Escrito por Slagator el miércoles, 27 de mayo de 2009
Vosotros, quienes os enorgullecéis de los logros de la Historia. Quienes hacéis continuos alardes de los progresos culturales de vuestra sociedad. Sois la intolerancia social personificada. Sois la intransigencia, el retroceso mismo de la humanidad. No dejáis avanzar a las ideas. Vuestra terquedad entorpece la fluidez de los avances de los que un día se jactarán vuestros iguales.
Sois cristianos. Interpretáis a los mártires de antaño, cuando vosotros mismos los habríais condenado a su desgracia. Cristo habría perecido en vuestros brazos, de haberos tocado compartir escenario. No habría derramado su infortunio ni una sola de las lágrimas que hoy rocían el suelo de las Iglesias. Los devotos de hoy son los verdugos de ayer. No os engañéis. El papel del mártir corresponde hoy a otros.
¿Quién os dice que la incomprensión de entonces no caracterice la sociedad de hoy? ¿Quién os dice a vosotros, obcecados corderos del poder, que habríais prestado vuestro hombro a la madre desconsolada?
Mirad a vuestro alrededor. Evitáis que la justicia prospere. Y la injusticia campa a sus anchas bajo el manto protector de la obediencia social.
¿Qué daño hacen los luchadores a la gente de bien? ¿Cómo habéis llegado a identificaros y solidarizados con los tiranos? Sois cómplices pasivos de la iniquidad.
¿Qué trágico efecto tiene el paso del tiempo en los hombres, que no se contenta con desvanecer golpe a golpe sus ilusiones sino que los orienta a destruir las de quienes aún poseen esperanza en el bien supremo? ¿Semejante egoísmo, es capaz de engendrar tal decepción?
Somos quienes luchamos junto a vosotros, y no sobre vosotros. Os tendimos la mano y nos la amputasteis, os ofrecimos el corazón y nos lo arrancasteis. Preferís ser súbditos de quienes ejercen su despotismo más absoluto, que compañeros de quienes anhelan vuestra prosperidad. Creo que va llegando la hora de seguir sin vosotros. Pero nuestra disidencia os irrita, aun cuando esta no infiere más que en nuestra propia forma de vida. ¿Qué sentimientos os produce el desvío de la norma? Un desvío fruto de unos principios, que a su vez responden a nuestra modesta forma de hacer justicia.
Preferís la calma que os garantiza la injusticia consentida, a la perturbación que supondría perseguir un ideal.
Destructores de sueños. Sois la base sobre la que se asienta la tiranía. La invulnerabilidad de quienes ostentan el poder. Se apoyan en vuestra ignorancia, descansan sobre vuestra sumisión. Sois un dócil rebaño de esclavos orgullosos del amo que los oprime. Y lucís con arrogancia ese título que os fue adjudicado por vuestra condición de vasallos. Y os regodeáis con el fracaso de quienes intentan dignificar vuestras vidas. "Pobres desgraciados" pensáis con más desprecio que lástima, "no tienen dueño".
Os estáis riendo de vosotros mismos.
Escapáis de la mediocridad de atesta vuestras vidas con la humillación de aquellos que contemplan otras alternativas. Os burláis de los ideales más benévolos, el amor más desinteresado, ese que no hay que ganarse, ese que es a cambio de nada.
Entre toda la perversidad que ha plagado la historia de la humanidad desde las primeras civilizaciones, existieron algunos hombres, muy pocos, a cuya generosidad debemos hoy todo lo que tenemos. Ninguna nueva idea fue bien recibida en sus comienzos. Hubo de enfrentarse siempre a la idea establecida, a la tradición. Pero esos escasos espíritus audaces, lucharon contra viento y marea por el triunfo de la justicia. Los glorifican hoy las misma personas que los persiguieron entonces.
La Historia ha querido que la humanidad progrese, pero no gracias a vosotros. No os vanagloriéis de ello vosotros, quienes condenáis la reflexión y el altruismo, burlándoos sin piedad de quienes viven de acuerdo a unos principios que los hacen sentirse cada día satisfechos de no colaborar con la triste realidad que los rodea. Os reís de ellos, mirándoos entre vosotros de reojo con expresiones que bien querrían manifestar esa mezcla entre decepción y vergüenza ajena que experimentáis al conocer casos que se alejan de la norma. Y lo más desesperante es que estáis programados para sentirlo así.
Vuestros rostros significan incomprensión.
Os quiero revelar algo. Algo que muy probablemente jamás os hayáis planteado. Costumbre no equivale a bien. Ley no equivale a justicia.
Desde el principio de la civilización, la ley fue creada para salvaguardar los intereses quienes se alzaron contra el pueblo, de quienes arrebataron ese poder que hasta entonces residía en cada uno de los hombres. No se crearon para amparar a los necesitados de justicia. Más al contrario, para asegurar que estos no pudieran gozar de la libertad que les pertenecía, para que no pudieran si quiera anhelarla. La ley dio resultado hasta tal punto que poco tardaron los hombres no ya en admitir su sometimiento, sino en agradecer a los amos la opresión. Como siempre ha ocurrido, la ley política se convirtió en ley moral, y las masas acabaron por reconocer la superioridad de los poderosos, que decían, emanaba de Dios. Este, este fue el gran retroceso de la humanidad, la civilización de la que tanto alardeáis.
Con todo, los hombres que supieron dar un buen uso a sus capacidades humanas, frenaron el avance del despotismo mediante el empleo de la razón y la fuerza del espíritu.
Todos lo progresos logrados desde entonces, todos los pasos hacia delante, se vieron entorpecidos y obligados a retroceder en múltiples ocasiones con la llegada de nuevos amos.
Y los corazones valientes volvieron a alzarse, arriesgaron su vida por un ideal. Y hoy son la honra de nuestra sociedad.
Y ahora os pregunto, ¿qué papel jugasteis en esta historia? Sois vosotros quienes abucheabais a los héroes en las plazas públicas antes de cada ejecución. Vosotros mismos vociferabais con gestos de desaprobación contra quienes habían osado luchar por vuestros derechos.
Oigo vuestros gritos de desprecio hacia el atormentado valiente. Veo vuestro reflejo en el brillo apagado de sus ojos.
Sois la obstrucción de la justicia. Sois cada uno de los obstáculos con los que tropieza la verdad en su camino a la luz.
Y quiénes somos nosotros. Somos los utópicos, los luchadores, los que ven algo más allá de la línea que marca el horizonte. Pero en nuestra lucha sólo veis los puños. Y nosotros tendremos los nudillos desgastados, pero vosotros tenéis desgastadas las rodillas.
Nos atáis con las mismas cadenas de las que os hemos liberado.
La inmunidad de los poderosos reside hoy en las masas, cuando deberían ser estas motivo máximo de temor para quienes codician demasiado. Deberían estar sometidos a un examen constante, y no a esa incesante adulación con la que los obsequian sus complacidos siervos. El pueblo debería suponer la limitación de sus ambiciones, no este festín de antojos y caprichos al gusto de cada caballero.
Calma, sosiego, tranquilidad... alegatos de vuestra indiferencia, o fundamentos reales de esta, ¿qué más da? La Historia dejará caer sobre vuestras memorias el peso de la culpa.
Dejad de crucificar a los profetas. Y dejad que lleven a cabo su misión, por nuestro bien y el vuestro propio.
Vosotros, los apáticos, los leales siervos del mal, disciplinadas máquinas del poder, inertes cuerpos proyectados a la defensa de la injusticia, vuestra desidia no tardará en traicionaros. Una vez superada esta etapa, vuestros deshonrados serán los héroes, y vosotros su deshonra.
No se identificarán con vosotros vuestros semejantes futuros, como no podéis hacerlo ahora vosotros con vuestros semejantes pasados.
Vosotros, miserables arrogantes, portavoces de la única verdad permitida, vosotros matasteis a Cristo.
Sois cristianos. Interpretáis a los mártires de antaño, cuando vosotros mismos los habríais condenado a su desgracia. Cristo habría perecido en vuestros brazos, de haberos tocado compartir escenario. No habría derramado su infortunio ni una sola de las lágrimas que hoy rocían el suelo de las Iglesias. Los devotos de hoy son los verdugos de ayer. No os engañéis. El papel del mártir corresponde hoy a otros.
¿Quién os dice que la incomprensión de entonces no caracterice la sociedad de hoy? ¿Quién os dice a vosotros, obcecados corderos del poder, que habríais prestado vuestro hombro a la madre desconsolada?
Mirad a vuestro alrededor. Evitáis que la justicia prospere. Y la injusticia campa a sus anchas bajo el manto protector de la obediencia social.
¿Qué daño hacen los luchadores a la gente de bien? ¿Cómo habéis llegado a identificaros y solidarizados con los tiranos? Sois cómplices pasivos de la iniquidad.
¿Qué trágico efecto tiene el paso del tiempo en los hombres, que no se contenta con desvanecer golpe a golpe sus ilusiones sino que los orienta a destruir las de quienes aún poseen esperanza en el bien supremo? ¿Semejante egoísmo, es capaz de engendrar tal decepción?
Somos quienes luchamos junto a vosotros, y no sobre vosotros. Os tendimos la mano y nos la amputasteis, os ofrecimos el corazón y nos lo arrancasteis. Preferís ser súbditos de quienes ejercen su despotismo más absoluto, que compañeros de quienes anhelan vuestra prosperidad. Creo que va llegando la hora de seguir sin vosotros. Pero nuestra disidencia os irrita, aun cuando esta no infiere más que en nuestra propia forma de vida. ¿Qué sentimientos os produce el desvío de la norma? Un desvío fruto de unos principios, que a su vez responden a nuestra modesta forma de hacer justicia.
Preferís la calma que os garantiza la injusticia consentida, a la perturbación que supondría perseguir un ideal.
Destructores de sueños. Sois la base sobre la que se asienta la tiranía. La invulnerabilidad de quienes ostentan el poder. Se apoyan en vuestra ignorancia, descansan sobre vuestra sumisión. Sois un dócil rebaño de esclavos orgullosos del amo que los oprime. Y lucís con arrogancia ese título que os fue adjudicado por vuestra condición de vasallos. Y os regodeáis con el fracaso de quienes intentan dignificar vuestras vidas. "Pobres desgraciados" pensáis con más desprecio que lástima, "no tienen dueño".
Os estáis riendo de vosotros mismos.
Escapáis de la mediocridad de atesta vuestras vidas con la humillación de aquellos que contemplan otras alternativas. Os burláis de los ideales más benévolos, el amor más desinteresado, ese que no hay que ganarse, ese que es a cambio de nada.
Entre toda la perversidad que ha plagado la historia de la humanidad desde las primeras civilizaciones, existieron algunos hombres, muy pocos, a cuya generosidad debemos hoy todo lo que tenemos. Ninguna nueva idea fue bien recibida en sus comienzos. Hubo de enfrentarse siempre a la idea establecida, a la tradición. Pero esos escasos espíritus audaces, lucharon contra viento y marea por el triunfo de la justicia. Los glorifican hoy las misma personas que los persiguieron entonces.
La Historia ha querido que la humanidad progrese, pero no gracias a vosotros. No os vanagloriéis de ello vosotros, quienes condenáis la reflexión y el altruismo, burlándoos sin piedad de quienes viven de acuerdo a unos principios que los hacen sentirse cada día satisfechos de no colaborar con la triste realidad que los rodea. Os reís de ellos, mirándoos entre vosotros de reojo con expresiones que bien querrían manifestar esa mezcla entre decepción y vergüenza ajena que experimentáis al conocer casos que se alejan de la norma. Y lo más desesperante es que estáis programados para sentirlo así.
Vuestros rostros significan incomprensión.
Os quiero revelar algo. Algo que muy probablemente jamás os hayáis planteado. Costumbre no equivale a bien. Ley no equivale a justicia.
Desde el principio de la civilización, la ley fue creada para salvaguardar los intereses quienes se alzaron contra el pueblo, de quienes arrebataron ese poder que hasta entonces residía en cada uno de los hombres. No se crearon para amparar a los necesitados de justicia. Más al contrario, para asegurar que estos no pudieran gozar de la libertad que les pertenecía, para que no pudieran si quiera anhelarla. La ley dio resultado hasta tal punto que poco tardaron los hombres no ya en admitir su sometimiento, sino en agradecer a los amos la opresión. Como siempre ha ocurrido, la ley política se convirtió en ley moral, y las masas acabaron por reconocer la superioridad de los poderosos, que decían, emanaba de Dios. Este, este fue el gran retroceso de la humanidad, la civilización de la que tanto alardeáis.
Con todo, los hombres que supieron dar un buen uso a sus capacidades humanas, frenaron el avance del despotismo mediante el empleo de la razón y la fuerza del espíritu.
Todos lo progresos logrados desde entonces, todos los pasos hacia delante, se vieron entorpecidos y obligados a retroceder en múltiples ocasiones con la llegada de nuevos amos.
Y los corazones valientes volvieron a alzarse, arriesgaron su vida por un ideal. Y hoy son la honra de nuestra sociedad.
Y ahora os pregunto, ¿qué papel jugasteis en esta historia? Sois vosotros quienes abucheabais a los héroes en las plazas públicas antes de cada ejecución. Vosotros mismos vociferabais con gestos de desaprobación contra quienes habían osado luchar por vuestros derechos.
Oigo vuestros gritos de desprecio hacia el atormentado valiente. Veo vuestro reflejo en el brillo apagado de sus ojos.
Sois la obstrucción de la justicia. Sois cada uno de los obstáculos con los que tropieza la verdad en su camino a la luz.
Y quiénes somos nosotros. Somos los utópicos, los luchadores, los que ven algo más allá de la línea que marca el horizonte. Pero en nuestra lucha sólo veis los puños. Y nosotros tendremos los nudillos desgastados, pero vosotros tenéis desgastadas las rodillas.
Nos atáis con las mismas cadenas de las que os hemos liberado.
La inmunidad de los poderosos reside hoy en las masas, cuando deberían ser estas motivo máximo de temor para quienes codician demasiado. Deberían estar sometidos a un examen constante, y no a esa incesante adulación con la que los obsequian sus complacidos siervos. El pueblo debería suponer la limitación de sus ambiciones, no este festín de antojos y caprichos al gusto de cada caballero.
Calma, sosiego, tranquilidad... alegatos de vuestra indiferencia, o fundamentos reales de esta, ¿qué más da? La Historia dejará caer sobre vuestras memorias el peso de la culpa.
Dejad de crucificar a los profetas. Y dejad que lleven a cabo su misión, por nuestro bien y el vuestro propio.
Vosotros, los apáticos, los leales siervos del mal, disciplinadas máquinas del poder, inertes cuerpos proyectados a la defensa de la injusticia, vuestra desidia no tardará en traicionaros. Una vez superada esta etapa, vuestros deshonrados serán los héroes, y vosotros su deshonra.
No se identificarán con vosotros vuestros semejantes futuros, como no podéis hacerlo ahora vosotros con vuestros semejantes pasados.
Vosotros, miserables arrogantes, portavoces de la única verdad permitida, vosotros matasteis a Cristo.