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Escrito por Cronos el martes, 25 de noviembre de 2008

Dinero. Poderoso caballero, decía hace ya varios cientos de años un tal Quevedo… y si lo que decía ya era entonces acertado, hoy lo es pero elevado a la enésima potencia. En esta sociedad mercantilizada, todo vale dinero. Lo cual induce a pensar que aunque las cosas han cambiado mucho desde entonces, en realidad nada ha cambiado (todo se cambia, no cambia nada).

En estos momentos en los que los anuncios de crisis –económica, y por lo tanto de los dineros- nos bombardean cada día, creemos que es muy interesante pararnos a hablar un poco de algo tan metido en nuestro día a día, y que de forma tan evidente impacta en nuestra calidad de vida. Creemos que quizá, si nos paramos a entender lo que el dinero es y lo que el dinero representa, el enfoque de ciertos problemas, y por lo tanto de sus posibles soluciones, cambie el modo de pensar ante esta crisis que se avecina, o más bien en la que ya estamos inmersos. De hecho, nuestra teoría es que esta “crisis” en realidad comenzó hace mucho, y sólo se muestra ahora, cuando sus efectos no se pueden disimular más. Esta crisis es sistemática, es consecuencia de cómo se hacen las cosas (iba a emplear un “hacemos”, pero, sinceramente, aunque sufriré las consecuencias de lo que se ha hecho, no me siento en absoluto responsable de ello, al no tener ninguna capacidad real de actuación sobre el origen real del problema). De hecho, estas crisis fueron anunciadas hace una buena pila de años por un tal Karl Marx. Para más referencias, aconsejo echar un vistacillo a “El Capital”, o a cualquier cosa mínimamente masticada (y mínimamente neutral, no valen encíclicas papales ni textos de corte social-reaccionario de esos que gustan tanto a fascistas y fascistoides) sobre las teorías marxistas. Hasta los más acérrimos liberales silban y miran para otro lado sin saber muy bien qué decir cuando se les remite a Don Carlos. Muchos creyeron que el marxismo murió con la URSS. Pero claro, esos muchos no dejaban de ser advenedizos subidos al carro del vencedor que no conocían el fondo de las teorías que pretendían refutar, y muchos de ellos se basaban en argumentos absurdos. De hecho, el marxismo anunciaba la caída de cualquier sistema socialista o comunista que no estuviese instaurado a nivel mundial… lo cual parece que ha sucedido. Irónico, cuando menos.

Estamos empezando la casa por el tejado. Hablábamos de dinero. Sobre todo, lo que más nos interesa en este artículo es preguntarnos ¿Qué es el dinero?

Si acudimos a la RAE (reitero un argumento: los académicos son lingüistas, y no se les puede culpar de lo que su diccionario recoge, que no es más que lo que ellos recogen de la calle), y nos vamos la definición más próxima a la que buscamos, nos dice que es “Medio de cambio de curso legal”. El resto de definiciones son más lingüísticas y no resultan interesantes para el tema a tratar. Nos dicen significados históricos, de uso o de origen de la palabra, pero no entran en el fondo del asunto: Qué es.

Bien, supongamos que tenemos un euro. Un cilindro metálico, mucho más ancho que alto, con una serie de inscripciones en su superficie. Si pensamos en su utilidad inmediata, podría servirnos para calzar una mesa, o para lanzárselo con una mano o con una honda a alguien. Desgastándolo de una forma correcta contra otra superficie suficientemente dura podría ser una magnífica herramienta para cortar algo, o una punta de flecha. E incluso alguien con suficientes conocimientos de física o química podría sacarle algo más de partido en la situación apropiada. Seguro que pensando un poco le encontramos más utilidades directas, pero no viene al caso. Lo que es evidente es que ese trozo de metal no se come, que si lo pones en el suelo no crece una planta, y que no puede saciar la sed por si mismo. Ese trozo de metal no es capaz de satisfacer ninguna de nuestras necesidades básicas. Ni podemos comerlo, ni podemos respirarlo, ni podemos vivir en el, ni nos realiza como personas, ni nos hace sentir queridos o respetados por los demás. Es sólo un estúpido trozo de metal. Resulta evidente que el valor de la moneda no es intrínseco, no se basa en lo que ese trozo de metal pueda aportar a nuestras vidas. Ahí entra la definición de la RAE: “Medio de cambio de curso legal”. El dinero viene a ser una herramienta para intercambiar bienes. Cambiamos bienes por dinero, y viceversa, dinero por bienes. Por lo tanto podemos asumir que el dinero es algo abstracto que nos sirve para poder intercambiar lo que queremos por lo que tenemos.
Pero eso sigue sin responder a la pregunta que queríamos responder. Qué es el dinero. Qué representa. Parece evidente que si podemos cambiarlo por bienes, el dinero debe representar algo concreto, no algo abstracto. Ese “valor” del dinero tiene que estar directamente relacionado con algo real, o no serviría para aquello para lo que lo utilizamos. Si no hubiese una relación entre el dinero y algo concreto no tendría ningún sentido que pudiésemos cambiarlo por cosas reales. Para acercarnos un poco más a la respuesta, deberemos continuar haciéndonos preguntas. La más evidente, creo estaría vinculada al termino “bienes”. Es decir, ¿A que le llamamos bienes? O lo que es lo mismo, ¿Qué podemos obtener a cambio de dinero? En principio, parece sencillo decir que a cambio de dinero podemos conseguir cualquier posesión material que cubra alguna necesidad (consideramos que el ocio también es una necesidad humana, aunque menos perentoria que otras como la alimentación o un lugar en el que dormir). Igualmente, deberemos hacer el ejercicio inverso: ¿Cómo conseguimos dinero? Produciendo bienes que otros necesitan. Podría parecer que el dinero, entonces, son bienes materiales. Pero no, aun no es suficiente.
Pongamos un ejemplo. Imaginemos una veta de metal en el subsuelo. ¿Qué valor tiene dicho metal? ¿Tiene algún valor en si mismo? Si nos diésemos por satisfechos con la ultima aproximación a lo que el dinero es, podríamos decir que si, y sin embargo, afirmaremos lo contrario. El metal en la veta, de entrada, no tiene ningún valor, o tiene un valor prácticamente nulo, dado que no puede conseguir cubrir ninguna necesidad de nadie al estar todavía oculto bajo tierra. Sin embargo, todos utilizamos muchos objetos de metal en nuestras vidas. ¿Cuál es la diferencia entre el objeto de metal y el metal en la veta? Pues que el objeto de metal ha sido trabajado para que sirva para realizar una función determinada, mientras que el metal de la veta es tan solo un trozo de metal enterrado a varios metros de profundidad, y sin utilidad alguna para nadie. Lo que convierte un trozo de metal enterrado en un objeto con valor es el trabajo humano. Alguien tendrá que cavar hasta llegar al metal para extraerlo de donde está, y después tendrá que trabajarlo para que llegue a ser un objeto útil, que si tendrá sentido comerciar por dinero. Por lo tanto, afirmamos que el dinero es fuerza de trabajo. Esta definición es consistente, y es aplicable a toda transacción económica. Siempre lo que se intercambia por dinero es fuerza de trabajo, y viceversa.
Somos conscientes de que aquí estamos realizando una cierta simplificación, puesto que alguien podría decirnos que un terreno con metal enterrado tendrá más valor que un terreno similar sin ese metal ahí, pero igualmente la conclusión que hemos sacado es válida. Lo que hace que el terreno con el mineral tenga más valor que el terreno sin él es la posibilidad de que alguien utilice su fuerza de trabajo para convertir dicho mineral en algo útil, que podrá ser vendido. El metal tiene un valor potencial, que solo será convertido en valor real a través de la fuerza de trabajo de un ser humano.
También nos pueden decir que dos terrenos con mineral tendrán valor distinto según la valía de dicho mineral, e igualmente tenemos respuesta a tal argumento. El terreno con el mineral más valioso tendrá más valor porque el rendimiento de la fuerza de trabajo empleada para extraerlo y trabajarlo será mucho mayor que con el menos valioso. Se obtendrá más valor con menos fuerza de trabajo, pero igualmente lo que dará valor real al terreno será la fuerza de trabajo. Si compramos el terreno y no extraemos el mineral para trabajarlo, estaremos tirando el dinero. Sin embargo, si trabajamos el terreno y extraemos el mineral, si obtendremos un rendimiento económico. De nuevo, es la fuerza de trabajo lo que da valor a las cosas. Es el único elemento imprescindible para entender lo que representa el dinero. Sin fuerza de trabajo no hay rendimiento económico en ningún caso.
Bien, una vez sentado lo que creemos que es el dinero, hay una serie de conclusiones inmediatas fácilmente deducibles de ello. Una persona rica es propietaria de mucha fuerza de trabajo. Cuando un empresario retira beneficios de su empresa está recibiendo fuerza de trabajo que en realidad ha sido producida por sus trabajadores (por lo tanto se apropia de algo que en justicia no le pertenece). Cuando nos cobran impuestos, retienen una parte de nuestra fuerza de trabajo para emplearla en bienes públicos o colectivos (o al menos en teoría es así, la práctica resulta bastante más desoladora, por desgracia). Desde luego, estirar las conclusiones daría para tanto como lo que ya va escrito, y se saldría un poco de nuestro objetivo: Dar un significado mucho más racional a la palabra dinero.

Por lo demás, decíamos al principio que esta definición del dinero nos haría más fácil de entender esta crisis. Pues bien, lo que está sucediendo es que los ricos –aquellos que son poseedores de cantidades ingentes de fuerza de trabajo- se han quedado sin formas de invertir esa fuerza de trabajo de la que se han apropiado en actividades a través de las cuales puedan seguir haciéndolas aumentar de valor. El capitalismo “funciona” (no estoy diciendo que sea justo en algún caso, digo que permite a la inmensa maquinaria social seguir funcionando) mientras los burgueses pueden reinvertir en nuevas actividades que sean rentables para ellos. Cuando no hay nuevos nichos de inversión, lo que sucede es que, para seguir aumentando sus riquezas, los que ya son ricos aprietan el cinturón para conseguir más por menos. Pero siguen acumulando capital (fuerza de trabajo) que, sin posibilidad de reinversión no vuelve a circular, no llega al trabajador/consumidor, y este deja de comprar. Cuando esto sucede, el burgués reduce sus beneficios, y para subsanarlo vuelve a apretar el cinturón de la clase trabajadora, pretendiendo que produzca más por menos, sin ser consciente de que estas medidas lo único que producen es que la clase trabajadora tenga cada vez menos poder adquisitivo, menos capacidad a acceder a los bienes que el burgués explota. La recesión llega cuando los burgueses comienzan a cerrar sus negocios por no ser rentables, dejando a mas miembros de la clase trabajadora (y consumidora) sin una fuente de ingresos, y reduciendo por tanto la capacidad para comprar. En realidad, las empresas que sobreviven en una situación de crisis son las que más y/o mejor explotan el esfuerzo de sus trabajadores. El problema es que quizá si sobrevivan las “mejores” (en términos capitalistas, repito, las que mejor explotan) empresas, pero dado que la clase que trabaja y consume no tiene garantizados sus ingresos, el total de la economía decrece y más empresas cierran.

Es la falacia de la productividad. Siempre se les olvida decir que la economía mejora al aumentar la productividad si hay nuevos nichos en los que invertir. Si no existen dichos nichos, aumentar la productividad solo puede desembocar en recesión, puesto que la clase trabajadora y consumidora recibe menos por producir lo mismo, y por lo tanto puede comprar menos. Incluso se puede afirmar que ese aumento de la productividad empresa a empresa (entre las que sobreviven) acaba por redundar en una disminución de la productividad en global, a causa de las que mueren y dejan a sus trabajadores en paro, y por lo tanto sin producir.

Es una conclusión muy sencilla: Si el dinero es fuerza de trabajo, cada despido reduce la economía, empobrece el global. Y esto ya es bastante atroz incluso sin tener en cuenta los dramas humanos. Y todo esto porque todo se hace en función del beneficio del amo. Perdón, del burgués.

Escrito por Cronos el lunes, 27 de octubre de 2008

Hoy queremos hablar sobre la culpa. No hemos elegido esta palabra por lo manipulado que se ha vuelto su uso, si no más bien por lo inadvertido.

Si hay algo que creemos que puede caracterizar nuestra sociedad, más allá de la mercantilización de todo y de la cultura de la apariencia, es la gestión de la culpa. No nos referimos a la culpa como causa u origen de algún mal, sino a la culpa como sentimiento. Al hecho de sentirnos culpables por algo, al sentimiento de desazón que nos produce creer que hemos actuado de forma errónea, injusta, o distinta a la que hubiéramos deseado.

Ese sentimiento de culpa tiene, por supuesto, su parte positiva, del mismo modo que otros sentimientos o sensaciones negativas lo tienen, como el miedo o el dolor. Sentirnos mal por haber actuado de una forma que consideramos no correcta hará que la siguiente vez que nos veamos en una situación similar tengamos más capacidad para no cometer el mismo error, aunque, por supuesto, no garantiza nada. En ese sentido, la culpa puede ayudarnos a actuar de forma más correcta y es, por lo tanto, un sentimiento útil hasta cierto punto.

Aún teniendo esto en cuenta, ante la consciencia de haber cometido un error, creemos preferible recurrir a otro concepto también muy manido, y a veces manoseado, que no deja de ser la consecuencia en el campo de lo racional del sentimiento de culpa: el de responsabilidad.

La responsabilidad tiene mucho más de racional que de emocional, y consiste en, ante un error, realizarse dos preguntas muy sencillas: ¿Qué grado de responsabilidad me corresponde realmente sobre el error? y ¿Qué puedo hacer para subsanar, atenuar o compensar las consecuencias de mi error? La gran ventaja de la actitud de responsabilidad frente al sentimiento de culpa es, precisamente, su base racional. Cuando uno actúa de forma responsable, analiza los propios actos, deduce las consecuencias de los mismos, y determina en que grado puede actuar para minimizar los daños producidos por el error. Este proceso, sin embargo, no está necesariamente incluido en el concepto de la culpa, lo cual es lógico, puesto que se trata de un sentimiento, y como tal, su origen no tiene por qué estar justificado. Nos podemos sentir culpables de hechos de los que no somos responsables, y tambien podemos ser responsables de hechos por los que no nos sentimos culpables.

Por supuesto, somos conscientes de que el sentimiento no se elige, y que por lo tanto la culpa no es algo que se pueda controlar con facilidad, pero resulta mucho más fácil de asumir ese sentimiento cuando se tiene el contrapeso de saber en qué extremo se actuó erróneamente, cuales son las consecuencias del error, y, sobre todo, que se ha actuado o se tiene la intención de actuar para intentar compensarlo o subsanarlo. En ese sentido, la culpa, acompañada de responsabilidad, pierde parte de su connotación negativa, y se convierte en algo más fácil de asumir, más llevadero, y, ante todo, menos manipulable.

Por lo tanto cabe concluir que la responsabilidad es una actitud correcta en todo caso, mientras que la culpa no sirve de nada si no va acompañada de un análisis basado en la responsabilidad.

El motivo de toda esta disertación sobre dos conceptos en principio sencillos es señalar una (otra) de las mayores manipulaciones que, a través de los medios masivos de información se llevan a cabo día a día, provocando una erosión a nivel social que acaba por permitir que los verdaderos responsables de algunos problemas no sean vistos como tales, trasladándose la responsabilidad, a través de esa manipulación de la culpa, a quien poca o ninguna responsabilidad tiene sobre el problema. Dicho con otras palabras, nos hacen sentir culpables de males de los que no somos responsables para que no señalemos y exijamos a los verdaderos responsables (y por ende culpables) del problema.

Ejemplos claros de este tipo de procesos son:

- El medio ambiente: Uno es culpable del deterioro del medio ambiente si se deja encendida una bombilla… pero nadie habla de los ingentes beneficios que obtienen las eléctricas (que son destinados a los bolsillos de sus accionistas y no a mejorar las instalaciones para reducir el deterioro del medio ambiente), o de la cantidad de energía necesaria, por ejemplo, para el funcionamiento de una sola fábrica de aluminio cada día. Son las bombillas para varios cientos de vidas.
- La gestión del agua: Hay que cerrar el grifo mientras uno se lava los dientes, pero no se dice cuanta agua se utiliza en un solo campo de golf o en una sola explotación industrial. Son los grifos de varias vidas.
- El hambre y la miseria: La riqueza de los occidentales se apoya en la pobreza del resto del mundo. Lo que no se dice es que la inmensa mayoría de los occidentales también somos "casi pobres", y que son solo unos pocos los que realmente se aprovechan de la pobreza extrema y generan los desequilibrios económicos que desembocan en el hambre y la miseria, tanto en el "primer mundo" como en el tercero. ¿Cómo se puede decir que es "rico" alguien que debe el 90% de su propia casa a un banco y que no tiene ninguna seguridad sobre si seguirá teniendo un puesto de trabajo o una fuente de ingresos el próximo mes?
- La productividad: España es un país "poco competitivo". Y para paliar esto se señala siempre al sueldo y los derechos de los trabajadores (vamos, nos llaman vagos). De lo que no se habla nunca es de las enormes cifras de beneficios que los grandes empresarios se embolsan cada año, y que cada año crecen. Y si, disminuir la cuota de beneficio también incrementa la competitividad.

En fin, seguro que hay muchos mas ejemplos… la cuestión es que la gestión malintencionada y manipuladora de la culpa ha servido para que, escondidos en nuestro propio sentimiento, dejemos de señalar a los responsables de estos problemas.

No, nadie es responsable de aquello sobre lo que no tiene capacidad de decisión, ni sobre lo que no obtiene beneficio alguno. No somos responsables del deterioro del medio ambiente, ni de la escasez de agua, ni del hambre, porque no podemos tomar ninguna decisión que realmente signifique algo para acabar con estos problemas, ni obtenemos ningún beneficio palpable de cómo se hacen las cosas, puesto que quien se beneficia en cualquier caso es el gran empresario, y aunque obtengamos un mínimo beneficio –presuntamente a través de bajos precios, lo cual es nuevamente falso, puesto que cada abaratamiento de costes se convierte en un incremento de ganancia del empresario y no en una bajada de precio o un aumento de calidad en los bienes adquiridos-, este beneficio se diluye en la enorme ganancia de los propietarios de las empresas.

Dejamos claro, para acabar, que en el tratamiento que estamos haciendo de estos grandes problemas no estamos excluyendo la responsabilidad individual de todos y cada uno, y por lo tanto, en ningún momento defenderemos que vigilar el consumo energético sea un acto irracional. No, no pretendemos decir que despilfarres energía. Estamos diciendo que si hubiese que decidir entre apagar una bombilla o gritarle al burgués que deje de destruir el medio ambiente, o al político que ponga los medios para que así sea, es mucho más eficiente, como acción responsable (y por tanto basada en la razón) la segunda o la tercera opción que la primera. Dado que en realidad vigilar el consumo energético es perfectamente compatible con protestar por el mal uso que se hace de la energía y por los procedimientos altamente contaminantes que se emplean para obtenerla, la solución es bien sencilla. Vigilemos nuestro consumo, pero sin olvidar nunca que nuestro esfuerzo de poco sirve si "los poderosos" no hacen un esfuerzo similar.

Esta actitud de responsabilidad es la que defendemos, frente al señalamiento de culpables que se usa habitualmente en campañas y noticias (medios mediante).

Por lo tanto, reiteramos… Ni culpables ni inocentes, solo responsables.

Y con la c podría haber sido… Crisis. Un bonito eufemismo para decir que nos van a joder bien. O a intentarlo. Agárrense, vienen curvas.

Escrito por Cronos el viernes, 7 de diciembre de 2007

Sí. Bien como contraposición a "mal". En realidad nos gustaría hablar de ambas palabras a la vez, y obviamente en su sentido, como sustantivo, más conceptual e inmaterial.




Vamos, que no nos referimos a "bien" como sinónimo de posesión material, sino al concepto abstracto de bien.



Ésta es una de esas palabras que, de manoseada que está, acaba por perder todo sentido. Y más cuando se habla del "bien", o del mal, como un valor absoluto. De hecho, si la hemos escogido ha sido por lo sumamente irónico que es su uso.



Nos intentan hacer creer que se puede definir el bien. Que se podía asociar el "bien" a determinadas conductas, y el "mal", por lo tanto, a las contrarias. Quien roba, actúa "mal". Quien usa la violencia actúa "mal". Quien no lo hace actúa "bien". De algún modo, a través de la moral (Según la RAE: Ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia.), se pretende delimitar que conductas humanas son "bondadosas", y cuales son "maliciosas". De algún modo se transmite que el bien y el mal son absolutos y definibles a través de reglas morales que determinan qué conductas pertenecen al ámbito del "bien", y cuáles al del "mal".



Y uno, desde la racionalidad, no puede hacer más que negar tal posibilidad. La realidad es demasiado compleja como para poder determinar el "bien" o el "mal" desde una perspectiva absoluta y basada en reglas sencillas.



Un ejemplo: La puntualidad es, según la moral, "buena", y, por lo tanto, la impuntualidad es "mala". ¿Qué sucede si llegas tarde a una cita por pararte a ayudar a alguien que lo necesitaba? ¿Es tu comportamiento "bueno" o "malo"? Imposible de responder sin conocer el caso concreto, el perjuicio causado a quien te espera, y el beneficio obtenido por quien recibe tu ayuda. Y por lo tanto, inútil el esfuerzo de basar en reglas preestablecidas la bondad o maldad de las conductas.



En ese sentido la asociación de conductas al "bien" o al "mal", a la incorrección e incorrección del acto jamás puede ser realizada de manera apriorística, ni mucho menos genérica.




Matar es "malo", pero acabar con la vida de una persona al evitar que esta misma persona acabe con otra vida ¿es malo? La circunstancia es siempre demasiado compleja, y mucho más determiante a la hora de inclinar la balanza hacia la bondad o maldad de un acto que cualquier planteamiento previo.



Lo más curioso del asunto, y el motivo fundamental por el que escogimos esta palabra, es que sí creemos que existe un concepto universal de "bien" y "mal", que está implícito ya no solo en la misma estructura de nuestro pensamiento, sino tambien en la fisiología de todo ser vivo, y por lo tanto, dotado de la capacidad de percibir su entorno y adaptarse a él. Todo ser vivo, para poder valorar su entorno y beneficiarse de él, o evitar condiciones negativas para su supervivencia necesita de los conceptos de "bien" y "mal", y esos conceptos están inmersos en su (nuestro) funcionamiento más básico. Cada ser vivo necesita conocer qué condiciones de su entorno se corresponden con "algo que le beneficia" y qué condiciones se corresponden con "algo que le perjudica". Sin esos conceptos, simplemente, la reacción ante los estímulos externos no sería posible, y por supuesto, tampoco sería posible uno de los procesos más propios de la vida: El aprendizaje, que no es más que la habilidad para adaptarse correctamente a los estímulos externos al individuo.



Ni que decir tiene que esta definición de "bien" no sirve para establecer reglas morales. Aunque sí sirve para aportar un cierto principio ético. Creemos que una acción es más correcta a nivel ético cuanto mas beneficio genera, y más incorrecta cuanto más perjuicio genera.



Por supuesto, esta definición de bien y mal niega la posibilidad de la simplificación de las reglas morales, lo cual puede ser apreciado como una forma de relativizar todo juicio. Nada más lejos de la realidad. Este planteamiento sí es absoluto, o se aproxima a serlo, puesto que habria que disertar, y mucho, sobre el concepto de beneficio y perjuicio. Son las distintas morales las que obligan a la relativización al estar basada en criterios cuando menos arbitrarios (tradicion, religion). El único criterio que podríamos considerar válido para establecer reglas morales es la razón, y es la propia razón la que, creemos, desaconseja juzgar una conducta "per se", sin detenerse a analizar las motivaciones y las consecuencias de la conducta en cada caso.



Frente a las posiciones moralistas, proponemos cuestionamientos éticos. Frente al "bien" y el "mal" preestablecidos mediante un conjunto de reglas, proponemos que se mida el beneficio/perjuicio generados por cada acción al detalle, deteniéndonos en lo sucedido y no en prejuicios sobre lo sucedido.



Creemos que la generación de reglas absolutas sobre conceptos netamente relativos o subjetivos, como la religion o la tradicion, es un error, y que coarta la capacidad de cada individuo de discernir el grado bondad o maldad de sus propias acciones y las de sus semejantes.




Sustituir el sentido ético por una serie de lineas rojas que no deben ser traspasadas no es mas que expropiar al ser humano de su propia responsabilidad, además de despojarlo de todo sentido autocrítico. Creemos que es nuestra responsabilidad ser capaces de juzgar nuestros propios actos y sus consecuencias, y el establecimiento de reglas morales lo impide, al sentar un juicio previo y sobre conjeturas realizado por otros en lugar del juicio concreto y sobre hechos realizado por uno mismo.



La bondad no puede consistir en cumplir con una serie de reglas sin cuestionarse nada más. Más bien creemos que consiste en cuestionarse continuamente a uno mismo, y en cuestionar continuamente los actos propios, y ser responsable de sus consecuencias.



Escrito por Cronos el lunes, 1 de octubre de 2007

Anarquía.



Si acudimos al diccionario de la RAE, nos dice que :


anarquía.

(Del gr. ἀναρχία).

1. f. Ausencia de poder público.

2. f. Desconcierto, incoherencia, barullo.

3. f. anarquismo (‖ doctrina política).





No, no voy a criticar el diccionario de la RAE, soy consciente de que los lingüistas son eso, lingüistas, y recogen los usos que habitualmente se le da a la palabra, no únicamente el significado etimológico o purista. De hecho, es curioso observar como ponen como primer significado de la palabra el puramente etimológico, la ausencia de PODER (si, pongo poder en mayúsculas porque es importante entender que es el poder lo que los anarquistas rechazan, nada más, y nada menos), y continúan con el mas “comúnmente aceptado”.

La cuestión es que, a lo largo de los años, el uso interesado de la palabra anarquía como desconcierto, incoherencia, barullo o caos ha dejado un poso evidente. Si hablas de anarquismo político en un foro que no conozca mínimamente las ideas anarquistas, automáticamente verás rostros asustados o paternalistas, y lo que no obtendrás en ningún momento es el mínimo de atención o respeto. Se ha conseguido el efecto deseado: Que se rechace una idea por la manipulación de la palabra que la define.

Lo realmente curioso en ese rechazo sin base es que, por si fuera poco, el rechazador cree tener el argumento genial de una frase para poder refutar una idea que ha sido discutida hasta la saciedad por muchas personas, algunas de ellas de una gran profundidad de pensamiento –a favor y en contra, cuidado- desde su misma existencia, o incluso, do forma indirecta, desde antes. Que es una idea con una base filosófica, y un desarrollo basado en la razón, con motivos y criterios con los que se puede estar de acuerdo o no. Pero no, intentan rebatir todo esto con una sola frase (generalmente muy desafortunada). Claro, hombre, si Bakunin hubiera conocido tu argumento, hubiera dejado de escribir sus libros. Haberle llamado, lo que nos hubiéramos ahorrado.




Me refiero a frases como…

“Es que los anarquistas piensan que todos somos buenos, y no es cierto”. Claro, y resulta que prefieres que alguien organice tu vida y te imponga un modo de vida, aun sabiendo que esa persona puede ser uno de esos que no son “buenos”.

“Yo podría vivir sin que nadie me de ordenes, pero creo que no todo el mundo podría”. Dejando de lado lo prepotente de la afirmación, es curioso ver como se levanta en seguida la barrera entre “yo” y “los demás”. Si tu puedes, ¿porque los demás no? ¿En que eres mejor que ellos para afirmar tal cosa?

“Es que la anarquía sería el caos, ¿Quién iba a decidir por donde conducen los coches?” – lo de los coches es sustituible por cientos o miles de ejemplos típicos, como la electricidad, las infraestructuras, etc… La anarquía significa la ausencia de poder, de imposición. Que no es sinónimo de ausencia de organización. Y es que “organización” y “jerarquia” o “poder” no son sinónimos. Cualquiera que sepa un poco sobre teoría de las organizaciones o de la información asentirá sin duda ante esta afirmación.



En fin, lo que los anarquistas proponen no es ni el caos ni la vuelta a la edad de piedra o a la ley del más fuerte. Lo que los anarquistas proponen es que cada persona sea libre y responsable de si misma y de las consecuencias de sus actos. Que la política sea convertida en ética. Que la fraternidad y la igualdad sean consecuencia de la libertad (consciente y responsable) de cada uno. Que ningún ser humano sea dueño de la vida de otro, o de los recursos que otro necesita para su supervivencia. Que la ambición y el ansia de poder dejen de ser el motor del mundo, para que lo sean la solidaridad y la persecución de la propia felicidad, de la propia realización, en el modo en que cada uno crea mejor. En que nadie te imponga un modo de vida, en que cada uno decida el modo en que desea vivir sin imponérselo a nadie más ni permitir que nadie se lo imponga.



Puede que la propuesta sea más o menos correcta. Por supuesto que se puede estar a favor o en contra, o en algún punto intermedio. Lo que a mis ojos parece obvio es que la anarquía, el anarquismo, tienen poco o nada que ver con lo que la mayoría de la gente cree.



Ah, y por supuesto no se pueden olvidar los “mass media” de todos los colores, que solo sacan algo vinculado con el anarquismo cuando hay violencia de por medio (manifestaciones, desalojos, etc), o cuando algo es lo suficientemente pintoresco como para llamar la atención… y nunca informan de lo positivo que desde la perspectiva de esta idea se hace cada día, ni mucho menos abordan en ningún momento nada con un mínimo de profundidad ideológica. Solo aparecen como “bichos raros y/o violentos”, sin más. ¿Intencionado? No lo se, pero objetivo seguro que no…




Escrito por Cronos el miércoles, 19 de septiembre de 2007

Sí, señores. La palabra crea.



¿Qué significa esto? No me refiero a los pasajes bíblicos en los que se describe cómo dios creó el mundo en siete días con la fuerza de su palabra. Bueno, en realidad el concepto que quiero transmitir sí tiene que ver con esto, pero no en el sentido místico o mágico que en la Biblia tiene, sino en un sentido mucho más pragmático y más próximo a quien pueda leer este texto.

Todo el razonamiento humano, nuestra manera de acercarnos y enfocar la realidad, está apoyado inequívocamente en la palabra, en el contenido que le asignamos, en la carga semántica que le otorgamos. Para manejar conceptos abstractos, conceptos que no tienen un reflejo material directo (“libertad”, “justicia”, “paz”…etc. frente a “mesa”, “zapato”, “cuchillo”…etc.), necesitamos de la palabra que se refiera a ese concepto, o ni siquiera podríamos razonar alrededor de ello. De hecho, muchos conceptos abstractos no existían hasta que la palabra para manejarlos no existió. En el campo de las ideas, de lo abstracto, la palabra crea.

También sucede que el significado de las palabras no es permanente, va evolucionando a lo largo de la historia, bien por el uso, o bien por manipulaciones intencionadas, ni siquiera es necesariamente similar para dos personas en una misma época (el señor G. W. Bush o el Sr Aznar dicen defender la “libertad”, pero creo que su idea de libertad y la nuestra tienen poco o nada que ver, a la vista de los hechos). La evolución semántica de un término es tan natural como el lenguaje mismo, y las interpretaciones individuales de lo que un término abstracto significa, también.

Lo que ya tiene bien poco de natural es un fenómeno relativamente moderno, que nace de la implantación de los medios de comunicación de masas. Y es la manipulación explícita de las palabras – en realidad, de cualquier símbolo, que es lo que son las palabras- de forma intencionada o interesada, y su deformación hasta convertir su significado en algo radicalmente distinto del que en principio tenían. Dicho de otra forma, los mass media han servido –entre otras muchas cosas- como plataforma para hacer posible la manipulación de un término hasta pervertirlo, hasta conseguir que una mayoría otorgue una carga semántica a una palabra que esta no contenía en un principio, o que su propio significado, analizado atentamente no contiene.

Hablé más arriba de libertad, un gran ejemplo de lo que queremos mostrar. Como saludable ejercicio, para indicar con claridad a qué me refiero, nombraré un medio que se llama “libertad digital”, y que mantiene una “línea editorial” (otro bonito ejemplo de cómo la palabra crea, aunque en este caso a través de otro mecanismo, el del eufemismo – dicen línea editorial para no decir ideología política, a ver si alguien va a pensar que un medio “informativo” tiene tal cosa, si son todos neutrales, veraces e independientes) de claro corte conservador cuando no reaccionario, y que ha defendido a capa y espadas restricciones explicitas de la libertad… de otros. Eso sí, los amantes de “la libertad” deben leer ese medio, claro. Si ya su propio nombre lo indica.




¿Qué queremos hacer desde aquí? Pues mostrar y denunciar algunas de estas manipulaciones del significado de las palabras. Para ello, iremos haciendo un repaso al alfabeto, buscando palabras manipuladas o directamente prostituidas, eufemismos, y términos empleados habitualmente y que parecen significar una cosa para los medios y que en realidad significan otra muy distinta, o que contienen matices ocultados sistemáticamente. Desde los muy manoseados “Libertad”, “Igualdad”, “Fraternidad”, hasta los evidentísimos “daño colateral”, o el ya mentado “línea editorial”, y casi cualquier palabra con contenido semántico relacionado o relacionable con la política.



Espero que nuestras cavilaciones sean del agrado del lector. Pronto, la primera palabra, que, naturalmente, comenzará por A.



La Palabra Crea.