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Escrito por na el miércoles, 6 de marzo de 2013

Érase una vez, hace muchísimas lunas, un hombre valiente y sabio que descubrió un tesoro al alcance de la mano.
Una energía libre y gratuita en un mundo de esclavos comprados.
Y no solo la descubrió, sino que ideó una forma de acumularla, publicando los planos y sus resultados para que cualquier interesada pudiera (o no) replicarla.
Y siguió investigando.
Y lo mataron por ello.
Y sus obras fueron quemadas.
Y sus contribuciones a la humanidad silenciadas, ignoradas...
Como si nunca nadie hubiera contaminado hectáreas enteras con energías DOR.

Y aquí se acaba el cuento y empieza la ciencia ficción.
A cualquier parecido con la realidad lo llamaremos coincidencia y en paz.

Pasó el tiempo y un personaje al que este narrador no puede etiquetar, escuchó el cuento y casi por casualidad descubrió el descubrimiento.
Existía el tesoro que toda su vida había buscando.
Lo que siempre quiso decir ya había sido dicho.
Ya había sido probado.
Y seguía siendo silenciado e ignorado.
La humanidad no sabía nada
¿no sabía o no quería saber?

Sólo se le ocurrió una forma de averiguarlo.

Provocando.

Replicando el experimento oranur en los centros de poder ideológicos y económicos del sistema.
Contaminando con algo que según la ortodoxia oficial no existe.
No dudo que mis amigos de la plaza de san pablo tratarán de achacarlo a algun veneno "etereo" arrojado por algún grupo "terrorista" Y sé que los esclavos financiados lo creeran.

¿te imaginas la sentencia?
Demasiado subrealista para la ciencia ficción, incluso.

Lo que no sé, es qué sucederá con todas las demas ante la prueba irrefutable del orgon cuando haya fumata blanca y en la plaza no quede un alma.