Escrito por Cronos el jueves, 8 de julio de 2010
El hijo del cazador.
Mirko y Adrash caminaban por un pequeño sendero en el bosque que bordeaba el Lago de Iluvan por el oeste. Vanya, como cada día, se había adelantado al poco de partir y les dejaba indicaciones sobre por donde seguir. Decía que se sentía más segura explorando ella sola el camino, y solo se acercaba a donde ellos estaban de vez en cuando para informarles de lo que había visto. Hacia una semana que habían salido de Fortaleza, y tras atravesar las amplias llanuras al sur de Iluvan, hacía dos días que se habían internado en el bosque. Hasta ese momento todo parecía normal dentro de la anormalidad que la horda había creado. Los campos y las aldeas estaban siendo abandonados, y sus gentes se retiraban hacia la protección de los muros de la ciudad más cercana. Las órdenes del senado estaban siendo cumplidas a gran velocidad, y la gente, aunque triste, creía firmemente que estaba haciendo lo mejor para ellos y sus familias. Sólo podían llevarse con ellos dos reses grandes o seis pequeñas, y hasta diez aves de corral. El resto debían ser sacrificados y su carne envenenada. Tenían que evitar que la horda se alimentase, aun a riesgo de que el invierno fuese duro. Por mucho que avanzasen hacia la zona de Vallefértil, la única en la que estaban seguros de que los lagartos hubiesen atacado, no encontraban ni rastro de la presencia de estos seres. Pero su misión estaba sin cumplir, y eso eran malas noticias, pues indicaban hacia donde se habían movido los invasores. Los enanos aun no habían dado noticias de su situación. Ningún mensajero, ningún explorador había podido dar noticias de la situación de las ciudades enanas. Eso sólo podía significar que les habían atacado. Ahora bien, ¿Cuál había sido el resultado del ataque? Saryon les había dicho que los enanos disponían de ingenios para defender sus ciudades y que no creía que hubiesen caído, sino más bien que estarían aisladas, pero aún así Adrash se había dado cuenta de que en las palabras de Saryon había más fe que seguridad.
Los dos guerreros charlaban sobre el tema animadamente, cuando la voz de Mirko se tornó más firme y fría.
-No se porque os odiáis. Sois muy parecidos.
-¿Odiar?-Adrash parecía confundido-¿A qué te refieres?
-A ella.
Adrash escruto el bosque a su alrededor, intentando ver si Vanya estaba cerca.
-Tranquilo, ella está lejos.
-¿Cómo lo…?
-Te recuerdo que hay un dragón dentro de mi. Cada vez entiendo mejor cómo es él. Y el cada vez es más yo. Creo que ese es el camino que he de seguir.
-¿Y porque crees que la odio? Realmente no es así.
-Pues lo parece. Ella no viaja con nosotros porque no quiere estar cerca de ti. Lo sabes tan bien como yo.
-Si… es cierto. Pero a pesar de todo, no la odio. Sólo tuvimos un pequeño roce. Un problema de enfoque.
-No parece pequeño. Tampoco lo es para ti. No le hablas más que en tono militar. No creo que eso sea algo pequeño.
Adrash resopló, parecía incomodado por lo que Mirko le estaba diciendo, y en el fondo sabía que tenía razón. Desde el día en el que habían tenido su pequeña discusión, no habían hablado del tema, y se mostraban muy distantes entre si. A ninguno de los dos les había gustado que Saryon les encargase esta misión juntos, pero ninguno de los dos quiso pasar por el mal trago de darle explicaciones al caballero por algo que en el fondo Adrash sabía que era pueril. Sus objetivos eran mucho más grandes que ellos, y tenían que arreglar sus absurdos problemas antes de que generaran más problemas aún.
-¿Sabes Mirko? Tienes toda la razón. Sólo hay un problema.
-¿Cuál es?
-Se me da muy mal pedir disculpas, y ella no me ayuda con su actitud. Pero te prometo que intentaré arreglarlo.
-Me alegra oír eso. Eres un buen hombre Adrash, y ella también es buena.
-¿Otra vez el dragón?
-No. Sólo sentido común. A veces es la mejor magia.
-Otra cosa… ¿Por que dices que nos parecemos? No creo que nos parezcamos.
-Pues os parecéis. O más bien diría que ella se parece cada vez más a ti. Algo está cambiando en su interior. Puedo verlo.
-Es probable que tengas razón. Creo que lo que vio en Vallefértil le está afectando. Al fin y al cabo es una elfa.
-¿Qué tiene que ver eso?
-Los elfos lo hacen todo despacio. Tienen tiempo. Y adoran la vida. No matan ni las plantas. Toda esa muerte… Si no tiene cuidado se volverá loca.
-Parece que los conoces bien.
-Viví entre elfos dos años enteros. Y de alguna extraña manera, aprendí mucho de ellos. O más bien, con ellos aprendí mucho sobre mi mismo.
-Casi te entiendo. Yo estoy aprendiendo mucho sobre mi mismo ahora, aunque sea porque no me queda más remedio.
-Desde aquí se te ve mejor. Y tienes menos pesadillas.
-Voy conociendo mejor a mi compañero, cada vez percibo más sus sensaciones, y sobre todo, Ella cada vez está más lejos. O ha decidido ignorarme por un tiempo, o estoy consiguiendo romper lo que nos une.
-Ojalá sea lo segundo.
Mirko giró repentinamente la cabeza hacia su izquierda, y su cara, habitualmente inexpresiva, se tornó en una mueca mezcla de asco y rabia.
-Lagartos. Y Vanya está cerca. Vamos.
Adrash comenzó a correr en la dirección que Mirko había indicado sin preocuparse de si le seguía. Estaban en una zona inclinada y bastante abrupta, en la ladera de una colina, cubierta por frondosos castaños, que creaban una zona de sombra permanente, pero en la que había bastante visibilidad. El caballero corría siguiendo la misma dirección, casi en silencio a pesar del rítmico tintineo de su cota de malla, seguro de que acabaría encontrando alguna pista que le indicase donde estaban los lagartos o Vanya. Eso si ella no le encontraba a él antes. A cierta distancia podía oír los pesados y rítmicos pasos de Mirko, que corría tras él.
Tras unos minutos de carrera, Adrash vio como el suelo se cortaba de manera abrupta a poca distancia de sus pies. Y pudo oír como allí abajo se movía algo. Se pegó al tronco de un enorme castaño que se inclinaba sobre el borde de un pequeño barranco, y, intentando mantenerse oculto, observó el pequeño valle que se formaba unos diez metros más abajo.
Al parecer, bajo sus pies debía estar la entrada de una cueva, porque de allí estaba saliendo un grupo de hombres lagarto, de escamas oscuras y no demasiado grandes. Llevaban escudos redondos y lanzas, y avanzaban en formación, intentando cubrirse con sus escudos lo más posible. Unos metros más adelante, en la zona en la que comenzaba de nuevo el bosque había varios lagartos más utilizando sus escudos de la misma manera, e intentando proteger a uno de ellos, que tenía a un niño rubio, de unos doce años, escuálido y vestido con pobres ropas de cuero, y que se revolvía intentando librarse de su captor. Un poco más allá, había cuatro lagartos más, muertos o gravemente heridos por flechas, que pudo identificar fácilmente como de Vanya.
No sabía por qué Vanya se había puesto en peligro de aquella manera, ni por qué los lagartos no habían matado al niño, pero tenía claro que dieciséis lagartos eran un problema, y si querían salvar al niño tendrían que ser contundentes. La presencia del niño hacía poco recomendable usar la magia, y en cuerpo a cuerpo sería presa fácil para ellos. Probablemente se podría llevar a varios por delante, pero acabarían venciéndole. La situación requería de lo mejor que tenían los elfos. Paciencia. Adrash sacó su arco, preparó una flecha, y esperó su momento.
Entonces ocurrió lo inesperado. Con la mirada perdida, enfurecida, Vanya salió de la espesura. Llevaba su arco preparado y apuntaba hacia el grupo de lagartos. Disparó dos flechas seguidas, casi en un parpadeo, y preparó una tercera. Dos de los hombres lagarto cayeron al suelo entre lamentos, con sus piernas atravesadas por una flecha.
-Soltad a ese niño o moriréis todos.
Los hombres lagarto que llegaban se apresuraron a unirse con sus compañeros, y cubrieron al que llevaba al niño. De pronto, sin que mediara ninguna palabra o gesto entre ellos, todos menos tres, que comenzaron a retroceder hacia la cueva, se lanzaron hacia Vanya.
Adrash disparó. Era un disparo arriesgado, pero era su única salida. El lagarto que llevaba al niño cayó con su cuello atravesado por una flecha. Adrash disparó otras dos. Uno de los lagartos se cubrió a tiempo con el escudo mientras que el otro cayó al suelo, herido por una flecha en su abdomen. Algo iba mal. El niño no se movía. Echó un vistazo y vio como Vanya, no sin derribar a otros dos lagartos más, esperaba la carga de sus enemigos hasta el último momento. Cuando el primero de ellos llegó a distancia de ataque, con un salto increíble, Vanya se agarró a una gruesa rama que estaba a algo más de un metro sobre su cabeza, se encaramó a ella, y, como si estuviese caminando por el suelo más firme, comenzó a correr por las ramas de los árboles, intentando encontrar un lugar más seguro. Varios de los lagartos la siguieron, y los demás comenzaron a correr hacia donde estaba el niño. Adrash sabía que no tendría muchas más oportunidades para salvarlo, así que se lanzó ladera abajo, arrastrándose por la escarpada pendiente, espada en mano. El niño no se movía.
El estilo de lucha de Adrash era muy particular. Parecía que le habían enseñado a luchar en situaciones críticas porque jamás dejaba de girar y moverse, cambiando de trayectoria una y otra vez, y aguijoneando a sus atacantes con golpes certeros y potentes con su espada bastarda. Los hombres lagarto se limitaban a evitar sus golpes como buenamente podían con sus escudos mientras intentaban conseguir hacer blanco con sus lanzas. Un total de cinco de estos seres se encontraban a su alrededor, aunque la manera de moverse del caballero era tal que no daba la impresión de que estuviese rodeado, sino que más bien parecía que era el caballero el que estaba atacando a sus oponentes. De pronto, Adrash se lanzó a la ofensiva. Amagó un ataque directo contra uno de los hombres lagarto, y cuando este intentó usar su escudo para defenderse, el caballero, en un ágil movimiento se lanzó al suelo dando una voltereta por delante del escudo del ser, y según se levantaba lanzó un golpe reverso a una velocidad endiablada, que el hombre lagarto no pudo evitar, pues aun estaba intentando averiguar donde estaba su enemigo. El golpe impactó en su espalda, casi cortándolo en dos, y acabando rápidamente con su vida.
Los dos hombres lagarto más próximos ya estaban a distancia de ataque cuando su infortunado compañero cayó al suelo. Adrash, sin dejar jamás de moverse, atacó en falso al primero, y con un movimiento rápido, giró sobre si mismo para colocar un golpe de arriba abajo a la cabeza del segundo, que el ser no pudo evitar, cayendo fulminado en un instante. Lo que no esperaba Adrash era que el otro lagarto fuese a reaccionar tan rápido. Cuando estaba acabando el giro, la parte inferior de su lanza golpeó los tobillos del caballero, haciéndole perder el equilibrio y rodar por el suelo. Los tres hombres lagarto que quedaban se abalanzaron hacia el, y desde el suelo, Adrash pudo ver que el grupo que había ido tras Vanya estaba regresando. Empezaba a tener problemas. Cuando el primero de los hombres lagarto intentó atacarle en el suelo, el caballero giró sobre si mismo, y, sin incorporarse, lanzó un golpe a las rodillas del ser, que lo derribó. Con una voltereta se incorporó y realizó un amplio arco con su espada, al tiempo que se concentraba en reunir el poder y recitaba el breve versículo mágico que invocaba las llamas a su espada.
Los hombres lagarto retrocedieron y lo rodearon a cierta distancia. Eran un total de seis. Adrash giraba una y otra vez sobre si mismo, trazando amplios arcos con el filo de su espada y rechazando los tímidos ataques de los hombres lagarto. De pronto, los seis hombres lagarto levantaron sus lanzas y se abalanzaron hacia el caballero simultáneamente. Si no se le ocurría algo estaba perdido. Cargó en la dirección en la que estaba el niño derribado en el suelo. Cuando se disponía a intentar evitar a los dos lagartos que intentaban interponerse con su escudo, uno de ellos cayó de bruces al suelo, como un títere al que se le cortan las cuerdas. Una flecha atravesaba su cabeza de lado a lado, y esa flecha llevaba el penacho de Vanya. Adrash aprovechó el hueco que le había quedado para evitar el ataque del otro lagarto, y corrió sin pensar hacia donde estaba el chico inconsciente, casi asfixiado por el peso del que antes le transportaba. Venían diez lagartos más del interior de la cueva. Parecía que las cosas no querían salir bien.
Se giró para aguantar el ataque de los que tenía detrás y, aliviado, vio que dos más de ellos habían caído bajo las flechas de Vanya y los otros dos intentaban enfrentarse a Mirko, que con una habilidad casi insultante acabó con sus vidas con dos golpes. El guerrero corrió hasta su lado, y con la espada en su mano, sosteniéndola frente a él en posición de combate, se dirigió a los lagartos, que avanzaban con paso firme hacia ellos.
-Ovatha, sabes que los mataremos. Estos son peores que los que me perseguían. Deja que se marchen y deja que nos llevemos al niño.
Los lagartos se pararon. Uno de ellos se adelantó y habló con voz sibilante y ronca.
-Mirko… eres un estúpido. Primero, arriesgas tu vida por un niño, y ahora la arriesgas por carne muerta.
Mirko pudo oír la voz de Adrash a su lado, canturreando tenuemente.
-Sabes que morirán.
-Si, como todos vosotros.
-Eso no cambia nada. Déjanos ir con el niño y no perderás diez soldados.
-¿Tan cercano te sientes a ellos, hijo mío?
De pronto, los diez lagartos se lanzaron al unísono hacia delante. Entonces Mirko entendió lo que había estado haciendo Adrash. El canturreo tenue de pronto se convirtió en un grito, y la espada del caballero comenzó a emitir llamas con más y más intensidad, hasta que un largo cono de fuego, que partía de la punta de la espada del caballero, se extendió desde esta hasta rellenar toda la entrada de la cueva. El fuego duró unos segundos, y en cuanto se apagó, el caballero se lanzó hacia delante, seguido por Mirko, para acabar con los que hubieran resistido aquel ataque. Si Adrash era un letal enemigo, la habilidad de Mirko para el combate rozaba lo sobrenatural. Se movía como una serpiente, casi sin desplazarse, dejando que los golpes de sus rivales se deslizasen en su armadura y lanzando pocos golpes, aunque casi siempre letales. Cada vez que Adrash veía a Mirko lanzar un golpe, este era rápido y directo, era casi imposible de detener y apuntaba a un punto vital. En poco tiempo, todos los lagartos habían caído. Cuando se dieron la vuelta, Vanya ya había llegado hasta el niño y lo estaba intentando reanimar.
-Está bien. Quedó inconsciente cuando mataste al lagarto, pero se recuperará.-Vanya aun estaba extrañamente tensa, sus ojos estaban llorosos.
-Me alegro. El niño puede ser importante.-Adrash no mostraba ni rastro de su habitual sonrisa cínica.-Gracias por esa flecha. –El caballero señaló a uno de los lagartos, que tenía su cabeza atravesada por un flechazo.
-No hay de que. Estamos en el mismo bando, ¿recuerdas? Yo también tendría que darte las gracias por haber intervenido antes. No contaba con que me encontrarais tan rápido.
Adrash tendió su mano hacia Vanya.
-¿Amigos?
Vanya se puso en pie y estrechó la mano del caballero con firmeza.
-Por supuesto.
El apretón de manos se extendió en el tiempo un poco más de lo que se podría considerar correcto.
-Vienen más. Y son muchos. Vayámonos. –La voz de Mirko parecía apremiante, aunque el guerrero hablaba en voz bastante baja. Parecía débil, cansado o confundido.
Media hora más tarde estaban bien ocultos en la espesura, descansando y curando las magulladuras que el chico y Mirko tenían. El chico seguía inconsciente, o más bien dormido, y no había abierto los ojos más que un par de veces. Adrash habó casi en susurros.
-Nos hemos cargado a tres patrullas de lagartos, hemos salvado al chico, y parece que aquí el único que se alegra soy yo. ¿Qué os ocurre?
-Tu lo has dicho. Treinta lagartos. Treinta muertes más. Esos seres probablemente no habrían luchado con nosotros si ella no los manejase. No me siento con derecho a quitar la vida a un ser que realmente no la controla.
-No debes prestarle oídos, Mirko. Ella pretendía confundirte, hacerte daño, porque sabe que no puede controlarte.-Adrash parecía muy seguro de lo que decía.
-Lo sé. Pero tiene razón en algo. No hay mucha diferencia entre ellos y yo. Si es que hay alguna.
Un silencio largo e incómodo les rodeó. Entonces se oyó la voz de Vanya, que estaba encaramada a las ramas bajas del árbol que les cubría.
-Os diré lo que me ocurre. Creo que os interesará.-La voz de Vanya era una mezcla de rabia y tristeza.- Antes me di cuenta de algo que no había notado antes. En Vallefértil… los cadáveres… más bien los huesos… no… no puedo recordar haber visto… ningún niño.-En estos momentos, las lágrimas caían a raudales por el rostro de la elfa.- Ni un sólo niño…
Mirko y Adrash caminaban por un pequeño sendero en el bosque que bordeaba el Lago de Iluvan por el oeste. Vanya, como cada día, se había adelantado al poco de partir y les dejaba indicaciones sobre por donde seguir. Decía que se sentía más segura explorando ella sola el camino, y solo se acercaba a donde ellos estaban de vez en cuando para informarles de lo que había visto. Hacia una semana que habían salido de Fortaleza, y tras atravesar las amplias llanuras al sur de Iluvan, hacía dos días que se habían internado en el bosque. Hasta ese momento todo parecía normal dentro de la anormalidad que la horda había creado. Los campos y las aldeas estaban siendo abandonados, y sus gentes se retiraban hacia la protección de los muros de la ciudad más cercana. Las órdenes del senado estaban siendo cumplidas a gran velocidad, y la gente, aunque triste, creía firmemente que estaba haciendo lo mejor para ellos y sus familias. Sólo podían llevarse con ellos dos reses grandes o seis pequeñas, y hasta diez aves de corral. El resto debían ser sacrificados y su carne envenenada. Tenían que evitar que la horda se alimentase, aun a riesgo de que el invierno fuese duro. Por mucho que avanzasen hacia la zona de Vallefértil, la única en la que estaban seguros de que los lagartos hubiesen atacado, no encontraban ni rastro de la presencia de estos seres. Pero su misión estaba sin cumplir, y eso eran malas noticias, pues indicaban hacia donde se habían movido los invasores. Los enanos aun no habían dado noticias de su situación. Ningún mensajero, ningún explorador había podido dar noticias de la situación de las ciudades enanas. Eso sólo podía significar que les habían atacado. Ahora bien, ¿Cuál había sido el resultado del ataque? Saryon les había dicho que los enanos disponían de ingenios para defender sus ciudades y que no creía que hubiesen caído, sino más bien que estarían aisladas, pero aún así Adrash se había dado cuenta de que en las palabras de Saryon había más fe que seguridad.
Los dos guerreros charlaban sobre el tema animadamente, cuando la voz de Mirko se tornó más firme y fría.
-No se porque os odiáis. Sois muy parecidos.
-¿Odiar?-Adrash parecía confundido-¿A qué te refieres?
-A ella.
Adrash escruto el bosque a su alrededor, intentando ver si Vanya estaba cerca.
-Tranquilo, ella está lejos.
-¿Cómo lo…?
-Te recuerdo que hay un dragón dentro de mi. Cada vez entiendo mejor cómo es él. Y el cada vez es más yo. Creo que ese es el camino que he de seguir.
-¿Y porque crees que la odio? Realmente no es así.
-Pues lo parece. Ella no viaja con nosotros porque no quiere estar cerca de ti. Lo sabes tan bien como yo.
-Si… es cierto. Pero a pesar de todo, no la odio. Sólo tuvimos un pequeño roce. Un problema de enfoque.
-No parece pequeño. Tampoco lo es para ti. No le hablas más que en tono militar. No creo que eso sea algo pequeño.
Adrash resopló, parecía incomodado por lo que Mirko le estaba diciendo, y en el fondo sabía que tenía razón. Desde el día en el que habían tenido su pequeña discusión, no habían hablado del tema, y se mostraban muy distantes entre si. A ninguno de los dos les había gustado que Saryon les encargase esta misión juntos, pero ninguno de los dos quiso pasar por el mal trago de darle explicaciones al caballero por algo que en el fondo Adrash sabía que era pueril. Sus objetivos eran mucho más grandes que ellos, y tenían que arreglar sus absurdos problemas antes de que generaran más problemas aún.
-¿Sabes Mirko? Tienes toda la razón. Sólo hay un problema.
-¿Cuál es?
-Se me da muy mal pedir disculpas, y ella no me ayuda con su actitud. Pero te prometo que intentaré arreglarlo.
-Me alegra oír eso. Eres un buen hombre Adrash, y ella también es buena.
-¿Otra vez el dragón?
-No. Sólo sentido común. A veces es la mejor magia.
-Otra cosa… ¿Por que dices que nos parecemos? No creo que nos parezcamos.
-Pues os parecéis. O más bien diría que ella se parece cada vez más a ti. Algo está cambiando en su interior. Puedo verlo.
-Es probable que tengas razón. Creo que lo que vio en Vallefértil le está afectando. Al fin y al cabo es una elfa.
-¿Qué tiene que ver eso?
-Los elfos lo hacen todo despacio. Tienen tiempo. Y adoran la vida. No matan ni las plantas. Toda esa muerte… Si no tiene cuidado se volverá loca.
-Parece que los conoces bien.
-Viví entre elfos dos años enteros. Y de alguna extraña manera, aprendí mucho de ellos. O más bien, con ellos aprendí mucho sobre mi mismo.
-Casi te entiendo. Yo estoy aprendiendo mucho sobre mi mismo ahora, aunque sea porque no me queda más remedio.
-Desde aquí se te ve mejor. Y tienes menos pesadillas.
-Voy conociendo mejor a mi compañero, cada vez percibo más sus sensaciones, y sobre todo, Ella cada vez está más lejos. O ha decidido ignorarme por un tiempo, o estoy consiguiendo romper lo que nos une.
-Ojalá sea lo segundo.
Mirko giró repentinamente la cabeza hacia su izquierda, y su cara, habitualmente inexpresiva, se tornó en una mueca mezcla de asco y rabia.
-Lagartos. Y Vanya está cerca. Vamos.
Adrash comenzó a correr en la dirección que Mirko había indicado sin preocuparse de si le seguía. Estaban en una zona inclinada y bastante abrupta, en la ladera de una colina, cubierta por frondosos castaños, que creaban una zona de sombra permanente, pero en la que había bastante visibilidad. El caballero corría siguiendo la misma dirección, casi en silencio a pesar del rítmico tintineo de su cota de malla, seguro de que acabaría encontrando alguna pista que le indicase donde estaban los lagartos o Vanya. Eso si ella no le encontraba a él antes. A cierta distancia podía oír los pesados y rítmicos pasos de Mirko, que corría tras él.
Tras unos minutos de carrera, Adrash vio como el suelo se cortaba de manera abrupta a poca distancia de sus pies. Y pudo oír como allí abajo se movía algo. Se pegó al tronco de un enorme castaño que se inclinaba sobre el borde de un pequeño barranco, y, intentando mantenerse oculto, observó el pequeño valle que se formaba unos diez metros más abajo.
Al parecer, bajo sus pies debía estar la entrada de una cueva, porque de allí estaba saliendo un grupo de hombres lagarto, de escamas oscuras y no demasiado grandes. Llevaban escudos redondos y lanzas, y avanzaban en formación, intentando cubrirse con sus escudos lo más posible. Unos metros más adelante, en la zona en la que comenzaba de nuevo el bosque había varios lagartos más utilizando sus escudos de la misma manera, e intentando proteger a uno de ellos, que tenía a un niño rubio, de unos doce años, escuálido y vestido con pobres ropas de cuero, y que se revolvía intentando librarse de su captor. Un poco más allá, había cuatro lagartos más, muertos o gravemente heridos por flechas, que pudo identificar fácilmente como de Vanya.
No sabía por qué Vanya se había puesto en peligro de aquella manera, ni por qué los lagartos no habían matado al niño, pero tenía claro que dieciséis lagartos eran un problema, y si querían salvar al niño tendrían que ser contundentes. La presencia del niño hacía poco recomendable usar la magia, y en cuerpo a cuerpo sería presa fácil para ellos. Probablemente se podría llevar a varios por delante, pero acabarían venciéndole. La situación requería de lo mejor que tenían los elfos. Paciencia. Adrash sacó su arco, preparó una flecha, y esperó su momento.
Entonces ocurrió lo inesperado. Con la mirada perdida, enfurecida, Vanya salió de la espesura. Llevaba su arco preparado y apuntaba hacia el grupo de lagartos. Disparó dos flechas seguidas, casi en un parpadeo, y preparó una tercera. Dos de los hombres lagarto cayeron al suelo entre lamentos, con sus piernas atravesadas por una flecha.
-Soltad a ese niño o moriréis todos.
Los hombres lagarto que llegaban se apresuraron a unirse con sus compañeros, y cubrieron al que llevaba al niño. De pronto, sin que mediara ninguna palabra o gesto entre ellos, todos menos tres, que comenzaron a retroceder hacia la cueva, se lanzaron hacia Vanya.
Adrash disparó. Era un disparo arriesgado, pero era su única salida. El lagarto que llevaba al niño cayó con su cuello atravesado por una flecha. Adrash disparó otras dos. Uno de los lagartos se cubrió a tiempo con el escudo mientras que el otro cayó al suelo, herido por una flecha en su abdomen. Algo iba mal. El niño no se movía. Echó un vistazo y vio como Vanya, no sin derribar a otros dos lagartos más, esperaba la carga de sus enemigos hasta el último momento. Cuando el primero de ellos llegó a distancia de ataque, con un salto increíble, Vanya se agarró a una gruesa rama que estaba a algo más de un metro sobre su cabeza, se encaramó a ella, y, como si estuviese caminando por el suelo más firme, comenzó a correr por las ramas de los árboles, intentando encontrar un lugar más seguro. Varios de los lagartos la siguieron, y los demás comenzaron a correr hacia donde estaba el niño. Adrash sabía que no tendría muchas más oportunidades para salvarlo, así que se lanzó ladera abajo, arrastrándose por la escarpada pendiente, espada en mano. El niño no se movía.
El estilo de lucha de Adrash era muy particular. Parecía que le habían enseñado a luchar en situaciones críticas porque jamás dejaba de girar y moverse, cambiando de trayectoria una y otra vez, y aguijoneando a sus atacantes con golpes certeros y potentes con su espada bastarda. Los hombres lagarto se limitaban a evitar sus golpes como buenamente podían con sus escudos mientras intentaban conseguir hacer blanco con sus lanzas. Un total de cinco de estos seres se encontraban a su alrededor, aunque la manera de moverse del caballero era tal que no daba la impresión de que estuviese rodeado, sino que más bien parecía que era el caballero el que estaba atacando a sus oponentes. De pronto, Adrash se lanzó a la ofensiva. Amagó un ataque directo contra uno de los hombres lagarto, y cuando este intentó usar su escudo para defenderse, el caballero, en un ágil movimiento se lanzó al suelo dando una voltereta por delante del escudo del ser, y según se levantaba lanzó un golpe reverso a una velocidad endiablada, que el hombre lagarto no pudo evitar, pues aun estaba intentando averiguar donde estaba su enemigo. El golpe impactó en su espalda, casi cortándolo en dos, y acabando rápidamente con su vida.
Los dos hombres lagarto más próximos ya estaban a distancia de ataque cuando su infortunado compañero cayó al suelo. Adrash, sin dejar jamás de moverse, atacó en falso al primero, y con un movimiento rápido, giró sobre si mismo para colocar un golpe de arriba abajo a la cabeza del segundo, que el ser no pudo evitar, cayendo fulminado en un instante. Lo que no esperaba Adrash era que el otro lagarto fuese a reaccionar tan rápido. Cuando estaba acabando el giro, la parte inferior de su lanza golpeó los tobillos del caballero, haciéndole perder el equilibrio y rodar por el suelo. Los tres hombres lagarto que quedaban se abalanzaron hacia el, y desde el suelo, Adrash pudo ver que el grupo que había ido tras Vanya estaba regresando. Empezaba a tener problemas. Cuando el primero de los hombres lagarto intentó atacarle en el suelo, el caballero giró sobre si mismo, y, sin incorporarse, lanzó un golpe a las rodillas del ser, que lo derribó. Con una voltereta se incorporó y realizó un amplio arco con su espada, al tiempo que se concentraba en reunir el poder y recitaba el breve versículo mágico que invocaba las llamas a su espada.
Los hombres lagarto retrocedieron y lo rodearon a cierta distancia. Eran un total de seis. Adrash giraba una y otra vez sobre si mismo, trazando amplios arcos con el filo de su espada y rechazando los tímidos ataques de los hombres lagarto. De pronto, los seis hombres lagarto levantaron sus lanzas y se abalanzaron hacia el caballero simultáneamente. Si no se le ocurría algo estaba perdido. Cargó en la dirección en la que estaba el niño derribado en el suelo. Cuando se disponía a intentar evitar a los dos lagartos que intentaban interponerse con su escudo, uno de ellos cayó de bruces al suelo, como un títere al que se le cortan las cuerdas. Una flecha atravesaba su cabeza de lado a lado, y esa flecha llevaba el penacho de Vanya. Adrash aprovechó el hueco que le había quedado para evitar el ataque del otro lagarto, y corrió sin pensar hacia donde estaba el chico inconsciente, casi asfixiado por el peso del que antes le transportaba. Venían diez lagartos más del interior de la cueva. Parecía que las cosas no querían salir bien.
Se giró para aguantar el ataque de los que tenía detrás y, aliviado, vio que dos más de ellos habían caído bajo las flechas de Vanya y los otros dos intentaban enfrentarse a Mirko, que con una habilidad casi insultante acabó con sus vidas con dos golpes. El guerrero corrió hasta su lado, y con la espada en su mano, sosteniéndola frente a él en posición de combate, se dirigió a los lagartos, que avanzaban con paso firme hacia ellos.
-Ovatha, sabes que los mataremos. Estos son peores que los que me perseguían. Deja que se marchen y deja que nos llevemos al niño.
Los lagartos se pararon. Uno de ellos se adelantó y habló con voz sibilante y ronca.
-Mirko… eres un estúpido. Primero, arriesgas tu vida por un niño, y ahora la arriesgas por carne muerta.
Mirko pudo oír la voz de Adrash a su lado, canturreando tenuemente.
-Sabes que morirán.
-Si, como todos vosotros.
-Eso no cambia nada. Déjanos ir con el niño y no perderás diez soldados.
-¿Tan cercano te sientes a ellos, hijo mío?
De pronto, los diez lagartos se lanzaron al unísono hacia delante. Entonces Mirko entendió lo que había estado haciendo Adrash. El canturreo tenue de pronto se convirtió en un grito, y la espada del caballero comenzó a emitir llamas con más y más intensidad, hasta que un largo cono de fuego, que partía de la punta de la espada del caballero, se extendió desde esta hasta rellenar toda la entrada de la cueva. El fuego duró unos segundos, y en cuanto se apagó, el caballero se lanzó hacia delante, seguido por Mirko, para acabar con los que hubieran resistido aquel ataque. Si Adrash era un letal enemigo, la habilidad de Mirko para el combate rozaba lo sobrenatural. Se movía como una serpiente, casi sin desplazarse, dejando que los golpes de sus rivales se deslizasen en su armadura y lanzando pocos golpes, aunque casi siempre letales. Cada vez que Adrash veía a Mirko lanzar un golpe, este era rápido y directo, era casi imposible de detener y apuntaba a un punto vital. En poco tiempo, todos los lagartos habían caído. Cuando se dieron la vuelta, Vanya ya había llegado hasta el niño y lo estaba intentando reanimar.
-Está bien. Quedó inconsciente cuando mataste al lagarto, pero se recuperará.-Vanya aun estaba extrañamente tensa, sus ojos estaban llorosos.
-Me alegro. El niño puede ser importante.-Adrash no mostraba ni rastro de su habitual sonrisa cínica.-Gracias por esa flecha. –El caballero señaló a uno de los lagartos, que tenía su cabeza atravesada por un flechazo.
-No hay de que. Estamos en el mismo bando, ¿recuerdas? Yo también tendría que darte las gracias por haber intervenido antes. No contaba con que me encontrarais tan rápido.
Adrash tendió su mano hacia Vanya.
-¿Amigos?
Vanya se puso en pie y estrechó la mano del caballero con firmeza.
-Por supuesto.
El apretón de manos se extendió en el tiempo un poco más de lo que se podría considerar correcto.
-Vienen más. Y son muchos. Vayámonos. –La voz de Mirko parecía apremiante, aunque el guerrero hablaba en voz bastante baja. Parecía débil, cansado o confundido.
Media hora más tarde estaban bien ocultos en la espesura, descansando y curando las magulladuras que el chico y Mirko tenían. El chico seguía inconsciente, o más bien dormido, y no había abierto los ojos más que un par de veces. Adrash habó casi en susurros.
-Nos hemos cargado a tres patrullas de lagartos, hemos salvado al chico, y parece que aquí el único que se alegra soy yo. ¿Qué os ocurre?
-Tu lo has dicho. Treinta lagartos. Treinta muertes más. Esos seres probablemente no habrían luchado con nosotros si ella no los manejase. No me siento con derecho a quitar la vida a un ser que realmente no la controla.
-No debes prestarle oídos, Mirko. Ella pretendía confundirte, hacerte daño, porque sabe que no puede controlarte.-Adrash parecía muy seguro de lo que decía.
-Lo sé. Pero tiene razón en algo. No hay mucha diferencia entre ellos y yo. Si es que hay alguna.
Un silencio largo e incómodo les rodeó. Entonces se oyó la voz de Vanya, que estaba encaramada a las ramas bajas del árbol que les cubría.
-Os diré lo que me ocurre. Creo que os interesará.-La voz de Vanya era una mezcla de rabia y tristeza.- Antes me di cuenta de algo que no había notado antes. En Vallefértil… los cadáveres… más bien los huesos… no… no puedo recordar haber visto… ningún niño.-En estos momentos, las lágrimas caían a raudales por el rostro de la elfa.- Ni un sólo niño…
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