Escrito por Cronos el miércoles, 14 de julio de 2010
La taberna de Jack.
A Jack le gustaba su nueva posada, si es que se le podía llamar así. Estaba en una casa grande de madera, de un piso, y situada a un par de calles del puerto. Era espaciosa, tenía una barra grande a la izquierda de la entrada, y ocho mesas distribuidas frente a ella. El fondo daba a una puerta doble que conducía a las habitaciones del piso inferior y a las escaleras que llevaban hasta el piso superior. Y tras la barra, junto a uno de sus extremos, había una puerta amplia que conducía a las cocinas y a la despensa. La única ventana que permitía la entrada de luz en la sala principal estaba a la derecha de la puerta, y una cortina bastante gruesa hacía que la luz en el interior fuese tenue.
Era un buen lugar para establecerse, sin duda. Algunas de sus mejores botellas ya estaban colocadas en las estanterías. Otras eran demasiado valiosas para estar a la vista, y solo se las mostraba a aquellos de los que estaba seguro de que podrían disfrutar y pagar los exquisitos licores. Además, había contactado pronto con varios buenos proveedores, que ya habían enriquecido su colección con los mejores licores locales.
Igram estaba nervioso. Desde que el resto de capitanes partiera, y ya hacía casi tres semanas, había estado tomando el mando de los negocios de Gorian, o Findanar. A los dos días había decidido cambiar de estilo de vestir, y se vestía como los zalameños. Solía llevar una larga y amplia túnica, prácticamente sin decorar aunque de muy buen material, que, dado su grosor, le daba un aspecto extraño. Tambien se había reducido la habitualmente larga y enmarañada barba para soportar mejor el calor, aunque su pelo seguía estando bastante largo, y los rizos cerrados le caían alrededor de la cara, aumentando la sensación de sofoco que siempre tenía.
Con un gesto de su mano pidió a Jack que le sirviese otra copa de su licor favorito. El Ukhhi era uno de los licores más típicos de Zalama. Se hacía destilando el jugo de algunos frutos típicos de la selva que el particularmente desconocía. En cada pueblo y ciudad de Zalama tenían su propia manera de hacer y servir el Ukhhi, pero para su paladar no había ninguno como el que realizaban en los alrededores de la capital del reino. Jack se acercó y le dejó la botella en la mesa.
-¿No aparecen?
Igram miró a su viejo amigo con expresión de desasosiego.
-No, aún nada. Gorian me dijo que llegarían este mediodía y el sol ya pasó de lo más alto hace un buen rato.- El marino tomó la botella y se sirvió una copa larga de licor.- Temo que no vengan, y esto es importante, o eso creo.
-Si, y proporcionaría más armas para el ejército de Zalama.
-Eso es lo que me hace sospechar. ¿De donde han salido esas armas?- Igram miró de reojo a Johan, el ex contramaestre de Eidon, que le observaba desde la barra disimuladamente, preparado por si había problemas, al igual que otra decena de sus hombres, que estaban disimulando en distintos lugares de la posada.-Entiendo que consigamos metales con cierta facilidad, pero armas ya fabricadas… no se, no me gusta.
-Quizá se las robaron al imperio. O quizá las hayan importado de más allá del mar, del continente de los imperios perdidos.
-Lo dudo.- Igram frunció el ceño, y sus pequeños ojos negros casi desaparecieron bajo sus pobladas cejas.- Demasiado lejos, demasiado caro. Esto no acaba de encajarme.
-¿Y aun así esperas a que acudan?- Jack sonrió. – Ya se por qué siempre me conformé con tener una posada… prefiero una vida larga y segura que…
-Jack, narices. Conozco tu verdadero pasado.- Igram recalcó la palabra verdadero exageradamente.- No me vengas con esas.
Jack sonrió con un cierto aire nostálgico y volvió a su lugar natural en la barra. Su posada realmente no era tal. Simplemente habían adaptado una casa propiedad de Gorian para servir de residencia a los que se habían quedado. Y no había tapadera mejor para algo así que una posada. La realidad era que la mayoría de los huéspedes eran antiguos marineros que habían decidido retirarse cuando sus capitanes decidieron comenzar el largo viaje hasta el país de Isvar. Y por supuesto, los demás clientes solían ser recibidos con gestos hoscos por parte de los parroquianos, muy poco interesados en que nadie descubriese las verdaderas actividades que se desarrollaban allí. Y no porque sus actividades fuesen ilegales en Zalama, sino porque lo eran en el imperio. El imperio de Sanazar, tras el inicio de la guerra civil en Zalama, había prohibido todo comercio de sus ciudadanos con el territorio leal al Rey. Su intención era la de evitar que sus tropas pudiesen reforzarse con facilidad, puesto que Zalama no era un lugar rico en minería, y la mayoría del hierro necesario para sus armas era importado de zonas ahora controladas por el Imperio. Ellos se dedicaban al contrabando. Allá donde el comercio esta prohibido siempre hay una buena posibilidad de ganar dinero haciendo lo que otros no se atreven a hacer por miedo a las represalias. Por supuesto, esto tenía sus riesgos. El Imperio tenía agentes infiltrados en Zalama, para conseguir información y para evitar este tipo de actividades. Un paso en falso podía significar una muerte en un lamentable accidente, o ser capturado y trasladado en secreto hasta el Imperio, en donde la ley era dura, y aplicada con suma dureza. Por supuesto, el Rey de Zalama también tenía a sus propios agentes trabajando tanto en su territorio como en el Imperio, para capturar a los espías enemigos y para conseguir cuanto antes información sobre los movimientos del ejército del Emperador. Y desde luego, aprobaba en silencio el contrabando, pues al fin y al cabo su ejército era el principal cliente de esta actividad. La conclusión era muy sencilla. Seguían metiéndose en líos. Había que actuar con suma cautela, pero en eso Igram era un verdadero especialista.
La puerta de la posada se abrió, dejando entrar la claridad del exterior, y un chorro de aire caliente que hizo que todos en el interior miraran hacia la entrada, entrecerrando los ojos. La figura que se recortaba en la claridad era pequeña, como si fuese un mediano o un niño.
-Hola. ¿Alguno de vosotros es Igram?- La voz era clara e inocente, sin duda de un niño.
La puerta se cerró tras el recién llegado y todos pudieron observar que no era un niño, sino una niña, no tendría más de nueve años, y vestía con una túnica andrajosa, y plagada de rotos y remiendos. Su pelo era largo y estaba bastante sucio, le llegaba hasta los hombros, y estaba peinado en unas extrañas trenzas que le caían sobre los hombros. Su piel era morena, aunque este rasgo se mezclaba con las capas de suciedad que acumulaba sobre ella, y su rostro, ancho, de nariz respingona y ojos castaños muy grandes, tenía un gesto de curiosidad inocente. Llevaba una bolsa de cuero no demasiado grande, aunque parecía pesarle bastante.
-Si, soy yo.- Igram miraba a la niña extrañado.- ¿Quién eres y qué quieres?
-Me llamo Fiona.-La niña sonrió, dejando ver varios huecos en su joven sonrisa.-Vengo a traerte esto.
Fiona se acercó a Igram y puso la bolsa sobre la mesa, no sin esfuerzo. Igram permaneció impasible, mirando alternativamente hacia la niña y la bolsa.
-¿Quién te lo ha dado?
-Dijo que se llamaba Gorian. Me dijo que esperase a que hubiese luna llena y que la mañana siguiente viniese aquí, cuando el sol estuviese en lo más alto. Casi me olvido, porque estaba buscando algo de comer en el puerto y por eso vine tan tarde. También me dijo que me daríais de comer y me cuidaríais.- Fiona sonrió de nuevo, esperanzada.- Y me dio una moneda de plata, para que tuviese comida hasta entonces. Pero no me la gasté. – La niña buscó por un bolsillo interior de su ajada túnica, que algún día había sido de un color cercano al blanco, y sacó una moneda, a la que miró como si fuese el mayor de los tesoros. – Soy muy lista, y puedo conseguir comida sin gastar el dinero. También me dijo que había una carta para ti en la bolsa, y que la leyeras antes de nada.
Jack miró primero a Igram, que parecía confundido o dudando sobre que hacer, y después a la niña.
-¿Tienes hambre?
La niña asintió, tímida.
-Pues entonces deberías venir conmigo a la cocina. Creo que algo podremos hacer para solucionarlo. ¿Te gusta el pastel de mekhar? Me sale delicioso.
Fiona miró con sus grandes ojos muy abiertos a Jack, y sin mediar palabra entró con paso decidido en la cocina. El viejo posadero entró tras ella, no sin antes echar una mirada a Igram y a Johan, que le respondieron con un breve asentimiento.
Tras dar instrucciones al cocinero de que diese comida a la niña hasta que estuviese satisfecha, Jack volvió a salir a la posada. Igram se acercó a la barra con la bolsa en la mano y le tendió un pergamino que contenía unas cuantas líneas en común, escritas con una caligrafía digna de un escriba real. Jack lo leyó en silencio.
“Estimado Igram:
Siento haberte mentido sobre el negocio de las armas, pero no podía decirte nada, o harías demasiadas preguntas. Cuanto menos sepas de este asunto, mejor. Necesito que guardes el cofre. Es de suma importancia que su contenido nunca llegue a malas manos. No intentes abrirla, está protegida por un fuerte hechizo, y correrías aún más peligro del que ya corres guardándola. No confíes en nadie sobre esto, simplemente escóndela y mantenla a buen recaudo. Es importante que tres personas y sólo tres personas sepan de su existencia y de su paradero. Si alguno de los que lo saben pereciese o tuviese que marcharse, elije a otro y comunícale el secreto.
Alguien irá a buscarla, aunque todavía no se cuando. Ese alguien se distinguirá porque podrá abrir la caja.
Por favor, cuida a Fiona. Es hija de uno de los marineros que perecieron en el Ermitaño, y su madre murió de fiebres hace unos meses. Desde entonces está sola, creo que se lo debemos.
Quema esta nota cuando acabes de leerla. No debemos dejar ninguna pista del paradero de la caja a nadie. Es demasiado peligrosa.
Atentamente:
Findanar Fénix.”
Jack asintió, tomó la bolsa y la escondió bajo la barra. Su contenido parecía una caja de madera labrada, probablemente con algo más pesado en su interior. Miró de nuevo a Igram, puso un gesto inquisitivo y miró hacia Johan. Igram asintió, a lo que Jack respondió entregando la nota al ex contramaestre. Mientras éste la leía, el viejo posadero entró en la cocina y salió con una vela encendida. Cuando acabó de leer la carta, Johan acercó la nota a la vela y la dejó arder sobre la barra.
-Esta noche hablaremos.- La voz de Igram sonaba solemne.
Johan y Jack asintieron al unísono.
A Jack le gustaba su nueva posada, si es que se le podía llamar así. Estaba en una casa grande de madera, de un piso, y situada a un par de calles del puerto. Era espaciosa, tenía una barra grande a la izquierda de la entrada, y ocho mesas distribuidas frente a ella. El fondo daba a una puerta doble que conducía a las habitaciones del piso inferior y a las escaleras que llevaban hasta el piso superior. Y tras la barra, junto a uno de sus extremos, había una puerta amplia que conducía a las cocinas y a la despensa. La única ventana que permitía la entrada de luz en la sala principal estaba a la derecha de la puerta, y una cortina bastante gruesa hacía que la luz en el interior fuese tenue.
Era un buen lugar para establecerse, sin duda. Algunas de sus mejores botellas ya estaban colocadas en las estanterías. Otras eran demasiado valiosas para estar a la vista, y solo se las mostraba a aquellos de los que estaba seguro de que podrían disfrutar y pagar los exquisitos licores. Además, había contactado pronto con varios buenos proveedores, que ya habían enriquecido su colección con los mejores licores locales.
Igram estaba nervioso. Desde que el resto de capitanes partiera, y ya hacía casi tres semanas, había estado tomando el mando de los negocios de Gorian, o Findanar. A los dos días había decidido cambiar de estilo de vestir, y se vestía como los zalameños. Solía llevar una larga y amplia túnica, prácticamente sin decorar aunque de muy buen material, que, dado su grosor, le daba un aspecto extraño. Tambien se había reducido la habitualmente larga y enmarañada barba para soportar mejor el calor, aunque su pelo seguía estando bastante largo, y los rizos cerrados le caían alrededor de la cara, aumentando la sensación de sofoco que siempre tenía.
Con un gesto de su mano pidió a Jack que le sirviese otra copa de su licor favorito. El Ukhhi era uno de los licores más típicos de Zalama. Se hacía destilando el jugo de algunos frutos típicos de la selva que el particularmente desconocía. En cada pueblo y ciudad de Zalama tenían su propia manera de hacer y servir el Ukhhi, pero para su paladar no había ninguno como el que realizaban en los alrededores de la capital del reino. Jack se acercó y le dejó la botella en la mesa.
-¿No aparecen?
Igram miró a su viejo amigo con expresión de desasosiego.
-No, aún nada. Gorian me dijo que llegarían este mediodía y el sol ya pasó de lo más alto hace un buen rato.- El marino tomó la botella y se sirvió una copa larga de licor.- Temo que no vengan, y esto es importante, o eso creo.
-Si, y proporcionaría más armas para el ejército de Zalama.
-Eso es lo que me hace sospechar. ¿De donde han salido esas armas?- Igram miró de reojo a Johan, el ex contramaestre de Eidon, que le observaba desde la barra disimuladamente, preparado por si había problemas, al igual que otra decena de sus hombres, que estaban disimulando en distintos lugares de la posada.-Entiendo que consigamos metales con cierta facilidad, pero armas ya fabricadas… no se, no me gusta.
-Quizá se las robaron al imperio. O quizá las hayan importado de más allá del mar, del continente de los imperios perdidos.
-Lo dudo.- Igram frunció el ceño, y sus pequeños ojos negros casi desaparecieron bajo sus pobladas cejas.- Demasiado lejos, demasiado caro. Esto no acaba de encajarme.
-¿Y aun así esperas a que acudan?- Jack sonrió. – Ya se por qué siempre me conformé con tener una posada… prefiero una vida larga y segura que…
-Jack, narices. Conozco tu verdadero pasado.- Igram recalcó la palabra verdadero exageradamente.- No me vengas con esas.
Jack sonrió con un cierto aire nostálgico y volvió a su lugar natural en la barra. Su posada realmente no era tal. Simplemente habían adaptado una casa propiedad de Gorian para servir de residencia a los que se habían quedado. Y no había tapadera mejor para algo así que una posada. La realidad era que la mayoría de los huéspedes eran antiguos marineros que habían decidido retirarse cuando sus capitanes decidieron comenzar el largo viaje hasta el país de Isvar. Y por supuesto, los demás clientes solían ser recibidos con gestos hoscos por parte de los parroquianos, muy poco interesados en que nadie descubriese las verdaderas actividades que se desarrollaban allí. Y no porque sus actividades fuesen ilegales en Zalama, sino porque lo eran en el imperio. El imperio de Sanazar, tras el inicio de la guerra civil en Zalama, había prohibido todo comercio de sus ciudadanos con el territorio leal al Rey. Su intención era la de evitar que sus tropas pudiesen reforzarse con facilidad, puesto que Zalama no era un lugar rico en minería, y la mayoría del hierro necesario para sus armas era importado de zonas ahora controladas por el Imperio. Ellos se dedicaban al contrabando. Allá donde el comercio esta prohibido siempre hay una buena posibilidad de ganar dinero haciendo lo que otros no se atreven a hacer por miedo a las represalias. Por supuesto, esto tenía sus riesgos. El Imperio tenía agentes infiltrados en Zalama, para conseguir información y para evitar este tipo de actividades. Un paso en falso podía significar una muerte en un lamentable accidente, o ser capturado y trasladado en secreto hasta el Imperio, en donde la ley era dura, y aplicada con suma dureza. Por supuesto, el Rey de Zalama también tenía a sus propios agentes trabajando tanto en su territorio como en el Imperio, para capturar a los espías enemigos y para conseguir cuanto antes información sobre los movimientos del ejército del Emperador. Y desde luego, aprobaba en silencio el contrabando, pues al fin y al cabo su ejército era el principal cliente de esta actividad. La conclusión era muy sencilla. Seguían metiéndose en líos. Había que actuar con suma cautela, pero en eso Igram era un verdadero especialista.
La puerta de la posada se abrió, dejando entrar la claridad del exterior, y un chorro de aire caliente que hizo que todos en el interior miraran hacia la entrada, entrecerrando los ojos. La figura que se recortaba en la claridad era pequeña, como si fuese un mediano o un niño.
-Hola. ¿Alguno de vosotros es Igram?- La voz era clara e inocente, sin duda de un niño.
La puerta se cerró tras el recién llegado y todos pudieron observar que no era un niño, sino una niña, no tendría más de nueve años, y vestía con una túnica andrajosa, y plagada de rotos y remiendos. Su pelo era largo y estaba bastante sucio, le llegaba hasta los hombros, y estaba peinado en unas extrañas trenzas que le caían sobre los hombros. Su piel era morena, aunque este rasgo se mezclaba con las capas de suciedad que acumulaba sobre ella, y su rostro, ancho, de nariz respingona y ojos castaños muy grandes, tenía un gesto de curiosidad inocente. Llevaba una bolsa de cuero no demasiado grande, aunque parecía pesarle bastante.
-Si, soy yo.- Igram miraba a la niña extrañado.- ¿Quién eres y qué quieres?
-Me llamo Fiona.-La niña sonrió, dejando ver varios huecos en su joven sonrisa.-Vengo a traerte esto.
Fiona se acercó a Igram y puso la bolsa sobre la mesa, no sin esfuerzo. Igram permaneció impasible, mirando alternativamente hacia la niña y la bolsa.
-¿Quién te lo ha dado?
-Dijo que se llamaba Gorian. Me dijo que esperase a que hubiese luna llena y que la mañana siguiente viniese aquí, cuando el sol estuviese en lo más alto. Casi me olvido, porque estaba buscando algo de comer en el puerto y por eso vine tan tarde. También me dijo que me daríais de comer y me cuidaríais.- Fiona sonrió de nuevo, esperanzada.- Y me dio una moneda de plata, para que tuviese comida hasta entonces. Pero no me la gasté. – La niña buscó por un bolsillo interior de su ajada túnica, que algún día había sido de un color cercano al blanco, y sacó una moneda, a la que miró como si fuese el mayor de los tesoros. – Soy muy lista, y puedo conseguir comida sin gastar el dinero. También me dijo que había una carta para ti en la bolsa, y que la leyeras antes de nada.
Jack miró primero a Igram, que parecía confundido o dudando sobre que hacer, y después a la niña.
-¿Tienes hambre?
La niña asintió, tímida.
-Pues entonces deberías venir conmigo a la cocina. Creo que algo podremos hacer para solucionarlo. ¿Te gusta el pastel de mekhar? Me sale delicioso.
Fiona miró con sus grandes ojos muy abiertos a Jack, y sin mediar palabra entró con paso decidido en la cocina. El viejo posadero entró tras ella, no sin antes echar una mirada a Igram y a Johan, que le respondieron con un breve asentimiento.
Tras dar instrucciones al cocinero de que diese comida a la niña hasta que estuviese satisfecha, Jack volvió a salir a la posada. Igram se acercó a la barra con la bolsa en la mano y le tendió un pergamino que contenía unas cuantas líneas en común, escritas con una caligrafía digna de un escriba real. Jack lo leyó en silencio.
“Estimado Igram:
Siento haberte mentido sobre el negocio de las armas, pero no podía decirte nada, o harías demasiadas preguntas. Cuanto menos sepas de este asunto, mejor. Necesito que guardes el cofre. Es de suma importancia que su contenido nunca llegue a malas manos. No intentes abrirla, está protegida por un fuerte hechizo, y correrías aún más peligro del que ya corres guardándola. No confíes en nadie sobre esto, simplemente escóndela y mantenla a buen recaudo. Es importante que tres personas y sólo tres personas sepan de su existencia y de su paradero. Si alguno de los que lo saben pereciese o tuviese que marcharse, elije a otro y comunícale el secreto.
Alguien irá a buscarla, aunque todavía no se cuando. Ese alguien se distinguirá porque podrá abrir la caja.
Por favor, cuida a Fiona. Es hija de uno de los marineros que perecieron en el Ermitaño, y su madre murió de fiebres hace unos meses. Desde entonces está sola, creo que se lo debemos.
Quema esta nota cuando acabes de leerla. No debemos dejar ninguna pista del paradero de la caja a nadie. Es demasiado peligrosa.
Atentamente:
Findanar Fénix.”
Jack asintió, tomó la bolsa y la escondió bajo la barra. Su contenido parecía una caja de madera labrada, probablemente con algo más pesado en su interior. Miró de nuevo a Igram, puso un gesto inquisitivo y miró hacia Johan. Igram asintió, a lo que Jack respondió entregando la nota al ex contramaestre. Mientras éste la leía, el viejo posadero entró en la cocina y salió con una vela encendida. Cuando acabó de leer la carta, Johan acercó la nota a la vela y la dejó arder sobre la barra.
-Esta noche hablaremos.- La voz de Igram sonaba solemne.
Johan y Jack asintieron al unísono.
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