Escrito por Cronos el jueves, 30 de diciembre de 2010
Los hijos de Kor.
Observaban el mar, oscuro, neblinoso y revuelto, desde la protección de una zona de juncos a cierta distancia de la orilla de la larga playa a la que solian llamar la Cuna de la Luna. Las naves, una docena, que se acercaban sin dejar de luchar con la dura marejada no eran una buena noticia. Los hombres de Sanazar llevaban tiempo presionando hacia el oeste, lo que les empujaba al mar y les dejaba cada vez menos espacios de caza. En realidad, llevaban años retirándose, subsistiendo y debilitándose día a día. Quizá si hubieran luchado en el primer momento hubieran tenido una oportunidad. Ahora era demasiado tarde para eso. Si esos barcos, que estaban cargados de hombres bien armados, venían a ocupar su territorio, sería su última lucha. Ya era tarde para juntar a los clanes y cogerlos por sorpresa en el desembarco, y luchando en campo abierto la batalla sería una sangría. Los soldados que venían en los barcos tenían armaduras de metal y buenas armas. Aunque les vencieran, la victoria sería inútil. Solo sangrar por sangrar. Los hijos de Kor no hacen eso salvo que no haya opcion. Y si lo tienen que hacer, sangran, pero a la vez anegan el campo de batalla con la sangre de sus enemigos.
- No son de Sanazar. No llevan sus emblemas. Y sus armas no parecen del mismo tipo. No llevan esas lanzas de filo largo.
- Podría ser un engaño, Kazhak. ¿Y si hubiera otro ejercito viniendo por el desierto desde el este?
- Si fuese asi lo sabríamos. Tenemos ojos en todas partes hacia el este. Hace años que el Clan de la Víbora se hizo cargo de esa tarea, y la ha realizado magníficamente. No, no creo que sean de Sanazar.
- ¿Y entonces quienes son? Los emblemas no me resultan familiares.
- A mi si. Creo que pueden ser de la península...
- ¿Aun crees en esas historias? No existen esas tierras, nadie ha logrado localizarlas y nadie conoce el camino a ellas.
- Y sin embargo se lo que se, recuerdo lo que recuerdo, y viví lo que viví. ¿Me acusas de mentir?
- No, no... Sabes que no. Solo de... ¿haber soñado algo cuando eras un joven impresionable?
- No fue un sueño. Les vi, les oi. Iban al norte, muy lejos, a la tierra sin magia, y venían del sur, de una península más allá de un gran abismo. Y recuerdo algunos de sus emblemas. Uno de ellos, al que parecían seguir los demás, llevaba un simbolo muy parecido al que está en las velas de esos barcos. La espada que forma una balanza y los círculos alrededor. Lo recuerdo como si fuera ayer, aunque fue hace quince años. No digo que sean los mismos. Digo que pueden provenir del mismo lugar. Quizá sean del mismo clan, tribu, imperio, o como le llamen ellos a sus clanes.
- Y si tienes razon, ¿que ganamos con eso?
- Quizá no sean enemigos. Quizá sean un aliado inesperado. Quizá nos traigan lo que más necesitamos. Esperanza. Quizá sean enemigos de nuestros enemigos.
- No me fio. Creo que montaré hasta donde estan acampados los nuestros y les informaré para que se preparen para luchar.
- Estoy de acuerdo. Es necesario. Puedes llamar a la Asamblea Sagrada. Yo intentaré averiguar quienes son y que quieren. Intenta que nadie provoque un combate. Si acuden muchos guerreros manteneos a cierta distancia. Me reuniré con el resto cuando sepa más. Di a Kuzbar que represente a los Fauces Sangrientas.
- Así lo haré.
- Parte cuanto antes, Gozark. Me encargaré de recibirlos a la manera tradicional. Esperaré a que te alejes, por si son hostiles.
Khazhak permaneció agazapado, observando la escena, que en realidad le resultaba impresionante. No era comun para uno de los suyos ver un barco del tamaño de los que se acercaban, y mucho menos doce juntos. De tanto en tanto echaba un ojo hacia su montura, que estaba descansando un poco más lejos de la playa, oculta por los mismos juncos que le cubrían a él. Les llevó bastante tiempo acercarse a la zona donde las aguas se volvían más tranquilas, cubiertas por el cabo que estaba al sur de la gran bahia, puesto que el mar estaba muy revuelto y la marea estaba empezando a bajar, lo que alejaba a los barcos de la costa. Cuando los primeros hombres comenzaron a bajar de los botes tomó una de las flechas embreadas ceremoniales, ató el pergamino que tenía preparado a su cola con una tira de cuero, y se concentró para tomar contacto con los espíritus de la naturaleza y de sus ancestros para pedirles su ayuda.
Willowith estaba decidido a ser el primero en poner el pie en tierra. Por fin estaban en el continente. No sabían muy bien donde, probablemente estaban demasiado al norte, pero aquello era tierra firme, con toda seguridad. Por fin. Nunca había odiado tanto los barcos como ahora. En cuanto vio que el agua no le cubriría mas allá de la cintura, saltó del bote y tiró de él hacia la orilla. Del tiempo que llevaba subido a uno de esos odiosos barcos, le pareció que el suelo seguía moviéndose bajo sus pies. La sensación duró poco. De una zona de juncos, bastante apartada de la orilla, partío una luz, similar a una flecha incendiaria, que voló a gran altura hasta caer a tan solo unos metros de donde estaban. Si era una flecha, había sido lanzada por un arco con una fuerza fuera de lo comun, incluso si la flecha no estuviese ardiendo.
- ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! - Estaban en la peor situacion posible. Si alguien les atacaba en ese momento, los barrería sin ningun problema. - ¡Rápido! ¡Tú, vete a ver que es eso y traemelo! - Willowith señaló al punto donde había caido aquella luz, que se había apagado tan pronto había impactado con el suelo.
Uno de los fieles y fieros soldados de sy guardia corrió hasta el lugar y, al poco, le trajo a Willowith dos objetos. Uno, una flecha bastante pesada, decorada con gran profusion de simbolos que le resultaron extraños aunque lejanamente familiares. No parecía haber ardido, ni parecía posible que hubiese volado tanta distancia con un arco que un humano pudiese tensar. El otro era un pergamino sellado, que abrió cuidadosamente. En el había dibujada una gran estrella de cinco puntas. En cada punta, en la cabecera y al pie, escrita en común con letras grandes y gruesas, había una frase.
Estas son las cinco puntas de la Estrella de Kor.
- Todo Hijo de Kor es libre.
- Un Hijo de Kor no asesina ni miente.
- Un Hijo de Kor es dueño de lo que lleve con el.
- Solo hay dos castigos para un Hijo de Kor: El destierro y la muerte. El desterrado deja de ser un hijo de Kor. Sólo si el delito no puede ser reparado, la pena será la muerte.
- Todo Hijo de Kor forma parte de un clan. Todo clan puede llamar, asistir o partir de una Asamblea Sagrada.
Estas son las cinco puntas de la Estrella de Kor.
- Vaya. - Willowith releyó el pergamino varias veces. - No se quienes serán estos Hijos de Kor, pero creo que me caerán bien.
Observaban el mar, oscuro, neblinoso y revuelto, desde la protección de una zona de juncos a cierta distancia de la orilla de la larga playa a la que solian llamar la Cuna de la Luna. Las naves, una docena, que se acercaban sin dejar de luchar con la dura marejada no eran una buena noticia. Los hombres de Sanazar llevaban tiempo presionando hacia el oeste, lo que les empujaba al mar y les dejaba cada vez menos espacios de caza. En realidad, llevaban años retirándose, subsistiendo y debilitándose día a día. Quizá si hubieran luchado en el primer momento hubieran tenido una oportunidad. Ahora era demasiado tarde para eso. Si esos barcos, que estaban cargados de hombres bien armados, venían a ocupar su territorio, sería su última lucha. Ya era tarde para juntar a los clanes y cogerlos por sorpresa en el desembarco, y luchando en campo abierto la batalla sería una sangría. Los soldados que venían en los barcos tenían armaduras de metal y buenas armas. Aunque les vencieran, la victoria sería inútil. Solo sangrar por sangrar. Los hijos de Kor no hacen eso salvo que no haya opcion. Y si lo tienen que hacer, sangran, pero a la vez anegan el campo de batalla con la sangre de sus enemigos.
- No son de Sanazar. No llevan sus emblemas. Y sus armas no parecen del mismo tipo. No llevan esas lanzas de filo largo.
- Podría ser un engaño, Kazhak. ¿Y si hubiera otro ejercito viniendo por el desierto desde el este?
- Si fuese asi lo sabríamos. Tenemos ojos en todas partes hacia el este. Hace años que el Clan de la Víbora se hizo cargo de esa tarea, y la ha realizado magníficamente. No, no creo que sean de Sanazar.
- ¿Y entonces quienes son? Los emblemas no me resultan familiares.
- A mi si. Creo que pueden ser de la península...
- ¿Aun crees en esas historias? No existen esas tierras, nadie ha logrado localizarlas y nadie conoce el camino a ellas.
- Y sin embargo se lo que se, recuerdo lo que recuerdo, y viví lo que viví. ¿Me acusas de mentir?
- No, no... Sabes que no. Solo de... ¿haber soñado algo cuando eras un joven impresionable?
- No fue un sueño. Les vi, les oi. Iban al norte, muy lejos, a la tierra sin magia, y venían del sur, de una península más allá de un gran abismo. Y recuerdo algunos de sus emblemas. Uno de ellos, al que parecían seguir los demás, llevaba un simbolo muy parecido al que está en las velas de esos barcos. La espada que forma una balanza y los círculos alrededor. Lo recuerdo como si fuera ayer, aunque fue hace quince años. No digo que sean los mismos. Digo que pueden provenir del mismo lugar. Quizá sean del mismo clan, tribu, imperio, o como le llamen ellos a sus clanes.
- Y si tienes razon, ¿que ganamos con eso?
- Quizá no sean enemigos. Quizá sean un aliado inesperado. Quizá nos traigan lo que más necesitamos. Esperanza. Quizá sean enemigos de nuestros enemigos.
- No me fio. Creo que montaré hasta donde estan acampados los nuestros y les informaré para que se preparen para luchar.
- Estoy de acuerdo. Es necesario. Puedes llamar a la Asamblea Sagrada. Yo intentaré averiguar quienes son y que quieren. Intenta que nadie provoque un combate. Si acuden muchos guerreros manteneos a cierta distancia. Me reuniré con el resto cuando sepa más. Di a Kuzbar que represente a los Fauces Sangrientas.
- Así lo haré.
- Parte cuanto antes, Gozark. Me encargaré de recibirlos a la manera tradicional. Esperaré a que te alejes, por si son hostiles.
Khazhak permaneció agazapado, observando la escena, que en realidad le resultaba impresionante. No era comun para uno de los suyos ver un barco del tamaño de los que se acercaban, y mucho menos doce juntos. De tanto en tanto echaba un ojo hacia su montura, que estaba descansando un poco más lejos de la playa, oculta por los mismos juncos que le cubrían a él. Les llevó bastante tiempo acercarse a la zona donde las aguas se volvían más tranquilas, cubiertas por el cabo que estaba al sur de la gran bahia, puesto que el mar estaba muy revuelto y la marea estaba empezando a bajar, lo que alejaba a los barcos de la costa. Cuando los primeros hombres comenzaron a bajar de los botes tomó una de las flechas embreadas ceremoniales, ató el pergamino que tenía preparado a su cola con una tira de cuero, y se concentró para tomar contacto con los espíritus de la naturaleza y de sus ancestros para pedirles su ayuda.
Willowith estaba decidido a ser el primero en poner el pie en tierra. Por fin estaban en el continente. No sabían muy bien donde, probablemente estaban demasiado al norte, pero aquello era tierra firme, con toda seguridad. Por fin. Nunca había odiado tanto los barcos como ahora. En cuanto vio que el agua no le cubriría mas allá de la cintura, saltó del bote y tiró de él hacia la orilla. Del tiempo que llevaba subido a uno de esos odiosos barcos, le pareció que el suelo seguía moviéndose bajo sus pies. La sensación duró poco. De una zona de juncos, bastante apartada de la orilla, partío una luz, similar a una flecha incendiaria, que voló a gran altura hasta caer a tan solo unos metros de donde estaban. Si era una flecha, había sido lanzada por un arco con una fuerza fuera de lo comun, incluso si la flecha no estuviese ardiendo.
- ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! - Estaban en la peor situacion posible. Si alguien les atacaba en ese momento, los barrería sin ningun problema. - ¡Rápido! ¡Tú, vete a ver que es eso y traemelo! - Willowith señaló al punto donde había caido aquella luz, que se había apagado tan pronto había impactado con el suelo.
Uno de los fieles y fieros soldados de sy guardia corrió hasta el lugar y, al poco, le trajo a Willowith dos objetos. Uno, una flecha bastante pesada, decorada con gran profusion de simbolos que le resultaron extraños aunque lejanamente familiares. No parecía haber ardido, ni parecía posible que hubiese volado tanta distancia con un arco que un humano pudiese tensar. El otro era un pergamino sellado, que abrió cuidadosamente. En el había dibujada una gran estrella de cinco puntas. En cada punta, en la cabecera y al pie, escrita en común con letras grandes y gruesas, había una frase.
Estas son las cinco puntas de la Estrella de Kor.
- Todo Hijo de Kor es libre.
- Un Hijo de Kor no asesina ni miente.
- Un Hijo de Kor es dueño de lo que lleve con el.
- Solo hay dos castigos para un Hijo de Kor: El destierro y la muerte. El desterrado deja de ser un hijo de Kor. Sólo si el delito no puede ser reparado, la pena será la muerte.
- Todo Hijo de Kor forma parte de un clan. Todo clan puede llamar, asistir o partir de una Asamblea Sagrada.
Estas son las cinco puntas de la Estrella de Kor.
- Vaya. - Willowith releyó el pergamino varias veces. - No se quienes serán estos Hijos de Kor, pero creo que me caerán bien.
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