Escrito por Cronos el martes, 31 de agosto de 2010
Regreso.
¡¡¡Otro amarillo menos!!! Las armaduras de bambú que llevan estos tipos son casi inútiles, salvo que pelees con una maza… ¿Qué creían que se iban a encontrar, un ejército de enanos? No se cuantos van, y ya veo borroso… ¡Otro! Menudo patán, acaba de golpear al aire… un giro, apoyo, y golpe al medio del bulto, infalible… ¡Mierda! Qué mal sabe la sangre de estos perros, pero… que bien sienta…
-¡General!
Un golpe tras otro, la batalla fluye cada vez más por mis venas, por mi cabeza, cada vez es más sencillo golpear una y otra vez, cada vez es más ligero mi mandoble, y más alto el gemido de los enemigos heridos y moribundos. Ya no se ni porque golpeo, ni cuando golpeo, ni a quien golpeo… solo golpeo, mi mente no sabe que hacen mis brazos ni mis piernas mientras los enemigos huyen o mueren. Un golpe tras otro, la furia de la batalla me invade, me mueve, me guía, me empuja y me ciega…
-¡General!
La furia ya es dueña de mi, golpeo una y otra vez, giro, danzo, vuelo, mientras los enemigos se amontonan a mi paso, lisiados los mas afortunados, muertos de un solo golpe los menos. El sonido de la lucha penetra en mis oídos y empuja mi corazón, hasta que sólo la lucha tiene sentido, sólo el sentir caer a mis enemigos uno tras otro…
-¡Willowith!
La voz es demasiado clara para oírla en medio de… ¿Halleb? No… no puede ser Halleb… ella era una niña cuando…
-General, ya ha amanecido. Y traigo noticias urgentes.
Entreabrió los ojos y pudo ver la luz entrando por la rendija que se formaba al apartar alguien la pesada tela que hacia de puerta de la tienda. Con la luz entró también algo de aire fresco de la mañana, lo que le ayudó a despejarse más rápidamente. Se incorporó, se estiró a conciencia, dejando escapar un bramido digno de un oso, y miró de nuevo a la entrada. La silueta de Halleb, recortada contra la claridad era digna de verse. Muchos dirían de ella que era demasiado alta, o que estaba demasiado fuerte, o que sus rasgos eran duros y su pelo casi rapado los hacía aun más duros, o que su piel era demasiado morena, pero después de pasar meses en esa estúpida isla acampando y haciendo maniobras para tener entretenidos a los soldados, su visión se podía considerar un buen comienzo del día. Además, a él siempre le habían gustado las mujeres grandes.
-Oh, perdona, Halleb… estaba… pasa, pasa.
Willowith se puso en pie. A pesar de que Halleb era tan alta como la mayoría de los soldados del ejército, y tan fuerte como cualquiera de ellos, se hacía menuda junto a la descomunal figura de Willowith, cuya altura, tamaño, y fortaleza eran los mas grandes que se recordaban en la península de Isvar, y, según muchos, más dignos de un ogro o un troll que de un ser humano. Su ya no demasiado agraciado rostro, puesto que tenía los ojos pequeños y hundidos, la nariz achatada y ancha, las cejas pobladas hasta el punto de parecer una sola, y su mandíbula cubierta por una barba negra, recia, cerrada y siempre mal cuidada, tenia además varias cicatrices de diferentes tamaños y anchuras, consecuencia de las innumerables batallas y de su propensión a situarse en primera línea de combate cada vez que tenía ocasión. Su cabello, grasiento, rizo y de color castaño oscuro, casi negro, tampoco ayudaba demasiado a mejorar su aspecto. Tan solo vestía un pantalón de cuero de color pardo, dejando ver su torso, digno de un titán, cubierto todo él, como su espalda y sus brazos, por vello rizo y de color rojizo.
Halleb esperó a que Willowith se desperezara de nuevo. Vestía un pantalón y un peto de cuero, ceñidos y de color negro, con su espada corta colgando del cinto.
-General, los druidas han logrado hablar con Clover. Y también han hecho sus propias averiguaciones. Creo que tendremos que volver.
El rostro de Willowith fue pasando por varias fases. Primero se iluminó paulatinamente, hasta casi mostrar alegría, y después se fue tornando serio, casi ceñudo, hasta denotar un estado próximo al enfado.
-¿Qué ha dicho Clover exactamente? – La voz de Willowith era atronadora, aunque intentaba no hablar demasiado alto.
-Con eso han sido bastante enigmáticos. No me han dicho nada en concreto, salvo que se habían comunicado con él, y que era el momento de partir. Y que además deberíamos apresurarnos.
-Ya… Mmm… ¿Y han dicho algo del estado del mar? Ya sabes que odio esos ataúdes con velas. Sería un desastre que perdiéramos al ejército de una forma tan estúpida…
-Que el otoño se avecina, y que cuanto antes salgamos, más seguros estaremos. También han dicho que los elfos del Reino del Mar estarán pendientes si sucediese algo o hiciese mal tiempo. Es casi imposible que ocurra nada grave… además, ya sabes lo que dicen de los druidas…
-De los druidas se dicen muchas cosas.-El rostro de Willowith seguía transmitiendo esa mezcla de alegría por partir y rechazo a la idea de navegar.- Y muchas no son ciertas.
-Sí, pero creo que sobre el clima saben algo más que nosotros. Incluso hay quien dice que pueden controlarlo. -Halleb carraspeó.- De todos modos, si no nos marchamos pronto, se nos echará el invierno encima, yentonces si que será un riesgo volver a la península.
-En eso estamos de acuerdo. Además, los soldados están bastante nerviosos, o se están volviendo haraganes. Y no me gusta ninguna de las dos cosas.
-Tanto tiempo aquí no es bueno. Y menos sin saber lo que ha pasado en Isvar. De eso también hay noticias.- El rostro de Hellab se ensombreció, y su voz a punto estuvo de quebrarse.
-¿Noticias? ¡Menos mal! Eso es lo peor de todo… los rumores. Sobre todo desde aquella noche… ¡Llegué a oír a varios soldados decir que Vallefértil había sido arrasada por una horda de hombres lagarto!
Hasta casi el mediodía, los soldados del gran campamento pudieron oír a su general maldecir a todos y cada uno de los dioses habidos y por haber, y jurar que haría sufrir las mas terribles, crueles y hasta imaginativas venganzas a los que fuesen responsables de que la matanza de Vallefértil hubiera sucedido y a todos cuanto habian tomado parte en ella.
Cuando algo después del mediodía Halleb dio la orden de prepararse para partir, todo estaba ya listo.
¡¡¡Otro amarillo menos!!! Las armaduras de bambú que llevan estos tipos son casi inútiles, salvo que pelees con una maza… ¿Qué creían que se iban a encontrar, un ejército de enanos? No se cuantos van, y ya veo borroso… ¡Otro! Menudo patán, acaba de golpear al aire… un giro, apoyo, y golpe al medio del bulto, infalible… ¡Mierda! Qué mal sabe la sangre de estos perros, pero… que bien sienta…
-¡General!
Un golpe tras otro, la batalla fluye cada vez más por mis venas, por mi cabeza, cada vez es más sencillo golpear una y otra vez, cada vez es más ligero mi mandoble, y más alto el gemido de los enemigos heridos y moribundos. Ya no se ni porque golpeo, ni cuando golpeo, ni a quien golpeo… solo golpeo, mi mente no sabe que hacen mis brazos ni mis piernas mientras los enemigos huyen o mueren. Un golpe tras otro, la furia de la batalla me invade, me mueve, me guía, me empuja y me ciega…
-¡General!
La furia ya es dueña de mi, golpeo una y otra vez, giro, danzo, vuelo, mientras los enemigos se amontonan a mi paso, lisiados los mas afortunados, muertos de un solo golpe los menos. El sonido de la lucha penetra en mis oídos y empuja mi corazón, hasta que sólo la lucha tiene sentido, sólo el sentir caer a mis enemigos uno tras otro…
-¡Willowith!
La voz es demasiado clara para oírla en medio de… ¿Halleb? No… no puede ser Halleb… ella era una niña cuando…
-General, ya ha amanecido. Y traigo noticias urgentes.
Entreabrió los ojos y pudo ver la luz entrando por la rendija que se formaba al apartar alguien la pesada tela que hacia de puerta de la tienda. Con la luz entró también algo de aire fresco de la mañana, lo que le ayudó a despejarse más rápidamente. Se incorporó, se estiró a conciencia, dejando escapar un bramido digno de un oso, y miró de nuevo a la entrada. La silueta de Halleb, recortada contra la claridad era digna de verse. Muchos dirían de ella que era demasiado alta, o que estaba demasiado fuerte, o que sus rasgos eran duros y su pelo casi rapado los hacía aun más duros, o que su piel era demasiado morena, pero después de pasar meses en esa estúpida isla acampando y haciendo maniobras para tener entretenidos a los soldados, su visión se podía considerar un buen comienzo del día. Además, a él siempre le habían gustado las mujeres grandes.
-Oh, perdona, Halleb… estaba… pasa, pasa.
Willowith se puso en pie. A pesar de que Halleb era tan alta como la mayoría de los soldados del ejército, y tan fuerte como cualquiera de ellos, se hacía menuda junto a la descomunal figura de Willowith, cuya altura, tamaño, y fortaleza eran los mas grandes que se recordaban en la península de Isvar, y, según muchos, más dignos de un ogro o un troll que de un ser humano. Su ya no demasiado agraciado rostro, puesto que tenía los ojos pequeños y hundidos, la nariz achatada y ancha, las cejas pobladas hasta el punto de parecer una sola, y su mandíbula cubierta por una barba negra, recia, cerrada y siempre mal cuidada, tenia además varias cicatrices de diferentes tamaños y anchuras, consecuencia de las innumerables batallas y de su propensión a situarse en primera línea de combate cada vez que tenía ocasión. Su cabello, grasiento, rizo y de color castaño oscuro, casi negro, tampoco ayudaba demasiado a mejorar su aspecto. Tan solo vestía un pantalón de cuero de color pardo, dejando ver su torso, digno de un titán, cubierto todo él, como su espalda y sus brazos, por vello rizo y de color rojizo.
Halleb esperó a que Willowith se desperezara de nuevo. Vestía un pantalón y un peto de cuero, ceñidos y de color negro, con su espada corta colgando del cinto.
-General, los druidas han logrado hablar con Clover. Y también han hecho sus propias averiguaciones. Creo que tendremos que volver.
El rostro de Willowith fue pasando por varias fases. Primero se iluminó paulatinamente, hasta casi mostrar alegría, y después se fue tornando serio, casi ceñudo, hasta denotar un estado próximo al enfado.
-¿Qué ha dicho Clover exactamente? – La voz de Willowith era atronadora, aunque intentaba no hablar demasiado alto.
-Con eso han sido bastante enigmáticos. No me han dicho nada en concreto, salvo que se habían comunicado con él, y que era el momento de partir. Y que además deberíamos apresurarnos.
-Ya… Mmm… ¿Y han dicho algo del estado del mar? Ya sabes que odio esos ataúdes con velas. Sería un desastre que perdiéramos al ejército de una forma tan estúpida…
-Que el otoño se avecina, y que cuanto antes salgamos, más seguros estaremos. También han dicho que los elfos del Reino del Mar estarán pendientes si sucediese algo o hiciese mal tiempo. Es casi imposible que ocurra nada grave… además, ya sabes lo que dicen de los druidas…
-De los druidas se dicen muchas cosas.-El rostro de Willowith seguía transmitiendo esa mezcla de alegría por partir y rechazo a la idea de navegar.- Y muchas no son ciertas.
-Sí, pero creo que sobre el clima saben algo más que nosotros. Incluso hay quien dice que pueden controlarlo. -Halleb carraspeó.- De todos modos, si no nos marchamos pronto, se nos echará el invierno encima, yentonces si que será un riesgo volver a la península.
-En eso estamos de acuerdo. Además, los soldados están bastante nerviosos, o se están volviendo haraganes. Y no me gusta ninguna de las dos cosas.
-Tanto tiempo aquí no es bueno. Y menos sin saber lo que ha pasado en Isvar. De eso también hay noticias.- El rostro de Hellab se ensombreció, y su voz a punto estuvo de quebrarse.
-¿Noticias? ¡Menos mal! Eso es lo peor de todo… los rumores. Sobre todo desde aquella noche… ¡Llegué a oír a varios soldados decir que Vallefértil había sido arrasada por una horda de hombres lagarto!
Hasta casi el mediodía, los soldados del gran campamento pudieron oír a su general maldecir a todos y cada uno de los dioses habidos y por haber, y jurar que haría sufrir las mas terribles, crueles y hasta imaginativas venganzas a los que fuesen responsables de que la matanza de Vallefértil hubiera sucedido y a todos cuanto habian tomado parte en ella.
Cuando algo después del mediodía Halleb dio la orden de prepararse para partir, todo estaba ya listo.
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