulta que era un simple barril.
-¿Qué? ¿Quién demonios eres? ¿Qué haces ahí? ¿Por qué has cortado todas las manzanas?- Lamar parecía totalmente superado por la situación.
-Puesss... te explicaré… pero te adelanto que es una larga historia. ¿Una manzanita?-El pequeño ser le tendió media manzana a Lamar. La mitad que había sido cortada llevaba varios días echada a perder-Ni una sola tiene gusano, aunque empiezan a oler un poco mal.
Lamar agarró la mano del miuven con fuerza.
-¡Más vale que salgas de ahí ahora mismo, y que me expliques tu historia antes de que acabe de enfadarme y te corte los brazos, cosa que de todos modos es probable que haga el capitán!- El grito de Lamar lo pudieron oír en la cubierta. Aunque nadie se extrañó.- ¿Me has oído?
-Claro, claro. Tampoco hacía falta gritar. Te recuerdo que estoy a tu lado, y este barril tiene un eco espantoso. Me vas a provocar un buen dolor de cabeza. Además, ahora que sé que esto no es el infierno, pues hasta me apetece salir de aquí. Estaba empezando a aburrirme, y hace tiempo que se me acabaron las manzanas.- El miuven salió del barril con un ágil salto. Lamar continuaba agarrándole la mano derecha.- ¿Estás seguro de que quieres que te cuente qué demonios hago aquí? Puedo tardar bastante…
-¡Pues me lo cuentas resumido, enano! ¡Ningún asqueroso miuven saquea mi cocina sin morir en el intento!
-Vale, vale, no te enfades. Si quieres que te diga la verdad no tengo ni idea de cómo acabé dentro del barril. Simplemente estaba con Ragnar y de pronto dije un deseo que no quería decir y me desperté en medio de algo muy oscuro, que se balanceaba, y con un montón de bultos redondeados debajo de mí. Creí que estaba muerto y que era el infierno, así que busqué algo que hacer… uno no puede estar toda la eternidad sin nada que hacer ¿no? Pues entonces descubrí que los bultos eran manzanas, y me dije… igual mi castigo es comprobar si las manzanas tienen gusano o no... Así que eso es lo que hice, y de paso, las coloqué un poquito para tener un poco más de sitio. Tuve que probar varias veces, colocándolas de maneras distintas, hasta que descubrí que de esta manera estaba más cómodo. Por cierto, ni una sola de las manzanas tenía gusano, aunque tampoco puedo estar muy seguro, porque como no se veía casi nada ahí dentro, pues claro, me tuve que fiar del tacto. Pero bueno, el tacto de un miuven todo el mundo sabe que es uno de sus sentidos más agudos, incluso teniendo en cuenta que los demás ya son agudos de por sí. Como siempre decía mi amigo Ragnar el único sentido que un miuven no tiene muy agudo es el sentido común. No tengo muy claro lo que significa, pero si lo dice mi amigo Rag seguro que…
-¡Basta!- Lamar estaba completamente confuso con la perorata que le acababa de soltar el miuven- Te vas a quedar encerrado en la despensa y que decida el capitán, ¿entendido?
-Yo… no sé, bueno, por cierto, me llamo Benybeck… ¿y tú?
Lamar le dio un empujón al miuven y cerró la puerta de la despensa con llave, tras salir por ella.
-¡LAMAR!- El miuven oyó el grito desde detrás de la puerta- ¡Me llamo Lamar!
Benybeck miró a su alrededor. Vaya… más toneles, cajas de carne seca, barriles de ron… nada divertido. Y además le habían encerrado con llave, así que no podía irse. ¿Llave? ¡Una cerradura! Benybeck comenzó a rebuscar por los múltiples bolsillos de su casaca, su cara había cambiado completamente. Tras unos segundos, sacó de un bolsillo una pequeña ganzúa, que introdujo en la ranura de la cerradura. Tras unos momentos de concentración, escuchó un clic que lo llenó de satisfacción, aunque por poco tiempo. Demasiado fácil. Ninguna cerradura se le resistía. De nuevo, se sentó en el suelo a esperar. ¿Tardaría mucho el tal Lamar? Parecía que fuera empezaba a haber revuelo. Esperaba que no fuese por su culpa, pero con el enfado que tenía aquel tipo gordo barbudo, pues cualquiera sabía. La puerta de la despensa, ahora abierta, se entornó. En la cocina no había nadie. Benybeck pensó que si la puerta se había entornado, sería por algo, así que salió a mirar. Sobre él había mucha actividad. Una voz fuerte y autoritaria se oía por encima de las demás.
-¡Quiero que estéis todos listos antes de que vuelva a parpadear o tendré que comenzar a repartir golpes! ¡Vamos, gandules!
El ruido de los pasos sobre su cabeza era cada vez más fuerte. La misma voz autoritaria sonó de nuevo.
-¡Ya estamos encima! ¡Todos preparados para abordarlos!
¿Abordarlos? ¿Piratas? ¡Un barco! ¡Estaban en un barco! ¡Y nada menos que en un barco pirata! Benybeck no pudo reprimir el impulso que le llevaba hacia la escalera. Se asomó por la puerta que había al final de la manera más disimulada que pudo, y contempló la escena.
Era de día, probablemente cerca del atardecer, hacía algo de viento, y el cielo estaba despejado. Sobre la cubierta habría alrededor de cien hombres, la mayoría de ellos mal encarados y vestidos con ropas pobres y hechas harapos. Todos portaban armas; sables, cimitarras, espadas cortas y largas, dagas… Estaban preparándose para asaltar otro barco, algo más grande que el suyo, en el cual les esperaban unos cuantos marineros, armados también, pero con un aspecto bastante menos aguerrido. El hombre que profería los gritos estaba detrás de todos los piratas. Era muy alto, casi el doble que Benybeck, y su pelo era largo y de un color entre castaño y pelirrojo. Llevaba un sombrero de ala ancha, de cuero, con una cinta escarlata con una hebilla. Su cara era alargada, con las cejas y los pómulos marcados, nariz más bien aguileña y mentón fuerte. Llevaba una camisa escarlata con un chaleco de cuero negro sobre ella, y unos pantalones del mismo material, bastante ceñidos, que sujetaba a su cintura con un ancho cinturón que se cerraba con una enorme hebilla dorada. Metidas entre el cinturón y el pantalón llevaba varias dagas, y, colgando de éste, la vaina del sable que blandía en su mano derecha, usándolo para señalar a los piratas lo que tenían que hacer. El hombre seguía dando, o más bien gritando, órdenes, y, sobre todo, lanzando improperios contra la decena de marineros que tiraban de dos cuerdas, que estaban enganchadas al otro barco con garfios. De pronto, las dos naves chocaron. Benybeck tuvo que agarrarse al marco de la puerta para no caerse. Todos los piratas que esperaban giraron la cabeza… ¡Hacia él! El miuven se lanzó a un lado de la puerta y volvió a mirar de la manera más disimulada posible hacia fuera. Los hombres miraban hacia allí... más o menos. Se dio cuenta de que sus miradas se dirigían un poco más arriba, y entonces oyó como una voz fría y dura como el filo de una espada, con tono autoritario pero sin gritar, decía:
-Atacad.
Como empujados por un resorte, todos los piratas se lanzaron hacia el otro barco lanzando alaridos, dispuestos a tomar por la fuerza su botín.
-¡Eh! ¡Tú! ¡Enano!- La voz era inconfundible, era el gordo barbudo llamado Lamar- ¿Cómo has salido de la despensa?
El tal Lamar avanzaba por la cubierta ignorando el combate, directo hacia él. Benybeck pensó que debía estar bastante enfadado.
-Si realmente pensabas que esa cerradura me iba a impedir salir de allí, no debes saber muy bien lo que es un miuven…-Benybeck no pudo evitar decir esto mientras comenzaba a correr por la cubierta, evitando al gordo cocinero- ¡No corras tanto! ¡Vas a conseguir hundir el barco si sigues pegando esos saltos!
Ahora los gritos e improperios del cocinero se escuchaban en toda la cubierta, a pesar del combate. En una de sus vueltas, el miuven vio al hombre que dio la orden de atacar. Sobre el castillo de popa, mirando el combate que se desarrollaba en el barco vecino, con un aire entre triste y frío, estaba el que, sin duda, era el capitán del barco. No era demasiado alto, aunque sí más que la mayoría de los humanos que conocía. Su pelo era negro como la noche, y le caía en una melena lisa hasta la mitad de la espalda. Toda su ropa era negra, llevaba un jubón de seda o algún tejido similar, y un pantalón de cuero. A su espalda portaba una capa que ondeaba con los envites del viento. Su piel era de una extrema palidez, parecía enfermo, y su rostro era frío y duro como la voz que había escuchado antes, aunque bastante bello en parámetros humanos, pues como miuven era horriblemente feo. Miraba fijamente al otro barco, en algún punto entre la atención suma que la situación requería, y una tristeza cuyo origen era desconocido para Benybeck. En ese momento miró hacia la cubierta, y dirigiéndose a perseguidor y perseguido, dijo:
-Dejad de hacer el estúpido y subid aquí.
-Éste… éste… -Lamar había dejado de correr, pero aún jadeaba como si llevase tres días debajo del agua- Éste es… el ser del que le hablé, Señor…
Benybeck subió las escaleras del castillo de popa y se detuvo a unos pasos del capitán.
-¡Hola!-El miuven mostró su mejor sonrisa-Soy Benybeck… Es usted el capitán, ¿verdad?... Tiene usted un bonito barco, al menos desde mi punto de vista... la verdad es que casi nunca había viajado en barco, pero comparado con los que había visto antes, éste es el más bonito de todos… no sé si eso servirá para demasiado pero se lo digo porque…
-Sabes lo que se hace con los polizones en alta mar, ¿verdad?
-Puessss... la verdad es que no. Sólo espero que no los matéis ni los descuarticéis ni nada de eso, porque seria muy incómodo, y la verdad es que antes de subirme a un barco, debería haberme enterado de cómo son las leyes del mar, aunque en este caso tengo justificación, yo no deseaba subirme al barco, simplemente aparecí en él, en ese barril estúpido en el que no sé qué rábanos… o más bien qué manzanas pintaba, pero allí estaba... me imagino que si llego a venir a propósito habría…
-Los tiramos por la borda.-El miuven cerró la boca de golpe- A no ser…
-¿A no ser que qué?
-A no ser que trabajen en el barco hasta pagar su pasaje.- La sangre volvió a circular por la cabeza de Benybeck, que recuperó su color.
-Uff… no soy tan buen nadador, y lo peor de todo, no sé en que dirección está la costa…
-Eso da igual. Estas aguas están plagadas de tiburones.
-Vaya… ésas son malas noticias para los que caigan al agua en el combate…
-Ésta es una profesión arriesgada.- El capitán seguía mirando el combate mientras hablaba con el miuven. Lamar se arrastraba escaleras arriba, jadeando de tal manera que parecía que estaba a punto de morir por asfixia.- Entonces, ¿aceptas o no?
-Mmmm depende...- Benybeck se rascó el mentón con la mano derecha, mientras levantaba una ceja.- ¿Qué es lo que tendré que hacer? Es que no me gusta nada matar a la gente, y además no se me da demasiado bien, aunque eso tampoco significa que no sepa defenderme…
-Sólo tendrás que explorar los barcos que capturemos en busca de trampas, compartimentos secretos y cosas así. ¿Simple, verdad?
-¿Y con eso pagaré mi pasaje?- El miuven sonrió- Creo que me voy a quedar aquí mucho tiempo…
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