Escrito por Cronos el lunes, 9 de agosto de 2010
El calor del amanecer.
Que el fuego perfecto purifique alma y corazón.
Que el fuego eterno consuma temores y dudas.
Que su luz y su calor me guíen en la vida y la batalla.
Que mi llama, como la suya, jamás sea extinguida.
Adrash musitaba sus oraciones con una rodilla en tierra, en posición de reverencia, con su espada firmemente sujeta con ambas manos, apuntando al cielo. Los adornos en forma de llama que tenía el filo en toda su extensión brillaban como si realmente estuviesen ardiendo, y el resto de la hoja parecía al rojo vivo.
Que así sea, por siempre, y para siempre.
El caballero realizó una solemne inclinación ante su arma, la apoyó ceremoniosamente en el suelo, cuidando no tocar la hoja, y se puso en pie. Estaban en el linde del bosque, rodeados por algunos grupos de árboles altos y espigados y bastante maleza. Hacia el este, los primeros rayos del sol asomaban por el horizonte, haciendo aun más hermoso el aspecto del mar interior de Ylbedain, que regalaba sus dones a varias de las ciudades de Isvar, y cuya costa comenzaba a escasa distancia del lugar donde estaban. Su agua no sólo se utilizaba para el riego de infinidad de granjas, sino que además albergaba pesca abundante, lo cual hacía que fuese amado y hasta casi reverenciado como un dios por muchos isvarianos. Al menos eso era lo que le había contado Mirko, que había pasado su niñez y parte de su juventud en una aldea cercana a Fénix, a orillas del mar.
Adrash tomó su cota de malla de entre sus cosas y se dispuso a reparar las zonas que habían quedado dañadas o debilitadas por el combate y el uso, aprovechando el intensísimo calor que desprendía el filo de su arma. Mirko dormía a pocos metros de él, junto al niño al que habían rescatado el día anterior y que aún no había recobrado la consciencia, y Vanya no parecía estar cerca, lo cual era normal, pues los elfos duermen pocas horas y ya había cumplido con su guardia. Probablemente estaría explorando o cazando. A pesar de lo que había sucedido cuando se conocieron, Adrash era consciente de que la elfa era realmente buena haciendo su trabajo. Le preocupaba cómo estaba reaccionando a la horrible visión que le había tocado padecer en Vallefértil, pero los elfos asumían las cosas lentamente, y era muy pronto para saber cuánto daño le había hecho aquella experiencia. Además, ella tenía una octava parte de sangre humana, y eso la haría menos vulnerable a la tristeza, aunque últimamente había tenido reacciones extremas, y eso no era natural en un elfo. Y él mismo, humano como era, tenía aún muchos recuerdos que superar.
Era la rutina de cada mañana. Al amanecer, cuando el cielo parecía arder, el caballero rezaba sus plegarias a la fuente de su magia, a la vez que purificaba el filo de su arma y su propia alma. A pesar de que en cierto momento esa rutina le había permitido volver a la vida, recuperar las fuerzas y encontrar energías en su dolor, no podía evitar que aquel ritual le trajese a la mente los peores momentos de su vida. Como cada mañana, mientras rezaba, las imágenes que le llenaban de furia, los recuerdos que tenía grabados en su corazón más que en su cabeza, volvían. Y volvían porque aquellos recuerdos eran el fuego que ardía en su interior, eran las llamas que consumían su alma. Aquellos recuerdos le habían hecho despreciar su propia vida hasta el punto de desear no haber vivido jamás, y a la vez, alimentaban el poder de su magia, reforzaban las convicciones que había adquirido durante su formación como caballero, le demostraban que el único camino que había podido elegir era el que había elegido. Le reforzaban en su fe. Pero dolían. A Vanya le quedaban muchas, muchas mañanas como aquella. Ahora entendía porqué que le había dicho Mirko que se parecían.
-El fuego está apagado, pero hace calor. – La voz era clara. Sin duda, era el niño. Adrash, que estaba sentado en el suelo reparando su armadura, se volvió para corroborarlo. - ¿Cómo te llamas?, ¿Quién eres?, ¿Dónde están los lagartos?
El chico estaba a unos metros de él, de pie, mirando lo que hacía con cierta curiosidad. Tenía el pelo, largo, encrespado y rubio, atado en una coleta que le caía hasta la mitad de la espalda. Sus rasgos, aunque infantiles, eran fuertes, con cejas pobladas, ojos grandes y expresivos de color miel, nariz recia y labios y mandíbula anchos, y se podría asegurar que en unos años sería un hombre fuerte y bastante atractivo. A pesar de estar delgado, tenía una buena musculatura para su edad, y el tamaño de sus piernas, sus brazos y sus manos sugerían que sería bastante alto, y robusto.
-Buenos días. Parece que has dormido bien.-Adrash sonrió.- Al menos preguntas como si fuese así.
-Sí. Estoy bien. Me duele un poco aquí.-Se señaló la frente.-Creo que tendré un chichón gordo unos días. Pero no es grave.
-Vanya sabe bastante sobre hierbas. Supongo que podrá encontrar algo para aliviarte.
-¿Vanya es la elfa tan guapa que me quería rescatar?-El niño se sentó frente a Adrash, acercó las manos al filo de la espada, aún caliente, y las frotó, intentando librarse del frío de la mañana.- Me alegro de que no le haya pasado nada. Conozco a poca gente capaz de hacer algo así por un desconocido.
-Ella es alguien especial. Mirko y yo –El caballero señaló con la vista al lugar donde descansaba su compañero.- llegamos justo a tiempo para ayudaros. Conseguimos rescatarte, que es lo importante. Ahora estás a salvo, al menos por el momento. Por cierto, aún no sé cómo te llamas…
-Soy Mattern, hijo de Madock, el cazador. Aunque todos me llaman Matt.- El niño sonrió levemente, aunque la sonrisa parecía algo forzada. -¿Y tú quién eres?
-Mi nombre es Adrash Ala de Fuego, caballero de la orden del Fénix.
-¿De Fénix?
-No, no…-Adrash no pudo evitar sonreír.-Es una casualidad, supongo, aunque nunca se sabe... Provengo de un lugar muy lejano, en el continente de Narmad.
-¿Y qué haces aquí?
-Pues no lo sé muy bien, pero por lo de pronto, rescatarte, que no es poco. Y luchar contra los lezzar.
-Pues tienes mucho trabajo.
-Lo sé, Matt, lo sé. Llevo toda mi vida luchando contra ellos y no he hecho más que empezar… pero puedo llegar a tener mucha paciencia. Y tú… ¿Cómo llegaste a las manos de esos lagartos?
-Fue después de El Llanto. Mi padre se asustó mucho y no quiso ir a ninguna ciudad mientras no tuviésemos noticias. Estuvimos dos semanas en el bosque, acumulando pieles y preparándolas, hasta que mi padre creyó que sería seguro ir a la ciudad. Además, hacía dos días que no cazábamos nada, lo cual sorprendió mucho a mi padre, en esta época suele haber buena caza. Dijo que algo estaba espantando a los animales, lo cual es muy extraño. Cuando íbamos de camino nos tendieron una emboscada. Mi padre luchó con los lagartos, y me mandó huir. Me dijo que no le buscara, que si sobrevivía ya me encontraría, pero creo que no sobrevivió. A mi me cogieron poco después. Me escondí, pero me encontraron. Tienen buen olfato esos lezzar. Me sé esconder y me cogieron igual.
-Es extraño.
-¿Lo qué es extraño?
-Que no te mataran. Por lo que sabemos, son muy voraces, pero a ti no te mataron. Ni te comieron.
-Si, es raro. Los lezzar normales me hubieran comido, o eso me enseñó mi padre. Pero estos no son normales. Son más oscuros, tienen las escamas más pequeñas, y sus heridas se curan solas y rápidamente. Me fijé mientras me llevaban. Además, casi no hablan. Pero después se mueven como si hubiesen hablado. Los lezzar normales hablan.
-No son lagartos normales. Están cambiando, y por lo que he visto hasta ahora, hay varios tipos. Algunos son más fuertes, otros son mejores exploradores. Sabemos o suponemos lo que sucede, pero poco podemos hacer…
-¿Tienen que ver con El Llanto?
-Sí… ellos… atacaron Vallefértil.
Matt miró al suelo.
-¿Mataron a todos?
-A los que se quedaron, sí.
Matt miró de nuevo a Adrash con los ojos enrojecidos.
-¿Qué… qué significa a los que se quedaron? Mi tío, el hermano de mi madre vivía allí. Es la única familia que me queda...- El chico se sorbió los mocos.- y si mi padre sobrevivió es el primero al que buscará. Era de la Orden de Isvar. Se llama Ulverm. Aunque suelen llamarle Ulf. Es muy bueno.
-Si es de la orden estará vivo. Todos se marcharon a Fortaleza antes del ataque. Es probable que haya tenido suerte. Muchos cayeron allí. Todos los que se quedaron.
Matt parecía ahora más esperanzado. Miraba hacia el sur, como si pudiese ser capaz de ver Fortaleza desde allí.
-Pues me iré a Fortaleza. ¿Vosotros a dónde vais?
Mirko se incorporó.
-¿Tú sólo? No lo permitiré. –Mirko se levantó del lugar donde había dormido y se acercó a ellos. Aunque recién despierto, no daba ni la más mínima señal de somnolencia.-Perdonad mi reacción, hace rato que os escucho. Pero… ¿Cómo vas a ir tu solo hasta tan lejos?
-Tengo doce años. Casi soy adulto. Y llevo desde niño viviendo en la espesura. Mi padre me enseñó todo lo que sabe. Podré llegar.
Adrash miraba casi complacido la ingenua seguridad del chico. Su actitud le recordaba a él mismo cuando tenía su edad. Los tres se mantuvieron en silencio por unos momentos. Fue Matt, de nuevo, el que lo rompió.
-Tú eres Mirko, ¿verdad?- El guerrero asintió.- Gracias por rescatarme. A los tres. Pero sé cuidarme. Mi padre me enseñó muchas cosas. ¿Por qué duermes con armadura?
-Es mi piel. –El tono de Mirko fue seco, cortante.- Puede que sepas muchas cosas, y eres fuerte para tu edad, pero a pesar de todo no…
-Por ejemplo, sé que hay alguien en aquellos arbustos. Una bandada de pájaros se marchó alborotada hace un rato, cuando me desperté. Y aún no han vuelto.
Los dos hombres miraron al unísono al lugar que señalaba el chico.
-No os preocupéis, si fuese alguien peligroso ya nos lo habría demostrado. O quizá sea un zorro u otro animal, pero me extraña que haya estado tanto tiempo allí quieto. Si no los pájaros hubiesen vuelto. Les gustan las semillas de esos arbustos.
Adrash se dirigió a Mirko.
-No me gusta nada la idea de… pero por otro lado tenemos una misión que cumplir. Y sabes que es muy importante.
-No permitiré que un niño como él viaje sólo. Y más ahora que sabemos que ella los quiere vivos. Si hizo lo que hizo conmigo… no sé qué les estará haciendo a ellos, pero no permitiré que ni uno más caiga en sus manos si puedo evitarlo.
Adrash permaneció pensativo.
-Vanya habló ayer de un pequeño asentamiento de elfos aquí cerca, en el interior del bosque. Quizá allí podamos encontrar ayuda, y nos retrasará poco.
En ese instante, algo se movió en los arbustos a los que había señalado Matt. Adrash se incorporó, tomó su arma ya casi fría del suelo, y la empuñó, sin apartar la vista de los arbustos. La forma del filo había quedado dibujada en la hierba, como si la hubiesen marcado a fuego.
De entre la maleza salió Vanya, caminando tranquilamente. Matt sonrió.
-Hola Vanya, yo soy Matt. Gracias por rescatarme, fuiste muy valiente.-Matt miraba embelesado a la elfa mientras se acercaba a ellos.- Sólo me faltabas tú.
-Hola Matt. Veo que estás bien, y me alegro.- Vanya sonreía, satisfecha.- Tengo unos amigos que viven cerca de aquí. Seguro que sabes a quien me refiero.
-Sí, claro. La aldea de los Zenariel. Mi padre nunca iba por allí, no le caían bien. No le gustaba que le dijeran dónde podía cazar y dónde no.
-Una parte de este bosque es muy sagrada para nosotros. Se dice que es el lugar en el que Haldar, el Bardo y Alnai, la señora de la Música, destruyeron la página del Libro del Destino. Los Zenariel lo vigilan.-Vanya observaba, claramente complacida a Matt, que escuchaba con los ojos abiertos y prestándole atención.-Estoy segura de que allí te trataran bien, y en cuanto sea posible, te enviarán a Fortaleza. Es más, te daremos un mensaje para que lo entregues allí. Y podrás aprender muchas cosas mientras estés con ellos.
Matt se quedó pensativo unos momentos. Parecía algo contrariado.
-Si no queda otro remedio… acepto. Siempre sentí curiosidad sobre esos elfos, y mi padre nunca me habló de ellos. Decía que eran raros, y que se creían que lo sabían todo del bosque. Supongo que estaría celoso, o algo así. Me gustará conocerlos.
-Bien, entonces, cuanto antes nos dirijamos allí, antes llegaremos. A nosotros nos queda una larga jornada aún. –Vanya se dirigió a Mirko y Adrash.- Nos desviará muy poco del camino. Creo que es la mejor solución, me pasé un buen rato pensando en ello.
El caballero asintió, y Mirko también hizo un gesto de aprobación.
Esa misma noche los tres viajeros acamparon, todavía en los lindes del bosque, en las estribaciones de la cordillera de Norkarst, bajo la que se hallaba el lugar hacia el que se dirigían, la ciudad enana de Nordarr.
Mientras tanto, Matt dormía placidamente, acunado por las bellas melodías de los guardianes del bosque.
Que el fuego perfecto purifique alma y corazón.
Que el fuego eterno consuma temores y dudas.
Que su luz y su calor me guíen en la vida y la batalla.
Que mi llama, como la suya, jamás sea extinguida.
Adrash musitaba sus oraciones con una rodilla en tierra, en posición de reverencia, con su espada firmemente sujeta con ambas manos, apuntando al cielo. Los adornos en forma de llama que tenía el filo en toda su extensión brillaban como si realmente estuviesen ardiendo, y el resto de la hoja parecía al rojo vivo.
Que así sea, por siempre, y para siempre.
El caballero realizó una solemne inclinación ante su arma, la apoyó ceremoniosamente en el suelo, cuidando no tocar la hoja, y se puso en pie. Estaban en el linde del bosque, rodeados por algunos grupos de árboles altos y espigados y bastante maleza. Hacia el este, los primeros rayos del sol asomaban por el horizonte, haciendo aun más hermoso el aspecto del mar interior de Ylbedain, que regalaba sus dones a varias de las ciudades de Isvar, y cuya costa comenzaba a escasa distancia del lugar donde estaban. Su agua no sólo se utilizaba para el riego de infinidad de granjas, sino que además albergaba pesca abundante, lo cual hacía que fuese amado y hasta casi reverenciado como un dios por muchos isvarianos. Al menos eso era lo que le había contado Mirko, que había pasado su niñez y parte de su juventud en una aldea cercana a Fénix, a orillas del mar.
Adrash tomó su cota de malla de entre sus cosas y se dispuso a reparar las zonas que habían quedado dañadas o debilitadas por el combate y el uso, aprovechando el intensísimo calor que desprendía el filo de su arma. Mirko dormía a pocos metros de él, junto al niño al que habían rescatado el día anterior y que aún no había recobrado la consciencia, y Vanya no parecía estar cerca, lo cual era normal, pues los elfos duermen pocas horas y ya había cumplido con su guardia. Probablemente estaría explorando o cazando. A pesar de lo que había sucedido cuando se conocieron, Adrash era consciente de que la elfa era realmente buena haciendo su trabajo. Le preocupaba cómo estaba reaccionando a la horrible visión que le había tocado padecer en Vallefértil, pero los elfos asumían las cosas lentamente, y era muy pronto para saber cuánto daño le había hecho aquella experiencia. Además, ella tenía una octava parte de sangre humana, y eso la haría menos vulnerable a la tristeza, aunque últimamente había tenido reacciones extremas, y eso no era natural en un elfo. Y él mismo, humano como era, tenía aún muchos recuerdos que superar.
Era la rutina de cada mañana. Al amanecer, cuando el cielo parecía arder, el caballero rezaba sus plegarias a la fuente de su magia, a la vez que purificaba el filo de su arma y su propia alma. A pesar de que en cierto momento esa rutina le había permitido volver a la vida, recuperar las fuerzas y encontrar energías en su dolor, no podía evitar que aquel ritual le trajese a la mente los peores momentos de su vida. Como cada mañana, mientras rezaba, las imágenes que le llenaban de furia, los recuerdos que tenía grabados en su corazón más que en su cabeza, volvían. Y volvían porque aquellos recuerdos eran el fuego que ardía en su interior, eran las llamas que consumían su alma. Aquellos recuerdos le habían hecho despreciar su propia vida hasta el punto de desear no haber vivido jamás, y a la vez, alimentaban el poder de su magia, reforzaban las convicciones que había adquirido durante su formación como caballero, le demostraban que el único camino que había podido elegir era el que había elegido. Le reforzaban en su fe. Pero dolían. A Vanya le quedaban muchas, muchas mañanas como aquella. Ahora entendía porqué que le había dicho Mirko que se parecían.
-El fuego está apagado, pero hace calor. – La voz era clara. Sin duda, era el niño. Adrash, que estaba sentado en el suelo reparando su armadura, se volvió para corroborarlo. - ¿Cómo te llamas?, ¿Quién eres?, ¿Dónde están los lagartos?
El chico estaba a unos metros de él, de pie, mirando lo que hacía con cierta curiosidad. Tenía el pelo, largo, encrespado y rubio, atado en una coleta que le caía hasta la mitad de la espalda. Sus rasgos, aunque infantiles, eran fuertes, con cejas pobladas, ojos grandes y expresivos de color miel, nariz recia y labios y mandíbula anchos, y se podría asegurar que en unos años sería un hombre fuerte y bastante atractivo. A pesar de estar delgado, tenía una buena musculatura para su edad, y el tamaño de sus piernas, sus brazos y sus manos sugerían que sería bastante alto, y robusto.
-Buenos días. Parece que has dormido bien.-Adrash sonrió.- Al menos preguntas como si fuese así.
-Sí. Estoy bien. Me duele un poco aquí.-Se señaló la frente.-Creo que tendré un chichón gordo unos días. Pero no es grave.
-Vanya sabe bastante sobre hierbas. Supongo que podrá encontrar algo para aliviarte.
-¿Vanya es la elfa tan guapa que me quería rescatar?-El niño se sentó frente a Adrash, acercó las manos al filo de la espada, aún caliente, y las frotó, intentando librarse del frío de la mañana.- Me alegro de que no le haya pasado nada. Conozco a poca gente capaz de hacer algo así por un desconocido.
-Ella es alguien especial. Mirko y yo –El caballero señaló con la vista al lugar donde descansaba su compañero.- llegamos justo a tiempo para ayudaros. Conseguimos rescatarte, que es lo importante. Ahora estás a salvo, al menos por el momento. Por cierto, aún no sé cómo te llamas…
-Soy Mattern, hijo de Madock, el cazador. Aunque todos me llaman Matt.- El niño sonrió levemente, aunque la sonrisa parecía algo forzada. -¿Y tú quién eres?
-Mi nombre es Adrash Ala de Fuego, caballero de la orden del Fénix.
-¿De Fénix?
-No, no…-Adrash no pudo evitar sonreír.-Es una casualidad, supongo, aunque nunca se sabe... Provengo de un lugar muy lejano, en el continente de Narmad.
-¿Y qué haces aquí?
-Pues no lo sé muy bien, pero por lo de pronto, rescatarte, que no es poco. Y luchar contra los lezzar.
-Pues tienes mucho trabajo.
-Lo sé, Matt, lo sé. Llevo toda mi vida luchando contra ellos y no he hecho más que empezar… pero puedo llegar a tener mucha paciencia. Y tú… ¿Cómo llegaste a las manos de esos lagartos?
-Fue después de El Llanto. Mi padre se asustó mucho y no quiso ir a ninguna ciudad mientras no tuviésemos noticias. Estuvimos dos semanas en el bosque, acumulando pieles y preparándolas, hasta que mi padre creyó que sería seguro ir a la ciudad. Además, hacía dos días que no cazábamos nada, lo cual sorprendió mucho a mi padre, en esta época suele haber buena caza. Dijo que algo estaba espantando a los animales, lo cual es muy extraño. Cuando íbamos de camino nos tendieron una emboscada. Mi padre luchó con los lagartos, y me mandó huir. Me dijo que no le buscara, que si sobrevivía ya me encontraría, pero creo que no sobrevivió. A mi me cogieron poco después. Me escondí, pero me encontraron. Tienen buen olfato esos lezzar. Me sé esconder y me cogieron igual.
-Es extraño.
-¿Lo qué es extraño?
-Que no te mataran. Por lo que sabemos, son muy voraces, pero a ti no te mataron. Ni te comieron.
-Si, es raro. Los lezzar normales me hubieran comido, o eso me enseñó mi padre. Pero estos no son normales. Son más oscuros, tienen las escamas más pequeñas, y sus heridas se curan solas y rápidamente. Me fijé mientras me llevaban. Además, casi no hablan. Pero después se mueven como si hubiesen hablado. Los lezzar normales hablan.
-No son lagartos normales. Están cambiando, y por lo que he visto hasta ahora, hay varios tipos. Algunos son más fuertes, otros son mejores exploradores. Sabemos o suponemos lo que sucede, pero poco podemos hacer…
-¿Tienen que ver con El Llanto?
-Sí… ellos… atacaron Vallefértil.
Matt miró al suelo.
-¿Mataron a todos?
-A los que se quedaron, sí.
Matt miró de nuevo a Adrash con los ojos enrojecidos.
-¿Qué… qué significa a los que se quedaron? Mi tío, el hermano de mi madre vivía allí. Es la única familia que me queda...- El chico se sorbió los mocos.- y si mi padre sobrevivió es el primero al que buscará. Era de la Orden de Isvar. Se llama Ulverm. Aunque suelen llamarle Ulf. Es muy bueno.
-Si es de la orden estará vivo. Todos se marcharon a Fortaleza antes del ataque. Es probable que haya tenido suerte. Muchos cayeron allí. Todos los que se quedaron.
Matt parecía ahora más esperanzado. Miraba hacia el sur, como si pudiese ser capaz de ver Fortaleza desde allí.
-Pues me iré a Fortaleza. ¿Vosotros a dónde vais?
Mirko se incorporó.
-¿Tú sólo? No lo permitiré. –Mirko se levantó del lugar donde había dormido y se acercó a ellos. Aunque recién despierto, no daba ni la más mínima señal de somnolencia.-Perdonad mi reacción, hace rato que os escucho. Pero… ¿Cómo vas a ir tu solo hasta tan lejos?
-Tengo doce años. Casi soy adulto. Y llevo desde niño viviendo en la espesura. Mi padre me enseñó todo lo que sabe. Podré llegar.
Adrash miraba casi complacido la ingenua seguridad del chico. Su actitud le recordaba a él mismo cuando tenía su edad. Los tres se mantuvieron en silencio por unos momentos. Fue Matt, de nuevo, el que lo rompió.
-Tú eres Mirko, ¿verdad?- El guerrero asintió.- Gracias por rescatarme. A los tres. Pero sé cuidarme. Mi padre me enseñó muchas cosas. ¿Por qué duermes con armadura?
-Es mi piel. –El tono de Mirko fue seco, cortante.- Puede que sepas muchas cosas, y eres fuerte para tu edad, pero a pesar de todo no…
-Por ejemplo, sé que hay alguien en aquellos arbustos. Una bandada de pájaros se marchó alborotada hace un rato, cuando me desperté. Y aún no han vuelto.
Los dos hombres miraron al unísono al lugar que señalaba el chico.
-No os preocupéis, si fuese alguien peligroso ya nos lo habría demostrado. O quizá sea un zorro u otro animal, pero me extraña que haya estado tanto tiempo allí quieto. Si no los pájaros hubiesen vuelto. Les gustan las semillas de esos arbustos.
Adrash se dirigió a Mirko.
-No me gusta nada la idea de… pero por otro lado tenemos una misión que cumplir. Y sabes que es muy importante.
-No permitiré que un niño como él viaje sólo. Y más ahora que sabemos que ella los quiere vivos. Si hizo lo que hizo conmigo… no sé qué les estará haciendo a ellos, pero no permitiré que ni uno más caiga en sus manos si puedo evitarlo.
Adrash permaneció pensativo.
-Vanya habló ayer de un pequeño asentamiento de elfos aquí cerca, en el interior del bosque. Quizá allí podamos encontrar ayuda, y nos retrasará poco.
En ese instante, algo se movió en los arbustos a los que había señalado Matt. Adrash se incorporó, tomó su arma ya casi fría del suelo, y la empuñó, sin apartar la vista de los arbustos. La forma del filo había quedado dibujada en la hierba, como si la hubiesen marcado a fuego.
De entre la maleza salió Vanya, caminando tranquilamente. Matt sonrió.
-Hola Vanya, yo soy Matt. Gracias por rescatarme, fuiste muy valiente.-Matt miraba embelesado a la elfa mientras se acercaba a ellos.- Sólo me faltabas tú.
-Hola Matt. Veo que estás bien, y me alegro.- Vanya sonreía, satisfecha.- Tengo unos amigos que viven cerca de aquí. Seguro que sabes a quien me refiero.
-Sí, claro. La aldea de los Zenariel. Mi padre nunca iba por allí, no le caían bien. No le gustaba que le dijeran dónde podía cazar y dónde no.
-Una parte de este bosque es muy sagrada para nosotros. Se dice que es el lugar en el que Haldar, el Bardo y Alnai, la señora de la Música, destruyeron la página del Libro del Destino. Los Zenariel lo vigilan.-Vanya observaba, claramente complacida a Matt, que escuchaba con los ojos abiertos y prestándole atención.-Estoy segura de que allí te trataran bien, y en cuanto sea posible, te enviarán a Fortaleza. Es más, te daremos un mensaje para que lo entregues allí. Y podrás aprender muchas cosas mientras estés con ellos.
Matt se quedó pensativo unos momentos. Parecía algo contrariado.
-Si no queda otro remedio… acepto. Siempre sentí curiosidad sobre esos elfos, y mi padre nunca me habló de ellos. Decía que eran raros, y que se creían que lo sabían todo del bosque. Supongo que estaría celoso, o algo así. Me gustará conocerlos.
-Bien, entonces, cuanto antes nos dirijamos allí, antes llegaremos. A nosotros nos queda una larga jornada aún. –Vanya se dirigió a Mirko y Adrash.- Nos desviará muy poco del camino. Creo que es la mejor solución, me pasé un buen rato pensando en ello.
El caballero asintió, y Mirko también hizo un gesto de aprobación.
Esa misma noche los tres viajeros acamparon, todavía en los lindes del bosque, en las estribaciones de la cordillera de Norkarst, bajo la que se hallaba el lugar hacia el que se dirigían, la ciudad enana de Nordarr.
Mientras tanto, Matt dormía placidamente, acunado por las bellas melodías de los guardianes del bosque.
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