Escrito por Cronos el lunes, 19 de julio de 2010
Dos caminos, un destino.
El día había sido largo, y el trabajo, arduo. Pero había logrado llevar todo a buen puerto. En unos días la población que habitaba en pequeñas aldeas y en las ciudades menos seguras sería evacuada y conducida temporalmente a las ciudades amuralladas. Sólo aquellos que decidiesen permanecer podrían hacerlo, pero se les avisaría de que quedarían sin protección de ningún tipo. Las guarniciones y las guardias de las ciudades serían destinadas a la escolta de los evacuados y a la protección de las ciudades refugio. La consigna era clara para todos, sólo debían combatir en caso de necesidad. Los animales que no fuesen trasladados debían ser envenenados para evitar que su carne fuese consumida por La Horda. Los cultivos que no pudiesen ser recogidos antes de la evacuación, deberían ser destruidos, o, al menos las cosechas debían ser inutilizadas. Gracias a los dioses, las cosechas de trigo y de maíz serían recogidas a tiempo y podrían ser trasladadas a lugares seguros, con lo que los alimentos necesarios para pasar el invierno estarían almacenados y protegidos. El plan marchaba viento en popa, y sus enemigos habían perdido la capacidad de adelantarse a ellos. Quizá tuviesen una oportunidad.
La cantidad de trabajo a realizar desde que, tres días antes, le nombraran Gobernador de Isvar había sido tal que no se había podido parar a pensar en las consecuencias del cónclave. Le habían dado un cargo que conllevaba una responsabilidad enorme, y, aunque eso no le asustaba, sí tenía una constante sensación de inquietud que hacía que las preguntas sin responder volviesen una y otra vez a su cabeza. Era la primera ocasión desde su nombramiento de la que disponía para poder salir a cabalgar y pensar tranquilamente en sus problemas desde un punto de vista propio, sin anteponer las obligaciones a su propio estado. Y se sentía cansado, muy cansado.
Cabalgaba por el camino del este, que recorría la bahía de Fortaleza cerca de la costa. Irwen, a su manera, casi le había echado en cara su falta de atención durante los días anteriores, aunque ahora parecía feliz de cabalgar de nuevo con él. Como sabía que le disgustaban los caminos, y que sus pezuñas preferían la hierba de los prados a la dura tierra compactada que formaba el camino, le ordenó girar hacia la costa. Algo más adelante había una pequeña cala cerrada que conocía desde hacía años, y a la que solía ir a refugiarse, tomar un baño nocturno y cavilar cuando sus deberes le mantenían en Fortaleza. La luna llena, además, haría más bella la imagen de su pequeño refugio esta noche. Sí, obviamente necesitaba apartarse de la realidad durante unas horas.
Por si el trabajo a llevar a cabo no fuese suficiente, su cabeza, tan proclive a veces a causarle más problemas de los que tenía, había encontrado una nueva manera de separar su atención de los graves asuntos que le ocupaban. Una imagen venía a su mente cada vez que tenía un momento de calma o de tranquilidad. Una imagen que le hacía apartar su pensamiento del lugar en el que debía estar. Empezaba a estar convencido de que tenía un problema y de que, cuanto antes, debía solucionarlo.
Maray.
Estaba justo donde solía dejar a Irwen antes de bajar hasta la pequeña y oculta cala. Vestida con una de sus túnicas, le miraba sonriente, como si estuviese esperándole. A la luz de la luna, su cabello y su figura se le antojaron especialmente bellos. Una sensación, que del tiempo que hacía que no la sentía casi se le antojó extraña, le invadió el vientre y el pecho. Estaba claro que sí, que tenía un problema y tenía que resolverlo.
-Ya creí que no venías.-Maray le miraba fijamente, con esa extraña sonrisa casi desafiante que, a sus ojos, le hacía particularmente bella.
- ¿Me esperabas?- Saryon bajó del lomo de Irwen a unos pasos de la joven. Le pareció que su propia voz sonaba temblorosa.
- Por supuesto. –Por el contrario, la voz de Maray hoy sonaba especialmente segura. Por algún motivo que desconocía, esta noche sus ojos parecían brillar de forma distinta. La tristeza que había percibido en ella ya no estaba.- Ya sabes que las adeptas de Dhianab tenemos ciertos dones. Sabía que vendrías aquí.
- Cuando vivo en Fortaleza, vengo aquí cuando quiero relajarme, pensar, o apartarme un poco de mis obligaciones. Este lugar es una especie de refugio para mí.
- Por lo que me han contado, parece que los trabajos para combatir a La Horda están ya en marcha. –Había un deje de ironía, casi de picardía en la voz de Maray. - ¿Sobre qué necesitas pensar?
El caballero se quedó en silencio, buscando las palabras.
-Vaya, el gran orador se queda sin argumentos. Es curioso.
Saryon no pudo evitar sonreír.
-No son argumentos lo que me falta, son las palabras para expresarlos.
Maray permaneció en silencio, sonriente, mirándole directamente a los ojos. La sensación en el vientre y el pecho de Saryon se acrecentó mientras mantenía su vista fija en los ojos de color miel de la joven. Justo antes de que Maray comenzara a hablar de nuevo, Saryon pudo ver la tristeza acudir a su rostro sólo por un instante, en un breve ramalazo.
-Bien, entonces te lo haré más fácil: Te amo.
La simplicidad de la frase, y la seguridad con la que la joven la había pronunciado confundieron aún más a Saryon. Por su mente pasaron mil argumentos, mientras la sensación casi olvidada se multiplicaba en intensidad hasta alcanzar un grado que no recordaba haber sentido jamás. Había algo de lo que estaba seguro, el sentía lo mismo por ella. Pero el momento era del todo inapropiado, y eso también lo sabía. Ahora tenía que pensar en sus deberes, tenía que pensar en salvar a su gente, tenía que pensar en vencer a sus enemigos.
-Creo que sé lo que estás pensando, Saryon. Y creo que te equivocas. Crees que no es el momento.-El rostro de Maray no había cambiado en absoluto. Seguía mirándole y sonriendo mientras hablaba.- Y yo te digo que el amor viene cuando viene, que cualquier momento es bueno, y que eres tú quien debe elegir. Pero debes pensar también en las consecuencias de rechazar tus propios sentimientos, debes pensar cuantas preguntas te harás a ti mismo si ahora decides rechazar lo que te ofrezco. Quizá la solución a tus problemas esté en aceptar lo que sientas. O quizá sea yo la que me estoy equivocando y realmente no sientas por mí lo que creo que sientes. Olvida lo demás y respóndeme. ¿Me amas?
Las palabras salieron de la boca del caballero casi sin que este fuese consciente de lo que decía.
-Con toda mi alma, mi niña. –El caballero tomó las manos de Maray, sin dejar de mirarle a los ojos.- Con toda mi alma…
Sus labios se fundieron en un sentido y prolongado beso, que pronto se convirtió también en abrazo.
Al amanecer, el sol los sorprendió dormidos, desnudos y abrazados junto a la orilla del mar, tal y como la luna se había despedido de ellos al hundirse en el horizonte.
La casi olvidada sensación se había multiplicado hasta el infinito. Ahora ya estaba seguro de que le acompañaría hasta el fin de sus días.
El día había sido largo, y el trabajo, arduo. Pero había logrado llevar todo a buen puerto. En unos días la población que habitaba en pequeñas aldeas y en las ciudades menos seguras sería evacuada y conducida temporalmente a las ciudades amuralladas. Sólo aquellos que decidiesen permanecer podrían hacerlo, pero se les avisaría de que quedarían sin protección de ningún tipo. Las guarniciones y las guardias de las ciudades serían destinadas a la escolta de los evacuados y a la protección de las ciudades refugio. La consigna era clara para todos, sólo debían combatir en caso de necesidad. Los animales que no fuesen trasladados debían ser envenenados para evitar que su carne fuese consumida por La Horda. Los cultivos que no pudiesen ser recogidos antes de la evacuación, deberían ser destruidos, o, al menos las cosechas debían ser inutilizadas. Gracias a los dioses, las cosechas de trigo y de maíz serían recogidas a tiempo y podrían ser trasladadas a lugares seguros, con lo que los alimentos necesarios para pasar el invierno estarían almacenados y protegidos. El plan marchaba viento en popa, y sus enemigos habían perdido la capacidad de adelantarse a ellos. Quizá tuviesen una oportunidad.
La cantidad de trabajo a realizar desde que, tres días antes, le nombraran Gobernador de Isvar había sido tal que no se había podido parar a pensar en las consecuencias del cónclave. Le habían dado un cargo que conllevaba una responsabilidad enorme, y, aunque eso no le asustaba, sí tenía una constante sensación de inquietud que hacía que las preguntas sin responder volviesen una y otra vez a su cabeza. Era la primera ocasión desde su nombramiento de la que disponía para poder salir a cabalgar y pensar tranquilamente en sus problemas desde un punto de vista propio, sin anteponer las obligaciones a su propio estado. Y se sentía cansado, muy cansado.
Cabalgaba por el camino del este, que recorría la bahía de Fortaleza cerca de la costa. Irwen, a su manera, casi le había echado en cara su falta de atención durante los días anteriores, aunque ahora parecía feliz de cabalgar de nuevo con él. Como sabía que le disgustaban los caminos, y que sus pezuñas preferían la hierba de los prados a la dura tierra compactada que formaba el camino, le ordenó girar hacia la costa. Algo más adelante había una pequeña cala cerrada que conocía desde hacía años, y a la que solía ir a refugiarse, tomar un baño nocturno y cavilar cuando sus deberes le mantenían en Fortaleza. La luna llena, además, haría más bella la imagen de su pequeño refugio esta noche. Sí, obviamente necesitaba apartarse de la realidad durante unas horas.
Por si el trabajo a llevar a cabo no fuese suficiente, su cabeza, tan proclive a veces a causarle más problemas de los que tenía, había encontrado una nueva manera de separar su atención de los graves asuntos que le ocupaban. Una imagen venía a su mente cada vez que tenía un momento de calma o de tranquilidad. Una imagen que le hacía apartar su pensamiento del lugar en el que debía estar. Empezaba a estar convencido de que tenía un problema y de que, cuanto antes, debía solucionarlo.
Maray.
Estaba justo donde solía dejar a Irwen antes de bajar hasta la pequeña y oculta cala. Vestida con una de sus túnicas, le miraba sonriente, como si estuviese esperándole. A la luz de la luna, su cabello y su figura se le antojaron especialmente bellos. Una sensación, que del tiempo que hacía que no la sentía casi se le antojó extraña, le invadió el vientre y el pecho. Estaba claro que sí, que tenía un problema y tenía que resolverlo.
-Ya creí que no venías.-Maray le miraba fijamente, con esa extraña sonrisa casi desafiante que, a sus ojos, le hacía particularmente bella.
- ¿Me esperabas?- Saryon bajó del lomo de Irwen a unos pasos de la joven. Le pareció que su propia voz sonaba temblorosa.
- Por supuesto. –Por el contrario, la voz de Maray hoy sonaba especialmente segura. Por algún motivo que desconocía, esta noche sus ojos parecían brillar de forma distinta. La tristeza que había percibido en ella ya no estaba.- Ya sabes que las adeptas de Dhianab tenemos ciertos dones. Sabía que vendrías aquí.
- Cuando vivo en Fortaleza, vengo aquí cuando quiero relajarme, pensar, o apartarme un poco de mis obligaciones. Este lugar es una especie de refugio para mí.
- Por lo que me han contado, parece que los trabajos para combatir a La Horda están ya en marcha. –Había un deje de ironía, casi de picardía en la voz de Maray. - ¿Sobre qué necesitas pensar?
El caballero se quedó en silencio, buscando las palabras.
-Vaya, el gran orador se queda sin argumentos. Es curioso.
Saryon no pudo evitar sonreír.
-No son argumentos lo que me falta, son las palabras para expresarlos.
Maray permaneció en silencio, sonriente, mirándole directamente a los ojos. La sensación en el vientre y el pecho de Saryon se acrecentó mientras mantenía su vista fija en los ojos de color miel de la joven. Justo antes de que Maray comenzara a hablar de nuevo, Saryon pudo ver la tristeza acudir a su rostro sólo por un instante, en un breve ramalazo.
-Bien, entonces te lo haré más fácil: Te amo.
La simplicidad de la frase, y la seguridad con la que la joven la había pronunciado confundieron aún más a Saryon. Por su mente pasaron mil argumentos, mientras la sensación casi olvidada se multiplicaba en intensidad hasta alcanzar un grado que no recordaba haber sentido jamás. Había algo de lo que estaba seguro, el sentía lo mismo por ella. Pero el momento era del todo inapropiado, y eso también lo sabía. Ahora tenía que pensar en sus deberes, tenía que pensar en salvar a su gente, tenía que pensar en vencer a sus enemigos.
-Creo que sé lo que estás pensando, Saryon. Y creo que te equivocas. Crees que no es el momento.-El rostro de Maray no había cambiado en absoluto. Seguía mirándole y sonriendo mientras hablaba.- Y yo te digo que el amor viene cuando viene, que cualquier momento es bueno, y que eres tú quien debe elegir. Pero debes pensar también en las consecuencias de rechazar tus propios sentimientos, debes pensar cuantas preguntas te harás a ti mismo si ahora decides rechazar lo que te ofrezco. Quizá la solución a tus problemas esté en aceptar lo que sientas. O quizá sea yo la que me estoy equivocando y realmente no sientas por mí lo que creo que sientes. Olvida lo demás y respóndeme. ¿Me amas?
Las palabras salieron de la boca del caballero casi sin que este fuese consciente de lo que decía.
-Con toda mi alma, mi niña. –El caballero tomó las manos de Maray, sin dejar de mirarle a los ojos.- Con toda mi alma…
Sus labios se fundieron en un sentido y prolongado beso, que pronto se convirtió también en abrazo.
Al amanecer, el sol los sorprendió dormidos, desnudos y abrazados junto a la orilla del mar, tal y como la luna se había despedido de ellos al hundirse en el horizonte.
La casi olvidada sensación se había multiplicado hasta el infinito. Ahora ya estaba seguro de que le acompañaría hasta el fin de sus días.
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