Escrito por Cronos el miércoles, 9 de diciembre de 2009
Camino al hogar.
Benybeck estaba sobre la cubierta, cerca de proa, haciendo juegos malabares con cuatro dagas. Seguía el buen tiempo, y el viento soplaba con fuerza en la dirección correcta, o al menos eso era lo que le había entendido al contramaestre. Llevaban las bodegas llenas de mercancías, y se dirigían ya a puerto. Además, llevaban dos días tranquilos, sin atacar a ningún barco, y sin ver a ningún otro con esa extraña bandera negra con un escudo completamente blanco trazado sobre ella. Aquel barco sólo lo habían visto de lejos, pero parecía enorme, y el capitán había dado muchos gritos según lo habían visto. Después un marinero le explicó que era un barco del Imperio, o que eso era lo que su bandera indicaba. Al capitán no le había hecho ninguna gracia ver un barco de la Flota Imperial, pues en esa zona su presencia siempre había sido nula. O habían conseguido un puerto o estaban intentando asustarlos, pero no era nada normal que enviasen una de sus grandes naves de guerra por allí. El marinero también le explicó que ni aunque ellos tuviesen el viento a favor y nosotros en contra, cosa harto difícil en una persecución por otro lado, podrían llegar a soñar con darles alcance los del otro barco, pero que el Intrépido no tendría ninguna oportunidad si llegaban a entrar en combate. Así que el capitán tomó la decisión más prudente, ir a puerto, y buscar información sobre qué hacía la minúscula flota de Sanazar en el mar. Su presencia podía ser tomada como una declaración de guerra por parte de los señores de las islas libres, y entonces lo que habían estado haciendo hasta ahora de manera ilegal podría ser considerado legal. La verdad, a Benybeck le importaba más bien poco la política, pero aquel barco era tan grande que al miuven le hubiese gustado verlo por dentro, y por eso preguntó.
Benybeck lanzo las cuatro dagas al aire a la vez, muy alto, y una tras otra fueron cayendo al suelo, clavándose, y haciendo un cuadrado casi perfecto. El miuven sonrió satisfecho.
-¡Barco a la vista!- La voz provenía de arriba, del puesto del vigía.
El contramaestre miró hacia arriba y gritó:
-¡Dirección y clase!
-¡Parece un clíper, señor! ¡Viene hacia nosotros por proa, si no nos desviamos hasta diría que podríamos chocar con él!
Buena parte de la tripulación atendía a la conversación con curiosidad. Este tipo de intercambios eran habituales antes de comenzar una cacería, pero ahora estaban todos un poco nerviosos a causa del avistamiento del barco imperial.
-¿Porta alguna enseña?
-¡Creo que sí, señor!, ¡es probable que sea el capitán Jacob! ¡Aún no estoy seguro, pero apostaría por ello mi soldada!
Eidon Hoja Afilada escuchaba la conversación desde el castillo de popa, casi inmóvil, y mirando hacia delante en busca de la nave y la enseña de la que hablaba su vigía. El viento hacía ondear su capa y sus cabellos a su alrededor, y en su cara permanecía inmutable la eterna expresión de tristeza. Ahora Benybeck conocía el porqué de esa melancolía, y todo el desprecio que había sentido por el capitán cuando había matado a aquel hombre gordo sólo porque tenía una marca en su nuca, se había ido transformando en una mezcla de compasión y admiración.
En cuanto la enseña del capitán Jacob, una bandera cortada en cuatro cuadrados de color verde oscuro y blanco, estuvo claramente visible para todos, el capitán ordenó reducir la marcha.
-Hacedle señales. Quiero hablar con él.
Pronto, tres grupos de tres flechas ardientes partían de la cubierta para acabar ahogadas en el mar. De la otra nave respondieron de igual manera, pero en lugar de enviar tres grupos de flechas, enviaron dos. Ambos barcos recogieron velas rápidamente y fueron perdiendo velocidad, hasta que se detuvieron a unas cien brazas el uno del otro. Benybeck se asomó por la borda y examinó el otro barco. Era algo más grande que el Intrépido, aunque su velamen era prácticamente del mismo tamaño. Se llamaba El Ermitaño, un extraño nombre para un barco pirata, sin duda. Los hombres que estaban sobre cubierta se vestían de forma muy similar a los marineros del Intrépido. No parecía ofrecer nada nuevo, salvo que un bote con tres hombres dentro estaba siendo bajado de la cubierta al agua mediante gruesos cabos. Uno de esos hombres debía ser el capitán Jacob, un hombre bastante mayor, de pelo negro y fuerte aunque encanecido, cortado al cepillo, rostro ancho, de ojos pequeños y de piel curtida. Iba ataviado con una chilaba de color amarillento, fuertemente decorada, además de un extraño sombrero cilíndrico del mismo color. No parecía portar ningún arma, aunque los hombres que le acompañaban y manejaban los remos sí llevaban una espada cada uno.
El miuven se metió en las cocinas, desde donde estaba seguro que podría oír la conversación que mantendrían los capitanes. Quería saber donde estaba, y quizá hablasen de algo que le diese alguna pista. Cuando estaba buscando el sitio en el que mejor podría oírles, Lamar, el orondo cocinero, salió por la puerta de una de las despensas, haciendo que el miuven diera un respingo de sorpresa.
-Si quieres oír la conversación, quédate, Benybeck.- Lamar miraba con cierto humor al miuven.-No creo que al capitán le moleste, sobre todo si no se entera.
-¿Yo?, ¿es por mí?- El miuven parecía realmente confundido.-Bueno, no sé por qué otro Benybeck podría ser, ahora que lo pienso. Tomé la costumbre de preguntar por culpa de mi hermano y de mi padre. También se llaman Benybeck. A mi madre siempre le encantó ese nombre, y claro, además de casarse con uno nos llamó así a sus dos hijos... al fin y al cabo, entre miuvii tu nombre importa poco… Incluso alguna vez pensé en cambiármelo para tener nombre de caballero… Benybeck El Empalador no suena demasiado heroico, ¿no?
-Si te vas a quedar a escuchar estate callado, o no oiremos nada.- Lamar hablaba casi en susurros, y le hico un gesto al miuven para que mantuviese la boca cerrada. Beny hizo caso inmediatamente.
-Buen día, amigo.- Jacob jadeaba a causa del esfuerzo.- Traigo muchas noticias, y no son del todo buenas.
-Malas noticias... ¿Qué es lo que ocurre en Ciudad de los Vientos?
-No estoy muy seguro, pero Sonen y los Mercenarios del Puño de Hierro parecen haber tomado el control. No quedaba ninguno de los nuestros allí cuando yo partí.
-Sonen es un estúpido. Si pretende mantener el control en Ciudad de los Vientos va a necesitar mucho más que a esos patéticos Mercenarios del Puño de Hierro. ¿Mantienen las Leyes del Mar?- La voz del Eidon parecía estar entre la sorpresa y el sarcasmo.
-Por lo de ahora sí, aunque dudo que se conserven durante mucho tiempo. Algunos ya han buscado otro puerto en el que cobijarse. Además, están esas galeras del Imperio.
-Avistamos una hace tres días. No me gusta que el Imperio lance sus cascarones al mar. Parecen más transportes de tropas que barcos pensados para la guerra en el mar. Son grandes y pesados.
-Ellos no saben hacer barcos como los nuestros, lo cual es de agradecer. Pero aun así, esas galeras son un peligro. Si te los encuentras de noche, con mal tiempo o cerca de la costa pueden llegar a atraparte. Y según sus leyes, cualquiera de nosotros que sea capturado acabará sus días colgando de un mástil. Eso en el mejor de los casos.
-Dudo mucho que esos patanes lleguen a soñar con coger al Intrépido. Antes comenzarán a volar los tiburones.- Los dos capitanes rieron.- De todas maneras, tienes razón, cualquiera puede dar un traspiés.
-¿Qué vas a hacer entonces? ¿Continúas hacia Ciudad de los Vientos?
-Sí. Quiero saber qué pretende ese idiota de Sonen. Confío en que no tendrá el valor necesario para acabar con las Leyes del Mar, y mientras sea así, en tierra no me podrá atacar. Además, llevo mis bodegas llenas de buena mercancía, y mis hombres quieren cobrar su parte del botín.
-Bien, espero que tengas suerte. A Sonen se le han subido mucho los humos últimamente. Ahora hasta se cree que es un buen capitán.
-Quizá algún día aprenda como se gobierna un barco. Pero tiene mucho dinero, y eso por aquí es poder.
-Tienes razón. Espero que no tengamos que darle una lección. Si avistas a alguno más de los nuestros, dale aviso de lo que ocurre. Y no olvides hablar con Jack.
-Sabes perfectamente que lo último que podría olvidar es hablar con Jack. Su posada es la mejor de Ciudad de los Vientos.
-Pues entonces, que te vaya bien, amigo.- Se oyeron pasos en el techo de la despensa. Sin duda se estaban despidiendo, y el capitán del Intrépido acompañaba a Jacob hasta su barca.
-Lo mismo digo, que las corrientes te ayuden. Te va a hacer falta en esa cáscara de nuez.- Eidon soltó una sonora carcajada.
-Tienes suerte de que no te aborde ahora mismo, grumetillo.- Jacob decía esto mientras caminaba por la cubierta hacia la borda.
Una hora mas tarde, Benybeck miraba en la dirección en la que había partido El Ermitaño, de cuya presencia el único rastro que quedaba era un leve reflejo blanco en el horizonte.
Benybeck estaba sobre la cubierta, cerca de proa, haciendo juegos malabares con cuatro dagas. Seguía el buen tiempo, y el viento soplaba con fuerza en la dirección correcta, o al menos eso era lo que le había entendido al contramaestre. Llevaban las bodegas llenas de mercancías, y se dirigían ya a puerto. Además, llevaban dos días tranquilos, sin atacar a ningún barco, y sin ver a ningún otro con esa extraña bandera negra con un escudo completamente blanco trazado sobre ella. Aquel barco sólo lo habían visto de lejos, pero parecía enorme, y el capitán había dado muchos gritos según lo habían visto. Después un marinero le explicó que era un barco del Imperio, o que eso era lo que su bandera indicaba. Al capitán no le había hecho ninguna gracia ver un barco de la Flota Imperial, pues en esa zona su presencia siempre había sido nula. O habían conseguido un puerto o estaban intentando asustarlos, pero no era nada normal que enviasen una de sus grandes naves de guerra por allí. El marinero también le explicó que ni aunque ellos tuviesen el viento a favor y nosotros en contra, cosa harto difícil en una persecución por otro lado, podrían llegar a soñar con darles alcance los del otro barco, pero que el Intrépido no tendría ninguna oportunidad si llegaban a entrar en combate. Así que el capitán tomó la decisión más prudente, ir a puerto, y buscar información sobre qué hacía la minúscula flota de Sanazar en el mar. Su presencia podía ser tomada como una declaración de guerra por parte de los señores de las islas libres, y entonces lo que habían estado haciendo hasta ahora de manera ilegal podría ser considerado legal. La verdad, a Benybeck le importaba más bien poco la política, pero aquel barco era tan grande que al miuven le hubiese gustado verlo por dentro, y por eso preguntó.
Benybeck lanzo las cuatro dagas al aire a la vez, muy alto, y una tras otra fueron cayendo al suelo, clavándose, y haciendo un cuadrado casi perfecto. El miuven sonrió satisfecho.
-¡Barco a la vista!- La voz provenía de arriba, del puesto del vigía.
El contramaestre miró hacia arriba y gritó:
-¡Dirección y clase!
-¡Parece un clíper, señor! ¡Viene hacia nosotros por proa, si no nos desviamos hasta diría que podríamos chocar con él!
Buena parte de la tripulación atendía a la conversación con curiosidad. Este tipo de intercambios eran habituales antes de comenzar una cacería, pero ahora estaban todos un poco nerviosos a causa del avistamiento del barco imperial.
-¿Porta alguna enseña?
-¡Creo que sí, señor!, ¡es probable que sea el capitán Jacob! ¡Aún no estoy seguro, pero apostaría por ello mi soldada!
Eidon Hoja Afilada escuchaba la conversación desde el castillo de popa, casi inmóvil, y mirando hacia delante en busca de la nave y la enseña de la que hablaba su vigía. El viento hacía ondear su capa y sus cabellos a su alrededor, y en su cara permanecía inmutable la eterna expresión de tristeza. Ahora Benybeck conocía el porqué de esa melancolía, y todo el desprecio que había sentido por el capitán cuando había matado a aquel hombre gordo sólo porque tenía una marca en su nuca, se había ido transformando en una mezcla de compasión y admiración.
En cuanto la enseña del capitán Jacob, una bandera cortada en cuatro cuadrados de color verde oscuro y blanco, estuvo claramente visible para todos, el capitán ordenó reducir la marcha.
-Hacedle señales. Quiero hablar con él.
Pronto, tres grupos de tres flechas ardientes partían de la cubierta para acabar ahogadas en el mar. De la otra nave respondieron de igual manera, pero en lugar de enviar tres grupos de flechas, enviaron dos. Ambos barcos recogieron velas rápidamente y fueron perdiendo velocidad, hasta que se detuvieron a unas cien brazas el uno del otro. Benybeck se asomó por la borda y examinó el otro barco. Era algo más grande que el Intrépido, aunque su velamen era prácticamente del mismo tamaño. Se llamaba El Ermitaño, un extraño nombre para un barco pirata, sin duda. Los hombres que estaban sobre cubierta se vestían de forma muy similar a los marineros del Intrépido. No parecía ofrecer nada nuevo, salvo que un bote con tres hombres dentro estaba siendo bajado de la cubierta al agua mediante gruesos cabos. Uno de esos hombres debía ser el capitán Jacob, un hombre bastante mayor, de pelo negro y fuerte aunque encanecido, cortado al cepillo, rostro ancho, de ojos pequeños y de piel curtida. Iba ataviado con una chilaba de color amarillento, fuertemente decorada, además de un extraño sombrero cilíndrico del mismo color. No parecía portar ningún arma, aunque los hombres que le acompañaban y manejaban los remos sí llevaban una espada cada uno.
El miuven se metió en las cocinas, desde donde estaba seguro que podría oír la conversación que mantendrían los capitanes. Quería saber donde estaba, y quizá hablasen de algo que le diese alguna pista. Cuando estaba buscando el sitio en el que mejor podría oírles, Lamar, el orondo cocinero, salió por la puerta de una de las despensas, haciendo que el miuven diera un respingo de sorpresa.
-Si quieres oír la conversación, quédate, Benybeck.- Lamar miraba con cierto humor al miuven.-No creo que al capitán le moleste, sobre todo si no se entera.
-¿Yo?, ¿es por mí?- El miuven parecía realmente confundido.-Bueno, no sé por qué otro Benybeck podría ser, ahora que lo pienso. Tomé la costumbre de preguntar por culpa de mi hermano y de mi padre. También se llaman Benybeck. A mi madre siempre le encantó ese nombre, y claro, además de casarse con uno nos llamó así a sus dos hijos... al fin y al cabo, entre miuvii tu nombre importa poco… Incluso alguna vez pensé en cambiármelo para tener nombre de caballero… Benybeck El Empalador no suena demasiado heroico, ¿no?
-Si te vas a quedar a escuchar estate callado, o no oiremos nada.- Lamar hablaba casi en susurros, y le hico un gesto al miuven para que mantuviese la boca cerrada. Beny hizo caso inmediatamente.
-Buen día, amigo.- Jacob jadeaba a causa del esfuerzo.- Traigo muchas noticias, y no son del todo buenas.
-Malas noticias... ¿Qué es lo que ocurre en Ciudad de los Vientos?
-No estoy muy seguro, pero Sonen y los Mercenarios del Puño de Hierro parecen haber tomado el control. No quedaba ninguno de los nuestros allí cuando yo partí.
-Sonen es un estúpido. Si pretende mantener el control en Ciudad de los Vientos va a necesitar mucho más que a esos patéticos Mercenarios del Puño de Hierro. ¿Mantienen las Leyes del Mar?- La voz del Eidon parecía estar entre la sorpresa y el sarcasmo.
-Por lo de ahora sí, aunque dudo que se conserven durante mucho tiempo. Algunos ya han buscado otro puerto en el que cobijarse. Además, están esas galeras del Imperio.
-Avistamos una hace tres días. No me gusta que el Imperio lance sus cascarones al mar. Parecen más transportes de tropas que barcos pensados para la guerra en el mar. Son grandes y pesados.
-Ellos no saben hacer barcos como los nuestros, lo cual es de agradecer. Pero aun así, esas galeras son un peligro. Si te los encuentras de noche, con mal tiempo o cerca de la costa pueden llegar a atraparte. Y según sus leyes, cualquiera de nosotros que sea capturado acabará sus días colgando de un mástil. Eso en el mejor de los casos.
-Dudo mucho que esos patanes lleguen a soñar con coger al Intrépido. Antes comenzarán a volar los tiburones.- Los dos capitanes rieron.- De todas maneras, tienes razón, cualquiera puede dar un traspiés.
-¿Qué vas a hacer entonces? ¿Continúas hacia Ciudad de los Vientos?
-Sí. Quiero saber qué pretende ese idiota de Sonen. Confío en que no tendrá el valor necesario para acabar con las Leyes del Mar, y mientras sea así, en tierra no me podrá atacar. Además, llevo mis bodegas llenas de buena mercancía, y mis hombres quieren cobrar su parte del botín.
-Bien, espero que tengas suerte. A Sonen se le han subido mucho los humos últimamente. Ahora hasta se cree que es un buen capitán.
-Quizá algún día aprenda como se gobierna un barco. Pero tiene mucho dinero, y eso por aquí es poder.
-Tienes razón. Espero que no tengamos que darle una lección. Si avistas a alguno más de los nuestros, dale aviso de lo que ocurre. Y no olvides hablar con Jack.
-Sabes perfectamente que lo último que podría olvidar es hablar con Jack. Su posada es la mejor de Ciudad de los Vientos.
-Pues entonces, que te vaya bien, amigo.- Se oyeron pasos en el techo de la despensa. Sin duda se estaban despidiendo, y el capitán del Intrépido acompañaba a Jacob hasta su barca.
-Lo mismo digo, que las corrientes te ayuden. Te va a hacer falta en esa cáscara de nuez.- Eidon soltó una sonora carcajada.
-Tienes suerte de que no te aborde ahora mismo, grumetillo.- Jacob decía esto mientras caminaba por la cubierta hacia la borda.
Una hora mas tarde, Benybeck miraba en la dirección en la que había partido El Ermitaño, de cuya presencia el único rastro que quedaba era un leve reflejo blanco en el horizonte.
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