Escrito por Cronos el lunes, 14 de junio de 2010
El Cónclave de Fortaleza.
Saryon oteaba pensativo el horizonte dejando que el viento hiciese ondear su melena azabache sobre sus hombros mientras con su mano derecha retorcía inconscientemente un extremo de su largo mostacho. Desde lo más alto de la robusta torre del homenaje del Castillo de Fortaleza, el paisaje era realmente hermoso. Hacia el sur, el este y el oeste, el infinito y siempre cambiante océano se extendía hasta donde la vista llegaba. Su infinitud sólo era rota por el oleaje que se levantaba a bastante distancia de la costa, causado por la cordillera submarina que existía alrededor de toda la península de Isvar y que hasta hacía poco tiempo había aislado prácticamente a sus gentes del resto del continente. Durante la guerra contra Oriente, los habitantes de los reinos submarinos habían ayudado a los isvarianos a hacer cartas de navegación que les permitían superar las barreras de rocas sin peligro, y ahora el comercio con las ciudades costeras situadas al este de la península era posible, y además muy rentable. Mirando hacia el norte, se podía ver el extenso y fértil valle cortado en dos partes por la amplia ría que formaba la desembocadura del río Aldrei, corto pero bastante caudaloso, y más adelante las colinas que delimitaban el valle, cubiertas de un ligero y bien cuidado bosque.
Lo más particular de Fortaleza era el lugar donde estaba enclavada. La ciudad cubría por completo una isla rocosa, cortada por sus lados sur, este y oeste por escarpados acantilados, y cayendo por el lado norte en una suave pendiente hasta formar una playa natural. Durante la bajamar, un brazo de tierra de unos cien pasos de ancho asomaba por encima del nivel del agua, permitiendo el paso a pie hasta la ciudad. Hacía unos años, un equipo de enanos de las montañas del norte había diseñado junto con los artesanos de Fortaleza una carretera que pudiera soportar el trabajo del mar con un mantenimiento sencillo, y el invento había funcionado a la perfección para poder trasladar mercancías pesadas por la arena. Durante la marea alta, un servicio de transbordadores, que iban y venían continuamente de la ciudad a la costa, solventaban el problema de la comunicación sin dejar de proteger la ventaja estratégica que la posición de la ciudad ofrecía.
Vista desde la costa, Fortaleza hacía honor a su nombre. A poca distancia de los escarpados acantilados se habían construido unas altas y gruesas murallas de piedra ocre, coronadas por fuertes almenas, y que rodeaban por completo la ciudad. Solamente había dos entradas en las murallas. Por el lado sur, que daba a mar abierto, un pequeño puerto fortificado servía de refugio a los transbordadores durante la marea baja, además de garantizar la posibilidad de evacuar a la población y recibir alimentos en tiempos de guerra. Por el lado norte, la muralla descendía siguiendo la pendiente de la isla, y cerraba el acceso a la playa en el punto donde el mar llegaba los días de marea más fuerte. La entrada era amplia, y estaba permanentemente vigilada por un batallón de diez guardias que custodiaban las puertas y el pesado rastrillo de hierro que protegían la ciudad. La altura de los imponentes muros era tal que únicamente podían verse sobre ellos los oscuros tejados de pizarra de los edificios más altos de la ciudad, y, por supuesto, el no menos imponente castillo. Éste estaba situado en la zona más alta de la isla, y, aunque era sencillo, el grosor, la altura y la fortaleza de sus muros resultaban evidentes ya desde el exterior de la ciudad. El muro exterior del castillo tenía forma cuadrada, con sus cuatro esquinas señalando los cuatro puntos cardinales y protegidas por altas torres cuadrangulares rematadas también en almenas y de algo menos del doble de altura que el muro. En el centro del amplio patio de armas, se elevaba la magnífica torre del homenaje, de la misma altura que las otras torres, pero mucho más amplia. Alrededor del castillo quedaba una zona adoquinada bastante extensa, que, como casi todo en Fortaleza, tenía un doble uso. En tiempos de guerra, la zona era necesaria para poder defender el castillo en el remoto caso de que los muros exteriores cayesen. En tiempos de paz, la amplia extensión contenía cada día uno de los mercados más famosos del sur de Isvar, en el que las más variadas mercancías se compraban y vendían sin descanso.
La situación de la ciudad había influido de manera decisiva en las costumbres de sus habitantes. En contra de lo que pudiese parecer al verla desde el exterior, no era un lugar oscuro y opresivo. Los habitantes de Fortaleza, conocedores de que la isla no era lugar para cultivar nada, desde siempre se habían dedicado a la artesanía, procurando fabricar y vender productos de la mejor calidad. Las mejores armas y armaduras de toda Isvar, excepto las raras y caras armas enanas, eran fabricadas en Fortaleza. Los mejores y más nítidos espejos fabricados por manos humanas eran fabricados en Fortaleza. Los mejores muebles, la mejor cerámica y los ropajes más resistentes y cómodos eran los de Fortaleza. Sólo Fénix, la ciudad más grande de la península tenía tantos gremios de los más diversos oficios como Fortaleza, pero era Fortaleza quien se llevaba las preferencias de los compradores, puesto que la firma de un artesano de la ciudad en un objeto significaba que su calidad estaba fuera de toda duda.
Había otro factor que había influido decisivamente en su estructura: el tamaño limitado de la isla. El espacio se les acabaría tarde o temprano, y conocedores de ello, los habitantes de la ciudad se habían preocupado por conocer las mejores técnicas de construcción, de manera que, a diferencia del resto de las ciudades de Isvar, Fortaleza estaba compuesta por casas de cuatro, cinco y hasta seis pisos. El método que utilizaban era el de construir la parte baja de las casas, normalmente hasta el segundo piso, con la piedra gris que formaba el subsuelo de la isla, y el resto de la edificación la construían de madera, tratada para resistir el aire marino y normalmente enyesada en su parte externa. De este modo, el peso de la parte superior de las casas y los hermosos tejados de pizarra eran fácilmente resistidos por las estructuras. Además, los arquitectos de la ciudad eran grandes expertos en el diseño de los interiores, de manera que el espacio era completamente aprovechado, y la luz que llegaba a los pisos más bajos era utilizada de la mejor manera posible, estudiando la posición de las ventanas y utilizando grandes espejos que no sólo ayudaban a conservar la luz natural, sino que además eran magníficos elementos decorativos. La particular disposición de las calles de la ciudad ayudaban además en su empeño a los arquitectos, pues estaban dispuestas en círculos concéntricos alrededor de la extensión que rodeaba al castillo, y eran cortadas de manera transversal por cuatro avenidas que recorrían la ciudad de norte a sur y de este a oeste. De este modo, desde la parte alta del castillo, la ciudad parecía estar formada por doce secciones de círculo que se extendían bajo la vista del observador, rodeándolo.
Y si algo marcaba el carácter de las gentes de la ciudad, era su historia. Los orígenes de la ciudad eran inciertos, y nadie sabía a ciencia cierta qué poderosas y antiguas gentes habían construido los imponentes muros y el castillo. Su construcción era sencilla y tosca, realizada con grandes bloques de aquella extraña piedra ocre cuyo origen nadie conocía, puesto que la piedra de los alrededores era normalmente de color grisáceo, y no había ningún adorno que pudiese indicar el carácter de sus constructores. No se conservaba ningún escrito de los tiempos de la repoblación de la península, hacía más de seiscientos años, tras haber sido abandonada en los tiempos de las guerras de Utgark. Todas las pistas parecían indicar que las murallas ya estaban allí cuando los repobladores llegaron, puesto que no existía ninguna referencia en la ciudad sobre el descomunal trabajo de su construcción. Fortaleza había sido desde siempre una ciudad de refugiados. En los numerosos conflictos que poblaban la historia de la península desde la repoblación, Fortaleza siempre había tenido un carácter decisivo. Sus muros y el mar eran una garantía de protección, y los isvarianos que por un motivo u otro habían tenido que dejar sus ciudades, siempre se habían dirigido a aquel lugar. Tanta tradición en la recepción de gentes en situación de necesidad había calado muy hondo en la manera de pensar de los habitantes de la ciudad, de manera que los refugiados no sólo eran tratados de manera excelente sino que además el acoger una familia de refugiados en casa era considerado por todos en la ciudad como un deber y un honor.
De nuevo, una oleada de refugiados había alterado la actividad normal. Hacía ya un mes que la caravana de los supervivientes de Vallefértil había llegado a la ciudad, y todos ellos estaban ya instalados y atendidos por los desprendidos lugareños. Desde entonces, habían entendido muchas cosas, pero no habían podido hacer prácticamente nada. La entrevista con Makhram Naft, el senador que le había engañado sobre el camino más seguro hacia Arbórea, había dado sus frutos. Tal y como habían supuesto, el senador había sido sustituido por algo, y en cuanto le había hecho dos preguntas comprometidas se había hecho evidente, puesto que había comenzado a gruñir como un animal moribundo, y llevándose las manos al cuello, había caído al suelo hasta morir sin que pudiesen hacer nada. Tal y como había supuesto Vanya, su sangre era verde. Gracias a aquella visita ya tenían claras dos cosas. No podían fiarse ni de los suyos, y efectivamente su enemigo era inteligente y sutil. El siguiente paso sería más complejo de realizar.
Por otro lado, también estaba preocupado por la información que le habían dado Mirko y Adrash. Habían llegado un par de días después de que él mismo llegase con Maray y Vanya, y lo que le habían contado le había confirmado todo cuanto sospechaba. Ahora ya sabían algo más de sus enemigos y de quién movía los hilos tras la horda. La conclusión era evidente, y la respuesta era la que había comenzado Clover hacía meses. Habían enviado La Horda para debilitarlos, y por lo tanto no debían enfrentarse a ella. Tras la horda, llegaría el verdadero enemigo, y había que estar listo para cuando llegase. El riesgo de la situación estaba en que no sabía cómo iba a reaccionar el Senado ante la noticia, y ante la petición de medidas extraordinarias que iba a realizar. La mayoría de los senadores eran muy precavidos, puesto que creían con acierto que la buena marcha de sus negocios dependía de la estabilidad, y probablemente no creerían ni una palabra de lo que Saryon les iba a contar. Tenía a su favor el hecho de que sus aliados en el senado estaban informados y de acuerdo con su plan, y contaba también con que la confirmación de la caída de Vallefértil les empujaría a creerle. Pero lo definitivo era lo que no esperaba su enemigo. Había cometido una torpeza al darle una manera tan obvia de demostrar que los que les atacaban eran más peligrosos y más sutiles que la brutalidad que había recibido Vallefértil, y eso le inclinaba a creer que les estaba menospreciando, o al menos que no había entendido lo que movía a los Isvarianos. Hablando con Mirko sobre el tema, éste le había dicho una de sus frases misteriosas. Ovatha no podía entenderles porque lo que movía a los Isvarianos estaba más allá de su entendimiento y de su naturaleza. Ovatha no entendía de emociones. Ovatha era puro pensamiento. Sólo el pensar en la dimensión de su enemigo le hacía estremecerse. Y en esos momentos, el siguiente paso para evitar la dominación de Isvar en su sentido más profundo dependía de él, y de su capacidad para que los senadores comprendiesen como mínimo la parte del problema que les tocaba de cerca, la amenaza que tenían encima.
También sabía que tendría que rebelarles que desconocía el paradero del ejército. Había leído y releído una y otra vez la carta que Clover le había dejado antes de desaparecer, en busca de una pista sobre su paradero, pero lo único que sabía es que habían embarcado en Punta Oeste bajo el mando de Willowith y con el pretexto de ir en ayuda de su antiguo aliado contra Oriente, el lejano reino de Avalar. Gracias a la carta, sabía que Clover había tenido que convencer a Willowith de algo, cosa que era realmente difícil, puesto que Willowith era un verdadero cabezota cuando quería, lo cual le hacía sospechar. Realmente creía que Clover había llevado el ejército a algún lugar seguro y cercano, probablemente las Islas de los Druidas, situadas al noroeste de Isvar, con la intención de traerlo de nuevo en cuanto tuviesen noticias de los verdaderos invasores. Pero no podía estar seguro. Y no podía mentir en el Senado. Realmente, Saryon confiaba plenamente en el espíritu de los isvarianos, pero la posibilidad del desastre le acuciaba, y ya habían sido demasiado lentos. Las ciudades que no podían defender deberían haber sido evacuadas ya. Y no sabían si ya se habían producido más ataques. Nadie había llegado de las ciudades enanas de Valgrim y Nordarr, y ninguno de los exploradores y mensajeros enviados había regresado todavía. Y nadie sabía cuántas pequeñas aldeas podrían haber sido arrasadas ya por La Horda, ni donde estaba, ni donde golpearía de nuevo. Era necesario actuar cuanto antes.
-Saryon, los senadores que han confirmado su asistencia ya han entrado en la sala. Deberías bajar.
La voz dulce y serena de Maray llegó desde su espalda, reconfortándole de una manera extraña pero agradable. Se volvió y la pudo ver al final de las escaleras. Vestía con su habitual túnica ocre y sus sandalias, símbolo de su diosa. Su melena corta de pelo rojizo y liso reforzaba la belleza de sus grandes ojos y el aspecto amable y cordial de su rostro, un poco ancho pero con una belleza muy especial. Miraba a Saryon como escrutándolo, con una mirada de preocupación, sin perder la profunda serenidad que siempre reflejaba, y por otro, parecía impresionada por la hermosa armadura de gala del caballero, o más bien con el magnífico aspecto que el caballero tenía con esa armadura. Estaba formada por un largo jubón de una finísima cota de malla, sin duda fabricada con una aleación de Plata Verdadera, un mineral considerado mágico que sólo se encontraba en pequeñas vetas en las más oscuras, profundas y peligrosas grietas del submundo. Sobre este jubón de malla, de manga larga y con capucha, y que caía desde los hombros hasta los tobillos, Saryon llevaba una brillante pechera de coraza simple, con dos únicos adornos. Grabado en su parte frontal, decorado con oro y plata, estaba el símbolo de la orden de Isvar, una espada cuya empuñadura formaba una balanza en equilibrio. El mismo adorno, de menor tamaño se encontraba también en las anchas hombreras, de las que colgaba una larga y pesada capa de lana hábilmente tejida, de color marfil. Llevaba la capucha sobre los hombros, y el simple pero hermoso yelmo cilíndrico con una larga pluma de color marfil bajo el brazo izquierdo. Maray nunca había visto a Saryon de esta guisa, pero los senadores sí. Y sabrían lo que su indumentaria significaba. Saryon se presentaría al senado como general y como líder de la Orden de Isvar, lo cual ya llevaba una fuerte carga implícita. Por eso Saryon estaba esperando a la llegada de todos los senadores. Para que el impacto fuese mayor.
-Todo saldrá bien, Saryon. Saben que vienen tiempos duros, y confiarán en ti como confiaron antes.-La voz de Maray era dulce, y le hacía sentir seguro.
-Eso espero, Maray.-Saryon volvió a dejar que su mirada se perdiese en el horizonte mientras respiraba hondo.- ¿Está todo listo?
-Si, el Capitán Kermat me confirmó que todo estaba preparado y que esperarían vuestra señal.
-Entonces, que sea lo que los dioses quieran. Vamos allá.
-Será lo que ellos quieran Saryon, eso no lo dudes.-Maray se acercó al caballero, y, para su sorpresa le dio un tierno beso en la mejilla.- El Senado ya confió en ti otras veces, y no tienen motivos para dudar de tu palabra. Les convencerás.
Más turbado de lo que le gustaría reconocer, Saryon sonrió a Maray y comenzó a bajar las escaleras. El caballero pudo imaginarse la sonrisa serena y franca de Maray, que bajaba tras él.
La sala de recepciones del castillo estaba en la planta baja de la gran torre del homenaje. En ella, los hábiles artesanos de Fortaleza habían dispuesto dos recias tribunas de madera, de cuatro escalones, en las que se habrían de sentar los senadores. Las tribunas estaban situadas a izquierda y derecha de la gran entrada exterior a la sala, separadas unos metros de las paredes. Del lado contrario de la puerta se había situado un estrado de recia madera, desde el cual los oradores lanzarían sus discursos. Tras el estrado, elevada sobre una tribuna, había una gran silla, de respaldo alto y con apoyabrazos, destinada al Presidente del consejo, que se encargaba de decidir el orden de los oradores y de los temas a tratar. El cargo de Presidente correspondía siempre al anfitrión del cónclave, y en la sesión de hoy sería el senador Goram Brazofuerte, líder del gremio de armeros y alcalde de la ciudad. Goram era un buen hombre, sencillo pero práctico, y había accedido a ayudar a Saryon dándole la palabra de primero. El artesano confiaba en Saryon desde la guerra contra Oriente, y había comprendido a la perfección la amenaza que se cernía sobre todos ellos.
Cuando Saryon bajó por las escaleras de la torre se hizo el silencio en la gran sala. De los ciento ochenta senadores y senadoras, únicamente habían asistido ciento trece. De los representantes de Vallefértil, únicamente estaban los seis que habían decidido acompañarle. Faltaban todos los de las ciudades enanas y no había sido posible avisar a los representantes de Arbórea y Filo Brillante a tiempo, aunque aún contaban con la posibilidad de que llegasen durante la celebración del cónclave. Del resto de ciudades también faltaban varios senadores, algunos con causa conocida, como Willowith, y otros por causas sin aclarar. Aun así, habían conseguido superar el mínimo necesario para comenzar, y eso ya era un importante primer paso para el éxito. La velocidad era fundamental para vencer a su enemigo y prácticamente habían perdido el último mes en conseguir convocar al Senado.
Saryon intentó pulsar la atmósfera a su alrededor. Los senadores parecían estar divididos en corrillos que intercambiaban opiniones en murmullos mientras observaban a todos a su alrededor. Realmente era fácil diferenciar a que grupo pertenecía cada senador sólo con echarles un vistazo. La mayoría de ellos eran ricos comerciantes que a través de donaciones y de mostrar una clara voluntad de servicio público, un criterio demasiado elástico desde el punto de vista de Saryon, habían conseguido una plaza en el Senado. Estos senadores iban siempre vestidos como civiles. Normalmente elegían para estas ocasiones ropas sencillas pero no por ello menos ostentosas. Los hombres iban vestidos con hermosas camisas bordadas y finos pantalones de cuero, cubiertos por largas capas, mientras que las mujeres solían vestir de manera moderada, evitando ostentar de su situación económica, pero sin dejar de mostrarla, normalmente con vestidos de corte sencillo pero de materiales caros. Tanto unos como las otras solían portar algún ostentoso sello o medallón simbólicos, que indicaban su rango y posición en el senado, aunque en muchos casos estos símbolos estaban tan rodeados de otros anillos o joyas que era prácticamente imposible verlos. Saryon sabía que estos senadores, casi dos tercios del total, eran su verdadero objetivo, y que serían muy reticentes a aceptar medidas como las que propondría hasta que viesen a los lagartos en las puertas de su ciudad. Ya había convencido a algunos, pero todavía le faltaba saber lo que opinarían muchos otros.
El segundo tipo de senadores estaba constituido por los artesanos. Desde la creación del senado, los gremios habían pedido que se les tuviese en cuenta, puesto que formaban uno de los estratos sociales más importante de la península. Ellos eran los que construían y reparaban las casas, forjaban armas y armaduras, fabricaban muebles y utensilios de los más diversos tipos. En poco tiempo se les había reconocido su posición y se habían ofrecido puestos de senador a los gremios y a las uniones de gremios más relevantes. Los artesanos, como senadores, mostraban un gran espíritu práctico y una enorme capacidad de organización, lo cual les había brindado el reconocimiento de todos los demás senadores en muy poco tiempo. Solían acudir a los cónclaves con ropas sencillas y austeras, normalmente las típicas de su profesión, a pesar de que la mayoría de ellos eran ricos. Realmente lo hacían para demostrar que mientras estaban en el senado, ellos representaban a todos los artesanos, de los más ricos a los más pobres, y que actuarían en beneficio de todos sin distinción. La opinión de los gremios era muy tenida en cuenta por todos siempre, y en este caso, Saryon contaba con el apoyo de la gran mayoría de ellos. Si estaban en guerra, ellos lucharían de la mejor manera posible, como los demás, eso le había dicho Goram, y hasta ahora la única opción que tenían era la propuesta por él, así que le seguirían.
El tercer grupo de senadores eran lo que muchos llamaban los generales, y que él prefería llamar los senadores por méritos de guerra. Este grupo lo constituían una serie de senadores elegidos durante la guerra de oriente, cuando se creó el Senado, entre los que se encontraba él mismo. Se había dado el cargo de senador a veinte hombres y mujeres que durante la guerra, antes de la constitución del senado, habían llevado a cabo enormes servicios a la causa de los isvarianos, consiguiendo y transmitiendo información, haciendo guerra de guerrillas, o dirigiendo a los ejércitos de voluntarios que se formaron al final de la guerra para acabar de repeler las fuerzas del enemigo. Saryon era uno de ellos, y casi todos eran sus amigos y habían luchado a su lado en más de una ocasión, pero hoy sólo estaba él mismo de entre todos ellos. Willowith estaba con el ejército, Clover presuntamente muerto, y había pedido a sus amigos en las principales ciudades que fuesen preparando la defensa y la evacuación de las ciudades indefendibles. Era más importante que los trabajos empezasen cuanto antes que la votación en el Senado.
Su aparición con armadura fue significativa para la mayoría de los senadores. Era evidente que estaban nerviosos por las noticias sobre Vallefértil y su aspecto estaba contribuyendo a aumentar una tensión que sin duda podía afectar a sus planes. Todos sabían que los generales acudían al senado con armadura en tiempos de guerra, y los rumores se habían acentuado tras la aparición de Saryon. Debían comenzar cuanto antes.
Tras saludar formalmente a varios de los representantes recién llegados, Saryon se dirigió a la parte más baja de la tribuna situada a la derecha del estrado. Esto indicaba claramente a todos que tenía intención de hablar. Como si todos los demás senadores hubiesen entendido el gesto de Saryon, todos tomaron asiento en las tribunas en poco tiempo, aunque sopesaban el sitio que ocuparían con determinada mesura. En el senado, los gestos más mínimos podían tener significado, y Saryon lo sabía. Cuando todos estuvieron sentados, Saryon pudo ver muchos signos en la colocación de los senadores. A su espalda y a su derecha se aglutinaban un buen número de representantes. La mayoría de los que le respaldaban eran representantes de los gremios de artesanos de las distintas ciudades, aunque un grupo nutrido de mercaderes se había situado a una distancia prudencial de él.
La mayor parte de los mercaderes se habían situado en el lado contrario al suyo, pero mucho más cercanos al centro de la tribuna que al estrado. Estaba claro lo que esto quería decir. Que le escucharían, pero que tenían reservas. Las cosas, al fin y al cabo, no iban mal.
Goram iba vestido con un grueso y desgastado mandil de cuero, y con una sencilla camisa blanca y pantalones también de cuero bajo él. Su figura era ancha, y sus brazos enormemente fuertes a causa del duro trabajo que durante muchos años había realizado en la forja. Era bastante mayor, completamente calvo, y su rostro ancho y curtido estaba surcado por un ancho y vigoroso bigote de color gris y por sus pobladas cejas, que daban a su mirada de ojos vivos, pequeños y oscuros una extraña carga de sentido común. El fornido artesano se puso en pie, y su voz sonó recia y fuerte por encima de los nerviosos murmullos de los senadores, anunciando el inicio del Cónclave con la fórmula tradicional.
-Yo, Goram Brazofuerte de Fortaleza, Senador de Isvar, declaro y testifico ante todos que he sido convocado aquí para presidir el vigésimo quinto Cónclave de Isvar, convocado de urgencia por Saryon Maiher, Senador y General de Isvar, ante los graves hechos acaecidos en Vallefértil.-Goram carraspeó. El silencio era total.-Si nadie se opone, ofreceré la palabra al Senador Saryon para comenzar, dado que él es quien nos ha convocado.
Saryon esperó unos segundos, y ante la falta de réplica, se puso en pie, tomando su yelmo de nuevo bajo el brazo izquierdo, y caminó hasta el estrado. Tras apoyar el yelmo sobre el estrado, Saryon apoyó ambas manos sobre él y recorrió las tribunas con su mirada de manera lenta y cadenciosa. Buscaba signos de los posibles infiltrados entre los senadores, pero todos estaban como petrificados, con la vista fija en la tribuna.
-Honorables Senadores de Isvar, representantes de los hombres libres de esta tierra, sé que muchos de vosotros os habréis preguntando muchas veces el motivo por el que hoy os he convocado aquí, y también sé que todos habéis hallado respuestas en el camino, y en la misma ciudad de Fortaleza.-Saryon parecía tranquilo. Sus palabras eran serenas aunque había un aire de solemnidad en su discurso que mantenía la rígida tensión de los senadores.-Y os aseguro que cuando salgamos de aquí, no sólo tendréis respuestas para todas las preguntas que os habéis hecho hasta ahora, sino que habréis visto y oído lo suficiente como para daros cuenta de lo poco útil de las respuestas que ahora buscáis. Y aún iría más allá, es muy posible que muchos de vosotros incluso deseéis no haber sabido nunca lo que sabréis.
Un murmullo recorrió la sala. Aunque las frases de Saryon dejaban ver que algo terrible los amenazaba, aún no tenían ningún dato concreto. El caballero había calculado de manera precisa sus palabras, puesto que no quería que su enemigo supiese nada de sus planes, salvo que había sido descubierto.
-Sé que muchos creéis que sólo traigo malos presagios. Sé que muchos pensáis que mi corazón anhela poder. Os equivocáis. Lo que yo os traigo es la verdad, y mi corazón únicamente anhela lo mejor para cada uno de los isvarianos.-El tono de voz de Saryon bajó poco a poco hasta hacerse profundo.-Y hoy os lo demostraré.
Saryon se giró hacia Goram.
-Presidente, solicito que cien hombres de la Orden de Isvar entren en el recinto. Hemos sido traicionados.-La voz de Saryon sonó potente y solemne, y sus palabras pudieron ser oídas a la perfección por todos los senadores
-Acepto su solicitud, senador.-Goram habló también con voz alta y clara.
De pronto, sin que nadie tuviese tiempo para reaccionar, las puertas externas y las de las escaleras se abrieron de par en par. Por cada una de ellas comenzaron a entrar dos filas de hombres. Todos ellos llevaban armaduras de gala de la Orden de Isvar, con el yelmo puesto. En su brazo izquierdo portaban escudos redondos con el símbolo de la orden, y todos ellos llevaban una espada y una daga colgando del cinto. Era la primera vez que un hombre armado entraba en un Cónclave, lo cual indignó a un buen número de senadores que no dudaron en mostrar su indignación en voz alta. El ruido ordenado de los pasos de los soldados y las voces de los senadores que mostraban su indignación llenaron la sala. Los caballeros continuaron entrando, hasta que las cuatro filas se situaron delante y detrás de las dos tarimas. Entonces, simultáneamente, los caballeros se giraron hasta quedar mirando hacia las tribunas y golpearon simultáneamente el suelo con los talones, haciendo un estruendo importante que consiguió que, de nuevo, la sala quedase en silencio. Los dos últimos hombres en entrar, los dos de más graduación dentro de la orden después del propio Saryon, cerraron y atrancaron de nuevo las puertas, y se acercaron al estrado, flanqueando al caballero. Varios senadores parecían aterrorizados, y un nutrido grupo de mercaderes de los que se habían sentado cerca de Saryon se apartaron dignamente hacia la zona más apartada de la tribuna para mostrar su desacuerdo con sus acciones. La inmensa mayoría parecían expectantes. El caballero sabía que ese momento era clave. Si no había ningún infiltrado entre los presentes, podía perder la confianza de los senadores, pero no podía arriesgarse a mostrar sus planes al enemigo, con lo que tenía que seguir adelante.
-Senadores, les ruego que sean pacientes. Cuando todo esto haya acabado recibirán las explicaciones que merecen, pero hasta entonces les ruego que confíen en mí.-De nuevo un murmullo recorrió las tribunas.
Los caballeros permanecían inmóviles en sus posiciones, observando a los senadores en busca de cualquier movimiento sospechoso. Saryon los había aleccionado para evitar todo derramamiento innecesario de sangre, y no sabían cómo podrían reaccionar aquellos sustitutos al verse acorralados.
-Ahora, los Capitanes Kermat y Archibald se acercarán a cada uno de vosotros para pediros que les dejéis realizaros un corte en la mano. Debemos comprobar que cada uno de nosotros es quien dice ser. Como ya había dicho, hemos sido traicionados.
De nuevo, los rumores aumentaron. Muchos de los senadores estaban lo suficientemente asustados como para no pararse a pensar en las palabras de Saryon, pero muchos otros comprendieron enseguida lo que sucedía y contribuyeron a mantener la calma cuando los dos lugartenientes de Saryon se acercaron a las tribunas.
De pronto, los dioses decidieron ayudar al caballero, o quizá su enemigo entendió que su engaño había sido descubierto, porque doce senadores que hasta ese momento parecían haber estado tranquilos, se lanzaron sobre quien tenían más cerca, con los ojos saliéndose de sus orbitas y lanzando horrendos alaridos. El combate fue breve. Los caballeros de la orden de Isvar eran hábiles guerreros, y algunos de los senadores también. Los sustitutos, además, parecían enloquecidos y en ningún momento presentaron una verdadera resistencia ante los caballeros, que estaban alerta y preparados para lo que había sucedido. En poco tiempo, todos los senadores falsos estaban reducidos o muertos, sin que nadie más resultase herido de gravedad. Entonces, hasta los más incrédulos entendieron. La sangre de aquellos que habían enloquecido era verde, lo cual indicaba necesariamente que no eran humanos. Habían sido atacados y traicionados. Los murmullos y los gestos de aprobación aumentaron, y al poco tiempo cada senador, incluidos Goram y Saryon, habían pedido al Capitán Kermat o al Capitán Archibald que les hiciese un corte en su mano, para mostrar a todos que eran quien decían ser. Entonces, Goram solicitó a los caballeros que se llevasen a los falsos senadores, y que abandonasen de nuevo el Cónclave, agradeciéndoles el magnífico trabajo realizado. Todos los senadores se sentaron en un gran grupo, en la tribuna a la derecha del caballero. Saryon sabía que ya había ganado.
-Senadores, amigos…-Los murmullos no cesaban, y Saryon levantó de nuevo la voz.-…debéis saber que esto es sólo el principio del trabajo que tenemos por delante, y, ahora que sabemos que todos podemos confiar en todos, hay una medida inmediata que quiero solicitar.-Murmullos de aprobación, caras serias y gestos afirmativos entre los senadores.
-La primera de todas las medidas que creo que debemos tomar ante la actual situación es añadir el ritual que acabamos de llevar a cabo al comienzo de cada Cónclave. De este modo nos aseguraremos de que ningún otro sustituto enviado por el enemigo pueda oír nuestros planes.
En ese momento, todos o prácticamente todos los senadores se pusieron en pie, demostrando su apoyo a la propuesta de Saryon. La voz de Goram resonó en la sala.
-Si nadie objeta, se acepta la propuesta. –Todos aplaudieron. Cuando cesaron los aplausos, Goram continuó.- Si nadie se opone, propongo que el General Saryon designe al letrado encargado de plasmar la nueva Ley.-De nuevo, aplausos.-Por favor, General, continúe.
-Gracias, Goram.-La voz de Saryon era ahora seria y grave-De nuevo, debo continuar con malas noticias. Vallefértil ha sido destruida, y todos sus habitantes, a excepción de aquellos que se encuentran hoy refugiados en Fortaleza, han sido asesinados y devorados.
Realmente todos sabían que algo grave había sucedido en Vallefértil, pero las palabras duras y descarnadas de Saryon impactaron como un martillazo en las almas de muchos de los senadores. Varios se levantaron pidiendo más información a Saryon, y el vocerío fue creciendo hasta convertirse en griterío.
-¡Orden!-La potente voz de Goram sonó por encima de los gritos de los senadores, que poco a poco fueron callando.- ¡Orden, senadores!
Finalmente se hizo el silencio y Saryon se dispuso a continuar.
-Vallefértil fue evacuada en poco tiempo, y sólo pude sacar de allí a aquellos que voluntariamente quisieron acompañarme y dejar sus casas y sus bienes atrás. Intenté advertirles, pero no había nada para reforzar mi credibilidad ante una noticia tan terrible. Tuve que elegir entre salvar a tres mil o perderlos a todos. Y nunca había tenido que tomar una decisión tan difícil porque ni siquiera yo podía dar crédito a los que me anunciaban la catástrofe. Creedme, cada una de las vidas perdidas en Vallefértil pesan en mi corazón como una losa de piedra, pero si hay algo que la guerra me ha enseñado es que hay que honrar a los que caen y ayudar a los que siguen en pie. Ahora no es tiempo de llorar. Ahora es tiempo de evitar que suceda de nuevo, si es que estamos a tiempo. Porque, Senadores, tenéis que saber que quien ha atacado Vallefértil, y quien ha infiltrado a los sustitutos es, sin duda, un mismo enemigo. Y también sabemos que el ataque no acabará en Vallefértil. Toda nuestras ciudades están en peligro, y desconocemos cual será el siguiente movimiento del enemigo. Sospechamos que las ciudades enanas de las montañas puedan haber caído o puedan estar asediadas. Ningún mensajero ni explorador ha regresado todavía de allí, y los correos regulares no han llegado tampoco. Eso es una mala señal.
De nuevo, los murmullos nerviosos elevaron su volumen. A pesar de todo, Saryon tenía al Senado en el bolsillo y todos los senadores miraban con ojos desencajados y gesto intranquilo al imponente General. Tenían miedo, y ahora creían en él. Ya les había salvado en el pasado, volvería a hacerlo ahora.
-Nuestro enemigo o al menos su amenaza más próxima, es una horda de lezzars que se mueve por los extensos túneles del subsuelo, y su número y fuerza son simplemente descomunales. En Vallefértil llegaron, arrasaron la ciudad, devoraron a todos sus habitantes, humanos o animales, y desaparecieron. Tardaron dos, a lo sumo tres días. Ahora mismo podrían estar haciendo lo mismo en cualquier otro lugar. Debemos trasladar a la población a las ciudades más seguras, y debemos mantener el ejército resguardado hasta que la horda sea vencida.
-¿Cómo la venceremos entonces, Saryon? ¿Por qué no queréis luchar contra ellos?-La senadora que hablaba era Nenad Pasolargo, una de los representantes de Fénix, su ciudad natal. Era una mercader madura, no aparentaba más de cincuenta años, de rostro enjuto y frente amplia, de melena negra, lacia y fuerte, que en esta ocasión llevaba recogida en un sencillo moño. Sus ojos eran azules y vivos y siempre transmitían la sensación de ver más allá de lo que parecía, a lo cual contribuían sus marcadas aunque finas cejas, sus pómulos prominentes y su mandíbula fina. La familia Pasolargo era conocida en todo Isvar por sus actividades comerciales. Saryon sabía que aunque muchas veces no estaban de acuerdo, Nenad era una mujer inteligente, cauta y con buenas intenciones, y en el fondo, por la expresión de su rostro, sabía que la pregunta no tenía intención de dañar su posición, sino de respaldarla. Nenad, de alguna manera, planeaba algo, y si algo sabía de ella es que era muy astuta, aunque firmemente leal a la causa del Senado.
-Porque La Horda es sólo una distracción. Fue enviada para dañarnos y debilitarnos, y el ejército conquistador vendrá después. Debemos preservar el ejército hasta que el segundo ataque llegue. Nadie quiere una tierra sin pobladores, y parece obvio que el objetivo final de nuestro enemigo es la conquista, no la aniquilación.
Nenad continuaba en pie. Parecía estar de acuerdo con lo que Saryon decía, aunque algunas sombras de duda aún aparecían en su rostro. De nuevo, alzó la voz.
-Lord Saryon, tras vuestras palabras veo que aún sabéis mucho más de lo que nos habéis dicho. Creo que antes de tomar ninguna decisión grave deberíais explicarnos quién es nuestro enemigo.
-La situación es grave, Senadora. Las medidas a tomar también lo son. Pero lo más grave es el tamaño y el poder de nuestro enemigo. No me gusta traer malas noticias, pero la realidad es que nuestro enemigo es mucho más fuerte y poderoso de lo que podemos llegar a imaginar. De algún modo es, o podría llegar a ser, más fuerte que Oriente. Al menos, su amenaza es mucho más terrible.
-¿Más terrible que Oriente?-El debate se había convertido en una conversación entre Saryon y Nenad, que realmente representaban las dos posiciones en las que, en esos momentos, estaba dividido el Senado.
-Oriente amenazó nuestra libertad únicamente a nivel político. El Imperio de Sanazar, o más bien el poderoso ser que maneja los hilos tras ellos, no sólo quiere dominar nuestras tierras. También quiere dominar a nuestras gentes de una manera más perversa y cruel. Ellos no sólo imponen leyes. También imponen su religión, y su religión es cruel y despiadada.-Saryon hablaba con elocuencia, midiendo las palabras pero reforzándolas con el movimiento de sus manos. Había dirigido su mirada hacia la Senadora Nenad hasta ese momento, aunque de nuevo comenzó a dirigirse a todo el auditorio, escrutando los rostros de los senadores.-Todavía sabemos poco sobre el Imperio, aunque, como sabéis, algunos hombres de nuestra confianza están infiltrados allí, y ya hemos recibido algunos informes. La información que poseo es aún poca, pero es suficiente para saber que son ellos. El Imperio amenaza aquello que nosotros hemos defendido siempre, la libertad de nuestros ciudadanos. La Horda, además, amenaza incluso su existencia si no actuamos con premura. Nuestro enemigo quiere nuestras almas, no sólo nuestra conquista, y, como ya ha demostrado en Vallefértil, a ese enemigo no le importará destruir todo lo que haga falta para controlar lo que quede.-El silencio en ese momento fue mortal.- Debemos reaccionar antes de que sea demasiado tarde. Si no lo es ya.
La Senadora Nenad continuaba en pie, impertérrita, como si estuviese a punto de tomar una importante decisión. Su voz, decidida y solemne, sonó en la sala.
-Presidente, tengo una propuesta.
Saryon no esperaba esto. Hoy, hacer las propuestas debía ser cosa suya. Sin embargo, algo en la mirada de Nenad, fija en el caballero, le hizo estar tranquilo. No estaba de acuerdo con algunas de las ideas de la Senadora, pero sabía que era una mujer honesta y responsable. La voz de Goram sonó tras él.
-Adelante, Senador. Le escuchamos.
-Solicito que se le concedan al Senador Saryon plenos poderes políticos y militares de manera indefinida. El Senador Saryon estará obligado a rendir cuentas al Senado cada tres meses, y de mantener informados a los senadores entre las sesiones de las decisiones a tomar. Esos poderes podrán ser retirados por el Senado en cualquier sesión. También solicito que esta medida sea reconocida en nuestras leyes para el futuro.
El murmullo de sorpresa fue generalizado. Saryon miraba con los ojos abiertos de par en par a la astuta Senadora y comprendió que la jugada era perfecta por su parte. Nenad siempre había pensado que el sistema senatorial, aunque garantizaba la justicia, era lento e ineficaz. Según ella, Isvar necesitaba un gobernador, un rey, o alguien que pudiese tomar decisiones de manera rápida y efectiva. Si ahora nombraban a Saryon, Nenad habría sentado un precedente, y la figura que él buscaba podría acabar haciéndose permanente. Por otro lado, si la moción salía adelante, Saryon podría acelerar las medidas enormemente, lo cual podría salvar la vida de muchos de sus conciudadanos. Realmente, Nenad le tenía atrapado.
-¡Isvar no necesita un rey!-Varios senadores de ambos bandos estaban indignados con la propuesta.
-Sí lo necesita. Si lo que el General Saryon nos ha dicho es cierto, no podemos permitir que la toma de decisiones sea tan lenta. Hace dos semanas que podríamos haber comenzado a evacuar las ciudades más vulnerables, y aun no hemos hecho más que iniciar los preparativos, cosa que por otro lado hizo el Senador Saryon de manera muy acertada.
El rumor se fue acallando poco a poco.
-¿Y quién garantizará que Saryon devuelva el poder una vez esté en sus manos? ¿Quién nos garantizará que cuando acabe esta guerra las cosas volverán a la normalidad?
- Saryon fue uno de los que propusieron este método de gobierno, y hasta hoy siempre lo ha defendido. No sólo es uno de nuestros mejores comandantes, y quien mejor conoce de la amenaza que se cierne sobre nosotros, sino que además él cree en el Senado, y eso le hace el hombre perfecto para el cargo.-El argumento pareció acabar de convencer a los senadores indignados, que fueron bajando el nivel de sus comentarios. Nenad se dirigió de nuevo a Saryon- Mi única duda está en si vos aceptaréis esa responsabilidad.
Saryon miró a los ojos a Nenad, y después recorrió lentamente las tribunas con la mirada. Era evidente que si votaban, la propuesta iba a prosperar. Realmente, no había esperado ese final, pero Nenad había sido muy astuta, y Saryon sabía que era la mejor solución. En tiempos de guerra el Senado no sería viable por demasiados motivos. Tenía que aceptar.
-A pesar de que todos sabéis que no deseo poder, si el Senado me concede tal honor, lo aceptaré y cumpliré con mis responsabilidades con humildad y honestidad.
Al final del día Isvar tenía, por primera vez en siglos, un Gobernador que mandaba sobre toda la península.
Saryon oteaba pensativo el horizonte dejando que el viento hiciese ondear su melena azabache sobre sus hombros mientras con su mano derecha retorcía inconscientemente un extremo de su largo mostacho. Desde lo más alto de la robusta torre del homenaje del Castillo de Fortaleza, el paisaje era realmente hermoso. Hacia el sur, el este y el oeste, el infinito y siempre cambiante océano se extendía hasta donde la vista llegaba. Su infinitud sólo era rota por el oleaje que se levantaba a bastante distancia de la costa, causado por la cordillera submarina que existía alrededor de toda la península de Isvar y que hasta hacía poco tiempo había aislado prácticamente a sus gentes del resto del continente. Durante la guerra contra Oriente, los habitantes de los reinos submarinos habían ayudado a los isvarianos a hacer cartas de navegación que les permitían superar las barreras de rocas sin peligro, y ahora el comercio con las ciudades costeras situadas al este de la península era posible, y además muy rentable. Mirando hacia el norte, se podía ver el extenso y fértil valle cortado en dos partes por la amplia ría que formaba la desembocadura del río Aldrei, corto pero bastante caudaloso, y más adelante las colinas que delimitaban el valle, cubiertas de un ligero y bien cuidado bosque.
Lo más particular de Fortaleza era el lugar donde estaba enclavada. La ciudad cubría por completo una isla rocosa, cortada por sus lados sur, este y oeste por escarpados acantilados, y cayendo por el lado norte en una suave pendiente hasta formar una playa natural. Durante la bajamar, un brazo de tierra de unos cien pasos de ancho asomaba por encima del nivel del agua, permitiendo el paso a pie hasta la ciudad. Hacía unos años, un equipo de enanos de las montañas del norte había diseñado junto con los artesanos de Fortaleza una carretera que pudiera soportar el trabajo del mar con un mantenimiento sencillo, y el invento había funcionado a la perfección para poder trasladar mercancías pesadas por la arena. Durante la marea alta, un servicio de transbordadores, que iban y venían continuamente de la ciudad a la costa, solventaban el problema de la comunicación sin dejar de proteger la ventaja estratégica que la posición de la ciudad ofrecía.
Vista desde la costa, Fortaleza hacía honor a su nombre. A poca distancia de los escarpados acantilados se habían construido unas altas y gruesas murallas de piedra ocre, coronadas por fuertes almenas, y que rodeaban por completo la ciudad. Solamente había dos entradas en las murallas. Por el lado sur, que daba a mar abierto, un pequeño puerto fortificado servía de refugio a los transbordadores durante la marea baja, además de garantizar la posibilidad de evacuar a la población y recibir alimentos en tiempos de guerra. Por el lado norte, la muralla descendía siguiendo la pendiente de la isla, y cerraba el acceso a la playa en el punto donde el mar llegaba los días de marea más fuerte. La entrada era amplia, y estaba permanentemente vigilada por un batallón de diez guardias que custodiaban las puertas y el pesado rastrillo de hierro que protegían la ciudad. La altura de los imponentes muros era tal que únicamente podían verse sobre ellos los oscuros tejados de pizarra de los edificios más altos de la ciudad, y, por supuesto, el no menos imponente castillo. Éste estaba situado en la zona más alta de la isla, y, aunque era sencillo, el grosor, la altura y la fortaleza de sus muros resultaban evidentes ya desde el exterior de la ciudad. El muro exterior del castillo tenía forma cuadrada, con sus cuatro esquinas señalando los cuatro puntos cardinales y protegidas por altas torres cuadrangulares rematadas también en almenas y de algo menos del doble de altura que el muro. En el centro del amplio patio de armas, se elevaba la magnífica torre del homenaje, de la misma altura que las otras torres, pero mucho más amplia. Alrededor del castillo quedaba una zona adoquinada bastante extensa, que, como casi todo en Fortaleza, tenía un doble uso. En tiempos de guerra, la zona era necesaria para poder defender el castillo en el remoto caso de que los muros exteriores cayesen. En tiempos de paz, la amplia extensión contenía cada día uno de los mercados más famosos del sur de Isvar, en el que las más variadas mercancías se compraban y vendían sin descanso.
La situación de la ciudad había influido de manera decisiva en las costumbres de sus habitantes. En contra de lo que pudiese parecer al verla desde el exterior, no era un lugar oscuro y opresivo. Los habitantes de Fortaleza, conocedores de que la isla no era lugar para cultivar nada, desde siempre se habían dedicado a la artesanía, procurando fabricar y vender productos de la mejor calidad. Las mejores armas y armaduras de toda Isvar, excepto las raras y caras armas enanas, eran fabricadas en Fortaleza. Los mejores y más nítidos espejos fabricados por manos humanas eran fabricados en Fortaleza. Los mejores muebles, la mejor cerámica y los ropajes más resistentes y cómodos eran los de Fortaleza. Sólo Fénix, la ciudad más grande de la península tenía tantos gremios de los más diversos oficios como Fortaleza, pero era Fortaleza quien se llevaba las preferencias de los compradores, puesto que la firma de un artesano de la ciudad en un objeto significaba que su calidad estaba fuera de toda duda.
Había otro factor que había influido decisivamente en su estructura: el tamaño limitado de la isla. El espacio se les acabaría tarde o temprano, y conocedores de ello, los habitantes de la ciudad se habían preocupado por conocer las mejores técnicas de construcción, de manera que, a diferencia del resto de las ciudades de Isvar, Fortaleza estaba compuesta por casas de cuatro, cinco y hasta seis pisos. El método que utilizaban era el de construir la parte baja de las casas, normalmente hasta el segundo piso, con la piedra gris que formaba el subsuelo de la isla, y el resto de la edificación la construían de madera, tratada para resistir el aire marino y normalmente enyesada en su parte externa. De este modo, el peso de la parte superior de las casas y los hermosos tejados de pizarra eran fácilmente resistidos por las estructuras. Además, los arquitectos de la ciudad eran grandes expertos en el diseño de los interiores, de manera que el espacio era completamente aprovechado, y la luz que llegaba a los pisos más bajos era utilizada de la mejor manera posible, estudiando la posición de las ventanas y utilizando grandes espejos que no sólo ayudaban a conservar la luz natural, sino que además eran magníficos elementos decorativos. La particular disposición de las calles de la ciudad ayudaban además en su empeño a los arquitectos, pues estaban dispuestas en círculos concéntricos alrededor de la extensión que rodeaba al castillo, y eran cortadas de manera transversal por cuatro avenidas que recorrían la ciudad de norte a sur y de este a oeste. De este modo, desde la parte alta del castillo, la ciudad parecía estar formada por doce secciones de círculo que se extendían bajo la vista del observador, rodeándolo.
Y si algo marcaba el carácter de las gentes de la ciudad, era su historia. Los orígenes de la ciudad eran inciertos, y nadie sabía a ciencia cierta qué poderosas y antiguas gentes habían construido los imponentes muros y el castillo. Su construcción era sencilla y tosca, realizada con grandes bloques de aquella extraña piedra ocre cuyo origen nadie conocía, puesto que la piedra de los alrededores era normalmente de color grisáceo, y no había ningún adorno que pudiese indicar el carácter de sus constructores. No se conservaba ningún escrito de los tiempos de la repoblación de la península, hacía más de seiscientos años, tras haber sido abandonada en los tiempos de las guerras de Utgark. Todas las pistas parecían indicar que las murallas ya estaban allí cuando los repobladores llegaron, puesto que no existía ninguna referencia en la ciudad sobre el descomunal trabajo de su construcción. Fortaleza había sido desde siempre una ciudad de refugiados. En los numerosos conflictos que poblaban la historia de la península desde la repoblación, Fortaleza siempre había tenido un carácter decisivo. Sus muros y el mar eran una garantía de protección, y los isvarianos que por un motivo u otro habían tenido que dejar sus ciudades, siempre se habían dirigido a aquel lugar. Tanta tradición en la recepción de gentes en situación de necesidad había calado muy hondo en la manera de pensar de los habitantes de la ciudad, de manera que los refugiados no sólo eran tratados de manera excelente sino que además el acoger una familia de refugiados en casa era considerado por todos en la ciudad como un deber y un honor.
De nuevo, una oleada de refugiados había alterado la actividad normal. Hacía ya un mes que la caravana de los supervivientes de Vallefértil había llegado a la ciudad, y todos ellos estaban ya instalados y atendidos por los desprendidos lugareños. Desde entonces, habían entendido muchas cosas, pero no habían podido hacer prácticamente nada. La entrevista con Makhram Naft, el senador que le había engañado sobre el camino más seguro hacia Arbórea, había dado sus frutos. Tal y como habían supuesto, el senador había sido sustituido por algo, y en cuanto le había hecho dos preguntas comprometidas se había hecho evidente, puesto que había comenzado a gruñir como un animal moribundo, y llevándose las manos al cuello, había caído al suelo hasta morir sin que pudiesen hacer nada. Tal y como había supuesto Vanya, su sangre era verde. Gracias a aquella visita ya tenían claras dos cosas. No podían fiarse ni de los suyos, y efectivamente su enemigo era inteligente y sutil. El siguiente paso sería más complejo de realizar.
Por otro lado, también estaba preocupado por la información que le habían dado Mirko y Adrash. Habían llegado un par de días después de que él mismo llegase con Maray y Vanya, y lo que le habían contado le había confirmado todo cuanto sospechaba. Ahora ya sabían algo más de sus enemigos y de quién movía los hilos tras la horda. La conclusión era evidente, y la respuesta era la que había comenzado Clover hacía meses. Habían enviado La Horda para debilitarlos, y por lo tanto no debían enfrentarse a ella. Tras la horda, llegaría el verdadero enemigo, y había que estar listo para cuando llegase. El riesgo de la situación estaba en que no sabía cómo iba a reaccionar el Senado ante la noticia, y ante la petición de medidas extraordinarias que iba a realizar. La mayoría de los senadores eran muy precavidos, puesto que creían con acierto que la buena marcha de sus negocios dependía de la estabilidad, y probablemente no creerían ni una palabra de lo que Saryon les iba a contar. Tenía a su favor el hecho de que sus aliados en el senado estaban informados y de acuerdo con su plan, y contaba también con que la confirmación de la caída de Vallefértil les empujaría a creerle. Pero lo definitivo era lo que no esperaba su enemigo. Había cometido una torpeza al darle una manera tan obvia de demostrar que los que les atacaban eran más peligrosos y más sutiles que la brutalidad que había recibido Vallefértil, y eso le inclinaba a creer que les estaba menospreciando, o al menos que no había entendido lo que movía a los Isvarianos. Hablando con Mirko sobre el tema, éste le había dicho una de sus frases misteriosas. Ovatha no podía entenderles porque lo que movía a los Isvarianos estaba más allá de su entendimiento y de su naturaleza. Ovatha no entendía de emociones. Ovatha era puro pensamiento. Sólo el pensar en la dimensión de su enemigo le hacía estremecerse. Y en esos momentos, el siguiente paso para evitar la dominación de Isvar en su sentido más profundo dependía de él, y de su capacidad para que los senadores comprendiesen como mínimo la parte del problema que les tocaba de cerca, la amenaza que tenían encima.
También sabía que tendría que rebelarles que desconocía el paradero del ejército. Había leído y releído una y otra vez la carta que Clover le había dejado antes de desaparecer, en busca de una pista sobre su paradero, pero lo único que sabía es que habían embarcado en Punta Oeste bajo el mando de Willowith y con el pretexto de ir en ayuda de su antiguo aliado contra Oriente, el lejano reino de Avalar. Gracias a la carta, sabía que Clover había tenido que convencer a Willowith de algo, cosa que era realmente difícil, puesto que Willowith era un verdadero cabezota cuando quería, lo cual le hacía sospechar. Realmente creía que Clover había llevado el ejército a algún lugar seguro y cercano, probablemente las Islas de los Druidas, situadas al noroeste de Isvar, con la intención de traerlo de nuevo en cuanto tuviesen noticias de los verdaderos invasores. Pero no podía estar seguro. Y no podía mentir en el Senado. Realmente, Saryon confiaba plenamente en el espíritu de los isvarianos, pero la posibilidad del desastre le acuciaba, y ya habían sido demasiado lentos. Las ciudades que no podían defender deberían haber sido evacuadas ya. Y no sabían si ya se habían producido más ataques. Nadie había llegado de las ciudades enanas de Valgrim y Nordarr, y ninguno de los exploradores y mensajeros enviados había regresado todavía. Y nadie sabía cuántas pequeñas aldeas podrían haber sido arrasadas ya por La Horda, ni donde estaba, ni donde golpearía de nuevo. Era necesario actuar cuanto antes.
-Saryon, los senadores que han confirmado su asistencia ya han entrado en la sala. Deberías bajar.
La voz dulce y serena de Maray llegó desde su espalda, reconfortándole de una manera extraña pero agradable. Se volvió y la pudo ver al final de las escaleras. Vestía con su habitual túnica ocre y sus sandalias, símbolo de su diosa. Su melena corta de pelo rojizo y liso reforzaba la belleza de sus grandes ojos y el aspecto amable y cordial de su rostro, un poco ancho pero con una belleza muy especial. Miraba a Saryon como escrutándolo, con una mirada de preocupación, sin perder la profunda serenidad que siempre reflejaba, y por otro, parecía impresionada por la hermosa armadura de gala del caballero, o más bien con el magnífico aspecto que el caballero tenía con esa armadura. Estaba formada por un largo jubón de una finísima cota de malla, sin duda fabricada con una aleación de Plata Verdadera, un mineral considerado mágico que sólo se encontraba en pequeñas vetas en las más oscuras, profundas y peligrosas grietas del submundo. Sobre este jubón de malla, de manga larga y con capucha, y que caía desde los hombros hasta los tobillos, Saryon llevaba una brillante pechera de coraza simple, con dos únicos adornos. Grabado en su parte frontal, decorado con oro y plata, estaba el símbolo de la orden de Isvar, una espada cuya empuñadura formaba una balanza en equilibrio. El mismo adorno, de menor tamaño se encontraba también en las anchas hombreras, de las que colgaba una larga y pesada capa de lana hábilmente tejida, de color marfil. Llevaba la capucha sobre los hombros, y el simple pero hermoso yelmo cilíndrico con una larga pluma de color marfil bajo el brazo izquierdo. Maray nunca había visto a Saryon de esta guisa, pero los senadores sí. Y sabrían lo que su indumentaria significaba. Saryon se presentaría al senado como general y como líder de la Orden de Isvar, lo cual ya llevaba una fuerte carga implícita. Por eso Saryon estaba esperando a la llegada de todos los senadores. Para que el impacto fuese mayor.
-Todo saldrá bien, Saryon. Saben que vienen tiempos duros, y confiarán en ti como confiaron antes.-La voz de Maray era dulce, y le hacía sentir seguro.
-Eso espero, Maray.-Saryon volvió a dejar que su mirada se perdiese en el horizonte mientras respiraba hondo.- ¿Está todo listo?
-Si, el Capitán Kermat me confirmó que todo estaba preparado y que esperarían vuestra señal.
-Entonces, que sea lo que los dioses quieran. Vamos allá.
-Será lo que ellos quieran Saryon, eso no lo dudes.-Maray se acercó al caballero, y, para su sorpresa le dio un tierno beso en la mejilla.- El Senado ya confió en ti otras veces, y no tienen motivos para dudar de tu palabra. Les convencerás.
Más turbado de lo que le gustaría reconocer, Saryon sonrió a Maray y comenzó a bajar las escaleras. El caballero pudo imaginarse la sonrisa serena y franca de Maray, que bajaba tras él.
La sala de recepciones del castillo estaba en la planta baja de la gran torre del homenaje. En ella, los hábiles artesanos de Fortaleza habían dispuesto dos recias tribunas de madera, de cuatro escalones, en las que se habrían de sentar los senadores. Las tribunas estaban situadas a izquierda y derecha de la gran entrada exterior a la sala, separadas unos metros de las paredes. Del lado contrario de la puerta se había situado un estrado de recia madera, desde el cual los oradores lanzarían sus discursos. Tras el estrado, elevada sobre una tribuna, había una gran silla, de respaldo alto y con apoyabrazos, destinada al Presidente del consejo, que se encargaba de decidir el orden de los oradores y de los temas a tratar. El cargo de Presidente correspondía siempre al anfitrión del cónclave, y en la sesión de hoy sería el senador Goram Brazofuerte, líder del gremio de armeros y alcalde de la ciudad. Goram era un buen hombre, sencillo pero práctico, y había accedido a ayudar a Saryon dándole la palabra de primero. El artesano confiaba en Saryon desde la guerra contra Oriente, y había comprendido a la perfección la amenaza que se cernía sobre todos ellos.
Cuando Saryon bajó por las escaleras de la torre se hizo el silencio en la gran sala. De los ciento ochenta senadores y senadoras, únicamente habían asistido ciento trece. De los representantes de Vallefértil, únicamente estaban los seis que habían decidido acompañarle. Faltaban todos los de las ciudades enanas y no había sido posible avisar a los representantes de Arbórea y Filo Brillante a tiempo, aunque aún contaban con la posibilidad de que llegasen durante la celebración del cónclave. Del resto de ciudades también faltaban varios senadores, algunos con causa conocida, como Willowith, y otros por causas sin aclarar. Aun así, habían conseguido superar el mínimo necesario para comenzar, y eso ya era un importante primer paso para el éxito. La velocidad era fundamental para vencer a su enemigo y prácticamente habían perdido el último mes en conseguir convocar al Senado.
Saryon intentó pulsar la atmósfera a su alrededor. Los senadores parecían estar divididos en corrillos que intercambiaban opiniones en murmullos mientras observaban a todos a su alrededor. Realmente era fácil diferenciar a que grupo pertenecía cada senador sólo con echarles un vistazo. La mayoría de ellos eran ricos comerciantes que a través de donaciones y de mostrar una clara voluntad de servicio público, un criterio demasiado elástico desde el punto de vista de Saryon, habían conseguido una plaza en el Senado. Estos senadores iban siempre vestidos como civiles. Normalmente elegían para estas ocasiones ropas sencillas pero no por ello menos ostentosas. Los hombres iban vestidos con hermosas camisas bordadas y finos pantalones de cuero, cubiertos por largas capas, mientras que las mujeres solían vestir de manera moderada, evitando ostentar de su situación económica, pero sin dejar de mostrarla, normalmente con vestidos de corte sencillo pero de materiales caros. Tanto unos como las otras solían portar algún ostentoso sello o medallón simbólicos, que indicaban su rango y posición en el senado, aunque en muchos casos estos símbolos estaban tan rodeados de otros anillos o joyas que era prácticamente imposible verlos. Saryon sabía que estos senadores, casi dos tercios del total, eran su verdadero objetivo, y que serían muy reticentes a aceptar medidas como las que propondría hasta que viesen a los lagartos en las puertas de su ciudad. Ya había convencido a algunos, pero todavía le faltaba saber lo que opinarían muchos otros.
El segundo tipo de senadores estaba constituido por los artesanos. Desde la creación del senado, los gremios habían pedido que se les tuviese en cuenta, puesto que formaban uno de los estratos sociales más importante de la península. Ellos eran los que construían y reparaban las casas, forjaban armas y armaduras, fabricaban muebles y utensilios de los más diversos tipos. En poco tiempo se les había reconocido su posición y se habían ofrecido puestos de senador a los gremios y a las uniones de gremios más relevantes. Los artesanos, como senadores, mostraban un gran espíritu práctico y una enorme capacidad de organización, lo cual les había brindado el reconocimiento de todos los demás senadores en muy poco tiempo. Solían acudir a los cónclaves con ropas sencillas y austeras, normalmente las típicas de su profesión, a pesar de que la mayoría de ellos eran ricos. Realmente lo hacían para demostrar que mientras estaban en el senado, ellos representaban a todos los artesanos, de los más ricos a los más pobres, y que actuarían en beneficio de todos sin distinción. La opinión de los gremios era muy tenida en cuenta por todos siempre, y en este caso, Saryon contaba con el apoyo de la gran mayoría de ellos. Si estaban en guerra, ellos lucharían de la mejor manera posible, como los demás, eso le había dicho Goram, y hasta ahora la única opción que tenían era la propuesta por él, así que le seguirían.
El tercer grupo de senadores eran lo que muchos llamaban los generales, y que él prefería llamar los senadores por méritos de guerra. Este grupo lo constituían una serie de senadores elegidos durante la guerra de oriente, cuando se creó el Senado, entre los que se encontraba él mismo. Se había dado el cargo de senador a veinte hombres y mujeres que durante la guerra, antes de la constitución del senado, habían llevado a cabo enormes servicios a la causa de los isvarianos, consiguiendo y transmitiendo información, haciendo guerra de guerrillas, o dirigiendo a los ejércitos de voluntarios que se formaron al final de la guerra para acabar de repeler las fuerzas del enemigo. Saryon era uno de ellos, y casi todos eran sus amigos y habían luchado a su lado en más de una ocasión, pero hoy sólo estaba él mismo de entre todos ellos. Willowith estaba con el ejército, Clover presuntamente muerto, y había pedido a sus amigos en las principales ciudades que fuesen preparando la defensa y la evacuación de las ciudades indefendibles. Era más importante que los trabajos empezasen cuanto antes que la votación en el Senado.
Su aparición con armadura fue significativa para la mayoría de los senadores. Era evidente que estaban nerviosos por las noticias sobre Vallefértil y su aspecto estaba contribuyendo a aumentar una tensión que sin duda podía afectar a sus planes. Todos sabían que los generales acudían al senado con armadura en tiempos de guerra, y los rumores se habían acentuado tras la aparición de Saryon. Debían comenzar cuanto antes.
Tras saludar formalmente a varios de los representantes recién llegados, Saryon se dirigió a la parte más baja de la tribuna situada a la derecha del estrado. Esto indicaba claramente a todos que tenía intención de hablar. Como si todos los demás senadores hubiesen entendido el gesto de Saryon, todos tomaron asiento en las tribunas en poco tiempo, aunque sopesaban el sitio que ocuparían con determinada mesura. En el senado, los gestos más mínimos podían tener significado, y Saryon lo sabía. Cuando todos estuvieron sentados, Saryon pudo ver muchos signos en la colocación de los senadores. A su espalda y a su derecha se aglutinaban un buen número de representantes. La mayoría de los que le respaldaban eran representantes de los gremios de artesanos de las distintas ciudades, aunque un grupo nutrido de mercaderes se había situado a una distancia prudencial de él.
La mayor parte de los mercaderes se habían situado en el lado contrario al suyo, pero mucho más cercanos al centro de la tribuna que al estrado. Estaba claro lo que esto quería decir. Que le escucharían, pero que tenían reservas. Las cosas, al fin y al cabo, no iban mal.
Goram iba vestido con un grueso y desgastado mandil de cuero, y con una sencilla camisa blanca y pantalones también de cuero bajo él. Su figura era ancha, y sus brazos enormemente fuertes a causa del duro trabajo que durante muchos años había realizado en la forja. Era bastante mayor, completamente calvo, y su rostro ancho y curtido estaba surcado por un ancho y vigoroso bigote de color gris y por sus pobladas cejas, que daban a su mirada de ojos vivos, pequeños y oscuros una extraña carga de sentido común. El fornido artesano se puso en pie, y su voz sonó recia y fuerte por encima de los nerviosos murmullos de los senadores, anunciando el inicio del Cónclave con la fórmula tradicional.
-Yo, Goram Brazofuerte de Fortaleza, Senador de Isvar, declaro y testifico ante todos que he sido convocado aquí para presidir el vigésimo quinto Cónclave de Isvar, convocado de urgencia por Saryon Maiher, Senador y General de Isvar, ante los graves hechos acaecidos en Vallefértil.-Goram carraspeó. El silencio era total.-Si nadie se opone, ofreceré la palabra al Senador Saryon para comenzar, dado que él es quien nos ha convocado.
Saryon esperó unos segundos, y ante la falta de réplica, se puso en pie, tomando su yelmo de nuevo bajo el brazo izquierdo, y caminó hasta el estrado. Tras apoyar el yelmo sobre el estrado, Saryon apoyó ambas manos sobre él y recorrió las tribunas con su mirada de manera lenta y cadenciosa. Buscaba signos de los posibles infiltrados entre los senadores, pero todos estaban como petrificados, con la vista fija en la tribuna.
-Honorables Senadores de Isvar, representantes de los hombres libres de esta tierra, sé que muchos de vosotros os habréis preguntando muchas veces el motivo por el que hoy os he convocado aquí, y también sé que todos habéis hallado respuestas en el camino, y en la misma ciudad de Fortaleza.-Saryon parecía tranquilo. Sus palabras eran serenas aunque había un aire de solemnidad en su discurso que mantenía la rígida tensión de los senadores.-Y os aseguro que cuando salgamos de aquí, no sólo tendréis respuestas para todas las preguntas que os habéis hecho hasta ahora, sino que habréis visto y oído lo suficiente como para daros cuenta de lo poco útil de las respuestas que ahora buscáis. Y aún iría más allá, es muy posible que muchos de vosotros incluso deseéis no haber sabido nunca lo que sabréis.
Un murmullo recorrió la sala. Aunque las frases de Saryon dejaban ver que algo terrible los amenazaba, aún no tenían ningún dato concreto. El caballero había calculado de manera precisa sus palabras, puesto que no quería que su enemigo supiese nada de sus planes, salvo que había sido descubierto.
-Sé que muchos creéis que sólo traigo malos presagios. Sé que muchos pensáis que mi corazón anhela poder. Os equivocáis. Lo que yo os traigo es la verdad, y mi corazón únicamente anhela lo mejor para cada uno de los isvarianos.-El tono de voz de Saryon bajó poco a poco hasta hacerse profundo.-Y hoy os lo demostraré.
Saryon se giró hacia Goram.
-Presidente, solicito que cien hombres de la Orden de Isvar entren en el recinto. Hemos sido traicionados.-La voz de Saryon sonó potente y solemne, y sus palabras pudieron ser oídas a la perfección por todos los senadores
-Acepto su solicitud, senador.-Goram habló también con voz alta y clara.
De pronto, sin que nadie tuviese tiempo para reaccionar, las puertas externas y las de las escaleras se abrieron de par en par. Por cada una de ellas comenzaron a entrar dos filas de hombres. Todos ellos llevaban armaduras de gala de la Orden de Isvar, con el yelmo puesto. En su brazo izquierdo portaban escudos redondos con el símbolo de la orden, y todos ellos llevaban una espada y una daga colgando del cinto. Era la primera vez que un hombre armado entraba en un Cónclave, lo cual indignó a un buen número de senadores que no dudaron en mostrar su indignación en voz alta. El ruido ordenado de los pasos de los soldados y las voces de los senadores que mostraban su indignación llenaron la sala. Los caballeros continuaron entrando, hasta que las cuatro filas se situaron delante y detrás de las dos tarimas. Entonces, simultáneamente, los caballeros se giraron hasta quedar mirando hacia las tribunas y golpearon simultáneamente el suelo con los talones, haciendo un estruendo importante que consiguió que, de nuevo, la sala quedase en silencio. Los dos últimos hombres en entrar, los dos de más graduación dentro de la orden después del propio Saryon, cerraron y atrancaron de nuevo las puertas, y se acercaron al estrado, flanqueando al caballero. Varios senadores parecían aterrorizados, y un nutrido grupo de mercaderes de los que se habían sentado cerca de Saryon se apartaron dignamente hacia la zona más apartada de la tribuna para mostrar su desacuerdo con sus acciones. La inmensa mayoría parecían expectantes. El caballero sabía que ese momento era clave. Si no había ningún infiltrado entre los presentes, podía perder la confianza de los senadores, pero no podía arriesgarse a mostrar sus planes al enemigo, con lo que tenía que seguir adelante.
-Senadores, les ruego que sean pacientes. Cuando todo esto haya acabado recibirán las explicaciones que merecen, pero hasta entonces les ruego que confíen en mí.-De nuevo un murmullo recorrió las tribunas.
Los caballeros permanecían inmóviles en sus posiciones, observando a los senadores en busca de cualquier movimiento sospechoso. Saryon los había aleccionado para evitar todo derramamiento innecesario de sangre, y no sabían cómo podrían reaccionar aquellos sustitutos al verse acorralados.
-Ahora, los Capitanes Kermat y Archibald se acercarán a cada uno de vosotros para pediros que les dejéis realizaros un corte en la mano. Debemos comprobar que cada uno de nosotros es quien dice ser. Como ya había dicho, hemos sido traicionados.
De nuevo, los rumores aumentaron. Muchos de los senadores estaban lo suficientemente asustados como para no pararse a pensar en las palabras de Saryon, pero muchos otros comprendieron enseguida lo que sucedía y contribuyeron a mantener la calma cuando los dos lugartenientes de Saryon se acercaron a las tribunas.
De pronto, los dioses decidieron ayudar al caballero, o quizá su enemigo entendió que su engaño había sido descubierto, porque doce senadores que hasta ese momento parecían haber estado tranquilos, se lanzaron sobre quien tenían más cerca, con los ojos saliéndose de sus orbitas y lanzando horrendos alaridos. El combate fue breve. Los caballeros de la orden de Isvar eran hábiles guerreros, y algunos de los senadores también. Los sustitutos, además, parecían enloquecidos y en ningún momento presentaron una verdadera resistencia ante los caballeros, que estaban alerta y preparados para lo que había sucedido. En poco tiempo, todos los senadores falsos estaban reducidos o muertos, sin que nadie más resultase herido de gravedad. Entonces, hasta los más incrédulos entendieron. La sangre de aquellos que habían enloquecido era verde, lo cual indicaba necesariamente que no eran humanos. Habían sido atacados y traicionados. Los murmullos y los gestos de aprobación aumentaron, y al poco tiempo cada senador, incluidos Goram y Saryon, habían pedido al Capitán Kermat o al Capitán Archibald que les hiciese un corte en su mano, para mostrar a todos que eran quien decían ser. Entonces, Goram solicitó a los caballeros que se llevasen a los falsos senadores, y que abandonasen de nuevo el Cónclave, agradeciéndoles el magnífico trabajo realizado. Todos los senadores se sentaron en un gran grupo, en la tribuna a la derecha del caballero. Saryon sabía que ya había ganado.
-Senadores, amigos…-Los murmullos no cesaban, y Saryon levantó de nuevo la voz.-…debéis saber que esto es sólo el principio del trabajo que tenemos por delante, y, ahora que sabemos que todos podemos confiar en todos, hay una medida inmediata que quiero solicitar.-Murmullos de aprobación, caras serias y gestos afirmativos entre los senadores.
-La primera de todas las medidas que creo que debemos tomar ante la actual situación es añadir el ritual que acabamos de llevar a cabo al comienzo de cada Cónclave. De este modo nos aseguraremos de que ningún otro sustituto enviado por el enemigo pueda oír nuestros planes.
En ese momento, todos o prácticamente todos los senadores se pusieron en pie, demostrando su apoyo a la propuesta de Saryon. La voz de Goram resonó en la sala.
-Si nadie objeta, se acepta la propuesta. –Todos aplaudieron. Cuando cesaron los aplausos, Goram continuó.- Si nadie se opone, propongo que el General Saryon designe al letrado encargado de plasmar la nueva Ley.-De nuevo, aplausos.-Por favor, General, continúe.
-Gracias, Goram.-La voz de Saryon era ahora seria y grave-De nuevo, debo continuar con malas noticias. Vallefértil ha sido destruida, y todos sus habitantes, a excepción de aquellos que se encuentran hoy refugiados en Fortaleza, han sido asesinados y devorados.
Realmente todos sabían que algo grave había sucedido en Vallefértil, pero las palabras duras y descarnadas de Saryon impactaron como un martillazo en las almas de muchos de los senadores. Varios se levantaron pidiendo más información a Saryon, y el vocerío fue creciendo hasta convertirse en griterío.
-¡Orden!-La potente voz de Goram sonó por encima de los gritos de los senadores, que poco a poco fueron callando.- ¡Orden, senadores!
Finalmente se hizo el silencio y Saryon se dispuso a continuar.
-Vallefértil fue evacuada en poco tiempo, y sólo pude sacar de allí a aquellos que voluntariamente quisieron acompañarme y dejar sus casas y sus bienes atrás. Intenté advertirles, pero no había nada para reforzar mi credibilidad ante una noticia tan terrible. Tuve que elegir entre salvar a tres mil o perderlos a todos. Y nunca había tenido que tomar una decisión tan difícil porque ni siquiera yo podía dar crédito a los que me anunciaban la catástrofe. Creedme, cada una de las vidas perdidas en Vallefértil pesan en mi corazón como una losa de piedra, pero si hay algo que la guerra me ha enseñado es que hay que honrar a los que caen y ayudar a los que siguen en pie. Ahora no es tiempo de llorar. Ahora es tiempo de evitar que suceda de nuevo, si es que estamos a tiempo. Porque, Senadores, tenéis que saber que quien ha atacado Vallefértil, y quien ha infiltrado a los sustitutos es, sin duda, un mismo enemigo. Y también sabemos que el ataque no acabará en Vallefértil. Toda nuestras ciudades están en peligro, y desconocemos cual será el siguiente movimiento del enemigo. Sospechamos que las ciudades enanas de las montañas puedan haber caído o puedan estar asediadas. Ningún mensajero ni explorador ha regresado todavía de allí, y los correos regulares no han llegado tampoco. Eso es una mala señal.
De nuevo, los murmullos nerviosos elevaron su volumen. A pesar de todo, Saryon tenía al Senado en el bolsillo y todos los senadores miraban con ojos desencajados y gesto intranquilo al imponente General. Tenían miedo, y ahora creían en él. Ya les había salvado en el pasado, volvería a hacerlo ahora.
-Nuestro enemigo o al menos su amenaza más próxima, es una horda de lezzars que se mueve por los extensos túneles del subsuelo, y su número y fuerza son simplemente descomunales. En Vallefértil llegaron, arrasaron la ciudad, devoraron a todos sus habitantes, humanos o animales, y desaparecieron. Tardaron dos, a lo sumo tres días. Ahora mismo podrían estar haciendo lo mismo en cualquier otro lugar. Debemos trasladar a la población a las ciudades más seguras, y debemos mantener el ejército resguardado hasta que la horda sea vencida.
-¿Cómo la venceremos entonces, Saryon? ¿Por qué no queréis luchar contra ellos?-La senadora que hablaba era Nenad Pasolargo, una de los representantes de Fénix, su ciudad natal. Era una mercader madura, no aparentaba más de cincuenta años, de rostro enjuto y frente amplia, de melena negra, lacia y fuerte, que en esta ocasión llevaba recogida en un sencillo moño. Sus ojos eran azules y vivos y siempre transmitían la sensación de ver más allá de lo que parecía, a lo cual contribuían sus marcadas aunque finas cejas, sus pómulos prominentes y su mandíbula fina. La familia Pasolargo era conocida en todo Isvar por sus actividades comerciales. Saryon sabía que aunque muchas veces no estaban de acuerdo, Nenad era una mujer inteligente, cauta y con buenas intenciones, y en el fondo, por la expresión de su rostro, sabía que la pregunta no tenía intención de dañar su posición, sino de respaldarla. Nenad, de alguna manera, planeaba algo, y si algo sabía de ella es que era muy astuta, aunque firmemente leal a la causa del Senado.
-Porque La Horda es sólo una distracción. Fue enviada para dañarnos y debilitarnos, y el ejército conquistador vendrá después. Debemos preservar el ejército hasta que el segundo ataque llegue. Nadie quiere una tierra sin pobladores, y parece obvio que el objetivo final de nuestro enemigo es la conquista, no la aniquilación.
Nenad continuaba en pie. Parecía estar de acuerdo con lo que Saryon decía, aunque algunas sombras de duda aún aparecían en su rostro. De nuevo, alzó la voz.
-Lord Saryon, tras vuestras palabras veo que aún sabéis mucho más de lo que nos habéis dicho. Creo que antes de tomar ninguna decisión grave deberíais explicarnos quién es nuestro enemigo.
-La situación es grave, Senadora. Las medidas a tomar también lo son. Pero lo más grave es el tamaño y el poder de nuestro enemigo. No me gusta traer malas noticias, pero la realidad es que nuestro enemigo es mucho más fuerte y poderoso de lo que podemos llegar a imaginar. De algún modo es, o podría llegar a ser, más fuerte que Oriente. Al menos, su amenaza es mucho más terrible.
-¿Más terrible que Oriente?-El debate se había convertido en una conversación entre Saryon y Nenad, que realmente representaban las dos posiciones en las que, en esos momentos, estaba dividido el Senado.
-Oriente amenazó nuestra libertad únicamente a nivel político. El Imperio de Sanazar, o más bien el poderoso ser que maneja los hilos tras ellos, no sólo quiere dominar nuestras tierras. También quiere dominar a nuestras gentes de una manera más perversa y cruel. Ellos no sólo imponen leyes. También imponen su religión, y su religión es cruel y despiadada.-Saryon hablaba con elocuencia, midiendo las palabras pero reforzándolas con el movimiento de sus manos. Había dirigido su mirada hacia la Senadora Nenad hasta ese momento, aunque de nuevo comenzó a dirigirse a todo el auditorio, escrutando los rostros de los senadores.-Todavía sabemos poco sobre el Imperio, aunque, como sabéis, algunos hombres de nuestra confianza están infiltrados allí, y ya hemos recibido algunos informes. La información que poseo es aún poca, pero es suficiente para saber que son ellos. El Imperio amenaza aquello que nosotros hemos defendido siempre, la libertad de nuestros ciudadanos. La Horda, además, amenaza incluso su existencia si no actuamos con premura. Nuestro enemigo quiere nuestras almas, no sólo nuestra conquista, y, como ya ha demostrado en Vallefértil, a ese enemigo no le importará destruir todo lo que haga falta para controlar lo que quede.-El silencio en ese momento fue mortal.- Debemos reaccionar antes de que sea demasiado tarde. Si no lo es ya.
La Senadora Nenad continuaba en pie, impertérrita, como si estuviese a punto de tomar una importante decisión. Su voz, decidida y solemne, sonó en la sala.
-Presidente, tengo una propuesta.
Saryon no esperaba esto. Hoy, hacer las propuestas debía ser cosa suya. Sin embargo, algo en la mirada de Nenad, fija en el caballero, le hizo estar tranquilo. No estaba de acuerdo con algunas de las ideas de la Senadora, pero sabía que era una mujer honesta y responsable. La voz de Goram sonó tras él.
-Adelante, Senador. Le escuchamos.
-Solicito que se le concedan al Senador Saryon plenos poderes políticos y militares de manera indefinida. El Senador Saryon estará obligado a rendir cuentas al Senado cada tres meses, y de mantener informados a los senadores entre las sesiones de las decisiones a tomar. Esos poderes podrán ser retirados por el Senado en cualquier sesión. También solicito que esta medida sea reconocida en nuestras leyes para el futuro.
El murmullo de sorpresa fue generalizado. Saryon miraba con los ojos abiertos de par en par a la astuta Senadora y comprendió que la jugada era perfecta por su parte. Nenad siempre había pensado que el sistema senatorial, aunque garantizaba la justicia, era lento e ineficaz. Según ella, Isvar necesitaba un gobernador, un rey, o alguien que pudiese tomar decisiones de manera rápida y efectiva. Si ahora nombraban a Saryon, Nenad habría sentado un precedente, y la figura que él buscaba podría acabar haciéndose permanente. Por otro lado, si la moción salía adelante, Saryon podría acelerar las medidas enormemente, lo cual podría salvar la vida de muchos de sus conciudadanos. Realmente, Nenad le tenía atrapado.
-¡Isvar no necesita un rey!-Varios senadores de ambos bandos estaban indignados con la propuesta.
-Sí lo necesita. Si lo que el General Saryon nos ha dicho es cierto, no podemos permitir que la toma de decisiones sea tan lenta. Hace dos semanas que podríamos haber comenzado a evacuar las ciudades más vulnerables, y aun no hemos hecho más que iniciar los preparativos, cosa que por otro lado hizo el Senador Saryon de manera muy acertada.
El rumor se fue acallando poco a poco.
-¿Y quién garantizará que Saryon devuelva el poder una vez esté en sus manos? ¿Quién nos garantizará que cuando acabe esta guerra las cosas volverán a la normalidad?
- Saryon fue uno de los que propusieron este método de gobierno, y hasta hoy siempre lo ha defendido. No sólo es uno de nuestros mejores comandantes, y quien mejor conoce de la amenaza que se cierne sobre nosotros, sino que además él cree en el Senado, y eso le hace el hombre perfecto para el cargo.-El argumento pareció acabar de convencer a los senadores indignados, que fueron bajando el nivel de sus comentarios. Nenad se dirigió de nuevo a Saryon- Mi única duda está en si vos aceptaréis esa responsabilidad.
Saryon miró a los ojos a Nenad, y después recorrió lentamente las tribunas con la mirada. Era evidente que si votaban, la propuesta iba a prosperar. Realmente, no había esperado ese final, pero Nenad había sido muy astuta, y Saryon sabía que era la mejor solución. En tiempos de guerra el Senado no sería viable por demasiados motivos. Tenía que aceptar.
-A pesar de que todos sabéis que no deseo poder, si el Senado me concede tal honor, lo aceptaré y cumpliré con mis responsabilidades con humildad y honestidad.
Al final del día Isvar tenía, por primera vez en siglos, un Gobernador que mandaba sobre toda la península.
21 Comentarios