Escrito por Cronos el lunes, 7 de junio de 2010
Viaje a la esperanza.
Zalama, la capital de Zembia, era una ciudad grande y bulliciosa, pero como todas las ciudades en las que confluían estas dos características, unidas al hecho de ser una ciudad portuaria, también era un lugar en el que si no vigilabas tus pasos podías acabar mal. Vista desde el mar, la ciudad parecía yacer sobre el profundo e intensamente verde valle rodeado de altas montañas. La jungla llenaba amplias zonas del valle, y subía por las laderas montañosas como enredaderas en un muro, hasta desaparecer y dejar las grises moles de piedra desnudas en su parte más alta. La ciudad era marrón, baja y extensa, y parecía abrazar la bahía, intentando abarcarla por completo. La inmensa mayoría de edificios eran construcciones simples y abiertas de madera con tejado de ramas de palma secas o de otras hojas resistentes y sin duda provenientes de la jungla. Las calles eran estrechas, y a media tarde el calor era tal que quedaban prácticamente vacías.
Los habitantes de Zalama, sobre todo aquellos de la raza originaria de estas tierras, resistían muy bien el calor, aunque tras haber tratado con ellos una temporada, sabía que esa resistencia natural estaba perfectamente combinada con una serie de sabias costumbres que hacían que sus vidas en fuesen más llevaderas. La de dormir en las horas en las que el calor era más duro era sólo una de ellas. Los zalameños que vivían en las ciudades solían vestir túnicas cortas y ceñidas a la cintura, con sandalias por debajo, y hasta los militares usaban atuendos similares, únicamente protegidos por cotas de cuero que llevaban sobre las túnicas. Los miembros de la raza originaria de Zalama eran morenos de piel y de pelo negro y lacio. No solían ser muy altos, como los orientales, y normalmente tenían complexión ligera. La única diferencia perceptible entre los miembros de las tribus de la jungla, a los que normalmente llamaban zembabeis, y los habitantes de las ciudades estaba en que los zembabeis eran algo más pequeños de talla y complexión, y también algo más morenos de piel, aunque era una diferencia poco perceptible. Lo que sí sabía era que, en contra de lo que pudiera parecer a simple vista, tanto los zalameños como los zembabeis eran gente respetuosa, y que su cultura era tan antigua como rica.
La ciudad, que además de ser capital del país también lo era de la región más oriental, Zalama, estaba rodeada por una miríada de granjas y tierras de labranza que abastecían a la ciudad con sus frutos. Las tierras llanas de toda Zembia, aunque difíciles de trabajar, eran ricas y fértiles. La mayor dificultad para ampliar las zonas de labranza consistía en la densa jungla que cubría buena parte del país, hasta el punto de que su región central, Zembabei, estaba totalmente cubierta por la densa y agreste vegetación. Cada año, grandes zonas de terreno eran desbrozadas para construir granjas y espacios para el ganado. Esta práctica era muy habitual en el oeste del país, la región denominada Zembuu, donde la afluencia de gentes del Imperio había aumentado la población y las ansias por nuevas tierras. Unos años atrás, los zembabeis comenzaron a realizar incursiones contra los colonos, alegando que les robaban sus tierras ancestrales y, sobre todo, que profanaban sus lugares sagrados, rompiendo así antiguos tratados entre el consejo de las tribus y la corona de Zembia. Tras años de confusión, las ciudades de la región de Zalama, habitadas por gentes de raza y cultura similar a las de los miembros de las tribus, y mucho más sensibles a sus problemas, habían convencido al Rey de que firmara un decreto que restringiese el derecho a limpiar nuevas zonas de jungla, haciendo que un consejo formado por representantes del Rey, de las tribus y de los colonos decidiese sobre qué tierras podían ser utilizadas y cuáles no. La intención era muy buena, pero el resultado fue un desastre. La región de Zembuu, profundamente influida por el Imperio de Sanazar y con garantías de éste de que recibirían todo el apoyo necesario, se declaró en rebeldía y decidió independizarse. Desde entonces, todo el país había estado convulsionado con una guerra cruel cuyo fin no parecía que fuese a llegar pronto.
Llevaba tiempo esperando este momento. El trabajo aquí había sido arduo, y los líderes del consejo de las tribus, aunque aún no se habían decidido por completo a apoyar al Rey con hombres, sí habían decidido respetar los antiguos tratados y luchar contra los rebeldes y las tropas del imperio en la jungla. Eso daba a Zalama tiempo, mucho tiempo, aunque los soldados del imperio ya habían comenzado a quemar zonas de jungla en Zembabei con la intención de abrir rutas seguras y así poder acceder a las ciudades leales al Rey en Zalama. Esto estaba provocando más y más malestar entre los jefes y los chamanes de las tribus, y la balanza podría acabar por decidirse hacia su lado. No sabía de la verdadera fuerza de los zembabeis, nadie lo sabía en realidad, pero el haber tratado con ellos directamente le había ayudado a comprender que aquellos hombres en apariencia salvajes escondían secretos y fuerzas mucho más poderosos de lo que nadie sospechaba. Podían ser aliados a largo plazo, y eso era lo que Isvar necesitaba. Información y aliados. Y ahora ya poseía ambas cosas. Faltaba el último paso, y era el momento de darlo. Debía volver a Isvar cuanto antes, y si había un barco que pudiese llevarle antes que ninguno, era el que llegaba a la bahía en esos momentos. El Intrépido. Y quizá, sólo quizá, pudiese convencer a su capitán de que se dirigiese hacia allí. Varios de sus amigos habían anclado sus barcos en la bahía los últimos días, y por lo que había llegado a hablar con el propio Bidhanck, el capitán del Señor de las tormentas, había algo terrorífico en el mar, algo que hacía que lo aconsejable fuese quedarse anclado en Zalama o largarse al sur o al oeste, a aguas más seguras. Había hablado con Bidhanck antes, y sabía que era un hombre valiente aunque no un temerario, y fuera lo que fuera lo que estaba pasando, era grave. Pocos capitanes temen el mar realmente, y Bidhanck ahora parecía temerlo. En fin, que todos los caminos confluían, y cuando eso sucede sólo se puede seguir hacia donde el destino indica. Y en este caso era su hogar, Isvar. En el fondo, tenía ganas de deshacerse del disfraz y volver a ser él mismo. Si es que tal persona realmente existía.
Continuó mirando el mar, viendo cómo el gran barco del capitán Hoja Afilada comenzaba la maniobra de atraque de manera coordinada y elegante. Pronto, una figura a caballo subió por la ladera de la colina hasta llegar a su lado. Era un hombre bastante alto y corpulento, vestido a la manera Zalameña, con una túnica corta de color verde y sandalias. Su piel era morena y su cabello negro y lacio, cayéndole en una melena sobre los hombros. Su rostro, de rasgos fuertes y mirada escrutadora e impasible, mantenía un eterno rictus serio e inescrutable.
-Ya veo que lo has visto. Antes de que anochezca los capitanes se reunirán. Bidhanck me lo ha dicho.
-Gracias, Gideon. Si todo va bien, pronto estaremos en casa.
-Vayamos a la taberna y esperemos allí. Quizá el capitán tome tierra pronto. Y deberías llamarme Tharam.
-Tienes razón, aunque aquí no hay nadie. Espera, quiero retocar el disfraz. Hace mucho calor y he sudado, no quiero que nadie se dé cuenta de nada por ahora. Debemos mantener nuestras identidades ocultas hasta que estemos en el barco. Quizá algún día tengamos que volver, y no me gustaría tener que utilizar un disfraz distinto, sería demasiado arriesgado.
Comenzó a sacar de su mochila la colección de enseres que usaba para disfrazarse. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se colocó un pequeño espejo en el regazo. Primero revisó el pelo, comprobando que en ninguna zona se notase el rubio natural bajo el tinte negro. Se retiró la pasta de latak, una extraña pero útil planta que tratada adecuadamente daba una resina gomosa que se pegaba fácilmente a la piel y que solía usar para deformar sus rasgos y, lo que era más importante, para hacer que sus orejas no fuesen puntiagudas. Tal y como suponía, el sudor había estropeado la pasta, y de no haberla cambiado podría habérsele despegado en mal momento. Sus rasgos, que con el maquillaje parecían los de un hombre bastante recio e incluso de mandíbula prominente, se veían ahora finos y delicados, incluso femeninos, y en las zonas en las que había llevado la pasta, se veía su tono natural de piel, levemente moreno pero mucho menos que las zonas maquilladas. Ahí, en el espejo, con su pelo teñido de negro y medio maquillado, pudo verse, o más bien intuirse a sí mismo por un momento. Findanar de Fénix, el semielfo. Pero tenía que volver a ser Gorian el Viajero, comerciante zalameño. Ya quedaba poco. Volvió a colocarse el disfraz con un cuidado inusitado, aprendido a base de experiencia y de equivocarse muchas veces. No había nada peor que un fallo en el disfraz en mal momento. Varias veces había estado a punto de morir por ello, y no quería que se repitiese. Tras ponerse su túnica blanca y de ribetes rojos y dorados, revisó que no hubiese quedado ninguna mancha de tinte ni de maquillaje en ella.
Poco tiempo después, la recia figura de Tharam y la más menuda de Gorian, cruzaban el umbral de la Taberna de la Serpiente Alada, el lugar donde se reunían Jacob, Eidon y los demás capitanes cuando anclaban en Zalama. No vieron a ninguno de los capitanes en la taberna, así que cruzaron la sala hacia el reservado que sabían estaba en la parte trasera. El ambiente era oscuro, había varios tripulantes de los barcos que luchaban contra el Imperio, y las caras eran largas y las conversaciones en susurros. Gorian llamó a la puerta del reservado. Al momento, Ika, a quien ya conocían, abrió la puerta. Su voz era, como siempre, suave, neutra y casi susurrante.
-Gorian. Sabes que eres bienvenido, pero no sé si será el momento.
-Dile a Eidon que me he enterado de que tienen problemas y tengo una propuesta que hacerles. Quizá quiera oírme.
Ika cerró la puerta y al poco rato volvió a abrirla.
-Podéis pasar. Sabéis que lo que oigáis aquí, aquí debe quedarse.
-Lo sabemos. Espero que lo que yo diga aquí también se quede aquí. No sois los únicos que tenéis secretos.
-Sabes que así será.-Ika franqueó la puerta mientras decía esto.
En el reservado el ambiente no era mejor que en la sala. Caras largas y gestos de preocupación era lo que predominaba. A Gorian le llamó la atención Benybeck, a quien no conocía, y que estaba silbando una melodía absurda mientras daba vueltas a la habitación jugueteando con los mechones de su pelo. El miuven le devolvió una mirada inquisitiva y medio sarcástica. Por un momento, el semielfo temió por su disfraz, pero no podía comprobar que todo estuviese bien sin delatarse, así que decidió continuar.
A la mesa estaban sentados Eidon, el pálido e implacable capitán del Intrépido, Bidhanck, el capitán del Señor de las Tormentas, Xiara, la joven y bella capitana del Sable, un barco pequeño pero rápido, más propio de contrabandistas que de piratas, Igram, el capitán del León Marino, y la bella mujer elfa a la que se conocía con el mismo nombre que a su barco, La Dama de Plata. Faltaban Jacob, que había sido líder del grupo por mucho tiempo, y Lang, el oriental. Se fijó en la mano de Eidon y vio el anillo que le otorgaba el liderato del grupo. Jacob le había confesado hacía unos meses que Eidon sería su nuevo líder pronto, pero le extrañaba que ni Jacob ni el Ermitaño estuviesen en el puerto. Tomó asiento e hizo señas a Tharam para que permaneciese tras él, del mismo modo que los guardaespaldas de los capitanes.
-Eres bienvenido, Gorian.- Eidon mostraba una sonrisa sincera pero fría.-Son malos momentos, y todos nuestros amigos serán pocos a partir de ahora.
-De eso quería hablaros, Eidon. Pero antes de entrar en materia, me gustaría saber que ha pasado con Jacob y Lang. Cuando vi llegar al Señor de las Tormentas, pensé que todos os reuniríais aquí.
-De eso estábamos hablando, Gorian. –Xiara era una mujer de no más de veinte o veinticinco años, de pelo moreno y rizo, y piel morena. Sus rasgos eran finos y delicados, y sus ojos, grandes y negros, dejaban ver un algo salvaje que aumentaban su atractivo natural. Vestía con una casaca sencilla y entallada, de color gris, que realzaba su figura, una blusa blanca y pantalones de cuero. De su cintura colgaba el arma que daba nombre a su barco, un hermoso sable, probablemente de factura élfica.-Jacob y Lang ya no están con nosotros.
-¡Dioses!-Gorian estaba realmente sorprendido y ahora entendía las caras largas.-Pero ¿Qué ha ocurrido? ¡Nunca habíais perdido a uno de vosotros desde que os conozco!
-El Imperio ha encontrado un arma lo suficientemente peligrosa. Las consecuencias que traerá son enormes.-Eidon, aunque frío, parecía preocupado.- Discutíamos qué hacer a partir de ahora.
-¿Un arma? ¿Qué arma? Vuestros barcos han sido fabricados en los astilleros del Rey. Nadie posee los conocimientos necesarios en el imperio para hacer barcos como los nuestros. Sus galeones son como bloques de piedra en alta mar comparándolos con vuestros barcos.
-No… no sabemos muy bien lo que es.- Bidhanck parecía asustado.-Unas criaturas. Como pulpos, pero enormes. Y van acompañados por seres similares pero más pequeños. No los ves hasta que te están atacando, y es realmente difícil vencerles. Perdí la mitad de mi tripulación luchando contra uno de ellos. Y a punto estuve de perder mi barco y mi vida.
-Pero… ¿Cómo…?
-Su Dios.-La voz de Eidon sonó fría como la muerte.-Gorian, hay cosas de mí que no sabes, y una de ellas es que yo serví al Imperio durante años. El Dios al que adoran es mucho más que los dioses normales. Su poder se deja ver de manera clara. Controla las mentes de sus adeptos y les puede hacer actuar en contra de sus propias voluntades. Él… o más bien ella, es el verdadero enemigo. Y estoy seguro de que tiene que ver con ella.
-Había oído hablar de su dios, Eidon, pero no sabía que fuese tan poderoso.
-Nadie en el Imperio te hablaría claramente de ese dios sin miedo a morir. Eres un extranjero. Nadie teme más al Dios Perdido que sus propios adoradores.
-Y si es capaz de crear esas horribles criaturas, entonces tenéis un enemigo poderoso.
-Ese dios me odia personalmente, y me lo ha demostrado en muchas ocasiones. Quizá si yo me fuese, dejaría tranquilo al resto, aunque lo dudo. Realmente creo que pretende controlar todo el mundo conocido. La guerra civil con Zembuu también parece uno de sus planes.
-No sé si es ese dios el que ha preparado la guerra civil, pero sí sé que el Imperio es quien la persigue, y quien la ha provocado. Quieren toda Zembia. Pero, o mucho me equivoco, o les va a costar mucho más trabajo del que piensan.
-Ojalá estés en lo cierto, pero si Zalama pierde el mar, tendrá problemas.-Igram, el orondo capitán del León Marino hablaba casi en susurros.
-El mar esta perdido para todos, Igram. Y a Zalama le queda la jungla. Ellos no pueden atravesarla. Los zembabei son una fuerza que no han podido o no han sabido medir.-Gorian estaba muy seguro de lo que decía.- Zembabei resistirá, y si la jungla resiste, Zalama resistirá.
-Pero… ¿Qué haremos nosotros? Me gusta el mar, y no quiero quedarme encerrada en este puerto durante siglos. Hay que buscar un sitio a donde ir.-Xiara parecía contrariada, incluso enfadada.
La sala quedó sumida en un incómodo y tenso silencio. Nadie sabía cuál era la respuesta a esa pregunta. Gorian sabía que había llegado el momento de explicar muchas cosas. De pronto, la voz del miuven rompió el silencio.
-Semielfo, ¿Por qué vas disfrazado? ¿Hay alguna fiesta?- Benybeck sonreía inocentemente.
-¿Qué?-Eidon se puso en pie, mientras que Gorian permaneció todo lo inmóvil que pudo.- ¿Quién es un semielfo?
-Él.-El miuven señalaba sonriente a Gorian.- ¿Hay una fiesta? Me encantan las fiestas de disfraces.
Gorian se puso en pie, sonriendo, y mirando al miuven.
-Vaya, parece que lo que dicen de vosotros es cierto. ¿Por qué dices que estoy disfrazado?
-Hueles a Latak. Y yo sé para que se usa eso. Y tus orejas son muy extrañas. Y además tu pelo no es de ese color. Se nota.
-Estoy asombrado.-Los capitanes escuchaban la conversación incrédulos, mientras que sus guardaespaldas permanecían tensos, preparados para actuar.-Pero estás en lo cierto.
-¡Si quieres conservar tu vida, explícate!-Bidhanck se puso en pie, sumamente enfadado, mientras echaba mano de la empuñadura de su espada. La Dama de Plata le tomó por el brazo y le invitó a sentarse de nuevo.
-Tranquilo, Bidhanck. Gorian, si ése es su verdadero nombre, no nos ha entregado hasta ahora, y no tiene por qué hacerlo. La gente no siempre es lo que parece y eso no les hace ser malvados, ni siquiera peligrosos.
-Gracias, señora. Y creed que la explicación que os voy a dar os satisfará a todos.-La voz de Gorian sonaba ahora distinta. Tenía cierto acento elfo y era más fina. Gorian se quitó el Latak de la cara y las orejas, y después se quitó buena parte del maquillaje que llevaba con un pañuelo.-Antes de nada, sabed que espero que nada de lo que ahora os voy a revelar salga jamás de los aquí presentes. Sé que sois piratas, pero también sé que sois gentes de honor y que respondéis por vuestros guardaespaldas, pero necesito que me deis vuestra palabra de que lo que os voy a contar sobre mí mismo jamás saldrá de esta sala. Si contáis algo, vosotros perderéis un buen aliado, y yo un buen disfraz.
-Tienes nuestra palabra, Gorian.-Eidon estaba serio, aunque no contrariado. El resto de capitanes también asintieron.
-Bien. Entonces, comenzaré por el principio. Obviamente, ni Tharam ni yo somos lo que parecemos. Y te felicito por contar con ese miuven entre tu gente, creo que es una sabia decisión.-Benybeck sonreía ufano, mientras hacía como que se limpiaba las uñas.
-En eso estamos de acuerdo, Gorian. Benybeck me ha ayudado mucho aunque no sepa ni cómo llegó a mi barco.
-A lo que iba. Mi nombre no es Gorian, sino Findanar. Findanar de Fénix. Y obviamente, no soy zalameño.
-Isvar.-La dama de plata sonreía.-Ya te lo había notado en el acento, y tu apellido me lo confirma. No dije nada porque suponía que estabas de nuestra parte. Y lo sigo creyendo.
-Efectivamente, Isvar. De allí venimos y al Senado de Isvar es a quien servimos. Recabamos información sobre el Imperio y sus enemigos, pues tememos que pronto seremos atacados, o por lo menos parte del Senado así lo teme.
-Isvar… -Eidon parecía asombrado.-Entonces existe la península. Había oído hablar de esas lejanas tierras, y lo que he oído parecían leyendas.
-Isvar es un lugar peculiar, Eidon, pero no por su tierra ni por sus ciudades. Isvar es un lugar especial por sus gentes. Los elfos llamamos a Isvar Alath al um airel, la tierra de los hombres libres. En Isvar creemos en la libertad de cada uno de nosotros, y defendemos esa libertad por encima de todo. Y también sabemos que no existe libertad sin justicia. Ésa es la mayor diferencia que he notado con respecto a otros países. En Isvar, hasta el último de los campesinos y los artesanos confía en los notables y en el Senado, pero también se les exige que respondan a esa confianza. Y ellos lo hacen. La gente aquí y en el Imperio es mucho más sumisa. Aceptan la injusticia con una naturalidad asombrosa para un isvariano.
-Si eso es cierto, Isvar me gustaría.
-Eso es cierto, Eidon.-De nuevo, La Dama intervenía con su voz suave y serena, mientras que jugueteaba con uno de los mechones de pelo que le caían por los lados de la cara.-Yo he estado allí hace años, antes de que los habitantes de Isvar supiesen realmente del resto del mundo, y eso ya era cierto. Isvar te gustará.
-¿Me gustará? ¿Qué es lo que quieres decir?
-Sigamos escuchando a nuestro amigo, Eidon, porque creo que sé lo que nos va a proponer. Y creo que aceptarás. O aceptaremos.
De nuevo, Findanar se encontraba con un aliado inesperado. El miuven le había ayudado a quitarse su disfraz y ahora La Dama le ayudaba a hacer su propuesta, y lo que era mejor, a que la aceptaran incluso antes de que la hubiera hecho.
-Pues sí, Dama. Has acertado en mis intenciones porque lo que os intento pedir, o más bien hacer ver, es que quizá vuestra presencia en Isvar sea de gran ayuda. Y creo que vuestra presencia aquí lo único que hará será poneros en peligro, o mantener vuestros magníficos barcos anclados durante no se sabe cuánto tiempo. Isvar cuenta con una flota, pero de barcos mucho más pequeños e inseguros. Como el Imperio, no conocemos vuestras técnicas de construcción de barcos, pues las aguas que rodean la península son peligrosas y están plagadas de arrecifes, que forman una barrera natural. La gran diferencia es que hoy los tritones nos han ayudado a crear cartas marinas seguras con las que nosotros podemos pasar esos arrecifes. Con vuestros barcos conseguiríamos una movilidad que quizá el Imperio no se espere, y vuestros hombres ya son de por sí una magnífica fuerza para luchar en el mar. El Senado de Isvar os pagará bien por vuestros servicios, estoy seguro de ello. Y, Eidon… tus conocimientos sobre el Imperio pueden ser para nosotros la diferencia entre la victoria o la derrota.
Eidon sonrió.
-Desde luego, creo que tus compatriotas deberían tenerte como orador en ese senado, eres convincente y lo que ofreces suena bien. Si Isvar va a luchar contra Sanazar, o lo está haciendo, no puedo sentir otra cosa que amistad hacia vosotros. Pero…
-Siempre ha de haber un pero.-Findanar sonrió.
-Sí, y el pero es que no puedo tomar la decisión por mí mismo. El anillo que llevo y la bandera que está en mi barco me obligan a pensar en el resto de mis compañeros antes de pensar en lo que yo deseo. Si decidiese por mí, iría, pues me he jurado luchar contra su falso dios con todos mis medios, pero he de oír la voz de mis camaradas.
El silencio, de nuevo, fue lo único que se oyó en la sala, a excepción de la musiquilla inconexa que seguía canturreando Benybeck. La voz de Bidhanck sonó decidida.
-Voto a favor. Cualquier mar es mejor que éste ahora, y en ese mar podremos atracar en cualquier puerto. Sí, quiero ir a esa tierra nueva.
Casi inmediatamente, Xiara también habló.
-Yo voy.-Miró a Bidhanck y después a Eidon.-Me aburriría aquí.
-Creo que es la decisión más acertada. Yo también quiero ir. Me gustó Isvar y me gustaría volver allí y ayudarles a defenderse.-La Dama de Plata sonreía complacida.
Todas las miradas se posaron en Igram, que parecía dudar qué decir, o más bien cómo decirlo.
-Lo siento, amigos, pero… soy un poco mayor para seguir con esto, y no veo mi panza en una tierra desconocida. –Igram no se atrevía a levantar la vista de la mesa.-Si estáis de acuerdo, dejaré el grupo, y si no, os seguiré, pero sabed que lo que deseo es quedarme.
Los capitanes se miraron unos a otros. Eidon tomó la palabra.
-Igram, por mi parte, no hay ninguna deuda. Si quieres quedarte eres libre de hacerlo.-El resto de capitanes asintieron.-Todos te echaremos de menos. ¿Qué harás en Zalama? Eres un hombre de mar, y el mar no parece un buen sitio ahora.
-Creo... creo que voy a hacerme socio de Jack. Quiere instalar su taberna aquí ahora que nadie irá más por el refugio en un tiempo. Y creo que montaremos un establecimiento más ambicioso. Venderé mi barco para pagarlo, si es que alguien lo quiere comprar.
-Igram, te compro tu barco y tu bandera.-Todos miraron hacia Findanar.-Llegué con ciertos fondos que me asignó el Senado, y que he hecho crecer aquí. Y necesitaré alguien que se encargue de mis negocios mientras no vuelva, si es que vuelvo. Te ofrezco esos negocios a cambio de tu barco. Verás que sales ganando y mucho.
-Gorian, o Findanar, no soy ningún tonto y nunca me acabé de fiar de ti… todo era demasiado fácil. Me permití el lujo de pagarle a un par de buenos amigos para que te investigasen, y por lo tanto, sé los negocios que tienes y acepto. Por supuesto que acepto. Y cuando vuelvas te devolveré lo que me llevo a mayores. Soy un hombre de honor.
-Bien, entonces, parece que hoy hemos de dar un golpe de timón. –Eidon sonreía, bastante asombrado de lo que habían decidido.-Hablemos con las tripulaciones, los que se quieran quedar podrán hacerlo, y dispongámonos para partir. Parece que tenemos un nuevo capitán entre nosotros.
-Bienvenido, Findanar.
-Mmmm mejor llamadme Gorian hasta que lleguemos a Isvar… Entenderéis que no me guste que me conozcan por mi nombre.
Zalama, la capital de Zembia, era una ciudad grande y bulliciosa, pero como todas las ciudades en las que confluían estas dos características, unidas al hecho de ser una ciudad portuaria, también era un lugar en el que si no vigilabas tus pasos podías acabar mal. Vista desde el mar, la ciudad parecía yacer sobre el profundo e intensamente verde valle rodeado de altas montañas. La jungla llenaba amplias zonas del valle, y subía por las laderas montañosas como enredaderas en un muro, hasta desaparecer y dejar las grises moles de piedra desnudas en su parte más alta. La ciudad era marrón, baja y extensa, y parecía abrazar la bahía, intentando abarcarla por completo. La inmensa mayoría de edificios eran construcciones simples y abiertas de madera con tejado de ramas de palma secas o de otras hojas resistentes y sin duda provenientes de la jungla. Las calles eran estrechas, y a media tarde el calor era tal que quedaban prácticamente vacías.
Los habitantes de Zalama, sobre todo aquellos de la raza originaria de estas tierras, resistían muy bien el calor, aunque tras haber tratado con ellos una temporada, sabía que esa resistencia natural estaba perfectamente combinada con una serie de sabias costumbres que hacían que sus vidas en fuesen más llevaderas. La de dormir en las horas en las que el calor era más duro era sólo una de ellas. Los zalameños que vivían en las ciudades solían vestir túnicas cortas y ceñidas a la cintura, con sandalias por debajo, y hasta los militares usaban atuendos similares, únicamente protegidos por cotas de cuero que llevaban sobre las túnicas. Los miembros de la raza originaria de Zalama eran morenos de piel y de pelo negro y lacio. No solían ser muy altos, como los orientales, y normalmente tenían complexión ligera. La única diferencia perceptible entre los miembros de las tribus de la jungla, a los que normalmente llamaban zembabeis, y los habitantes de las ciudades estaba en que los zembabeis eran algo más pequeños de talla y complexión, y también algo más morenos de piel, aunque era una diferencia poco perceptible. Lo que sí sabía era que, en contra de lo que pudiera parecer a simple vista, tanto los zalameños como los zembabeis eran gente respetuosa, y que su cultura era tan antigua como rica.
La ciudad, que además de ser capital del país también lo era de la región más oriental, Zalama, estaba rodeada por una miríada de granjas y tierras de labranza que abastecían a la ciudad con sus frutos. Las tierras llanas de toda Zembia, aunque difíciles de trabajar, eran ricas y fértiles. La mayor dificultad para ampliar las zonas de labranza consistía en la densa jungla que cubría buena parte del país, hasta el punto de que su región central, Zembabei, estaba totalmente cubierta por la densa y agreste vegetación. Cada año, grandes zonas de terreno eran desbrozadas para construir granjas y espacios para el ganado. Esta práctica era muy habitual en el oeste del país, la región denominada Zembuu, donde la afluencia de gentes del Imperio había aumentado la población y las ansias por nuevas tierras. Unos años atrás, los zembabeis comenzaron a realizar incursiones contra los colonos, alegando que les robaban sus tierras ancestrales y, sobre todo, que profanaban sus lugares sagrados, rompiendo así antiguos tratados entre el consejo de las tribus y la corona de Zembia. Tras años de confusión, las ciudades de la región de Zalama, habitadas por gentes de raza y cultura similar a las de los miembros de las tribus, y mucho más sensibles a sus problemas, habían convencido al Rey de que firmara un decreto que restringiese el derecho a limpiar nuevas zonas de jungla, haciendo que un consejo formado por representantes del Rey, de las tribus y de los colonos decidiese sobre qué tierras podían ser utilizadas y cuáles no. La intención era muy buena, pero el resultado fue un desastre. La región de Zembuu, profundamente influida por el Imperio de Sanazar y con garantías de éste de que recibirían todo el apoyo necesario, se declaró en rebeldía y decidió independizarse. Desde entonces, todo el país había estado convulsionado con una guerra cruel cuyo fin no parecía que fuese a llegar pronto.
Llevaba tiempo esperando este momento. El trabajo aquí había sido arduo, y los líderes del consejo de las tribus, aunque aún no se habían decidido por completo a apoyar al Rey con hombres, sí habían decidido respetar los antiguos tratados y luchar contra los rebeldes y las tropas del imperio en la jungla. Eso daba a Zalama tiempo, mucho tiempo, aunque los soldados del imperio ya habían comenzado a quemar zonas de jungla en Zembabei con la intención de abrir rutas seguras y así poder acceder a las ciudades leales al Rey en Zalama. Esto estaba provocando más y más malestar entre los jefes y los chamanes de las tribus, y la balanza podría acabar por decidirse hacia su lado. No sabía de la verdadera fuerza de los zembabeis, nadie lo sabía en realidad, pero el haber tratado con ellos directamente le había ayudado a comprender que aquellos hombres en apariencia salvajes escondían secretos y fuerzas mucho más poderosos de lo que nadie sospechaba. Podían ser aliados a largo plazo, y eso era lo que Isvar necesitaba. Información y aliados. Y ahora ya poseía ambas cosas. Faltaba el último paso, y era el momento de darlo. Debía volver a Isvar cuanto antes, y si había un barco que pudiese llevarle antes que ninguno, era el que llegaba a la bahía en esos momentos. El Intrépido. Y quizá, sólo quizá, pudiese convencer a su capitán de que se dirigiese hacia allí. Varios de sus amigos habían anclado sus barcos en la bahía los últimos días, y por lo que había llegado a hablar con el propio Bidhanck, el capitán del Señor de las tormentas, había algo terrorífico en el mar, algo que hacía que lo aconsejable fuese quedarse anclado en Zalama o largarse al sur o al oeste, a aguas más seguras. Había hablado con Bidhanck antes, y sabía que era un hombre valiente aunque no un temerario, y fuera lo que fuera lo que estaba pasando, era grave. Pocos capitanes temen el mar realmente, y Bidhanck ahora parecía temerlo. En fin, que todos los caminos confluían, y cuando eso sucede sólo se puede seguir hacia donde el destino indica. Y en este caso era su hogar, Isvar. En el fondo, tenía ganas de deshacerse del disfraz y volver a ser él mismo. Si es que tal persona realmente existía.
Continuó mirando el mar, viendo cómo el gran barco del capitán Hoja Afilada comenzaba la maniobra de atraque de manera coordinada y elegante. Pronto, una figura a caballo subió por la ladera de la colina hasta llegar a su lado. Era un hombre bastante alto y corpulento, vestido a la manera Zalameña, con una túnica corta de color verde y sandalias. Su piel era morena y su cabello negro y lacio, cayéndole en una melena sobre los hombros. Su rostro, de rasgos fuertes y mirada escrutadora e impasible, mantenía un eterno rictus serio e inescrutable.
-Ya veo que lo has visto. Antes de que anochezca los capitanes se reunirán. Bidhanck me lo ha dicho.
-Gracias, Gideon. Si todo va bien, pronto estaremos en casa.
-Vayamos a la taberna y esperemos allí. Quizá el capitán tome tierra pronto. Y deberías llamarme Tharam.
-Tienes razón, aunque aquí no hay nadie. Espera, quiero retocar el disfraz. Hace mucho calor y he sudado, no quiero que nadie se dé cuenta de nada por ahora. Debemos mantener nuestras identidades ocultas hasta que estemos en el barco. Quizá algún día tengamos que volver, y no me gustaría tener que utilizar un disfraz distinto, sería demasiado arriesgado.
Comenzó a sacar de su mochila la colección de enseres que usaba para disfrazarse. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se colocó un pequeño espejo en el regazo. Primero revisó el pelo, comprobando que en ninguna zona se notase el rubio natural bajo el tinte negro. Se retiró la pasta de latak, una extraña pero útil planta que tratada adecuadamente daba una resina gomosa que se pegaba fácilmente a la piel y que solía usar para deformar sus rasgos y, lo que era más importante, para hacer que sus orejas no fuesen puntiagudas. Tal y como suponía, el sudor había estropeado la pasta, y de no haberla cambiado podría habérsele despegado en mal momento. Sus rasgos, que con el maquillaje parecían los de un hombre bastante recio e incluso de mandíbula prominente, se veían ahora finos y delicados, incluso femeninos, y en las zonas en las que había llevado la pasta, se veía su tono natural de piel, levemente moreno pero mucho menos que las zonas maquilladas. Ahí, en el espejo, con su pelo teñido de negro y medio maquillado, pudo verse, o más bien intuirse a sí mismo por un momento. Findanar de Fénix, el semielfo. Pero tenía que volver a ser Gorian el Viajero, comerciante zalameño. Ya quedaba poco. Volvió a colocarse el disfraz con un cuidado inusitado, aprendido a base de experiencia y de equivocarse muchas veces. No había nada peor que un fallo en el disfraz en mal momento. Varias veces había estado a punto de morir por ello, y no quería que se repitiese. Tras ponerse su túnica blanca y de ribetes rojos y dorados, revisó que no hubiese quedado ninguna mancha de tinte ni de maquillaje en ella.
Poco tiempo después, la recia figura de Tharam y la más menuda de Gorian, cruzaban el umbral de la Taberna de la Serpiente Alada, el lugar donde se reunían Jacob, Eidon y los demás capitanes cuando anclaban en Zalama. No vieron a ninguno de los capitanes en la taberna, así que cruzaron la sala hacia el reservado que sabían estaba en la parte trasera. El ambiente era oscuro, había varios tripulantes de los barcos que luchaban contra el Imperio, y las caras eran largas y las conversaciones en susurros. Gorian llamó a la puerta del reservado. Al momento, Ika, a quien ya conocían, abrió la puerta. Su voz era, como siempre, suave, neutra y casi susurrante.
-Gorian. Sabes que eres bienvenido, pero no sé si será el momento.
-Dile a Eidon que me he enterado de que tienen problemas y tengo una propuesta que hacerles. Quizá quiera oírme.
Ika cerró la puerta y al poco rato volvió a abrirla.
-Podéis pasar. Sabéis que lo que oigáis aquí, aquí debe quedarse.
-Lo sabemos. Espero que lo que yo diga aquí también se quede aquí. No sois los únicos que tenéis secretos.
-Sabes que así será.-Ika franqueó la puerta mientras decía esto.
En el reservado el ambiente no era mejor que en la sala. Caras largas y gestos de preocupación era lo que predominaba. A Gorian le llamó la atención Benybeck, a quien no conocía, y que estaba silbando una melodía absurda mientras daba vueltas a la habitación jugueteando con los mechones de su pelo. El miuven le devolvió una mirada inquisitiva y medio sarcástica. Por un momento, el semielfo temió por su disfraz, pero no podía comprobar que todo estuviese bien sin delatarse, así que decidió continuar.
A la mesa estaban sentados Eidon, el pálido e implacable capitán del Intrépido, Bidhanck, el capitán del Señor de las Tormentas, Xiara, la joven y bella capitana del Sable, un barco pequeño pero rápido, más propio de contrabandistas que de piratas, Igram, el capitán del León Marino, y la bella mujer elfa a la que se conocía con el mismo nombre que a su barco, La Dama de Plata. Faltaban Jacob, que había sido líder del grupo por mucho tiempo, y Lang, el oriental. Se fijó en la mano de Eidon y vio el anillo que le otorgaba el liderato del grupo. Jacob le había confesado hacía unos meses que Eidon sería su nuevo líder pronto, pero le extrañaba que ni Jacob ni el Ermitaño estuviesen en el puerto. Tomó asiento e hizo señas a Tharam para que permaneciese tras él, del mismo modo que los guardaespaldas de los capitanes.
-Eres bienvenido, Gorian.- Eidon mostraba una sonrisa sincera pero fría.-Son malos momentos, y todos nuestros amigos serán pocos a partir de ahora.
-De eso quería hablaros, Eidon. Pero antes de entrar en materia, me gustaría saber que ha pasado con Jacob y Lang. Cuando vi llegar al Señor de las Tormentas, pensé que todos os reuniríais aquí.
-De eso estábamos hablando, Gorian. –Xiara era una mujer de no más de veinte o veinticinco años, de pelo moreno y rizo, y piel morena. Sus rasgos eran finos y delicados, y sus ojos, grandes y negros, dejaban ver un algo salvaje que aumentaban su atractivo natural. Vestía con una casaca sencilla y entallada, de color gris, que realzaba su figura, una blusa blanca y pantalones de cuero. De su cintura colgaba el arma que daba nombre a su barco, un hermoso sable, probablemente de factura élfica.-Jacob y Lang ya no están con nosotros.
-¡Dioses!-Gorian estaba realmente sorprendido y ahora entendía las caras largas.-Pero ¿Qué ha ocurrido? ¡Nunca habíais perdido a uno de vosotros desde que os conozco!
-El Imperio ha encontrado un arma lo suficientemente peligrosa. Las consecuencias que traerá son enormes.-Eidon, aunque frío, parecía preocupado.- Discutíamos qué hacer a partir de ahora.
-¿Un arma? ¿Qué arma? Vuestros barcos han sido fabricados en los astilleros del Rey. Nadie posee los conocimientos necesarios en el imperio para hacer barcos como los nuestros. Sus galeones son como bloques de piedra en alta mar comparándolos con vuestros barcos.
-No… no sabemos muy bien lo que es.- Bidhanck parecía asustado.-Unas criaturas. Como pulpos, pero enormes. Y van acompañados por seres similares pero más pequeños. No los ves hasta que te están atacando, y es realmente difícil vencerles. Perdí la mitad de mi tripulación luchando contra uno de ellos. Y a punto estuve de perder mi barco y mi vida.
-Pero… ¿Cómo…?
-Su Dios.-La voz de Eidon sonó fría como la muerte.-Gorian, hay cosas de mí que no sabes, y una de ellas es que yo serví al Imperio durante años. El Dios al que adoran es mucho más que los dioses normales. Su poder se deja ver de manera clara. Controla las mentes de sus adeptos y les puede hacer actuar en contra de sus propias voluntades. Él… o más bien ella, es el verdadero enemigo. Y estoy seguro de que tiene que ver con ella.
-Había oído hablar de su dios, Eidon, pero no sabía que fuese tan poderoso.
-Nadie en el Imperio te hablaría claramente de ese dios sin miedo a morir. Eres un extranjero. Nadie teme más al Dios Perdido que sus propios adoradores.
-Y si es capaz de crear esas horribles criaturas, entonces tenéis un enemigo poderoso.
-Ese dios me odia personalmente, y me lo ha demostrado en muchas ocasiones. Quizá si yo me fuese, dejaría tranquilo al resto, aunque lo dudo. Realmente creo que pretende controlar todo el mundo conocido. La guerra civil con Zembuu también parece uno de sus planes.
-No sé si es ese dios el que ha preparado la guerra civil, pero sí sé que el Imperio es quien la persigue, y quien la ha provocado. Quieren toda Zembia. Pero, o mucho me equivoco, o les va a costar mucho más trabajo del que piensan.
-Ojalá estés en lo cierto, pero si Zalama pierde el mar, tendrá problemas.-Igram, el orondo capitán del León Marino hablaba casi en susurros.
-El mar esta perdido para todos, Igram. Y a Zalama le queda la jungla. Ellos no pueden atravesarla. Los zembabei son una fuerza que no han podido o no han sabido medir.-Gorian estaba muy seguro de lo que decía.- Zembabei resistirá, y si la jungla resiste, Zalama resistirá.
-Pero… ¿Qué haremos nosotros? Me gusta el mar, y no quiero quedarme encerrada en este puerto durante siglos. Hay que buscar un sitio a donde ir.-Xiara parecía contrariada, incluso enfadada.
La sala quedó sumida en un incómodo y tenso silencio. Nadie sabía cuál era la respuesta a esa pregunta. Gorian sabía que había llegado el momento de explicar muchas cosas. De pronto, la voz del miuven rompió el silencio.
-Semielfo, ¿Por qué vas disfrazado? ¿Hay alguna fiesta?- Benybeck sonreía inocentemente.
-¿Qué?-Eidon se puso en pie, mientras que Gorian permaneció todo lo inmóvil que pudo.- ¿Quién es un semielfo?
-Él.-El miuven señalaba sonriente a Gorian.- ¿Hay una fiesta? Me encantan las fiestas de disfraces.
Gorian se puso en pie, sonriendo, y mirando al miuven.
-Vaya, parece que lo que dicen de vosotros es cierto. ¿Por qué dices que estoy disfrazado?
-Hueles a Latak. Y yo sé para que se usa eso. Y tus orejas son muy extrañas. Y además tu pelo no es de ese color. Se nota.
-Estoy asombrado.-Los capitanes escuchaban la conversación incrédulos, mientras que sus guardaespaldas permanecían tensos, preparados para actuar.-Pero estás en lo cierto.
-¡Si quieres conservar tu vida, explícate!-Bidhanck se puso en pie, sumamente enfadado, mientras echaba mano de la empuñadura de su espada. La Dama de Plata le tomó por el brazo y le invitó a sentarse de nuevo.
-Tranquilo, Bidhanck. Gorian, si ése es su verdadero nombre, no nos ha entregado hasta ahora, y no tiene por qué hacerlo. La gente no siempre es lo que parece y eso no les hace ser malvados, ni siquiera peligrosos.
-Gracias, señora. Y creed que la explicación que os voy a dar os satisfará a todos.-La voz de Gorian sonaba ahora distinta. Tenía cierto acento elfo y era más fina. Gorian se quitó el Latak de la cara y las orejas, y después se quitó buena parte del maquillaje que llevaba con un pañuelo.-Antes de nada, sabed que espero que nada de lo que ahora os voy a revelar salga jamás de los aquí presentes. Sé que sois piratas, pero también sé que sois gentes de honor y que respondéis por vuestros guardaespaldas, pero necesito que me deis vuestra palabra de que lo que os voy a contar sobre mí mismo jamás saldrá de esta sala. Si contáis algo, vosotros perderéis un buen aliado, y yo un buen disfraz.
-Tienes nuestra palabra, Gorian.-Eidon estaba serio, aunque no contrariado. El resto de capitanes también asintieron.
-Bien. Entonces, comenzaré por el principio. Obviamente, ni Tharam ni yo somos lo que parecemos. Y te felicito por contar con ese miuven entre tu gente, creo que es una sabia decisión.-Benybeck sonreía ufano, mientras hacía como que se limpiaba las uñas.
-En eso estamos de acuerdo, Gorian. Benybeck me ha ayudado mucho aunque no sepa ni cómo llegó a mi barco.
-A lo que iba. Mi nombre no es Gorian, sino Findanar. Findanar de Fénix. Y obviamente, no soy zalameño.
-Isvar.-La dama de plata sonreía.-Ya te lo había notado en el acento, y tu apellido me lo confirma. No dije nada porque suponía que estabas de nuestra parte. Y lo sigo creyendo.
-Efectivamente, Isvar. De allí venimos y al Senado de Isvar es a quien servimos. Recabamos información sobre el Imperio y sus enemigos, pues tememos que pronto seremos atacados, o por lo menos parte del Senado así lo teme.
-Isvar… -Eidon parecía asombrado.-Entonces existe la península. Había oído hablar de esas lejanas tierras, y lo que he oído parecían leyendas.
-Isvar es un lugar peculiar, Eidon, pero no por su tierra ni por sus ciudades. Isvar es un lugar especial por sus gentes. Los elfos llamamos a Isvar Alath al um airel, la tierra de los hombres libres. En Isvar creemos en la libertad de cada uno de nosotros, y defendemos esa libertad por encima de todo. Y también sabemos que no existe libertad sin justicia. Ésa es la mayor diferencia que he notado con respecto a otros países. En Isvar, hasta el último de los campesinos y los artesanos confía en los notables y en el Senado, pero también se les exige que respondan a esa confianza. Y ellos lo hacen. La gente aquí y en el Imperio es mucho más sumisa. Aceptan la injusticia con una naturalidad asombrosa para un isvariano.
-Si eso es cierto, Isvar me gustaría.
-Eso es cierto, Eidon.-De nuevo, La Dama intervenía con su voz suave y serena, mientras que jugueteaba con uno de los mechones de pelo que le caían por los lados de la cara.-Yo he estado allí hace años, antes de que los habitantes de Isvar supiesen realmente del resto del mundo, y eso ya era cierto. Isvar te gustará.
-¿Me gustará? ¿Qué es lo que quieres decir?
-Sigamos escuchando a nuestro amigo, Eidon, porque creo que sé lo que nos va a proponer. Y creo que aceptarás. O aceptaremos.
De nuevo, Findanar se encontraba con un aliado inesperado. El miuven le había ayudado a quitarse su disfraz y ahora La Dama le ayudaba a hacer su propuesta, y lo que era mejor, a que la aceptaran incluso antes de que la hubiera hecho.
-Pues sí, Dama. Has acertado en mis intenciones porque lo que os intento pedir, o más bien hacer ver, es que quizá vuestra presencia en Isvar sea de gran ayuda. Y creo que vuestra presencia aquí lo único que hará será poneros en peligro, o mantener vuestros magníficos barcos anclados durante no se sabe cuánto tiempo. Isvar cuenta con una flota, pero de barcos mucho más pequeños e inseguros. Como el Imperio, no conocemos vuestras técnicas de construcción de barcos, pues las aguas que rodean la península son peligrosas y están plagadas de arrecifes, que forman una barrera natural. La gran diferencia es que hoy los tritones nos han ayudado a crear cartas marinas seguras con las que nosotros podemos pasar esos arrecifes. Con vuestros barcos conseguiríamos una movilidad que quizá el Imperio no se espere, y vuestros hombres ya son de por sí una magnífica fuerza para luchar en el mar. El Senado de Isvar os pagará bien por vuestros servicios, estoy seguro de ello. Y, Eidon… tus conocimientos sobre el Imperio pueden ser para nosotros la diferencia entre la victoria o la derrota.
Eidon sonrió.
-Desde luego, creo que tus compatriotas deberían tenerte como orador en ese senado, eres convincente y lo que ofreces suena bien. Si Isvar va a luchar contra Sanazar, o lo está haciendo, no puedo sentir otra cosa que amistad hacia vosotros. Pero…
-Siempre ha de haber un pero.-Findanar sonrió.
-Sí, y el pero es que no puedo tomar la decisión por mí mismo. El anillo que llevo y la bandera que está en mi barco me obligan a pensar en el resto de mis compañeros antes de pensar en lo que yo deseo. Si decidiese por mí, iría, pues me he jurado luchar contra su falso dios con todos mis medios, pero he de oír la voz de mis camaradas.
El silencio, de nuevo, fue lo único que se oyó en la sala, a excepción de la musiquilla inconexa que seguía canturreando Benybeck. La voz de Bidhanck sonó decidida.
-Voto a favor. Cualquier mar es mejor que éste ahora, y en ese mar podremos atracar en cualquier puerto. Sí, quiero ir a esa tierra nueva.
Casi inmediatamente, Xiara también habló.
-Yo voy.-Miró a Bidhanck y después a Eidon.-Me aburriría aquí.
-Creo que es la decisión más acertada. Yo también quiero ir. Me gustó Isvar y me gustaría volver allí y ayudarles a defenderse.-La Dama de Plata sonreía complacida.
Todas las miradas se posaron en Igram, que parecía dudar qué decir, o más bien cómo decirlo.
-Lo siento, amigos, pero… soy un poco mayor para seguir con esto, y no veo mi panza en una tierra desconocida. –Igram no se atrevía a levantar la vista de la mesa.-Si estáis de acuerdo, dejaré el grupo, y si no, os seguiré, pero sabed que lo que deseo es quedarme.
Los capitanes se miraron unos a otros. Eidon tomó la palabra.
-Igram, por mi parte, no hay ninguna deuda. Si quieres quedarte eres libre de hacerlo.-El resto de capitanes asintieron.-Todos te echaremos de menos. ¿Qué harás en Zalama? Eres un hombre de mar, y el mar no parece un buen sitio ahora.
-Creo... creo que voy a hacerme socio de Jack. Quiere instalar su taberna aquí ahora que nadie irá más por el refugio en un tiempo. Y creo que montaremos un establecimiento más ambicioso. Venderé mi barco para pagarlo, si es que alguien lo quiere comprar.
-Igram, te compro tu barco y tu bandera.-Todos miraron hacia Findanar.-Llegué con ciertos fondos que me asignó el Senado, y que he hecho crecer aquí. Y necesitaré alguien que se encargue de mis negocios mientras no vuelva, si es que vuelvo. Te ofrezco esos negocios a cambio de tu barco. Verás que sales ganando y mucho.
-Gorian, o Findanar, no soy ningún tonto y nunca me acabé de fiar de ti… todo era demasiado fácil. Me permití el lujo de pagarle a un par de buenos amigos para que te investigasen, y por lo tanto, sé los negocios que tienes y acepto. Por supuesto que acepto. Y cuando vuelvas te devolveré lo que me llevo a mayores. Soy un hombre de honor.
-Bien, entonces, parece que hoy hemos de dar un golpe de timón. –Eidon sonreía, bastante asombrado de lo que habían decidido.-Hablemos con las tripulaciones, los que se quieran quedar podrán hacerlo, y dispongámonos para partir. Parece que tenemos un nuevo capitán entre nosotros.
-Bienvenido, Findanar.
-Mmmm mejor llamadme Gorian hasta que lleguemos a Isvar… Entenderéis que no me guste que me conozcan por mi nombre.
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