Escrito por Cronos el lunes, 16 de noviembre de 2009
Arbórea.
Arbórea estaba situada en la parte más profunda del enorme bosque que ocupaba las tierras al norte de la península de Isvar. La posición de la ciudad era secreta, salvo para los ojos amigos que supiesen cómo reconocer y dónde encontrar las marcas secretas que indicaban la dirección a seguir. Además, tal y como era habitual en un enclave élfico, cualquier vía de entrada al valle en el que la ciudad se encontraba estaba vigilado por varios centinelas, hábiles y mortíferos en su cometido y siempre dispuestos para enfrentarse a cualquier eventualidad.
Saryon seguía a Vanya y a Adrash tirando de la brida de su yegua. Prefería no montar ante el riesgo de que su yegua perdiese pie y se hiciese daño en el terreno irregular. Los dolores producidos por las heridas recibidas en el combate contra los lezzars comenzaban a remitir. Adrash, que había recibido la peor parte en la lucha, se había recuperado casi por completo, gracias en gran parte a la magia curativa y a los cuidados que él mismo le había dispensado.
El día estaba resultando extraño. Había amanecido nublado, amenazando lluvia, y, como si todo el viaje estuviese siendo influenciado por el clima, el silencio había reinado durante todo el camino. Ya debía de ser cerca del mediodía, lo cual significaba que tenían que estar a punto de llegar. El bosque se hacía más denso cuanto más avanzaban hacia el este, hasta hacerse poco menos que intransitable. Vanya, aun así, los guiaba con maestría, y los pequeños senderos naturales por los que caminaban estaban lo suficientemente despejados como para avanzar sin molestias. Saryon era consciente de que si se hubiese internado en las profundidades del bosque él solo, habría acabado perdido con total seguridad.
Llegaron a las estribaciones de un profundo valle. A vista de pájaro, la gran hondonada parecería no estar allí, pues la altura de los árboles aumentaba cuanto más bajaba el terreno, de manera que las copas continuaban a la misma altura que en la parte alta, como si el terreno no descendiese. Los árboles que nacían en la parte más profunda tenían la altura de varias decenas de personas, y su base era proporcionalmente ancha. Muchas torres construidas por hombres no llegarían a competir en esplendor con estos milenarios habitantes del bosque. El suelo estaba despejado en las zonas más profundas, permitiendo observar la belleza de la gran bóveda natural, formada por los más ancianos pobladores del lugar.
El valle estaba evidentemente poblado, pero sus habitantes no estaban en el suelo. Sobre las anchas copas de los venerables árboles había una serie de plataformas y puentes de madera de color claro, casi blanquecino, sujetos por cuerdas y hábilmente camuflados por los elfos como si fuesen parte de la vegetación. Encima de las plataformas había un buen número de edificaciones ligeras, hechas de madera, que servían de refugio y hogar a los habitantes de Arbórea.
Los pobladores de la ciudad hacían sus vidas sobre las plataformas, siempre a un ritmo cadencioso e incluso cansino a ojos de un espectador humano. El grado de actividad no era en absoluto comparable al bullicio que se respiraba normalmente en cualquier ciudad de humanos. Los elfos de Arbórea poseían la belleza habitual de los de su raza, tanto en sus rasgos como en la manera de moverse, así como su natural altura y esbeltez. Casi todos ellos iban vestidos con ropas sencillas, de cuero o de otros tejidos naturales, y siempre teñidas de tonos apropiados para camuflarse en el bosque. Muy pocos iban armados, y muchos menos todavía vestían algún tipo de armadura. Aunque el enclave parecía ya bastante organizado, todavía quedaba bastante trabajo por hacer. Saryon sabía que cuando todos los trabajos hubiesen terminado, la ciudad sobre las copas sería prácticamente invisible a ojos de alguien poco experimentado o cuya visita no fuese grata para sus habitantes. Los elfos eran grandes conocedores del bosque, además de maestros en la ocultación, y sabían que la mejor manera de vencer a un enemigo era evitándolo, pues pobre enemigo es aquél que no te puede hacer daño.
Vanya los condujo por el valle, bajo los gigantescos árboles hasta que llegó junto a la base de uno de los mayores troncos, que estaba situado a orillas del pequeño lago de aguas limpias y cristalinas que yacía en el centro del valle, en su parte más baja. Encima de sus cabezas estaba una de las grandes superficies artificiales sobre las que había sido edificada la ciudad. De ella descendió lentamente una plataforma de madera ligera, que tardó bastante tiempo en alcanzar el nivel del suelo. Estaba sujeta en sus esquinas por cuatro cuerdas, de aspecto fino pero seguramente muy resistentes.
Vanya hizo un gesto a Saryon y a Adrash para indicarles que subieran al elevador. El caballero de Isvar se acercó a su yegua, y, tras susurrarle algo al oído, ésta se alejó hacia el lago tranquilamente. Acto seguido, subió sobre la plataforma de madera. Adrash y Vanya subieron tras él, y la plataforma comenzó a subir. Después de varios minutos de ascenso, llegaron a un hueco en la superficie superior en el que el elevador encajaba perfectamente, casi sin dejar ni una fisura visible. Dos elfos jóvenes, ataviados con ropajes de cuero, y con sendas espadas en sus cintos, les esperaban. De quién o cómo se había aportado la fuerza suficiente para subirles hasta allí, no había ni rastro. Incluso las cuerdas de las que colgaba el elevador parecían desaparecer por dentro de la madera de la que estaba construida la gran plataforma. Sobre ella, que parecía hacer las veces de vía de entrada o puerta a la ciudad, no había nadie más que los dos centinelas. Coincidiendo con los puntos cardinales, partían de la gran superficie cuatro puentes de madera y cuerda, similares a los que habían visto, aunque algo más anchos.
-Senador Saryon, Embajador Adrash, sed bienvenidos a Arbórea. Todos nosotros estamos orgullosos de su presencia aquí, pues la nobleza de sus nombres y sus obras les precede.- El más alto de los dos elfos que les esperaban se dirigió hacia ellos hablando un común fuertemente marcado por el acento cantarín de los elfos.- Nairim Amin, el señor de la ciudad, les recibirá inmediatamente. Parecía especialmente impaciente por verle a usted, Senador.
-Muchas gracias, dígale al Gobernador Nairim que le agradecemos su hospitalidad.- El rostro de Adrash era en ese momento extrañamente solemne, aunque su habitual sonrisa cínica volvió cuando miró hacia Vanya, que le devolvió una mirada de odio.
-Podremos decírselo nosotros mismos pronto, Adrash...- Saryon observó sorprendido el intercambio de miradas entre sus acompañantes.
-Sin duda, señor, sígannos y les guiaremos hasta él.
-Yo me voy a informar de vuestro encuentro. Ya nos veremos más tarde.- Vanya hizo ademán de alejarse.
-Vanya, le informarás a él directamente.-El joven soldado parecía algo nervioso al dirigirse a la elfa.-Quiere saber qué ocurrió, y tú estuviste allí.
-Bien, iré con vosotros entonces.- Vanya no pudo ocultar el gesto de contrariedad.
Los dos centinelas les guiaron a través del laberinto que formaban los puentes y las plataformas que conformaban la ciudad. Saryon había visto varios enclaves élficos en su vida, pero ninguno situado en un lugar tan espléndido como éste, quizá con la excepción de la hermosa ciudad submarina en la que reinaba su amigo Clover. Caminaban a gran altura por pequeños puentes de madera y cuerda que no podían evitar mover a su paso. Los enormes árboles parecían gigantescos pilares que mantenían en pie una bóveda de intenso color verde, a través de la cual se podía ver, muy de vez en cuando el gris del cielo. Las plataformas, situadas a diversas alturas, contenían casas sencillas de madera que se situaban siempre unidas al tronco de un árbol, rodeándolo casi por completo.
-¿Impresionante, verdad?- Uno de los centinelas se dirigió a Saryon, hablando en común con mucho acento. Saryon asintió.- Pues aún no habéis visto lo mejor. El interior de las casas.
-¿Qué ocurre con el interior?
-Las casas son mucho más amplias de lo que parecen. Tallamos parte del interior hacia dentro del tronco del árbol. Si se sabe hacer correctamente, el árbol lo agradece. Así, la mayoría de los muebles de estas casas, además de estar hechos de madera viva, no pueden ser movidos de sitio. Es algo parecido, supongo, a lo que hacen los enanos con la piedra.
-Pero la piedra está muerta... Realmente sí, es increíble lo que contáis. Nunca había visto nada parecido.
-Pero vos habéis estado en el palacio del Rey Clover... Allí las paredes y el techo también están realmente vivos.
-Supongo que la primera vez que vi el Palacio de las Profundidades estaba más preocupado por otras cosas que por su belleza, pero tenéis razón. La próxima vez que vaya a visitarle lo tendré en cuenta e intentaré apreciar con más calma los detalles del lugar.
-Sin duda descubriréis un tesoro más que añadir a vuestros recuerdos.
-Sin duda.
-Ya hemos llegado.
Se hallaban en una enorme plataforma de unos cien pasos de radio, sujeta al que parecía el más anciano, más grueso y más alto de los árboles del valle. Desde esta plataforma, más alta que las demás, si se observaba por entre las ramas y troncos de los árboles cercanos, se podía contemplar la serena belleza de Arbórea. Les rodeaba un verdadero laberinto de puentes y plataformas, que mostraban el ingente esfuerzo y la sabiduría que, sin duda alguna, habían sido necesarios para construirla en sólo dos años. Ante ellos, rodeando completamente el enorme pilar vivo, estaba lo que parecía un palacio de tres pisos de alto y con la madera decorada para parecer una continuación del tronco. La parte superior del edificio se desgajaba en columnas de madera sobre el aire, decoradas a modo de ramas, hasta que se confundían con las reales, como si la copa del majestuoso pilar vivo comenzase en el palacio del gobernador de Arbórea. A pesar de la forma caótica del techo del edificio, en su fachada, las ventanas redondeadas se distinguían claramente, y estaban situadas de forma ordenada, en tres pisos, sin que ello deshiciese en absoluto el sin duda intencionado parecido del edificio con el tronco del propio árbol.
Junto a lo que parecía la entrada aguardaban dos guardias elfos, vestidos con cotas de malla de un diseño similar a la que portaba Adrash, con los símbolos que denotaban el rango de los que la portaban en muñecas y cuello, pero hechas de una aleación de plata verdadera, un material mucho más ligero, resistente y caro que el fino acero con el que había sido fabricada la que el caballero del Fénix portaba. Ciñéndoles la malla a la cintura, ambos guardias vestían un ligero cinturón de cuero, con el cierre en forma de hoja de roble, de los cuales colgaban sendas espadas de bella factura. Uno de los guardias se adelantó y, en perfecto común, dijo:
-Senador Saryon, Embajador Adrash, el Gobernador les está esperando.-Con un ademán de su mano derecha les indicó la entrada.-Vanya, tú también debes pasar.- Adrash no pudo esconder una sonrisa sarcástica.
El guardia les condujo por un pasillo que rodeaba al árbol. El interior del edificio estaba decorado con la sobriedad y el buen gusto típicos de los elfos. Varios tapices con motivos relativos a las deidades élficas y a los más famosos héroes de su mitología cubrían las paredes de la madera de color claro de la que parecía estar construida toda la ciudad. Las puertas estaban jalonadas por esbeltas columnas y arcos acabados en pico, decorados con motivos vegetales de extraordinaria factura, y distintos en cada puerta. Finalmente, el guardia les indicó uno de esos arcos, situado hacia la parte interior del árbol.
La estancia en la que se encontraban ocupaba prácticamente el ancho de la edificación. En la parte más exterior, tres grandes oquedades redondeadas, decoradas con motivos vegetales de similar estilo a los que adornaban cada puerta en el palacio, dejaban entrar la luz del día a la gran sala. Del lado contrario, a unos veinte pasos, había una gran mesa y una silla alta, que parecían nacer del propio suelo, ambas decoradas con tallas en forma de enredadera. Tras la mesa y la silla, la zona que había sido cavada hacia el interior del árbol estaba decorada con un gran relieve que representaba a la que los elfos consideraban la madre de su raza, Ylenathar, en medio de una profusión de verdes hojas y flores de todo tipo, adornadas con un bellísimo policromado que jugaba con los cambios de luz, haciendo que la escultura pareciese viva por momentos. La estancia parecía diseñada para producir una sensación de calma y solemnidad a los que entrasen en ella por vez primera.
En pie, junto a la mesa, estaba un elfo cercano al metro noventa de altura, de complexión especialmente ligera. Aunque su piel era más fina que la de cualquier humano, parecía curtida para lo que era normal en un elfo. Su pelo era largo y de color plateado blanquecino. Sus ojos verdes transmitían una reconfortante sensación de sabiduría, al igual que la amplia sonrisa enmarcada por unos casi perfectos rasgos. Su cara, en general, daba la sensación de ser la de alguien que llevaba muchos años en el mundo. Vestía una sencilla túnica de color gris verdoso, y no parecía portar ningún arma.
-¡Saryon!- La franca sonrisa del Gobernador se acentuó.- No sabes lo que me alegra tu visita- El vetusto elfo hablaba en común, con una voz profunda y musical.- Incluso a mí me parece demasiado tiempo.
-Como ves, los años pasan raudos sobre mí.-Saryon tendió su mano derecha hacia el elfo, que le respondió con un apretón.-Pero veo que me sigues recordando.
-Por supuesto, ¿cómo iba a olvidar a uno de los héroes, por no decir el mayor de ellos, de la guerra contra oriente?
-Ya quedamos pocos de aquellos héroes. El consejo se ha encargado de ello.
-Sí, es una lástima. Las memorias avariciosas son frágiles. Pero dime, ¿qué te trae por aquí?-El Gobernador se sentó en su amplia silla de madera viva e indicó a los demás que hicieran lo propio.
-¿Cómo? ¿No lo sabes?-Saryon parecía realmente confundido- ¿Qué hay del ataque?
-Hace un mes que los lagartos se han retirado. –El Gobernador parecía sumamente extrañado- Pero el cónclave ya estaba informado de eso.
-¿Cómo?- El tono de voz del caballero continuaba denotando sorpresa.- Hace dos semanas que me solicitaron que viniera a ayudaros a dirigir el ataque contra sus poblados del norte. ¿Y me dices que hace un mes que se fueron?, ¿a dónde se fueron?
El Gobernador Nairim miró hacia Adrash.
-Al norte no están. Nuestras patrullas no han encontrado ni rastro de ellos. Precisamente venía a informar de ello.-Adrash carraspeó.-Parece que han desaparecido.
-¿Explorasteis la zona más cercana al río?- Vanya miró inquisitivamente a Adrash- Los lezzars parecen atacar en sus cercanías con más fuerza, como habréis comprobado.
-Por supuesto. Y no encontramos ni un solo rastro de ellos.-Adrash no pudo evitar que su sonrisa tomase el habitual aspecto sarcástico.
-Pues hacia el oeste no han ido.- El Gobernador mantenía la vista fija en una de las ventanas que estaban en frente de él.-Y en el bosque no han entrado. Nos habríamos enterado. Parece como si se los hubiese tragado la tierra.
-No sería tan extraño. El subsuelo en esta zona esta plagado de túneles y grandes cuevas. Lo pude comprobar hace años, cuando viajamos al reino de Avalar, en el norte. Cruzamos la gran grieta por el subsuelo, y viajamos bastantes jornadas bajo tierra. Quizá ellos estén allí.
-Quizá tengas razón Saryon. Los lagartos aparecen en casi cualquier sitio, siempre cerca del río, atacan y después se van. Quizá se hayan establecido en esas cuevas subterráneas. Algo extraño esta ocurriendo, son demasiadas cosas y tenemos muy poca información. El consejo cada vez sigue un rumbo más errático, y esos lezzars parecen cada día más inteligentes, como si alguien estuviese manejándolos.
-Pero… ¿quién? Esta zona lleva siglos deshabitada, y nunca estuvieron organizados como ahora. Además, parece como si hubiese una raza nueva de esos seres. Ahora sus heridas se cierran solas, de forma parecida a las de los trolls, y sus jefes… son inteligentes. Y tienen un escalofriante aire humano.
-Habíamos notado todo eso, pero no sabemos el porqué. Por ahora nos dedicamos a defender nuestra ciudad, es lo único que podemos hacer.
-Quizá debierais golpearles de vez en cuando. Podría daros un par de consejos sobre eso.-Adrash miraba al noble elfo con su habitual gesto irónico.
-Ya estoy informado de tus méritos, Niariel nith Airel, pero en este momento es imposible para nosotros atacar a nadie. No sabemos dónde están. Es así de simple.
-Pues lo primero es encontrarlos, ¿no?-Adrash sonrió.
-Enviaré exploradores a investigar la zona. Vanya, tú puedes encargarte de la partida. Ya estás informada de todo.
-Señor, creo que me corresponde un descanso.- La voz de Vanya mantenía el tono de irritación habitual.- Llevo varias semanas de patrulla.
-Tienes razón, Vanya. Buscaré a otro.- No había ningún tipo de contrariedad, sino más bien lo contrario, en el tono del Gobernador.
-Probablemente sea lo mejor.- La mirada de Adrash se clavó de lleno en Vanya, mientras su media sonrisa afloraba de nuevo a sus labios.-A lo mejor ni siquiera era capaz de realizar su cometido como es debido.
-Señor, he cambiado de idea, me gustaría encargarme de la exploración- El tono de enfado de Vanya fue en aumento, si es que tal cosa era posible.
-De acuerdo, como quieras.- El noble elfo observaba la escena no sin cierta sorpresa, aunque sin duda divertido.- Mañana mismo deberías partir hacia el norte.- El Gobernador Nairim dirigió su vista hacia Saryon mientras Vanya enviaba una mirada asesina a Adrash, que lo único que hizo fue mantener su expresión sarcástica.- Y tú, Saryon, ¿qué harás?
-No sé que ocurre aquí, pero creo que debo volver rápidamente a Isvar.-El rostro de Saryon presentaba signos de clara preocupación- Makhram Naft, el senador que me entregó la carta del cónclave, me indicó que el camino más seguro para llegar aquí era siguiendo el río.
-Pues eso es algo que también sabían en el Senado, que el río era la zona más peligrosa.- El rostro del elfo expresaba una profunda preocupación- Piensas que alguien pretendía...
-Pienso que alguien ha cometido un grave error, no puedo saber si de forma intencionada o no, pero créeme que lo averiguaré.
Por unos momentos, la sala quedo en el más absoluto silencio. Los rostros de todos mostraban evidentes signos de preocupación.
-Puedes quedarte aquí cuanto quieras, Saryon, serás mi invitado.
-Gracias, pero no. Mañana mismo partiré hacia Isvar. Esta vez por una ruta más segura. Debo descubrir qué ocurre e investigar dónde están el resto de mis compañeros de la guerra. Parece que hay gente interesada en apartarnos por completo del Senado.
-Tú eliges, Saryon. Sabes que deseo que todo te vaya bien. Aquí las cosas parece que se ponen peor en lugar de mejorar. Los ataques han aumentado en número e intensidad, a pesar de los esfuerzos que hacemos por vigilar el bosque. No sabemos dónde se habrán metido, pero no están lejos, y de vez en cuando enseñan los dientes. Nada más que pequeñas escaramuzas, pero demasiado frecuentes. Empiezo a sospechar que hay una verdadera guerra en ciernes.
-Hay demasiadas cosas que no me gustan nada...- La voz de Saryon era profunda, solemne.- Debemos mantener los ojos bien abiertos.
-Nosotros siempre lo hacemos, caballero- La voz de Vanya restalló como un látigo.
-Nadie lo duda.-Saryon miró por un momento a la elfa sin variar un ápice su expresión.- Pero algunos de nosotros no lo hacen, y demasiado a menudo. Por eso quiero volver a Isvar, para mantener bien abiertos ciertos ojos.
-Algo me dice que Isvar será más divertido que Arbórea.-Adrash hablaba como si todo lo que se había hablado en la habitación careciese de importancia, con cierto tono de dejadez.- ¿Me permitiríais acompañaros? Hace tiempo que no visito una taberna de verdad.
-Por supuesto que podéis, Adrash. Estaré orgulloso de tenerte como compañero de viaje, y por lo que he podido ver, bastante más seguro también.
-No te fíes, Saryon. A veces soy más peligroso para mis amigos que para mis enemigos.
-Lo tendré en cuenta, Adrash, lo tendré en cuenta...
Arbórea estaba situada en la parte más profunda del enorme bosque que ocupaba las tierras al norte de la península de Isvar. La posición de la ciudad era secreta, salvo para los ojos amigos que supiesen cómo reconocer y dónde encontrar las marcas secretas que indicaban la dirección a seguir. Además, tal y como era habitual en un enclave élfico, cualquier vía de entrada al valle en el que la ciudad se encontraba estaba vigilado por varios centinelas, hábiles y mortíferos en su cometido y siempre dispuestos para enfrentarse a cualquier eventualidad.
Saryon seguía a Vanya y a Adrash tirando de la brida de su yegua. Prefería no montar ante el riesgo de que su yegua perdiese pie y se hiciese daño en el terreno irregular. Los dolores producidos por las heridas recibidas en el combate contra los lezzars comenzaban a remitir. Adrash, que había recibido la peor parte en la lucha, se había recuperado casi por completo, gracias en gran parte a la magia curativa y a los cuidados que él mismo le había dispensado.
El día estaba resultando extraño. Había amanecido nublado, amenazando lluvia, y, como si todo el viaje estuviese siendo influenciado por el clima, el silencio había reinado durante todo el camino. Ya debía de ser cerca del mediodía, lo cual significaba que tenían que estar a punto de llegar. El bosque se hacía más denso cuanto más avanzaban hacia el este, hasta hacerse poco menos que intransitable. Vanya, aun así, los guiaba con maestría, y los pequeños senderos naturales por los que caminaban estaban lo suficientemente despejados como para avanzar sin molestias. Saryon era consciente de que si se hubiese internado en las profundidades del bosque él solo, habría acabado perdido con total seguridad.
Llegaron a las estribaciones de un profundo valle. A vista de pájaro, la gran hondonada parecería no estar allí, pues la altura de los árboles aumentaba cuanto más bajaba el terreno, de manera que las copas continuaban a la misma altura que en la parte alta, como si el terreno no descendiese. Los árboles que nacían en la parte más profunda tenían la altura de varias decenas de personas, y su base era proporcionalmente ancha. Muchas torres construidas por hombres no llegarían a competir en esplendor con estos milenarios habitantes del bosque. El suelo estaba despejado en las zonas más profundas, permitiendo observar la belleza de la gran bóveda natural, formada por los más ancianos pobladores del lugar.
El valle estaba evidentemente poblado, pero sus habitantes no estaban en el suelo. Sobre las anchas copas de los venerables árboles había una serie de plataformas y puentes de madera de color claro, casi blanquecino, sujetos por cuerdas y hábilmente camuflados por los elfos como si fuesen parte de la vegetación. Encima de las plataformas había un buen número de edificaciones ligeras, hechas de madera, que servían de refugio y hogar a los habitantes de Arbórea.
Los pobladores de la ciudad hacían sus vidas sobre las plataformas, siempre a un ritmo cadencioso e incluso cansino a ojos de un espectador humano. El grado de actividad no era en absoluto comparable al bullicio que se respiraba normalmente en cualquier ciudad de humanos. Los elfos de Arbórea poseían la belleza habitual de los de su raza, tanto en sus rasgos como en la manera de moverse, así como su natural altura y esbeltez. Casi todos ellos iban vestidos con ropas sencillas, de cuero o de otros tejidos naturales, y siempre teñidas de tonos apropiados para camuflarse en el bosque. Muy pocos iban armados, y muchos menos todavía vestían algún tipo de armadura. Aunque el enclave parecía ya bastante organizado, todavía quedaba bastante trabajo por hacer. Saryon sabía que cuando todos los trabajos hubiesen terminado, la ciudad sobre las copas sería prácticamente invisible a ojos de alguien poco experimentado o cuya visita no fuese grata para sus habitantes. Los elfos eran grandes conocedores del bosque, además de maestros en la ocultación, y sabían que la mejor manera de vencer a un enemigo era evitándolo, pues pobre enemigo es aquél que no te puede hacer daño.
Vanya los condujo por el valle, bajo los gigantescos árboles hasta que llegó junto a la base de uno de los mayores troncos, que estaba situado a orillas del pequeño lago de aguas limpias y cristalinas que yacía en el centro del valle, en su parte más baja. Encima de sus cabezas estaba una de las grandes superficies artificiales sobre las que había sido edificada la ciudad. De ella descendió lentamente una plataforma de madera ligera, que tardó bastante tiempo en alcanzar el nivel del suelo. Estaba sujeta en sus esquinas por cuatro cuerdas, de aspecto fino pero seguramente muy resistentes.
Vanya hizo un gesto a Saryon y a Adrash para indicarles que subieran al elevador. El caballero de Isvar se acercó a su yegua, y, tras susurrarle algo al oído, ésta se alejó hacia el lago tranquilamente. Acto seguido, subió sobre la plataforma de madera. Adrash y Vanya subieron tras él, y la plataforma comenzó a subir. Después de varios minutos de ascenso, llegaron a un hueco en la superficie superior en el que el elevador encajaba perfectamente, casi sin dejar ni una fisura visible. Dos elfos jóvenes, ataviados con ropajes de cuero, y con sendas espadas en sus cintos, les esperaban. De quién o cómo se había aportado la fuerza suficiente para subirles hasta allí, no había ni rastro. Incluso las cuerdas de las que colgaba el elevador parecían desaparecer por dentro de la madera de la que estaba construida la gran plataforma. Sobre ella, que parecía hacer las veces de vía de entrada o puerta a la ciudad, no había nadie más que los dos centinelas. Coincidiendo con los puntos cardinales, partían de la gran superficie cuatro puentes de madera y cuerda, similares a los que habían visto, aunque algo más anchos.
-Senador Saryon, Embajador Adrash, sed bienvenidos a Arbórea. Todos nosotros estamos orgullosos de su presencia aquí, pues la nobleza de sus nombres y sus obras les precede.- El más alto de los dos elfos que les esperaban se dirigió hacia ellos hablando un común fuertemente marcado por el acento cantarín de los elfos.- Nairim Amin, el señor de la ciudad, les recibirá inmediatamente. Parecía especialmente impaciente por verle a usted, Senador.
-Muchas gracias, dígale al Gobernador Nairim que le agradecemos su hospitalidad.- El rostro de Adrash era en ese momento extrañamente solemne, aunque su habitual sonrisa cínica volvió cuando miró hacia Vanya, que le devolvió una mirada de odio.
-Podremos decírselo nosotros mismos pronto, Adrash...- Saryon observó sorprendido el intercambio de miradas entre sus acompañantes.
-Sin duda, señor, sígannos y les guiaremos hasta él.
-Yo me voy a informar de vuestro encuentro. Ya nos veremos más tarde.- Vanya hizo ademán de alejarse.
-Vanya, le informarás a él directamente.-El joven soldado parecía algo nervioso al dirigirse a la elfa.-Quiere saber qué ocurrió, y tú estuviste allí.
-Bien, iré con vosotros entonces.- Vanya no pudo ocultar el gesto de contrariedad.
Los dos centinelas les guiaron a través del laberinto que formaban los puentes y las plataformas que conformaban la ciudad. Saryon había visto varios enclaves élficos en su vida, pero ninguno situado en un lugar tan espléndido como éste, quizá con la excepción de la hermosa ciudad submarina en la que reinaba su amigo Clover. Caminaban a gran altura por pequeños puentes de madera y cuerda que no podían evitar mover a su paso. Los enormes árboles parecían gigantescos pilares que mantenían en pie una bóveda de intenso color verde, a través de la cual se podía ver, muy de vez en cuando el gris del cielo. Las plataformas, situadas a diversas alturas, contenían casas sencillas de madera que se situaban siempre unidas al tronco de un árbol, rodeándolo casi por completo.
-¿Impresionante, verdad?- Uno de los centinelas se dirigió a Saryon, hablando en común con mucho acento. Saryon asintió.- Pues aún no habéis visto lo mejor. El interior de las casas.
-¿Qué ocurre con el interior?
-Las casas son mucho más amplias de lo que parecen. Tallamos parte del interior hacia dentro del tronco del árbol. Si se sabe hacer correctamente, el árbol lo agradece. Así, la mayoría de los muebles de estas casas, además de estar hechos de madera viva, no pueden ser movidos de sitio. Es algo parecido, supongo, a lo que hacen los enanos con la piedra.
-Pero la piedra está muerta... Realmente sí, es increíble lo que contáis. Nunca había visto nada parecido.
-Pero vos habéis estado en el palacio del Rey Clover... Allí las paredes y el techo también están realmente vivos.
-Supongo que la primera vez que vi el Palacio de las Profundidades estaba más preocupado por otras cosas que por su belleza, pero tenéis razón. La próxima vez que vaya a visitarle lo tendré en cuenta e intentaré apreciar con más calma los detalles del lugar.
-Sin duda descubriréis un tesoro más que añadir a vuestros recuerdos.
-Sin duda.
-Ya hemos llegado.
Se hallaban en una enorme plataforma de unos cien pasos de radio, sujeta al que parecía el más anciano, más grueso y más alto de los árboles del valle. Desde esta plataforma, más alta que las demás, si se observaba por entre las ramas y troncos de los árboles cercanos, se podía contemplar la serena belleza de Arbórea. Les rodeaba un verdadero laberinto de puentes y plataformas, que mostraban el ingente esfuerzo y la sabiduría que, sin duda alguna, habían sido necesarios para construirla en sólo dos años. Ante ellos, rodeando completamente el enorme pilar vivo, estaba lo que parecía un palacio de tres pisos de alto y con la madera decorada para parecer una continuación del tronco. La parte superior del edificio se desgajaba en columnas de madera sobre el aire, decoradas a modo de ramas, hasta que se confundían con las reales, como si la copa del majestuoso pilar vivo comenzase en el palacio del gobernador de Arbórea. A pesar de la forma caótica del techo del edificio, en su fachada, las ventanas redondeadas se distinguían claramente, y estaban situadas de forma ordenada, en tres pisos, sin que ello deshiciese en absoluto el sin duda intencionado parecido del edificio con el tronco del propio árbol.
Junto a lo que parecía la entrada aguardaban dos guardias elfos, vestidos con cotas de malla de un diseño similar a la que portaba Adrash, con los símbolos que denotaban el rango de los que la portaban en muñecas y cuello, pero hechas de una aleación de plata verdadera, un material mucho más ligero, resistente y caro que el fino acero con el que había sido fabricada la que el caballero del Fénix portaba. Ciñéndoles la malla a la cintura, ambos guardias vestían un ligero cinturón de cuero, con el cierre en forma de hoja de roble, de los cuales colgaban sendas espadas de bella factura. Uno de los guardias se adelantó y, en perfecto común, dijo:
-Senador Saryon, Embajador Adrash, el Gobernador les está esperando.-Con un ademán de su mano derecha les indicó la entrada.-Vanya, tú también debes pasar.- Adrash no pudo esconder una sonrisa sarcástica.
El guardia les condujo por un pasillo que rodeaba al árbol. El interior del edificio estaba decorado con la sobriedad y el buen gusto típicos de los elfos. Varios tapices con motivos relativos a las deidades élficas y a los más famosos héroes de su mitología cubrían las paredes de la madera de color claro de la que parecía estar construida toda la ciudad. Las puertas estaban jalonadas por esbeltas columnas y arcos acabados en pico, decorados con motivos vegetales de extraordinaria factura, y distintos en cada puerta. Finalmente, el guardia les indicó uno de esos arcos, situado hacia la parte interior del árbol.
La estancia en la que se encontraban ocupaba prácticamente el ancho de la edificación. En la parte más exterior, tres grandes oquedades redondeadas, decoradas con motivos vegetales de similar estilo a los que adornaban cada puerta en el palacio, dejaban entrar la luz del día a la gran sala. Del lado contrario, a unos veinte pasos, había una gran mesa y una silla alta, que parecían nacer del propio suelo, ambas decoradas con tallas en forma de enredadera. Tras la mesa y la silla, la zona que había sido cavada hacia el interior del árbol estaba decorada con un gran relieve que representaba a la que los elfos consideraban la madre de su raza, Ylenathar, en medio de una profusión de verdes hojas y flores de todo tipo, adornadas con un bellísimo policromado que jugaba con los cambios de luz, haciendo que la escultura pareciese viva por momentos. La estancia parecía diseñada para producir una sensación de calma y solemnidad a los que entrasen en ella por vez primera.
En pie, junto a la mesa, estaba un elfo cercano al metro noventa de altura, de complexión especialmente ligera. Aunque su piel era más fina que la de cualquier humano, parecía curtida para lo que era normal en un elfo. Su pelo era largo y de color plateado blanquecino. Sus ojos verdes transmitían una reconfortante sensación de sabiduría, al igual que la amplia sonrisa enmarcada por unos casi perfectos rasgos. Su cara, en general, daba la sensación de ser la de alguien que llevaba muchos años en el mundo. Vestía una sencilla túnica de color gris verdoso, y no parecía portar ningún arma.
-¡Saryon!- La franca sonrisa del Gobernador se acentuó.- No sabes lo que me alegra tu visita- El vetusto elfo hablaba en común, con una voz profunda y musical.- Incluso a mí me parece demasiado tiempo.
-Como ves, los años pasan raudos sobre mí.-Saryon tendió su mano derecha hacia el elfo, que le respondió con un apretón.-Pero veo que me sigues recordando.
-Por supuesto, ¿cómo iba a olvidar a uno de los héroes, por no decir el mayor de ellos, de la guerra contra oriente?
-Ya quedamos pocos de aquellos héroes. El consejo se ha encargado de ello.
-Sí, es una lástima. Las memorias avariciosas son frágiles. Pero dime, ¿qué te trae por aquí?-El Gobernador se sentó en su amplia silla de madera viva e indicó a los demás que hicieran lo propio.
-¿Cómo? ¿No lo sabes?-Saryon parecía realmente confundido- ¿Qué hay del ataque?
-Hace un mes que los lagartos se han retirado. –El Gobernador parecía sumamente extrañado- Pero el cónclave ya estaba informado de eso.
-¿Cómo?- El tono de voz del caballero continuaba denotando sorpresa.- Hace dos semanas que me solicitaron que viniera a ayudaros a dirigir el ataque contra sus poblados del norte. ¿Y me dices que hace un mes que se fueron?, ¿a dónde se fueron?
El Gobernador Nairim miró hacia Adrash.
-Al norte no están. Nuestras patrullas no han encontrado ni rastro de ellos. Precisamente venía a informar de ello.-Adrash carraspeó.-Parece que han desaparecido.
-¿Explorasteis la zona más cercana al río?- Vanya miró inquisitivamente a Adrash- Los lezzars parecen atacar en sus cercanías con más fuerza, como habréis comprobado.
-Por supuesto. Y no encontramos ni un solo rastro de ellos.-Adrash no pudo evitar que su sonrisa tomase el habitual aspecto sarcástico.
-Pues hacia el oeste no han ido.- El Gobernador mantenía la vista fija en una de las ventanas que estaban en frente de él.-Y en el bosque no han entrado. Nos habríamos enterado. Parece como si se los hubiese tragado la tierra.
-No sería tan extraño. El subsuelo en esta zona esta plagado de túneles y grandes cuevas. Lo pude comprobar hace años, cuando viajamos al reino de Avalar, en el norte. Cruzamos la gran grieta por el subsuelo, y viajamos bastantes jornadas bajo tierra. Quizá ellos estén allí.
-Quizá tengas razón Saryon. Los lagartos aparecen en casi cualquier sitio, siempre cerca del río, atacan y después se van. Quizá se hayan establecido en esas cuevas subterráneas. Algo extraño esta ocurriendo, son demasiadas cosas y tenemos muy poca información. El consejo cada vez sigue un rumbo más errático, y esos lezzars parecen cada día más inteligentes, como si alguien estuviese manejándolos.
-Pero… ¿quién? Esta zona lleva siglos deshabitada, y nunca estuvieron organizados como ahora. Además, parece como si hubiese una raza nueva de esos seres. Ahora sus heridas se cierran solas, de forma parecida a las de los trolls, y sus jefes… son inteligentes. Y tienen un escalofriante aire humano.
-Habíamos notado todo eso, pero no sabemos el porqué. Por ahora nos dedicamos a defender nuestra ciudad, es lo único que podemos hacer.
-Quizá debierais golpearles de vez en cuando. Podría daros un par de consejos sobre eso.-Adrash miraba al noble elfo con su habitual gesto irónico.
-Ya estoy informado de tus méritos, Niariel nith Airel, pero en este momento es imposible para nosotros atacar a nadie. No sabemos dónde están. Es así de simple.
-Pues lo primero es encontrarlos, ¿no?-Adrash sonrió.
-Enviaré exploradores a investigar la zona. Vanya, tú puedes encargarte de la partida. Ya estás informada de todo.
-Señor, creo que me corresponde un descanso.- La voz de Vanya mantenía el tono de irritación habitual.- Llevo varias semanas de patrulla.
-Tienes razón, Vanya. Buscaré a otro.- No había ningún tipo de contrariedad, sino más bien lo contrario, en el tono del Gobernador.
-Probablemente sea lo mejor.- La mirada de Adrash se clavó de lleno en Vanya, mientras su media sonrisa afloraba de nuevo a sus labios.-A lo mejor ni siquiera era capaz de realizar su cometido como es debido.
-Señor, he cambiado de idea, me gustaría encargarme de la exploración- El tono de enfado de Vanya fue en aumento, si es que tal cosa era posible.
-De acuerdo, como quieras.- El noble elfo observaba la escena no sin cierta sorpresa, aunque sin duda divertido.- Mañana mismo deberías partir hacia el norte.- El Gobernador Nairim dirigió su vista hacia Saryon mientras Vanya enviaba una mirada asesina a Adrash, que lo único que hizo fue mantener su expresión sarcástica.- Y tú, Saryon, ¿qué harás?
-No sé que ocurre aquí, pero creo que debo volver rápidamente a Isvar.-El rostro de Saryon presentaba signos de clara preocupación- Makhram Naft, el senador que me entregó la carta del cónclave, me indicó que el camino más seguro para llegar aquí era siguiendo el río.
-Pues eso es algo que también sabían en el Senado, que el río era la zona más peligrosa.- El rostro del elfo expresaba una profunda preocupación- Piensas que alguien pretendía...
-Pienso que alguien ha cometido un grave error, no puedo saber si de forma intencionada o no, pero créeme que lo averiguaré.
Por unos momentos, la sala quedo en el más absoluto silencio. Los rostros de todos mostraban evidentes signos de preocupación.
-Puedes quedarte aquí cuanto quieras, Saryon, serás mi invitado.
-Gracias, pero no. Mañana mismo partiré hacia Isvar. Esta vez por una ruta más segura. Debo descubrir qué ocurre e investigar dónde están el resto de mis compañeros de la guerra. Parece que hay gente interesada en apartarnos por completo del Senado.
-Tú eliges, Saryon. Sabes que deseo que todo te vaya bien. Aquí las cosas parece que se ponen peor en lugar de mejorar. Los ataques han aumentado en número e intensidad, a pesar de los esfuerzos que hacemos por vigilar el bosque. No sabemos dónde se habrán metido, pero no están lejos, y de vez en cuando enseñan los dientes. Nada más que pequeñas escaramuzas, pero demasiado frecuentes. Empiezo a sospechar que hay una verdadera guerra en ciernes.
-Hay demasiadas cosas que no me gustan nada...- La voz de Saryon era profunda, solemne.- Debemos mantener los ojos bien abiertos.
-Nosotros siempre lo hacemos, caballero- La voz de Vanya restalló como un látigo.
-Nadie lo duda.-Saryon miró por un momento a la elfa sin variar un ápice su expresión.- Pero algunos de nosotros no lo hacen, y demasiado a menudo. Por eso quiero volver a Isvar, para mantener bien abiertos ciertos ojos.
-Algo me dice que Isvar será más divertido que Arbórea.-Adrash hablaba como si todo lo que se había hablado en la habitación careciese de importancia, con cierto tono de dejadez.- ¿Me permitiríais acompañaros? Hace tiempo que no visito una taberna de verdad.
-Por supuesto que podéis, Adrash. Estaré orgulloso de tenerte como compañero de viaje, y por lo que he podido ver, bastante más seguro también.
-No te fíes, Saryon. A veces soy más peligroso para mis amigos que para mis enemigos.
-Lo tendré en cuenta, Adrash, lo tendré en cuenta...
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