Escrito por Cronos el viernes, 18 de junio de 2010
Los misterios del camino.
La carretera que conducía desde Fortaleza hasta Flecha Blanca partía desde el embarcadero de la ciudad y se internaba por el amplio valle, atravesándolo prácticamente en línea recta hasta las suaves colinas que lo delimitaban. Desde el camino se podía ver cómo la economía del rico paraje se había regenerado desde la ya lejana guerra contra oriente. Innumerables granjas, pequeñas y grandes, esparcidas en medio de los grandes cercados, cubrían las amplias llanuras que se extendían desde la costa a las estribaciones de las colinas. El otoño estaba a punto de llegar, y aunque en el sur de Isvar era muy suave, sus efectos ya se podían notar en el color de los árboles y de los campos. Aquí y allá se podían observar rebaños de ovejas, vacas y caballos que campaban a sus anchas por los pastos. Todo el valle estaba surcado por una telaraña de pequeños caminos y senderos que comunicaban granjas, campos, acequias y cercados. La reunión de urgencia del Senado, y sobre todo las noticias que iban y venían sobre el triste destino de Vallefértil habían afectado sobremanera las vidas de los campesinos. Únicamente se podían ver en los extensos campos a algunos pastores, siempre atados a su trabajo, puesto que los rebaños no esperan, y aún menos granjeros haciendo trabajos urgentes. Todos sabían que algo importante iba a cambiar y que algo importante había ya sucedido y, aunque el plácido atardecer de final de verano ayudaba a alejar los problemas de la cabeza de las gentes humildes, muchos recordaban aún la llegada de los orientales hacía años, y el ambiente que se vivía era de inquietud y de tensión.
Maray continuó caminando por el margen de la carretera principal, cubierta de adoquín y perfectamente cuidada, hacia las colinas. Sus inquietudes eran bien distintas de los campesinos. Ella confiaba en Saryon y en los senadores y sabía que, aunque el Senado aun no había terminado con sus trabajos, Saryon conseguiría sus fines con toda seguridad, puesto que lo que él defendía era lo único que podían hacer. Sus preocupaciones eran a la vez un poco más mundanas y un poco más místicas. Lo que le había sido anunciado había sucedido, y aunque en todo momento había sido consciente de las consecuencias de su decisión, la había tomado con el corazón y eso era lo importante. Pero aun así estaba confusa. En su interior, lo que sabía y lo que sentía se mezclaban en una amalgama compleja y en la que había estado intentando encontrar un sentido que no podía ver. Sólo ella y Hesam, su guía, sabían lo que su diosa le había mostrado, y ella no era capaz de interpretar el sentido de lo que iba a suceder, y ni siquiera estaba segura de querer hacerlo.
Continuó caminando a ritmo cadencioso pero firme, cavilando y a la vez disfrutando de la tranquilidad del camino. Al llegar a las estribaciones de las colinas el paisaje más próximo cambiaba lentamente. El terreno se iba haciendo más inclinado, y la cantidad de granjas cercanas a la carretera también iba disminuyendo. Después el camino se internaba en uno de los primeros bosques comunales que cubrían las laderas de las colinas. El bosque no era denso, y estaba muy bien cuidado. A estas alturas del año los porqueros llevaban sus rebaños a las arboledas de esta zona para que sus animales se alimentasen de las bellotas de los robles y las encinas que, como los muros de Fortaleza, estaban allí desde antes de que nadie recordara.
Tras un recodo del camino pudo ver el lugar que había venido a ver, y, para su sorpresa, también vio a la persona que mejor podía ayudarle con sus problemas, por no decir la única. El lugar era una antigua cantera abandonada al borde del camino. Era bastante alta, puesto que el terreno en esta zona era escarpado, y en la parte cortada en vertical se podía ver la piedra gris que habían extraído los canteros de Fortaleza durante años. En la base del barranco, casi en el centro de la amplia curva que formaba la antigua cantera, había una gran oquedad en la que el gremio de comerciantes de Fortaleza había decidido instalar un altar de culto a Dhianab, la diosa de los caminos a la que Maray adoraba y servía. El altar era muy sencillo, tal y como exigía su diosa, y estaba constituido por una pequeña mesa de piedra en la que realizar ofrendas y una estatua, de tamaño humano, que representaba a una mujer en postura de caminar y vestida únicamente con una túnica y unas sandalias. Frente a ese altar, como una repetición de la estatua pero con más edad estaba Hesam.
Su guía, su maestra, era una mujer ya mayor. Era alta, y su figura estilizada contribuía a reforzar esa sensación. Su pelo era largo y lacio, y en tiempos había sido negro como el azabache, aunque ahora buena parte había encanecido. Lo llevaba recogido en una larga coleta que le llegaba hasta más allá de la mitad de la espalda. Su rostro era más bien alargado, de pómulos marcados y piel bastante curtida y arrugada, sin duda por el efecto de la vida en los caminos. Su mirada de ojos grandes y azules se dirigía hacia ella con una mezcla de comprensión y cariño, reforzada por una leve pero franca sonrisa. Hesam era algo más que una guía y una preceptora para Maray. De alguna manera, ella era como la madre a la que nunca había conocido.
Cuando Maray llegó al lado de su maestra, la abrazó sin mediar palabra. Hesam le devolvió el abrazo con todo su cariño.
-Mi niña…-Aunque no lloraba, la voz de Hesam parecía casi un sollozo.-Hacía tanto tiempo que no te veía… Los caminos a veces son crueles con nosotras.
-Sabías que te necesitaba, ¿verdad?-Maray sí estaba llorando.-No esperaba que estuvieses aquí, pero tenía la esperanza de que fuese así. Tú siempre sabes cuándo te necesito.
-No soy yo quien lo sabe, es nuestra señora quien me guía.
-Todo esto es tan difícil.-Maray había dejado de llorar, y seguía abrazando tiernamente a su tutora.-Me siento tan confusa.
-Tranquila, mi niña, tranquila.-Hesam sonaba maternal.-Debes recordar siempre que el dolor hay que dejarlo para cuando llega. Lo único que se puede hacer cuando se toma un camino en la vida es seguir caminando. Volver atrás no es más que otra manera de caminar.
-Yo no deseo volver atrás, Hesam. He decidido lo que he decidido y asumo mi propia decisión. Pero eso no hace que sea menos difícil.
-Estas dando un valor equivocado a las encrucijadas.-Hesam parecía más seria ahora.-Tienes que entender y aceptar lo que has visto, y no darle más valor que el que tiene. No siempre los mapas y las indicaciones son correctos, y no siempre podemos entenderlo por completo. Las encrucijadas no son más que una manera de hacernos conscientes de que nuestras decisiones tienen consecuencias y de que a veces estas son enormes dentro de nuestras vidas, pero eso no significa que lo que has visto tenga que suceder necesariamente, ni que tenga que suceder exactamente como lo has visto.
-Lo sé, Hesam. Pienso en todo eso cada día.-Maray cogió a la anciana clériga del brazo y comenzaron a caminar.-Es la pérdida lo que me confunde. ¿Por qué he de tener la felicidad para perderla?
-No puedes perder lo que no has tenido, Maray.-Por un momento se hizo el silencio. La anciana parecía ahora seria, incluso contrariada por lo que Maray le decía.-Y ya deberías haber aprendido que en el camino hay buenos y malos momentos.
-En el fondo lo sé.-Maray respiró hondo-Pero me es muy difícil asumirlo.
-El sentido de nuestras vidas es el camino, es caminar. A eso nos hemos entregado, y eso no nos hace distintas al resto de los mortales. Todos tienen felicidad y tristeza en sus vidas. Todos aman y lloran las pérdidas. Y ellos además, normalmente no saben nada sobre las consecuencias de sus actos.
Maray permanecía en silencio. En el fondo se sentía avergonzada por lo que Hesam le estaba diciendo. Sabía que tenía razón, pero sus sentimientos le nublaban la mente por momentos.
-Es más…-La voz de Hesam sonó ahora apesadumbrada.-…también deberías tener en cuenta que muchas de nosotras jamás llegamos siquiera a conocer lo que tu conocerás.
Maray permaneció unos momentos en silencio. Entonces miró a Hesam a la cara y vio que los ojos de la anciana enrojecían, como si estuviese a punto de comenzar a llorar. Maray la abrazó de nuevo.
-Hesam… yo…
-No, Maray. Seguir el camino que te marca el corazón es un acto de valentía. El corazón nos puede otorgar la mayor de las felicidades y el mayor de los dolores. Cuando uno decide algo con el corazón es porque desea la primera, pero se arriesga al segundo. Tu has decidido seguirle… ahora debes pensar que la felicidad que encuentres compensará el dolor. Debes pensar en disfrutar del buen camino y aprender para el malo. Quizá cuando llegues allí algo con lo que no contabas te lo haga más llevadero, y quizá el dolor sea una carga más fácil de llevar de lo que crees. Muchas veces el dolor parece mayor antes de sentirlo que cuando lo estás sintiendo. Y créeme…-Hesam hizo una pausa, como para pensar lo que iba a decir.-…no hay peor decisión que la que uno no toma.
-Pero… cuando no tomas una decisión, realmente la estás tomando.
-No, sólo dejas que las cosas sucedan. Pero el camino no es sólo un lugar, realmente es una situación. El camino no es el mismo si comienzas a caminar en distinto día. El clima será distinto, la gente con la que te cruces será otra. No se puede volver atrás, cuando desandas lo andado no llegas al inicio del camino, sólo llegas a otro final distinto.
-Me siento tan…
-Lo que te digo no es para censurarte ni para que te sientas peor contigo misma, Maray. Lo que te digo es para ayudarte a seguir con lo que has decidido, y para que el peso sobre tus hombros sea menor. Intenta ser todo lo feliz que puedas. Los momentos tristes, los momentos de dolor, es algo a lo que uno se debe enfrentar cuando llegan. El dolor que sientes por adelantado es gratuito, no sirve para atenuar el dolor futuro. Por lo tanto no debes dejar que el saber a donde lleva el camino te impida disfrutar del paisaje durante el viaje.
Maray, de pronto, comprendió lo absurdo de su situación. Fue como si una venda hubiese caído de delante de sus ojos y entonces vio claro cual era su error.
-Hesam… como siempre tienes la razón.
-No se trata de razón, se trata del camino. Yo no he decidido como es, pero lo conozco, pues llevo muchos más años que tú en él y he tenido más tiempo para observarlo. Es más, estoy segura de que mi camino está llegando a sus últimos recodos.
-¡Hesam! No… no digas eso. Yo… Yo te necesito.
-Y siempre estaré contigo, Maray. En tu corazón, en tu memoria y en lo que te he enseñado. Tú ya eres parte de mí, como yo lo soy de ti.
-Pero yo…
-No hay peros, Maray. Mi alma ha caminado mucho ya. Empieza a necesitar la paz por fin.
-Parece que lo añorases, que lo deseases.
-No, no lo deseo, pero tampoco lo temo. Es un paso más en el camino, aunque sea el último. Todos los pasos tienen igual valor, desde el primero al último, y el camino no se completa mientras que no llegas al final. Y aunque no deseo que llegue el último paso, sé que mi camino se está acabando. Pero también sé que sólo cuando dé ese último paso podré observar todo el camino y preguntarme a mi misma si he sido una digna caminante.
Maray sonrió.
-Lo has sido Hesam. Me considero una prueba de ello.
-Maray, sabes que estoy muy orgullosa de ti. Y nuestra señora también lo está. Debes seguir adelante y luchar por tus sueños. Yo velaré por ti.
-Eso significa… esto es una despedida.
-Lo es, mi niña. No volveremos a vernos.
Maray esta vez aguantó las ganas de llorar. Se estaba dando cuenta de lo anciana que parecía su mentora, de lo cansada que estaba.
-Te echaré tanto de menos…
-No, niña, no me eches de menos. Sólo recuérdame, porque si sigo en tu corazón, de una manera u otra, yo estaré a tu lado. Las buenas cosas deben proporcionarnos felicidad por haberlas vivido, no tristeza por no tenerlas ya. Nunca había visto esto de manera tan clara como ahora. Cuando envejeces, hay un momento en el que te das cuenta de que probablemente ya hayas vivido más de lo que te queda por vivir. Entonces es cuando valoras realmente lo bueno y lo malo vivido.-Ambas mujeres, tomadas del brazo, caminaban a ritmo lento por la carretera.-A ti te queda mucho camino por andar todavía, niña. Debes recordarme y yo te ayudaré a seguir adelante. Y no estarás sola jamás.
-Nunca podré acabar de agradecerte lo que me has dado, Hesam.
-Ya lo has hecho, mi niña… ya lo has hecho.
El camino y la conversación se extendieron hasta mucho más allá del anochecer. Cuando Maray volvió a Fortaleza el cielo había comenzado ya a clarear por el este. Aunque estaba triste por la despedida de aquella a la que consideraba su madre, la seguridad y los consejos de la anciana le reconfortaban. Debía seguir adelante con su decisión, y ser fuerte. El miedo al dolor futuro no podía vencerla. Se lo debía a Hesam.
La carretera que conducía desde Fortaleza hasta Flecha Blanca partía desde el embarcadero de la ciudad y se internaba por el amplio valle, atravesándolo prácticamente en línea recta hasta las suaves colinas que lo delimitaban. Desde el camino se podía ver cómo la economía del rico paraje se había regenerado desde la ya lejana guerra contra oriente. Innumerables granjas, pequeñas y grandes, esparcidas en medio de los grandes cercados, cubrían las amplias llanuras que se extendían desde la costa a las estribaciones de las colinas. El otoño estaba a punto de llegar, y aunque en el sur de Isvar era muy suave, sus efectos ya se podían notar en el color de los árboles y de los campos. Aquí y allá se podían observar rebaños de ovejas, vacas y caballos que campaban a sus anchas por los pastos. Todo el valle estaba surcado por una telaraña de pequeños caminos y senderos que comunicaban granjas, campos, acequias y cercados. La reunión de urgencia del Senado, y sobre todo las noticias que iban y venían sobre el triste destino de Vallefértil habían afectado sobremanera las vidas de los campesinos. Únicamente se podían ver en los extensos campos a algunos pastores, siempre atados a su trabajo, puesto que los rebaños no esperan, y aún menos granjeros haciendo trabajos urgentes. Todos sabían que algo importante iba a cambiar y que algo importante había ya sucedido y, aunque el plácido atardecer de final de verano ayudaba a alejar los problemas de la cabeza de las gentes humildes, muchos recordaban aún la llegada de los orientales hacía años, y el ambiente que se vivía era de inquietud y de tensión.
Maray continuó caminando por el margen de la carretera principal, cubierta de adoquín y perfectamente cuidada, hacia las colinas. Sus inquietudes eran bien distintas de los campesinos. Ella confiaba en Saryon y en los senadores y sabía que, aunque el Senado aun no había terminado con sus trabajos, Saryon conseguiría sus fines con toda seguridad, puesto que lo que él defendía era lo único que podían hacer. Sus preocupaciones eran a la vez un poco más mundanas y un poco más místicas. Lo que le había sido anunciado había sucedido, y aunque en todo momento había sido consciente de las consecuencias de su decisión, la había tomado con el corazón y eso era lo importante. Pero aun así estaba confusa. En su interior, lo que sabía y lo que sentía se mezclaban en una amalgama compleja y en la que había estado intentando encontrar un sentido que no podía ver. Sólo ella y Hesam, su guía, sabían lo que su diosa le había mostrado, y ella no era capaz de interpretar el sentido de lo que iba a suceder, y ni siquiera estaba segura de querer hacerlo.
Continuó caminando a ritmo cadencioso pero firme, cavilando y a la vez disfrutando de la tranquilidad del camino. Al llegar a las estribaciones de las colinas el paisaje más próximo cambiaba lentamente. El terreno se iba haciendo más inclinado, y la cantidad de granjas cercanas a la carretera también iba disminuyendo. Después el camino se internaba en uno de los primeros bosques comunales que cubrían las laderas de las colinas. El bosque no era denso, y estaba muy bien cuidado. A estas alturas del año los porqueros llevaban sus rebaños a las arboledas de esta zona para que sus animales se alimentasen de las bellotas de los robles y las encinas que, como los muros de Fortaleza, estaban allí desde antes de que nadie recordara.
Tras un recodo del camino pudo ver el lugar que había venido a ver, y, para su sorpresa, también vio a la persona que mejor podía ayudarle con sus problemas, por no decir la única. El lugar era una antigua cantera abandonada al borde del camino. Era bastante alta, puesto que el terreno en esta zona era escarpado, y en la parte cortada en vertical se podía ver la piedra gris que habían extraído los canteros de Fortaleza durante años. En la base del barranco, casi en el centro de la amplia curva que formaba la antigua cantera, había una gran oquedad en la que el gremio de comerciantes de Fortaleza había decidido instalar un altar de culto a Dhianab, la diosa de los caminos a la que Maray adoraba y servía. El altar era muy sencillo, tal y como exigía su diosa, y estaba constituido por una pequeña mesa de piedra en la que realizar ofrendas y una estatua, de tamaño humano, que representaba a una mujer en postura de caminar y vestida únicamente con una túnica y unas sandalias. Frente a ese altar, como una repetición de la estatua pero con más edad estaba Hesam.
Su guía, su maestra, era una mujer ya mayor. Era alta, y su figura estilizada contribuía a reforzar esa sensación. Su pelo era largo y lacio, y en tiempos había sido negro como el azabache, aunque ahora buena parte había encanecido. Lo llevaba recogido en una larga coleta que le llegaba hasta más allá de la mitad de la espalda. Su rostro era más bien alargado, de pómulos marcados y piel bastante curtida y arrugada, sin duda por el efecto de la vida en los caminos. Su mirada de ojos grandes y azules se dirigía hacia ella con una mezcla de comprensión y cariño, reforzada por una leve pero franca sonrisa. Hesam era algo más que una guía y una preceptora para Maray. De alguna manera, ella era como la madre a la que nunca había conocido.
Cuando Maray llegó al lado de su maestra, la abrazó sin mediar palabra. Hesam le devolvió el abrazo con todo su cariño.
-Mi niña…-Aunque no lloraba, la voz de Hesam parecía casi un sollozo.-Hacía tanto tiempo que no te veía… Los caminos a veces son crueles con nosotras.
-Sabías que te necesitaba, ¿verdad?-Maray sí estaba llorando.-No esperaba que estuvieses aquí, pero tenía la esperanza de que fuese así. Tú siempre sabes cuándo te necesito.
-No soy yo quien lo sabe, es nuestra señora quien me guía.
-Todo esto es tan difícil.-Maray había dejado de llorar, y seguía abrazando tiernamente a su tutora.-Me siento tan confusa.
-Tranquila, mi niña, tranquila.-Hesam sonaba maternal.-Debes recordar siempre que el dolor hay que dejarlo para cuando llega. Lo único que se puede hacer cuando se toma un camino en la vida es seguir caminando. Volver atrás no es más que otra manera de caminar.
-Yo no deseo volver atrás, Hesam. He decidido lo que he decidido y asumo mi propia decisión. Pero eso no hace que sea menos difícil.
-Estas dando un valor equivocado a las encrucijadas.-Hesam parecía más seria ahora.-Tienes que entender y aceptar lo que has visto, y no darle más valor que el que tiene. No siempre los mapas y las indicaciones son correctos, y no siempre podemos entenderlo por completo. Las encrucijadas no son más que una manera de hacernos conscientes de que nuestras decisiones tienen consecuencias y de que a veces estas son enormes dentro de nuestras vidas, pero eso no significa que lo que has visto tenga que suceder necesariamente, ni que tenga que suceder exactamente como lo has visto.
-Lo sé, Hesam. Pienso en todo eso cada día.-Maray cogió a la anciana clériga del brazo y comenzaron a caminar.-Es la pérdida lo que me confunde. ¿Por qué he de tener la felicidad para perderla?
-No puedes perder lo que no has tenido, Maray.-Por un momento se hizo el silencio. La anciana parecía ahora seria, incluso contrariada por lo que Maray le decía.-Y ya deberías haber aprendido que en el camino hay buenos y malos momentos.
-En el fondo lo sé.-Maray respiró hondo-Pero me es muy difícil asumirlo.
-El sentido de nuestras vidas es el camino, es caminar. A eso nos hemos entregado, y eso no nos hace distintas al resto de los mortales. Todos tienen felicidad y tristeza en sus vidas. Todos aman y lloran las pérdidas. Y ellos además, normalmente no saben nada sobre las consecuencias de sus actos.
Maray permanecía en silencio. En el fondo se sentía avergonzada por lo que Hesam le estaba diciendo. Sabía que tenía razón, pero sus sentimientos le nublaban la mente por momentos.
-Es más…-La voz de Hesam sonó ahora apesadumbrada.-…también deberías tener en cuenta que muchas de nosotras jamás llegamos siquiera a conocer lo que tu conocerás.
Maray permaneció unos momentos en silencio. Entonces miró a Hesam a la cara y vio que los ojos de la anciana enrojecían, como si estuviese a punto de comenzar a llorar. Maray la abrazó de nuevo.
-Hesam… yo…
-No, Maray. Seguir el camino que te marca el corazón es un acto de valentía. El corazón nos puede otorgar la mayor de las felicidades y el mayor de los dolores. Cuando uno decide algo con el corazón es porque desea la primera, pero se arriesga al segundo. Tu has decidido seguirle… ahora debes pensar que la felicidad que encuentres compensará el dolor. Debes pensar en disfrutar del buen camino y aprender para el malo. Quizá cuando llegues allí algo con lo que no contabas te lo haga más llevadero, y quizá el dolor sea una carga más fácil de llevar de lo que crees. Muchas veces el dolor parece mayor antes de sentirlo que cuando lo estás sintiendo. Y créeme…-Hesam hizo una pausa, como para pensar lo que iba a decir.-…no hay peor decisión que la que uno no toma.
-Pero… cuando no tomas una decisión, realmente la estás tomando.
-No, sólo dejas que las cosas sucedan. Pero el camino no es sólo un lugar, realmente es una situación. El camino no es el mismo si comienzas a caminar en distinto día. El clima será distinto, la gente con la que te cruces será otra. No se puede volver atrás, cuando desandas lo andado no llegas al inicio del camino, sólo llegas a otro final distinto.
-Me siento tan…
-Lo que te digo no es para censurarte ni para que te sientas peor contigo misma, Maray. Lo que te digo es para ayudarte a seguir con lo que has decidido, y para que el peso sobre tus hombros sea menor. Intenta ser todo lo feliz que puedas. Los momentos tristes, los momentos de dolor, es algo a lo que uno se debe enfrentar cuando llegan. El dolor que sientes por adelantado es gratuito, no sirve para atenuar el dolor futuro. Por lo tanto no debes dejar que el saber a donde lleva el camino te impida disfrutar del paisaje durante el viaje.
Maray, de pronto, comprendió lo absurdo de su situación. Fue como si una venda hubiese caído de delante de sus ojos y entonces vio claro cual era su error.
-Hesam… como siempre tienes la razón.
-No se trata de razón, se trata del camino. Yo no he decidido como es, pero lo conozco, pues llevo muchos más años que tú en él y he tenido más tiempo para observarlo. Es más, estoy segura de que mi camino está llegando a sus últimos recodos.
-¡Hesam! No… no digas eso. Yo… Yo te necesito.
-Y siempre estaré contigo, Maray. En tu corazón, en tu memoria y en lo que te he enseñado. Tú ya eres parte de mí, como yo lo soy de ti.
-Pero yo…
-No hay peros, Maray. Mi alma ha caminado mucho ya. Empieza a necesitar la paz por fin.
-Parece que lo añorases, que lo deseases.
-No, no lo deseo, pero tampoco lo temo. Es un paso más en el camino, aunque sea el último. Todos los pasos tienen igual valor, desde el primero al último, y el camino no se completa mientras que no llegas al final. Y aunque no deseo que llegue el último paso, sé que mi camino se está acabando. Pero también sé que sólo cuando dé ese último paso podré observar todo el camino y preguntarme a mi misma si he sido una digna caminante.
Maray sonrió.
-Lo has sido Hesam. Me considero una prueba de ello.
-Maray, sabes que estoy muy orgullosa de ti. Y nuestra señora también lo está. Debes seguir adelante y luchar por tus sueños. Yo velaré por ti.
-Eso significa… esto es una despedida.
-Lo es, mi niña. No volveremos a vernos.
Maray esta vez aguantó las ganas de llorar. Se estaba dando cuenta de lo anciana que parecía su mentora, de lo cansada que estaba.
-Te echaré tanto de menos…
-No, niña, no me eches de menos. Sólo recuérdame, porque si sigo en tu corazón, de una manera u otra, yo estaré a tu lado. Las buenas cosas deben proporcionarnos felicidad por haberlas vivido, no tristeza por no tenerlas ya. Nunca había visto esto de manera tan clara como ahora. Cuando envejeces, hay un momento en el que te das cuenta de que probablemente ya hayas vivido más de lo que te queda por vivir. Entonces es cuando valoras realmente lo bueno y lo malo vivido.-Ambas mujeres, tomadas del brazo, caminaban a ritmo lento por la carretera.-A ti te queda mucho camino por andar todavía, niña. Debes recordarme y yo te ayudaré a seguir adelante. Y no estarás sola jamás.
-Nunca podré acabar de agradecerte lo que me has dado, Hesam.
-Ya lo has hecho, mi niña… ya lo has hecho.
El camino y la conversación se extendieron hasta mucho más allá del anochecer. Cuando Maray volvió a Fortaleza el cielo había comenzado ya a clarear por el este. Aunque estaba triste por la despedida de aquella a la que consideraba su madre, la seguridad y los consejos de la anciana le reconfortaban. Debía seguir adelante con su decisión, y ser fuerte. El miedo al dolor futuro no podía vencerla. Se lo debía a Hesam.
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