Escrito por Cronos el miércoles, 27 de enero de 2010
El Valle Amargo.
Estaba demasiado oscuro. Allí, abajo, tendría que estar Vallefértil, sin embargo, no podía ver las luces de las casas y del puerto, sólo oscuridad. No podía estar perdida. Había estado allí antes y recordaba perfectamente el camino. Algo había ocurrido.
Vanya comenzó a bajar hacia el valle, procurando evitar los caminos y con el oído atento a cualquier sonido extraño, para no ser descubierta. Si Vallefértil había sido atacada, era probable que estuviese en peligro. Bajó la ladera de la colina, atravesando sembrados y pequeños grupos de árboles, siempre alerta, pero no oyó ningún ruido. Al contrario, la falta total de sonidos era lo que más nerviosa le ponía. Los perros de las granjas tendrían que haber olido a su caballo ya y no habían comenzado ladrar. Ni siquiera el ulular de las aves nocturnas. Nada. Todo señalaba a que algo había ocurrido, aunque no podía ver nada que le dijese lo contrario. Sus ojos de elfa le permitían ver hasta cierta distancia, pero aquella noche era especialmente oscura. Decidió atar el caballo a un árbol, y tras recordar bien su posición por si necesitaba encontrarlo con prisa, comenzó a avanzar, con su espada desenvainada, y procurando no ser oída, hacia la granja más cercana.
La única diferencia que notó al acercarse a la pequeña casa de madera fue el olor. Era inconfundible, el olor de la muerte, cadáveres en descomposición. No demasiado fuerte, pero lo suficiente como para notarlo. El silencio seguía reinando a su alrededor. Se acercó a la entrada de la casa, agazapada entre las sombras, procurando avanzar cubierta por el pequeño seto que flanqueaba el camino que llevaba a la entrada. Levantó la cabeza para echar un vistazo y el espectáculo que vio fue horripilante. En el pequeño jardín estaban esparcidos los restos de dos, quizá tres personas. De ellos quedaban poco más que los huesos, distribuidos caóticamente por el jardín como si hubiesen sido devorados por una jauría de animales salvajes. También había restos de sus ropas y pequeños trozos de carne y tendones por el suelo. Algunas moscas terminaban el trabajo de quien había realizado tal barbarie. Fuese lo que fuese lo que había hecho eso, ya no estaba allí.
Se acercó arrastrándose al estrecho camino de tierra para examinar las huellas. Había muchas marcadas en el camino, y su origen era indudable. Lezzars. Había señales de sus colas por todas partes. Nunca había visto un comportamiento tan voraz en aquellas criaturas. Ni había oído hablar de otras criaturas similares en la zona. Aquello era muy extraño. Deseó que el ataque hubiese sido sólo contra la granja, pero eso no podía explicar la oscuridad en toda la ciudad. Si temiesen un ataque no se habrían limitado a cerrar las ventanas y ocultar la luz, sino que hubiesen puesto patrullas, que serían visibles desde la distancia. Empezaba a temer lo peor.
En la parte de atrás de la granja encontró un paisaje similar. Al menos otras dos personas y varias reses habían sido devoradas allí. No sabía qué demonios estaba ocurriendo, pero estaba asustada.
En el camino a la ciudad, que siguió a cierta distancia por un lateral, la visión era igual de desoladora. Aquí y allá, los huesos de hombres, caballos o vacas yacían despedazados, devorados completamente, esparcidos por varios metros. Las huellas de los lezzars estaban en todas partes. Vio varios carros cuyos pasajeros habían sufrido la misma suerte que los animales que tiraban de ellos. Aquel ataque tenía que haber sido llevado a cabo por cientos, incluso miles de lagartos, pero parecía que no había ni uno de ellos por allí.
Sin dejar de tomar precauciones, pero sin pararse más a examinar los restos que había en el camino, cada vez más abundantes, continuó hacia la ciudad. Tenía mucho tiempo, pero avanzaba muy lentamente, temerosa de ser descubierta, y quería llegar a la ciudad antes de que amaneciera. Cuando se adentró entre las primeras casas de la ciudad, que estaban en el exterior de las murallas, la visión no cambió. Había decenas de cadáveres, esparcidos por todas partes, a la entrada de las casas, en medio de las calles. Procuró no pensar en lo que estaba viendo, separar su pensamiento de la horrible muerte que había recibido aquella pobre gente. Tenía que apartar aquello de su mente o podría cometer un error que le hiciese acabar como aquellos hombres. No había visto ni un solo cadáver de lezzar, y dudaba que aquella gente hubiese entregado su vida sin al menos intentar salvar la de sus allegados. Las preguntas se acumulaban en su mente. ¿Dónde estaba Saryon? ¿Dónde estaban sus hombres?, ¿y la guarnición de la ciudad? Ni una sola arma ni armadura. Por el suelo había ropas hechas jirones, herramientas de artesanos o labradores, pero ni un arma ni una armadura. No hubo lucha ¿Por qué?
Se dirigió hacia la plaza central, ávida de respuestas. Quizá el ataque había sido por sorpresa y la única defensa se había hecho allí. Allí estaba el cuartel-monasterio de La Orden de Isvar. Cuando llegó a la plaza estaba comenzando a clarear, y podía ver más lejos. Su barrera emocional, ya bastante agrietada, comenzó a resquebrajarse ante la esperpéntica visión que tenía ante sus ojos, hasta que se derrumbó completamente. Era horrible. Cientos, incluso miles de personas habían muerto allí. Había algunos hombres armados, pero ni rastro de Saryon ni de los hombres de La Orden. También había varios esqueletos y unos cuantos pellejos de lagartos, completamente despojados de su carne, esparcidos por el suelo. Cientos de personas sencillas habían perecido allí, para ser después devorados. Olvidó las precauciones. Las lágrimas caían por su rostro, sin que nada pudiese contenerlas ya. Avanzó hasta el centro de la plaza, donde se amontonaban más huesos que en ningún sitio. Estaba rodeada de muerte, mirase a donde mirase era lo único que podía observar. Muerte, destrucción, desolación. Y lo único que se podía preguntar era el porqué de todo aquello, quién había llevado a cabo tal barbarie. Continuó caminando, mirando a su alrededor, absorbiendo cada detalle de lo que la rodeaba, pensando en las vidas de aquellas gentes, segadas sin sentido. Por momentos deseó haber estado allí durante el ataque, ayudando a esta gente a defenderse, luchando y muriendo a su lado. ¿Dónde se había metido Saryon? ¿Por qué no estaba allí? ¿Por qué nadie había ayudado a esa gente?
Desconsolada, desesperada, caminó durante horas por las calles sin tomar ningún tipo de precaución, arrastrando su espada, mirando a todas partes y a ninguna, buscando algo que le dijese por qué no se habían defendido de ese ataque, entrando en cada casa en busca de los restos de alguno de los hombres de Saryon, sin poder creer que nadie había defendido a aquella pobre gente, sin que las lágrimas dejaran de caer por sus mejillas…
No encontró nada.
Estaba demasiado oscuro. Allí, abajo, tendría que estar Vallefértil, sin embargo, no podía ver las luces de las casas y del puerto, sólo oscuridad. No podía estar perdida. Había estado allí antes y recordaba perfectamente el camino. Algo había ocurrido.
Vanya comenzó a bajar hacia el valle, procurando evitar los caminos y con el oído atento a cualquier sonido extraño, para no ser descubierta. Si Vallefértil había sido atacada, era probable que estuviese en peligro. Bajó la ladera de la colina, atravesando sembrados y pequeños grupos de árboles, siempre alerta, pero no oyó ningún ruido. Al contrario, la falta total de sonidos era lo que más nerviosa le ponía. Los perros de las granjas tendrían que haber olido a su caballo ya y no habían comenzado ladrar. Ni siquiera el ulular de las aves nocturnas. Nada. Todo señalaba a que algo había ocurrido, aunque no podía ver nada que le dijese lo contrario. Sus ojos de elfa le permitían ver hasta cierta distancia, pero aquella noche era especialmente oscura. Decidió atar el caballo a un árbol, y tras recordar bien su posición por si necesitaba encontrarlo con prisa, comenzó a avanzar, con su espada desenvainada, y procurando no ser oída, hacia la granja más cercana.
La única diferencia que notó al acercarse a la pequeña casa de madera fue el olor. Era inconfundible, el olor de la muerte, cadáveres en descomposición. No demasiado fuerte, pero lo suficiente como para notarlo. El silencio seguía reinando a su alrededor. Se acercó a la entrada de la casa, agazapada entre las sombras, procurando avanzar cubierta por el pequeño seto que flanqueaba el camino que llevaba a la entrada. Levantó la cabeza para echar un vistazo y el espectáculo que vio fue horripilante. En el pequeño jardín estaban esparcidos los restos de dos, quizá tres personas. De ellos quedaban poco más que los huesos, distribuidos caóticamente por el jardín como si hubiesen sido devorados por una jauría de animales salvajes. También había restos de sus ropas y pequeños trozos de carne y tendones por el suelo. Algunas moscas terminaban el trabajo de quien había realizado tal barbarie. Fuese lo que fuese lo que había hecho eso, ya no estaba allí.
Se acercó arrastrándose al estrecho camino de tierra para examinar las huellas. Había muchas marcadas en el camino, y su origen era indudable. Lezzars. Había señales de sus colas por todas partes. Nunca había visto un comportamiento tan voraz en aquellas criaturas. Ni había oído hablar de otras criaturas similares en la zona. Aquello era muy extraño. Deseó que el ataque hubiese sido sólo contra la granja, pero eso no podía explicar la oscuridad en toda la ciudad. Si temiesen un ataque no se habrían limitado a cerrar las ventanas y ocultar la luz, sino que hubiesen puesto patrullas, que serían visibles desde la distancia. Empezaba a temer lo peor.
En la parte de atrás de la granja encontró un paisaje similar. Al menos otras dos personas y varias reses habían sido devoradas allí. No sabía qué demonios estaba ocurriendo, pero estaba asustada.
En el camino a la ciudad, que siguió a cierta distancia por un lateral, la visión era igual de desoladora. Aquí y allá, los huesos de hombres, caballos o vacas yacían despedazados, devorados completamente, esparcidos por varios metros. Las huellas de los lezzars estaban en todas partes. Vio varios carros cuyos pasajeros habían sufrido la misma suerte que los animales que tiraban de ellos. Aquel ataque tenía que haber sido llevado a cabo por cientos, incluso miles de lagartos, pero parecía que no había ni uno de ellos por allí.
Sin dejar de tomar precauciones, pero sin pararse más a examinar los restos que había en el camino, cada vez más abundantes, continuó hacia la ciudad. Tenía mucho tiempo, pero avanzaba muy lentamente, temerosa de ser descubierta, y quería llegar a la ciudad antes de que amaneciera. Cuando se adentró entre las primeras casas de la ciudad, que estaban en el exterior de las murallas, la visión no cambió. Había decenas de cadáveres, esparcidos por todas partes, a la entrada de las casas, en medio de las calles. Procuró no pensar en lo que estaba viendo, separar su pensamiento de la horrible muerte que había recibido aquella pobre gente. Tenía que apartar aquello de su mente o podría cometer un error que le hiciese acabar como aquellos hombres. No había visto ni un solo cadáver de lezzar, y dudaba que aquella gente hubiese entregado su vida sin al menos intentar salvar la de sus allegados. Las preguntas se acumulaban en su mente. ¿Dónde estaba Saryon? ¿Dónde estaban sus hombres?, ¿y la guarnición de la ciudad? Ni una sola arma ni armadura. Por el suelo había ropas hechas jirones, herramientas de artesanos o labradores, pero ni un arma ni una armadura. No hubo lucha ¿Por qué?
Se dirigió hacia la plaza central, ávida de respuestas. Quizá el ataque había sido por sorpresa y la única defensa se había hecho allí. Allí estaba el cuartel-monasterio de La Orden de Isvar. Cuando llegó a la plaza estaba comenzando a clarear, y podía ver más lejos. Su barrera emocional, ya bastante agrietada, comenzó a resquebrajarse ante la esperpéntica visión que tenía ante sus ojos, hasta que se derrumbó completamente. Era horrible. Cientos, incluso miles de personas habían muerto allí. Había algunos hombres armados, pero ni rastro de Saryon ni de los hombres de La Orden. También había varios esqueletos y unos cuantos pellejos de lagartos, completamente despojados de su carne, esparcidos por el suelo. Cientos de personas sencillas habían perecido allí, para ser después devorados. Olvidó las precauciones. Las lágrimas caían por su rostro, sin que nada pudiese contenerlas ya. Avanzó hasta el centro de la plaza, donde se amontonaban más huesos que en ningún sitio. Estaba rodeada de muerte, mirase a donde mirase era lo único que podía observar. Muerte, destrucción, desolación. Y lo único que se podía preguntar era el porqué de todo aquello, quién había llevado a cabo tal barbarie. Continuó caminando, mirando a su alrededor, absorbiendo cada detalle de lo que la rodeaba, pensando en las vidas de aquellas gentes, segadas sin sentido. Por momentos deseó haber estado allí durante el ataque, ayudando a esta gente a defenderse, luchando y muriendo a su lado. ¿Dónde se había metido Saryon? ¿Por qué no estaba allí? ¿Por qué nadie había ayudado a esa gente?
Desconsolada, desesperada, caminó durante horas por las calles sin tomar ningún tipo de precaución, arrastrando su espada, mirando a todas partes y a ninguna, buscando algo que le dijese por qué no se habían defendido de ese ataque, entrando en cada casa en busca de los restos de alguno de los hombres de Saryon, sin poder creer que nadie había defendido a aquella pobre gente, sin que las lágrimas dejaran de caer por sus mejillas…
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