Escrito por Cronos el miércoles, 17 de febrero de 2010
Camino de sombras.
Avanzaban entre dos altas colinas cubiertas de hierba y pequeños bosquecillos. Aquella zona, aunque fértil, era bastante agreste, motivo por el cual no había sido utilizada para labranza, y estaba casi deshabitada. Antes de la guerra contra oriente, en la que muchos campesinos habían muerto o huido a las ciudades, unos cuantos colonos valientes o desesperados, habían comenzado a establecerse en aquellas tierras. Pero durante la larga y descarnada guerra el camino había sido transitado por los ejércitos de uno y otro bando, y los campesinos se habían tenido que retirar a zonas más seguras, puesto que los orientales utilizaban en sus ejércitos criaturas peligrosas, como los fanáticos hombres serpiente, o los disciplinados y poderosos andracs, además de otras criaturas de mayor tamaño y mayor ferocidad.
Tras la guerra, los únicos habitantes, aparte de los animales, eran algunos cazadores, quizá algún druida, y unos cuantos grupos de salteadores, desertores de los ejércitos organizados en pequeñas bandas. Se decía que incluso se habían visto algunos grupos de orcos, que se dedicaban a atacar a las caravanas que transitaban por el camino hacia Fortaleza, una de las ciudades más al sur de Isvar. Aunque no era una ciudad de gran actividad comercial, durante la guerra había cobrado gran importancia, sobre todo por el hecho de que el primer senado de Isvar había sido organizado allí durante la guerra, en un esfuerzo por aunar los recursos de las ciudades estado y del resto de nobles y órdenes de clérigos o caballeros de la península. La ciudad estaba en una isla a la que sólo se podía acceder en marea baja, y además estaba excelentemente amurallada, motivo por el cual le habían dado ese nombre. Sus gentes eran duras para ser sureñas, y muy hospitalarias, puesto que muchos de ellos eran descendientes de refugiados de otras guerras que probablemente ya casi nadie recordaría, y les habían educado generación tras generación desde siempre con esas costumbres. Además, al no haber una actividad comercial constante, no había grandes y ricos señores, con lo que la gente se sentía muy unida. Fortaleza era una de los lugares que más le gustaban de Isvar, y más de una vez le habían preguntado si era de allí, puesto que, en ocasiones, cuando sus negocios y sus obligaciones con La Orden se lo permitían, pasaba temporadas en la ciudad.
Más de trescientos hombres bien armados, montando grandes caballos de guerra y con la enseña de la orden de Isvar escoltaban la larga caravana, además de casi un centenar de lanceros de la guarnición, con lo que si algún orco o bandido los había visto aún estaría pidiendo al dios al que adorase no haber sido observado, y esperaría paciente el paso de la comitiva. En ese sentido estaba bastante tranquilo, aunque temía que los que habían atacado Vallefértil se hubiesen dado cuenta de su marcha y decidiesen darles caza, en cuyo caso estarían completamente perdidos.
Hacía ya tres días que habían salido, y aún tardarían al menos un día más en llegar a Fortaleza. La caravana avanzaba lentamente. Habían tardado una eternidad en ponerse en marcha por las mañanas, y muchos de los carros estaban tirados por bueyes, y muy cargados, por lo que retrasaban al resto. Era muy complicado para sus hombres organizar una caravana de casi un centenar de carros o carretas, y aun así, ni la mitad de las ocho mil personas que calculaba el consejero mayor de Vallefértil que vivían en todo el valle le habían seguido. Por supuesto le acompañaban todos sus hombres, aunque algunos que habían nacido en Vallefértil dudaron por momentos, y contaba también con casi tres cuartas partes de la guarnición de la ciudad, la mayoría soldados que habían luchado a su lado en la guerra contra oriente, o hijos de éstos. Muchos de ellos no creían que fuera a ocurrir nada, pero el hecho de que él, nombrando a Clover, hubiese anunciado una especie de cataclismo en la ciudad les había hecho dudar lo suficiente como para acometer el viaje.
Entonces lo peor había sido el ánimo de la gente. El primer día una buena parte de los viajeros no dejaba de discutir con el resto. Algunos de los integrantes de una familia pensaba que estaban haciendo una estupidez, mientras que otros les explicaban que si él no dudaba, que si no se perdía tanto, o que el General Saryon no podía haberles mentido, y que Clover era un hombre sabio, y que si les anunciaba eso era porque era probable que ocurriera. En fin, que los ánimos estaban encrespados, hasta el punto de que sus hombres habían tenido que detener varios conatos de pelea motivados por las estupideces más solemnes. Aquello era terrible, puesto que la duda estaba en la mente de todos, incluida la suya, pero después de lo que ocurrió la primera noche aún fue peor.
La tarde había estado iluminada, la típica tarde de otoño en el sur, casi con el aspecto de un día de verano, pero atardeció pronto. Una gran masa de nubes había llegado desde detrás de ellos, cubriendo el sol y haciendo que la oscuridad llegase antes de lo normal, haciendo imposible el avance. Cuando acabaron de acampar era casi noche cerrada, y entonces todos comenzaron a notarlo. Al principio, los animales estaban nerviosos. Los caballos no dejaban de patalear en el suelo, primero los percherones que tiraban de los carros, después los caballos de guerra entrenados. Muchos de los perros que acompañaban a la comitiva comenzaron a correr de un lado a otro, gimiendo como si un niño les hubiese dado una patada. Después comenzaron a llorar los niños pequeños. Se oían llantos por todas partes, pero en ese momento ya todos ellos habían empezado a notarlo. Pronto hasta los bueyes comenzaron a moverse agitados y a bramar de vez en cuando. Y lo peor estaba por venir. De pronto comenzaron a llegar aullidos de los bosques de alrededor, y los perros que acompañaban a muchas de las familias comenzaron a contestar aullando a la vez. Entonces comenzó a soplar el viento cada vez con más fuerza, y el sonido que hacía al atravesar las ramas de los árboles cercanos se unió al resto de los sonidos en un enorme y sobrecogedor lamento que parecía provenir de la misma tierra.
Era el lamento de Isvar.
Cada uno de ellos sentía aquel enorme peso en el corazón, mezcla de tristeza y de dolor. El lamento se hizo más y más intenso, y el dolor y la tristeza más y más fuertes. En la mente de todos estaba la conocida leyenda que decía que los hombres y mujeres nacidos en Isvar estaban unidos de manera especial a esa tierra, y que por eso cuando una gran catástrofe ocurría, sucedía aquello. Nunca lo habían sentido, ni siquiera durante la guerra de Oriente, en la que se habían librado grandes batallas, pero todos estaban seguros de que era El Lamento. Saryon, y varios de sus hombres más duchos en las artes mágicas, estaban seguros de aquello. Lo que más les asombraba era el dolor que embargaba sus corazones. Sin duda alguna no era natural, y nadie podía haber lanzado un conjuro tan poderoso. No, aquella magia provenía de la tierra, de todo lo que les rodeaba. Sólo podía ser otra leyenda que se había vuelto real. Y sólo podía significar que su duda estaba resuelta.
Entonces, con la seguridad de que algo había ocurrido todos se sintieron tristes por los que habían dejado atrás, y muchos lloraban por no haber intentado con más firmeza que algún familiar les hubiese acompañado, o por la certeza de saber que sus vidas nunca volverían a ser como antes. Muchos estaban absortos, como embobados, y aquello había ralentizado aún más la caravana los dos días siguientes, hasta el punto de que un grupo reducido caminando hubiese avanzado a bastante más velocidad que ellos.
Cuando sucedió El Lamento estaban a unas horas del desvío hacia Fénix, probablemente la ciudad más próspera y habitada de la península, y a pesar de ello no habían encontrado a nadie en el camino desde aquel momento, ni después de pasar el cruce. Los mensajeros que había enviado a las ciudades y aldeas más cercanas le habían informado de que la gente estaba asustada, y que corrían rumores de todo tipo, pero nadie sabía a ciencia cierta qué había provocado El Lamento. Saryon sólo lo sospechaba lejanamente. La palabra que corría en boca de todos en Fénix, Flecha Blanca, Ribera de Nidaira y Punta Acogida era Vallefértil. Saryon, para evitar mayor confusión, había ordenado a sus mensajeros informar de aquello de lo que estaban seguros a los consejos locales.
Un pequeño revuelo al frente de la caravana le sacó de sus pensamientos. Indicó con sus talones a Irwen que acelerara el paso y se dirigió al lugar donde varios de sus hombres y unos cuantos campesinos formaban un círculo en el camino, impidiendo a la caravana seguir avanzando. Cuando estuvo más cerca pudo ver que el grupo de curiosos rodeaban a una figura que parecía discutir airadamente con uno de los soldados de la guarnición. Uno de sus hombres, un joven novicio disciplinado y con buenas aptitudes pero con poco tiempo de instrucción, se dirigió hacia él, sin dejar de sujetar la brida de su caballo.
-¡General Saryon!- El muchacho rubio se puso firme.
-¿Qué está ocurriendo? ¿Qué es este revuelo?
-Una joven, señor. Por su aspecto diría que una adoradora de Dhianab.-El muchacho, que no tendría mas de dieciséis años, parecía bastante nervioso.- El sargento Uthar la está intentando convencer de que debe acompañarnos, y de que continuar es peligroso, pero no hay manera. Quiere llegar a toda costa a Vallefértil.
Saryon torció el gesto imaginando que sería una joven terca, pues había sido temeraria caminando sola por esas tierras. Descendió del caballo y le dirigió una mirada de aprobación al muchacho.
-Gracias chico, ¿Cuál era tu nombre?
-Idbagar, señor.
-Bien Idbagar, sigue así y pronto serás caballero.
El muchacho no pudo esconder una amplia sonrisa.
-Muchas gracias, señor. Le aseguro que haré todo lo que pueda.
Saryon se dirigió hacia el corro, cada vez oyendo con más claridad la voz del Sargento Uthar indicándole a aquella chica que no podía continuar, que era demasiado peligroso, y que estaba loca si pensaba que iba a poder llegar a Vallefértil o a lo que fuera que hubiese allí ahora, y que además la necesitarían con la caravana. Los curiosos que formaban el corro le abrieron un pasillo hasta el centro en cuanto vieron a Saryon acercarse. A través del pasillo que se formó, Saryon pudo ver a Uthar, uno de los sargentos de la guarnición. Tendría casi cuarenta años, y su piel curtida y morena indicaba que había sido soldado casi toda su vida. Iba enfundado en una cota de malla que le caía hasta la altura de las rodillas y llevaba un casco con protectores para la nariz y las mejillas, que le daban aspecto inhumano. Había apoyado su escudo y su lanza en el suelo, y en el momento en el que vio a Saryon, dejó de hablar y se volvió hacia él, al igual que su interlocutora.
Algo en la mirada de aquella chica impresionó a Saryon. La joven no era especialmente bella, aunque desde luego tampoco era fea. De talla media, su pelo era de color rojizo, con brillos de color dorado, y caía liso en una melena corta que no llegaba a sus hombros. Su rostro era de rasgos bellos, con los pómulos marcados y los labios sensuales, aunque algo ancho. Vestía una túnica de color pardo, que caía casi hasta sus pies, con un sencillo cinturón de cuerda ciñéndola a la cintura y a su espalda llevaba una pequeña mochila. Su figura era, como su rostro, algo ancha, aunque sus formas femeninas, sin llegar a ser exageradas, eran rotundas, lo cual la haría especialmente bella entre campesinos o soldados, aunque haría también que fuese considerada de aspecto vulgar entre gentes de gustos más refinados. La joven no pasaría de los veinte años, y su atuendo indicaba claramente que era novicia de Dhianab, diosa de los caminantes. Calzaba las sandalias de cuero con el símbolo de su diosa, y miraba hacia Saryon con cierto respeto. El caballero no pudo evitar fijar sus ojos en los de ella, de color castaño, y bastante grandes, y mientras mantenía su vista fija en la de ella no pudo evitar notar todo lo que había detrás de aquella mirada. Una tristeza enorme, una voluntad inquebrantable, y una serenidad casi absoluta era lo que se podía leer en aquellos profundos y extrañamente bellos ojos. Lo que más llamó la atención Saryon fue que transmitían una sensación de familiaridad por su parte.
-General, intento convencerla de que nos acompañe, nos sería verdaderamente útil su presencia aunque sólo sea una novicia. -La voz de Uthar hizo a Saryon volver al mundo que le rodeaba- Su sola presencia tranquilizaría los ánimos de la gente, todos creen que los adeptos de Dhianab dan suerte en los viajes y...
-Debo ir a Vallefértil. -La voz de la joven era tranquila, casi ronroneante, y parecía la de alguien algo mayor de lo que ella era.- Eso es lo único que importa ahora. Vuestra caravana llegará a Fortaleza, pues yo he llegado hasta aquí sin peligro.
-Perdonad mi intromisión, y permitidme presentarme.- Saryon se dirigió al centro del círculo, e hizo una leve inclinación.- Soy Saryon Maiher, Caballero de Isvar.
-Sé quien sois, General Saryon. Pocos en Isvar no os reconocerían.- La chica sonrió levemente por un instante.- Mi nombre es Maray de Dhianab, y como habréis deducido, me dirijo a Vallefértil. No necesitaré escolta, pues mi señora me protege, y lo único que puedo pediros es que me permitáis continuar con mi camino sin dilación.
-Debéis saber que Vallefértil probablemente haya sido atacada, y no sabemos lo que podéis encontrar de camino allí, o lo que podréis encontrar en la ciudad.
-Lo que me pueda ocurrir en mi camino lo dejo en manos de mi diosa, y a lo que pueda encontrar allí me enfrentaré como buenamente pueda, pero debo ir, y ningún argumento hará que cambie de opinión.- La chica hablaba con una serenidad y una firmeza inusitadas, y todos se sorprendieron al oírla hablar de aquella manera a Saryon. Incluso el sargento dio un paso atrás.
-Estoy seguro de que el motivo que allí os lleva es lo suficientemente fuerte como para que mis palabras no os hagan cambiar de opinión, pero aun así debo aconsejaros que volváis sobre vuestros pasos y acompañéis a nuestra caravana. Vuestra presencia nos ayudaría mucho a aliviar a estas gentes, y estoy convencido de que eso complacería plenamente a vuestra diosa.
-Mi diosa ya ha dado su bendición a estas gentes, y estoy convencida de que llegarán sin daño a Fortaleza.- Un murmullo se levantó inmediatamente entre los que escuchaban, y Saryon estaba seguro de que en menos de nada todos estarían enterados de lo que había dicho, y estarían tanto o más animados que si la joven adepta les hubiera acompañado. O aquella joven era muy inteligente, o realmente estaba tocada por su diosa.- Y los asuntos que me hacen ir a Vallefértil son mucho más importantes para mí que todos los motivos que podáis darme para que me quede, por lo que de nuevo os ruego que me dejéis continuar con mi camino.- Saryon notó un nuevo ramalazo de tristeza en la mirada de la joven.
-No seré yo quien os detenga, pero si no os intentase convencer no me sentiría tranquilo. No me gustaría que vuestra muerte pesase sobre mi conciencia.
-Otras muertes podrán pesar sobre vuestra conciencia, General Saryon, pero la mía no será una de ellas.
-Entonces, Maray de Dhianab, continuad con vuestro camino.-La voz de Saryon estaba cargada de solemnidad. La seguridad con la que aquella joven le estaba hablando le impresionó profundamente.- Espero que vuestra diosa os ayude.
-Muchas gracias, Senador Maiher, espero que vuestros dioses os protejan.
Dicho esto, la joven comenzó a caminar hacia el exterior del corro, y continuó hacia el final de la caravana, junto al camino. Avanzaba tranquilamente, observada con respeto por la gente de la caravana, hasta que dobló un recodo del camino, donde la perdieron de vista.
El paso al que avanzaba la caravana aumentó con los ánimos adquiridos, y cuando llegó la noche estaba seguro de que al día siguiente, a esas horas todos estarían cenando en algún lugar seguro dentro de Fortaleza.
Kermat, su mejor capitán, se presentó en cuanto recibió su mensaje. Había luchado a su lado en la guerra, y confiaba en él plenamente. Se mostró sorprendido cuando le ordenó que continuase guiando la caravana y le informó de que él se reuniría con ellos pronto en Fortaleza. El capitán Kermat estaba acostumbrado a que Saryon desapareciese de vez en cuando, a veces por unos días, y otras veces durante semanas, por lo que no le dio importancia. Además, le dio una carta que debía entregar a Ulrich, uno de los generales del ejército de Isvar, además de senador, en la que entre otras cosas le pedía que convocase al Senado con urgencia. Ulrich era un buen amigo, y tenía la influencia necesaria para conseguir lo que le pedía.
Saryon cabalgó sobre Irwen hacia el final de la caravana. Había dos cosas que tenía claras. Una, que la muerte de aquella joven no pesaría sobre su conciencia. La otra, que averiguaría qué era lo que había producido la profunda tristeza que había en sus ojos, aunque sobre eso ya tenía una teoría. Y además, alguien debía investigar qué había ocurrido en Vallefértil, y no le gustaba mandar a nadie a una misión tan arriesgada y que podía hacer él mismo.
Avanzaban entre dos altas colinas cubiertas de hierba y pequeños bosquecillos. Aquella zona, aunque fértil, era bastante agreste, motivo por el cual no había sido utilizada para labranza, y estaba casi deshabitada. Antes de la guerra contra oriente, en la que muchos campesinos habían muerto o huido a las ciudades, unos cuantos colonos valientes o desesperados, habían comenzado a establecerse en aquellas tierras. Pero durante la larga y descarnada guerra el camino había sido transitado por los ejércitos de uno y otro bando, y los campesinos se habían tenido que retirar a zonas más seguras, puesto que los orientales utilizaban en sus ejércitos criaturas peligrosas, como los fanáticos hombres serpiente, o los disciplinados y poderosos andracs, además de otras criaturas de mayor tamaño y mayor ferocidad.
Tras la guerra, los únicos habitantes, aparte de los animales, eran algunos cazadores, quizá algún druida, y unos cuantos grupos de salteadores, desertores de los ejércitos organizados en pequeñas bandas. Se decía que incluso se habían visto algunos grupos de orcos, que se dedicaban a atacar a las caravanas que transitaban por el camino hacia Fortaleza, una de las ciudades más al sur de Isvar. Aunque no era una ciudad de gran actividad comercial, durante la guerra había cobrado gran importancia, sobre todo por el hecho de que el primer senado de Isvar había sido organizado allí durante la guerra, en un esfuerzo por aunar los recursos de las ciudades estado y del resto de nobles y órdenes de clérigos o caballeros de la península. La ciudad estaba en una isla a la que sólo se podía acceder en marea baja, y además estaba excelentemente amurallada, motivo por el cual le habían dado ese nombre. Sus gentes eran duras para ser sureñas, y muy hospitalarias, puesto que muchos de ellos eran descendientes de refugiados de otras guerras que probablemente ya casi nadie recordaría, y les habían educado generación tras generación desde siempre con esas costumbres. Además, al no haber una actividad comercial constante, no había grandes y ricos señores, con lo que la gente se sentía muy unida. Fortaleza era una de los lugares que más le gustaban de Isvar, y más de una vez le habían preguntado si era de allí, puesto que, en ocasiones, cuando sus negocios y sus obligaciones con La Orden se lo permitían, pasaba temporadas en la ciudad.
Más de trescientos hombres bien armados, montando grandes caballos de guerra y con la enseña de la orden de Isvar escoltaban la larga caravana, además de casi un centenar de lanceros de la guarnición, con lo que si algún orco o bandido los había visto aún estaría pidiendo al dios al que adorase no haber sido observado, y esperaría paciente el paso de la comitiva. En ese sentido estaba bastante tranquilo, aunque temía que los que habían atacado Vallefértil se hubiesen dado cuenta de su marcha y decidiesen darles caza, en cuyo caso estarían completamente perdidos.
Hacía ya tres días que habían salido, y aún tardarían al menos un día más en llegar a Fortaleza. La caravana avanzaba lentamente. Habían tardado una eternidad en ponerse en marcha por las mañanas, y muchos de los carros estaban tirados por bueyes, y muy cargados, por lo que retrasaban al resto. Era muy complicado para sus hombres organizar una caravana de casi un centenar de carros o carretas, y aun así, ni la mitad de las ocho mil personas que calculaba el consejero mayor de Vallefértil que vivían en todo el valle le habían seguido. Por supuesto le acompañaban todos sus hombres, aunque algunos que habían nacido en Vallefértil dudaron por momentos, y contaba también con casi tres cuartas partes de la guarnición de la ciudad, la mayoría soldados que habían luchado a su lado en la guerra contra oriente, o hijos de éstos. Muchos de ellos no creían que fuera a ocurrir nada, pero el hecho de que él, nombrando a Clover, hubiese anunciado una especie de cataclismo en la ciudad les había hecho dudar lo suficiente como para acometer el viaje.
Entonces lo peor había sido el ánimo de la gente. El primer día una buena parte de los viajeros no dejaba de discutir con el resto. Algunos de los integrantes de una familia pensaba que estaban haciendo una estupidez, mientras que otros les explicaban que si él no dudaba, que si no se perdía tanto, o que el General Saryon no podía haberles mentido, y que Clover era un hombre sabio, y que si les anunciaba eso era porque era probable que ocurriera. En fin, que los ánimos estaban encrespados, hasta el punto de que sus hombres habían tenido que detener varios conatos de pelea motivados por las estupideces más solemnes. Aquello era terrible, puesto que la duda estaba en la mente de todos, incluida la suya, pero después de lo que ocurrió la primera noche aún fue peor.
La tarde había estado iluminada, la típica tarde de otoño en el sur, casi con el aspecto de un día de verano, pero atardeció pronto. Una gran masa de nubes había llegado desde detrás de ellos, cubriendo el sol y haciendo que la oscuridad llegase antes de lo normal, haciendo imposible el avance. Cuando acabaron de acampar era casi noche cerrada, y entonces todos comenzaron a notarlo. Al principio, los animales estaban nerviosos. Los caballos no dejaban de patalear en el suelo, primero los percherones que tiraban de los carros, después los caballos de guerra entrenados. Muchos de los perros que acompañaban a la comitiva comenzaron a correr de un lado a otro, gimiendo como si un niño les hubiese dado una patada. Después comenzaron a llorar los niños pequeños. Se oían llantos por todas partes, pero en ese momento ya todos ellos habían empezado a notarlo. Pronto hasta los bueyes comenzaron a moverse agitados y a bramar de vez en cuando. Y lo peor estaba por venir. De pronto comenzaron a llegar aullidos de los bosques de alrededor, y los perros que acompañaban a muchas de las familias comenzaron a contestar aullando a la vez. Entonces comenzó a soplar el viento cada vez con más fuerza, y el sonido que hacía al atravesar las ramas de los árboles cercanos se unió al resto de los sonidos en un enorme y sobrecogedor lamento que parecía provenir de la misma tierra.
Era el lamento de Isvar.
Cada uno de ellos sentía aquel enorme peso en el corazón, mezcla de tristeza y de dolor. El lamento se hizo más y más intenso, y el dolor y la tristeza más y más fuertes. En la mente de todos estaba la conocida leyenda que decía que los hombres y mujeres nacidos en Isvar estaban unidos de manera especial a esa tierra, y que por eso cuando una gran catástrofe ocurría, sucedía aquello. Nunca lo habían sentido, ni siquiera durante la guerra de Oriente, en la que se habían librado grandes batallas, pero todos estaban seguros de que era El Lamento. Saryon, y varios de sus hombres más duchos en las artes mágicas, estaban seguros de aquello. Lo que más les asombraba era el dolor que embargaba sus corazones. Sin duda alguna no era natural, y nadie podía haber lanzado un conjuro tan poderoso. No, aquella magia provenía de la tierra, de todo lo que les rodeaba. Sólo podía ser otra leyenda que se había vuelto real. Y sólo podía significar que su duda estaba resuelta.
Entonces, con la seguridad de que algo había ocurrido todos se sintieron tristes por los que habían dejado atrás, y muchos lloraban por no haber intentado con más firmeza que algún familiar les hubiese acompañado, o por la certeza de saber que sus vidas nunca volverían a ser como antes. Muchos estaban absortos, como embobados, y aquello había ralentizado aún más la caravana los dos días siguientes, hasta el punto de que un grupo reducido caminando hubiese avanzado a bastante más velocidad que ellos.
Cuando sucedió El Lamento estaban a unas horas del desvío hacia Fénix, probablemente la ciudad más próspera y habitada de la península, y a pesar de ello no habían encontrado a nadie en el camino desde aquel momento, ni después de pasar el cruce. Los mensajeros que había enviado a las ciudades y aldeas más cercanas le habían informado de que la gente estaba asustada, y que corrían rumores de todo tipo, pero nadie sabía a ciencia cierta qué había provocado El Lamento. Saryon sólo lo sospechaba lejanamente. La palabra que corría en boca de todos en Fénix, Flecha Blanca, Ribera de Nidaira y Punta Acogida era Vallefértil. Saryon, para evitar mayor confusión, había ordenado a sus mensajeros informar de aquello de lo que estaban seguros a los consejos locales.
Un pequeño revuelo al frente de la caravana le sacó de sus pensamientos. Indicó con sus talones a Irwen que acelerara el paso y se dirigió al lugar donde varios de sus hombres y unos cuantos campesinos formaban un círculo en el camino, impidiendo a la caravana seguir avanzando. Cuando estuvo más cerca pudo ver que el grupo de curiosos rodeaban a una figura que parecía discutir airadamente con uno de los soldados de la guarnición. Uno de sus hombres, un joven novicio disciplinado y con buenas aptitudes pero con poco tiempo de instrucción, se dirigió hacia él, sin dejar de sujetar la brida de su caballo.
-¡General Saryon!- El muchacho rubio se puso firme.
-¿Qué está ocurriendo? ¿Qué es este revuelo?
-Una joven, señor. Por su aspecto diría que una adoradora de Dhianab.-El muchacho, que no tendría mas de dieciséis años, parecía bastante nervioso.- El sargento Uthar la está intentando convencer de que debe acompañarnos, y de que continuar es peligroso, pero no hay manera. Quiere llegar a toda costa a Vallefértil.
Saryon torció el gesto imaginando que sería una joven terca, pues había sido temeraria caminando sola por esas tierras. Descendió del caballo y le dirigió una mirada de aprobación al muchacho.
-Gracias chico, ¿Cuál era tu nombre?
-Idbagar, señor.
-Bien Idbagar, sigue así y pronto serás caballero.
El muchacho no pudo esconder una amplia sonrisa.
-Muchas gracias, señor. Le aseguro que haré todo lo que pueda.
Saryon se dirigió hacia el corro, cada vez oyendo con más claridad la voz del Sargento Uthar indicándole a aquella chica que no podía continuar, que era demasiado peligroso, y que estaba loca si pensaba que iba a poder llegar a Vallefértil o a lo que fuera que hubiese allí ahora, y que además la necesitarían con la caravana. Los curiosos que formaban el corro le abrieron un pasillo hasta el centro en cuanto vieron a Saryon acercarse. A través del pasillo que se formó, Saryon pudo ver a Uthar, uno de los sargentos de la guarnición. Tendría casi cuarenta años, y su piel curtida y morena indicaba que había sido soldado casi toda su vida. Iba enfundado en una cota de malla que le caía hasta la altura de las rodillas y llevaba un casco con protectores para la nariz y las mejillas, que le daban aspecto inhumano. Había apoyado su escudo y su lanza en el suelo, y en el momento en el que vio a Saryon, dejó de hablar y se volvió hacia él, al igual que su interlocutora.
Algo en la mirada de aquella chica impresionó a Saryon. La joven no era especialmente bella, aunque desde luego tampoco era fea. De talla media, su pelo era de color rojizo, con brillos de color dorado, y caía liso en una melena corta que no llegaba a sus hombros. Su rostro era de rasgos bellos, con los pómulos marcados y los labios sensuales, aunque algo ancho. Vestía una túnica de color pardo, que caía casi hasta sus pies, con un sencillo cinturón de cuerda ciñéndola a la cintura y a su espalda llevaba una pequeña mochila. Su figura era, como su rostro, algo ancha, aunque sus formas femeninas, sin llegar a ser exageradas, eran rotundas, lo cual la haría especialmente bella entre campesinos o soldados, aunque haría también que fuese considerada de aspecto vulgar entre gentes de gustos más refinados. La joven no pasaría de los veinte años, y su atuendo indicaba claramente que era novicia de Dhianab, diosa de los caminantes. Calzaba las sandalias de cuero con el símbolo de su diosa, y miraba hacia Saryon con cierto respeto. El caballero no pudo evitar fijar sus ojos en los de ella, de color castaño, y bastante grandes, y mientras mantenía su vista fija en la de ella no pudo evitar notar todo lo que había detrás de aquella mirada. Una tristeza enorme, una voluntad inquebrantable, y una serenidad casi absoluta era lo que se podía leer en aquellos profundos y extrañamente bellos ojos. Lo que más llamó la atención Saryon fue que transmitían una sensación de familiaridad por su parte.
-General, intento convencerla de que nos acompañe, nos sería verdaderamente útil su presencia aunque sólo sea una novicia. -La voz de Uthar hizo a Saryon volver al mundo que le rodeaba- Su sola presencia tranquilizaría los ánimos de la gente, todos creen que los adeptos de Dhianab dan suerte en los viajes y...
-Debo ir a Vallefértil. -La voz de la joven era tranquila, casi ronroneante, y parecía la de alguien algo mayor de lo que ella era.- Eso es lo único que importa ahora. Vuestra caravana llegará a Fortaleza, pues yo he llegado hasta aquí sin peligro.
-Perdonad mi intromisión, y permitidme presentarme.- Saryon se dirigió al centro del círculo, e hizo una leve inclinación.- Soy Saryon Maiher, Caballero de Isvar.
-Sé quien sois, General Saryon. Pocos en Isvar no os reconocerían.- La chica sonrió levemente por un instante.- Mi nombre es Maray de Dhianab, y como habréis deducido, me dirijo a Vallefértil. No necesitaré escolta, pues mi señora me protege, y lo único que puedo pediros es que me permitáis continuar con mi camino sin dilación.
-Debéis saber que Vallefértil probablemente haya sido atacada, y no sabemos lo que podéis encontrar de camino allí, o lo que podréis encontrar en la ciudad.
-Lo que me pueda ocurrir en mi camino lo dejo en manos de mi diosa, y a lo que pueda encontrar allí me enfrentaré como buenamente pueda, pero debo ir, y ningún argumento hará que cambie de opinión.- La chica hablaba con una serenidad y una firmeza inusitadas, y todos se sorprendieron al oírla hablar de aquella manera a Saryon. Incluso el sargento dio un paso atrás.
-Estoy seguro de que el motivo que allí os lleva es lo suficientemente fuerte como para que mis palabras no os hagan cambiar de opinión, pero aun así debo aconsejaros que volváis sobre vuestros pasos y acompañéis a nuestra caravana. Vuestra presencia nos ayudaría mucho a aliviar a estas gentes, y estoy convencido de que eso complacería plenamente a vuestra diosa.
-Mi diosa ya ha dado su bendición a estas gentes, y estoy convencida de que llegarán sin daño a Fortaleza.- Un murmullo se levantó inmediatamente entre los que escuchaban, y Saryon estaba seguro de que en menos de nada todos estarían enterados de lo que había dicho, y estarían tanto o más animados que si la joven adepta les hubiera acompañado. O aquella joven era muy inteligente, o realmente estaba tocada por su diosa.- Y los asuntos que me hacen ir a Vallefértil son mucho más importantes para mí que todos los motivos que podáis darme para que me quede, por lo que de nuevo os ruego que me dejéis continuar con mi camino.- Saryon notó un nuevo ramalazo de tristeza en la mirada de la joven.
-No seré yo quien os detenga, pero si no os intentase convencer no me sentiría tranquilo. No me gustaría que vuestra muerte pesase sobre mi conciencia.
-Otras muertes podrán pesar sobre vuestra conciencia, General Saryon, pero la mía no será una de ellas.
-Entonces, Maray de Dhianab, continuad con vuestro camino.-La voz de Saryon estaba cargada de solemnidad. La seguridad con la que aquella joven le estaba hablando le impresionó profundamente.- Espero que vuestra diosa os ayude.
-Muchas gracias, Senador Maiher, espero que vuestros dioses os protejan.
Dicho esto, la joven comenzó a caminar hacia el exterior del corro, y continuó hacia el final de la caravana, junto al camino. Avanzaba tranquilamente, observada con respeto por la gente de la caravana, hasta que dobló un recodo del camino, donde la perdieron de vista.
El paso al que avanzaba la caravana aumentó con los ánimos adquiridos, y cuando llegó la noche estaba seguro de que al día siguiente, a esas horas todos estarían cenando en algún lugar seguro dentro de Fortaleza.
Kermat, su mejor capitán, se presentó en cuanto recibió su mensaje. Había luchado a su lado en la guerra, y confiaba en él plenamente. Se mostró sorprendido cuando le ordenó que continuase guiando la caravana y le informó de que él se reuniría con ellos pronto en Fortaleza. El capitán Kermat estaba acostumbrado a que Saryon desapareciese de vez en cuando, a veces por unos días, y otras veces durante semanas, por lo que no le dio importancia. Además, le dio una carta que debía entregar a Ulrich, uno de los generales del ejército de Isvar, además de senador, en la que entre otras cosas le pedía que convocase al Senado con urgencia. Ulrich era un buen amigo, y tenía la influencia necesaria para conseguir lo que le pedía.
Saryon cabalgó sobre Irwen hacia el final de la caravana. Había dos cosas que tenía claras. Una, que la muerte de aquella joven no pesaría sobre su conciencia. La otra, que averiguaría qué era lo que había producido la profunda tristeza que había en sus ojos, aunque sobre eso ya tenía una teoría. Y además, alguien debía investigar qué había ocurrido en Vallefértil, y no le gustaba mandar a nadie a una misión tan arriesgada y que podía hacer él mismo.
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