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Escrito por Cronos el lunes, 16 de noviembre de 2009

La carrera.

Llevaba días, quizá semanas, corriendo. Cada paso era doloroso, una tortura, pero aquella de la que huía le había enseñado demasiado bien a soportar el dolor, a soportar el hambre. Sólo paraba cuando podía, para beber y continuar corriendo. Y ellos seguían detrás de él, siguiéndole, persiguiéndole a él y a su sueño, manejados por el mismo monstruo que le había creado. Ovatha: fuera quien fuera, fuese lo que fuese. Segundo tras segundo, la tierra seguía avanzando bajo él, paso a paso, torturando su cuerpo, golpeando sus pies. Dos veces ya el sueño le había vencido, pero no había dejado de correr. Sólo sabía que se dormía, no sabía cómo ni por qué, y, cuando despertaba de nuevo, seguía corriendo, igual de cansado el cuerpo, y con la mente sólo un poco más despejada. La armadura, aunque ahora era parte de él, le parecía una losa a sus espaldas, haciéndole más difícil y penosa la carrera, haciendo mayor la tortura, aunque sin poder compararla con aquella a la que le había sometido Ovatha. Valles, colinas, bosques, siempre corriendo con el único objetivo de alejarse de ella, de quien le había robado el alma y quería robarle también el cuerpo. Y ellos seguían allí, detrás de él, soldados sin mente que obedecían lo que ella les ordenaba, monstruos asesinos que, en el mejor de los casos, acabarían con él si tenían la oportunidad de atraparle. Más cerca o más lejos, ellos seguían allí, implacables, como máquinas bajo el control de Ovatha, sin cansarse, sin sufrir, sin sentir el hambre que a él le destrozaba. Y lo único que podía hacer era seguir corriendo hasta que ya no le quedasen fuerzas, con la esperanza de que algo o alguien le salvase de la venganza de la que se hacía llamar su madre. Cada paso era doloroso, su sentido de la realidad se debilitaba a cada momento, y cuanto más se debilitaba más podía sentir a Ovatha intentando asaltar su mente, intentando dominarle, convencerle de que la carrera no tenía sentido. Pero ahora él sabía que ya no corría por su libertad. Ahora corría por su vida, por librarse de las más terribles torturas que un hombre podía sufrir, corría por evitar el suplicio por el que ya había pasado, seguramente multiplicado, y esta vez, eterno. No, no se rendiría. Antes moriría por extenuación, de hambre, bajo las cimitarras de aquellos lezzars, o tirándose a un río, pero no, ella no le atraparía. Nunca más tendría que oír las preguntas, nunca más tendría que sentir los latidos, nunca más… Volvía a ser libre, y ya nunca dejaría de serlo.
Sabía que ella, además de odiarle, le temía. Lo supo en el momento en el que se rebeló, en que apareció el durmiente. Ella sintió miedo, terror de que alguien supiese quién o qué era, como si ese conocimiento la hiciese débil. No sabía cómo, pero era evidente que si ella le temía era porque podía dañarla, y si eso era posible, él lo haría. Ovatha le había robado su pasado y su futuro. Ahora su futuro sería ella, justamente lo que deseaba... pero de una manera muy distinta a la que había planeado.

Mirko sintió que el estomago se le revolvía, y comenzó a sentir nuevamente el dolor. Se paró un momento y volvió a vomitar sangre.

Seguía expulsándola... lentamente…

Escrito por Cronos el lunes, 16 de noviembre de 2009

Arbórea.

Arbórea estaba situada en la parte más profunda del enorme bosque que ocupaba las tierras al norte de la península de Isvar. La posición de la ciudad era secreta, salvo para los ojos amigos que supiesen cómo reconocer y dónde encontrar las marcas secretas que indicaban la dirección a seguir. Además, tal y como era habitual en un enclave élfico, cualquier vía de entrada al valle en el que la ciudad se encontraba estaba vigilado por varios centinelas, hábiles y mortíferos en su cometido y siempre dispuestos para enfrentarse a cualquier eventualidad.
Saryon seguía a Vanya y a Adrash tirando de la brida de su yegua. Prefería no montar ante el riesgo de que su yegua perdiese pie y se hiciese daño en el terreno irregular. Los dolores producidos por las heridas recibidas en el combate contra los lezzars comenzaban a remitir. Adrash, que había recibido la peor parte en la lucha, se había recuperado casi por completo, gracias en gran parte a la magia curativa y a los cuidados que él mismo le había dispensado.
El día estaba resultando extraño. Había amanecido nublado, amenazando lluvia, y, como si todo el viaje estuviese siendo influenciado por el clima, el silencio había reinado durante todo el camino. Ya debía de ser cerca del mediodía, lo cual significaba que tenían que estar a punto de llegar. El bosque se hacía más denso cuanto más avanzaban hacia el este, hasta hacerse poco menos que intransitable. Vanya, aun así, los guiaba con maestría, y los pequeños senderos naturales por los que caminaban estaban lo suficientemente despejados como para avanzar sin molestias. Saryon era consciente de que si se hubiese internado en las profundidades del bosque él solo, habría acabado perdido con total seguridad.
Llegaron a las estribaciones de un profundo valle. A vista de pájaro, la gran hondonada parecería no estar allí, pues la altura de los árboles aumentaba cuanto más bajaba el terreno, de manera que las copas continuaban a la misma altura que en la parte alta, como si el terreno no descendiese. Los árboles que nacían en la parte más profunda tenían la altura de varias decenas de personas, y su base era proporcionalmente ancha. Muchas torres construidas por hombres no llegarían a competir en esplendor con estos milenarios habitantes del bosque. El suelo estaba despejado en las zonas más profundas, permitiendo observar la belleza de la gran bóveda natural, formada por los más ancianos pobladores del lugar.
El valle estaba evidentemente poblado, pero sus habitantes no estaban en el suelo. Sobre las anchas copas de los venerables árboles había una serie de plataformas y puentes de madera de color claro, casi blanquecino, sujetos por cuerdas y hábilmente camuflados por los elfos como si fuesen parte de la vegetación. Encima de las plataformas había un buen número de edificaciones ligeras, hechas de madera, que servían de refugio y hogar a los habitantes de Arbórea.
Los pobladores de la ciudad hacían sus vidas sobre las plataformas, siempre a un ritmo cadencioso e incluso cansino a ojos de un espectador humano. El grado de actividad no era en absoluto comparable al bullicio que se respiraba normalmente en cualquier ciudad de humanos. Los elfos de Arbórea poseían la belleza habitual de los de su raza, tanto en sus rasgos como en la manera de moverse, así como su natural altura y esbeltez. Casi todos ellos iban vestidos con ropas sencillas, de cuero o de otros tejidos naturales, y siempre teñidas de tonos apropiados para camuflarse en el bosque. Muy pocos iban armados, y muchos menos todavía vestían algún tipo de armadura. Aunque el enclave parecía ya bastante organizado, todavía quedaba bastante trabajo por hacer. Saryon sabía que cuando todos los trabajos hubiesen terminado, la ciudad sobre las copas sería prácticamente invisible a ojos de alguien poco experimentado o cuya visita no fuese grata para sus habitantes. Los elfos eran grandes conocedores del bosque, además de maestros en la ocultación, y sabían que la mejor manera de vencer a un enemigo era evitándolo, pues pobre enemigo es aquél que no te puede hacer daño.
Vanya los condujo por el valle, bajo los gigantescos árboles hasta que llegó junto a la base de uno de los mayores troncos, que estaba situado a orillas del pequeño lago de aguas limpias y cristalinas que yacía en el centro del valle, en su parte más baja. Encima de sus cabezas estaba una de las grandes superficies artificiales sobre las que había sido edificada la ciudad. De ella descendió lentamente una plataforma de madera ligera, que tardó bastante tiempo en alcanzar el nivel del suelo. Estaba sujeta en sus esquinas por cuatro cuerdas, de aspecto fino pero seguramente muy resistentes.
Vanya hizo un gesto a Saryon y a Adrash para indicarles que subieran al elevador. El caballero de Isvar se acercó a su yegua, y, tras susurrarle algo al oído, ésta se alejó hacia el lago tranquilamente. Acto seguido, subió sobre la plataforma de madera. Adrash y Vanya subieron tras él, y la plataforma comenzó a subir. Después de varios minutos de ascenso, llegaron a un hueco en la superficie superior en el que el elevador encajaba perfectamente, casi sin dejar ni una fisura visible. Dos elfos jóvenes, ataviados con ropajes de cuero, y con sendas espadas en sus cintos, les esperaban. De quién o cómo se había aportado la fuerza suficiente para subirles hasta allí, no había ni rastro. Incluso las cuerdas de las que colgaba el elevador parecían desaparecer por dentro de la madera de la que estaba construida la gran plataforma. Sobre ella, que parecía hacer las veces de vía de entrada o puerta a la ciudad, no había nadie más que los dos centinelas. Coincidiendo con los puntos cardinales, partían de la gran superficie cuatro puentes de madera y cuerda, similares a los que habían visto, aunque algo más anchos.
-Senador Saryon, Embajador Adrash, sed bienvenidos a Arbórea. Todos nosotros estamos orgullosos de su presencia aquí, pues la nobleza de sus nombres y sus obras les precede.- El más alto de los dos elfos que les esperaban se dirigió hacia ellos hablando un común fuertemente marcado por el acento cantarín de los elfos.- Nairim Amin, el señor de la ciudad, les recibirá inmediatamente. Parecía especialmente impaciente por verle a usted, Senador.
-Muchas gracias, dígale al Gobernador Nairim que le agradecemos su hospitalidad.- El rostro de Adrash era en ese momento extrañamente solemne, aunque su habitual sonrisa cínica volvió cuando miró hacia Vanya, que le devolvió una mirada de odio.
-Podremos decírselo nosotros mismos pronto, Adrash...- Saryon observó sorprendido el intercambio de miradas entre sus acompañantes.
-Sin duda, señor, sígannos y les guiaremos hasta él.
-Yo me voy a informar de vuestro encuentro. Ya nos veremos más tarde.- Vanya hizo ademán de alejarse.
-Vanya, le informarás a él directamente.-El joven soldado parecía algo nervioso al dirigirse a la elfa.-Quiere saber qué ocurrió, y tú estuviste allí.
-Bien, iré con vosotros entonces.- Vanya no pudo ocultar el gesto de contrariedad.

Los dos centinelas les guiaron a través del laberinto que formaban los puentes y las plataformas que conformaban la ciudad. Saryon había visto varios enclaves élficos en su vida, pero ninguno situado en un lugar tan espléndido como éste, quizá con la excepción de la hermosa ciudad submarina en la que reinaba su amigo Clover. Caminaban a gran altura por pequeños puentes de madera y cuerda que no podían evitar mover a su paso. Los enormes árboles parecían gigantescos pilares que mantenían en pie una bóveda de intenso color verde, a través de la cual se podía ver, muy de vez en cuando el gris del cielo. Las plataformas, situadas a diversas alturas, contenían casas sencillas de madera que se situaban siempre unidas al tronco de un árbol, rodeándolo casi por completo.
-¿Impresionante, verdad?- Uno de los centinelas se dirigió a Saryon, hablando en común con mucho acento. Saryon asintió.- Pues aún no habéis visto lo mejor. El interior de las casas.
-¿Qué ocurre con el interior?
-Las casas son mucho más amplias de lo que parecen. Tallamos parte del interior hacia dentro del tronco del árbol. Si se sabe hacer correctamente, el árbol lo agradece. Así, la mayoría de los muebles de estas casas, además de estar hechos de madera viva, no pueden ser movidos de sitio. Es algo parecido, supongo, a lo que hacen los enanos con la piedra.
-Pero la piedra está muerta... Realmente sí, es increíble lo que contáis. Nunca había visto nada parecido.
-Pero vos habéis estado en el palacio del Rey Clover... Allí las paredes y el techo también están realmente vivos.
-Supongo que la primera vez que vi el Palacio de las Profundidades estaba más preocupado por otras cosas que por su belleza, pero tenéis razón. La próxima vez que vaya a visitarle lo tendré en cuenta e intentaré apreciar con más calma los detalles del lugar.
-Sin duda descubriréis un tesoro más que añadir a vuestros recuerdos.
-Sin duda.
-Ya hemos llegado.

Se hallaban en una enorme plataforma de unos cien pasos de radio, sujeta al que parecía el más anciano, más grueso y más alto de los árboles del valle. Desde esta plataforma, más alta que las demás, si se observaba por entre las ramas y troncos de los árboles cercanos, se podía contemplar la serena belleza de Arbórea. Les rodeaba un verdadero laberinto de puentes y plataformas, que mostraban el ingente esfuerzo y la sabiduría que, sin duda alguna, habían sido necesarios para construirla en sólo dos años. Ante ellos, rodeando completamente el enorme pilar vivo, estaba lo que parecía un palacio de tres pisos de alto y con la madera decorada para parecer una continuación del tronco. La parte superior del edificio se desgajaba en columnas de madera sobre el aire, decoradas a modo de ramas, hasta que se confundían con las reales, como si la copa del majestuoso pilar vivo comenzase en el palacio del gobernador de Arbórea. A pesar de la forma caótica del techo del edificio, en su fachada, las ventanas redondeadas se distinguían claramente, y estaban situadas de forma ordenada, en tres pisos, sin que ello deshiciese en absoluto el sin duda intencionado parecido del edificio con el tronco del propio árbol.
Junto a lo que parecía la entrada aguardaban dos guardias elfos, vestidos con cotas de malla de un diseño similar a la que portaba Adrash, con los símbolos que denotaban el rango de los que la portaban en muñecas y cuello, pero hechas de una aleación de plata verdadera, un material mucho más ligero, resistente y caro que el fino acero con el que había sido fabricada la que el caballero del Fénix portaba. Ciñéndoles la malla a la cintura, ambos guardias vestían un ligero cinturón de cuero, con el cierre en forma de hoja de roble, de los cuales colgaban sendas espadas de bella factura. Uno de los guardias se adelantó y, en perfecto común, dijo:
-Senador Saryon, Embajador Adrash, el Gobernador les está esperando.-Con un ademán de su mano derecha les indicó la entrada.-Vanya, tú también debes pasar.- Adrash no pudo esconder una sonrisa sarcástica.
El guardia les condujo por un pasillo que rodeaba al árbol. El interior del edificio estaba decorado con la sobriedad y el buen gusto típicos de los elfos. Varios tapices con motivos relativos a las deidades élficas y a los más famosos héroes de su mitología cubrían las paredes de la madera de color claro de la que parecía estar construida toda la ciudad. Las puertas estaban jalonadas por esbeltas columnas y arcos acabados en pico, decorados con motivos vegetales de extraordinaria factura, y distintos en cada puerta. Finalmente, el guardia les indicó uno de esos arcos, situado hacia la parte interior del árbol.
La estancia en la que se encontraban ocupaba prácticamente el ancho de la edificación. En la parte más exterior, tres grandes oquedades redondeadas, decoradas con motivos vegetales de similar estilo a los que adornaban cada puerta en el palacio, dejaban entrar la luz del día a la gran sala. Del lado contrario, a unos veinte pasos, había una gran mesa y una silla alta, que parecían nacer del propio suelo, ambas decoradas con tallas en forma de enredadera. Tras la mesa y la silla, la zona que había sido cavada hacia el interior del árbol estaba decorada con un gran relieve que representaba a la que los elfos consideraban la madre de su raza, Ylenathar, en medio de una profusión de verdes hojas y flores de todo tipo, adornadas con un bellísimo policromado que jugaba con los cambios de luz, haciendo que la escultura pareciese viva por momentos. La estancia parecía diseñada para producir una sensación de calma y solemnidad a los que entrasen en ella por vez primera.
En pie, junto a la mesa, estaba un elfo cercano al metro noventa de altura, de complexión especialmente ligera. Aunque su piel era más fina que la de cualquier humano, parecía curtida para lo que era normal en un elfo. Su pelo era largo y de color plateado blanquecino. Sus ojos verdes transmitían una reconfortante sensación de sabiduría, al igual que la amplia sonrisa enmarcada por unos casi perfectos rasgos. Su cara, en general, daba la sensación de ser la de alguien que llevaba muchos años en el mundo. Vestía una sencilla túnica de color gris verdoso, y no parecía portar ningún arma.
-¡Saryon!- La franca sonrisa del Gobernador se acentuó.- No sabes lo que me alegra tu visita- El vetusto elfo hablaba en común, con una voz profunda y musical.- Incluso a mí me parece demasiado tiempo.
-Como ves, los años pasan raudos sobre mí.-Saryon tendió su mano derecha hacia el elfo, que le respondió con un apretón.-Pero veo que me sigues recordando.
-Por supuesto, ¿cómo iba a olvidar a uno de los héroes, por no decir el mayor de ellos, de la guerra contra oriente?
-Ya quedamos pocos de aquellos héroes. El consejo se ha encargado de ello.
-Sí, es una lástima. Las memorias avariciosas son frágiles. Pero dime, ¿qué te trae por aquí?-El Gobernador se sentó en su amplia silla de madera viva e indicó a los demás que hicieran lo propio.
-¿Cómo? ¿No lo sabes?-Saryon parecía realmente confundido- ¿Qué hay del ataque?
-Hace un mes que los lagartos se han retirado. –El Gobernador parecía sumamente extrañado- Pero el cónclave ya estaba informado de eso.
-¿Cómo?- El tono de voz del caballero continuaba denotando sorpresa.- Hace dos semanas que me solicitaron que viniera a ayudaros a dirigir el ataque contra sus poblados del norte. ¿Y me dices que hace un mes que se fueron?, ¿a dónde se fueron?
El Gobernador Nairim miró hacia Adrash.
-Al norte no están. Nuestras patrullas no han encontrado ni rastro de ellos. Precisamente venía a informar de ello.-Adrash carraspeó.-Parece que han desaparecido.
-¿Explorasteis la zona más cercana al río?- Vanya miró inquisitivamente a Adrash- Los lezzars parecen atacar en sus cercanías con más fuerza, como habréis comprobado.
-Por supuesto. Y no encontramos ni un solo rastro de ellos.-Adrash no pudo evitar que su sonrisa tomase el habitual aspecto sarcástico.
-Pues hacia el oeste no han ido.- El Gobernador mantenía la vista fija en una de las ventanas que estaban en frente de él.-Y en el bosque no han entrado. Nos habríamos enterado. Parece como si se los hubiese tragado la tierra.
-No sería tan extraño. El subsuelo en esta zona esta plagado de túneles y grandes cuevas. Lo pude comprobar hace años, cuando viajamos al reino de Avalar, en el norte. Cruzamos la gran grieta por el subsuelo, y viajamos bastantes jornadas bajo tierra. Quizá ellos estén allí.
-Quizá tengas razón Saryon. Los lagartos aparecen en casi cualquier sitio, siempre cerca del río, atacan y después se van. Quizá se hayan establecido en esas cuevas subterráneas. Algo extraño esta ocurriendo, son demasiadas cosas y tenemos muy poca información. El consejo cada vez sigue un rumbo más errático, y esos lezzars parecen cada día más inteligentes, como si alguien estuviese manejándolos.
-Pero… ¿quién? Esta zona lleva siglos deshabitada, y nunca estuvieron organizados como ahora. Además, parece como si hubiese una raza nueva de esos seres. Ahora sus heridas se cierran solas, de forma parecida a las de los trolls, y sus jefes… son inteligentes. Y tienen un escalofriante aire humano.
-Habíamos notado todo eso, pero no sabemos el porqué. Por ahora nos dedicamos a defender nuestra ciudad, es lo único que podemos hacer.
-Quizá debierais golpearles de vez en cuando. Podría daros un par de consejos sobre eso.-Adrash miraba al noble elfo con su habitual gesto irónico.
-Ya estoy informado de tus méritos, Niariel nith Airel, pero en este momento es imposible para nosotros atacar a nadie. No sabemos dónde están. Es así de simple.
-Pues lo primero es encontrarlos, ¿no?-Adrash sonrió.
-Enviaré exploradores a investigar la zona. Vanya, tú puedes encargarte de la partida. Ya estás informada de todo.
-Señor, creo que me corresponde un descanso.- La voz de Vanya mantenía el tono de irritación habitual.- Llevo varias semanas de patrulla.
-Tienes razón, Vanya. Buscaré a otro.- No había ningún tipo de contrariedad, sino más bien lo contrario, en el tono del Gobernador.
-Probablemente sea lo mejor.- La mirada de Adrash se clavó de lleno en Vanya, mientras su media sonrisa afloraba de nuevo a sus labios.-A lo mejor ni siquiera era capaz de realizar su cometido como es debido.
-Señor, he cambiado de idea, me gustaría encargarme de la exploración- El tono de enfado de Vanya fue en aumento, si es que tal cosa era posible.
-De acuerdo, como quieras.- El noble elfo observaba la escena no sin cierta sorpresa, aunque sin duda divertido.- Mañana mismo deberías partir hacia el norte.- El Gobernador Nairim dirigió su vista hacia Saryon mientras Vanya enviaba una mirada asesina a Adrash, que lo único que hizo fue mantener su expresión sarcástica.- Y tú, Saryon, ¿qué harás?
-No sé que ocurre aquí, pero creo que debo volver rápidamente a Isvar.-El rostro de Saryon presentaba signos de clara preocupación- Makhram Naft, el senador que me entregó la carta del cónclave, me indicó que el camino más seguro para llegar aquí era siguiendo el río.
-Pues eso es algo que también sabían en el Senado, que el río era la zona más peligrosa.- El rostro del elfo expresaba una profunda preocupación- Piensas que alguien pretendía...
-Pienso que alguien ha cometido un grave error, no puedo saber si de forma intencionada o no, pero créeme que lo averiguaré.
Por unos momentos, la sala quedo en el más absoluto silencio. Los rostros de todos mostraban evidentes signos de preocupación.
-Puedes quedarte aquí cuanto quieras, Saryon, serás mi invitado.
-Gracias, pero no. Mañana mismo partiré hacia Isvar. Esta vez por una ruta más segura. Debo descubrir qué ocurre e investigar dónde están el resto de mis compañeros de la guerra. Parece que hay gente interesada en apartarnos por completo del Senado.
-Tú eliges, Saryon. Sabes que deseo que todo te vaya bien. Aquí las cosas parece que se ponen peor en lugar de mejorar. Los ataques han aumentado en número e intensidad, a pesar de los esfuerzos que hacemos por vigilar el bosque. No sabemos dónde se habrán metido, pero no están lejos, y de vez en cuando enseñan los dientes. Nada más que pequeñas escaramuzas, pero demasiado frecuentes. Empiezo a sospechar que hay una verdadera guerra en ciernes.
-Hay demasiadas cosas que no me gustan nada...- La voz de Saryon era profunda, solemne.- Debemos mantener los ojos bien abiertos.
-Nosotros siempre lo hacemos, caballero- La voz de Vanya restalló como un látigo.
-Nadie lo duda.-Saryon miró por un momento a la elfa sin variar un ápice su expresión.- Pero algunos de nosotros no lo hacen, y demasiado a menudo. Por eso quiero volver a Isvar, para mantener bien abiertos ciertos ojos.
-Algo me dice que Isvar será más divertido que Arbórea.-Adrash hablaba como si todo lo que se había hablado en la habitación careciese de importancia, con cierto tono de dejadez.- ¿Me permitiríais acompañaros? Hace tiempo que no visito una taberna de verdad.
-Por supuesto que podéis, Adrash. Estaré orgulloso de tenerte como compañero de viaje, y por lo que he podido ver, bastante más seguro también.
-No te fíes, Saryon. A veces soy más peligroso para mis amigos que para mis enemigos.
-Lo tendré en cuenta, Adrash, lo tendré en cuenta...

Escrito por Cronos el lunes, 9 de noviembre de 2009

Manzanas.

Lamar Naughtluck era un hombre grande. No es que fuese demasiado alto, pero su complexión era la de un hombre fuerte. Si a eso añadimos que nunca había hecho demasiado ejercicio salvo por obligación, que uno de los mayores placeres de la vida para él era comer, y que éste únicamente era igualado por el placer de beber, se podía entender la gran panza que rellenaba el conjunto de remiendos y lamparones de las tonalidades más diversas que cubrían lo que había sido un hábito de color marrón. Su pelo negro, sin llegar a ser una melena, era bastante largo, y los rizos que formaba se enredaban unos con otros en el más confuso caos, siempre brillante a causa de la grasa. Su tupida barba, igual de cuidada que su pelo, rodeaba una cara entrada en carnes, de amplios y sonrosados mofletes y nariz, que contrastaban con sus pequeños ojos castaños, vivaces y expresivos.
Lamar caminó por la cubierta del Intrépido. Viajaban a toda vela, como casi siempre, en busca de una nueva presa. El tiempo era bueno, lucía el sol, ya cerca de la línea del horizonte, y el viento empujaba al navío con fuerza. Los cinco largos mástiles lucían sus velámenes abiertos por completo para aprovechar la fuerza del viento. A su alrededor, varios marineros limpiaban la cubierta, mientras otros estaban encaramados a los mástiles esperando las órdenes del contramaestre. El Intrépido, aunque grande, era un barco rápido y ligero, ideal para aquello para lo que era utilizado, la piratería y el contrabando. Pronto capturarían a su presa y entonces llegaría la acción. La tripulación estaba tensa, como siempre que perseguían a otro barco, pero eso a él no le afectaba. Era el cocinero, demasiado valioso en un barco como para dejar que se muriese en un combate estúpido. Así que, como era habitual, a él no le tocaría luchar cuando el momento llegase. Estaba ya a punto de atardecer, y eso significaba que tenía que trabajar. Preparar raciones, y buenas, para evitar que los marineros cayesen por la extenuación, o hiciesen algo peor acuciados por el hambre. Carne seca, fruta y ron aguado, lo normal para un marinero.
Lamar acabó de cruzar la cubierta y bajó a su lugar de trabajo. La cocina del Intrépido era un lujo para este tipo de barcos. Había una mesa en la que podían comer cuarenta hombres, y un mostrador sobre el que acumulaba sus cachivaches, incluido el alambique, que estaba prohibido utilizar, pero del que nadie se quejaba porque a todos les gustaban sus licores. Por supuesto, encima de ese mostrador también había innumerables restos de comida, suciedad y cualquier cosa imaginable, o no tan imaginable, en una cocina. Comenzó a preparar las raciones para el primer turno. Carne seca de la caja, ron del barril y… la fruta se había acabado. Dejó el barril vacío en el interior de la despensa, y se dispuso a sacar uno lleno. Según lo inclinó, una voz chillona pero apagada sonó desde dentro del barril.

-¡Eh! ¡Estás descolocando todas las manzanas!
-¿Qué demonios…?-La rasposa y siempre afónica voz de Lamar resonó en las paredes de la pequeña despensa.- ¿Quién esta ahí?
-¡Un miuven muy enfadado!
Lamar sacó la tapa del barril de un golpe, y cuando miró en su interior vio un rostro infantil que miraba hacia arriba sonriente. Debajo de él estaban todas las manzanas del barril, cortadas por la mitad, y, salvo unas pocas, colocadas perfectamente boca abajo, con la parte plana hacia el fondo del barril.
-¿Así que esto era un barril? Vaya. Yo creí que era un plano o el infierno o algo así, y resulta que era un simple barril.
-¿Qué? ¿Quién demonios eres? ¿Qué haces ahí? ¿Por qué has cortado todas las manzanas?- Lamar parecía totalmente superado por la situación.
-Puesss... te explicaré… pero te adelanto que es una larga historia. ¿Una manzanita?-El pequeño ser le tendió media manzana a Lamar. La mitad que había sido cortada llevaba varios días echada a perder-Ni una sola tiene gusano, aunque empiezan a oler un poco mal.
Lamar agarró la mano del miuven con fuerza.
-¡Más vale que salgas de ahí ahora mismo, y que me expliques tu historia antes de que acabe de enfadarme y te corte los brazos, cosa que de todos modos es probable que haga el capitán!- El grito de Lamar lo pudieron oír en la cubierta. Aunque nadie se extrañó.- ¿Me has oído?
-Claro, claro. Tampoco hacía falta gritar. Te recuerdo que estoy a tu lado, y este barril tiene un eco espantoso. Me vas a provocar un buen dolor de cabeza. Además, ahora que sé que esto no es el infierno, pues hasta me apetece salir de aquí. Estaba empezando a aburrirme, y hace tiempo que se me acabaron las manzanas.- El miuven salió del barril con un ágil salto. Lamar continuaba agarrándole la mano derecha.- ¿Estás seguro de que quieres que te cuente qué demonios hago aquí? Puedo tardar bastante…
-¡Pues me lo cuentas resumido, enano! ¡Ningún asqueroso miuven saquea mi cocina sin morir en el intento!
-Vale, vale, no te enfades. Si quieres que te diga la verdad no tengo ni idea de cómo acabé dentro del barril. Simplemente estaba con Ragnar y de pronto dije un deseo que no quería decir y me desperté en medio de algo muy oscuro, que se balanceaba, y con un montón de bultos redondeados debajo de mí. Creí que estaba muerto y que era el infierno, así que busqué algo que hacer… uno no puede estar toda la eternidad sin nada que hacer ¿no? Pues entonces descubrí que los bultos eran manzanas, y me dije… igual mi castigo es comprobar si las manzanas tienen gusano o no... Así que eso es lo que hice, y de paso, las coloqué un poquito para tener un poco más de sitio. Tuve que probar varias veces, colocándolas de maneras distintas, hasta que descubrí que de esta manera estaba más cómodo. Por cierto, ni una sola de las manzanas tenía gusano, aunque tampoco puedo estar muy seguro, porque como no se veía casi nada ahí dentro, pues claro, me tuve que fiar del tacto. Pero bueno, el tacto de un miuven todo el mundo sabe que es uno de sus sentidos más agudos, incluso teniendo en cuenta que los demás ya son agudos de por sí. Como siempre decía mi amigo Ragnar el único sentido que un miuven no tiene muy agudo es el sentido común. No tengo muy claro lo que significa, pero si lo dice mi amigo Rag seguro que…
-¡Basta!- Lamar estaba completamente confuso con la perorata que le acababa de soltar el miuven- Te vas a quedar encerrado en la despensa y que decida el capitán, ¿entendido?
-Yo… no sé, bueno, por cierto, me llamo Benybeck… ¿y tú?
Lamar le dio un empujón al miuven y cerró la puerta de la despensa con llave, tras salir por ella.
-¡LAMAR!- El miuven oyó el grito desde detrás de la puerta- ¡Me llamo Lamar!
Benybeck miró a su alrededor. Vaya… más toneles, cajas de carne seca, barriles de ron… nada divertido. Y además le habían encerrado con llave, así que no podía irse. ¿Llave? ¡Una cerradura! Benybeck comenzó a rebuscar por los múltiples bolsillos de su casaca, su cara había cambiado completamente. Tras unos segundos, sacó de un bolsillo una pequeña ganzúa, que introdujo en la ranura de la cerradura. Tras unos momentos de concentración, escuchó un clic que lo llenó de satisfacción, aunque por poco tiempo. Demasiado fácil. Ninguna cerradura se le resistía. De nuevo, se sentó en el suelo a esperar. ¿Tardaría mucho el tal Lamar? Parecía que fuera empezaba a haber revuelo. Esperaba que no fuese por su culpa, pero con el enfado que tenía aquel tipo gordo barbudo, pues cualquiera sabía. La puerta de la despensa, ahora abierta, se entornó. En la cocina no había nadie. Benybeck pensó que si la puerta se había entornado, sería por algo, así que salió a mirar. Sobre él había mucha actividad. Una voz fuerte y autoritaria se oía por encima de las demás.
-¡Quiero que estéis todos listos antes de que vuelva a parpadear o tendré que comenzar a repartir golpes! ¡Vamos, gandules!
El ruido de los pasos sobre su cabeza era cada vez más fuerte. La misma voz autoritaria sonó de nuevo.
-¡Ya estamos encima! ¡Todos preparados para abordarlos!
¿Abordarlos? ¿Piratas? ¡Un barco! ¡Estaban en un barco! ¡Y nada menos que en un barco pirata! Benybeck no pudo reprimir el impulso que le llevaba hacia la escalera. Se asomó por la puerta que había al final de la manera más disimulada que pudo, y contempló la escena.

Era de día, probablemente cerca del atardecer, hacía algo de viento, y el cielo estaba despejado. Sobre la cubierta habría alrededor de cien hombres, la mayoría de ellos mal encarados y vestidos con ropas pobres y hechas harapos. Todos portaban armas; sables, cimitarras, espadas cortas y largas, dagas… Estaban preparándose para asaltar otro barco, algo más grande que el suyo, en el cual les esperaban unos cuantos marineros, armados también, pero con un aspecto bastante menos aguerrido. El hombre que profería los gritos estaba detrás de todos los piratas. Era muy alto, casi el doble que Benybeck, y su pelo era largo y de un color entre castaño y pelirrojo. Llevaba un sombrero de ala ancha, de cuero, con una cinta escarlata con una hebilla. Su cara era alargada, con las cejas y los pómulos marcados, nariz más bien aguileña y mentón fuerte. Llevaba una camisa escarlata con un chaleco de cuero negro sobre ella, y unos pantalones del mismo material, bastante ceñidos, que sujetaba a su cintura con un ancho cinturón que se cerraba con una enorme hebilla dorada. Metidas entre el cinturón y el pantalón llevaba varias dagas, y, colgando de éste, la vaina del sable que blandía en su mano derecha, usándolo para señalar a los piratas lo que tenían que hacer. El hombre seguía dando, o más bien gritando, órdenes, y, sobre todo, lanzando improperios contra la decena de marineros que tiraban de dos cuerdas, que estaban enganchadas al otro barco con garfios. De pronto, las dos naves chocaron. Benybeck tuvo que agarrarse al marco de la puerta para no caerse. Todos los piratas que esperaban giraron la cabeza… ¡Hacia él! El miuven se lanzó a un lado de la puerta y volvió a mirar de la manera más disimulada posible hacia fuera. Los hombres miraban hacia allí... más o menos. Se dio cuenta de que sus miradas se dirigían un poco más arriba, y entonces oyó como una voz fría y dura como el filo de una espada, con tono autoritario pero sin gritar, decía:

-Atacad.

Como empujados por un resorte, todos los piratas se lanzaron hacia el otro barco lanzando alaridos, dispuestos a tomar por la fuerza su botín.

-¡Eh! ¡Tú! ¡Enano!- La voz era inconfundible, era el gordo barbudo llamado Lamar- ¿Cómo has salido de la despensa?

El tal Lamar avanzaba por la cubierta ignorando el combate, directo hacia él. Benybeck pensó que debía estar bastante enfadado.

-Si realmente pensabas que esa cerradura me iba a impedir salir de allí, no debes saber muy bien lo que es un miuven…-Benybeck no pudo evitar decir esto mientras comenzaba a correr por la cubierta, evitando al gordo cocinero- ¡No corras tanto! ¡Vas a conseguir hundir el barco si sigues pegando esos saltos!

Ahora los gritos e improperios del cocinero se escuchaban en toda la cubierta, a pesar del combate. En una de sus vueltas, el miuven vio al hombre que dio la orden de atacar. Sobre el castillo de popa, mirando el combate que se desarrollaba en el barco vecino, con un aire entre triste y frío, estaba el que, sin duda, era el capitán del barco. No era demasiado alto, aunque sí más que la mayoría de los humanos que conocía. Su pelo era negro como la noche, y le caía en una melena lisa hasta la mitad de la espalda. Toda su ropa era negra, llevaba un jubón de seda o algún tejido similar, y un pantalón de cuero. A su espalda portaba una capa que ondeaba con los envites del viento. Su piel era de una extrema palidez, parecía enfermo, y su rostro era frío y duro como la voz que había escuchado antes, aunque bastante bello en parámetros humanos, pues como miuven era horriblemente feo. Miraba fijamente al otro barco, en algún punto entre la atención suma que la situación requería, y una tristeza cuyo origen era desconocido para Benybeck. En ese momento miró hacia la cubierta, y dirigiéndose a perseguidor y perseguido, dijo:
-Dejad de hacer el estúpido y subid aquí.
-Éste… éste… -Lamar había dejado de correr, pero aún jadeaba como si llevase tres días debajo del agua- Éste es… el ser del que le hablé, Señor…
Benybeck subió las escaleras del castillo de popa y se detuvo a unos pasos del capitán.
-¡Hola!-El miuven mostró su mejor sonrisa-Soy Benybeck… Es usted el capitán, ¿verdad?... Tiene usted un bonito barco, al menos desde mi punto de vista... la verdad es que casi nunca había viajado en barco, pero comparado con los que había visto antes, éste es el más bonito de todos… no sé si eso servirá para demasiado pero se lo digo porque…
-Sabes lo que se hace con los polizones en alta mar, ¿verdad?
-Puessss... la verdad es que no. Sólo espero que no los matéis ni los descuarticéis ni nada de eso, porque seria muy incómodo, y la verdad es que antes de subirme a un barco, debería haberme enterado de cómo son las leyes del mar, aunque en este caso tengo justificación, yo no deseaba subirme al barco, simplemente aparecí en él, en ese barril estúpido en el que no sé qué rábanos… o más bien qué manzanas pintaba, pero allí estaba... me imagino que si llego a venir a propósito habría…
-Los tiramos por la borda.-El miuven cerró la boca de golpe- A no ser…
-¿A no ser que qué?
-A no ser que trabajen en el barco hasta pagar su pasaje.- La sangre volvió a circular por la cabeza de Benybeck, que recuperó su color.
-Uff… no soy tan buen nadador, y lo peor de todo, no sé en que dirección está la costa…
-Eso da igual. Estas aguas están plagadas de tiburones.
-Vaya… ésas son malas noticias para los que caigan al agua en el combate…
-Ésta es una profesión arriesgada.- El capitán seguía mirando el combate mientras hablaba con el miuven. Lamar se arrastraba escaleras arriba, jadeando de tal manera que parecía que estaba a punto de morir por asfixia.- Entonces, ¿aceptas o no?
-Mmmm depende...- Benybeck se rascó el mentón con la mano derecha, mientras levantaba una ceja.- ¿Qué es lo que tendré que hacer? Es que no me gusta nada matar a la gente, y además no se me da demasiado bien, aunque eso tampoco significa que no sepa defenderme…
-Sólo tendrás que explorar los barcos que capturemos en busca de trampas, compartimentos secretos y cosas así. ¿Simple, verdad?
-¿Y con eso pagaré mi pasaje?- El miuven sonrió- Creo que me voy a quedar aquí mucho tiempo…

Escrito por Cronos el lunes, 9 de noviembre de 2009

Bautismo.

Al fin vio el lugar que buscaba. Iluminado por el sol de la mañana, en medio de la selva, un pequeño poblado de cuatro maltrechas chozas de paredes de bambú y techo de hojas de palmera desecadas yacía junto a un río, rodeado de pequeños sembrados protegidos por endebles muros de juncos. Sin dejar de caminar, con la vista fija en las chozas, ordenó mentalmente a sus siervos que rodeasen el poblado. Nadie debía escapar. Sintió en su piel el frío del metal de su espada al agarrar la empuñadura con fuerza. Cuando estaba a unos 20 pasos de la primera de las chozas, un hombre salió de ella. Era adulto, aunque no levantaba más allá de su hombro. Su piel era oscura, y sus ojos almendrados. Tenía la cabeza rapada, y portaba una tosca lanza de madera en su mano derecha. Aquel hombre parecía aterrorizado por su presencia, y tenía motivos para estarlo. Cuando estaba a unos diez pasos de él, el hombre comenzó a temblar del terror.
-Tú no hacer daño... tú no hacer daño... - Su voz temblaba casi tanto como sus piernas- Tú no enemigo,... nosotros comida... yo Hash-n'ik... tú quién....
-Tu muerte.- La voz de Mirko sonó como un trueno mientras desenvainaba su arma.
Tan sólo un instante más tarde la vida de aquel hombre se escapaba por la herida abierta por la espada de Mirko, que le atravesaba el vientre de lado a lado. Mantuvo al hombre, herido de muerte, en pie durante unos segundos, mientras veía como la vida huía de sus ojos, que miraban al infinito. Finalmente, lo dejó caer mientras daba la orden a sus siervos de atacar. Entonces comenzó la orgía de sangre.
Mirko no era capaz de ver con claridad. Varias figuras salieron de las chozas. Pequeños, grandes… todos intentaban huir, pero su espada silbaba en el aire implacablemente, segando las vidas de los enemigos de su señora. Las sombras se mezclaban a su alrededor, y sin embargo, sabía dónde y cómo golpear para asestar estocadas certeras y mortales. Lo único importante era que sus enemigos murieran. Lo único que le importaba era matar, destruir a los que odiaban a Ovatha, y su espada cumplía a la perfección su labor. Uno tras otro iban cayendo aquellos que se cruzaban en su camino.
El olor de la sangre lo llenaba todo y hacía que su furia fuese en aumento con cada golpe. Su rabia y su ceguera aumentaban con cada enemigo caído. Los gritos de sus presas se mezclaban con el sonido de las armas, formando una música macabra que le hipnotizaba y le obligaba a golpear una y otra vez, a matar en nombre de su señora. Mirko podía notar la satisfacción de Ovatha en cada herida que inflingía, en cada extremidad que seccionaba y en cada vida robada.
Pronto todo se llenó con la luz danzarina del fuego que provenía de las chozas, y el olor de la sangre se mezcló con el del fuego y con el de la carne al quemarse. Los gritos no cesaban y los golpes de espada se sucedían con velocidad creciente. Tras un certero golpe, un chorro de sangre golpeó la cara de Mirko, haciéndole sentir el sabor salado de la savia de su enemigo. La humedad y la calidez de la sangre le despejaron, de modo que pudo ver cómo ante él caía una niña morena, de no más de diez años, con su brazo colgando de lo poco que quedaba de su hombro.

De pronto, la música del combate terminó.

Mirko pudo ver los ojos de la niña mirándole fijamente mientras que su boca musitaba unas palabras que no podía entender. Podía adivinar su significado. ¿Por qué? La niña repitió las palabras cada vez más despacio, cada vez con voz más queda, hasta que finalmente sólo sus ojos vacíos de vida continuaron preguntando a Mirko. ¿Por qué?
La semilla... Aquella semilla que sabía que estaba en su interior, aquella semilla que hasta la misma Ovatha desconocía, fue creciendo poco a poco. Moviéndose, aumentando, revolviéndose, mientras que Mirko observaba su obra. Hasta una treintena de cadáveres yacían a su alrededor, todos mirándole con la misma mirada que se le clavaba en el alma, todos preguntándole con su rostro, con sus ojos. ¿Por qué? Tantas vidas segadas, y no era capaz de contestar a la pregunta. ¿Por qué? Su mano derecha soltó la empuñadura de su espada, ya envainada. La semilla germinó, alimentada por la consternación de Mirko, creció, y sus ramas se extendieron por su corazón y su alma, llenándolo de culpa y tristeza, hasta que su fruto manó por sus ojos. Mirko pudo notar el salado sabor de sus propias lágrimas al llegar a su boca. ¿Por qué? Cada uno de los cadáveres que estaban ante él le hacía la misma pregunta, clavando la culpa en su alma, retorciendo su conciencia, aquella semilla tan profundamente enterrada que hasta la misma Ovatha, su señora, la había olvidado. Vio como sus lacayos se alimentaban de la carne y la sangre de los inocentes y su rabia creció. Ahora podía ver con claridad. Ovatha no era su señora, era su ama. Ovatha no era su madre, sólo era quien le había forjado a él, como un arma, como un juguete más para su voluntad.
-Hijo, piensas cosas horribles.-La dulce voz de Ovatha sonó en su mente.- ¿Por qué?
-Esa es la pregunta Ovatha. ¿Por qué? Ellos me preguntan con sus ojos. Sus almas pesan sobre mis hombros.
-No hay un porqué, hijo mío. Yo lo quería así. El porqué no es importante.
-Yo creo que sí lo es.
-Era mi capricho, hijo. Mi voluntad. Y mi voluntad es tu voluntad, ¿recuerdas?
-No me gustan tus deseos, Ovatha.
-Sólo puedes cumplirlos, hijo mío. Yo te he creado, y ésa es tu obligación.
-Tú no me has creado. Yo existía antes de Ovatha. - Mirko sintió como su voluntad se doblegaba ante la dulzura de su voz.- Y sigo queriendo saber el porqué. Ellos me lo preguntan, y sus almas merecen una respuesta.
-Porque yo lo quise, hijo mío.- La voz de Ovatha le adormecía, aliviaba el dolor que le causaba su propia conciencia.- Porque era lo mejor para ti, porque debías aprender.
-No sé si me gusta lo que he aprendido Ov... Madre.- La voluntad de Mirko cedía lentamente.
-No todas las lecciones son gratas, hijo mío. Pero con el tiempo verás que lo que te he enseñado hoy te será de gran ayuda. Sabes que de no ser así no te lo hubiera pedido, hijo mío.
-Claro, madre.- Todo comenzó a tornarse borroso de nuevo para Mirko.- No sé que clase de locura ha pasado por mi mente. Sé que tenéis razón, y mi duda me deshonra.
-Yo te perdono, hijo mío... Sabes que siempre te perdonaré porque mi amor por ti es tan grande que ninguna ofensa puede destruirlo.
-Gracias madre. No merezco vuestro amor ni vuestro perdón, pero haré lo que sea necesario para lograrlos…

Y entonces, el durmiente despertó.

-Ovatha, eres un ser malvado. Todas tus palabras están llenas de falsedad. Tus mentiras mueven mi mente cada vez que hablas. Deja de atormentarnos.- La voz del durmiente sonaba similar a la de un niño enfadado, pero profunda y ronca, como un rugido en su mente.
-¡No! ¡Tú debes dormir! ¡No debes despertar aún!- La voz de Ovatha se tornó aguda, casi desesperada.
-Soy dueño de mí, Ovatha. Al igual que tú, Mirko. Tú, compañero de prisión y dolor. Tú has de ser dueño de ti, de nosotros. Debes oírme.
-¡No le escuches! ¡Él miente! ¡Quiere destruirme a mí y destruirte a ti! ¡Él es la causa de todo el dolor!
-Tú eres la fuente del dolor, Ovatha.-El rugido del durmiente sonaba en sus mentes con la fuerza de un huracán- Mirko, compañero. Sabes que miente. Debes unirte a mí. Seremos uno y le ganaremos. Yo no soy un esclavo. Y sé que tú tampoco quieres serlo.
-Yo....-Mirko estaba confundido.- Ella alivia el dolor. Ella cura las heridas. Ella me protege y me...
-¡Mirko!- El durmiente estaba furioso- ¡Recuerda! ¡Recuerda su mirada! ¡Recuerda los muertos! Ella es la culpable. ¡Ella es tu dueña! ¡Ella no es tu madre! ¡Tienes que escuchar! ¡No habrá otra oportunidad!
-Recuerda el dolor, hijo mío. Recuerda como tu interior se retorcía para hacerle sitio a él. Él es el culpable de tu miseria, mi vástago, no yo.
Los ojos. Las preguntas. Todo era borroso otra vez para Mirko. De nuevo se sentía bien. No estaba el dolor. Pero estaban las preguntas. De nuevo el sabor salado en su boca. De nuevo el peso en su espalda. Las miradas... El porqué... El dolor... los latidos... todo se mezclaba en su mente, las preguntas, la dulce voz de Ovatha y el rugido infantil del durmiente. Mirko. Ya no era él. Lo comprendió. Recordó el día que los lezzars le habían capturado. Mirko ya no existía. El nuevo Mirko era distinto. Recordó de nuevo la semilla. Aquello que todavía conservaba de su verdadero yo. La semilla era el último resto. Su humanidad. Su conciencia. Ya nunca la perdería. Abrió los ojos y vio el festín de muerte que había servido a la que hasta entonces era su señora. Vio cómo los que habían sido sus secuaces se cebaban en sus víctimas inocentes, sin darse cuenta de lo que estaban haciendo. Bestias sin mente. Por un momento vio su propio rostro en cada uno de los hombres lagarto. Vio de nuevo el rostro de la niña, de aquel ser inocente que le había despertado de aquella pesadilla macabra. Y entonces volvió el dolor. De nuevo el dolor en cada porción de su cuerpo.
-¡No! ¡No le escuches! ¡Él debe dormir!-La voz de Ovatha ya no curaba. Nunca lo haría más. Ahora tendría que sufrir para poder expulsarla de su cuerpo para siempre.- ¡Yo soy tu madre Mirko! ¡Debes amarme como te enseñé!
-No le escuches. - La voz del durmiente se había hecho débil y rasgada- Tu voluntad me cansa. No debemos luchar entre nosotros. Algún día seremos uno. Cuando sea grande y pueda hacerlo. Deberás seguir solo, aunque seguiré contigo. Hemos de lograrlo, Mirko. Si no lo hacemos ella volverá... Ahora, corre por los dos... y cuando no puedas seguir yo correré por ti... corre...
Mirko cayó al suelo, doblegado por el dolor, y comenzó a vomitar. Cuando pudo abrir los ojos vio su propia sangre sobre la hojarasca. Lo que había expulsado, aun así, le hacía sentirse mejor. El dolor era menos intenso, y la voz de Ovatha parecía más lejana.
-¿Así es como me traicionas, hijo?- La voz de Ovatha ahora era terrible, acusadora, aunque menos intensa.- ¿Así es como pagas el dolor que yo te entregué? Yo te pagaré como se paga a un traidor. Aunque sentiré tu dolor como si fuese mío.
Mirko notó como sus lacayos se separaban de él, como Ovatha invadía sus mentes expulsando su control para tomarlo por sí misma. Volvió la cabeza, y de forma nítida vio como aquellos lezzars de escamas negras le miraban, blandiendo sus cimitarras. Mirko sabía que no era el momento de luchar. Se incorporó y comenzó a correr.

Todavía sabía en que dirección y a que distancia estaba Ovatha.

Corrió en dirección contraria.

Escrito por Cronos el viernes, 6 de noviembre de 2009

De agujas y pajares.

Ragnar pasó las páginas del libro a toda velocidad. "Ovatha, Ovatha... dónde estarás, seas lo que seas...". Llegó al final del grueso tomo y lo apartó, poniéndolo sobre una de las grandes pilas que prácticamente le rodeaban.
Miró a su alrededor. La gigantesca biblioteca mágica de su padre se mostraba en todo su esplendor a sus ojos, iluminada por esa extraña luz blanca, uniforme, y sin duda mágica que estaba en todas partes y no parecía partir de ningún sitio. Las altas paredes, de unos diez metros de alto y forradas de viejas estanterías sin ningún tipo de adorno, estaban llenas de tomos de las más diversas procedencias y escritos en las lenguas más diversas, tanto del plano del Sueño como de otros. Todos ellos tenían un tema en común: La magia. Volúmenes con cientos de hechizos y técnicas para lanzarlos, tomos con las más diversas referencias sobre seres de otras realidades y cómo invocarlos, manuales de viajes entre planos, libros de magia divina, de historia de los dioses, tomos que describían los más poderosos artefactos mágicos y su utilización... cualquier información relacionada con lo arcano o lo místico podía ser encontrada en esa biblioteca.
Sobre Ovatha, fuese lo que fuese, no había nada. Nada de nada. Lo único que había encontrado eran pequeñas referencias a una antigua religión, desaparecida dos o tres siglos atrás, que seguían ciertos nativos salvajes de las costas situadas al este de la península de Isvar. Pero ninguna referencia clara. Los nativos llamaban a su dios Uvath-zar, y su pronunciación era muy próxima a la de Ovatha. No parecía nada serio, probablemente, según conjeturaba el tomo en el que había encontrado aquella información, se tratase de una personificación de alguna deidad maligna, pero nada que se pudiera relacionar con lo que su padre le había contado.
Lo peor de todo era que el nombre, o al menos su sonoridad, le resultaba familiar. Ovatha... Ovatha... lo tenía cerca. Estaba seguro de que tenía que ser algo más próximo, más propio... más común para él… algo de lo que le habían hablado. No podía recordarlo, y eso le exasperaba.
Miró hacia las enormes estanterías. Pasó la vista, ya cansada después de dos semanas de búsqueda casi ininterrumpida, por el techo cubierto de la misma madera noble de la que estaban hechas las estanterías. Observó la enorme mesa semicircular que le rodeaba, toda cubierta de libros, en busca de alguna fuente de inspiración. Repasó su mente en busca de algo que le pudiese servir de ayuda. Y nada, no encontró nada. Le angustiaba ser consciente de que la mayoría de los libros que trataban sobre deidades caídas ya estaban sobre la mesa, y no había encontrado en ellos lo que buscaba. Si al menos su padre estuviese allí... él sabría dónde buscar. Pero no, ahora él se ocupaba de las labores de su padre. Ahora él era el gran Ragnar, el que todo lo tenía que saber. Se preguntó si su padre acostumbraba a estar en esa misma situación, buscando y sin encontrar. Incluso deseó tener allí a Benybeck, pues su intuición podía ser asombrosa en casos como el que le ocupaban. Siempre parecía acertar sin querer, o al menos daba esa impresión, pero demasiado a menudo hablar con el pequeño miuven le hacía intuir alguna idea que acababa por ser correcta.
Volvió a repasar posibles significados de la palabra en los idiomas más diversos. "Frío de la mañana" en élfico, "Piedra voladora" en enano, "El que muerde los pies" en orco... pero ninguno de los significados era lógico, ni siquiera sonaba demasiado parecido a lo que buscaba. "Ovatha...Ovatha..." ¿Con qué o con quién demonios debía de enfrentarse? ¿Demonios? ¡Espíritus de los planos!, también eran una posibilidad. Y una posibilidad que ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Podría ser. ¿Por qué aquel nombre le resultaba tan próximo? ¡Claro!
De pronto la mente de Ragnar se iluminó, y vio con claridad lo que había estado oculto por su propia ceguera. Por un momento pensó que recordar a Benybeck le había llevado de nuevo hasta la idea correcta, pero descartó el pensamiento inmediatamente, pues las consecuencias de lo descubierto eran mucho más importantes. Ahora ya sabía lo que debía saber. ¿Cómo podía haber tardado tanto en darse cuenta? ¡Dioses! ¡Y nadie sabe a qué nos enfrentamos!
La alegría de Ragnar por descubrir lo que buscaba se transformó en pesar por la gravedad del asunto. Si era quien él creía, habría una gran batalla. Y quién sabe de qué dimensiones. Podría ser el fin de todo. Si ella vencía, quedaría… la nada. La nada más absoluta. El enemigo era de dimensiones divinas, enfrentarse a ella era como enfrentarse a un dios, y a uno muy poderoso. Si los dioses intervenían directamente, arriesgarían demasiado, pues además de arriesgarse a morir, romperían un pacto antiguo, y hacerlo podría traer una verdadera hecatombe al Sueño. Si no lo hacían y los hombres lograban vencer a Ovatha por sí mismos, su fe se vería disminuida. Los mortales sabrían que se puede vencer a un dios. Ello resquebrajaría su fe. Y la fe de los hombres es la fuente del poder de los dioses.

Sí, desde luego se enfrentaba a una situación crítica. Era necesario actuar con el mayor de los cuidados. Y lo primero era intentar averiguar las fuerzas y las debilidades de su enemiga. Ovatha... sólo de imaginar en qué podría convertir el mundo aquel ser le daban escalofríos. Se enfrentaba a un enemigo frío, astuto y poderoso. Y él sólo tenía una pequeña ventaja. Ella no le esperaba. Quizá.

Escrito por Cronos el viernes, 6 de noviembre de 2009

Presentaciones.

Sintió el fresco olor del bosque al amanecer. A su alrededor podía oír el sonido de la brisa al atravesar las copas de los árboles. Una sensación de bienestar, todavía mezclada con el dolor, invadía su pecho. Abrió los ojos y la luz del sol que penetraba entre los árboles le cegó brevemente. Estaba tumbado en el suelo, y en esa postura sólo podía ver las copas de los árboles sobre él. Al levantar la cabeza vio a un hombre, arrodillado a su lado, de larga cabellera lacia y de color negro, con su boca enmarcada por una mandíbula ancha y un largo mostacho que le caía junto a las comisuras de los labios. Su mirada enseguida le tranquilizó, y su rostro le resultó conocido. Las manos de aquel hombre, apoyadas sobre su pecho, emitían una tenue luz azul. Poco a poco, el embotamiento de su mente se fue despejando y comenzó a recordar el combate en el claro. Aquél era el caballero al que había ayudado... y eso era prácticamente lo último que recordaba. Al menos el esfuerzo había servido para algo. Estaban en un pequeño claro rodeado de maleza y de fuertes robles. La montura del caballero estaba cerca del centro del claro. De sus compañeros, que habían partido a por ayuda, no había ni rastro.
-Parece que mi magia surte efecto.- La voz del caballero era profunda y serena.- Pronto estaréis mejor. Mi nombre es Saryon Maiher.
-Gracias por tu ayuda, Saryon.-Le costaba hablar a causa de la sequedad de su boca.- Yo soy Adrash. Adrash Ala de Fuego. Aquel bastardo murió, ¿no?
-Lo maté con mis propias manos. Pero tu magia ya le había vencido. - Saryon retiró sus manos del pecho de Adrash, terminado su conjuro.-Sois valiente hasta la temeridad. No deberíais haber intervenido.
-No soy de los que dejan morir a un hombre valeroso solo. -Adrash se incorporó hasta sentarse sobre sus piernas cruzadas. Aún sentía un leve dolor al moverse, pero sabía que con un día o dos de descanso se le pasaría.- Además, me han enseñado a luchar así. Si no luchase de ese modo jamás podría haber sido lo que soy, un caballero del Fénix.- La sonrisa de Adrash daba a sus palabras un cierto tinte irónico.
-¿Caballero del Fénix?
-Sí, soy caballero del Fénix, una de las cuatro órdenes. La del Fénix representa al fuego. Nos enseñan el arte de las armas y el de la magia, y como utilizar ambos en combate. Son las cuatro órdenes elementales del antiguo Imperio de Narmad, cada una dedicada al uso y comprensión de un elemento.
-Eso explica lo de vuestra arma.
-¿El fuego?- Adrash acentuó su sonrisa.- Además de representar nuestra esencia, nuestra labor en el combate, nos enseñan a utilizarlo. No somos grandes hechiceros, pero nuestra magia es tan temible en la batalla como el filo de nuestras armas. Nuestras espadas actúan como conductor para nuestra magia. Cada caballero se forja su propia arma y sólo él puede utilizarla. Vuestra espada sí parece un objeto poderoso. Incluso después de soltarla, siguió ardiendo. Eso significa, sin duda, que la magia pertenece a la espada, no al que la empuña.
-Estáis en lo cierto, las llamas de mi espada provienen de ella misma.- La mirada de Saryon se dirigía ahora hacia la profundidad del bosque, cargada de nostalgia.- La conseguí hace años, durante la guerra contra Oriente. Muchas veces echo de menos aquellos tiempos. Entonces sabíamos contra qué luchábamos. Hice grandes amigos durante aquellos años, compañeros por los que arriesgué mi vida en incontables ocasiones, siempre seguro de que merecía la pena hacerlo. Algunos de ellos cayeron, pero al final su sacrificio sirvió de algo. El Imperio de Oriente se tuvo que retirar de Isvar.
-Habláis de tiempos difíciles, y no parecéis un hombre amante de la guerra. ¿Qué es lo que añoráis de aquella época entonces?
-No amo la guerra, estáis en lo cierto. Al contrario, me hubiera gustado no tener que empuñar mi arma contra otro hombre nunca, pero los enemigos, sobre todo los poderosos, hacen que la gente se olvide de sus mezquindades, de sus deseos de poder. Ahora parece que no hemos aprendido nada, y algunos de los que deberían de regir el destino de Isvar se preocupan más del estado de sus bolsas que de los problemas de la gente. Eso es lo que me asquea. Muchos han olvidado las penurias de la guerra, los días en los que la vida de cada uno de nosotros no valía nada, los días en los que la única opción real era la de sacrificarse para que todos pudiéramos vivir como deseábamos, sin ningún yugo sobre nuestros hombros. Tanto sacrificio y no aprendimos nada.
-En mi patria llevamos tanto tiempo en guerra que ya ni siquiera el enemigo común hace que la gente se una. Muchas veces pienso que el que un día fue el mayor imperio que había conocido el hombre está herido de muerte. En unos años sólo habrá lezzars y andracs allí. Y ruinas.
-Narmad... Hace unos años nadie de Isvar había oído ni siquiera hablar del continente de Narmad. Hasta que el imperio de oriente atacó Isvar, estábamos casi aislados, y nadie se preocupó nunca de buscar una salida de la península. Poco o nada conozco de vuestra tierra, salvo su localización aproximada.
-Como decía, las cosas no son fáciles por allí, dicen que la tierra está cansada, y cada vez hay menos jóvenes. Supongo que por el hambre. O quizá sea por la guerra. Demasiado tiempo luchando con los sacos de escamas, y parece que nunca se terminan. A veces me gustaría estar con mis compañeros, luchando, pero parece que el maldito destino me tiene reservadas otras sorpresas.- La voz de Adrash estaba llena de amargura ahora.
- ¿Y qué es lo que hacéis en esta zona?
-Es una larga historia. Digamos que vengo como embajador de los elfos de Iniriel
-Extraña posición la vuestra con respecto a los elfos. La inscripción del cuello de vuestra armadura dice mucho. Nunca pensé que un rey élfico pudiese llegar a dar tal rango entre los suyos a un humano. El servicio que realizasteis para su pueblo debió ser realmente importante...
- Dos años en medio de esos orejas puntiagudas es bastante tiempo. Al menos para mí. Me resultó complicado soportar su estúpida parsimonia. Pero no estaba allí por mi propia voluntad. Era una especie de prisionero. En el fondo la experiencia fue tan provechosa para ellos como para mí. Se podría decir que aprendieron bastante sobre cómo y cuándo se ha de dejar de parlotear y desenvainar las armas. Si no llego a estar allí, probablemente ni hubiesen peleado. A los tres meses de estar con ellos me dijeron que me podía marchar cuando quisiera. Pero en ese tiempo ya me había dado cuenta de que ellos también tenían problemas, que no sólo los tenían los humanos de Narmad. Y al fin y al cabo yo lo que quería era matar lagartos, me daba igual para quien. Así que me quedé a luchar a su lado. Al año, quizá por un golpe de suerte, quizá porque aquellos andracs… hombres dragón…
-Conozco los andracs… los orientales tenían unos cuantos regimientos de ellos.
-Bastante más temibles que los lezzar, por otro lado.-Saryon asintió a las palabras de Adrash.- Bien, pues aquellos andracs no contaban con que un puñado de elfos se lanzase sobre ellos con tanta furia, logramos evitar que los sepulcros ancestrales de los padres del reino fuesen profanados. Ese día conseguí mi rango, y mi nombre élfico. Ahora, ellos me consideran un elfo a todos los efectos. Y un elfo noble. Son agradecidos con quien les ayuda de buena fe. El problema está en que muchos no creen en la buena fe de los que no son como ellos. Hay que demostrársela, no valen las palabras.
Vanya entró al claro desde unos matorrales cercanos, casi sin hacer ningún ruido. Saryon se puso en pie y giró la vista hacia ella.
-¿Todo va bien?
-Sí, mis compañeros vigilan los alrededores del campamento. He hablado con los vigilantes de Arbórea y me han informado de que la zona lleva días tranquila. -Además del habitual tono despectivo de Vanya, parecía que no le gustaba tener que dar explicaciones al caballero, lo cual se podía leer con claridad en su voz.- De todos modos, no conviene confiarse. Esos seres son traicioneros.
-Bien, ahora que has vuelto iré a dar de beber a mi yegua. Te dejo a cargo de nuestro compañero herido.
La habitual expresión sarcástica de Adrash se acentuó aún más.
-Creo que sé cuidarme solito. Se agradece la compañía, de todos modos.-Adrash miró de arriba a abajo el hermoso cuerpo de Vanya mientras Saryon se alejaba del claro hacia el río.
-Tu estado no fortalece tus bravatas- Vanya empleó el lenguaje de los elfos en su cortante respuesta.
-Y tú no eres la persona más indicada para decirlo.-Adrash continuó hablando en común.
-Extraña actitud para un hombre al que le he salvado la vida.
-¿Ah, sí? ¿Y debería estarte agradecido por ello? ¿Me habéis preguntado si deseaba seguir viviendo?- El tono de voz de Adrash se tornó más irónico mientras, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, recorría de nuevo el cuerpo de Vanya con la vista. La elfa respondió a la larga mirada con un gesto de desprecio.
-No sé como nadie puede creerse un elfo si no desea vivir.
-No he dicho que no desee vivir. Solamente que no me importa morir, y por lo tanto no creo que esté en deuda contigo.
-Resulta una excusa muy burda.-Ahora fue Vanya la que sonrió con cinismo.- ¿Acaso te molesta que te haya salvado una mujer?
Adrash frunció el ceño y miró a Vanya fijamente a los ojos.
-Cuestionas a los demás con demasiada facilidad. Quizá deberías mirar a lo que tú haces antes de poner en duda los motivos de otros. Un grupo de lagartijas nos atacó en tu bosque. - El tono de Adrash se tornaba más duro- Quién sabe cuántos más habrá por ahí. A mi me daría vergüenza, o al menos procuraría no mostrarme tan altivo.
-¡No tienes ni idea de lo que hablas!-La voz de Vanya, claramente enfurecida, se elevó hasta prácticamente convertirse en un grito- ¡El bosque es demasiado grande!, ¡es imposible cubrirlo entero!
-A ver si aprendes la lección, niñata. -Adrash se puso en pie a menos de un metro de Vanya. Ahora la dureza se había convertido en frialdad, y su voz era casi un susurro.- Si quieres respeto, otórgalo primero. No tienes ni idea de quien soy.
-¿Tú pretendes enseñarme algo? ¡Si podría ser tu abuela!
-Me da igual que tengas mil años, te comportas como una niñata humana. Atacas sólo porque temes ser atacada. Que lástima, es un desperdicio una cabeza hueca para ese precioso cuerpo.
Vanya lanzó una bofetada que impactó en la cara del caballero con fuerza, haciéndole volver la cara. Inmediatamente, como si fuese un acto reflejo, Adrash lanzó un puñetazo que impactó en la mandíbula de la elfa, derribándola al suelo y haciendo que una delgada línea de sangre cayese de la comisura de sus labios.
-…vas a pagar caro lo que acabas de hacer...- Ahora era la voz de Vanya la que se había convertido en un susurro. Mientras se levantaba, la elfa desenvainó su espada- Muy caro.
Adrash permanecía en pie, con el ceño fruncido y una sonrisa casi prepotente en su boca. Su único gesto ofensivo fue apoyar su mano derecha en el pomo de su espada. Nada más levantarse, Vanya se abalanzó hacia él, aún sangrando por el labio y con los ojos inyectados en sangre, dispuesta a utilizar su espada contra el caballero. Con un rápido gesto de su brazo derecho, Adrash golpeó con fuerza el arma de la enfurecida elfa, sin siquiera molestarse en desenvainar. La ligera hoja élfica salió despedida y cayó en el suelo a unos tres metros de ellos. Vanya comenzó a correr hacia ella al mismo tiempo que Adrash. Cuando la elfa rodó por el suelo para intentar cogerla, Adrash ya tenía su pie derecho sobre el filo. Con lentitud, Adrash sacó su arma de la funda y acercó la punta al cuello de Vanya, que estaba tirada en el suelo, con los ojos llorosos a causa de la rabia y la impotencia.
-Sabía que no eras lo que parecías. Mátame rápido si tienes el valor para hacerlo.- La desgarrada voz de Vanya y su rostro desencajado dejaban ver la rabia que sentía.
-Esta vez no voy a matarte, pero recuerda esto: Si desenvainas tu arma contra mí de nuevo, hazlo segura de lo que haces, porque te mataré.- La voz fría y la expresión furiosa de Adrash reforzaban la amenaza.- ¿Lo has entendido? Si se repite, te mataré. No soy el profesor de esgrima de nadie, y tampoco tengo ganas de juegos. Cuando desenvaino mi arma es para matar con ella.- El caballero apartó lentamente su filo del cuello de Vanya y dio media vuelta.- Maldita niñata...
Vanya continuó con la vista clavada en el caballero mientras se limpiaba el reguero de sangre que caía de su labio. Su voz sonó como un susurro, aunque Adrash pudo oirla perfectamente.
-Algún día sabrás quién es Vanya Meldarin.
El caballero se alejó del claro con paso cansino, respirando profundamente.

Escrito por Cronos el lunes, 2 de noviembre de 2009

Parto.

Y por fin, la luz llega.

Cada vez que aceptaba su nombre, la luz se hacía mayor. Y ellos estaban allí. Los dos. Cada vez más incrustados en su ser, en su mente, en su cuerpo. Cuanto más cerca estaba la luz, más se afianzaban en su ser. Por cada paso que daba hacia el final, cedía un paso más en su interior. Cada segundo se alejaba más de sí mismo. Y ellos penetraban más y más en su mente, en su alma. Los dos.
Su nuevo yo, su nueva mitad, crecía dentro de su cuerpo, sufriendo como él sufría, cediendo lo mismo que él cedía, adorando a la tercera como él lo hacía. Se retorcía en su interior buscando alivio, buscando consuelo, buscando el final como el que busca la muerte. Le odiaba por estarle robando parte de su propio ser, y a la vez le comprendía, pues padecían el mismo calvario.
La lucha dejó de existir y se convirtió en simbiosis. Y ella observaba, segura de su victoria, repitiendo su salmodia. El dolor permanecía, se atenuaba y volvía con cada latido. La luz crecía con cada latido. En cada latido estaba su nombre. El nombre de la tercera, el nombre del ser que daba sentido a su existencia compartida, el nombre de la dueña de sus mentes. Ovatha. Nombre de alivio y dolor. De castigo y de premio. Ovatha. La que los amaba por el dolor que habían soportado, la que los torturaba con su amor, la que gobernaba en el triunvirato. Ovatha. Siempre ella. Todo era ella. Hasta que la luz se convirtió en todo y lo fue todo, y el abismo se rompió en mil pedazos, y la pesadilla de una eternidad acabó.

Mirko abrió los ojos.

Sus ojos. Ya no eran sus ojos. Vio su alrededor extraño. Sintió la mente de sus siervos a través de nuevos sentidos. Unos sentidos que no le pertenecían, que nunca le habían pertenecido. Notó su sumisión, su necesidad de cumplir cualquier orden por absurda que fuese.
Había cambiado. Su piel ahora era fría, dura. Todo era borroso. La realidad parecía difuminada a su alrededor, como si una neblina permanente rodease lo que habían sido sus ojos. Podía sentirlo todo, como si sus nuevos sentidos pudieran observar una nueva dimensión que incluía los pensamientos de sus súbditos, sus deseos, sus ansias de obedecer.
Ella habló en su mente, con su voz dulce, tranquilizadora, curativa.
-Hijo. Has nacido. Tu metamorfosis ha terminado. Ahora eres uno de nosotros. Te amaré hasta el fin de tus días, y a cambio sólo te pediré tu amor.
-Madre… Nada tiene sentido sin tu amor. Mi ser es tuyo. Mi pensamiento es tuyo. Soy el fruto de tu dolor porque tú me has dado esta vida. Soy tú, somos uno. Que así sea por siempre.
Un pensamiento fugaz cruzó por su mente. Mirko sabía que la semilla estaba allí, que estaba en su interior.
-Hijo, temo por mí. Alguien quiere destruirme. Tú debes impedirlo.
-Dime quién y cómo encontrarle y te honraré con su muerte. Así ha de ser.
Mirko sentía su presencia. Su presencia física. Ella estaba lejos, fuera de él, pero a la vez habitaba en su interior. Ella era parte de él y era otra. Y en él estaba el durmiente. El otro. El compañero de su dolor. Su otra mitad, encerrado como él en un cuerpo que ya no era el suyo.
Sintió su nueva piel, su peso, su profunda malignidad arraigada en su propia carne, cargada sobre sus hombros. Era fría, dura, más que el acero, y aun así, parte de él. Sentía a través de ella. No podía recordar cómo era antes, pero sabía que era distinto, que había cambiado.
Sus siervos esperaban sus órdenes de la misma manera que él mismo esperaba las de Ovatha.
-Ellos están a un día de camino al sudoeste. Cuando los encuentres lo sabrás. Espero que acabes con ellos, tal y como te he ordenado.
-Mi señora, mi dueña, el dolor que me hace sentir vuestra duda honra mi amor por vos. Sus vidas han terminado ya, aun sin saberlo ellos.
-Ve, y haz lo que te he ordenado.
Sin que una sola palabra saliera de su boca sus súbditos comenzaron a caminar, mostrándole el camino que había de tomar, deseosos por servirle a él y a Ovatha. Mirko aferró el puño de su arma, unida a él como su nueva piel. Sintió al durmiente en él, buscando el lugar que le correspondía en la consciencia, pero aún sin despertar. Aplacó con su voluntad el deseo de su compañero y aceleró el paso hasta que se situó junto a los hombres lagarto que avanzaban en formación, disciplinados, sin pensar absolutamente nada. La hora de la muerte iba a llegar pronto. Ellos serían sus portadores, en el nombre de Ovatha...
Por un momento la semilla se revolvió en su interior, pero al poco volvió a detenerse.

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