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"Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga" 
Escrito por Slagator el miércoles, 27 de mayo de 2009

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Al final todo se resume en cómo miramos al sol cada mañana. De eso trata la felicidad, y esa felicidad es la que tiene sobre nuestra vida la última palabra. Porque la vida sin su sentido es nada. La vida es sentido, y si no, sólo es muerte.

Dicen que en algunas prisiones, las celdas no tienen ventana. Los presos no pueden saludar al sol, no les dejan. En algunas prisiones... no pueden saludar al sol.
Pero ocurre, que el sol jamás saluda a un preso, ni en aquellas prisiones, ni en éstas, las más cercanas a nosotros. Nunca. A ninguno. Porque como la vida, el sol sin su sentido pierde su esencia, deja de ser. Y si el sentido del sol es darnos la bienvenida a la vida cada mañana, en una prisión no hay vida, porque no hay elección, ni incertidumbre, no hay libertad, y al igual que la vida y el sol, el ser humano, sin su esencia, deja de ser, el ser humano no libre es no humano y no ser.

Y allí no hay días, sólo horas, pues sólo estas varían entre sí. Y es que los días quedan reducidos a uno, sin sol, porque el sol que no saluda no es sol, es penumbra. Todo es noche, allá en la prisión. Una fría e interminable noche. La de siempre, la del primer día, esa, es la noche que sufren eternamente. Las horas no se distribuyen en grupos de 24, sólo trancurren de una en una, y en conjunto al mismo tiempo. Porque en prisión, sólo existen las horas, y La Noche, la eterna noche, que todos desean que muera. Desean que muera la noche con la apertura de la puerta de su celda, un guardia con su ropa de calle y su familia esperando al otro lado de la verja. Los más idealistas, incluso, desean que muera con la caída del muro. Y así, volver a despertar todos juntos de nuevo. Y que al día siguiente, el sól, otra vez, los reciba con una sonrisa.

La noche carcelaria roba sus horas al sol, así la muerte va robando su tiempo a la vida, la consume lentamente como la sombra de esa noche se va apoderando de las zonas soleadas, se las come, se adueña de ellas, las hace suyas. Así como no hay más tierra a la que alumbrar, no hay más vida que aprovechar, lo que no es día es noche, lo que no es vida es muerte. De este modo, la muerte apresa a los reclusos tapándoles su sol, su vida. Los mata.

Sólo existe un sentimiento que logra arrojar algo de luz sobre la vida del preso: la esperanza. La esperanza es la sensación de seguir caminando, es la visualización de un camino a retomar, con su extensión, y sus mil metas, una tras otra. Es la ilusión de futuro la que dota de vida al recluso. Sobrevive para vivir. Algún día. La cárcel ya no es vida, sino un paréntesis en la vida, que se la va tragando a medida que aumenta de tamaño, y hasta que no se detenga su crecimiento, la vida no dejará de consumirse. El tiempo en la cárcel se detiene, pero sigue avanzando en el exterior, precisamente porque el tiempo no se puede detener, en inherente a la vida. Donde el tiempo es negado es negada la vida. La esperanza en la prisión consiste en ir tachando días en un calendario, en ir arrancando hojas. Y cada día tachado, cada hoja arrancada, nos deja un poco más cerca de la vida, de nuestra vida, de lo que quede de ella.

El problema es que ahora, siempre, ahora más enfáticamente, la sociedad en masa pretende robar a los presos su pedacito de vida. Y es posible que lo consigan. Y entonces, los calendarios también perderán su esencia para pasar a ser hojas en blanco, que no dicen nada, porque no hay nada que decir. Y las horas dejarán de ser horas porque ya no conducirán a ninguna parte. Y el tiempo dejará de ser tiempo y con él la vida, que es tiempo, dejará de ser vida. Esta vez para siempre.
Su corazón no sabrá por qué bombea y su mente no querrá funcionar, porque sin sueños, nada, no somos nada.

La vida es un camino, y si no caminamos, no vivimos. La pena de prisión es una parada forzosa, pero la cadena perpetua... eso es el final del trayecto, de la vida. Es la muerte.

Mientras la demanda mediática y social no llegue a efectuarse en las instituciones judiciales, los presos deberán aprovechar el tiempo que les quede para soñar, quién sabe cuánto durará.
Todavía hoy pueden fantasear con el recibimiento de sus seres queridos a su salida de prisión, con sus brazos extendidos, sus carcajadas incrédulas, sus lágrimas dulces, el día en que el sol vuelva a nacer. El día en que recuperen su sonrisa al otro lado de la verja, donde la dejaron al entrar, y vuelvan a abrazar su vida, lo que quede de ella.
Ese día suspirarán observando, en un último vistazo, a los que en ese mismo instante son conducidos al interior de la prisión, esposados, cabizbajos, se preguntarán temerosos, si aquellos hombres siguen vivos, si no los habrán matado ya.