Escrito por Cronos el jueves, 7 de enero de 2010
Flecha Blanca.
Según les había contado Saryon, a pesar de su situación geográfica, Flecha Blanca había sido en tiempos una de las ciudades más importantes de la península. Allí, siglos atrás, estaba la capital del que había sido el reino de Isvar. La palabra reino no era la mejor descripción para lo que aquel pequeño y dividido estado era, pero había sido el único momento en la historia conocida de la península en el que un pequeño nexo de unión entre las ciudades estado había aparecido. La figura del Rey, con su corte en Flecha Blanca, la ciudad del desierto, había subsistido durante muchos años y varias generaciones, pero la realidad había tenido muy poco que ver con la teoría. Los monarcas nunca habían tenido poder real, y los caballeros de Isvar habían sido únicamente el Ejército de Flecha Blanca hasta que el último Rey murió. Después de aquello los caballeros habían decaído, hasta que, durante la guerra contra Oriente, el último de sus monasterios había sido arrasado por las tropas enemigas. Ahora solamente Saryon mantenía la enseña de los caballeros, e intentaba crear de nuevo una orden que parecía condenada por el destino.
Flecha Blanca estaba en medio de un pequeño desierto situado en el sudeste de Isvar. El origen de su nombre estaba relacionado con la forma de la ciudad, triangular, y con el color blanco de la inmensa mayoría de sus casas, que hacía que el enclave pareciese la punta de una flecha de color blanco vista desde la distancia. Estaba situada sobre una pequeña elevación en medio del desierto, y podía verse en medio de la gran planicie cubierta de dunas cuando el viento no lo impedía.
El viaje había durado cuatro días, y Mirko había estado en silencio la mayor parte del tiempo. Cuanto más avanzaban hacia el sur, más tomaba la palabra, aunque Adrash seguía sin averiguar nada sobre aquella Ovatha. Estaba seguro de que lo que le había hecho aquel ser a Mirko había sido algo terrible. Cada noche, Mirko sufría terribles pesadillas, despertaba a cada rato, y los pocos momentos en los que podía dormir, no hacía más que moverse y hablar en sueños, hasta que despertaba en medio de desgarradores gritos y rugidos, casi más propios de un animal que de un hombre. Las pesadillas habían ido a menos al seguir avanzando hacia el sur, y la última noche casi habían podido disfrutar de un verdadero descanso. Lo que más le extrañaba de Mirko era su armadura. Jamás se la quitaba. La segunda noche, en una de las ocasiones en las que los dos viajeros habían despertado, Adrash le preguntó por qué nunca se la sacaba. La respuesta confundió aún más al Caballero del Fénix.
-No es una armadura. Es mi piel.
Por mucho que había intentado conseguir respuestas a las preguntas que siguieron, sólo había conseguido silencio. Sin lugar a dudas, Mirko era un hombre extraño. Si es que realmente era un hombre.
No les había costado mucho entrar en la ciudad. La mayoría de la gente de Isvar desconocía la amenaza que se cernía sobre ellos. Eran tiempos de paz, y las patrullas en los alrededores de las murallas no parecían ser demasiado exhaustivas, aunque les habían hecho algunas preguntas. Tal y como les había indicado Saryon, habían mantenido en secreto el motivo por el que iban a la ciudad. Doh sólo existía en los cuentos de niños, y algunos le adoraban como si fuera un dios protector de la ciudad. Muy pocos sabían que su existencia era real, y Doh deseaba que esto continuase como estaba.
Las gentes de Flecha Blanca, en general de tez oscura y cabellos negros, no eran dadas a las alegrías, pero aun así eran gentes hospitalarias, y habían sido tratados con amabilidad, pero con esa leve desconfianza que despierta siempre un extranjero en un lugar en el que las visitas son poco habituales.
La ciudad, vista desde dentro, parecía una extensa acumulación de pequeñas casas blancas y brillantes, rodeadas por estrechas y serpenteantes callejuelas, que en la mayoría de los casos no estaban pavimentadas. Los negocios que había estaban formados por toldos y tenderetes que se situaban ante las casas y en los que se comerciaba con todo tipo de bienes. Toda la ciudad parecía un gran zoco en el que se intercambiaban productos de cualquier clase. Las gentes solían vestir con grandes túnicas de color claro, y lo habitual es que llevasen sus cabezas cubiertas por turbantes, capuchones o sombreros. Los guardias, que patrullaban por todas partes en parejas, vestían con largas túnicas blancas y con un único distintivo, una gran flecha bordada en plata cubriendo todo su pecho. Ese mismo distintivo se podía observar en sus escudos, generalmente redondos y de color blanco. Normalmente utilizaban espadas largas o cimitarras, y casi todos portaban arcos ligeros y un carcaj. Parte de ellos patrullaban la ciudad sobre esplendidas monturas, ligeras y ágiles, de una extraordinaria calidad.
La posada que les había recomendado Saryon estaba en la plaza central de la ciudad, un hermoso espacio que, además de ser el centro del mercado que casi toda la ciudad constituía, era el lugar en el que estaban emplazados el antiguo palacio real, el templo de las sacerdotisas de Flecha Blanca, y las casas más ricas y lujosas de la ciudad. Toda la plaza estaba rodeada por jardines, realmente exuberantes para el clima de la zona. La fachada del templo de las sacerdotisas, flanqueada por dos esculturas, una con la forma de un arquero preparando su arma, y la otra con la forma de un dragón en postura agresiva, hacían todavía más esplendoroso el aspecto del lugar. El centro de la plaza estaba lleno de gente que paseaba de puesto en puesto viendo lo que los mercaderes se esforzaban por venderles. La posada que buscaban estaba del lado contrario al templo, y tenía un pequeño jardín en su parte frontal, con agua corriendo por pequeñas canalizaciones tanto en el jardín como en el interior. Saryon les había advertido de la cara menos amable de la ciudad, pues existían en ella varias organizaciones de criminales. Un extranjero podía correr peligro si no sabía en que lugar no debía estar, o a quien no debía dirigirle la palabra. La posada 'La sombra del dragón', ése era su nombre, era una de las más caras de la ciudad, pero al menos allí se podía dormir seguro, y eso era algo que merecía la pena pagar.
Según tiraron de sus monturas hasta el interior del jardín, un joven delgado y nervudo, de piel muy morena y pelo negro, salió como una flecha hacia ellos. Un hombre adulto, con la misma complexión que el joven y vestido con una túnica del mismo tono amarillento, observaba la escena desde la puerta.
-Señores, no... Quedan habitaciones.- El muchacho les miró de arriba abajo varias veces mientras decía esto.
-No parece que tengáis tantos clientes.- La mirada de Adrash se clavó en los ojos del joven, que empezó a temblar.
-No… no queremos problemas, señor. Simplemente no… no… no les deseamos como clientes.- El muchacho les miraba aterrorizado.
-¿Ni siquiera a dos amigos del Senador Saryon Maiher daréis alojo?- Adrash lució su cínica sonrisa, más amplia que nunca.
-¡Son amigos de Saryon!, ¡Oh, dioses! ¡Espero que algún día perdone esta afrenta!- El hombre que estaba en la puerta caminó rápidamente hacia ellos.- ¡Abdan, lleva los caballos de los señores a un lugar donde puedan descansar!- El hombre hizo un ademán a los dos compañeros- Pasen, por favor, mi casa es su casa. Espero que comprendan nuestra confusión, aquí normalmente no se acepta a nadie con ese aspecto, a no ser que... sean clientes especiales.
-Eso está mejor. Necesitamos una buena comida y una habitación en la que poder descansar tranquilos.- Adrash no dejó de mostrar su inquietante sonrisa en ningún momento- ¿Puede proporcionárnoslo?
-Por supuesto, señores, pasen.- El posadero les señaló la entrada.
La taberna era verdaderamente lujosa. Sus paredes blancas estaban repletas de tapices alusivos a la historia de la ciudad, y varios de ellos mostraban la enorme figura de un dragón en diversas posturas. Por el suelo corrían pequeñas canalizaciones por las que corría agua, que contribuía a refrescar el interior del establecimiento. Había, además, varias plantas y flores de distinto tipo decorando el lugar. El comedor estaba iluminado con la tenue luz que entraba por numerosas ventanas decoradas con hermosas y complejas celosías. Varios biombos, profusamente decorados, separaban las mesas entre sí. Solamente había dos grupos de comensales, sin duda ricos comerciantes que miraron hacia ellos con un gesto entre curioso y despectivo.
-Denab, ¿desde cuándo dejas entrar en tu posada a gente como ésta?- Un hombre joven, de piel y cabello morenos y complexión fuerte, vestido con una túnica púrpura decorada con bordados de oro miraba hacia ellos con gesto despectivo.- Míralos, parecen cerdos.
Adrash volvió su vista como un relámpago hacia el que había dicho estas palabras, clavando su mirada furiosa en él.
-Señor, haced caso omiso, por favor. No me gustaría que hubiese problemas en mi posada.- Denab, el posadero, parecía realmente nervioso. Adrash no retiraba su terrible mirada de aquel hombre, que la sostenía con gesto socarrón.- Tengo una reputación que mantener.
-Tranquilo, buen hombre. Tú no tienes la culpa de lo que diga este... individuo.- Adrash continuó caminando hacia una de las mesas.
La cena fue opulenta y sin duda deliciosa. Las hijas del posadero, dos gemelas casi idénticas, bellas aunque muy jóvenes, servían comida y bebida con diligencia. Sus platos nunca estuvieron vacíos, y el contenido de sus copas era repuesto de inmediato según se acababa, hasta que el hambre y la sed acumuladas por los días de camino fueron saciadas por completo. Denab nunca dejaba de vigilar a sus hijas. Sin duda aquel hombre cuidaba como nadie de su familia y de su negocio. En una de las idas y venidas de las jóvenes, el hombre que antes se había dirigido a ellos tomó por la cintura a una de las chicas mientras ésta le servía vino en su copa.
-Denab, tus hijas comienzan a ser mayores. -Aquel hombre retenía a la chica, que forcejeaba por librarse del lascivo abrazo.- Empiezan a necesitar que alguien les enseñe lo que es la vida.
-Parece que el único cerdo que hay aquí es el que se atrevió a hablar de los modales de los demás.
La voz fría y profunda de Adrash resonó en toda la sala. Su mirada estaba clavada en la de aquel hombre. Mientras, Mirko miraba silencioso la escena. El hombre se levantó de la mesa y echó mano a la empuñadura de una espada ligera y profusamente decorada que colgaba de su cintura. La joven se aparto de él, mientras se acercaba a la mesa en la que Mirko y el caballero se encontraban. Mirko hizo ademán de empuñar su arma, pero Adrash le detuvo con un gesto de su mano, sin dejar de mirar a los ojos a aquel hombre.
-¿Qué has dicho?- El hombre se detuvo a unos metros de la mesa, con la empuñadura de su espada agarrada, pero sin desenvainarla. Su rostro parecía crispado por la furia.
-Que tus modales son los de una rata, estúpido fanfarrón.- Adrash estaba recostado en su silla, mirando con su media sonrisa a aquel hombre.
-Señores, por favor, no...- El posadero no se atrevía a acercarse ante la posibilidad de un enfrentamiento.
-Vas a tragarte lo que has dicho.- El comerciante desenvainó su espada.
-Guarda eso o tendré que matarte.- Adrash continuaba sin moverse, mirando a los ojos a aquel hombre. Ahora la sonrisa había desaparecido.
El hombre sostuvo la mirada del caballero por un momento, durante el cual Adrash fue recuperando su sonrisa desafiante. Finalmente, el hombre se dio la vuelta, y envainó su arma.
- Denab, has perdido un cliente.- El hombre dejó unas monedas sobre la mesa y se dirigió hacia la puerta. Los que le acompañaban se apresuraron a salir del local tras él.
Adrash tomó su copa de la mesa y la vació de un trago.
- Perdone, supongo que esto supondrá mucho dinero para usted.- Mirko se dirigía al nervioso posadero, mientras éste atendía a su hija, que lloraba por lo ocurrido.
- ¿Perdonarles?- A pesar de todo, el hombre sonreía.- Hace una temporada que debí echarle. Últimamente, Kushgar ha cambiado mucho... no sé qué le ha ocurrido, pero antes no se comportaba así. Me alegro de que no vuelva, sólo traía problemas, y se comportaba como si fuese el mismísimo Rey de Isvar. Os doy las gracias.
- Era un cobarde. Nunca se hubiera atrevido a luchar contra alguien que pudiera vencerle.-Adrash seguía sonriendo.-Se veía en sus ojos.
- Adrash... había algo en él.-El tono de voz de Mirko denotaba cierta preocupación.
-¿Algo? ¿Qué significa algo?
-No lo sé. Pero no me gusta.
Adrash, como era habitual, no consiguió ninguna otra respuesta de Mirko.
Según les había contado Saryon, a pesar de su situación geográfica, Flecha Blanca había sido en tiempos una de las ciudades más importantes de la península. Allí, siglos atrás, estaba la capital del que había sido el reino de Isvar. La palabra reino no era la mejor descripción para lo que aquel pequeño y dividido estado era, pero había sido el único momento en la historia conocida de la península en el que un pequeño nexo de unión entre las ciudades estado había aparecido. La figura del Rey, con su corte en Flecha Blanca, la ciudad del desierto, había subsistido durante muchos años y varias generaciones, pero la realidad había tenido muy poco que ver con la teoría. Los monarcas nunca habían tenido poder real, y los caballeros de Isvar habían sido únicamente el Ejército de Flecha Blanca hasta que el último Rey murió. Después de aquello los caballeros habían decaído, hasta que, durante la guerra contra Oriente, el último de sus monasterios había sido arrasado por las tropas enemigas. Ahora solamente Saryon mantenía la enseña de los caballeros, e intentaba crear de nuevo una orden que parecía condenada por el destino.
Flecha Blanca estaba en medio de un pequeño desierto situado en el sudeste de Isvar. El origen de su nombre estaba relacionado con la forma de la ciudad, triangular, y con el color blanco de la inmensa mayoría de sus casas, que hacía que el enclave pareciese la punta de una flecha de color blanco vista desde la distancia. Estaba situada sobre una pequeña elevación en medio del desierto, y podía verse en medio de la gran planicie cubierta de dunas cuando el viento no lo impedía.
El viaje había durado cuatro días, y Mirko había estado en silencio la mayor parte del tiempo. Cuanto más avanzaban hacia el sur, más tomaba la palabra, aunque Adrash seguía sin averiguar nada sobre aquella Ovatha. Estaba seguro de que lo que le había hecho aquel ser a Mirko había sido algo terrible. Cada noche, Mirko sufría terribles pesadillas, despertaba a cada rato, y los pocos momentos en los que podía dormir, no hacía más que moverse y hablar en sueños, hasta que despertaba en medio de desgarradores gritos y rugidos, casi más propios de un animal que de un hombre. Las pesadillas habían ido a menos al seguir avanzando hacia el sur, y la última noche casi habían podido disfrutar de un verdadero descanso. Lo que más le extrañaba de Mirko era su armadura. Jamás se la quitaba. La segunda noche, en una de las ocasiones en las que los dos viajeros habían despertado, Adrash le preguntó por qué nunca se la sacaba. La respuesta confundió aún más al Caballero del Fénix.
-No es una armadura. Es mi piel.
Por mucho que había intentado conseguir respuestas a las preguntas que siguieron, sólo había conseguido silencio. Sin lugar a dudas, Mirko era un hombre extraño. Si es que realmente era un hombre.
No les había costado mucho entrar en la ciudad. La mayoría de la gente de Isvar desconocía la amenaza que se cernía sobre ellos. Eran tiempos de paz, y las patrullas en los alrededores de las murallas no parecían ser demasiado exhaustivas, aunque les habían hecho algunas preguntas. Tal y como les había indicado Saryon, habían mantenido en secreto el motivo por el que iban a la ciudad. Doh sólo existía en los cuentos de niños, y algunos le adoraban como si fuera un dios protector de la ciudad. Muy pocos sabían que su existencia era real, y Doh deseaba que esto continuase como estaba.
Las gentes de Flecha Blanca, en general de tez oscura y cabellos negros, no eran dadas a las alegrías, pero aun así eran gentes hospitalarias, y habían sido tratados con amabilidad, pero con esa leve desconfianza que despierta siempre un extranjero en un lugar en el que las visitas son poco habituales.
La ciudad, vista desde dentro, parecía una extensa acumulación de pequeñas casas blancas y brillantes, rodeadas por estrechas y serpenteantes callejuelas, que en la mayoría de los casos no estaban pavimentadas. Los negocios que había estaban formados por toldos y tenderetes que se situaban ante las casas y en los que se comerciaba con todo tipo de bienes. Toda la ciudad parecía un gran zoco en el que se intercambiaban productos de cualquier clase. Las gentes solían vestir con grandes túnicas de color claro, y lo habitual es que llevasen sus cabezas cubiertas por turbantes, capuchones o sombreros. Los guardias, que patrullaban por todas partes en parejas, vestían con largas túnicas blancas y con un único distintivo, una gran flecha bordada en plata cubriendo todo su pecho. Ese mismo distintivo se podía observar en sus escudos, generalmente redondos y de color blanco. Normalmente utilizaban espadas largas o cimitarras, y casi todos portaban arcos ligeros y un carcaj. Parte de ellos patrullaban la ciudad sobre esplendidas monturas, ligeras y ágiles, de una extraordinaria calidad.
La posada que les había recomendado Saryon estaba en la plaza central de la ciudad, un hermoso espacio que, además de ser el centro del mercado que casi toda la ciudad constituía, era el lugar en el que estaban emplazados el antiguo palacio real, el templo de las sacerdotisas de Flecha Blanca, y las casas más ricas y lujosas de la ciudad. Toda la plaza estaba rodeada por jardines, realmente exuberantes para el clima de la zona. La fachada del templo de las sacerdotisas, flanqueada por dos esculturas, una con la forma de un arquero preparando su arma, y la otra con la forma de un dragón en postura agresiva, hacían todavía más esplendoroso el aspecto del lugar. El centro de la plaza estaba lleno de gente que paseaba de puesto en puesto viendo lo que los mercaderes se esforzaban por venderles. La posada que buscaban estaba del lado contrario al templo, y tenía un pequeño jardín en su parte frontal, con agua corriendo por pequeñas canalizaciones tanto en el jardín como en el interior. Saryon les había advertido de la cara menos amable de la ciudad, pues existían en ella varias organizaciones de criminales. Un extranjero podía correr peligro si no sabía en que lugar no debía estar, o a quien no debía dirigirle la palabra. La posada 'La sombra del dragón', ése era su nombre, era una de las más caras de la ciudad, pero al menos allí se podía dormir seguro, y eso era algo que merecía la pena pagar.
Según tiraron de sus monturas hasta el interior del jardín, un joven delgado y nervudo, de piel muy morena y pelo negro, salió como una flecha hacia ellos. Un hombre adulto, con la misma complexión que el joven y vestido con una túnica del mismo tono amarillento, observaba la escena desde la puerta.
-Señores, no... Quedan habitaciones.- El muchacho les miró de arriba abajo varias veces mientras decía esto.
-No parece que tengáis tantos clientes.- La mirada de Adrash se clavó en los ojos del joven, que empezó a temblar.
-No… no queremos problemas, señor. Simplemente no… no… no les deseamos como clientes.- El muchacho les miraba aterrorizado.
-¿Ni siquiera a dos amigos del Senador Saryon Maiher daréis alojo?- Adrash lució su cínica sonrisa, más amplia que nunca.
-¡Son amigos de Saryon!, ¡Oh, dioses! ¡Espero que algún día perdone esta afrenta!- El hombre que estaba en la puerta caminó rápidamente hacia ellos.- ¡Abdan, lleva los caballos de los señores a un lugar donde puedan descansar!- El hombre hizo un ademán a los dos compañeros- Pasen, por favor, mi casa es su casa. Espero que comprendan nuestra confusión, aquí normalmente no se acepta a nadie con ese aspecto, a no ser que... sean clientes especiales.
-Eso está mejor. Necesitamos una buena comida y una habitación en la que poder descansar tranquilos.- Adrash no dejó de mostrar su inquietante sonrisa en ningún momento- ¿Puede proporcionárnoslo?
-Por supuesto, señores, pasen.- El posadero les señaló la entrada.
La taberna era verdaderamente lujosa. Sus paredes blancas estaban repletas de tapices alusivos a la historia de la ciudad, y varios de ellos mostraban la enorme figura de un dragón en diversas posturas. Por el suelo corrían pequeñas canalizaciones por las que corría agua, que contribuía a refrescar el interior del establecimiento. Había, además, varias plantas y flores de distinto tipo decorando el lugar. El comedor estaba iluminado con la tenue luz que entraba por numerosas ventanas decoradas con hermosas y complejas celosías. Varios biombos, profusamente decorados, separaban las mesas entre sí. Solamente había dos grupos de comensales, sin duda ricos comerciantes que miraron hacia ellos con un gesto entre curioso y despectivo.
-Denab, ¿desde cuándo dejas entrar en tu posada a gente como ésta?- Un hombre joven, de piel y cabello morenos y complexión fuerte, vestido con una túnica púrpura decorada con bordados de oro miraba hacia ellos con gesto despectivo.- Míralos, parecen cerdos.
Adrash volvió su vista como un relámpago hacia el que había dicho estas palabras, clavando su mirada furiosa en él.
-Señor, haced caso omiso, por favor. No me gustaría que hubiese problemas en mi posada.- Denab, el posadero, parecía realmente nervioso. Adrash no retiraba su terrible mirada de aquel hombre, que la sostenía con gesto socarrón.- Tengo una reputación que mantener.
-Tranquilo, buen hombre. Tú no tienes la culpa de lo que diga este... individuo.- Adrash continuó caminando hacia una de las mesas.
La cena fue opulenta y sin duda deliciosa. Las hijas del posadero, dos gemelas casi idénticas, bellas aunque muy jóvenes, servían comida y bebida con diligencia. Sus platos nunca estuvieron vacíos, y el contenido de sus copas era repuesto de inmediato según se acababa, hasta que el hambre y la sed acumuladas por los días de camino fueron saciadas por completo. Denab nunca dejaba de vigilar a sus hijas. Sin duda aquel hombre cuidaba como nadie de su familia y de su negocio. En una de las idas y venidas de las jóvenes, el hombre que antes se había dirigido a ellos tomó por la cintura a una de las chicas mientras ésta le servía vino en su copa.
-Denab, tus hijas comienzan a ser mayores. -Aquel hombre retenía a la chica, que forcejeaba por librarse del lascivo abrazo.- Empiezan a necesitar que alguien les enseñe lo que es la vida.
-Parece que el único cerdo que hay aquí es el que se atrevió a hablar de los modales de los demás.
La voz fría y profunda de Adrash resonó en toda la sala. Su mirada estaba clavada en la de aquel hombre. Mientras, Mirko miraba silencioso la escena. El hombre se levantó de la mesa y echó mano a la empuñadura de una espada ligera y profusamente decorada que colgaba de su cintura. La joven se aparto de él, mientras se acercaba a la mesa en la que Mirko y el caballero se encontraban. Mirko hizo ademán de empuñar su arma, pero Adrash le detuvo con un gesto de su mano, sin dejar de mirar a los ojos a aquel hombre.
-¿Qué has dicho?- El hombre se detuvo a unos metros de la mesa, con la empuñadura de su espada agarrada, pero sin desenvainarla. Su rostro parecía crispado por la furia.
-Que tus modales son los de una rata, estúpido fanfarrón.- Adrash estaba recostado en su silla, mirando con su media sonrisa a aquel hombre.
-Señores, por favor, no...- El posadero no se atrevía a acercarse ante la posibilidad de un enfrentamiento.
-Vas a tragarte lo que has dicho.- El comerciante desenvainó su espada.
-Guarda eso o tendré que matarte.- Adrash continuaba sin moverse, mirando a los ojos a aquel hombre. Ahora la sonrisa había desaparecido.
El hombre sostuvo la mirada del caballero por un momento, durante el cual Adrash fue recuperando su sonrisa desafiante. Finalmente, el hombre se dio la vuelta, y envainó su arma.
- Denab, has perdido un cliente.- El hombre dejó unas monedas sobre la mesa y se dirigió hacia la puerta. Los que le acompañaban se apresuraron a salir del local tras él.
Adrash tomó su copa de la mesa y la vació de un trago.
- Perdone, supongo que esto supondrá mucho dinero para usted.- Mirko se dirigía al nervioso posadero, mientras éste atendía a su hija, que lloraba por lo ocurrido.
- ¿Perdonarles?- A pesar de todo, el hombre sonreía.- Hace una temporada que debí echarle. Últimamente, Kushgar ha cambiado mucho... no sé qué le ha ocurrido, pero antes no se comportaba así. Me alegro de que no vuelva, sólo traía problemas, y se comportaba como si fuese el mismísimo Rey de Isvar. Os doy las gracias.
- Era un cobarde. Nunca se hubiera atrevido a luchar contra alguien que pudiera vencerle.-Adrash seguía sonriendo.-Se veía en sus ojos.
- Adrash... había algo en él.-El tono de voz de Mirko denotaba cierta preocupación.
-¿Algo? ¿Qué significa algo?
-No lo sé. Pero no me gusta.
Adrash, como era habitual, no consiguió ninguna otra respuesta de Mirko.
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