Escrito por Cronos el lunes, 16 de noviembre de 2009
La carrera.
Llevaba días, quizá semanas, corriendo. Cada paso era doloroso, una tortura, pero aquella de la que huía le había enseñado demasiado bien a soportar el dolor, a soportar el hambre. Sólo paraba cuando podía, para beber y continuar corriendo. Y ellos seguían detrás de él, siguiéndole, persiguiéndole a él y a su sueño, manejados por el mismo monstruo que le había creado. Ovatha: fuera quien fuera, fuese lo que fuese. Segundo tras segundo, la tierra seguía avanzando bajo él, paso a paso, torturando su cuerpo, golpeando sus pies. Dos veces ya el sueño le había vencido, pero no había dejado de correr. Sólo sabía que se dormía, no sabía cómo ni por qué, y, cuando despertaba de nuevo, seguía corriendo, igual de cansado el cuerpo, y con la mente sólo un poco más despejada. La armadura, aunque ahora era parte de él, le parecía una losa a sus espaldas, haciéndole más difícil y penosa la carrera, haciendo mayor la tortura, aunque sin poder compararla con aquella a la que le había sometido Ovatha. Valles, colinas, bosques, siempre corriendo con el único objetivo de alejarse de ella, de quien le había robado el alma y quería robarle también el cuerpo. Y ellos seguían allí, detrás de él, soldados sin mente que obedecían lo que ella les ordenaba, monstruos asesinos que, en el mejor de los casos, acabarían con él si tenían la oportunidad de atraparle. Más cerca o más lejos, ellos seguían allí, implacables, como máquinas bajo el control de Ovatha, sin cansarse, sin sufrir, sin sentir el hambre que a él le destrozaba. Y lo único que podía hacer era seguir corriendo hasta que ya no le quedasen fuerzas, con la esperanza de que algo o alguien le salvase de la venganza de la que se hacía llamar su madre. Cada paso era doloroso, su sentido de la realidad se debilitaba a cada momento, y cuanto más se debilitaba más podía sentir a Ovatha intentando asaltar su mente, intentando dominarle, convencerle de que la carrera no tenía sentido. Pero ahora él sabía que ya no corría por su libertad. Ahora corría por su vida, por librarse de las más terribles torturas que un hombre podía sufrir, corría por evitar el suplicio por el que ya había pasado, seguramente multiplicado, y esta vez, eterno. No, no se rendiría. Antes moriría por extenuación, de hambre, bajo las cimitarras de aquellos lezzars, o tirándose a un río, pero no, ella no le atraparía. Nunca más tendría que oír las preguntas, nunca más tendría que sentir los latidos, nunca más… Volvía a ser libre, y ya nunca dejaría de serlo.
Sabía que ella, además de odiarle, le temía. Lo supo en el momento en el que se rebeló, en que apareció el durmiente. Ella sintió miedo, terror de que alguien supiese quién o qué era, como si ese conocimiento la hiciese débil. No sabía cómo, pero era evidente que si ella le temía era porque podía dañarla, y si eso era posible, él lo haría. Ovatha le había robado su pasado y su futuro. Ahora su futuro sería ella, justamente lo que deseaba... pero de una manera muy distinta a la que había planeado.
Mirko sintió que el estomago se le revolvía, y comenzó a sentir nuevamente el dolor. Se paró un momento y volvió a vomitar sangre.
Seguía expulsándola... lentamente…
Llevaba días, quizá semanas, corriendo. Cada paso era doloroso, una tortura, pero aquella de la que huía le había enseñado demasiado bien a soportar el dolor, a soportar el hambre. Sólo paraba cuando podía, para beber y continuar corriendo. Y ellos seguían detrás de él, siguiéndole, persiguiéndole a él y a su sueño, manejados por el mismo monstruo que le había creado. Ovatha: fuera quien fuera, fuese lo que fuese. Segundo tras segundo, la tierra seguía avanzando bajo él, paso a paso, torturando su cuerpo, golpeando sus pies. Dos veces ya el sueño le había vencido, pero no había dejado de correr. Sólo sabía que se dormía, no sabía cómo ni por qué, y, cuando despertaba de nuevo, seguía corriendo, igual de cansado el cuerpo, y con la mente sólo un poco más despejada. La armadura, aunque ahora era parte de él, le parecía una losa a sus espaldas, haciéndole más difícil y penosa la carrera, haciendo mayor la tortura, aunque sin poder compararla con aquella a la que le había sometido Ovatha. Valles, colinas, bosques, siempre corriendo con el único objetivo de alejarse de ella, de quien le había robado el alma y quería robarle también el cuerpo. Y ellos seguían allí, detrás de él, soldados sin mente que obedecían lo que ella les ordenaba, monstruos asesinos que, en el mejor de los casos, acabarían con él si tenían la oportunidad de atraparle. Más cerca o más lejos, ellos seguían allí, implacables, como máquinas bajo el control de Ovatha, sin cansarse, sin sufrir, sin sentir el hambre que a él le destrozaba. Y lo único que podía hacer era seguir corriendo hasta que ya no le quedasen fuerzas, con la esperanza de que algo o alguien le salvase de la venganza de la que se hacía llamar su madre. Cada paso era doloroso, su sentido de la realidad se debilitaba a cada momento, y cuanto más se debilitaba más podía sentir a Ovatha intentando asaltar su mente, intentando dominarle, convencerle de que la carrera no tenía sentido. Pero ahora él sabía que ya no corría por su libertad. Ahora corría por su vida, por librarse de las más terribles torturas que un hombre podía sufrir, corría por evitar el suplicio por el que ya había pasado, seguramente multiplicado, y esta vez, eterno. No, no se rendiría. Antes moriría por extenuación, de hambre, bajo las cimitarras de aquellos lezzars, o tirándose a un río, pero no, ella no le atraparía. Nunca más tendría que oír las preguntas, nunca más tendría que sentir los latidos, nunca más… Volvía a ser libre, y ya nunca dejaría de serlo.
Sabía que ella, además de odiarle, le temía. Lo supo en el momento en el que se rebeló, en que apareció el durmiente. Ella sintió miedo, terror de que alguien supiese quién o qué era, como si ese conocimiento la hiciese débil. No sabía cómo, pero era evidente que si ella le temía era porque podía dañarla, y si eso era posible, él lo haría. Ovatha le había robado su pasado y su futuro. Ahora su futuro sería ella, justamente lo que deseaba... pero de una manera muy distinta a la que había planeado.
Mirko sintió que el estomago se le revolvía, y comenzó a sentir nuevamente el dolor. Se paró un momento y volvió a vomitar sangre.
Seguía expulsándola... lentamente…
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