Escrito por Cronos el miércoles, 20 de enero de 2010
El refugio.
-¡Pues claro que era un dragón!- El miuven hablaba con Nird, un grumete que llevaba poco tiempo en el barco.- No sé ni cómo puedes dudarlo.
El chico pelirrojo le miraba dudando si creer lo que decía y sin poder evitar el mirar de reojo a Kurt e Ika, que estaban, como siempre, junto al capitán, sobre el castillo de popa. A pesar de que debía tener la mitad de la edad del miuven, aquel chico era dos palmos más alto que Benybeck, por quien parecía sentir verdadera devoción. De vez en cuando se limpiaba los mocos con las mangas de su raído jubón, que alguna vez había sido blanco, y alguna vez había sido hecho a su medida, al igual que sus pantalones, que dejaban ver sus tobillos y parte de sus pantorrillas.
-Deja de engañar al chico, maldito enano.-Lamar escuchaba la conversación a poca distancia.- Vas a acabar consiguiendo que te crea.
-¡Digo la verdad!- El miuven parecía realmente escandalizado.- Aquellos rugidos sólo podían ser de un dragón, ¡una persona no puede hacer ese ruido!
-Si hubieras dormido alguna vez en el mismo cuarto que Kurt no opinarías lo mismo, canijo.
-Lamar... entonces... ¿Kurt no es un dragón?- El chico parecía decepcionado.
-Si Kurt es un dragón, yo soy un hipopótamo.
El miuven no pudo evitar reírse a carcajadas, mientras miraba al orondo cocinero.
-¡No le encuentro la gracia!- Lamar miraba furioso al miuven.
-¿Qué es un hipopótamo?-Nird parecía cada vez más confuso. Mientras, el miuven lloraba con la risa.
-¡No tiene ninguna gracia! ¡O dejas de reírte o te colgaré por esas estúpidas coletas del palo mayor, maldito canijo enclenque!
El miuven, con los ojos enrojecidos, logró acallar la carcajada.
-Vale, vale, Lamar. No hace falta que te enfades... ¿Falta mucho?
-¿Para qué?
-Pues para llegar al sitio a donde vayamos. Empiezo a aburrirme de este barco...
-No lo sé, la verdad. Sólo el capitán conoce el lugar al que vamos. De todas maneras deberíamos estar a punto de llegar, sea donde sea.
-¡Mirad!- Nird señalaba hacia el este, en la dirección en la que avanzaba el barco- ¡Gaviotas! ¡Eso significa que hay tierra cerca!
-Bien... me imagino que eso también significará que estamos a punto de llegar... A ver si así el maldito canijo se empieza a tranquilizar, últimamente está insoportable...
-¿Y no será que tú estás muy susceptible?- El miuven volvía a tener su sonrisa pícara dibujada en la cara- ¿O será que ya has acabado la comida fresca y te cambia el humor?
Lamar se dio la vuelta y se fue sin responder.
El islote, al principio, parecía una roca que asomaba entre las aguas, lejos en el horizonte. Sin embargo, al irse aproximando se podía ver que no era una simple roca, sino una isla, aunque no demasiado grande. Cientos, o quizá miles de aves se acumulaban en los barrancos que componían su costa. En la parte superior asomaba algo de vegetación, poco más que hierba y algunos arbustos.
Cuando se hubieron aproximado a los acantilados hasta estar a poco más de unas doscientas brazas, recogieron velas y redujeron su velocidad. Una nube de aves marinas rodeaba los costados de la isla, que el Intrépido comenzó a rodear lentamente. Varias gaviotas se acercaron a curiosear alrededor del barco.
Nird le pegó un codazo al miuven.
-Mira.- Parecía realmente asustado.- El capitán ha tomado el timón.
-Pero eso no es el trabajo del capitán, ¿no?
-Me imagino que será muy peligroso saber entrar en... a donde vayamos, el puerto. ¡Ven!
Nird fue corriendo a proa, seguido por Benybeck. Ambos se asomaron a los lados del mascarón de proa.
-¿Ves? El fondo se podía ver entre las transparentes aguas, alumbrado por la luz del sol.- Es muy peligroso entrar aquí.
Fueron moviéndose en círculo, cerca de la costa del islote. En la cara este de la isla había una enorme cueva, con la entrada de unos doscientos pasos de lado y algo más de la mitad de alto. A su alrededor y en su interior pululaban una gran cantidad de aves. El paisaje era realmente bello.
Lentamente, el Intrépido fue acercándose a la enorme cueva. En su interior, que ocupaba casi la mitad de la isla, había lo que parecía un puerto natural. En la bóveda de piedra oscura, en un lateral, había una gran plataforma, sobre la que se movían un buen numero de hombres. Cercanos a ella había seis barcos más, de diversas facturas y aspectos, sobre los que trabajaban varios grupos de marineros. En el fondo de la cueva, unas escaleras de dos metros de ancho, que llegaban al techo y desaparecían allí, eran transitadas por más hombres de mar. Aquella cueva, sin duda de origen natural, era un refugio perfecto para las intenciones de los piratas.
Una vez el Intrépido, el más grande de todos los barcos que estaban en el interior de la cueva, estuvo amarrado a la plataforma, el capitán comenzó a dar ordenes a sus hombres. Él, Ika, Kurt, Jack el posadero y diez hombres más iban a bajar a la isla. Los demás se quedarían a reparar los pequeños e inevitables desperfectos del barco hasta recibir órdenes.
La oscura plataforma de piedra era resbaladiza, y estaba cubierta por moho, aunque era lo suficientemente plana para deducir que había sido tallada por hombres. Marineros de los más diversos aspectos pasaban de un lado a otro. Uno de los hombres del capitán le iba diciendo al miuven a qué barco pertenecía cada uno, además de señalarle que barco era cada cual. Los que más llamaban la atención eran los marineros del capitán Lang. Llevaban extrañas armaduras de bambú, de aspecto oriental, y casi todos ellos tenían los ojos rasgados y piel amarillenta. El joven y fornido marinero le explicó al miuven que Lang era un renegado de Oriente, que se había separado de los invasores años antes porque no estaban de acuerdo con su manera de luchar cuando intentaban conquistar algún lejano lugar, en el sur.
Empezaban a subir por las resbaladizas escaleras cuando, a unos metros de la angosta salida, comenzaron a oír a gente vocear, como si se hubiese formado un tumulto. A la salida de la escalinata había una pequeña hondonada que hacía casi imposible que se vieran desde el mar las pequeñas casetas edificadas sobre ella. En el centro de la explanada, de no más de doscientos pasos de diámetro, había un grupo de unos cuarenta hombres, formando un tumulto. La mitad de aquellos hombres eran del barco de Lang. La otra mitad eran del Señor de las Tormentas, el barco del capitán Bidhanck. Parecía que estaba a punto de comenzar una pelea. El capitán Hoja Afilada caminó con paso firme y gesto contrariado hacia el grupo de hombres.
-¡Qué demonios creéis que vais a hacer!- El grito del capitán sonó por encima de las voces de todos los hombres, que giraron su vista al unísono hacia él- Juro que aquél que se atreva a comenzar una pelea acabará colgando del palo mayor de su barco.
Ika y Kurt se situaron a sus lados, reforzando sus palabras.
-¡Son unos traidores, han entregado a Jacob!
-Si un hombre es capaz de acusarnos de eso, debe ser capaz de defender sus palabras con su vida.
-Nadie va a luchar aquí. ¿Lo habéis entendido? Aquí se aplican las Leyes del Mar, y si tenéis algún problema lo resolveréis en el mar. El que luche con otro tripulante aquí responderá ante todos. Y no quiero oír nada más.
El marinero del Señor de las Tormentas que se había adelantado para hablar sonreía satisfecho, mientras que el oriental continuaba mirando con gesto de desprecio hacia él.
-Y vosotros, más os vale que mantengáis cerradas vuestras estúpidas bocazas. Si vuestro capitán tiene alguna acusación la hará ante los demás capitanes. Lo sabéis perfectamente. Corren tiempos difíciles para todos y vuestras estupideces no ayudan en nada. Si continuáis con vuestros rumores, seré yo quien acuse a vuestra nave de no respetar las leyes.
Ahora los dos marineros estaban serios, y todos miraban hacia el capitán con cierto aire de culpabilidad.
-¿Lo habéis entendido? La próxima vez no os lo diré con palabras, os lo juro.
Todos los marineros permanecieron en silencio y comenzaron a disgregarse. El capitán del Intrépido hizo un gesto a sus hombres y caminaron hacia una de las chozas, la más grande de todas, cuyo cartel anunciaba ‘La taberna de Jack.’ El capitán no pudo menos que sonreír al viejo posadero que venía con ellos.
La taberna parecía extrañamente limpia para lo que era habitual en un local de marineros. Había una barra con varias estanterías con botellas de todo tipo, y en el fondo había un grupo de mesas, sobre las que se acumulaban unos cuantos hombres. Tras las mesas había otro cuarto, que parecía un reservado.
Jack pasó inmediatamente a detrás de la barra. Sonreía, y sus ojos estaban enrojecidos con la emoción.
-Esos bribones. Han dejado todo tal y como lo tenía en Ciudad de los Vientos.
-Si no sabías quiénes son tus amigos, creo que ahora lo tendrás un poco más claro.
-Lo tenía ya muy claro, maldito bastardo. ¿Queréis beber algo?
-Pon a mis hombres lo que quieran. Yo tomaré una copa de ese licor...-Jack asintió.- con los demás capitanes Y lo que pidan Ika, Kurt y Benybeck también se lo sirves dentro. Quiero que me acompañen.
Benybeck sonrió, alegre de que le tuvieran en cuenta, mientras Kurt miraba al capitán con gesto incrédulo.
Eidon fue el primero en entrar en la sala. Una gran mesa de buena madera y forma ovalada ocupaba buena parte de la habitación. A su alrededor, sobre amplias y cómodas sillas había tres hombres y una mujer. Tras cada uno de ellos había dos hombres armados y silenciosos, que escuchaban la conversación. Quedaban dos sillas libres, una en cada cabecera de la mesa.
La mujer fue la primera en levantarse. Bastante alta para ser una mujer, sus rasgos eran claramente élficos. Su pelo era negro y liso, y le caía hasta la mitad de la espalda, con dos mechones a los lados de su cara. Extrañamente dulce, su rostro de piel clara y rasgos marcados tenía a la vez una mirada serena, de ojos almendrados y del color del mar. Su sonrisa, amplia y sincera pero con un deje de picardía, acababa de adornar el bello rostro de la mujer. Vestía una holgada blusa blanca, que dejaba notar su cuerpo, de formas discretas pero bellas. Cubrían sus piernas unos finos y negros pantalones ajustados de tela, y unas botas que alcanzaban hasta la rodilla. A su diestra, apoyada en la mesa, había una fina espada de factura élfica, con la empuñadura bellamente decorada. La mujer descansaba, recostada en el asiento y con las piernas cruzadas.
-¡Capitán Hoja afilada!-La mujer sonrió- Siempre es un placer veros.
La mujer, sentada de espaldas a la puerta, tendió su mano derecha hacia el capitán del Intrépido.
-Soy yo el complacido, mi dama.- El capitán besó su mano.- La más bella capitana del más bello de los barcos que surca estos mares, La Dama de Plata.
-Si ser bello le hiciese ir más deprisa tendría además el mejor barco.- El hombre que estaba sentado frente a la puerta, de pelo castaño y rizado, se dirigió a ellos. Llevaba un pañuelo rojo atado alrededor de su frente, y una perilla adornaba su ancha barbilla. Sus ojos castaños y salvajes estaban enmarcados por unas cejas pobladas y anchas. Sonreía con gesto cínico.
-Para tener el barco más rápido tendrías que ser el capitán del Intrépido y no del cascarón al que llamas Señor de las Tormentas, Bidhanck.- El extraño hombre entrado en años, con la cabeza completamente afeitada, piel amarillenta y ojos rasgados estaba sentado a la derecha de La Dama, y vestía una de esas extrañas armaduras de bambú que acostumbraban a usar los orientales. Hablaba con un acento extraño, casi neutro.-Y para tener al mejor armado deberías ser capitán del Cisne del Amanecer.
-Echaba de menos tu sinceridad, Lang. Pero los dos deberíais tener más cuidado con vuestros hombres. Parece que no saben que aquí imperan nuestras leyes.
-¿Ha ocurrido algo?- Lang parecía profundamente afectado por lo que le decían.
-He tenido que detener una pelea. Tus hombres, Bidhanck, acusaban a los de Lang de haber traicionado a Jacob. ¿Igram, sabes algo? No he visto su barco.
-Jacob y Xiara tenían un… trabajito especial. No sé que era, pero me preocupa, Jacob es de los que arriesga, y tal y como están las cosas no es tiempo de arriesgar.- Aquel hombre era orondo, de pelo negro ensortijado y ojos pequeños. Lucía una poblada barba que ocultaba sus rasgos, y vestía ropas opulentas, incluso recargadas, de color oscuro. Su voz era profunda, pero muy sonora.- Temo que le ocurriese algo.
-Yo me separé de ellos hace dos días.- Lang seguía hablando con ese extraño tono neutro, sin enfatizar jamás una palabra.- Es por eso por lo que los hombres del Señor de las Tormentas dicen que los traicioné. Piensan que los entregué al Imperio.
-Sabes que jamás pensaría eso de ti, Lang. Esos son los últimos que recluté.- Bidhanck parecía contrariado por las acciones de sus hombres.- Les enseñaré con quién no deben meterse.
-No te preocupes, Bidhanck. Estoy acostumbrado a esto.
-Igram, ¿nadie ha avistado a ninguno de los dos?
-Nadie, Eidon.
Eidon se sentó en una de las sillas libres, Ika y Kurt enseguida se pusieron tras él. El miuven se quedó cerca de la puerta.
-Me dio algo para ti, Eidon. Creo que no las tenía todas consigo.- Lang le cedió un pedazo de tela doblada, con un anillo sobre ella.
-Lang, eso da mala suerte. Él está vivo y vendrá, estoy seguro.- Igram, el orondo y barbudo capitán, parecía aterrado.
-Sólo son nuestra bandera y nuestro anillo. Lo que identifica al líder. Y Jacob dejó claro que después de él vendría Eidon.- La Dama mostró cierta tristeza al pronunciar estas palabras.- No hay mala suerte, sino la intención de Jacob de hacer algo que sé que iba a hacer de todas maneras. Aunque Jacob vuelva, Eidon llevará la bandera. La última vez que hablé con él me dijo que estaba cansado y que estaba pensando en dejarle el barco a su contramaestre. Lo de la bandera no quiere decir más que lo que queramos interpretar.
-Quizás tengas razón, pero, ¿qué haremos mientras?, ¿limitarnos a esperar a que aparezcan?- Bidhanck parecía impaciente.
-La paciencia es una gran virtud, al menos entre mi gente, Bidhanck.
-Bien hablado, Lang. Esperaremos. Es lo único que podemos hacer, al menos por un par de días.- Eidon se recostó en su silla- Deberíamos de mantener informadas, o al menos advertidas, a las tripulaciones. Deben entender que estamos todos juntos.
-No habrá problemas con mis hombres, Eidon. Y estoy seguro de que con los de Lang tampoco.- Bidhanck continuaba con un aire serio, incluso culpable, que parecía extraño en él.
-Tranquilo Bidhanck, es una simple precaución y va por todos los hombres, incluidos los míos.
La conversación se alargó durante varias horas. Los cinco capitanes contaron sus últimas andanzas, incluyendo fanfarronadas y exageraciones, y varias interrupciones de Benybeck pidiendo más datos, por si alguien hubiese visto algo que realmente mereciese la pena.
-¡Pues claro que era un dragón!- El miuven hablaba con Nird, un grumete que llevaba poco tiempo en el barco.- No sé ni cómo puedes dudarlo.
El chico pelirrojo le miraba dudando si creer lo que decía y sin poder evitar el mirar de reojo a Kurt e Ika, que estaban, como siempre, junto al capitán, sobre el castillo de popa. A pesar de que debía tener la mitad de la edad del miuven, aquel chico era dos palmos más alto que Benybeck, por quien parecía sentir verdadera devoción. De vez en cuando se limpiaba los mocos con las mangas de su raído jubón, que alguna vez había sido blanco, y alguna vez había sido hecho a su medida, al igual que sus pantalones, que dejaban ver sus tobillos y parte de sus pantorrillas.
-Deja de engañar al chico, maldito enano.-Lamar escuchaba la conversación a poca distancia.- Vas a acabar consiguiendo que te crea.
-¡Digo la verdad!- El miuven parecía realmente escandalizado.- Aquellos rugidos sólo podían ser de un dragón, ¡una persona no puede hacer ese ruido!
-Si hubieras dormido alguna vez en el mismo cuarto que Kurt no opinarías lo mismo, canijo.
-Lamar... entonces... ¿Kurt no es un dragón?- El chico parecía decepcionado.
-Si Kurt es un dragón, yo soy un hipopótamo.
El miuven no pudo evitar reírse a carcajadas, mientras miraba al orondo cocinero.
-¡No le encuentro la gracia!- Lamar miraba furioso al miuven.
-¿Qué es un hipopótamo?-Nird parecía cada vez más confuso. Mientras, el miuven lloraba con la risa.
-¡No tiene ninguna gracia! ¡O dejas de reírte o te colgaré por esas estúpidas coletas del palo mayor, maldito canijo enclenque!
El miuven, con los ojos enrojecidos, logró acallar la carcajada.
-Vale, vale, Lamar. No hace falta que te enfades... ¿Falta mucho?
-¿Para qué?
-Pues para llegar al sitio a donde vayamos. Empiezo a aburrirme de este barco...
-No lo sé, la verdad. Sólo el capitán conoce el lugar al que vamos. De todas maneras deberíamos estar a punto de llegar, sea donde sea.
-¡Mirad!- Nird señalaba hacia el este, en la dirección en la que avanzaba el barco- ¡Gaviotas! ¡Eso significa que hay tierra cerca!
-Bien... me imagino que eso también significará que estamos a punto de llegar... A ver si así el maldito canijo se empieza a tranquilizar, últimamente está insoportable...
-¿Y no será que tú estás muy susceptible?- El miuven volvía a tener su sonrisa pícara dibujada en la cara- ¿O será que ya has acabado la comida fresca y te cambia el humor?
Lamar se dio la vuelta y se fue sin responder.
El islote, al principio, parecía una roca que asomaba entre las aguas, lejos en el horizonte. Sin embargo, al irse aproximando se podía ver que no era una simple roca, sino una isla, aunque no demasiado grande. Cientos, o quizá miles de aves se acumulaban en los barrancos que componían su costa. En la parte superior asomaba algo de vegetación, poco más que hierba y algunos arbustos.
Cuando se hubieron aproximado a los acantilados hasta estar a poco más de unas doscientas brazas, recogieron velas y redujeron su velocidad. Una nube de aves marinas rodeaba los costados de la isla, que el Intrépido comenzó a rodear lentamente. Varias gaviotas se acercaron a curiosear alrededor del barco.
Nird le pegó un codazo al miuven.
-Mira.- Parecía realmente asustado.- El capitán ha tomado el timón.
-Pero eso no es el trabajo del capitán, ¿no?
-Me imagino que será muy peligroso saber entrar en... a donde vayamos, el puerto. ¡Ven!
Nird fue corriendo a proa, seguido por Benybeck. Ambos se asomaron a los lados del mascarón de proa.
-¿Ves? El fondo se podía ver entre las transparentes aguas, alumbrado por la luz del sol.- Es muy peligroso entrar aquí.
Fueron moviéndose en círculo, cerca de la costa del islote. En la cara este de la isla había una enorme cueva, con la entrada de unos doscientos pasos de lado y algo más de la mitad de alto. A su alrededor y en su interior pululaban una gran cantidad de aves. El paisaje era realmente bello.
Lentamente, el Intrépido fue acercándose a la enorme cueva. En su interior, que ocupaba casi la mitad de la isla, había lo que parecía un puerto natural. En la bóveda de piedra oscura, en un lateral, había una gran plataforma, sobre la que se movían un buen numero de hombres. Cercanos a ella había seis barcos más, de diversas facturas y aspectos, sobre los que trabajaban varios grupos de marineros. En el fondo de la cueva, unas escaleras de dos metros de ancho, que llegaban al techo y desaparecían allí, eran transitadas por más hombres de mar. Aquella cueva, sin duda de origen natural, era un refugio perfecto para las intenciones de los piratas.
Una vez el Intrépido, el más grande de todos los barcos que estaban en el interior de la cueva, estuvo amarrado a la plataforma, el capitán comenzó a dar ordenes a sus hombres. Él, Ika, Kurt, Jack el posadero y diez hombres más iban a bajar a la isla. Los demás se quedarían a reparar los pequeños e inevitables desperfectos del barco hasta recibir órdenes.
La oscura plataforma de piedra era resbaladiza, y estaba cubierta por moho, aunque era lo suficientemente plana para deducir que había sido tallada por hombres. Marineros de los más diversos aspectos pasaban de un lado a otro. Uno de los hombres del capitán le iba diciendo al miuven a qué barco pertenecía cada uno, además de señalarle que barco era cada cual. Los que más llamaban la atención eran los marineros del capitán Lang. Llevaban extrañas armaduras de bambú, de aspecto oriental, y casi todos ellos tenían los ojos rasgados y piel amarillenta. El joven y fornido marinero le explicó al miuven que Lang era un renegado de Oriente, que se había separado de los invasores años antes porque no estaban de acuerdo con su manera de luchar cuando intentaban conquistar algún lejano lugar, en el sur.
Empezaban a subir por las resbaladizas escaleras cuando, a unos metros de la angosta salida, comenzaron a oír a gente vocear, como si se hubiese formado un tumulto. A la salida de la escalinata había una pequeña hondonada que hacía casi imposible que se vieran desde el mar las pequeñas casetas edificadas sobre ella. En el centro de la explanada, de no más de doscientos pasos de diámetro, había un grupo de unos cuarenta hombres, formando un tumulto. La mitad de aquellos hombres eran del barco de Lang. La otra mitad eran del Señor de las Tormentas, el barco del capitán Bidhanck. Parecía que estaba a punto de comenzar una pelea. El capitán Hoja Afilada caminó con paso firme y gesto contrariado hacia el grupo de hombres.
-¡Qué demonios creéis que vais a hacer!- El grito del capitán sonó por encima de las voces de todos los hombres, que giraron su vista al unísono hacia él- Juro que aquél que se atreva a comenzar una pelea acabará colgando del palo mayor de su barco.
Ika y Kurt se situaron a sus lados, reforzando sus palabras.
-¡Son unos traidores, han entregado a Jacob!
-Si un hombre es capaz de acusarnos de eso, debe ser capaz de defender sus palabras con su vida.
-Nadie va a luchar aquí. ¿Lo habéis entendido? Aquí se aplican las Leyes del Mar, y si tenéis algún problema lo resolveréis en el mar. El que luche con otro tripulante aquí responderá ante todos. Y no quiero oír nada más.
El marinero del Señor de las Tormentas que se había adelantado para hablar sonreía satisfecho, mientras que el oriental continuaba mirando con gesto de desprecio hacia él.
-Y vosotros, más os vale que mantengáis cerradas vuestras estúpidas bocazas. Si vuestro capitán tiene alguna acusación la hará ante los demás capitanes. Lo sabéis perfectamente. Corren tiempos difíciles para todos y vuestras estupideces no ayudan en nada. Si continuáis con vuestros rumores, seré yo quien acuse a vuestra nave de no respetar las leyes.
Ahora los dos marineros estaban serios, y todos miraban hacia el capitán con cierto aire de culpabilidad.
-¿Lo habéis entendido? La próxima vez no os lo diré con palabras, os lo juro.
Todos los marineros permanecieron en silencio y comenzaron a disgregarse. El capitán del Intrépido hizo un gesto a sus hombres y caminaron hacia una de las chozas, la más grande de todas, cuyo cartel anunciaba ‘La taberna de Jack.’ El capitán no pudo menos que sonreír al viejo posadero que venía con ellos.
La taberna parecía extrañamente limpia para lo que era habitual en un local de marineros. Había una barra con varias estanterías con botellas de todo tipo, y en el fondo había un grupo de mesas, sobre las que se acumulaban unos cuantos hombres. Tras las mesas había otro cuarto, que parecía un reservado.
Jack pasó inmediatamente a detrás de la barra. Sonreía, y sus ojos estaban enrojecidos con la emoción.
-Esos bribones. Han dejado todo tal y como lo tenía en Ciudad de los Vientos.
-Si no sabías quiénes son tus amigos, creo que ahora lo tendrás un poco más claro.
-Lo tenía ya muy claro, maldito bastardo. ¿Queréis beber algo?
-Pon a mis hombres lo que quieran. Yo tomaré una copa de ese licor...-Jack asintió.- con los demás capitanes Y lo que pidan Ika, Kurt y Benybeck también se lo sirves dentro. Quiero que me acompañen.
Benybeck sonrió, alegre de que le tuvieran en cuenta, mientras Kurt miraba al capitán con gesto incrédulo.
Eidon fue el primero en entrar en la sala. Una gran mesa de buena madera y forma ovalada ocupaba buena parte de la habitación. A su alrededor, sobre amplias y cómodas sillas había tres hombres y una mujer. Tras cada uno de ellos había dos hombres armados y silenciosos, que escuchaban la conversación. Quedaban dos sillas libres, una en cada cabecera de la mesa.
La mujer fue la primera en levantarse. Bastante alta para ser una mujer, sus rasgos eran claramente élficos. Su pelo era negro y liso, y le caía hasta la mitad de la espalda, con dos mechones a los lados de su cara. Extrañamente dulce, su rostro de piel clara y rasgos marcados tenía a la vez una mirada serena, de ojos almendrados y del color del mar. Su sonrisa, amplia y sincera pero con un deje de picardía, acababa de adornar el bello rostro de la mujer. Vestía una holgada blusa blanca, que dejaba notar su cuerpo, de formas discretas pero bellas. Cubrían sus piernas unos finos y negros pantalones ajustados de tela, y unas botas que alcanzaban hasta la rodilla. A su diestra, apoyada en la mesa, había una fina espada de factura élfica, con la empuñadura bellamente decorada. La mujer descansaba, recostada en el asiento y con las piernas cruzadas.
-¡Capitán Hoja afilada!-La mujer sonrió- Siempre es un placer veros.
La mujer, sentada de espaldas a la puerta, tendió su mano derecha hacia el capitán del Intrépido.
-Soy yo el complacido, mi dama.- El capitán besó su mano.- La más bella capitana del más bello de los barcos que surca estos mares, La Dama de Plata.
-Si ser bello le hiciese ir más deprisa tendría además el mejor barco.- El hombre que estaba sentado frente a la puerta, de pelo castaño y rizado, se dirigió a ellos. Llevaba un pañuelo rojo atado alrededor de su frente, y una perilla adornaba su ancha barbilla. Sus ojos castaños y salvajes estaban enmarcados por unas cejas pobladas y anchas. Sonreía con gesto cínico.
-Para tener el barco más rápido tendrías que ser el capitán del Intrépido y no del cascarón al que llamas Señor de las Tormentas, Bidhanck.- El extraño hombre entrado en años, con la cabeza completamente afeitada, piel amarillenta y ojos rasgados estaba sentado a la derecha de La Dama, y vestía una de esas extrañas armaduras de bambú que acostumbraban a usar los orientales. Hablaba con un acento extraño, casi neutro.-Y para tener al mejor armado deberías ser capitán del Cisne del Amanecer.
-Echaba de menos tu sinceridad, Lang. Pero los dos deberíais tener más cuidado con vuestros hombres. Parece que no saben que aquí imperan nuestras leyes.
-¿Ha ocurrido algo?- Lang parecía profundamente afectado por lo que le decían.
-He tenido que detener una pelea. Tus hombres, Bidhanck, acusaban a los de Lang de haber traicionado a Jacob. ¿Igram, sabes algo? No he visto su barco.
-Jacob y Xiara tenían un… trabajito especial. No sé que era, pero me preocupa, Jacob es de los que arriesga, y tal y como están las cosas no es tiempo de arriesgar.- Aquel hombre era orondo, de pelo negro ensortijado y ojos pequeños. Lucía una poblada barba que ocultaba sus rasgos, y vestía ropas opulentas, incluso recargadas, de color oscuro. Su voz era profunda, pero muy sonora.- Temo que le ocurriese algo.
-Yo me separé de ellos hace dos días.- Lang seguía hablando con ese extraño tono neutro, sin enfatizar jamás una palabra.- Es por eso por lo que los hombres del Señor de las Tormentas dicen que los traicioné. Piensan que los entregué al Imperio.
-Sabes que jamás pensaría eso de ti, Lang. Esos son los últimos que recluté.- Bidhanck parecía contrariado por las acciones de sus hombres.- Les enseñaré con quién no deben meterse.
-No te preocupes, Bidhanck. Estoy acostumbrado a esto.
-Igram, ¿nadie ha avistado a ninguno de los dos?
-Nadie, Eidon.
Eidon se sentó en una de las sillas libres, Ika y Kurt enseguida se pusieron tras él. El miuven se quedó cerca de la puerta.
-Me dio algo para ti, Eidon. Creo que no las tenía todas consigo.- Lang le cedió un pedazo de tela doblada, con un anillo sobre ella.
-Lang, eso da mala suerte. Él está vivo y vendrá, estoy seguro.- Igram, el orondo y barbudo capitán, parecía aterrado.
-Sólo son nuestra bandera y nuestro anillo. Lo que identifica al líder. Y Jacob dejó claro que después de él vendría Eidon.- La Dama mostró cierta tristeza al pronunciar estas palabras.- No hay mala suerte, sino la intención de Jacob de hacer algo que sé que iba a hacer de todas maneras. Aunque Jacob vuelva, Eidon llevará la bandera. La última vez que hablé con él me dijo que estaba cansado y que estaba pensando en dejarle el barco a su contramaestre. Lo de la bandera no quiere decir más que lo que queramos interpretar.
-Quizás tengas razón, pero, ¿qué haremos mientras?, ¿limitarnos a esperar a que aparezcan?- Bidhanck parecía impaciente.
-La paciencia es una gran virtud, al menos entre mi gente, Bidhanck.
-Bien hablado, Lang. Esperaremos. Es lo único que podemos hacer, al menos por un par de días.- Eidon se recostó en su silla- Deberíamos de mantener informadas, o al menos advertidas, a las tripulaciones. Deben entender que estamos todos juntos.
-No habrá problemas con mis hombres, Eidon. Y estoy seguro de que con los de Lang tampoco.- Bidhanck continuaba con un aire serio, incluso culpable, que parecía extraño en él.
-Tranquilo Bidhanck, es una simple precaución y va por todos los hombres, incluidos los míos.
La conversación se alargó durante varias horas. Los cinco capitanes contaron sus últimas andanzas, incluyendo fanfarronadas y exageraciones, y varias interrupciones de Benybeck pidiendo más datos, por si alguien hubiese visto algo que realmente mereciese la pena.
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