Escrito por Cronos el martes, 24 de agosto de 2010
Amor en tiempos de guerra.
Siempre había estado convencido de que los habitantes de la Península de Isvar tenían algo especial, pero lo que estaba viviendo superaba sus expectativas. Ni siquiera durante la larga y cruenta guerra contra Oriente sus paisanos le habían demostrado tan claramente de que madera estaban hechos. Si todos los habitantes de la península eran dados a afrontar los tiempos duros con alegría y disposición, los de Fortaleza, lo eran más que ningunos. Y su fuerza de espíritu parecía contagiarse a los refugiados también.
Sólo habían pasado tres días desde que él y Maray habían regresado a las puertas de la ciudad sobre Irwen, abrazados, y la voz se había corrido a tanta velocidad que ése fue el tiempo que tardaron las gentes de Fortaleza, refugiados incluidos, en preparar la fiesta para celebrar su unión. Su primera intención había sido evitar todo festejo, puesto que la situación podía hacerse dura si, tal y como esperaban, cualquier ciudad de Isvar era asediada por La Horda. Nenad y varios otros senadores y dignatarios le habían dicho que la gente necesitaba mantenerse ocupada, que los refugiados de Vallefértil necesitaban recuperar la moral, que un pequeño despilfarro ahora podía hacer que los ánimos estuviesen mucho más fuertes más adelante, que no toda la comida almacenada podía ser conservada la misma cantidad de tiempo, y que la fiesta se celebraría con o sin ellos. No pudieron decir que no.
Así que, allí estaban. En la gran sala de la planta inferior del castillo de Fortaleza, la misma en la que había sido designado como Gobernador, ahora dispuesta para acoger un gran banquete. Allí había gente de toda condición, aunque la mayoría de los asistentes podían ser considerados como mínimo como personas influyentes, o buenos amigos de Saryon. La vida errante de Maray como seguidora de Dhianab no le había permitido labrar grandes amistades, y aun así, habían acudido varias sacerdotisas de la diosa de los caminos a la celebración, aunque se mantenían un poco apartadas de los festejos, puesto que su diosa les enseñaba la virtud de la moderación.
Algunas religiones obligaban a sus adeptos a tomar matrimonio ante un sacerdote, pero solo los adeptos de esas religiones hacían tal cosa. Normalmente, los humanos de Isvar sólo se hacían votos mutuos, con o sin testigos, y la simple declaración de ambos cónyuges era suficiente para que todos los considerasen una familia. Ellos habían decidido usar esta fórmula, puesto que ni Dhianab ponía impedimento a la unión de sus sacerdotisas, ni Saryon tenía ninguna obligación en este sentido con La Orden de Isvar. Varios de sus capitanes se habían ofrecido a oficiar una ceremonia, que aunque no era obligatoria, si formaba parte de los rituales de la orden en caso de que algun miembro quisiese oficializar de alguna manera su enlace, pero Saryon prefirió no hacerlo. Para el, su compromiso con Maray era todo lo que necesitaba para sentirse unido a ella, y ella pensaba de la misma forma. Así que, a ojos de todos, eran marido y mujer desde el momento en que habían declarado abiertamente que así era.
A pesar de los tiempos duros, la fiesta transcurría con alegría dentro y fuera del castillo. Había pagado una buena cantidad de viandas y una mayor aun de cerveza de Nordarr, que posteriormente habían rebajado, puesto que la cerveza enana era sumamente fuerte. Por supuesto, habían dejado sin rebajar varios barriles para los asistentes de raza enana, que ya se sentían levemente ofendidos – en realidad, orgullosos de una forma un poco retorcida, pues fanfarroneaban de que los humanos no sabían beber- por el hecho de que hubiesen llevado a cabo tal sacrilegio con la mejor cerveza de la Península. Dentro y fuera de los muros del castillo se estaban repartiendo cerveza y viandas entre la gente, lo cual había atraído a una gran multitud, alegre por lo que entendían que era una buena noticia en una época tan oscura como la que afrontaban.
Pronto, además de los ciudadanos, también habían comenzado a llegar de las aldeas y ciudades más próximas bardos, bailarines, acróbatas, malabaristas, contadores de cuentos, titiriteros, e incluso una pequeña compañía de teatro que estaba interpretando en un lugar preferente de la plaza del mercado una representación de la victoria de la Batalla de Fénix, en la que aparecía el propio Saryon y varios de sus amigos, como Willowiz, Nada, Taffir o Clover como personajes. Varios de estos artistas - en realidad los más reputados - habían obtenido permiso para amenizar la fiesta a los invitados al castillo, de modo que la gran sala de la planta baja estaba ahora repleta de gente divirtiéndose, bebiendo, comiendo, charlando, tocando algún instrumento musical, bailando o cantando. Y así llevaban ya desde el mediodía, y el sol se estaba poniendo.
Saryon y Maray se habían pasado la mayor parte de la tarde atendiendo a los invitados y recibiendo parabienes y felicitaciones de todo tipo, así que ambos comenzaban a estar bastante cansados. Era tradición en estos casos que los contrayentes abandonasen de los primeros la fiesta, y comenzaban a plantearse seriamente buscar la intimidad de sus aposentos en la parte alta del castillo cuando una figura que entraba por la puerta principal llamó la atención del caballero. Era un elfo, de pelo rubio como el oro, piel clara, rostro fino, y facciones elegantes, bastante alto, y vestido con una sencilla túnica de color pardo. A su espalda asomaba el clavijero de uno de los mejores laúdes que Saryon jamás hubiese visto, decorado con profusión y sin escatimar medios, puesto que las piezas que se giraban para afinarlo eran gemas de un dedo de grueso, y las cuerdas parecían ser de pelo trenzado, probablemente del propio elfo que lo portaba. Aunque no era capaz de reconocerlo desde su posición, estaba convencido de que lo había visto antes.
El elfo no necesito pronunciar palabra para conseguir la atencion de los asistentes a la celebración. Si su sola presencia ya habia atraido la atencion de la mayoría, incluso de muchos de los que estaban embriagados a causa del delicioso licor enano, el primero de los acordes que entono el bardo acalló hasta el mas minimo murmullo en la gran sala de paredes de piedra. El sonido del laud era a la vez dulce y fuerte, y aunque podía ser oído fuera de los muros del castillo, los que estaban cerca de el no notaban ninguna molestia por la potencia de la música, más bien al contrario, notaban como si la música naciese de dentro de sus propias cabezas, sintiendo una gran riqueza de matices en el sonido.
La belleza de la música del bardo había embelesado a todos los que la escuchaban, pero cuando comenzó a cantar con su voz clara, melódica y a la vez potente, los presentes entraron casi en un estado de trance, sumidos en un estado casi hipnótico. El bardo entonaba con maestría, e incluso con más que eso, un fragmento una vieja pieza, conocida por casi todos, que contaba la historia del libro del destino, y de la página rota. El fragmento en cuestión hablaba de la libertad de los hombres, y de cómo la existencia de un solo hombre libre destruía la simple idea del destino. La voz del bardo era tan bella que todos sentían como las palabras tomaban forma en imágenes e ideas, e incluso aquellos que no conocían el lenguaje de los elfos entendieron la pieza, que se extendió durante un buen tiempo, aunque ninguno de los oyentes pudo asegurar cuánto.
Cuando de nuevo se hizo el silencio, el elfo se acercó a la mesa principal, hizo una reverencia profunda y dijo:
- Saryon el Justo, Maray la Abnegada, consideraos afortunados, pues vuestra unión ha sido mil veces bendita, y un millón más lo será.
Acto seguido, y sin que el silencio se rompiese más que por el sonido de sus livianos pasos, el elfo salió por el mismo lugar por el que había entrado.
Horas mas tarde, cuando compartían en silencio la intimidad de su lecho y el calor de sus cuerpos, Maray le dijo a Saryon:
- ¿Sabes? Es cierto. Somos muy afortunados. No todos los matrimonios son bendecidos por El que Enamoró a La Música.
Siempre había estado convencido de que los habitantes de la Península de Isvar tenían algo especial, pero lo que estaba viviendo superaba sus expectativas. Ni siquiera durante la larga y cruenta guerra contra Oriente sus paisanos le habían demostrado tan claramente de que madera estaban hechos. Si todos los habitantes de la península eran dados a afrontar los tiempos duros con alegría y disposición, los de Fortaleza, lo eran más que ningunos. Y su fuerza de espíritu parecía contagiarse a los refugiados también.
Sólo habían pasado tres días desde que él y Maray habían regresado a las puertas de la ciudad sobre Irwen, abrazados, y la voz se había corrido a tanta velocidad que ése fue el tiempo que tardaron las gentes de Fortaleza, refugiados incluidos, en preparar la fiesta para celebrar su unión. Su primera intención había sido evitar todo festejo, puesto que la situación podía hacerse dura si, tal y como esperaban, cualquier ciudad de Isvar era asediada por La Horda. Nenad y varios otros senadores y dignatarios le habían dicho que la gente necesitaba mantenerse ocupada, que los refugiados de Vallefértil necesitaban recuperar la moral, que un pequeño despilfarro ahora podía hacer que los ánimos estuviesen mucho más fuertes más adelante, que no toda la comida almacenada podía ser conservada la misma cantidad de tiempo, y que la fiesta se celebraría con o sin ellos. No pudieron decir que no.
Así que, allí estaban. En la gran sala de la planta inferior del castillo de Fortaleza, la misma en la que había sido designado como Gobernador, ahora dispuesta para acoger un gran banquete. Allí había gente de toda condición, aunque la mayoría de los asistentes podían ser considerados como mínimo como personas influyentes, o buenos amigos de Saryon. La vida errante de Maray como seguidora de Dhianab no le había permitido labrar grandes amistades, y aun así, habían acudido varias sacerdotisas de la diosa de los caminos a la celebración, aunque se mantenían un poco apartadas de los festejos, puesto que su diosa les enseñaba la virtud de la moderación.
Algunas religiones obligaban a sus adeptos a tomar matrimonio ante un sacerdote, pero solo los adeptos de esas religiones hacían tal cosa. Normalmente, los humanos de Isvar sólo se hacían votos mutuos, con o sin testigos, y la simple declaración de ambos cónyuges era suficiente para que todos los considerasen una familia. Ellos habían decidido usar esta fórmula, puesto que ni Dhianab ponía impedimento a la unión de sus sacerdotisas, ni Saryon tenía ninguna obligación en este sentido con La Orden de Isvar. Varios de sus capitanes se habían ofrecido a oficiar una ceremonia, que aunque no era obligatoria, si formaba parte de los rituales de la orden en caso de que algun miembro quisiese oficializar de alguna manera su enlace, pero Saryon prefirió no hacerlo. Para el, su compromiso con Maray era todo lo que necesitaba para sentirse unido a ella, y ella pensaba de la misma forma. Así que, a ojos de todos, eran marido y mujer desde el momento en que habían declarado abiertamente que así era.
A pesar de los tiempos duros, la fiesta transcurría con alegría dentro y fuera del castillo. Había pagado una buena cantidad de viandas y una mayor aun de cerveza de Nordarr, que posteriormente habían rebajado, puesto que la cerveza enana era sumamente fuerte. Por supuesto, habían dejado sin rebajar varios barriles para los asistentes de raza enana, que ya se sentían levemente ofendidos – en realidad, orgullosos de una forma un poco retorcida, pues fanfarroneaban de que los humanos no sabían beber- por el hecho de que hubiesen llevado a cabo tal sacrilegio con la mejor cerveza de la Península. Dentro y fuera de los muros del castillo se estaban repartiendo cerveza y viandas entre la gente, lo cual había atraído a una gran multitud, alegre por lo que entendían que era una buena noticia en una época tan oscura como la que afrontaban.
Pronto, además de los ciudadanos, también habían comenzado a llegar de las aldeas y ciudades más próximas bardos, bailarines, acróbatas, malabaristas, contadores de cuentos, titiriteros, e incluso una pequeña compañía de teatro que estaba interpretando en un lugar preferente de la plaza del mercado una representación de la victoria de la Batalla de Fénix, en la que aparecía el propio Saryon y varios de sus amigos, como Willowiz, Nada, Taffir o Clover como personajes. Varios de estos artistas - en realidad los más reputados - habían obtenido permiso para amenizar la fiesta a los invitados al castillo, de modo que la gran sala de la planta baja estaba ahora repleta de gente divirtiéndose, bebiendo, comiendo, charlando, tocando algún instrumento musical, bailando o cantando. Y así llevaban ya desde el mediodía, y el sol se estaba poniendo.
Saryon y Maray se habían pasado la mayor parte de la tarde atendiendo a los invitados y recibiendo parabienes y felicitaciones de todo tipo, así que ambos comenzaban a estar bastante cansados. Era tradición en estos casos que los contrayentes abandonasen de los primeros la fiesta, y comenzaban a plantearse seriamente buscar la intimidad de sus aposentos en la parte alta del castillo cuando una figura que entraba por la puerta principal llamó la atención del caballero. Era un elfo, de pelo rubio como el oro, piel clara, rostro fino, y facciones elegantes, bastante alto, y vestido con una sencilla túnica de color pardo. A su espalda asomaba el clavijero de uno de los mejores laúdes que Saryon jamás hubiese visto, decorado con profusión y sin escatimar medios, puesto que las piezas que se giraban para afinarlo eran gemas de un dedo de grueso, y las cuerdas parecían ser de pelo trenzado, probablemente del propio elfo que lo portaba. Aunque no era capaz de reconocerlo desde su posición, estaba convencido de que lo había visto antes.
El elfo no necesito pronunciar palabra para conseguir la atencion de los asistentes a la celebración. Si su sola presencia ya habia atraido la atencion de la mayoría, incluso de muchos de los que estaban embriagados a causa del delicioso licor enano, el primero de los acordes que entono el bardo acalló hasta el mas minimo murmullo en la gran sala de paredes de piedra. El sonido del laud era a la vez dulce y fuerte, y aunque podía ser oído fuera de los muros del castillo, los que estaban cerca de el no notaban ninguna molestia por la potencia de la música, más bien al contrario, notaban como si la música naciese de dentro de sus propias cabezas, sintiendo una gran riqueza de matices en el sonido.
La belleza de la música del bardo había embelesado a todos los que la escuchaban, pero cuando comenzó a cantar con su voz clara, melódica y a la vez potente, los presentes entraron casi en un estado de trance, sumidos en un estado casi hipnótico. El bardo entonaba con maestría, e incluso con más que eso, un fragmento una vieja pieza, conocida por casi todos, que contaba la historia del libro del destino, y de la página rota. El fragmento en cuestión hablaba de la libertad de los hombres, y de cómo la existencia de un solo hombre libre destruía la simple idea del destino. La voz del bardo era tan bella que todos sentían como las palabras tomaban forma en imágenes e ideas, e incluso aquellos que no conocían el lenguaje de los elfos entendieron la pieza, que se extendió durante un buen tiempo, aunque ninguno de los oyentes pudo asegurar cuánto.
Cuando de nuevo se hizo el silencio, el elfo se acercó a la mesa principal, hizo una reverencia profunda y dijo:
- Saryon el Justo, Maray la Abnegada, consideraos afortunados, pues vuestra unión ha sido mil veces bendita, y un millón más lo será.
Acto seguido, y sin que el silencio se rompiese más que por el sonido de sus livianos pasos, el elfo salió por el mismo lugar por el que había entrado.
Horas mas tarde, cuando compartían en silencio la intimidad de su lecho y el calor de sus cuerpos, Maray le dijo a Saryon:
- ¿Sabes? Es cierto. Somos muy afortunados. No todos los matrimonios son bendecidos por El que Enamoró a La Música.
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