Escrito por Yosi_ el lunes, 26 de noviembre de 2007
Después de bastante tiempo queriendo hacerlo y tras haberlo mencionado en otro post anteriormente, creo que hoy me toca hablar de un tema que a diario levanta muchas ampollas. No se como resumir el asunto en pocas palabras, porque en parte trata de ignorancia, en parte de elitismo paleto (conceptos que por otra parte suelen ir unidos) y también de puro y repulsivo narcisismo intelectual.
Es popularmente conocido que por lo general, una vez alcanzado cierto nivel de conocimientos acerca de una materia concreta, la presunción de un individuo acerca de su dominio de dicha materia es inversamente proporcional a la sabiduría que realmente atesora. Esto no es más que una forma de decir enrevesadamente lo que popularmente se expresa como “la ignorancia es la madre del atrevimiento”. No cabe duda de que es así, todos tenemos un conocido que por seguir con asiduidad una serie de médicos y pasarse el día dando vueltas a los portales web para hipocodríacos se cree con capacidad para dar un diágnostico totalmente fiable y afirmar que los profesionales se equivocan. También hay quien tras unas cuantas horas de observación a pie de obra, se siente sobrado de conocimientos como para dar lecciones a un arquitecto veterano. Y por supuesto no falta quien tras haber hecho un par de instalaciones de Windows y haber crackeado unos cuantos juegos, se hace llamar infórmatico y se coloca en una tienda a reparar ordenadores (esto es, formatear y reinstalar).
Hasta aquí la cosa es bastante cotidiana, en ocasiones puede llegar a mosquear bastante (principalmente cuando se sufre en primera persona), pero sabemos que debemos asumirlo como algo propio de nuestra cultura, porque al fin y al cabo casi todos pecamos de ello en mayor o menor medida. Sin embargo hay otro grado más irritante, que normalmente suele afectar a un colectivo con un nivel de conocimientos ligeramente superior a la media, y que hace que no sea tan importante saber mucho sobre un determinado tema; en este caso lo fundamental es que los demás no sepan. Esto es frecuente cuando alguien sabe lo suficiente acerca de algo como para darse cuenta de que adolece de ciertas carencias, pero sin embargo no quiere renunciar a la idea de pertenecer a un grupo elitista que por supuesto se encuentra por encima del resto de los mortales. En este grupo se encuentran los miles de melómanos que creen conocer en exclusiva el santo grial de la música y desprecian sistemáticamente todo lo que ellos no aprecien, sintiéndo además una profunda amargura en el momento en el que su objeto de culto se populariza (si es que ocurre) y comienza a formar parte del patrimonio colectivo. Por supuesto este mismo caso también se da en el cine, siendo muy común que para ciertas personas el único material de calidad y realmente innovador sea la última película de un director iraní de cine experimental muy conocido en su casa. Y finalmente, obviando el resto de ejemplos en los que se puede detectar este comportamiento (los hay para todos los gustos), quiero centrarme en el que últimamente me irrita especialmente, el del mundo de la informática y mas concretamente del software.
Puede parecer mentira que en un contexto tan plural como internet, donde a cada paso podemos encontrar un espejo en el cual contemplar todas nuestras enormes carencias a la luz de la ingente cantidad de conocimientos acumulados por doquier, haya tanta gente que aún ceda a la estupidez, a la ignorancia y al fanatismo. Y sin embargo, contra toda lógica, cada día parece mas frecuente encontrar este tipo de actitudes. La lucha alrededor de sistemas operativos, entornos, aplicaciones o sitios web hace que la sensatez y el debate sano y enriquecedor se conviertan en una absurda guerra en la que todo se deja de lado con el único fin de reforzar nuestro ego demostrando de las formas más variopintas, no ya que tal o cual opción es la mejor, sino que las demás son completamente inútiles. Por supuesto que no hay ningún problema en que todos nos esforcemos en la medida de lo posible en mostrar los defectos de las herramientas que usamos a diario, porque de hecho es la única forma de mejorar y seguir progresando. Pero en muchas ocasiones resulta ofensivamente notorio que las críticas dejan totalmente de lado el aspecto constructivo para centrarse en el autobombo, lo que aparte de no servir absolutamente para nada positivo deja en evidencia las enormes carencias de quien utiliza ese discurso tan pobre y vergonzante. En esa línea se mueve tristemente gran parte de la comunidad del software libre, donde se puede ver como a medida que muchas personas invierten un enorme trabajo en poner al alcance de la mayoría lo que hasta hace no tanto estaba restringido a unos “pocos” entendidos en la materia, hay quienes centran sus esfuerzos en recluirse tras su pequeño feudo elitista despreciando todo lo que contribuya a popularizar lo que tradicionalmente había sido su señal distintiva para colocarse detrás de un pc y sentirse parte de un colectivo “superior”.
Toda esa gente ignora la gran evidencia: que toda la historia de la informática se basa precisamente en proporcionar un entorno cada vez más amigable y sencillo a las máquinas totalmente marginales e inútiles con las que empezó todo. Dejan de lado el hecho de que en el pasado ya hubo mucha gente que censuró las simplificaciones que popularizaron todo este asunto y trató de impedir que se realizaran las evoluciones que paradójicamente han permitido que todo llegue hasta los que hoy tratan de censurar la inevitable consecuencia que viene a continuación. El software libre, al contrario de lo que muchos quisieran, cobra sentido y vida a medida que más y más gente hace uso de él. Y por supuesto, para que llegue a esa gente, es necesario que existan personas que trabajen en proyectos como Firefox, Ubuntu, OpenOffice, y otros tantos que hacen posible que una filosofía igualitaria y altruista pueda plantarle cara a los gigantes que siempre han ostentado el poder de forma torpe y arrogante. Por mucho que pataleen todos esos gurús del kernel artesanal, esto va a ir hacia adelante, así que creo que nos harían un enorme favor a todos si hicieran el esfuerzo de aprender a convivir en un mundo con una inmensa posibilidad de elección como lo es la comunidad del software libre, o bien de buscarse su nuevo y desconocido director iraní para retirarse a un rincón en el que su gigantesco ego sobreviva a salvo sin que nadie tenga que sufrirlo.
Es popularmente conocido que por lo general, una vez alcanzado cierto nivel de conocimientos acerca de una materia concreta, la presunción de un individuo acerca de su dominio de dicha materia es inversamente proporcional a la sabiduría que realmente atesora. Esto no es más que una forma de decir enrevesadamente lo que popularmente se expresa como “la ignorancia es la madre del atrevimiento”. No cabe duda de que es así, todos tenemos un conocido que por seguir con asiduidad una serie de médicos y pasarse el día dando vueltas a los portales web para hipocodríacos se cree con capacidad para dar un diágnostico totalmente fiable y afirmar que los profesionales se equivocan. También hay quien tras unas cuantas horas de observación a pie de obra, se siente sobrado de conocimientos como para dar lecciones a un arquitecto veterano. Y por supuesto no falta quien tras haber hecho un par de instalaciones de Windows y haber crackeado unos cuantos juegos, se hace llamar infórmatico y se coloca en una tienda a reparar ordenadores (esto es, formatear y reinstalar).
Hasta aquí la cosa es bastante cotidiana, en ocasiones puede llegar a mosquear bastante (principalmente cuando se sufre en primera persona), pero sabemos que debemos asumirlo como algo propio de nuestra cultura, porque al fin y al cabo casi todos pecamos de ello en mayor o menor medida. Sin embargo hay otro grado más irritante, que normalmente suele afectar a un colectivo con un nivel de conocimientos ligeramente superior a la media, y que hace que no sea tan importante saber mucho sobre un determinado tema; en este caso lo fundamental es que los demás no sepan. Esto es frecuente cuando alguien sabe lo suficiente acerca de algo como para darse cuenta de que adolece de ciertas carencias, pero sin embargo no quiere renunciar a la idea de pertenecer a un grupo elitista que por supuesto se encuentra por encima del resto de los mortales. En este grupo se encuentran los miles de melómanos que creen conocer en exclusiva el santo grial de la música y desprecian sistemáticamente todo lo que ellos no aprecien, sintiéndo además una profunda amargura en el momento en el que su objeto de culto se populariza (si es que ocurre) y comienza a formar parte del patrimonio colectivo. Por supuesto este mismo caso también se da en el cine, siendo muy común que para ciertas personas el único material de calidad y realmente innovador sea la última película de un director iraní de cine experimental muy conocido en su casa. Y finalmente, obviando el resto de ejemplos en los que se puede detectar este comportamiento (los hay para todos los gustos), quiero centrarme en el que últimamente me irrita especialmente, el del mundo de la informática y mas concretamente del software.
Puede parecer mentira que en un contexto tan plural como internet, donde a cada paso podemos encontrar un espejo en el cual contemplar todas nuestras enormes carencias a la luz de la ingente cantidad de conocimientos acumulados por doquier, haya tanta gente que aún ceda a la estupidez, a la ignorancia y al fanatismo. Y sin embargo, contra toda lógica, cada día parece mas frecuente encontrar este tipo de actitudes. La lucha alrededor de sistemas operativos, entornos, aplicaciones o sitios web hace que la sensatez y el debate sano y enriquecedor se conviertan en una absurda guerra en la que todo se deja de lado con el único fin de reforzar nuestro ego demostrando de las formas más variopintas, no ya que tal o cual opción es la mejor, sino que las demás son completamente inútiles. Por supuesto que no hay ningún problema en que todos nos esforcemos en la medida de lo posible en mostrar los defectos de las herramientas que usamos a diario, porque de hecho es la única forma de mejorar y seguir progresando. Pero en muchas ocasiones resulta ofensivamente notorio que las críticas dejan totalmente de lado el aspecto constructivo para centrarse en el autobombo, lo que aparte de no servir absolutamente para nada positivo deja en evidencia las enormes carencias de quien utiliza ese discurso tan pobre y vergonzante. En esa línea se mueve tristemente gran parte de la comunidad del software libre, donde se puede ver como a medida que muchas personas invierten un enorme trabajo en poner al alcance de la mayoría lo que hasta hace no tanto estaba restringido a unos “pocos” entendidos en la materia, hay quienes centran sus esfuerzos en recluirse tras su pequeño feudo elitista despreciando todo lo que contribuya a popularizar lo que tradicionalmente había sido su señal distintiva para colocarse detrás de un pc y sentirse parte de un colectivo “superior”.
Toda esa gente ignora la gran evidencia: que toda la historia de la informática se basa precisamente en proporcionar un entorno cada vez más amigable y sencillo a las máquinas totalmente marginales e inútiles con las que empezó todo. Dejan de lado el hecho de que en el pasado ya hubo mucha gente que censuró las simplificaciones que popularizaron todo este asunto y trató de impedir que se realizaran las evoluciones que paradójicamente han permitido que todo llegue hasta los que hoy tratan de censurar la inevitable consecuencia que viene a continuación. El software libre, al contrario de lo que muchos quisieran, cobra sentido y vida a medida que más y más gente hace uso de él. Y por supuesto, para que llegue a esa gente, es necesario que existan personas que trabajen en proyectos como Firefox, Ubuntu, OpenOffice, y otros tantos que hacen posible que una filosofía igualitaria y altruista pueda plantarle cara a los gigantes que siempre han ostentado el poder de forma torpe y arrogante. Por mucho que pataleen todos esos gurús del kernel artesanal, esto va a ir hacia adelante, así que creo que nos harían un enorme favor a todos si hicieran el esfuerzo de aprender a convivir en un mundo con una inmensa posibilidad de elección como lo es la comunidad del software libre, o bien de buscarse su nuevo y desconocido director iraní para retirarse a un rincón en el que su gigantesco ego sobreviva a salvo sin que nadie tenga que sufrirlo.
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