Escrito por Yosi_ el miércoles, 8 de septiembre de 2010
Ya hacía tiempo que no nos veíamos en una similar, huelga general bajo el símbolo del puño y la rosa. Novedad casi excitante a bote pronto, hace pensar que algo va a moverse tras años de anquilosamiento y pérdida tan inadvertida como cotidiana de derechos laborales antaño considerados básicos, irrenunciables. Y bueno, a grandes rasgos convocan los de siempre, los "oficiales", más que nada por ser los únicos con visibilidad y eco suficientes como para acometer una movilización de semejantes características. La pregunta que supongo todo el mundo se ha hecho o se hará en algún momento es si se decide participar en la "fiesta" o dejarlo pasar como algo que ni nos va, ni nos viene. En ese sentido y a nivel personal (porque la propuesta oficial está redactada en cómodos puntos) cabe hacerse dos preguntas que engloban a casi todas las demás: contra qué o quién se lleva a cabo la huelga, y al lado de quién.
Respecto al primer punto, en la mayor parte de los casos se trata de arremeter contra el "gobierno". Es decir, contra unas siglas, unas caras y una coyuntura personal (individual e individualista) desfavorable. Y nada más, ahí queda todo. Da igual la banca (porque tú eliges de quién eres cliente, ¿o no?), da igual el mundo empresarial (porque tú eliges qué condiciones laborales aceptas, ¿o no?) y da igual la ideología de base (o su ausencia) que dé lugar a los problemas concretos. Lo que se percibe al cabo del tiempo es un malestar procedente de un berrinche circunstancial que se puede aliviar a base de primas en dinero B o de burbujas recurrentes, pero que en cualquier caso no requiere de un verdadero cambio en ningún sentido. Lo preocupante del asunto es que a nivel general se trata de una huelga orquestada en contra de un colectivo de cabezas de turco que a día de hoy no tienen demasiado que perder, no con el fin de presionar ingenuamente para transmitir y hacer valer la voluntad colectiva, sino con el de dar a la multitud una salida para rebajar presiones diseñada por parte de una clase dirigente que desde un bando trata de detonar controladamente una situación que cerca de las elecciones resultaría mucho más destructiva, y desde el otro de utilizar la corriente como método de oposición populista antorcha en mano, aprovechando el fragor de las multitudes para ocultar que la receta es prácticamente la misma, salvo por unos cuantos retoques cosméticos como la intención de que las niñas ricas vuelvan a viajar a Londres para interrumpir sus inoportunos embarazos. Teniendo en cuenta todo eso, ciertamente es posible salir a la calle a luchar por lo que cada uno cree justo o conveniente (y lo ideal es que ambas cosas coincidan, sería realmente hermoso), pero no está de más ser consciente de cuál es el verdadero enemigo de las mayorías, máxime si se tiene la idea de que una huelga al uso cobra especial legitimidad en la medida en la que represente los intereses de un cierto porcentaje de la población.
Y a raíz de eso surge la pregunta no menos importante de a quién estás permitiendo que se coloque a tu lado a generar ruido mediático. Si partimos del hecho de que en las últimas elecciones generales (y en las anteriores, y en las otras...) una mayoría aplastante de la población con derecho a voto optó por dar su confianza a uno de los partidos abiertamente neoliberales con políticas ecónomicas y sociales descaradamente orientadas al individualismo competitivo, al beneficio de la banca y de las oligarquías empresariales dominantes, no creo que nadie pueda esperar milagros en un contexto de reivindicación de los derechos de los trabajadores, concepto completamente opuesto por definición a todo lo que el liberalismo engloba. La fórmula general girará, como siempre lo hace, entorno al "mi, me, conmigo", y no se puede pretender de ninguna forma que se dé una condición tan básica para optar a cualquier avance social como que la lucha se enfoque de forma colectiva y no como una suma inconexa de individualidades que caminan por la misma calle únicamente como resultado de un berrinche multitudinario sin una base ideológica seria dirigido hacia donde más caliente el sol en cada momento. Y lo más jodido de la cuestión es que una persona cabal voceando (de forma literal o metafórica) entre cien ovejas pastoreadas por el lobby de turno, no hace otra cosa que elevar el volumen y engrosar la cifra de individuos en apoyo a los intereses mayoritarios.
Al fin y al cabo, lo cierto es que quien decida participar en la huelga, lo haga o no de forma activa,va a convertirse al día siguiente en uno de los millones de individuos que en los mass media engrosarán las cifras de apoyo a unos sindicatos traidores e infames hasta la saciedad, y que decenas de individuos sin pizca de dignidad o decencia emplearán para llevar la cuestión a su terreno y convertir el amago de lucha social en lo que para la mentalidad bipolar de un ciudadano español medio, solo puede traducirse en rechazo a unos colores y apoyo a otros. Y lo peor de todo esto es que quien por el contrario, por pasividad, avaricia u objección de conciencia decida no unirse a la fiesta de los grandes "ídolos" de la lucha obrera, solo puede aspirar a conseguir exactamente lo mismo, pero a la inversa. Llevamos demasiado tiempo basando toda nuestra actividad en colores, símbolos, escudos y banderas, como para que de la noche a la mañana vayamos a convertirnos en una sociedad capaz de valorar las ideas sin bandos de por medio, a través de un espectro heterogéneo y continuo. Toca elegir indios o vaqueros, y la cuestión es que en este caso ambos son unos perfectos hijos de puta sin escrúpulos.
Respecto al primer punto, en la mayor parte de los casos se trata de arremeter contra el "gobierno". Es decir, contra unas siglas, unas caras y una coyuntura personal (individual e individualista) desfavorable. Y nada más, ahí queda todo. Da igual la banca (porque tú eliges de quién eres cliente, ¿o no?), da igual el mundo empresarial (porque tú eliges qué condiciones laborales aceptas, ¿o no?) y da igual la ideología de base (o su ausencia) que dé lugar a los problemas concretos. Lo que se percibe al cabo del tiempo es un malestar procedente de un berrinche circunstancial que se puede aliviar a base de primas en dinero B o de burbujas recurrentes, pero que en cualquier caso no requiere de un verdadero cambio en ningún sentido. Lo preocupante del asunto es que a nivel general se trata de una huelga orquestada en contra de un colectivo de cabezas de turco que a día de hoy no tienen demasiado que perder, no con el fin de presionar ingenuamente para transmitir y hacer valer la voluntad colectiva, sino con el de dar a la multitud una salida para rebajar presiones diseñada por parte de una clase dirigente que desde un bando trata de detonar controladamente una situación que cerca de las elecciones resultaría mucho más destructiva, y desde el otro de utilizar la corriente como método de oposición populista antorcha en mano, aprovechando el fragor de las multitudes para ocultar que la receta es prácticamente la misma, salvo por unos cuantos retoques cosméticos como la intención de que las niñas ricas vuelvan a viajar a Londres para interrumpir sus inoportunos embarazos. Teniendo en cuenta todo eso, ciertamente es posible salir a la calle a luchar por lo que cada uno cree justo o conveniente (y lo ideal es que ambas cosas coincidan, sería realmente hermoso), pero no está de más ser consciente de cuál es el verdadero enemigo de las mayorías, máxime si se tiene la idea de que una huelga al uso cobra especial legitimidad en la medida en la que represente los intereses de un cierto porcentaje de la población.
Y a raíz de eso surge la pregunta no menos importante de a quién estás permitiendo que se coloque a tu lado a generar ruido mediático. Si partimos del hecho de que en las últimas elecciones generales (y en las anteriores, y en las otras...) una mayoría aplastante de la población con derecho a voto optó por dar su confianza a uno de los partidos abiertamente neoliberales con políticas ecónomicas y sociales descaradamente orientadas al individualismo competitivo, al beneficio de la banca y de las oligarquías empresariales dominantes, no creo que nadie pueda esperar milagros en un contexto de reivindicación de los derechos de los trabajadores, concepto completamente opuesto por definición a todo lo que el liberalismo engloba. La fórmula general girará, como siempre lo hace, entorno al "mi, me, conmigo", y no se puede pretender de ninguna forma que se dé una condición tan básica para optar a cualquier avance social como que la lucha se enfoque de forma colectiva y no como una suma inconexa de individualidades que caminan por la misma calle únicamente como resultado de un berrinche multitudinario sin una base ideológica seria dirigido hacia donde más caliente el sol en cada momento. Y lo más jodido de la cuestión es que una persona cabal voceando (de forma literal o metafórica) entre cien ovejas pastoreadas por el lobby de turno, no hace otra cosa que elevar el volumen y engrosar la cifra de individuos en apoyo a los intereses mayoritarios.
Al fin y al cabo, lo cierto es que quien decida participar en la huelga, lo haga o no de forma activa,va a convertirse al día siguiente en uno de los millones de individuos que en los mass media engrosarán las cifras de apoyo a unos sindicatos traidores e infames hasta la saciedad, y que decenas de individuos sin pizca de dignidad o decencia emplearán para llevar la cuestión a su terreno y convertir el amago de lucha social en lo que para la mentalidad bipolar de un ciudadano español medio, solo puede traducirse en rechazo a unos colores y apoyo a otros. Y lo peor de todo esto es que quien por el contrario, por pasividad, avaricia u objección de conciencia decida no unirse a la fiesta de los grandes "ídolos" de la lucha obrera, solo puede aspirar a conseguir exactamente lo mismo, pero a la inversa. Llevamos demasiado tiempo basando toda nuestra actividad en colores, símbolos, escudos y banderas, como para que de la noche a la mañana vayamos a convertirnos en una sociedad capaz de valorar las ideas sin bandos de por medio, a través de un espectro heterogéneo y continuo. Toca elegir indios o vaqueros, y la cuestión es que en este caso ambos son unos perfectos hijos de puta sin escrúpulos.
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