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Escrito por Cronos el martes, 23 de febrero de 2010

Con la costa a sotavento.
Aquello era algo, indudablemente. Era un punto blanco, lejos, en el horizonte. Subía y bajaba con las enormes olas, y lo perdía de vista cada dos por tres, pero estaba claro, estaba allí. Benybeck se encaramó a la proa del barco y volvió a fijar la mirada en el horizonte. Cada vez estaba más seguro, casi podría jurarlo, tenía que ser otro barco. Llevaba tres días mirando hacia delante, y sin ver nada más que agua subiendo y bajando en la distancia. Tres días de tormenta ininterrumpida, y por si fuera poco, Nird le había dicho que a veces duraban semanas. Semanas así. Desde luego, el barril de manzanas comparado con esto era el paraíso. Aunque el mismo Nird le había dicho también que parecía que la tormenta aflojaba, incluso él se había dado cuenta de que las olas ahora eran menos empinadas, y por eso se había encaramado al mástil para intentar ver mejor el barco o lo que fuera que estaba a lo lejos.
Estaba tan concentrado en ver si volvía a asomarse el punto blanco, que no se dio cuenta de que estaban comenzando a bajar por la pendiente de una ola especialmente grande. Ahora entendía por qué le habían dicho que subirse ahí era peligroso. Avanzaba hacia el agua a una velocidad impresionante, y estaba bastante claro que iba a sumergirse en ella cuando el barco llegara abajo. Y lo peor era que no le daba tiempo a volver a la cubierta, así que se amarró a uno de los cabos que colgaban del mástil, y apretó con fuerza, esperando aguantar el choque con el agua. Y la verdad es que tuvo algo de suerte, porque el impacto fue brutal. De pronto se volvió todo negro, y notó el agua helada empapándole por completo. Fue sólo un momento, pero el golpe fue lo suficientemente fuerte como para hacerle soltar el mástil. Notó cómo golpeaba de nuevo el agua, y luego algo mucho más duro. La única vía de escape que tenía era la cuerda que le estaba destrozado la muñeca. Aferró el cabo con las dos manos y tiró con las fuerzas que le quedaban. Entonces volvió a notar el aire en su cara, y aspiró con todas sus fuerzas.
-¡Benybeck!- Una voz venía de arriba- ¡Agárrate fuerte, vamos a sacarte!

Sin duda era el contramaestre, así que decidió hacerle caso. Estaba aturdido por los golpes y por el agua helada, pero aún tenía arrestos para agarrarse con fuerza a la cuerda. Pronto notó como le izaban, y en cuanto pudo agarrarse a las redes de seguridad que colgaban del lateral del barco, comenzó a trepar hacia arriba. La verdad es que estaba impresionado. Casi había llegado a la mitad del barco colgado de aquel cabo, y sólo habían pasado unos segundos. El rostro ceñudo del contramaestre, vestido con un traje de aguas de lona, destacaba en medio de las caras de varios marineros que miraban, entre la curiosidad y el asombro, por la borda del barco. Benybeck sacó su mejor sonrisa mientras miraba hacia arriba, con los mechones de pelo largo cayéndole alrededor de la cara, y sin dejar de trepar.
-Tranquilos, chicos, estoy bien.
-¡Bien! ¡Que estás bien!- El rugido del contramaestre se oyó por encima del viento y las olas- ¡No te has matado de milagro! ¡Cuántas veces te he dicho que no te acercaras a ese mástil! ¡Cuántas veces te he dicho que las tormentas son peligrosas! ¡Cuántas veces te...!
-Tranquilo, Johan, éste no era mi día. – Se encaramó por la borda y saltó a la cubierta del barco.- Además, morir ahogado en agua helada no creo que resulte especialmente divertido. Casualmente, un tío abuelo mío murió así, y por lo que decían, no le hizo mucha gra...
-¡Ni siquiera después de esto te asustas!- El contramaestre bramaba, algo inclinado para gritar mas cerca de la cara del miuven.- ¡Es que estás loco!
-Los miuvii no tenemos miedo. Deberías saberlo.- Benybeck puso cara de sabihondo.- Pero he aprendido la lección, no volveré a hacer algo así. No me apetece morirme ahogado y congelado a la vez. Por cierto, ¿habéis visto ya el barco?
-¿Barco? ¿Un barco? – El contramaestre no tenía demasiado claro qué le confundía más, si la actitud del miuven, o la noticia que le estaba dando. Al menos, había dejado de gritar.
-Sí, un barco, justo hacia... hacia delante... Proa, se dice ¿no?
-Sí, se dice... ¡Nird!- De nuevo, gritó hasta hacer parecer silencioso al viento.- ¡Cabeza de chorlito! ¿Hay algún barco a la vista?
-Los miuvii tenemos muy buena vista, Johan, no le riñas a Nird, no creo que lo hubiera podido ver.
-¡Nada, señor!- Benybeck no sabía como alguien podía gritar con voz temblorosa, pero Nird lo había conseguido.
-¡Fíjate a proa! ¡Benybeck dice que vio algo!- Dirigió su mirada al miuven. A su alrededor, se había reducido la aglomeración de marineros, que habían vuelto a sus quehaceres. – Siempre que veas un barco que no hayamos visto antes, nos avisas, ¿entiendes?
-Ah, bueno. No sabía que fuera tan importante. La próxima vez se lo diré a alguien.- Benybeck sonreía inocentemente.- Ahora me dejas ir a ponerme ropa seca, ¿verdad? Voy a acabar constipado. Y eso que los miuvii resistimos muy bien el…
El contramaestre dejó de prestarle atención al miuven y comenzó a gritarles a tres marineros que estaban mirando lo que ocurría, y que volvieron rápidamente a sus labores. En poco tiempo, Benybeck estaba de nuevo en cubierta, con sus ropas ya secas. Entonces sonó de nuevo la voz, ahora emocionada, de Nird.
-¡Barco a la vista! ¡Barco a la vista!
-¡Por dónde, grumete!- La voz del capitán se oyó sobre toda la cubierta. Como siempre estaba en el castillo de popa, mirando hacia el horizonte con rostro melancólico, aunque la tormenta le hacía aparentar aún más triste y aún más despiadado.
-¡A proa, señor! ¡Está lejos, muy lejos!
El contramaestre subió a toda prisa al castillo, y Benybeck subió detrás de él. Saludó con una sonrisa a Ika y a Kurt, y después se sentó en una barandilla, dispuesto a enterarse de lo que estaba pasando. La mano de Lamar, que acababa de subir al castillo le bajó de un empujón, a la vez que le echaba una mirada de reproche. Decidió quedarse sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la barandilla.
-¿Doy alguna orden, señor?
- La verdad es que no sabemos nada sobre ese barco. – El capitán hablaba con su frialdad habitual.-A esta distancia es casi imposible saber quién es. Lo que está claro es que, en medio de esta tormenta, y en el lugar en el que estamos, ha de ser un barco grande y de calidad. Nadie se atrevería a salir con este tiempo si no dispusiese de un barco en condiciones. Podría ser cualquiera. Por otro lado, con este viento poco podremos cambiar el rumbo. Le seguiremos hasta ver mejor qué es.
- Capitán, el continente…
- Sí, lo sé, pero la tormenta tendría que acrecentarse mucho más para que nos arrastre hasta allí, y ha comenzado a arreciar.- Eidon miró a los ojos al contramaestre.-Podrían ser Jacob o Xiara, y todavía tenemos un día o dos de margen. Seguiremos en el mismo rumbo. – El capitán giró su cabeza hacia Benybeck- Beny, ¿podrías subir junto a Nird sin matarte y sin poner en riesgo a nadie?
- Por supuesto, Eidon.- El Miuven sonreía ante la perspectiva de hacer algo nuevo.
- Cuéntale a Nird lo que veas de ese barco, él decidirá lo que debe contarme. De todos modos subiré de cuando en cuando. – El miuven ya corría bajando las escaleras del castillo, emocionado por su nueva tarea.
- ¡Sí, mi capitán!
Benybeck ni siquiera giró la cabeza para contestar, y en poco tiempo, y tras recibir las reprimendas de varios marineros por su manera de trepar, subió hasta el palo más alto del barco, donde Nird estaba sentado agarrado al mástil con un brazo mientras que con el otro intentaba apartarse el pelo húmedo de los ojos.

Escrito por Cronos el miércoles, 17 de febrero de 2010

Camino de sombras.
Avanzaban entre dos altas colinas cubiertas de hierba y pequeños bosquecillos. Aquella zona, aunque fértil, era bastante agreste, motivo por el cual no había sido utilizada para labranza, y estaba casi deshabitada. Antes de la guerra contra oriente, en la que muchos campesinos habían muerto o huido a las ciudades, unos cuantos colonos valientes o desesperados, habían comenzado a establecerse en aquellas tierras. Pero durante la larga y descarnada guerra el camino había sido transitado por los ejércitos de uno y otro bando, y los campesinos se habían tenido que retirar a zonas más seguras, puesto que los orientales utilizaban en sus ejércitos criaturas peligrosas, como los fanáticos hombres serpiente, o los disciplinados y poderosos andracs, además de otras criaturas de mayor tamaño y mayor ferocidad.
Tras la guerra, los únicos habitantes, aparte de los animales, eran algunos cazadores, quizá algún druida, y unos cuantos grupos de salteadores, desertores de los ejércitos organizados en pequeñas bandas. Se decía que incluso se habían visto algunos grupos de orcos, que se dedicaban a atacar a las caravanas que transitaban por el camino hacia Fortaleza, una de las ciudades más al sur de Isvar. Aunque no era una ciudad de gran actividad comercial, durante la guerra había cobrado gran importancia, sobre todo por el hecho de que el primer senado de Isvar había sido organizado allí durante la guerra, en un esfuerzo por aunar los recursos de las ciudades estado y del resto de nobles y órdenes de clérigos o caballeros de la península. La ciudad estaba en una isla a la que sólo se podía acceder en marea baja, y además estaba excelentemente amurallada, motivo por el cual le habían dado ese nombre. Sus gentes eran duras para ser sureñas, y muy hospitalarias, puesto que muchos de ellos eran descendientes de refugiados de otras guerras que probablemente ya casi nadie recordaría, y les habían educado generación tras generación desde siempre con esas costumbres. Además, al no haber una actividad comercial constante, no había grandes y ricos señores, con lo que la gente se sentía muy unida. Fortaleza era una de los lugares que más le gustaban de Isvar, y más de una vez le habían preguntado si era de allí, puesto que, en ocasiones, cuando sus negocios y sus obligaciones con La Orden se lo permitían, pasaba temporadas en la ciudad.
Más de trescientos hombres bien armados, montando grandes caballos de guerra y con la enseña de la orden de Isvar escoltaban la larga caravana, además de casi un centenar de lanceros de la guarnición, con lo que si algún orco o bandido los había visto aún estaría pidiendo al dios al que adorase no haber sido observado, y esperaría paciente el paso de la comitiva. En ese sentido estaba bastante tranquilo, aunque temía que los que habían atacado Vallefértil se hubiesen dado cuenta de su marcha y decidiesen darles caza, en cuyo caso estarían completamente perdidos.
Hacía ya tres días que habían salido, y aún tardarían al menos un día más en llegar a Fortaleza. La caravana avanzaba lentamente. Habían tardado una eternidad en ponerse en marcha por las mañanas, y muchos de los carros estaban tirados por bueyes, y muy cargados, por lo que retrasaban al resto. Era muy complicado para sus hombres organizar una caravana de casi un centenar de carros o carretas, y aun así, ni la mitad de las ocho mil personas que calculaba el consejero mayor de Vallefértil que vivían en todo el valle le habían seguido. Por supuesto le acompañaban todos sus hombres, aunque algunos que habían nacido en Vallefértil dudaron por momentos, y contaba también con casi tres cuartas partes de la guarnición de la ciudad, la mayoría soldados que habían luchado a su lado en la guerra contra oriente, o hijos de éstos. Muchos de ellos no creían que fuera a ocurrir nada, pero el hecho de que él, nombrando a Clover, hubiese anunciado una especie de cataclismo en la ciudad les había hecho dudar lo suficiente como para acometer el viaje.
Entonces lo peor había sido el ánimo de la gente. El primer día una buena parte de los viajeros no dejaba de discutir con el resto. Algunos de los integrantes de una familia pensaba que estaban haciendo una estupidez, mientras que otros les explicaban que si él no dudaba, que si no se perdía tanto, o que el General Saryon no podía haberles mentido, y que Clover era un hombre sabio, y que si les anunciaba eso era porque era probable que ocurriera. En fin, que los ánimos estaban encrespados, hasta el punto de que sus hombres habían tenido que detener varios conatos de pelea motivados por las estupideces más solemnes. Aquello era terrible, puesto que la duda estaba en la mente de todos, incluida la suya, pero después de lo que ocurrió la primera noche aún fue peor.
La tarde había estado iluminada, la típica tarde de otoño en el sur, casi con el aspecto de un día de verano, pero atardeció pronto. Una gran masa de nubes había llegado desde detrás de ellos, cubriendo el sol y haciendo que la oscuridad llegase antes de lo normal, haciendo imposible el avance. Cuando acabaron de acampar era casi noche cerrada, y entonces todos comenzaron a notarlo. Al principio, los animales estaban nerviosos. Los caballos no dejaban de patalear en el suelo, primero los percherones que tiraban de los carros, después los caballos de guerra entrenados. Muchos de los perros que acompañaban a la comitiva comenzaron a correr de un lado a otro, gimiendo como si un niño les hubiese dado una patada. Después comenzaron a llorar los niños pequeños. Se oían llantos por todas partes, pero en ese momento ya todos ellos habían empezado a notarlo. Pronto hasta los bueyes comenzaron a moverse agitados y a bramar de vez en cuando. Y lo peor estaba por venir. De pronto comenzaron a llegar aullidos de los bosques de alrededor, y los perros que acompañaban a muchas de las familias comenzaron a contestar aullando a la vez. Entonces comenzó a soplar el viento cada vez con más fuerza, y el sonido que hacía al atravesar las ramas de los árboles cercanos se unió al resto de los sonidos en un enorme y sobrecogedor lamento que parecía provenir de la misma tierra.

Era el lamento de Isvar.

Cada uno de ellos sentía aquel enorme peso en el corazón, mezcla de tristeza y de dolor. El lamento se hizo más y más intenso, y el dolor y la tristeza más y más fuertes. En la mente de todos estaba la conocida leyenda que decía que los hombres y mujeres nacidos en Isvar estaban unidos de manera especial a esa tierra, y que por eso cuando una gran catástrofe ocurría, sucedía aquello. Nunca lo habían sentido, ni siquiera durante la guerra de Oriente, en la que se habían librado grandes batallas, pero todos estaban seguros de que era El Lamento. Saryon, y varios de sus hombres más duchos en las artes mágicas, estaban seguros de aquello. Lo que más les asombraba era el dolor que embargaba sus corazones. Sin duda alguna no era natural, y nadie podía haber lanzado un conjuro tan poderoso. No, aquella magia provenía de la tierra, de todo lo que les rodeaba. Sólo podía ser otra leyenda que se había vuelto real. Y sólo podía significar que su duda estaba resuelta.
Entonces, con la seguridad de que algo había ocurrido todos se sintieron tristes por los que habían dejado atrás, y muchos lloraban por no haber intentado con más firmeza que algún familiar les hubiese acompañado, o por la certeza de saber que sus vidas nunca volverían a ser como antes. Muchos estaban absortos, como embobados, y aquello había ralentizado aún más la caravana los dos días siguientes, hasta el punto de que un grupo reducido caminando hubiese avanzado a bastante más velocidad que ellos.
Cuando sucedió El Lamento estaban a unas horas del desvío hacia Fénix, probablemente la ciudad más próspera y habitada de la península, y a pesar de ello no habían encontrado a nadie en el camino desde aquel momento, ni después de pasar el cruce. Los mensajeros que había enviado a las ciudades y aldeas más cercanas le habían informado de que la gente estaba asustada, y que corrían rumores de todo tipo, pero nadie sabía a ciencia cierta qué había provocado El Lamento. Saryon sólo lo sospechaba lejanamente. La palabra que corría en boca de todos en Fénix, Flecha Blanca, Ribera de Nidaira y Punta Acogida era Vallefértil. Saryon, para evitar mayor confusión, había ordenado a sus mensajeros informar de aquello de lo que estaban seguros a los consejos locales.
Un pequeño revuelo al frente de la caravana le sacó de sus pensamientos. Indicó con sus talones a Irwen que acelerara el paso y se dirigió al lugar donde varios de sus hombres y unos cuantos campesinos formaban un círculo en el camino, impidiendo a la caravana seguir avanzando. Cuando estuvo más cerca pudo ver que el grupo de curiosos rodeaban a una figura que parecía discutir airadamente con uno de los soldados de la guarnición. Uno de sus hombres, un joven novicio disciplinado y con buenas aptitudes pero con poco tiempo de instrucción, se dirigió hacia él, sin dejar de sujetar la brida de su caballo.
-¡General Saryon!- El muchacho rubio se puso firme.
-¿Qué está ocurriendo? ¿Qué es este revuelo?
-Una joven, señor. Por su aspecto diría que una adoradora de Dhianab.-El muchacho, que no tendría mas de dieciséis años, parecía bastante nervioso.- El sargento Uthar la está intentando convencer de que debe acompañarnos, y de que continuar es peligroso, pero no hay manera. Quiere llegar a toda costa a Vallefértil.
Saryon torció el gesto imaginando que sería una joven terca, pues había sido temeraria caminando sola por esas tierras. Descendió del caballo y le dirigió una mirada de aprobación al muchacho.
-Gracias chico, ¿Cuál era tu nombre?
-Idbagar, señor.
-Bien Idbagar, sigue así y pronto serás caballero.
El muchacho no pudo esconder una amplia sonrisa.
-Muchas gracias, señor. Le aseguro que haré todo lo que pueda.
Saryon se dirigió hacia el corro, cada vez oyendo con más claridad la voz del Sargento Uthar indicándole a aquella chica que no podía continuar, que era demasiado peligroso, y que estaba loca si pensaba que iba a poder llegar a Vallefértil o a lo que fuera que hubiese allí ahora, y que además la necesitarían con la caravana. Los curiosos que formaban el corro le abrieron un pasillo hasta el centro en cuanto vieron a Saryon acercarse. A través del pasillo que se formó, Saryon pudo ver a Uthar, uno de los sargentos de la guarnición. Tendría casi cuarenta años, y su piel curtida y morena indicaba que había sido soldado casi toda su vida. Iba enfundado en una cota de malla que le caía hasta la altura de las rodillas y llevaba un casco con protectores para la nariz y las mejillas, que le daban aspecto inhumano. Había apoyado su escudo y su lanza en el suelo, y en el momento en el que vio a Saryon, dejó de hablar y se volvió hacia él, al igual que su interlocutora.
Algo en la mirada de aquella chica impresionó a Saryon. La joven no era especialmente bella, aunque desde luego tampoco era fea. De talla media, su pelo era de color rojizo, con brillos de color dorado, y caía liso en una melena corta que no llegaba a sus hombros. Su rostro era de rasgos bellos, con los pómulos marcados y los labios sensuales, aunque algo ancho. Vestía una túnica de color pardo, que caía casi hasta sus pies, con un sencillo cinturón de cuerda ciñéndola a la cintura y a su espalda llevaba una pequeña mochila. Su figura era, como su rostro, algo ancha, aunque sus formas femeninas, sin llegar a ser exageradas, eran rotundas, lo cual la haría especialmente bella entre campesinos o soldados, aunque haría también que fuese considerada de aspecto vulgar entre gentes de gustos más refinados. La joven no pasaría de los veinte años, y su atuendo indicaba claramente que era novicia de Dhianab, diosa de los caminantes. Calzaba las sandalias de cuero con el símbolo de su diosa, y miraba hacia Saryon con cierto respeto. El caballero no pudo evitar fijar sus ojos en los de ella, de color castaño, y bastante grandes, y mientras mantenía su vista fija en la de ella no pudo evitar notar todo lo que había detrás de aquella mirada. Una tristeza enorme, una voluntad inquebrantable, y una serenidad casi absoluta era lo que se podía leer en aquellos profundos y extrañamente bellos ojos. Lo que más llamó la atención Saryon fue que transmitían una sensación de familiaridad por su parte.
-General, intento convencerla de que nos acompañe, nos sería verdaderamente útil su presencia aunque sólo sea una novicia. -La voz de Uthar hizo a Saryon volver al mundo que le rodeaba- Su sola presencia tranquilizaría los ánimos de la gente, todos creen que los adeptos de Dhianab dan suerte en los viajes y...
-Debo ir a Vallefértil. -La voz de la joven era tranquila, casi ronroneante, y parecía la de alguien algo mayor de lo que ella era.- Eso es lo único que importa ahora. Vuestra caravana llegará a Fortaleza, pues yo he llegado hasta aquí sin peligro.
-Perdonad mi intromisión, y permitidme presentarme.- Saryon se dirigió al centro del círculo, e hizo una leve inclinación.- Soy Saryon Maiher, Caballero de Isvar.
-Sé quien sois, General Saryon. Pocos en Isvar no os reconocerían.- La chica sonrió levemente por un instante.- Mi nombre es Maray de Dhianab, y como habréis deducido, me dirijo a Vallefértil. No necesitaré escolta, pues mi señora me protege, y lo único que puedo pediros es que me permitáis continuar con mi camino sin dilación.
-Debéis saber que Vallefértil probablemente haya sido atacada, y no sabemos lo que podéis encontrar de camino allí, o lo que podréis encontrar en la ciudad.
-Lo que me pueda ocurrir en mi camino lo dejo en manos de mi diosa, y a lo que pueda encontrar allí me enfrentaré como buenamente pueda, pero debo ir, y ningún argumento hará que cambie de opinión.- La chica hablaba con una serenidad y una firmeza inusitadas, y todos se sorprendieron al oírla hablar de aquella manera a Saryon. Incluso el sargento dio un paso atrás.
-Estoy seguro de que el motivo que allí os lleva es lo suficientemente fuerte como para que mis palabras no os hagan cambiar de opinión, pero aun así debo aconsejaros que volváis sobre vuestros pasos y acompañéis a nuestra caravana. Vuestra presencia nos ayudaría mucho a aliviar a estas gentes, y estoy convencido de que eso complacería plenamente a vuestra diosa.
-Mi diosa ya ha dado su bendición a estas gentes, y estoy convencida de que llegarán sin daño a Fortaleza.- Un murmullo se levantó inmediatamente entre los que escuchaban, y Saryon estaba seguro de que en menos de nada todos estarían enterados de lo que había dicho, y estarían tanto o más animados que si la joven adepta les hubiera acompañado. O aquella joven era muy inteligente, o realmente estaba tocada por su diosa.- Y los asuntos que me hacen ir a Vallefértil son mucho más importantes para mí que todos los motivos que podáis darme para que me quede, por lo que de nuevo os ruego que me dejéis continuar con mi camino.- Saryon notó un nuevo ramalazo de tristeza en la mirada de la joven.
-No seré yo quien os detenga, pero si no os intentase convencer no me sentiría tranquilo. No me gustaría que vuestra muerte pesase sobre mi conciencia.
-Otras muertes podrán pesar sobre vuestra conciencia, General Saryon, pero la mía no será una de ellas.
-Entonces, Maray de Dhianab, continuad con vuestro camino.-La voz de Saryon estaba cargada de solemnidad. La seguridad con la que aquella joven le estaba hablando le impresionó profundamente.- Espero que vuestra diosa os ayude.
-Muchas gracias, Senador Maiher, espero que vuestros dioses os protejan.
Dicho esto, la joven comenzó a caminar hacia el exterior del corro, y continuó hacia el final de la caravana, junto al camino. Avanzaba tranquilamente, observada con respeto por la gente de la caravana, hasta que dobló un recodo del camino, donde la perdieron de vista.

El paso al que avanzaba la caravana aumentó con los ánimos adquiridos, y cuando llegó la noche estaba seguro de que al día siguiente, a esas horas todos estarían cenando en algún lugar seguro dentro de Fortaleza.
Kermat, su mejor capitán, se presentó en cuanto recibió su mensaje. Había luchado a su lado en la guerra, y confiaba en él plenamente. Se mostró sorprendido cuando le ordenó que continuase guiando la caravana y le informó de que él se reuniría con ellos pronto en Fortaleza. El capitán Kermat estaba acostumbrado a que Saryon desapareciese de vez en cuando, a veces por unos días, y otras veces durante semanas, por lo que no le dio importancia. Además, le dio una carta que debía entregar a Ulrich, uno de los generales del ejército de Isvar, además de senador, en la que entre otras cosas le pedía que convocase al Senado con urgencia. Ulrich era un buen amigo, y tenía la influencia necesaria para conseguir lo que le pedía.

Saryon cabalgó sobre Irwen hacia el final de la caravana. Había dos cosas que tenía claras. Una, que la muerte de aquella joven no pesaría sobre su conciencia. La otra, que averiguaría qué era lo que había producido la profunda tristeza que había en sus ojos, aunque sobre eso ya tenía una teoría. Y además, alguien debía investigar qué había ocurrido en Vallefértil, y no le gustaba mandar a nadie a una misión tan arriesgada y que podía hacer él mismo.

Escrito por Cronos el martes, 9 de febrero de 2010

El cubil de Doh.
La acólita del culto al dios-dragón protector de la ciudad, vestida con una túnica de color gris metálico, les dijo que esperaran en la entrada del templo. El gran portón central, flanqueado por dos grandes esculturas que representaban a un enorme y terrible dragón en postura agresiva, se cerró tras ella y no volvió a abrirse hasta un buen rato después. Estaba amaneciendo, y el frío era aún cortante. Poca gente se movía por la gran plaza, aunque algunos comerciantes, deseosos de tomar los mejores sitios, comenzaban a colocar sus puestos. La gente estaba nerviosa. Habían llegado algunos rumores del norte, que decían que Vallefértil había sido atacado, pero nadie contaba nada concreto. Si era cierto, Saryon podría haber corrido peligro, aunque no era posible que una fuerza lo suficientemente amplia como para atacar Vallefértil no hubiese sido detectada hasta llegar a la ciudad, lo cual hacía que no temieran demasiado por el caballero.
Finalmente, la puerta se abrió.
-Mornag les recibirá.- La joven y no demasiado agraciada muchacha parecía sorprendida.- Sabía que el nombre de Saryon Maiher abría muchas puertas, pero no que abriese también la nuestra.
-Si te preguntaras por qué las abre en lugar de sorprenderte quizá aprendieses algo.- Adrash mostró su media sonrisa en todo su esplendor.- He oído que Saryon hizo algo por el culto al dios-dragón hace tiempo.
La muchacha no respondió. Los guió a través del templo, amplio y en penumbras. No había bancos en la gran sala. De las paredes colgaban diversos tapices sobre la historia de la ciudad, y al fondo había una estatua policromada, casi del alto del edificio, que representaba a un dragón de tono metálico, con las enormes alas desplegadas, y con una expresión agresiva aunque benévola. Ante él, en una tarima de piedra, había un gran altar, decorado con más esculturas alusivas al dios-dragón. Adrash notó el escalofrío que recorrió a Mirko, que quedó anonadado al ver la enorme escultura.
-¿Ocurre algo?
-No... Sólo estaba...- La voz de Mirko era temblorosa- contemplando la belleza de la escultura.
Continuaron caminando, oyendo el eco de sus pasos, hasta que pasaron bajo la enorme figura. Tras ella había una pequeña puerta que llevaba a una habitación, probablemente destinada a la preparación de los cultos. En el interior del cuarto había varias estanterías con vasijas, botellas, libros y todo tipo de objetos extraños, sin duda utilizados en las ceremonias. En el centro había una sencilla mesa rectangular, de madera, alrededor de la cual se podían observar varias sillas con respaldo, igualmente sencillas. La acólita les señaló las sillas con un ademán.
-Por favor, sentaos. Ella vendrá ahora.
Acto seguido salió por donde había entrado. Adrash y Mirko se sentaron. Mirko seguía teniendo una expresión extraña. Miraba a todo a su alrededor, sin acabar de fijar la vista en nada.
-¿Qué ocurre? Antes te quedaste extasiado frente a esa estatua y ahora miras al aire como si fuese interesante.
-No lo sé.- Mirko miró a Adrash.- Pero noto algo extraño aquí dentro. Y noto que ella está más lejos que nunca.
-¿Ovatha?
Mirko asintió.
-¿Estás bien, entonces?
-Sí. Supongo que éste es el momento en el que mejor me he sentido desde que… desde que recuerdo.
-Pues cuando estés ante él estoy segura de que te sentirás mejor.
Desde la puerta hablaba la mujer más vieja que cualquiera de los dos hubiese visto nunca. Su pelo era blanco y lacio, y lo tenía recogido en un moño. No levantaba del suelo más allá de la altura sus ojos, y parecía que iba a romperse, aunque su voz y sus movimientos eran firmes y transmitían seguridad. Su rostro, de piel pálida, estaba surcado por infinidad de arrugas. Bajo las despobladas y pálidas cejas, aparecían sus pequeños ojos, de color negro, que miraban fijamente a Mirko. Su mirada era lo más extraño de ella. Firme y extrañamente vívida, transmitía la sabiduría de quién sabe cuántos años, aunque también la curiosidad de una niña. Vestía una sencilla y holgada túnica gris, similar a la que llevaba la acólita. Con pasos pequeños se acercó a una de las sillas, y se sentó en ella.
-¿Tú eres Mornag?-Mientras decía esto, Adrash vio como Mirko la miraba fijamente.
-Así me llaman, hijo. Yo soy la superiora de la orden del dios dragón. Wis’iw’ig me dijo que vendríais.
-Él... nos espera.-Mirko seguía con los ojos clavados en ella.
-¿Tú también lo notas?- Mornag parecía sorprendida.- No suele estar tan impaciente por nada. En realidad, nunca lo había notado ni lejanamente impaciente por nada.
-¿Le has visto?-Adrash parecía impresionado por lo que, suponía, estaban a punto de ver.
-Sí, hace muchos, muchos años. Él dormía. Realmente, de los últimos sesenta años ha estado durmiendo cincuenta y nueve. Sólo despertó cuando vinieron los orientales, y ahora. Y mi predecesora, que cuando murió había visto más de cien primaveras, jamás llegó a verle despierto. Pero su sueño no es como el nuestro. Él sigue consciente en parte. Su presencia, su pensamiento y su voluntad, si sabes leerlos, y veo que tu amigo sabe, están presentes siempre aquí. Pero cuando despierta, es mucho más fuerte. La vez anterior, hace ya quince años, despertó, y recibió a Saryon, Clover, Willowith, Nada y Beart. Ellos influyeron de tal manera en la guerra que Oriente terminó retirándose. Entonces no estaba tan nervioso como ahora. Está ansioso por veros.
-Yo también deseo verle a él. Sé que tiene mucho que decirme.- La voz de Mirko tomó una calidez y una fuerza que Adrash nunca había percibido antes. Su rostro brillaba, con una expresión viva.-Y sé que es muy importante que las oiga. Para ambos.
-No tengas prisa. Para él, toda la vida de un hombre no es más que un sólo latido de corazón para ti. Vas a hablar con uno de los seres más viejos de este mundo. Es más antiguo que muchos dioses, y, de alguna manera, más poderoso que ellos. Ha visto pasar tantas vidas de hombres ante sus ojos, tantas veces ha visto salir y ponerse el sol, tantos veranos y tantos inviernos sucediéndose unos tras otros, que os volveríais locos si pudieseis llegar a asimilarlo. Sabe que su tiempo ha pasado y no actuará directamente de ningún modo, pero los hombres, en el fondo, le gustan. Le agrada despertarse una o dos veces cada siglo para ver lo que hemos hecho, que ha cambiado sobre la superficie, donde moramos y gobernamos. Incluso, a veces, da sabios consejos, o da pequeños empujones para intentar que la historia vaya lo más cerca posible del lugar que más le place. Esta vez es algo más especial. Lo sé. Él lo siente así. No sé quién o qué eres. No sé quién es tu enemigo, pero hasta él le teme. No por sí mismo, pues hace mucho tiempo que ni la muerte le supone una amenaza, sino por nosotros. Cuando estés ante él debes dejarle hablar. Contesta a sus preguntas, simplemente, y escucha lo que tenga que decirte. Puede llegar a ser críptico, enigmático, pero se hará entender. Hacedme caso, y sed cuidadosos al hacerlo, tiene bastante mal carácter a pesar de todo. Desconozco lo que ocurre, y es probable que jamás llegue a ver la solución a lo que sea que está ocurriendo, pero sé que es importante. Y también sé que, dentro de esa importancia, tú ocupas un papel fundamental.
-¿Yo no le veré?- Adrash parecía contrariado.
-Sí, tú le verás también. Pero a quien quiere ver en realidad es a Mirko. Hay algo muy especial en él, eso puedo verlo con sólo mirarle. Y ese algo especial es muy importante para el dios-dragón. En cuanto a ti, no sé qué es lo que quiere, pero desea verte. Y también sé, con sólo mirarte, que todos los consejos que te dé caerán en saco roto cuando estés ante él, pero eso no hará que se enfade. Él es capaz de ver en el alma de los hombres, y sabe el peso que hay en la tuya, y te respetará por ello. Además, a él le gustan los hombres impulsivos. Sabe que los hombres impulsivos son aquellos capaces de aceptar su propia esencia, su naturaleza, sin enfrentarse a ella. Y eso le gusta. No te preocupes, él es cuidadoso, y si no quisiera que estuvieses ante él, simplemente, no estarías. Ni siquiera sabríais que existe, que es algo más que una leyenda.- La anciana carraspeó, y continuó hablando con su voz dulce, casi hipnótica a la vez que firme.- Debéis pensar el don que él os está brindando. Estaréis ante una de las criaturas vivas más sabias y ancianas sobre la faz de Isvar. Estaréis ante una parte de la historia del mundo, aún viva. Pocos o ninguno tienen su edad y su sabiduría. Muy pocos hombres tendrán jamás el don que él os ofrece ahora. Pero debéis saber que ese don también tiene su contrapartida. Lo queráis o no, vuestro destino estará ligado de alguna manera al motivo por el que desea veros.
-Yo no creo en el destino.-La voz y el rostro de Adrash fueron fríos, dolidos.
-Ni yo. Ni siquiera él. Pero cuando alguien vive tanto tiempo como él, es capaz de ver cosas que se escapan a la vista de un hombre. Creedme, salvo Wis’iw’ig y las madres superioras de su culto, todos los que le han visto en varios miles de años se han visto inmersos en las leyendas y las historias que cuentan los bardos. No sé si es el destino, o que él sólo elige ver a algunos hombres especiales, pero la verdad es ésa. Entendedlo, y cuando estéis ante él, tenedlo en cuenta. Recordad cada una de sus palabras, pero sobre todo buscad lo que hay detrás y entre ellas. Estoy segura de que os serán útiles.
Ambos hombres asintieron ante las palabras de la anciana.
-Y ahora, seguidme. Ya sabéis lo que debéis saber para hablar con él.
Mornag se levantó y caminó hacia el fondo de la habitación. La anciana musitó unas palabras, y la pared del fondo comenzó a desplazarse hacia un lado, emitiendo el sonido de piedra rozando contra piedra. Tras ella pudieron observar un pasillo oscuro que conducía hacia abajo.
-Entrad. Cuando lleguéis a la sala al final del pasillo, esperad allí. Pronto estaréis ante él.
-Mil gracias Mornag.- Mirko hizo una inclinación ante la anciana sacerdotisa.- Te estaré eternamente agradecido por permitirme verle.
-Dáselas a él, Mirko. Es él quien decide a quien ve y a quien no.-La sonrisa de la anciana era especialmente amable.-Ahora, id.
Comenzaron a caminar por el estrecho y oscuro pasillo. La puerta, tras ellos, comenzó a cerrarse de nuevo. Miraron hacia atrás, y vieron la menuda figura de la anciana recortada contra la claridad de la habitación, hasta que desapareció, oculta tras la puerta. Aunque todo debería estar sumido en la más absoluta oscuridad, una tenue y extraña luz provenía de las irregulares paredes, tiñéndolo todo de un brillo fantasmal, que se reflejaba particularmente en los tonos más claros. El pasillo continuaba descendiendo y trazando una leve curva hacia la derecha, hasta que desaparecía de sus vistas. Caminaron durante bastante tiempo en completo silencio, ansiosos por ver lo que les esperaba, siempre descendiendo, y siempre girando hacia la derecha, iluminados con ese leve brillo proveniente de las paredes, hasta que el pasillo terminó en un muro de piedra negra y lisa, casi pulida, que les cerraba completamente el paso.
-¿Y ahora qué?- Adrash miró a su alrededor en busca de alguna pista que le dijese cómo continuar.
-Es sencillo.
Mirko extendió la mano y apoyó la palma en la piedra negra. De pronto, todo se volvió oscuro. Adrash sentía que se movía, que caía, pero no podía ver nada, ni estaba seguro del motivo por el que sentía que se movía. De pronto, la sensación de movimiento se detuvo.
Estaban en medio de un amplio corredor, de paredes de piedra gris y lisa, que terminaba, un buen trecho más adelante, en una estancia mucho más amplia. Todo estaba iluminado, aunque la luz no parecía provenir de ninguna fuente visible.
-Vamos, él está ahí delante.- Mirko comenzó a caminar a grandes zancadas, seguido por Adrash.- Nos espera.
Caminaron por el amplio pasillo hasta que llegaron a la gran estancia. De más de trescientos pasos de largo, y en forma de huso, la cueva tenía un altísimo techo abovedado. En el centro, estaba él.
La descomunal figura del dragón ocupaba casi la mitad de la estancia, a pesar de que su larga cola estaba rodeando su cuerpo. Su piel, aparentemente lisa, era de aspecto metálico, y de color similar al de una espada vieja. Tenía las enormes alas recogidas sobre su cuerpo, y estaba incorporado sobre sus patas traseras. Giró su cabeza y estiró su largo cuello hacia ellos. Su rostro de reptil era, a pesar de todo, sumamente expresivo, como si fuese un rostro humano. Pero lo más impresionante de él era su mirada. Si la mirada de Mornag impresionaba por la serenidad y sabiduría que transmitía, la del gigantesco ser era como miles de veces la de la anciana. Desprendía una sabiduría infinita, y a la vez, una fuerte sensación de profunda y arraigada bondad que le hacía agradable a la vista. A pesar de su tamaño, estar ante la presencia del gran dragón les hacía sentir confianza, nunca temor. El inmenso ser agitó sus alas por un momento, levantando una leve brisa en la estancia, y se acomodó inclinándose hacia delante, apoyando sus patas delanteras en el suelo, de manera que la cabeza quedó a unos noventa pasos de ellos. Les sonreía.
-Ah, Mornag se hace mayor.-La voz de Doh sonó en toda la estancia. Extrañamente, también resonaba en sus mentes. Era profunda y suave, y como todo en él, desprendía calma. Dirigió su mirada a Mirko.- Nunca le dije que asustase a los visitantes. Y menos a alguien tan especial como tú. Creo que no tardará demasiado en dejarme. Es una pena, me había encariñado con ella. ¿Sabéis? Lleva setenta años conmigo, cuidando de mis asuntos mientras yo descanso. La echaré de menos cuando nos deje. Aunque recibirá su premio por su dedicación entonces... Pero se ha hecho mayor, muy mayor. Ella era bella cuando vino a mí. Y ahora, de otra manera, lo sigue siendo. Entonces supe que pasaría largo tiempo conmigo, ganando en sabiduría y en experiencia, y, como es habitual, acerté. -Doh sonrió de nuevo.- Mmmm, sí, Mornag, te echaré de menos y lo sabes... Pero perdonadme, hablo tan poco con humanos que no me acostumbro a vuestro ritmo. Creo que tenemos muchas cosas de las que hablar. ¿Por dónde queréis comenzar?
-Ovatha.-Adrash contestó inmediatamente, sin dejar pasar ni un instante.
-Vaya, parece que los elfos acertaron al ponerte tu apodo. - Las enormes fauces de Doh se abrieron en una sonrisa.-Pero es un buen tema con el que comenzar. Ovatha, extraño ser. Si os contara toda su historia, qué es, de dónde salió, por qué está aquí, estaría hablando más tiempo del que disponéis. Además, eso es sólo pasado. Lo importante es el presente en este caso. Ella es una amenaza que muy pocos han comprendido hasta ahora. Una amenaza tal que hasta los dioses la temen... - La inmensa sonrisa de Doh adquirió un toque irónico.-…o la tememos. Ella podría acabar con todos ellos, y con la libertad de los hombres. Y ella te odia, Mirko, porque eres el único que has sido capaz de huir de sus garras después de haber estado entre ellas. Te odia, y en parte te teme, porque quiso hacer de ti un ser poderoso, su brazo, su fuerza. Ella te forjó como a un arma, y tú escapaste de su cinto. Quizá, algún día, si llegas... o quizá debiera decir llegáis... a comprender lo que sois y a vencer vuestro pasado, y a ser uno solo en lugar de dos, lleguéis a ser de algún modo un peligro para ella, porque el día que esto ocurra, también comprenderéis cómo es, cómo piensa, cuál es su debilidad, pues ha sido parte de vosotros también.- Doh se incorporó sobre sí mismo. Su voz seguía sonando en sus oídos y sus mentes con igual fuerza.- Pero estoy desviándome del tema de nuevo. Ovatha es pensamiento. No tiene forma física porque está hecha de pensamiento puro. Y como tal, su intelecto es descomunal, y su voluntad casi invencible. Ella ha conseguido, a base de engaños y de falsas palabras, que muchos hombres la adoren, como si fuera un dios. En este punto, hay algo que debéis saber, o más bien entender. Los dioses no se hacen a sí mismos. Un dios lo es mientras tiene adoradores. Casi todos los dioses han sido hombres o seres mortales antes de llegar a ser dioses. Y los dioses son tan fuertes como la fe que les profesan. Yo soy, aunque vivo, un dios. Cuando muera, cuando mi forma física deje El Sueño para siempre, la gente que me adora en Flecha Blanca como el dios-dragón, protector de la ciudad, harán de mí un ser inmortal mientras su fe dure. Pues bien, Ovatha ha conseguido que la adoren. Si ya era poderosa antes de eso, ahora lo es mucho más. Ella controla las mentes de algunos de los que la siguen, los más influyentes, para hacer que los demás continúen adorándola. Reparte poder entre sus adoradores para que aquellos que no la adoren identifiquen su fe con el poder. Lo descorazonador del asunto es que esta vez está funcionando. Ha tomado un imperio joven, fuerte y ambicioso, y empezando desde lo más alto, ha conseguido que todos la adoren. No la conocen por el nombre por el que nosotros la conocemos, su verdadero nombre, pues un erudito podría llegar a identificar la verdad. Se hace llamar Yávatar. Según sus adoradores, vigila y protege el imperio, y vela por sus victorias militares. También se encarga de juzgar las almas de los muertos, dándoles lo que merecen según lo hecho en vida. En fin, Ovatha, Yávatar, o como quiera que la llamen, es el dios único en el Imperio de Sanazar, y su religión es oficial y obligatoria. Tiene tanto poder que casi nada en este plano… Ummm… mundo puede enfrentarse a ella, y de entre los dioses pocos o ninguno se atreverán realmente a hacerlo. Si un dios muere en El Sueño con su forma divina, muere completamente. Por ese motivo, ninguno de ellos atacará directamente.
-O sea, que hemos perdido antes de empezar.- Adrash parecía contrariado.
-No todo son malas noticias. Ella tiene debilidades. Otras veces lo intentó y siempre fracasó. Simplemente, esta vez será más difícil, porque todo parece ir según sus planes. Ella tiene mucho poder, pero también necesita invertir mucho de ese poder para mantener el control. Tiene a muchos seres dominados, como te tenía a ti, Mirko. Y eso es caro. Para disminuir el poder que utiliza, es probable que mantenga cierta jerarquía entre aquéllos a los que controla. Controla una mente, especialmente fuerte, y utiliza la fuerza de esa mente, unida a parte de su poder, para controlar a otras. De esta manera puede mantener el control. Pero esto tiene un fallo. Si uno de sus pilares muere o cae inconsciente, los que están bajo él se liberan, al menos durante un tiempo. Lo que ya no sé es quiénes son esos pilares en los que basa su poder. Pero si los encontráis, podríais debilitarla.
-No parece muy esperanzador.
-No te equivoques, una pequeña grieta puede ser el principio del fin de una montaña, o incluso de una cordillera. Otros que quisieron ser poderosos cayeron antes que ella por mucho menos. En realidad, tengo mi propia teoría en ese sentido. Efectos encadenados. La casualidad más absurda puede hacer que el ser más poderoso fracase. Muchas veces pienso que hay alguien detrás, que mueve los hilos y provoca esas casualidades. Sé que no es un dios y sé que no es un ser vivo. Quizá sea algo, una fuerza superior incluso a los dioses, pero... eso no son más que elucubraciones. Tened fe, y quizá venzáis. La victoria puede llegar de la manera más retorcida e insospechada. Pero... hay algo más que debéis saber. Ella utiliza de otras formas su fuerza. Es capaz de crear ciertos seres. Los lezzars son una de las razas que ha estado utilizando. Los que atacaron Vallefértil eran esos seres. Quién sabe cuántas ciudades más caerán del mismo modo. Ella quiere Isvar, y va a hacer todo lo que haga falta para conseguirlo.
-¿Entonces lo de Vallefértil es cierto?
-Creo que sí. Wis’iw’ig ha ido a comprobarlo, con los rumores que llegan no se puede estar seguro de nada. Pero... ¿No lo notasteis? -Mirko y Adrash asintieron.- Estaba en todas partes. En el aire, en el corazón de los animales, en la lluvia, en la tierra... en todo Isvar. Hay algo extraño en esta tierra, algo que lo une todo. He visto tierras muy lejanas, he vivido largo tiempo en ellas, y en ningún otro lugar pude ver algo así. Es como si en la península la tierra sintiese, como si estuviese más viva. No sólo viva en el sentido en que lo pueden decir los elfos, viva en un sentido más puro, más completo. Es algo muy especial. Y vosotros, hombres, y hasta yo, que nací en esta tierra en un tiempo tan lejano que casi ninguna criatura viva puede recordarlo, podemos percibirlo. Nadie en esta tierra pudo dejar de notarlo. Quizá Adrash lo notó menos, pues él no nació aquí, pero estaba en todas partes. Un peso en los corazones. Congoja. Sufrimiento ajeno repartido en miles de corazones. Hacía mucho, mucho tiempo, en las guerras de Utgark, antes del Aislamiento, que no sentía algo así. Pero... como es habitual me estoy apartando de lo importante, de lo que necesitáis oír.
-¿Qué…? ¿Qué soy yo?- A pesar de que titubeaba, Adrash nunca había visto a Mirko con tanta energía, tanta fuerza.- ¿Qué me ha hecho ella?
-Sí, ese punto también es importante.-El enorme dragón se acomodó de nuevo, enroscando y desenroscando su cola alrededor de su cuerpo y sus patas.- Quizá sea el motivo por el que realmente estáis aquí, si es que existe alguno. Tú. ¿Se ha manifestado ya? Es muy joven...
-Sí. Ella me habló y él también. Él me dio fuerza cuando flaqueaba. Me dijo que me ayudaría, pero que le costaba mantenerse consciente.
-Mmmm sí... él aún es muy joven, pero en tu cuerpo crecerá rápido. Es necesario que estés listo cuando él se haga lo suficientemente fuerte. Debéis uniros, ser uno. Tu mente, tu voluntad y su poder. Si os enfrentáis y uno de los dos vence, os destruiréis.
-Pero... ¿Qué es el? ¿Por qué... por qué lo hizo ella?
-Será mejor que comencemos por el principio. Una buena casa no se empieza por el tejado... Vamos a ver. No es la primera vez que veo a alguien como tú. Ovatha, con ese nombre u otro, ha estado apareciendo a lo largo de los siglos. Siempre que ha aparecido ha producido grandes desastres. Ha provocado de una manera o de otra el nacimiento y el declive de imperios, y ha hecho muchos, muchos experimentos. Algunas razas de hombres reptil, por ejemplo, son obra de ella. Adrash conocerá a los andracs. Ahora están extendidos por el mundo, son una raza como cualquier otra, incluso han llegado a oriente. En una de sus apariciones, ella los creó. Siempre ha tenido fijación con los dragones. Antes de ti lo hizo con otros. Ella siempre mmm… nos ha admirado. Seres físicamente poderosos, con capacidades innatas para la magia. Pero inmunes a su poder. Por nuestra propia naturaleza, es prácticamente imposible que ella controle a alguno de nosotros, exceptuando crías muy jóvenes. En fin, utilizando su enorme poder, ha intentado muchas veces atar un dragón a un cuerpo de hombre. De esa manera sí puede dominar sus dos mentes, y controlar el poder del dragón. Con los dragones malignos normalmente ha funcionado. Disfrutan aliándose con ella y venciendo la voluntad del hombre, haciéndolo desaparecer. Varios de sus generales en antiguas guerras eran seres como tú, pero esta vez quiso dar un paso más. Los dragones metálicos, aunque mucho menores en número, somos más poderosos. Esta vez lo intentó con uno. -Mirko miraba al enorme dragón, negándose a creer lo que estaba oyendo, a pesar de que sabía que era cierto.- En una ocasión, Ovatha fue vencida y se vio obligada a abandonar esas creaciones. Algunos de mi raza y yo capturamos a aquellos seres y examinamos el resultado, lo que ocurría cuando ella los abandonaba. Luchaban. En dos de los casos venció el dragón. Los cuerpos se deterioraron y quedaron destrozados a los pocos años. Demasiado poder para estar en un cuerpo humano. En otro caso venció el hombre. La presencia del dragón acabó volviéndolo loco. Un día lo encontramos muerto. Se había suicidado. El último... Era alguien muy especial, con una voluntad de hierro, y un cuerpo especialmente fuerte. Y el dragón era un dragón de las sombras. Aunque muchos son malvados, la mayoría tienden a cuidar de sus propios intereses molestando lo menos posible, y evitando hacerse con demasiados enemigos. Se alió con el dragón. Se hizo uno con él. Simplemente, dejaron de luchar, y decidieron convivir. Él huyó. Consiguió escapar de nosotros, y a pesar de nuestros grandes esfuerzos, no conseguimos encontrarle. No sé qué fue de él, pero sé que, a partir del momento en el que se hizo uno con el dragón, consiguió engañarnos, ocultarnos su mente, haciéndonos creer que no ocurría nada especial. Escapó, y no he vuelto a saber nada de él. Estoy seguro de que está muerto, no es posible que un cuerpo de hombre pueda aguantar tanto tiempo vivo, salvo que esté mantenido por un poder enorme. Desconozco si pudo tener hijos, o si realmente sobrevivió mucho tiempo. Si él o alguno de su estirpe sigue vivo, podría ser de una ayuda enorme para ti. Si aceptan ayudarte.
-¿Debo buscarles entonces?
-Yo no puedo ayudarte a decidir eso, Mirko. Ésa es tu decisión. Yo sólo puedo informarte.
-¿No se supone que eres un dios? ¿No se supone que deberías saberlo todo?- Adrash parecía contener un profundo enfado. Hablaba en voz bastante baja, casi en susurros.- Nos das palabras y palabras pero ninguna solución.
-No Adrash, no lo sé todo. Al contrario, conozco poco más que lo que mis sentidos me permiten percibir. También sé cómo se sienten aquellos que me adoran con verdadera fe. Y lo que me cuentan algunos amigos, que me visitan o hablan telepáticamente conmigo durante años. Pero utilizo mis recuerdos. Todo lo que puedo. Y créeme, eso, en alguien tan... antiguo como yo, te hace ver el tiempo de otro modo. Pautas. Existen pautas en casi todo. En el comportamiento de los hombres, los animales, la naturaleza, las sociedades. Pautas que se acaban repitiendo una y otra vez, muy profundas, enterradas bajo tal cantidad de detalles que un solo hombre no puede llegar a verlas en el tiempo que dura su vida. A través de esas pautas es como puedes llegar a saber cosas que a simple vista nadie podría averiguar, o a ver el tiempo de otra manera. Ése, realmente, es todo mi poder. Al menos, el que estoy dispuesto a usar.
-¿Pero no la temes? ¿No piensas que es tu enemiga?-Adrash parecía más calmado ahora.- ¿No vas a hacer nada?
-Repito mi enhorabuena a los elfos que te dieron nombre en su idioma. -Doh parecía entretenido, sonriendo con una expresión extraña, como quien enseña a un niño a contar.-No puedo hacer nada. Mi tiempo ha pasado. Yo ahora soy un espectador que no debe intervenir. No tienes ni idea de los poderes que podría despertar si se me ocurriese utilizar el mío en contra de Ovatha. No, el tiempo de los dragones pasó hace mucho, muchísimo tiempo. Te aseguro que no te gustaría ver una de nuestras guerras, ni siquiera una batalla entre otro de mi edad y yo. No cometeré esa locura de ninguna manera. Te podría hablar del Gran Convenio, pero para contarte todo lo que lo provocó, y todo su contenido, tendrías que disponer de varias vidas. En fin, que estoy haciendo todo lo que creo que debo hacer. Y sobre si la temo o no la temo, es algo difícil de explicar. Yo estoy mas allá de su poder, pero muchas cosas que quiero, que hacen que este mundo todavía tenga sentido para mí, no lo están. No temo por mí, temo por algunas de las pocas cosas que todavía me unen a este lugar. Por eso os ayudo.
Doh parecía estremecerse mientras decía estas palabras. Aunque no había abandonado el tono condescendiente que había estado empleando, su expresivo rostro se tornó algo más serio. Adrash se calmó completamente y volvió a adoptar su sonrisa cínica.
-Creo que ya os he contado lo que Mirko necesitaba saber. Para ti, Adrash, sólo tengo un consejo. Mantente vivo. Algo me dice que tu don, tarde o temprano será necesario.
-¿Mi don? ¿Qué don?
-Sí, Adrash Ala de Fuego.- Doh sonreía de nuevo- Los dioses te han dado un don, aunque tú no lo sepas. Realmente sabes cual es, pero no piensas que sea tal cosa, o quizá sea una casualidad que tú estés aquí. Eso no es importante. Lo importante es que ese don, o esa casualidad, es posible que nos sean muy útiles en algún momento.
-Cada vez entiendo menos de esta maldita....
-En fin, ahora, si me perdonáis... Necesito descansar un poco. Es agotador hablar con los humanos, con vuestra lengua tan pobre y vuestras expresiones tan... ¿intensas? Sí, intensa es una buena palabra. Buscad a Saryon en Fortaleza, no creo que esté en Vallefértil. Y si está allí, estará muerto...
Por unos segundos todo se volvió oscuro a su alrededor. Cuando la luz volvió, estaban ante la enorme estatua del templo, a la misma distancia de ella de lo que habían estado del verdadero dragón. Oyeron la voz de la anciana Mornag tras ellos.
-Espero que os haya sido útil verle. Sois los primeros en hablar directamente con él en los últimos quince años...