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Escrito por Cronos el martes, 9 de febrero de 2010

El cubil de Doh.
La acólita del culto al dios-dragón protector de la ciudad, vestida con una túnica de color gris metálico, les dijo que esperaran en la entrada del templo. El gran portón central, flanqueado por dos grandes esculturas que representaban a un enorme y terrible dragón en postura agresiva, se cerró tras ella y no volvió a abrirse hasta un buen rato después. Estaba amaneciendo, y el frío era aún cortante. Poca gente se movía por la gran plaza, aunque algunos comerciantes, deseosos de tomar los mejores sitios, comenzaban a colocar sus puestos. La gente estaba nerviosa. Habían llegado algunos rumores del norte, que decían que Vallefértil había sido atacado, pero nadie contaba nada concreto. Si era cierto, Saryon podría haber corrido peligro, aunque no era posible que una fuerza lo suficientemente amplia como para atacar Vallefértil no hubiese sido detectada hasta llegar a la ciudad, lo cual hacía que no temieran demasiado por el caballero.
Finalmente, la puerta se abrió.
-Mornag les recibirá.- La joven y no demasiado agraciada muchacha parecía sorprendida.- Sabía que el nombre de Saryon Maiher abría muchas puertas, pero no que abriese también la nuestra.
-Si te preguntaras por qué las abre en lugar de sorprenderte quizá aprendieses algo.- Adrash mostró su media sonrisa en todo su esplendor.- He oído que Saryon hizo algo por el culto al dios-dragón hace tiempo.
La muchacha no respondió. Los guió a través del templo, amplio y en penumbras. No había bancos en la gran sala. De las paredes colgaban diversos tapices sobre la historia de la ciudad, y al fondo había una estatua policromada, casi del alto del edificio, que representaba a un dragón de tono metálico, con las enormes alas desplegadas, y con una expresión agresiva aunque benévola. Ante él, en una tarima de piedra, había un gran altar, decorado con más esculturas alusivas al dios-dragón. Adrash notó el escalofrío que recorrió a Mirko, que quedó anonadado al ver la enorme escultura.
-¿Ocurre algo?
-No... Sólo estaba...- La voz de Mirko era temblorosa- contemplando la belleza de la escultura.
Continuaron caminando, oyendo el eco de sus pasos, hasta que pasaron bajo la enorme figura. Tras ella había una pequeña puerta que llevaba a una habitación, probablemente destinada a la preparación de los cultos. En el interior del cuarto había varias estanterías con vasijas, botellas, libros y todo tipo de objetos extraños, sin duda utilizados en las ceremonias. En el centro había una sencilla mesa rectangular, de madera, alrededor de la cual se podían observar varias sillas con respaldo, igualmente sencillas. La acólita les señaló las sillas con un ademán.
-Por favor, sentaos. Ella vendrá ahora.
Acto seguido salió por donde había entrado. Adrash y Mirko se sentaron. Mirko seguía teniendo una expresión extraña. Miraba a todo a su alrededor, sin acabar de fijar la vista en nada.
-¿Qué ocurre? Antes te quedaste extasiado frente a esa estatua y ahora miras al aire como si fuese interesante.
-No lo sé.- Mirko miró a Adrash.- Pero noto algo extraño aquí dentro. Y noto que ella está más lejos que nunca.
-¿Ovatha?
Mirko asintió.
-¿Estás bien, entonces?
-Sí. Supongo que éste es el momento en el que mejor me he sentido desde que… desde que recuerdo.
-Pues cuando estés ante él estoy segura de que te sentirás mejor.
Desde la puerta hablaba la mujer más vieja que cualquiera de los dos hubiese visto nunca. Su pelo era blanco y lacio, y lo tenía recogido en un moño. No levantaba del suelo más allá de la altura sus ojos, y parecía que iba a romperse, aunque su voz y sus movimientos eran firmes y transmitían seguridad. Su rostro, de piel pálida, estaba surcado por infinidad de arrugas. Bajo las despobladas y pálidas cejas, aparecían sus pequeños ojos, de color negro, que miraban fijamente a Mirko. Su mirada era lo más extraño de ella. Firme y extrañamente vívida, transmitía la sabiduría de quién sabe cuántos años, aunque también la curiosidad de una niña. Vestía una sencilla y holgada túnica gris, similar a la que llevaba la acólita. Con pasos pequeños se acercó a una de las sillas, y se sentó en ella.
-¿Tú eres Mornag?-Mientras decía esto, Adrash vio como Mirko la miraba fijamente.
-Así me llaman, hijo. Yo soy la superiora de la orden del dios dragón. Wis’iw’ig me dijo que vendríais.
-Él... nos espera.-Mirko seguía con los ojos clavados en ella.
-¿Tú también lo notas?- Mornag parecía sorprendida.- No suele estar tan impaciente por nada. En realidad, nunca lo había notado ni lejanamente impaciente por nada.
-¿Le has visto?-Adrash parecía impresionado por lo que, suponía, estaban a punto de ver.
-Sí, hace muchos, muchos años. Él dormía. Realmente, de los últimos sesenta años ha estado durmiendo cincuenta y nueve. Sólo despertó cuando vinieron los orientales, y ahora. Y mi predecesora, que cuando murió había visto más de cien primaveras, jamás llegó a verle despierto. Pero su sueño no es como el nuestro. Él sigue consciente en parte. Su presencia, su pensamiento y su voluntad, si sabes leerlos, y veo que tu amigo sabe, están presentes siempre aquí. Pero cuando despierta, es mucho más fuerte. La vez anterior, hace ya quince años, despertó, y recibió a Saryon, Clover, Willowith, Nada y Beart. Ellos influyeron de tal manera en la guerra que Oriente terminó retirándose. Entonces no estaba tan nervioso como ahora. Está ansioso por veros.
-Yo también deseo verle a él. Sé que tiene mucho que decirme.- La voz de Mirko tomó una calidez y una fuerza que Adrash nunca había percibido antes. Su rostro brillaba, con una expresión viva.-Y sé que es muy importante que las oiga. Para ambos.
-No tengas prisa. Para él, toda la vida de un hombre no es más que un sólo latido de corazón para ti. Vas a hablar con uno de los seres más viejos de este mundo. Es más antiguo que muchos dioses, y, de alguna manera, más poderoso que ellos. Ha visto pasar tantas vidas de hombres ante sus ojos, tantas veces ha visto salir y ponerse el sol, tantos veranos y tantos inviernos sucediéndose unos tras otros, que os volveríais locos si pudieseis llegar a asimilarlo. Sabe que su tiempo ha pasado y no actuará directamente de ningún modo, pero los hombres, en el fondo, le gustan. Le agrada despertarse una o dos veces cada siglo para ver lo que hemos hecho, que ha cambiado sobre la superficie, donde moramos y gobernamos. Incluso, a veces, da sabios consejos, o da pequeños empujones para intentar que la historia vaya lo más cerca posible del lugar que más le place. Esta vez es algo más especial. Lo sé. Él lo siente así. No sé quién o qué eres. No sé quién es tu enemigo, pero hasta él le teme. No por sí mismo, pues hace mucho tiempo que ni la muerte le supone una amenaza, sino por nosotros. Cuando estés ante él debes dejarle hablar. Contesta a sus preguntas, simplemente, y escucha lo que tenga que decirte. Puede llegar a ser críptico, enigmático, pero se hará entender. Hacedme caso, y sed cuidadosos al hacerlo, tiene bastante mal carácter a pesar de todo. Desconozco lo que ocurre, y es probable que jamás llegue a ver la solución a lo que sea que está ocurriendo, pero sé que es importante. Y también sé que, dentro de esa importancia, tú ocupas un papel fundamental.
-¿Yo no le veré?- Adrash parecía contrariado.
-Sí, tú le verás también. Pero a quien quiere ver en realidad es a Mirko. Hay algo muy especial en él, eso puedo verlo con sólo mirarle. Y ese algo especial es muy importante para el dios-dragón. En cuanto a ti, no sé qué es lo que quiere, pero desea verte. Y también sé, con sólo mirarte, que todos los consejos que te dé caerán en saco roto cuando estés ante él, pero eso no hará que se enfade. Él es capaz de ver en el alma de los hombres, y sabe el peso que hay en la tuya, y te respetará por ello. Además, a él le gustan los hombres impulsivos. Sabe que los hombres impulsivos son aquellos capaces de aceptar su propia esencia, su naturaleza, sin enfrentarse a ella. Y eso le gusta. No te preocupes, él es cuidadoso, y si no quisiera que estuvieses ante él, simplemente, no estarías. Ni siquiera sabríais que existe, que es algo más que una leyenda.- La anciana carraspeó, y continuó hablando con su voz dulce, casi hipnótica a la vez que firme.- Debéis pensar el don que él os está brindando. Estaréis ante una de las criaturas vivas más sabias y ancianas sobre la faz de Isvar. Estaréis ante una parte de la historia del mundo, aún viva. Pocos o ninguno tienen su edad y su sabiduría. Muy pocos hombres tendrán jamás el don que él os ofrece ahora. Pero debéis saber que ese don también tiene su contrapartida. Lo queráis o no, vuestro destino estará ligado de alguna manera al motivo por el que desea veros.
-Yo no creo en el destino.-La voz y el rostro de Adrash fueron fríos, dolidos.
-Ni yo. Ni siquiera él. Pero cuando alguien vive tanto tiempo como él, es capaz de ver cosas que se escapan a la vista de un hombre. Creedme, salvo Wis’iw’ig y las madres superioras de su culto, todos los que le han visto en varios miles de años se han visto inmersos en las leyendas y las historias que cuentan los bardos. No sé si es el destino, o que él sólo elige ver a algunos hombres especiales, pero la verdad es ésa. Entendedlo, y cuando estéis ante él, tenedlo en cuenta. Recordad cada una de sus palabras, pero sobre todo buscad lo que hay detrás y entre ellas. Estoy segura de que os serán útiles.
Ambos hombres asintieron ante las palabras de la anciana.
-Y ahora, seguidme. Ya sabéis lo que debéis saber para hablar con él.
Mornag se levantó y caminó hacia el fondo de la habitación. La anciana musitó unas palabras, y la pared del fondo comenzó a desplazarse hacia un lado, emitiendo el sonido de piedra rozando contra piedra. Tras ella pudieron observar un pasillo oscuro que conducía hacia abajo.
-Entrad. Cuando lleguéis a la sala al final del pasillo, esperad allí. Pronto estaréis ante él.
-Mil gracias Mornag.- Mirko hizo una inclinación ante la anciana sacerdotisa.- Te estaré eternamente agradecido por permitirme verle.
-Dáselas a él, Mirko. Es él quien decide a quien ve y a quien no.-La sonrisa de la anciana era especialmente amable.-Ahora, id.
Comenzaron a caminar por el estrecho y oscuro pasillo. La puerta, tras ellos, comenzó a cerrarse de nuevo. Miraron hacia atrás, y vieron la menuda figura de la anciana recortada contra la claridad de la habitación, hasta que desapareció, oculta tras la puerta. Aunque todo debería estar sumido en la más absoluta oscuridad, una tenue y extraña luz provenía de las irregulares paredes, tiñéndolo todo de un brillo fantasmal, que se reflejaba particularmente en los tonos más claros. El pasillo continuaba descendiendo y trazando una leve curva hacia la derecha, hasta que desaparecía de sus vistas. Caminaron durante bastante tiempo en completo silencio, ansiosos por ver lo que les esperaba, siempre descendiendo, y siempre girando hacia la derecha, iluminados con ese leve brillo proveniente de las paredes, hasta que el pasillo terminó en un muro de piedra negra y lisa, casi pulida, que les cerraba completamente el paso.
-¿Y ahora qué?- Adrash miró a su alrededor en busca de alguna pista que le dijese cómo continuar.
-Es sencillo.
Mirko extendió la mano y apoyó la palma en la piedra negra. De pronto, todo se volvió oscuro. Adrash sentía que se movía, que caía, pero no podía ver nada, ni estaba seguro del motivo por el que sentía que se movía. De pronto, la sensación de movimiento se detuvo.
Estaban en medio de un amplio corredor, de paredes de piedra gris y lisa, que terminaba, un buen trecho más adelante, en una estancia mucho más amplia. Todo estaba iluminado, aunque la luz no parecía provenir de ninguna fuente visible.
-Vamos, él está ahí delante.- Mirko comenzó a caminar a grandes zancadas, seguido por Adrash.- Nos espera.
Caminaron por el amplio pasillo hasta que llegaron a la gran estancia. De más de trescientos pasos de largo, y en forma de huso, la cueva tenía un altísimo techo abovedado. En el centro, estaba él.
La descomunal figura del dragón ocupaba casi la mitad de la estancia, a pesar de que su larga cola estaba rodeando su cuerpo. Su piel, aparentemente lisa, era de aspecto metálico, y de color similar al de una espada vieja. Tenía las enormes alas recogidas sobre su cuerpo, y estaba incorporado sobre sus patas traseras. Giró su cabeza y estiró su largo cuello hacia ellos. Su rostro de reptil era, a pesar de todo, sumamente expresivo, como si fuese un rostro humano. Pero lo más impresionante de él era su mirada. Si la mirada de Mornag impresionaba por la serenidad y sabiduría que transmitía, la del gigantesco ser era como miles de veces la de la anciana. Desprendía una sabiduría infinita, y a la vez, una fuerte sensación de profunda y arraigada bondad que le hacía agradable a la vista. A pesar de su tamaño, estar ante la presencia del gran dragón les hacía sentir confianza, nunca temor. El inmenso ser agitó sus alas por un momento, levantando una leve brisa en la estancia, y se acomodó inclinándose hacia delante, apoyando sus patas delanteras en el suelo, de manera que la cabeza quedó a unos noventa pasos de ellos. Les sonreía.
-Ah, Mornag se hace mayor.-La voz de Doh sonó en toda la estancia. Extrañamente, también resonaba en sus mentes. Era profunda y suave, y como todo en él, desprendía calma. Dirigió su mirada a Mirko.- Nunca le dije que asustase a los visitantes. Y menos a alguien tan especial como tú. Creo que no tardará demasiado en dejarme. Es una pena, me había encariñado con ella. ¿Sabéis? Lleva setenta años conmigo, cuidando de mis asuntos mientras yo descanso. La echaré de menos cuando nos deje. Aunque recibirá su premio por su dedicación entonces... Pero se ha hecho mayor, muy mayor. Ella era bella cuando vino a mí. Y ahora, de otra manera, lo sigue siendo. Entonces supe que pasaría largo tiempo conmigo, ganando en sabiduría y en experiencia, y, como es habitual, acerté. -Doh sonrió de nuevo.- Mmmm, sí, Mornag, te echaré de menos y lo sabes... Pero perdonadme, hablo tan poco con humanos que no me acostumbro a vuestro ritmo. Creo que tenemos muchas cosas de las que hablar. ¿Por dónde queréis comenzar?
-Ovatha.-Adrash contestó inmediatamente, sin dejar pasar ni un instante.
-Vaya, parece que los elfos acertaron al ponerte tu apodo. - Las enormes fauces de Doh se abrieron en una sonrisa.-Pero es un buen tema con el que comenzar. Ovatha, extraño ser. Si os contara toda su historia, qué es, de dónde salió, por qué está aquí, estaría hablando más tiempo del que disponéis. Además, eso es sólo pasado. Lo importante es el presente en este caso. Ella es una amenaza que muy pocos han comprendido hasta ahora. Una amenaza tal que hasta los dioses la temen... - La inmensa sonrisa de Doh adquirió un toque irónico.-…o la tememos. Ella podría acabar con todos ellos, y con la libertad de los hombres. Y ella te odia, Mirko, porque eres el único que has sido capaz de huir de sus garras después de haber estado entre ellas. Te odia, y en parte te teme, porque quiso hacer de ti un ser poderoso, su brazo, su fuerza. Ella te forjó como a un arma, y tú escapaste de su cinto. Quizá, algún día, si llegas... o quizá debiera decir llegáis... a comprender lo que sois y a vencer vuestro pasado, y a ser uno solo en lugar de dos, lleguéis a ser de algún modo un peligro para ella, porque el día que esto ocurra, también comprenderéis cómo es, cómo piensa, cuál es su debilidad, pues ha sido parte de vosotros también.- Doh se incorporó sobre sí mismo. Su voz seguía sonando en sus oídos y sus mentes con igual fuerza.- Pero estoy desviándome del tema de nuevo. Ovatha es pensamiento. No tiene forma física porque está hecha de pensamiento puro. Y como tal, su intelecto es descomunal, y su voluntad casi invencible. Ella ha conseguido, a base de engaños y de falsas palabras, que muchos hombres la adoren, como si fuera un dios. En este punto, hay algo que debéis saber, o más bien entender. Los dioses no se hacen a sí mismos. Un dios lo es mientras tiene adoradores. Casi todos los dioses han sido hombres o seres mortales antes de llegar a ser dioses. Y los dioses son tan fuertes como la fe que les profesan. Yo soy, aunque vivo, un dios. Cuando muera, cuando mi forma física deje El Sueño para siempre, la gente que me adora en Flecha Blanca como el dios-dragón, protector de la ciudad, harán de mí un ser inmortal mientras su fe dure. Pues bien, Ovatha ha conseguido que la adoren. Si ya era poderosa antes de eso, ahora lo es mucho más. Ella controla las mentes de algunos de los que la siguen, los más influyentes, para hacer que los demás continúen adorándola. Reparte poder entre sus adoradores para que aquellos que no la adoren identifiquen su fe con el poder. Lo descorazonador del asunto es que esta vez está funcionando. Ha tomado un imperio joven, fuerte y ambicioso, y empezando desde lo más alto, ha conseguido que todos la adoren. No la conocen por el nombre por el que nosotros la conocemos, su verdadero nombre, pues un erudito podría llegar a identificar la verdad. Se hace llamar Yávatar. Según sus adoradores, vigila y protege el imperio, y vela por sus victorias militares. También se encarga de juzgar las almas de los muertos, dándoles lo que merecen según lo hecho en vida. En fin, Ovatha, Yávatar, o como quiera que la llamen, es el dios único en el Imperio de Sanazar, y su religión es oficial y obligatoria. Tiene tanto poder que casi nada en este plano… Ummm… mundo puede enfrentarse a ella, y de entre los dioses pocos o ninguno se atreverán realmente a hacerlo. Si un dios muere en El Sueño con su forma divina, muere completamente. Por ese motivo, ninguno de ellos atacará directamente.
-O sea, que hemos perdido antes de empezar.- Adrash parecía contrariado.
-No todo son malas noticias. Ella tiene debilidades. Otras veces lo intentó y siempre fracasó. Simplemente, esta vez será más difícil, porque todo parece ir según sus planes. Ella tiene mucho poder, pero también necesita invertir mucho de ese poder para mantener el control. Tiene a muchos seres dominados, como te tenía a ti, Mirko. Y eso es caro. Para disminuir el poder que utiliza, es probable que mantenga cierta jerarquía entre aquéllos a los que controla. Controla una mente, especialmente fuerte, y utiliza la fuerza de esa mente, unida a parte de su poder, para controlar a otras. De esta manera puede mantener el control. Pero esto tiene un fallo. Si uno de sus pilares muere o cae inconsciente, los que están bajo él se liberan, al menos durante un tiempo. Lo que ya no sé es quiénes son esos pilares en los que basa su poder. Pero si los encontráis, podríais debilitarla.
-No parece muy esperanzador.
-No te equivoques, una pequeña grieta puede ser el principio del fin de una montaña, o incluso de una cordillera. Otros que quisieron ser poderosos cayeron antes que ella por mucho menos. En realidad, tengo mi propia teoría en ese sentido. Efectos encadenados. La casualidad más absurda puede hacer que el ser más poderoso fracase. Muchas veces pienso que hay alguien detrás, que mueve los hilos y provoca esas casualidades. Sé que no es un dios y sé que no es un ser vivo. Quizá sea algo, una fuerza superior incluso a los dioses, pero... eso no son más que elucubraciones. Tened fe, y quizá venzáis. La victoria puede llegar de la manera más retorcida e insospechada. Pero... hay algo más que debéis saber. Ella utiliza de otras formas su fuerza. Es capaz de crear ciertos seres. Los lezzars son una de las razas que ha estado utilizando. Los que atacaron Vallefértil eran esos seres. Quién sabe cuántas ciudades más caerán del mismo modo. Ella quiere Isvar, y va a hacer todo lo que haga falta para conseguirlo.
-¿Entonces lo de Vallefértil es cierto?
-Creo que sí. Wis’iw’ig ha ido a comprobarlo, con los rumores que llegan no se puede estar seguro de nada. Pero... ¿No lo notasteis? -Mirko y Adrash asintieron.- Estaba en todas partes. En el aire, en el corazón de los animales, en la lluvia, en la tierra... en todo Isvar. Hay algo extraño en esta tierra, algo que lo une todo. He visto tierras muy lejanas, he vivido largo tiempo en ellas, y en ningún otro lugar pude ver algo así. Es como si en la península la tierra sintiese, como si estuviese más viva. No sólo viva en el sentido en que lo pueden decir los elfos, viva en un sentido más puro, más completo. Es algo muy especial. Y vosotros, hombres, y hasta yo, que nací en esta tierra en un tiempo tan lejano que casi ninguna criatura viva puede recordarlo, podemos percibirlo. Nadie en esta tierra pudo dejar de notarlo. Quizá Adrash lo notó menos, pues él no nació aquí, pero estaba en todas partes. Un peso en los corazones. Congoja. Sufrimiento ajeno repartido en miles de corazones. Hacía mucho, mucho tiempo, en las guerras de Utgark, antes del Aislamiento, que no sentía algo así. Pero... como es habitual me estoy apartando de lo importante, de lo que necesitáis oír.
-¿Qué…? ¿Qué soy yo?- A pesar de que titubeaba, Adrash nunca había visto a Mirko con tanta energía, tanta fuerza.- ¿Qué me ha hecho ella?
-Sí, ese punto también es importante.-El enorme dragón se acomodó de nuevo, enroscando y desenroscando su cola alrededor de su cuerpo y sus patas.- Quizá sea el motivo por el que realmente estáis aquí, si es que existe alguno. Tú. ¿Se ha manifestado ya? Es muy joven...
-Sí. Ella me habló y él también. Él me dio fuerza cuando flaqueaba. Me dijo que me ayudaría, pero que le costaba mantenerse consciente.
-Mmmm sí... él aún es muy joven, pero en tu cuerpo crecerá rápido. Es necesario que estés listo cuando él se haga lo suficientemente fuerte. Debéis uniros, ser uno. Tu mente, tu voluntad y su poder. Si os enfrentáis y uno de los dos vence, os destruiréis.
-Pero... ¿Qué es el? ¿Por qué... por qué lo hizo ella?
-Será mejor que comencemos por el principio. Una buena casa no se empieza por el tejado... Vamos a ver. No es la primera vez que veo a alguien como tú. Ovatha, con ese nombre u otro, ha estado apareciendo a lo largo de los siglos. Siempre que ha aparecido ha producido grandes desastres. Ha provocado de una manera o de otra el nacimiento y el declive de imperios, y ha hecho muchos, muchos experimentos. Algunas razas de hombres reptil, por ejemplo, son obra de ella. Adrash conocerá a los andracs. Ahora están extendidos por el mundo, son una raza como cualquier otra, incluso han llegado a oriente. En una de sus apariciones, ella los creó. Siempre ha tenido fijación con los dragones. Antes de ti lo hizo con otros. Ella siempre mmm… nos ha admirado. Seres físicamente poderosos, con capacidades innatas para la magia. Pero inmunes a su poder. Por nuestra propia naturaleza, es prácticamente imposible que ella controle a alguno de nosotros, exceptuando crías muy jóvenes. En fin, utilizando su enorme poder, ha intentado muchas veces atar un dragón a un cuerpo de hombre. De esa manera sí puede dominar sus dos mentes, y controlar el poder del dragón. Con los dragones malignos normalmente ha funcionado. Disfrutan aliándose con ella y venciendo la voluntad del hombre, haciéndolo desaparecer. Varios de sus generales en antiguas guerras eran seres como tú, pero esta vez quiso dar un paso más. Los dragones metálicos, aunque mucho menores en número, somos más poderosos. Esta vez lo intentó con uno. -Mirko miraba al enorme dragón, negándose a creer lo que estaba oyendo, a pesar de que sabía que era cierto.- En una ocasión, Ovatha fue vencida y se vio obligada a abandonar esas creaciones. Algunos de mi raza y yo capturamos a aquellos seres y examinamos el resultado, lo que ocurría cuando ella los abandonaba. Luchaban. En dos de los casos venció el dragón. Los cuerpos se deterioraron y quedaron destrozados a los pocos años. Demasiado poder para estar en un cuerpo humano. En otro caso venció el hombre. La presencia del dragón acabó volviéndolo loco. Un día lo encontramos muerto. Se había suicidado. El último... Era alguien muy especial, con una voluntad de hierro, y un cuerpo especialmente fuerte. Y el dragón era un dragón de las sombras. Aunque muchos son malvados, la mayoría tienden a cuidar de sus propios intereses molestando lo menos posible, y evitando hacerse con demasiados enemigos. Se alió con el dragón. Se hizo uno con él. Simplemente, dejaron de luchar, y decidieron convivir. Él huyó. Consiguió escapar de nosotros, y a pesar de nuestros grandes esfuerzos, no conseguimos encontrarle. No sé qué fue de él, pero sé que, a partir del momento en el que se hizo uno con el dragón, consiguió engañarnos, ocultarnos su mente, haciéndonos creer que no ocurría nada especial. Escapó, y no he vuelto a saber nada de él. Estoy seguro de que está muerto, no es posible que un cuerpo de hombre pueda aguantar tanto tiempo vivo, salvo que esté mantenido por un poder enorme. Desconozco si pudo tener hijos, o si realmente sobrevivió mucho tiempo. Si él o alguno de su estirpe sigue vivo, podría ser de una ayuda enorme para ti. Si aceptan ayudarte.
-¿Debo buscarles entonces?
-Yo no puedo ayudarte a decidir eso, Mirko. Ésa es tu decisión. Yo sólo puedo informarte.
-¿No se supone que eres un dios? ¿No se supone que deberías saberlo todo?- Adrash parecía contener un profundo enfado. Hablaba en voz bastante baja, casi en susurros.- Nos das palabras y palabras pero ninguna solución.
-No Adrash, no lo sé todo. Al contrario, conozco poco más que lo que mis sentidos me permiten percibir. También sé cómo se sienten aquellos que me adoran con verdadera fe. Y lo que me cuentan algunos amigos, que me visitan o hablan telepáticamente conmigo durante años. Pero utilizo mis recuerdos. Todo lo que puedo. Y créeme, eso, en alguien tan... antiguo como yo, te hace ver el tiempo de otro modo. Pautas. Existen pautas en casi todo. En el comportamiento de los hombres, los animales, la naturaleza, las sociedades. Pautas que se acaban repitiendo una y otra vez, muy profundas, enterradas bajo tal cantidad de detalles que un solo hombre no puede llegar a verlas en el tiempo que dura su vida. A través de esas pautas es como puedes llegar a saber cosas que a simple vista nadie podría averiguar, o a ver el tiempo de otra manera. Ése, realmente, es todo mi poder. Al menos, el que estoy dispuesto a usar.
-¿Pero no la temes? ¿No piensas que es tu enemiga?-Adrash parecía más calmado ahora.- ¿No vas a hacer nada?
-Repito mi enhorabuena a los elfos que te dieron nombre en su idioma. -Doh parecía entretenido, sonriendo con una expresión extraña, como quien enseña a un niño a contar.-No puedo hacer nada. Mi tiempo ha pasado. Yo ahora soy un espectador que no debe intervenir. No tienes ni idea de los poderes que podría despertar si se me ocurriese utilizar el mío en contra de Ovatha. No, el tiempo de los dragones pasó hace mucho, muchísimo tiempo. Te aseguro que no te gustaría ver una de nuestras guerras, ni siquiera una batalla entre otro de mi edad y yo. No cometeré esa locura de ninguna manera. Te podría hablar del Gran Convenio, pero para contarte todo lo que lo provocó, y todo su contenido, tendrías que disponer de varias vidas. En fin, que estoy haciendo todo lo que creo que debo hacer. Y sobre si la temo o no la temo, es algo difícil de explicar. Yo estoy mas allá de su poder, pero muchas cosas que quiero, que hacen que este mundo todavía tenga sentido para mí, no lo están. No temo por mí, temo por algunas de las pocas cosas que todavía me unen a este lugar. Por eso os ayudo.
Doh parecía estremecerse mientras decía estas palabras. Aunque no había abandonado el tono condescendiente que había estado empleando, su expresivo rostro se tornó algo más serio. Adrash se calmó completamente y volvió a adoptar su sonrisa cínica.
-Creo que ya os he contado lo que Mirko necesitaba saber. Para ti, Adrash, sólo tengo un consejo. Mantente vivo. Algo me dice que tu don, tarde o temprano será necesario.
-¿Mi don? ¿Qué don?
-Sí, Adrash Ala de Fuego.- Doh sonreía de nuevo- Los dioses te han dado un don, aunque tú no lo sepas. Realmente sabes cual es, pero no piensas que sea tal cosa, o quizá sea una casualidad que tú estés aquí. Eso no es importante. Lo importante es que ese don, o esa casualidad, es posible que nos sean muy útiles en algún momento.
-Cada vez entiendo menos de esta maldita....
-En fin, ahora, si me perdonáis... Necesito descansar un poco. Es agotador hablar con los humanos, con vuestra lengua tan pobre y vuestras expresiones tan... ¿intensas? Sí, intensa es una buena palabra. Buscad a Saryon en Fortaleza, no creo que esté en Vallefértil. Y si está allí, estará muerto...
Por unos segundos todo se volvió oscuro a su alrededor. Cuando la luz volvió, estaban ante la enorme estatua del templo, a la misma distancia de ella de lo que habían estado del verdadero dragón. Oyeron la voz de la anciana Mornag tras ellos.
-Espero que os haya sido útil verle. Sois los primeros en hablar directamente con él en los últimos quince años...

Escrito por Cronos el miércoles, 27 de enero de 2010

El Valle Amargo.
Estaba demasiado oscuro. Allí, abajo, tendría que estar Vallefértil, sin embargo, no podía ver las luces de las casas y del puerto, sólo oscuridad. No podía estar perdida. Había estado allí antes y recordaba perfectamente el camino. Algo había ocurrido.
Vanya comenzó a bajar hacia el valle, procurando evitar los caminos y con el oído atento a cualquier sonido extraño, para no ser descubierta. Si Vallefértil había sido atacada, era probable que estuviese en peligro. Bajó la ladera de la colina, atravesando sembrados y pequeños grupos de árboles, siempre alerta, pero no oyó ningún ruido. Al contrario, la falta total de sonidos era lo que más nerviosa le ponía. Los perros de las granjas tendrían que haber olido a su caballo ya y no habían comenzado ladrar. Ni siquiera el ulular de las aves nocturnas. Nada. Todo señalaba a que algo había ocurrido, aunque no podía ver nada que le dijese lo contrario. Sus ojos de elfa le permitían ver hasta cierta distancia, pero aquella noche era especialmente oscura. Decidió atar el caballo a un árbol, y tras recordar bien su posición por si necesitaba encontrarlo con prisa, comenzó a avanzar, con su espada desenvainada, y procurando no ser oída, hacia la granja más cercana.
La única diferencia que notó al acercarse a la pequeña casa de madera fue el olor. Era inconfundible, el olor de la muerte, cadáveres en descomposición. No demasiado fuerte, pero lo suficiente como para notarlo. El silencio seguía reinando a su alrededor. Se acercó a la entrada de la casa, agazapada entre las sombras, procurando avanzar cubierta por el pequeño seto que flanqueaba el camino que llevaba a la entrada. Levantó la cabeza para echar un vistazo y el espectáculo que vio fue horripilante. En el pequeño jardín estaban esparcidos los restos de dos, quizá tres personas. De ellos quedaban poco más que los huesos, distribuidos caóticamente por el jardín como si hubiesen sido devorados por una jauría de animales salvajes. También había restos de sus ropas y pequeños trozos de carne y tendones por el suelo. Algunas moscas terminaban el trabajo de quien había realizado tal barbarie. Fuese lo que fuese lo que había hecho eso, ya no estaba allí.
Se acercó arrastrándose al estrecho camino de tierra para examinar las huellas. Había muchas marcadas en el camino, y su origen era indudable. Lezzars. Había señales de sus colas por todas partes. Nunca había visto un comportamiento tan voraz en aquellas criaturas. Ni había oído hablar de otras criaturas similares en la zona. Aquello era muy extraño. Deseó que el ataque hubiese sido sólo contra la granja, pero eso no podía explicar la oscuridad en toda la ciudad. Si temiesen un ataque no se habrían limitado a cerrar las ventanas y ocultar la luz, sino que hubiesen puesto patrullas, que serían visibles desde la distancia. Empezaba a temer lo peor.
En la parte de atrás de la granja encontró un paisaje similar. Al menos otras dos personas y varias reses habían sido devoradas allí. No sabía qué demonios estaba ocurriendo, pero estaba asustada.
En el camino a la ciudad, que siguió a cierta distancia por un lateral, la visión era igual de desoladora. Aquí y allá, los huesos de hombres, caballos o vacas yacían despedazados, devorados completamente, esparcidos por varios metros. Las huellas de los lezzars estaban en todas partes. Vio varios carros cuyos pasajeros habían sufrido la misma suerte que los animales que tiraban de ellos. Aquel ataque tenía que haber sido llevado a cabo por cientos, incluso miles de lagartos, pero parecía que no había ni uno de ellos por allí.
Sin dejar de tomar precauciones, pero sin pararse más a examinar los restos que había en el camino, cada vez más abundantes, continuó hacia la ciudad. Tenía mucho tiempo, pero avanzaba muy lentamente, temerosa de ser descubierta, y quería llegar a la ciudad antes de que amaneciera. Cuando se adentró entre las primeras casas de la ciudad, que estaban en el exterior de las murallas, la visión no cambió. Había decenas de cadáveres, esparcidos por todas partes, a la entrada de las casas, en medio de las calles. Procuró no pensar en lo que estaba viendo, separar su pensamiento de la horrible muerte que había recibido aquella pobre gente. Tenía que apartar aquello de su mente o podría cometer un error que le hiciese acabar como aquellos hombres. No había visto ni un solo cadáver de lezzar, y dudaba que aquella gente hubiese entregado su vida sin al menos intentar salvar la de sus allegados. Las preguntas se acumulaban en su mente. ¿Dónde estaba Saryon? ¿Dónde estaban sus hombres?, ¿y la guarnición de la ciudad? Ni una sola arma ni armadura. Por el suelo había ropas hechas jirones, herramientas de artesanos o labradores, pero ni un arma ni una armadura. No hubo lucha ¿Por qué?
Se dirigió hacia la plaza central, ávida de respuestas. Quizá el ataque había sido por sorpresa y la única defensa se había hecho allí. Allí estaba el cuartel-monasterio de La Orden de Isvar. Cuando llegó a la plaza estaba comenzando a clarear, y podía ver más lejos. Su barrera emocional, ya bastante agrietada, comenzó a resquebrajarse ante la esperpéntica visión que tenía ante sus ojos, hasta que se derrumbó completamente. Era horrible. Cientos, incluso miles de personas habían muerto allí. Había algunos hombres armados, pero ni rastro de Saryon ni de los hombres de La Orden. También había varios esqueletos y unos cuantos pellejos de lagartos, completamente despojados de su carne, esparcidos por el suelo. Cientos de personas sencillas habían perecido allí, para ser después devorados. Olvidó las precauciones. Las lágrimas caían por su rostro, sin que nada pudiese contenerlas ya. Avanzó hasta el centro de la plaza, donde se amontonaban más huesos que en ningún sitio. Estaba rodeada de muerte, mirase a donde mirase era lo único que podía observar. Muerte, destrucción, desolación. Y lo único que se podía preguntar era el porqué de todo aquello, quién había llevado a cabo tal barbarie. Continuó caminando, mirando a su alrededor, absorbiendo cada detalle de lo que la rodeaba, pensando en las vidas de aquellas gentes, segadas sin sentido. Por momentos deseó haber estado allí durante el ataque, ayudando a esta gente a defenderse, luchando y muriendo a su lado. ¿Dónde se había metido Saryon? ¿Por qué no estaba allí? ¿Por qué nadie había ayudado a esa gente?
Desconsolada, desesperada, caminó durante horas por las calles sin tomar ningún tipo de precaución, arrastrando su espada, mirando a todas partes y a ninguna, buscando algo que le dijese por qué no se habían defendido de ese ataque, entrando en cada casa en busca de los restos de alguno de los hombres de Saryon, sin poder creer que nadie había defendido a aquella pobre gente, sin que las lágrimas dejaran de caer por sus mejillas…

No encontró nada.

Escrito por Cronos el miércoles, 20 de enero de 2010

El refugio.
-¡Pues claro que era un dragón!- El miuven hablaba con Nird, un grumete que llevaba poco tiempo en el barco.- No sé ni cómo puedes dudarlo.
El chico pelirrojo le miraba dudando si creer lo que decía y sin poder evitar el mirar de reojo a Kurt e Ika, que estaban, como siempre, junto al capitán, sobre el castillo de popa. A pesar de que debía tener la mitad de la edad del miuven, aquel chico era dos palmos más alto que Benybeck, por quien parecía sentir verdadera devoción. De vez en cuando se limpiaba los mocos con las mangas de su raído jubón, que alguna vez había sido blanco, y alguna vez había sido hecho a su medida, al igual que sus pantalones, que dejaban ver sus tobillos y parte de sus pantorrillas.
-Deja de engañar al chico, maldito enano.-Lamar escuchaba la conversación a poca distancia.- Vas a acabar consiguiendo que te crea.
-¡Digo la verdad!- El miuven parecía realmente escandalizado.- Aquellos rugidos sólo podían ser de un dragón, ¡una persona no puede hacer ese ruido!
-Si hubieras dormido alguna vez en el mismo cuarto que Kurt no opinarías lo mismo, canijo.
-Lamar... entonces... ¿Kurt no es un dragón?- El chico parecía decepcionado.
-Si Kurt es un dragón, yo soy un hipopótamo.
El miuven no pudo evitar reírse a carcajadas, mientras miraba al orondo cocinero.
-¡No le encuentro la gracia!- Lamar miraba furioso al miuven.
-¿Qué es un hipopótamo?-Nird parecía cada vez más confuso. Mientras, el miuven lloraba con la risa.
-¡No tiene ninguna gracia! ¡O dejas de reírte o te colgaré por esas estúpidas coletas del palo mayor, maldito canijo enclenque!
El miuven, con los ojos enrojecidos, logró acallar la carcajada.
-Vale, vale, Lamar. No hace falta que te enfades... ¿Falta mucho?
-¿Para qué?
-Pues para llegar al sitio a donde vayamos. Empiezo a aburrirme de este barco...
-No lo sé, la verdad. Sólo el capitán conoce el lugar al que vamos. De todas maneras deberíamos estar a punto de llegar, sea donde sea.
-¡Mirad!- Nird señalaba hacia el este, en la dirección en la que avanzaba el barco- ¡Gaviotas! ¡Eso significa que hay tierra cerca!
-Bien... me imagino que eso también significará que estamos a punto de llegar... A ver si así el maldito canijo se empieza a tranquilizar, últimamente está insoportable...
-¿Y no será que tú estás muy susceptible?- El miuven volvía a tener su sonrisa pícara dibujada en la cara- ¿O será que ya has acabado la comida fresca y te cambia el humor?
Lamar se dio la vuelta y se fue sin responder.
El islote, al principio, parecía una roca que asomaba entre las aguas, lejos en el horizonte. Sin embargo, al irse aproximando se podía ver que no era una simple roca, sino una isla, aunque no demasiado grande. Cientos, o quizá miles de aves se acumulaban en los barrancos que componían su costa. En la parte superior asomaba algo de vegetación, poco más que hierba y algunos arbustos.
Cuando se hubieron aproximado a los acantilados hasta estar a poco más de unas doscientas brazas, recogieron velas y redujeron su velocidad. Una nube de aves marinas rodeaba los costados de la isla, que el Intrépido comenzó a rodear lentamente. Varias gaviotas se acercaron a curiosear alrededor del barco.
Nird le pegó un codazo al miuven.
-Mira.- Parecía realmente asustado.- El capitán ha tomado el timón.
-Pero eso no es el trabajo del capitán, ¿no?
-Me imagino que será muy peligroso saber entrar en... a donde vayamos, el puerto. ¡Ven!
Nird fue corriendo a proa, seguido por Benybeck. Ambos se asomaron a los lados del mascarón de proa.
-¿Ves? El fondo se podía ver entre las transparentes aguas, alumbrado por la luz del sol.- Es muy peligroso entrar aquí.
Fueron moviéndose en círculo, cerca de la costa del islote. En la cara este de la isla había una enorme cueva, con la entrada de unos doscientos pasos de lado y algo más de la mitad de alto. A su alrededor y en su interior pululaban una gran cantidad de aves. El paisaje era realmente bello.
Lentamente, el Intrépido fue acercándose a la enorme cueva. En su interior, que ocupaba casi la mitad de la isla, había lo que parecía un puerto natural. En la bóveda de piedra oscura, en un lateral, había una gran plataforma, sobre la que se movían un buen numero de hombres. Cercanos a ella había seis barcos más, de diversas facturas y aspectos, sobre los que trabajaban varios grupos de marineros. En el fondo de la cueva, unas escaleras de dos metros de ancho, que llegaban al techo y desaparecían allí, eran transitadas por más hombres de mar. Aquella cueva, sin duda de origen natural, era un refugio perfecto para las intenciones de los piratas.
Una vez el Intrépido, el más grande de todos los barcos que estaban en el interior de la cueva, estuvo amarrado a la plataforma, el capitán comenzó a dar ordenes a sus hombres. Él, Ika, Kurt, Jack el posadero y diez hombres más iban a bajar a la isla. Los demás se quedarían a reparar los pequeños e inevitables desperfectos del barco hasta recibir órdenes.
La oscura plataforma de piedra era resbaladiza, y estaba cubierta por moho, aunque era lo suficientemente plana para deducir que había sido tallada por hombres. Marineros de los más diversos aspectos pasaban de un lado a otro. Uno de los hombres del capitán le iba diciendo al miuven a qué barco pertenecía cada uno, además de señalarle que barco era cada cual. Los que más llamaban la atención eran los marineros del capitán Lang. Llevaban extrañas armaduras de bambú, de aspecto oriental, y casi todos ellos tenían los ojos rasgados y piel amarillenta. El joven y fornido marinero le explicó al miuven que Lang era un renegado de Oriente, que se había separado de los invasores años antes porque no estaban de acuerdo con su manera de luchar cuando intentaban conquistar algún lejano lugar, en el sur.
Empezaban a subir por las resbaladizas escaleras cuando, a unos metros de la angosta salida, comenzaron a oír a gente vocear, como si se hubiese formado un tumulto. A la salida de la escalinata había una pequeña hondonada que hacía casi imposible que se vieran desde el mar las pequeñas casetas edificadas sobre ella. En el centro de la explanada, de no más de doscientos pasos de diámetro, había un grupo de unos cuarenta hombres, formando un tumulto. La mitad de aquellos hombres eran del barco de Lang. La otra mitad eran del Señor de las Tormentas, el barco del capitán Bidhanck. Parecía que estaba a punto de comenzar una pelea. El capitán Hoja Afilada caminó con paso firme y gesto contrariado hacia el grupo de hombres.
-¡Qué demonios creéis que vais a hacer!- El grito del capitán sonó por encima de las voces de todos los hombres, que giraron su vista al unísono hacia él- Juro que aquél que se atreva a comenzar una pelea acabará colgando del palo mayor de su barco.
Ika y Kurt se situaron a sus lados, reforzando sus palabras.
-¡Son unos traidores, han entregado a Jacob!
-Si un hombre es capaz de acusarnos de eso, debe ser capaz de defender sus palabras con su vida.
-Nadie va a luchar aquí. ¿Lo habéis entendido? Aquí se aplican las Leyes del Mar, y si tenéis algún problema lo resolveréis en el mar. El que luche con otro tripulante aquí responderá ante todos. Y no quiero oír nada más.
El marinero del Señor de las Tormentas que se había adelantado para hablar sonreía satisfecho, mientras que el oriental continuaba mirando con gesto de desprecio hacia él.
-Y vosotros, más os vale que mantengáis cerradas vuestras estúpidas bocazas. Si vuestro capitán tiene alguna acusación la hará ante los demás capitanes. Lo sabéis perfectamente. Corren tiempos difíciles para todos y vuestras estupideces no ayudan en nada. Si continuáis con vuestros rumores, seré yo quien acuse a vuestra nave de no respetar las leyes.
Ahora los dos marineros estaban serios, y todos miraban hacia el capitán con cierto aire de culpabilidad.
-¿Lo habéis entendido? La próxima vez no os lo diré con palabras, os lo juro.
Todos los marineros permanecieron en silencio y comenzaron a disgregarse. El capitán del Intrépido hizo un gesto a sus hombres y caminaron hacia una de las chozas, la más grande de todas, cuyo cartel anunciaba ‘La taberna de Jack.’ El capitán no pudo menos que sonreír al viejo posadero que venía con ellos.
La taberna parecía extrañamente limpia para lo que era habitual en un local de marineros. Había una barra con varias estanterías con botellas de todo tipo, y en el fondo había un grupo de mesas, sobre las que se acumulaban unos cuantos hombres. Tras las mesas había otro cuarto, que parecía un reservado.
Jack pasó inmediatamente a detrás de la barra. Sonreía, y sus ojos estaban enrojecidos con la emoción.
-Esos bribones. Han dejado todo tal y como lo tenía en Ciudad de los Vientos.
-Si no sabías quiénes son tus amigos, creo que ahora lo tendrás un poco más claro.
-Lo tenía ya muy claro, maldito bastardo. ¿Queréis beber algo?
-Pon a mis hombres lo que quieran. Yo tomaré una copa de ese licor...-Jack asintió.- con los demás capitanes Y lo que pidan Ika, Kurt y Benybeck también se lo sirves dentro. Quiero que me acompañen.
Benybeck sonrió, alegre de que le tuvieran en cuenta, mientras Kurt miraba al capitán con gesto incrédulo.
Eidon fue el primero en entrar en la sala. Una gran mesa de buena madera y forma ovalada ocupaba buena parte de la habitación. A su alrededor, sobre amplias y cómodas sillas había tres hombres y una mujer. Tras cada uno de ellos había dos hombres armados y silenciosos, que escuchaban la conversación. Quedaban dos sillas libres, una en cada cabecera de la mesa.
La mujer fue la primera en levantarse. Bastante alta para ser una mujer, sus rasgos eran claramente élficos. Su pelo era negro y liso, y le caía hasta la mitad de la espalda, con dos mechones a los lados de su cara. Extrañamente dulce, su rostro de piel clara y rasgos marcados tenía a la vez una mirada serena, de ojos almendrados y del color del mar. Su sonrisa, amplia y sincera pero con un deje de picardía, acababa de adornar el bello rostro de la mujer. Vestía una holgada blusa blanca, que dejaba notar su cuerpo, de formas discretas pero bellas. Cubrían sus piernas unos finos y negros pantalones ajustados de tela, y unas botas que alcanzaban hasta la rodilla. A su diestra, apoyada en la mesa, había una fina espada de factura élfica, con la empuñadura bellamente decorada. La mujer descansaba, recostada en el asiento y con las piernas cruzadas.
-¡Capitán Hoja afilada!-La mujer sonrió- Siempre es un placer veros.
La mujer, sentada de espaldas a la puerta, tendió su mano derecha hacia el capitán del Intrépido.
-Soy yo el complacido, mi dama.- El capitán besó su mano.- La más bella capitana del más bello de los barcos que surca estos mares, La Dama de Plata.
-Si ser bello le hiciese ir más deprisa tendría además el mejor barco.- El hombre que estaba sentado frente a la puerta, de pelo castaño y rizado, se dirigió a ellos. Llevaba un pañuelo rojo atado alrededor de su frente, y una perilla adornaba su ancha barbilla. Sus ojos castaños y salvajes estaban enmarcados por unas cejas pobladas y anchas. Sonreía con gesto cínico.
-Para tener el barco más rápido tendrías que ser el capitán del Intrépido y no del cascarón al que llamas Señor de las Tormentas, Bidhanck.- El extraño hombre entrado en años, con la cabeza completamente afeitada, piel amarillenta y ojos rasgados estaba sentado a la derecha de La Dama, y vestía una de esas extrañas armaduras de bambú que acostumbraban a usar los orientales. Hablaba con un acento extraño, casi neutro.-Y para tener al mejor armado deberías ser capitán del Cisne del Amanecer.
-Echaba de menos tu sinceridad, Lang. Pero los dos deberíais tener más cuidado con vuestros hombres. Parece que no saben que aquí imperan nuestras leyes.
-¿Ha ocurrido algo?- Lang parecía profundamente afectado por lo que le decían.
-He tenido que detener una pelea. Tus hombres, Bidhanck, acusaban a los de Lang de haber traicionado a Jacob. ¿Igram, sabes algo? No he visto su barco.
-Jacob y Xiara tenían un… trabajito especial. No sé que era, pero me preocupa, Jacob es de los que arriesga, y tal y como están las cosas no es tiempo de arriesgar.- Aquel hombre era orondo, de pelo negro ensortijado y ojos pequeños. Lucía una poblada barba que ocultaba sus rasgos, y vestía ropas opulentas, incluso recargadas, de color oscuro. Su voz era profunda, pero muy sonora.- Temo que le ocurriese algo.
-Yo me separé de ellos hace dos días.- Lang seguía hablando con ese extraño tono neutro, sin enfatizar jamás una palabra.- Es por eso por lo que los hombres del Señor de las Tormentas dicen que los traicioné. Piensan que los entregué al Imperio.
-Sabes que jamás pensaría eso de ti, Lang. Esos son los últimos que recluté.- Bidhanck parecía contrariado por las acciones de sus hombres.- Les enseñaré con quién no deben meterse.
-No te preocupes, Bidhanck. Estoy acostumbrado a esto.
-Igram, ¿nadie ha avistado a ninguno de los dos?
-Nadie, Eidon.
Eidon se sentó en una de las sillas libres, Ika y Kurt enseguida se pusieron tras él. El miuven se quedó cerca de la puerta.
-Me dio algo para ti, Eidon. Creo que no las tenía todas consigo.- Lang le cedió un pedazo de tela doblada, con un anillo sobre ella.
-Lang, eso da mala suerte. Él está vivo y vendrá, estoy seguro.- Igram, el orondo y barbudo capitán, parecía aterrado.
-Sólo son nuestra bandera y nuestro anillo. Lo que identifica al líder. Y Jacob dejó claro que después de él vendría Eidon.- La Dama mostró cierta tristeza al pronunciar estas palabras.- No hay mala suerte, sino la intención de Jacob de hacer algo que sé que iba a hacer de todas maneras. Aunque Jacob vuelva, Eidon llevará la bandera. La última vez que hablé con él me dijo que estaba cansado y que estaba pensando en dejarle el barco a su contramaestre. Lo de la bandera no quiere decir más que lo que queramos interpretar.
-Quizás tengas razón, pero, ¿qué haremos mientras?, ¿limitarnos a esperar a que aparezcan?- Bidhanck parecía impaciente.
-La paciencia es una gran virtud, al menos entre mi gente, Bidhanck.
-Bien hablado, Lang. Esperaremos. Es lo único que podemos hacer, al menos por un par de días.- Eidon se recostó en su silla- Deberíamos de mantener informadas, o al menos advertidas, a las tripulaciones. Deben entender que estamos todos juntos.
-No habrá problemas con mis hombres, Eidon. Y estoy seguro de que con los de Lang tampoco.- Bidhanck continuaba con un aire serio, incluso culpable, que parecía extraño en él.
-Tranquilo Bidhanck, es una simple precaución y va por todos los hombres, incluidos los míos.
La conversación se alargó durante varias horas. Los cinco capitanes contaron sus últimas andanzas, incluyendo fanfarronadas y exageraciones, y varias interrupciones de Benybeck pidiendo más datos, por si alguien hubiese visto algo que realmente mereciese la pena.

Escrito por Cronos el miércoles, 20 de enero de 2010

El llanto de Isvar.
Aquella noche Isvar lloró. La tierra, los bosques, los animales, las gentes, todos lloraron por las almas, por el dolor, por la barbarie. Un mar de lágrimas se vertió en la hermosa tierra en memoria de aquéllos que le habían sido robados, de aquéllos que se habían ido para no volver más, víctimas de la más cruel de las matanzas. Hombres y mujeres, todos sucumbieron por igual bajo el yugo de la gran mentira, de aquélla cuyo nombre nadie conocía, de aquélla que había sido destinada a acabar con toda libertad en el mundo. El cielo vertió millones de lágrimas durante horas para recordar a los asesinados, el mar elevó su rugido para acallar los gritos de los condenados, la tierra tembló con la furia, y los corazones se encogieron ante la ceguera de su desconocido enemigo. Nunca tantas almas habían llorado su tristeza en la historia de Isvar. Nunca tantas lágrimas habían sido vertidas para lamentar una injusticia. Nunca tanto dolor fue conocido. La caída de Vallefértil sería para siempre recordada. La muerte sembró la próspera tierra, el caos y la destrucción invadieron y aniquilaron la paz y la armonía de aquellas gentes. Isvar lloró por ello.
Vallefértil, la tierra más rica de toda Isvar, una de las luces del mundo, nunca más sería habitada. Vallefértil, la hermosa tierra sería a partir de ese momento un recuerdo de la barbarie y la crueldad que habitan en el mundo. Vallefértil nunca jamás volvería a ser conocida por ese nombre. El Valle Amargo nunca volvería a ser habitado por los hombres, pues su tierra se había marchitado para siempre.
Aquella noche nadie durmió tranquilo en Isvar. Los niños lloraron acongojados. Los lobos aullaron durante toda la noche. Los hombres y las mujeres sintieron un enorme peso en su corazón.
Aquella noche, Isvar lloró.

Escrito por Cronos el jueves, 7 de enero de 2010

Flecha Blanca.
Según les había contado Saryon, a pesar de su situación geográfica, Flecha Blanca había sido en tiempos una de las ciudades más importantes de la península. Allí, siglos atrás, estaba la capital del que había sido el reino de Isvar. La palabra reino no era la mejor descripción para lo que aquel pequeño y dividido estado era, pero había sido el único momento en la historia conocida de la península en el que un pequeño nexo de unión entre las ciudades estado había aparecido. La figura del Rey, con su corte en Flecha Blanca, la ciudad del desierto, había subsistido durante muchos años y varias generaciones, pero la realidad había tenido muy poco que ver con la teoría. Los monarcas nunca habían tenido poder real, y los caballeros de Isvar habían sido únicamente el Ejército de Flecha Blanca hasta que el último Rey murió. Después de aquello los caballeros habían decaído, hasta que, durante la guerra contra Oriente, el último de sus monasterios había sido arrasado por las tropas enemigas. Ahora solamente Saryon mantenía la enseña de los caballeros, e intentaba crear de nuevo una orden que parecía condenada por el destino.

Flecha Blanca estaba en medio de un pequeño desierto situado en el sudeste de Isvar. El origen de su nombre estaba relacionado con la forma de la ciudad, triangular, y con el color blanco de la inmensa mayoría de sus casas, que hacía que el enclave pareciese la punta de una flecha de color blanco vista desde la distancia. Estaba situada sobre una pequeña elevación en medio del desierto, y podía verse en medio de la gran planicie cubierta de dunas cuando el viento no lo impedía.

El viaje había durado cuatro días, y Mirko había estado en silencio la mayor parte del tiempo. Cuanto más avanzaban hacia el sur, más tomaba la palabra, aunque Adrash seguía sin averiguar nada sobre aquella Ovatha. Estaba seguro de que lo que le había hecho aquel ser a Mirko había sido algo terrible. Cada noche, Mirko sufría terribles pesadillas, despertaba a cada rato, y los pocos momentos en los que podía dormir, no hacía más que moverse y hablar en sueños, hasta que despertaba en medio de desgarradores gritos y rugidos, casi más propios de un animal que de un hombre. Las pesadillas habían ido a menos al seguir avanzando hacia el sur, y la última noche casi habían podido disfrutar de un verdadero descanso. Lo que más le extrañaba de Mirko era su armadura. Jamás se la quitaba. La segunda noche, en una de las ocasiones en las que los dos viajeros habían despertado, Adrash le preguntó por qué nunca se la sacaba. La respuesta confundió aún más al Caballero del Fénix.
-No es una armadura. Es mi piel.
Por mucho que había intentado conseguir respuestas a las preguntas que siguieron, sólo había conseguido silencio. Sin lugar a dudas, Mirko era un hombre extraño. Si es que realmente era un hombre.

No les había costado mucho entrar en la ciudad. La mayoría de la gente de Isvar desconocía la amenaza que se cernía sobre ellos. Eran tiempos de paz, y las patrullas en los alrededores de las murallas no parecían ser demasiado exhaustivas, aunque les habían hecho algunas preguntas. Tal y como les había indicado Saryon, habían mantenido en secreto el motivo por el que iban a la ciudad. Doh sólo existía en los cuentos de niños, y algunos le adoraban como si fuera un dios protector de la ciudad. Muy pocos sabían que su existencia era real, y Doh deseaba que esto continuase como estaba.
Las gentes de Flecha Blanca, en general de tez oscura y cabellos negros, no eran dadas a las alegrías, pero aun así eran gentes hospitalarias, y habían sido tratados con amabilidad, pero con esa leve desconfianza que despierta siempre un extranjero en un lugar en el que las visitas son poco habituales.

La ciudad, vista desde dentro, parecía una extensa acumulación de pequeñas casas blancas y brillantes, rodeadas por estrechas y serpenteantes callejuelas, que en la mayoría de los casos no estaban pavimentadas. Los negocios que había estaban formados por toldos y tenderetes que se situaban ante las casas y en los que se comerciaba con todo tipo de bienes. Toda la ciudad parecía un gran zoco en el que se intercambiaban productos de cualquier clase. Las gentes solían vestir con grandes túnicas de color claro, y lo habitual es que llevasen sus cabezas cubiertas por turbantes, capuchones o sombreros. Los guardias, que patrullaban por todas partes en parejas, vestían con largas túnicas blancas y con un único distintivo, una gran flecha bordada en plata cubriendo todo su pecho. Ese mismo distintivo se podía observar en sus escudos, generalmente redondos y de color blanco. Normalmente utilizaban espadas largas o cimitarras, y casi todos portaban arcos ligeros y un carcaj. Parte de ellos patrullaban la ciudad sobre esplendidas monturas, ligeras y ágiles, de una extraordinaria calidad.

La posada que les había recomendado Saryon estaba en la plaza central de la ciudad, un hermoso espacio que, además de ser el centro del mercado que casi toda la ciudad constituía, era el lugar en el que estaban emplazados el antiguo palacio real, el templo de las sacerdotisas de Flecha Blanca, y las casas más ricas y lujosas de la ciudad. Toda la plaza estaba rodeada por jardines, realmente exuberantes para el clima de la zona. La fachada del templo de las sacerdotisas, flanqueada por dos esculturas, una con la forma de un arquero preparando su arma, y la otra con la forma de un dragón en postura agresiva, hacían todavía más esplendoroso el aspecto del lugar. El centro de la plaza estaba lleno de gente que paseaba de puesto en puesto viendo lo que los mercaderes se esforzaban por venderles. La posada que buscaban estaba del lado contrario al templo, y tenía un pequeño jardín en su parte frontal, con agua corriendo por pequeñas canalizaciones tanto en el jardín como en el interior. Saryon les había advertido de la cara menos amable de la ciudad, pues existían en ella varias organizaciones de criminales. Un extranjero podía correr peligro si no sabía en que lugar no debía estar, o a quien no debía dirigirle la palabra. La posada 'La sombra del dragón', ése era su nombre, era una de las más caras de la ciudad, pero al menos allí se podía dormir seguro, y eso era algo que merecía la pena pagar.

Según tiraron de sus monturas hasta el interior del jardín, un joven delgado y nervudo, de piel muy morena y pelo negro, salió como una flecha hacia ellos. Un hombre adulto, con la misma complexión que el joven y vestido con una túnica del mismo tono amarillento, observaba la escena desde la puerta.

-Señores, no... Quedan habitaciones.- El muchacho les miró de arriba abajo varias veces mientras decía esto.
-No parece que tengáis tantos clientes.- La mirada de Adrash se clavó en los ojos del joven, que empezó a temblar.
-No… no queremos problemas, señor. Simplemente no… no… no les deseamos como clientes.- El muchacho les miraba aterrorizado.
-¿Ni siquiera a dos amigos del Senador Saryon Maiher daréis alojo?- Adrash lució su cínica sonrisa, más amplia que nunca.
-¡Son amigos de Saryon!, ¡Oh, dioses! ¡Espero que algún día perdone esta afrenta!- El hombre que estaba en la puerta caminó rápidamente hacia ellos.- ¡Abdan, lleva los caballos de los señores a un lugar donde puedan descansar!- El hombre hizo un ademán a los dos compañeros- Pasen, por favor, mi casa es su casa. Espero que comprendan nuestra confusión, aquí normalmente no se acepta a nadie con ese aspecto, a no ser que... sean clientes especiales.
-Eso está mejor. Necesitamos una buena comida y una habitación en la que poder descansar tranquilos.- Adrash no dejó de mostrar su inquietante sonrisa en ningún momento- ¿Puede proporcionárnoslo?
-Por supuesto, señores, pasen.- El posadero les señaló la entrada.

La taberna era verdaderamente lujosa. Sus paredes blancas estaban repletas de tapices alusivos a la historia de la ciudad, y varios de ellos mostraban la enorme figura de un dragón en diversas posturas. Por el suelo corrían pequeñas canalizaciones por las que corría agua, que contribuía a refrescar el interior del establecimiento. Había, además, varias plantas y flores de distinto tipo decorando el lugar. El comedor estaba iluminado con la tenue luz que entraba por numerosas ventanas decoradas con hermosas y complejas celosías. Varios biombos, profusamente decorados, separaban las mesas entre sí. Solamente había dos grupos de comensales, sin duda ricos comerciantes que miraron hacia ellos con un gesto entre curioso y despectivo.

-Denab, ¿desde cuándo dejas entrar en tu posada a gente como ésta?- Un hombre joven, de piel y cabello morenos y complexión fuerte, vestido con una túnica púrpura decorada con bordados de oro miraba hacia ellos con gesto despectivo.- Míralos, parecen cerdos.

Adrash volvió su vista como un relámpago hacia el que había dicho estas palabras, clavando su mirada furiosa en él.

-Señor, haced caso omiso, por favor. No me gustaría que hubiese problemas en mi posada.- Denab, el posadero, parecía realmente nervioso. Adrash no retiraba su terrible mirada de aquel hombre, que la sostenía con gesto socarrón.- Tengo una reputación que mantener.
-Tranquilo, buen hombre. Tú no tienes la culpa de lo que diga este... individuo.- Adrash continuó caminando hacia una de las mesas.

La cena fue opulenta y sin duda deliciosa. Las hijas del posadero, dos gemelas casi idénticas, bellas aunque muy jóvenes, servían comida y bebida con diligencia. Sus platos nunca estuvieron vacíos, y el contenido de sus copas era repuesto de inmediato según se acababa, hasta que el hambre y la sed acumuladas por los días de camino fueron saciadas por completo. Denab nunca dejaba de vigilar a sus hijas. Sin duda aquel hombre cuidaba como nadie de su familia y de su negocio. En una de las idas y venidas de las jóvenes, el hombre que antes se había dirigido a ellos tomó por la cintura a una de las chicas mientras ésta le servía vino en su copa.
-Denab, tus hijas comienzan a ser mayores. -Aquel hombre retenía a la chica, que forcejeaba por librarse del lascivo abrazo.- Empiezan a necesitar que alguien les enseñe lo que es la vida.
-Parece que el único cerdo que hay aquí es el que se atrevió a hablar de los modales de los demás.
La voz fría y profunda de Adrash resonó en toda la sala. Su mirada estaba clavada en la de aquel hombre. Mientras, Mirko miraba silencioso la escena. El hombre se levantó de la mesa y echó mano a la empuñadura de una espada ligera y profusamente decorada que colgaba de su cintura. La joven se aparto de él, mientras se acercaba a la mesa en la que Mirko y el caballero se encontraban. Mirko hizo ademán de empuñar su arma, pero Adrash le detuvo con un gesto de su mano, sin dejar de mirar a los ojos a aquel hombre.
-¿Qué has dicho?- El hombre se detuvo a unos metros de la mesa, con la empuñadura de su espada agarrada, pero sin desenvainarla. Su rostro parecía crispado por la furia.
-Que tus modales son los de una rata, estúpido fanfarrón.- Adrash estaba recostado en su silla, mirando con su media sonrisa a aquel hombre.
-Señores, por favor, no...- El posadero no se atrevía a acercarse ante la posibilidad de un enfrentamiento.
-Vas a tragarte lo que has dicho.- El comerciante desenvainó su espada.
-Guarda eso o tendré que matarte.- Adrash continuaba sin moverse, mirando a los ojos a aquel hombre. Ahora la sonrisa había desaparecido.
El hombre sostuvo la mirada del caballero por un momento, durante el cual Adrash fue recuperando su sonrisa desafiante. Finalmente, el hombre se dio la vuelta, y envainó su arma.
- Denab, has perdido un cliente.- El hombre dejó unas monedas sobre la mesa y se dirigió hacia la puerta. Los que le acompañaban se apresuraron a salir del local tras él.
Adrash tomó su copa de la mesa y la vació de un trago.
- Perdone, supongo que esto supondrá mucho dinero para usted.- Mirko se dirigía al nervioso posadero, mientras éste atendía a su hija, que lloraba por lo ocurrido.
- ¿Perdonarles?- A pesar de todo, el hombre sonreía.- Hace una temporada que debí echarle. Últimamente, Kushgar ha cambiado mucho... no sé qué le ha ocurrido, pero antes no se comportaba así. Me alegro de que no vuelva, sólo traía problemas, y se comportaba como si fuese el mismísimo Rey de Isvar. Os doy las gracias.
- Era un cobarde. Nunca se hubiera atrevido a luchar contra alguien que pudiera vencerle.-Adrash seguía sonriendo.-Se veía en sus ojos.
- Adrash... había algo en él.-El tono de voz de Mirko denotaba cierta preocupación.
-¿Algo? ¿Qué significa algo?
-No lo sé. Pero no me gusta.
Adrash, como era habitual, no consiguió ninguna otra respuesta de Mirko.

Escrito por Cronos el miércoles, 30 de diciembre de 2009

Carta de otro mundo.
"Mi querido amigo Saryon:
Es posible, incluso diría que probable, que esta carta te sorprenda. Más probable aún es que por tu cabeza hayan pasado muchas cosas en las últimas horas o días, pero, a pesar de que sé que lo que he hecho te va a doler, no me quedaba más remedio que hacerlo así. Hay demasiadas cosas en juego, y mi vida no es nada al lado de lo que podemos llegar a perder. De todas maneras, no es la primera vez que muero, y tú lo sabes. A este ritmo quizá algún día me acostumbre.
Quizá todo lo que he escrito hasta ahora te parezca críptico, pero estoy seguro de que eso es lo que esperas de mí. Yo no sé seguir caminos rectos. Como buen druida, gusto de seguir intrincadas sendas de montaña, que hacen más seguro el avance a costa de ralentizarlo. Nunca ha sido de otra manera y, según parece, nunca lo será.
Todo esto, lo que está ocurriendo, tiene un motivo, un origen, un causante, y, como no, una solución, pero en este caso sé que la opción que tú preferirías seguir no es válida, así que he tenido que tomar muchas decisiones en solitario. No te voy a pedir que confíes en mí, pues sé que ya lo haces, pero también sé que parte de lo que ya he hecho te ha dolido, y parte de lo que te voy a pedir que hagas te dolerá aún más. Ten claro que si he trazado este plan es porque es la única manera de conservar Isvar, nuestro hogar, tal y como lo hemos soñado: libre, y sobre todo, habitado.
Lo primero que necesito que hagas es que salgas de Vallefértil. En muy poco tiempo será atacado por una fuerza tal que ni todo el ejército de Isvar sería capaz de plantarle cara. Debes salir de ahí inmediatamente, y llevarte a toda la gente que puedas contigo. Advierte a todos, pero no te quedes a morir. Tú y los tuyos seréis necesarios más adelante. Quizá muchos incrédulos e inocentes mueran, pero eso es algo que hay que pagar para que muchos otros se salven. Créeme Saryon, es nuestra única oportunidad, sabes que si no fuese así no te pediría que actuases en contra de tus principios. Me costó horas convencer a Willowith de lo mismo, y él lo entendió. No quiero exponerte todo lo que sé en esta carta, pues temo que no llegue nunca a su destino, y la información que tendría que darte mostraría mis planes al enemigo. Simplemente, si puedes, confía en mí. Estoy seguro de que lo harás.
Una vez estés fuera de Vallefértil, dirígete a Fortaleza, reúne al Senado y hazles saber que estamos en guerra. Para entonces es más que probable que ya lo sepan, pero mientras no lo vean no van a creerte, así que esa es nuestra única solución. Es necesario mantener todas las ciudades del sur guarnecidas, y que la mayor cantidad de población posible se traslade hacia esas ciudades. Los que se queden, morirán. Cuando veas a que nos enfrentamos, te darás cuenta de que es la mejor manera de intentar detener a los que nos amenazan.
También he de aconsejarte que mantengas a un hombre cerca de ti, o al menos escoltado por gente de tu confianza. Su nombre es Mirko. Doh esta interesado en él, y será una gran fuente de información acerca de nuestro enemigo. Perderle a él sería perder nuestra posibilidad de ganar esta guerra, así que recuérdalo: su vida es muy importante.
Otra persona, o más bien otro ser, a quien debes tener muy en cuenta es a un hechicero, de nombre Ragnar. Está de nuestro lado, y me ha aportado muchísima información valiosa, que, unida a la que posee Mirko, nos puede servir para encontrar una salida al atolladero en el que Isvar se encuentra. Sus consejos son realmente valiosos, aunque contados. Si acude a ti, préstale oídos, sus palabras y sus acciones están llenas de sabiduría. Confía en el como confiarías en mi.
Me despido ya, disculpándome por lo poco aclarador de mi mensaje, y rogándote de nuevo que hagas lo que te pido. Aunque el precio a pagar sea alto, éste es el único camino que he podido ver hacia la supervivencia. Espero no haberme equivocado. La guerra contra Oriente te parecerá un juego de niños cuando sepas a que nos enfrentamos.

Que los dioses nos ayuden.

Tu amigo, siempre:
Clover."

Saryon estaba en su habitación, en su casa de Vallefértil, dudando si enfadarse o reír. Lo que Clover le pedía era una decisión realmente difícil de tomar, pero ya antes había confiado en su buen amigo hasta rozar o incluso traspasar el límite de su honor, y sus actos siempre había tenido un buen fin. De nuevo tendría que confiar en él a ciegas y creer en sus palabras sin hacerse demasiadas preguntas. A pesar de todo, su sentido del honor le pedía quedarse a morir con las gentes a las que había jurado proteger. Quizá él tuviese razón de nuevo, y quizá evitar una derrota ahora serviría para conseguir una victoria más adelante, pero no disponía de la información suficiente para tomar una decisión por sí mismo. Debía fiarse de Clover, por mucho que le pesase.
Lo peor es que no sabía si su amigo estaba vivo. Si era así ¿A quién habían incinerado la tarde anterior? Lo que más le hacía pensar que su muerte era un engaño era la frase en la que explicaba que ya había estado muerto otra vez. La otra vez a la que se refería en la carta había sido hacía unos años, al final de la guerra, al poco de casarse con Idara, la reina de los elfos del mar. Había fingido su propio asesinato para desenmascarar al hermano de su esposa, que intentaba arrebatarle el trono con malas artes. Su plan había salido bien, y había ganado muchos leales entre los elfos de las profundidades gracias a su audacia. Además, la carta la había traído Beart, según su criado, lo cual indicaba que era muy importante para Clover que llegase. En caso contrario jamás habría puesto en peligro la vida de uno de sus mejores amigos.
La única conclusión a la que podía llegar era que disponía de una nueva prueba de que las cosas iban mal, y que la única vía que conocía para intentar cambiar su rumbo era seguir los planes de Clover. Ojalá los dioses le perdonasen lo que iba a hacer, pero no podía actuar de otra manera. No era miedo a morir lo que le inclinaba a marcharse, sino el hecho de que Clover le indicase que era la única manera de preservar Isvar, y sobre todo, a aquellos a los que había jurado lealtad, sus gentes. Seguía sabiéndose en medio de un enredo de enormes dimensiones del cual no conocía casi nada. Ni tan siquiera sabía quién era su enemigo. Debía intentar ver a Clover, quizá él le pudiese informar de lo que ocurría. Si estaba vivo, por supuesto.
Anotó mentalmente lo que haría al día siguiente y, tras firmar la petición de reunión urgente del consejo de la ciudad para la mañana siguiente, decidió intentar dormir. La media noche había pasado ya, y sabía que le costaría conciliar el sueño. Las imágenes de Vallefértil siendo destrozada por un poderoso y desconocido enemigo no desaparecían de su mente.

Escrito por Cronos el jueves, 17 de diciembre de 2009

La Ciudad de los Vientos.
Benybeck estaba subido de nuevo sobre el mascarón de proa del Intrépido. Era de noche, y estaba ansioso por llegar a esa Ciudad de los Vientos. Se imaginó una ciudad blanca y brillante en el horizonte, con altos y puntiagudos torreones y un enorme dragón subido en cada uno de ellos. O quizá sería una ciudad en lo alto de una montaña, donde el viento soplaba tan fuerte que la gente tenía que andar siempre pegada a las paredes para no salir volando, sobre todo los miuvii. O podía ser una ciudad en medio de un volcán, permanentemente en erupción. Fuera como fuese, ya notaba el olor de la tierra cercana, y eso sólo podía significar que pronto vería aquella indudablemente hermosísima ciudad.
Había estado hurgando en los mapas del capitán y del contramaestre. Ahora ya sabía que, descontando que los mapas tenían mal puesto el año, pues iban casi trescientos años atrasados, estaba al sudoeste de lo que había sido siempre su hogar, en el continente del que provenía Ragnar, según le había contado muchas veces. Quizá, al pedir el deseo, sus ganas de conocer esa parte del mundo le habían enviado allí. Estaba segurísimo de que habría enormes dragones cerca, aunque aún no había visto ninguno porque los dragones, todo el mundo lo sabe, son seres realmente escurridizos. También estaba muy seguro de que el dragón que vivía en aquella Ciudad de los Vientos le estaba observando ahora, regocijándose en el hecho de que él no le pudiera ver. En fin, que nunca había visto nada de nada de esas tierras, y ahora estaba seguro ya de que el mar era sumamente aburrido, pues era siempre igual, así que tenia muchas, muchas ganas de pisar tierra.
Era de noche, la luna llena estaba sobre ellos, y navegaban a toda vela en dirección a la ciudad. El capitán había ordenado durante el día recoger casi la mitad de las velas, pues quería llegar de noche a Ciudad de los Vientos, sin duda porque seguro que era muchísimo más bonita vista de noche que vista de día. Después, al atardecer, habían visto tres barcos a lo lejos. El capitán había hablado de algo relacionado con un puño de hierro, y se había reído de aquellos "capitanes de pacotilla que pilotaban vacas marinas". Y entonces habían largado toda la vela, y en cuanto empezó a oscurecer, ya no se vio más a los capitanes de las vacas marinas con puños de hierro. Benybeck le había preguntado a Lamar, el cocinero que si las vacas marinas tenían manos, y si se las herraban, porque todo aquello le había sonado muy raro, y Lamar, que era un maleducado, le había mandado a tomar viento fresco. Como el mejor lugar en el que tomar el viento era la proa, pues allí se fue… y allí seguía. Deseando llegar a la ciudad.
Avanzaban cerca de la costa, que estaba a la izquierda del barco, iluminada por la luz de la luna, de manera que su forma se podía ver desde bastante distancia. Tras pasar un recodo en la línea de la costa, Benybeck vio lo que parecía una pequeña ciudad, con un gran puerto. Casi toda la ciudad era puerto. ¿Así que eso era la famosa Ciudad de los Vientos? Pues ese nombre se merecía una ciudad mejor, más grande y más espectacular. Una ciudad sobre las nubes. Eso sí sería digno de llamarse Ciudad de los Vientos. La ciudad, más bien pequeña, estaba situada sobre una bahía, que hacía de puerto natural, y tras ella se elevaba una alta colina. Lo que podía verse de ella, por ahora, era la línea del puerto iluminada por antorchas, y bastantes casas en las que todavía brillaban fuegos de diversos tamaños, sin duda utilizados para calentarse y para comer. Desde el mar no había mucho más a tomar en consideración, pues estaba bastante oscuro y no se diferenciaban demasiado bien las casas. Cuando se fueron acercando más, el miuven advirtió que las casas, en su inmensa mayoría, eran de madera, bastante toscas, y parecían almacenes en lugar de verdaderas casas. Aunque también podrían ser consideradas almacenes de personas. Esto era cierto, exceptuando unas cuantas que parecían más ricas, situadas hacia el centro de la ciudad. Bueno, tendré que conformarme con esto. Estaba realmente decepcionado.
En unos minutos habían comenzado la maniobra de atraque en la bahía de Ciudad de los Vientos, y ahora era mucho más visible. Las casas, efectivamente, eran casi todas de madera, y estaban amontonadas alrededor del puerto. Muchas de ellas parecían, y eran, almacenes, y las otras, las que estaban iluminadas, eran, sin duda, tabernas. Por detrás de esa línea de casas, se podía ver, algo mas elevada, otra zona mucho más habitable, con bastantes casas con su propio jardín, sin duda de las familias de "comerciantes”, y muchas otras con aspecto de ser pequeños talleres de artesanos, que aprovechaban el tráfico de naves para ganarse la vida. La ciudad vivía por y para el mar, y se amontonaba junto a él alrededor de la abrigada bahía, en la que estaban anclados varios navíos de diversos tamaños y estilos, aunque ninguno tan grande y elegante como el Intrépido.
-Ciudad de los Vientos… qué maravilloso lugar.- Lamar hablaba desde encima de él, mirando hacia la ciudad.
-¿Maravilloso? ¿Qué tiene de maravilloso? -Benybeck estaba realmente indignado-¡No hay ningún dragón! ¡Y yo quería ver uno!
Lamar rió a carcajadas.
-No te preocupes, si existen los dragones, seguro que algún día ves uno.- El grueso cocinero estaba apoyado en la barandilla del barco, de manera que su cabeza estaba justo por encima de la del miuven- Pero Ciudad de los Vientos sí es... o era una ciudad maravillosa.
-Sigo sin ver ninguna maravilla, ¿Qué es lo que tiene de maravillosa?
-Es lo que los hombres de mar llama un puerto libre. Un lugar en la tierra donde las leyes del mar tienen vigencia. Y quedan pocos. Aquí se pueden hacer negocios sin que nadie haga demasiadas preguntas, y, sobre todo, un capitán y una tripulación pueden dormir tranquilos.
-Pero... ¿esto no está lleno de truhanes y piratas?-Benybeck se puso rojo repentinamente.- ¡No me refería a vosotros!.. Emm ¡A nosotros, eh!
Lamar rió de nuevo.
-No te preocupes, no es tan fácil ofenderme…Sé lo que hacemos, y no creo que sea nada demasiado horrible. Otros hacen cosas peores al amparo de la ley, y nosotros tenemos nuestra propia ley, simplemente.
-Bueno, pues... si realmente esto está lleno de truhanes, piratas y gente así… ¿Cómo puedes dormir tranquilo?
-La ley del mar protege a los capitanes y a sus tripulaciones en tierra. Los problemas se arreglan en el mar. Si alguien incumple esa ley, se le prohíbe atracar en el puerto, y se le niega toda información en el mar. Eso es la muerte para un pirata o un contrabandista. Hay muchas noticias que se pasan de barco a barco, mediante señales, cuando éstos se encuentran en alta mar. Si los demás no te ayudan, es muy fácil caer en manos del Imperio, o de una tormenta. Así funcionan las cosas. Si no cumples nuestras leyes, nadie te ayuda, y eso es la diferencia entre que tus bodegas estén llenas de oro o de agua.
-¿Y nunca nunca pasa nada?
-Bueno… De vez en cuando hay algún roce entre tripulaciones borrachas gastando su botín, pero eso se suele zanjar rápidamente con un poco de disciplina de los capitanes. Simplemente, les reducen su soldada, los azotan, o los dejan en tierra si encuentran buenos sustitutos. Hasta los marineros saben que no deben hacer estupideces.
-Pues sí que es un lugar extraño este, sí…
Alguien habló desde detrás del cocinero.
-Lamar... ¿estás hablando con el pequeñajo? -La fuerte voz era la del contramaestre.
-Mmmm soy muy alto para los de mi raza...-Benybeck elevó la voz para que el contramaestre le oyera. De un salto, pasó la barandilla junto a Lamar, y se plantó delante del contramaestre.- Si te referías a mí, claro.
-Sí, enano, me refería a ti. No tengo ni idea de por qué quiere hacer tamaña locura, pero el capitán quiere que bajes a tierra con él y con unos cuantos mas. Espero que sea para dejarte allí.- El contramaestre, un hombre fornido y rudo, rio a carcajadas.
-Ah bien... supongo que tendré que bajar a tierra... aunque supongo que será porque si llegas a ir tú te quedarías abrazado a la primera... botella que encontrases.- El miuven apuró el paso, rodeando al contramaestre mientras decía esto.- Porque es evidente que ninguna mujer querría ser abrazada por ti...
Benybeck salió corriendo para evitar el puñetazo lanzado por el contramaestre, que, convencido de la inutilidad de perseguirlo se quedó mirando con gesto de furia a Lamar, que a duras penas aguantaba la risa.

La posada de Jack estaba casi en el centro del puerto, donde solían desembarcar las tripulaciones de los barcos más grandes. Ya desde el agua, uno de los marineros que bajaba a tierra junto con el capitán y el miuven, lo había señalado.
-¡Mirad, la posada de Jack está cerrada!- Nadie contestó aunque a nadie le gustó la noticia.
El capitán iba en la parte trasera de la barca mientras Benybeck, ansioso ya por bajar a tierra a pesar de que la ciudad le había decepcionado muchísimo, estaba en la parte delantera, observando como se aproximaba el muelle. El resto de los hombres, seis en total, remaban con fuerza para hacer llegar la embarcación a la orilla. Todos ellos eran hombres fuertes e iban armados. El único sonido que les llegaba era el de los remos al atravesar el agua, y sus propias respiraciones. Sobre el embarcadero no había nadie. Nada de extrañar, pues hacía tiempo que había pasado la medianoche.
-Capitán... alguien se mueve por ahí delante, por cerca de donde vamos a desembarcar.- Benybeck intentaba aguzar su vista para poder dar algún detalle- Es uno solo, no creo que sea peligroso, pero parece que nos espera.
-Tranquilo. Probablemente sea amigo, o amigo de un amigo.
Tal y como suponía el capitán, en cuanto pisaron tierra firme el hombre se acercó a ellos. Iba envuelto en una gran capa oscura con capucha, aunque se podía ver que era un hombre fornido y que llevaba ropas de marinero.
-Hoja Afilada... siempre creí que estabas loco, pero esto es algo más que una locura.- El hombre, al que era imposible verle la cara, hablaba casi en susurros, con voz apremiante.
-Mis noticias no son tan graves, ¿Qué es lo que ocurre?
-Sonen ha tomado el control de la ciudad, con ayuda de los Mercenarios del Puño de Hierro. Ha derogado las leyes del mar y ha comenzado a poner las suyas. Y además ha detenido a Jack. Y también ha puesto precio a tu cabeza. Has sido inteligente viniendo de noche, pero en estos momentos, Sonen ya sabrá que estás en la ciudad.- El hombre miraba de un lado al otro, temeroso de que alguien le viese hablando con el capitán del Intrépido.
-Tranquilo, contaba con ello. Todavía me queda tiempo. Los hombres de Sonen me respetan lo suficiente como para no atacarme mientras no les den una orden directa. ¿Y cuánto oro valgo?
-Mil monedas, una fortuna.-El capitán rio al oírlo.
-Bien... tendré que darle motivos para que aumente la recompensa. ¿Sabes algo de Ika y Kurt? Tenía que recogerles aquí.
-Están en el mismo lugar que Jack, en el calabozo de los borrachos. No se defendieron cuando fueron a por ellos anoche. No querían montar una carnicería.
-Me sospechaba algo así, y les dije que no lo hicieran. Sonen no mataría a dos personas tan valiosas sin un motivo. Por cierto, ¿el meterlos en el calabozo de los borrachos tiene algún tipo de significado o es sólo otra estupidez más de Sonen? Hasta un niño podría escapar de allí sin ayuda.
-Tiene un puñado de sus hombres defendiéndolo. Siempre ha sido demasiado prepotente.
-A ver si esta vez tampoco aprende. No me gusta enseñar a mis enemigos. Muchas gracias por todo. Si quieres hacerte a la mar, tienes unos minutos para decidirte. El tiempo que tarde en rescatar a Jack y a mis hombres. Y supongo que también parte de la bodega de Jack.
-La oferta es tentadora, capitán, pero mis tiempos de marinero han terminado. Muchas gracias, de todos modos. El Intrépido es uno de los mejores barcos que recalaban aquí. Y no pagas nada mal.
-Eso lo sé bien. Me gusta que mis hombres estén contentos. Espero que nos volvamos a ver, amigo.
-Si algún día vuelves por aquí, sabes donde vivo.
-Y tú sabes bien como encontrarme si tienes problemas. Buena suerte.
-Lo mismo digo.
Tras un apretón de manos, el hombre se acercó a la siguiente esquina, y, tras echar un vistazo, desapareció tras ella. El capitán ordenó a uno de los marineros que hiciese señales al barco, indicándoles que debían enviar dos barcas más, y que les esperase para ordenarles que se hiciesen cargo de ciertos barriles de la bodega de Jack. Acto seguido se dirigió a Benybeck.
-Benybeck, ¿ves aquel almacén?- Señalaba a un pequeño almacén que estaba cerca de uno de los extremos del puerto. El miuven asintió.- Allí tienen prisioneros a unos cuantos amigos míos. Quiero que te acerques y cuentes cuántos guardias son y cómo están dispuestos. Te esperaremos en aquella esquina.-Eidon señalaba a una esquina de un edificio adyacente, donde no podrían verles desde el almacén.- Y que no te vean.
-¿Sólo eso?-Benybeck comenzó a caminar hacia el almacén con el pecho hinchado.-Creí que tendría que acabar yo solo con esos cazamoscones.- Todos los hombres del Intrépido sonrieron, excepto el capitán.
Benybeck se acercó a paso rápido y silencioso al edificio que le había señalado el capitán. En una de las zonas más solitarias del puerto, en la que prácticamente sólo había almacenes, se emplazaba solitario el edificio, construido en madera, de forma cuadrada, de unos 10 metros de lado y con una altura de un piso. El tejado era muy poco inclinado, y había unas cuantas ventanas en la zona que debía corresponder al piso superior. Un edificio muy estúpido en una ciudad muy estúpida. Desde el puerto no se veía ninguna entrada. Ni tampoco se veía a nadie a su alrededor.
El miuven rodeó la manzana anterior y echó un vistazo a la parte opuesta al puerto. Allí, ante una puerta doble de unos tres metros de ancho, había tres hombres medio adormilados. ¿Y esos tres eran los que podían oírle? Pues vaya. Todos llevaban ropas sencillas, de marinero, y parecían muy poco centrados en lo que debía ser su labor, vigilar. Los tres iban armados con pesadas espadas anchas. Tras dar la vuelta por la parte trasera del edificio, comprobó que no hubiera ninguna entrada y ningún vigilante más en el otro lateral del edificio. Volvió a la parte trasera, la que daba al puerto, y vio que el capitán y sus hombres aún se estaban acercando. Por señas, les indicó que había tres hombres y en que lado estaban. El capitán asintió rápidamente, y el miuven volvió a la parte lateral del edificio del lado opuesto al que se acercaba el capitán. Allí, aprovechando uno de sus pilares de madera, que sobresalía casi una cuarta de la pared, trepó hasta que estuvo cerca de una ventana. Un juego de niños, hasta un miuven de dos años podría escapar de una prisión como ésta. Se puso una daga en la boca y saltó hacia la ventana, agarrándose al alféizar. Lentamente, con la ayuda de la daga, abrió la ventana sin hacer casi ningún ruido. Tras comprobar que no había nadie dentro, se coló por ella.
Estaba en una habitación oscura, parecía un almacén… bueno, y al fin y al cabo eso es lo que era. En el suelo, y apoyadas en las paredes, había un buen montón de cosas, principalmente armas. Le llamó la atención, aunque no lo suficiente para llevársela, una pesada armadura de placas metálicas y, seguramente, de alguien bajito. El miuven se acercó a la puerta y, para su alegría, vio que estaba cerrada. Enseguida comenzó a sacar sus ganzúas.
En unos segundos, la puerta estaba abierta. ¿Quién sería el idiota que había hecho aquella cerradura? Aquella era la cárcel más estúpida que había visto nunca. Todos los miuvii sabían que una cárcel era un sitio divertido, con muchísimas cerraduras de las difíciles de abrir. En su pueblo, cuando alguien hacía algo bueno para todos, lo metían en una cárcel como premio, pero nada, allí nadie entendería aquello jamás.
Asomó la cabeza al pasillo, y miró a ambos lados. El pasillo recorría casi todo el largo del edificio, y a su izquierda acababa en unas escaleras. Nada, ni un guardia. Lo único que se oía eran unos ronquidos de algo que podía ser un oso. O quizá un dragón. Eso sí, un dragón pequeñito, eso seguro. Se acercó a la puerta tras la cual venían los ronquidos del dragón y comenzó a utilizar sus ganzúas. Otra cerradura estúpidamente fácil de abrir. Podría abrirla hasta con los ojos vendados y con una mano a la espalda, entre otras cosas porque era exactamente igual a la anterior. Abrió la puerta lentamente. La habitación era bastante pequeña y estaba muy oscura, lo cual no importó demasiado a los agudos ojos del miuven. En un jergón pegado a la pared había un enano durmiendo. No era un dragón, pero debía de pesar tanto como uno. Era ancho como pocos, y sus músculos eran enormes y recios. Su barba y su pelo, de un extraño color marrón grisáceo, estaban adornados con pequeñas trenzas que caían sobre la cama o sobre su cara, todas revueltas. Bajo unas pobladas cejas, los pequeños ojos estaban cerrados. Su nariz, ancha pero chata, estaba enrojecida, al igual que la parte que se veía de sus pómulos. Su boca casi no se veía en medio de la tupida barba, pero era obvio que el que roncaba era él. Vestía un jubón de cuero, de ésos que se suelen llevar bajo las armaduras metálicas para que no rocen la piel y como protección adicional, y unos pantalones del mismo material. Su musculatura era simplemente imponente. Aunque no era mucho más alto que él, podría pesar dos o tres veces más. El miuven comenzó a examinarle bien de cerca para comprobar si era un dragón disfrazado.
El enano abrió un ojo, y, al ver la cara del miuven a sólo unos centímetros de la suya, pegó un respingo.
-¿Quién demonios?-Su voz era ronca y dura, parecía hablar siempre desde una cueva. Además, tenía un acento extraño, que Benybeck no reconoció.
-¡Hola!- Benybeck sonrió todo lo que pudo, hablando muy aprisa.- ¿Tú no serás un dragón verdad? Lo digo porque no lo pareces, aunque roncas como uno, así que pensé que podrías ser uno disfrazado. Siempre quise ver un dragón, podrías haberlo sido y por eso me dije yo…
-¿Y tú eres una polilla? ¡Claro que no soy un dragón, estúpido!- A pesar de su enojo, el enano trataba de gritar lo menos posible, con poco éxito.- ¿De dónde has salido?
-Mmmm eso es una larga historia…- El miuven se rascó la barbilla, como pensativo.- Aparecí en un barril de manzanas en el Intrépido, y ahora soy…
-¿Vienes del Intrépido? ¿Te envía Eidon? ¡Estaba deseando que viniera a rescatarnos de una vez! Pero debe tener cuidado... aquí hay hombres del Imperio, están abajo, esperando a que aparezca.
-Vaya… pues me temo que es demasiado tarde… el capitán iba directo hacia la puerta cuando le dejé, con seis de sus hombres… e iban a entrar.
-Vamos, ve a soltar a Ika y a Jack, están en las dos siguientes puertas, o eso creo. Yo mientras cogeré mis cosas y las de ellos. ¡Rápido!
-¡Vale, vale!, no hacía falta que gritaras... por cierto, aún no me has dicho tu nombre…-El miuven estaba diciendo esto mientras salía por la puerta.
-¡Kurt!, ¡me llamo Kurt!
Benybeck se dirigió a la siguiente puerta del pasillo. Casi sin pararse, abrió la cerradura con gran maestría. Se oían voces abajo, lo cual no era el mejor de los signos. Tras la puerta vio, en un cuarto casi sin luz y muy similar al anterior, a una elfa que estaba sentada sobre la cama con las piernas cruzadas. Se mantenía erguida, pero tenía los ojos cerrados. Su piel era de un extraño tono oliváceo, y su pelo era completamente negro, casi hasta brillante, y lacio, formando una larga melena que caía sobre sus hombros hasta la mitad de su espalda. Dos finas líneas negras se superponían a sus ojos, grandes y almendrados. Su pequeña nariz y su boca encajaban perfectamente en el bello equilibrio de su cara, realmente bella incluso a los ojos de un miuven. Su cuerpo era esbelto, para nada voluptuoso, y no era demasiado alta. Vestía una extraña pieza de fina cota de malla, más pensada como adorno que como protección, pues aunque le cubría sus dos hombros, después cruzaba en diagonal su torso, desde debajo del brazo hasta la cadera del lado contrario, formando una especie de triangulo brillante. Bajo esa extraña prenda, vestía lo que parecía un jubón de color rojo, que le cubría los brazos hasta el codo, y unos pantalones ajustados de cuero. En cuanto el miuven puso un pie en el cuarto, abrió sus ojos, dejando ver un iris de un bellísimo e intenso verde.
Benybeck le hizo un gesto para que se mantuviese en silencio.
-Soy Benybeck, y soy amigo del capitán Hoja Afilada. Creemos que puede estar en peligro. Kurt está recogiendo vuestras cosas, prepárate rápido mientras yo saco a Jack.
-Gracias.- Su voz era clara y muy bella, y carecía del tono cantarín que solían tener los elfos.
Ika se levantó con un movimiento elegante y ágil, y se dirigió a la puerta.
-De nada, la verdad es que es un verdadero placer rescatarte... ¿Crees que alguien me hará caballero por esto? ¿No serás una princesa, no?
La esbelta elfa se alejó por el pasillo, hacia el cuarto donde estaba Kurt recogiendo sus cosas.
Jack era un hombre ya bastante mayor, por encima de los cuarenta, según los cálculos de Benybeck. Era alto y bastante grueso, aunque en su complexión se veía que, años atrás, había sido muy fuerte. Estaba completamente calvo, y en su cara destacaba su ancha mandíbula, que reforzaba la imagen de fortaleza, y sus grandes ojos castaños. Vestía ropas sencillas, de tela gruesa, y bastante sucias. El delantal que llevaba dejaba claro que había sido detenido en su misma posada. Agradeció al miuven su liberación con una voz ronca y profunda.
Cuando salieron de la celda, vieron al extraño dúo saliendo del almacén de armas. Kurt, el enano, empuñaba una enorme hacha de batalla casi tan grande como él, con gesto furibundo, y cargaba a la espalda un bulto más grande todavía en el que sin duda transportaba su armadura.
Ika empuñaba un arco, y llevaba un carcaj a su espalda y otro colgando de su cintura, ambos cargados con extrañas flechas, sin duda de muy buena factura. También de su cintura colgaba una espada corta ligera, del más puro estilo élfico. Comenzaron a andar lo más silenciosamente que pudieron hacia el fondo del pasillo, donde éste desembocaba en las escaleras.
Una voz profunda provenía del piso inferior, hablaba en tono pausado y seguro.
-Sabía que aparecerías, Hoja Afilada. Has sido un estúpido.- Había una gran prepotencia en la voz.
-Soy amigo de mis amigos, Sonen. Puede que eso me haga predecible, pero también me hace fuerte.
Ika comenzó a bajar las escaleras lentamente, pegada a la pared. Llevaba el arco tensado, con una flecha preparada. Sus movimientos eran elegantes y silenciosos. Benybeck comenzó a bajar detrás de ella, sólo tras lograr convencer al enano mediante gestos de que esperara en el piso de arriba a que comenzara la acción.
-¿Acaso crees que esos a los que llamas amigos van a venir a rescatarte? No son más que bandidos, y acabarán pagando como pagarás tú.
-Como siempre, vendes la piel del oso antes de cazarlo, Sonen. Aún no he entregado mis armas.
Ika se asomó furtivamente por la esquina de las escaleras. Por gestos indicó a Benybeck que Sonen estaba de espaldas a ellos, y que había unos 10 hombres en la sala. El miuven asintió, y empuño su daga, haciendo gestos para calmar a Kurt, que permanecía impaciente en lo alto de las escaleras junto a Jack.
-Lo harás, Eidon. En caso contrario tus hombres también morirán.
Ika salió de su refugio, con el arco preparado y apuntando a Sonen. Tras ella salió el miuven, que hizo un gesto al enano para que bajara. Éste se abalanzó por las escaleras, montando un estruendo ensordecedor con su armadura. El piso de abajo del calabozo estaba formado por una única sala, sin ventanas. De las paredes colgaban varias antorchas encendidas, que daban a la estancia una iluminación tenue, irregular. En el centro estaban Eidon y sus cinco hombres, mirando hacia las escaleras del fondo. Les rodeaba una docena de hombres vestidos con armaduras de láminas de color negro y pantalones de cuero del mismo color, todos ellos armados con lanzas y escudos metálicos sin ningún símbolo. Aquellas armaduras, de muy mal gusto según la opinión de Benybeck, eran las típicas de los soldados del Imperio. Todos ellos miraban hacia las escaleras, sorprendidos por la aparición del enano.
En la zona más cercana a las escaleras, a unos tres metros de ellas, y girando todavía la cabeza hacia el lugar del que provenía el ruido metálico, estaba un hombre bastante alto, muy moreno de piel, y de cabello largo, negro y liso, que llevaba recogido en una coleta y cubierto por una pañoleta de color negro. Era realmente apuesto, de cejas finas pero pobladas y ojos negros, con los pómulos marcados y la mandíbula no demasiado ancha. Una poblada perilla enmarcaba su boca, de labios bastante gruesos, y muy expresiva. De su oreja derecha colgaban dos gruesos aros de oro. Iba vestido con una chaqueta escarlata, gruesa y de cuello alto, profusamente bordada en oro y plata, bajo la cual vestía una camisa de seda blanca de la mejor factura. Cubriendo sus piernas llevaba un fino pantalón de cuero negro, y unas botas del mismo color hasta la rodilla. Según terminó de darse la vuelta, su rostro comenzó a enrojecer a causa de la rabia, mientras miraba a Ika con rostro enfurecido.
-Tú eres el que no vivirás, Sonen. Si yo muero, tú mueres. ¿Conoces a Ika, verdad? Sabes que a esa distancia no fallará.
Sonen, tras echar un vistazo al extraño trío que, una vez el enano había recuperado el equilibrio y buena parte de la dignidad perdida, aguardaba en silencio en las escaleras, se volvió hacia el capitán del Intrépido.
-Si me dispara moriréis todos vosotros, Eidon. Tira las armas, tú eliges.
Eidon rio.
-Te ocurre lo mismo que jugando a las cartas. Hasta tú sabes que has perdido y te empecinas, aún sabiendo que al final cederás. No tienes lo que hay que tener para ordenar a esta escoria que ataque. Pero les ordenarás que tiren sus armas. Tienes miedo, Sonen, miedo a morir. Sabes que no merece la pena.- La voz del capitán del Intrépido era fría y confiada a la vez, y su rostro parecía relajado.- Sin embargo, a mí no me importará morir. Yo no tengo nada que perder. Quizá hasta te lo agradezca.
-Moriremos los dos Eidon, no me dejas otra salida. Y otros se quedaran con lo que nos hemos ganado. ¿Quieres eso?- Sonen parecía ahora más tranquilo, sopesando sus posibilidades. El capitán hoja afilada rió de nuevo.- Creo que sería más inteligente llegar a un acuerdo.
-Te diré cual es mi acuerdo, y no voy a dejar que intentes negociar. No quiero que lleguen más de tus hombres.- Sonen pareció contrariado al oír esto del capitán.- Vas a ordenar a tus hombres que tiren sus armas y que nos dejen marchar. Yo a cambio, os permitiré seguir viviendo a todos. Es tan sencillo como eso, lo tomas o lo dejas. Nadie gana ni pierde nada.
Sonen parecía ofendido por la oferta del capitán. Tras pensar un momento, sin duda considerando su respuesta, su rostro se relajó algo más. Finalmente, preguntó:
-¿Y cómo sé que vas a cumplir tu palabra?
-Yo conozco tus debilidades y tú conoces las mías. Sabes que lo haré, nunca rompo un trato. Yo cumplo nuestras leyes, y tú eres un capitán, mal que me pese. Entrega tus armas, y déjanos ir. No sufrirás ningún daño.
Sonen pensó por unos momentos más. Finalmente, se volvió a sus hombres, y les dijo:
-Tirad las armas. Dejaremos que el capitán y sus hombres se vayan.

La huida fue rápida, pues todos sabían que Sonen no era conocido precisamente por cumplir sus tratos. Al poco tiempo, todos los tripulantes del Intrépido, incluyendo a Ika, Kurt y Jack, estaban en una barca, dirigiéndose al Intrépido de nuevo.
-Sabía que acertaba cuando decidí no tirarte por la borda, Benybeck.- El capitán hablaba con voz fuerte, como si lo que decía fuese un reconocimiento ante todos sus hombres.- Muchas gracias.
La historia de lo ocurrido sería repetida cientos de veces por el miuven en los siguientes días, cada vez con un nuevo detalle. Una semana más tarde, algunos de los tripulantes del barco dudaban si Ika y Kurt eran dragones o no.

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