Escrito por na el jueves, 5 de noviembre de 2009
Alguien lo dijo. Hace mucho, mucho tiempo. Pero sólo nos creemos las mentiras de los cuentos. Las verdades necesitan pruebas. Por eso les damos carácter de realidad. Sin percatarnos del engaño de la subjetividad.
Creía haberlo intentado con todas sus fuerzas. Pero no fueron suficientes. Había fracasado. No fue capaz de establecer vínculos. No pudo ayudar a nadie. Y nadie pudo ayudarle.
Había pasado todo este tiempo intentando convercerse de que el futuro de la humanidad no era su responsabilidad. Pero todas las escusas que inventó, no lograron que se sintiera mejor.
Expectante, encendió la radio. En un absurdo intento de volver atras. El sonsonete de San Ildefonso le recordó el mundo que había dejado. Era envidiable la inconsciencia de aquellos que se preparaban para la navidad. Un año más, las ilusiones de miles de personas giraban alrededor de una parte del dinero que ellas mismas colocaron en el bombo.
Pero no era un año más. Era el último del calendario.
Volvió a repasar mentalmente la lista de provisiones. Tenía equipamiento para sobrevivir en la antártida y en el desierto. Latas, semillas, agua, un poco de jabón, un par de pucheros, un botiquin completo, los bártulos de coser y las herramientas de su abuelo. Vitaminas en pastilla y proteínas en polvo. Un puñao de libros y algunos instrumentos para hacer mas llevadero el tedio.
Lo que no tenía era armas.
Prefería morir antes que matar a alguien para seguir viviendo.
Prefería morir a cambiar de opinión.
Quizá por eso lo llamaban obsesión.
A fin de cuentas, su vida siempre habia sido una puta mierda. Puede que eso le hiciera prepararse de esa forma. Para llenar su propio vacío. Para mantener su mente ocupada mientras esperaba a que todo se desmonoronara. La incertidumbre, la curiosidad, le mantuvieron con vida. Si no hubiera sabido que todo lo que le rodeaba tenía fecha de caducidad, hace tiempo que hubiera tirado la toalla.
Todo esto le sirvio para dar sentido a su vida. Todo un lujo en los tiempos que corrían.
El segundo premio le devolvió al bunquer. No pudo evitar una mueca de dolor al recordar los compañeros que habia dejado atras. Que no quisieron, que no pudieron, escuchar.
Es tan fácil ridiculizar a quien te abre sus entrañas. Pero no les guardaba rencor. Se sentía culpable por no haber sabido hacerlo mejor.
Pero no perdía la esperanza. Ellos sabían dónde encontrarle. Miles de veces se lo había repetido. Tuvo que soportar su desprecio y sus burlas, tantas veces como se atrevió a preguntar qué hacer en caso de colapso. Era tan recorfontante su certeza que siempre le hacían dudar.
¿Qué pasaría si se estaba equivocando?
Había reservado sus vacaciones para esa fecha. Escapado de la ciudad porque sabía que allí no podría defenderse de la histeria colectiva que esperaba. Se refugió en las montañas. Eran su Tara a lo Escarlata.
Si se equivocaba, no perdería tanto como ganaría si acertaba.
Noseque, nosecuantoos, no se maas....mil euros.
Bajó la guardia, era evidente que no estaba pasando nada. Suspiró con alivio. Deseaba equivocarse como nunca antes había admitido. A punto estaba de salir a la superficie cuando algo hizo click.
La radio quedó muda.
Pero el silencio sólo duro un eterno segundo.
Mecánicamente, como tantas veces antes había practicado, empezó a repetir el aum. Todo su ser vibró con el mantra universal. No sabía si el rayo sincronizador había llegado ya, o sólo eran los preliminares de algo más. Pero sabía que igual que estaba afectando a los circuitos electricos de su radio, en su cerebro, algo estaba fallando. Se concentró con más ímpetu. Por el bien de su salud mental, se esforzaba por crear alrededor ese campo vibratorio cuyo equilibrio se estaba alterando. De pronto los aviones empezaron a caer. hasta ahi abajo llegaban los gritos de los animales como si de repente fueran conscientes de lo que estaba pasando.
Toda la tecnología que se supone nos protegía estaba rota y la humanidad que no contaba con el escudo de la vibración, se había vuelto loca.
Era el amanecer de la galaxia.
El día del juicio.
Y en este macabro despertar no podemos dejar nuestra existencia en manos del azar.
Ya tenemos bastante con un sorteo por día.
Creía haberlo intentado con todas sus fuerzas. Pero no fueron suficientes. Había fracasado. No fue capaz de establecer vínculos. No pudo ayudar a nadie. Y nadie pudo ayudarle.
Había pasado todo este tiempo intentando convercerse de que el futuro de la humanidad no era su responsabilidad. Pero todas las escusas que inventó, no lograron que se sintiera mejor.
Expectante, encendió la radio. En un absurdo intento de volver atras. El sonsonete de San Ildefonso le recordó el mundo que había dejado. Era envidiable la inconsciencia de aquellos que se preparaban para la navidad. Un año más, las ilusiones de miles de personas giraban alrededor de una parte del dinero que ellas mismas colocaron en el bombo.
Pero no era un año más. Era el último del calendario.
Volvió a repasar mentalmente la lista de provisiones. Tenía equipamiento para sobrevivir en la antártida y en el desierto. Latas, semillas, agua, un poco de jabón, un par de pucheros, un botiquin completo, los bártulos de coser y las herramientas de su abuelo. Vitaminas en pastilla y proteínas en polvo. Un puñao de libros y algunos instrumentos para hacer mas llevadero el tedio.
Lo que no tenía era armas.
Prefería morir antes que matar a alguien para seguir viviendo.
Prefería morir a cambiar de opinión.
Quizá por eso lo llamaban obsesión.
A fin de cuentas, su vida siempre habia sido una puta mierda. Puede que eso le hiciera prepararse de esa forma. Para llenar su propio vacío. Para mantener su mente ocupada mientras esperaba a que todo se desmonoronara. La incertidumbre, la curiosidad, le mantuvieron con vida. Si no hubiera sabido que todo lo que le rodeaba tenía fecha de caducidad, hace tiempo que hubiera tirado la toalla.
Todo esto le sirvio para dar sentido a su vida. Todo un lujo en los tiempos que corrían.
El segundo premio le devolvió al bunquer. No pudo evitar una mueca de dolor al recordar los compañeros que habia dejado atras. Que no quisieron, que no pudieron, escuchar.
Es tan fácil ridiculizar a quien te abre sus entrañas. Pero no les guardaba rencor. Se sentía culpable por no haber sabido hacerlo mejor.
Pero no perdía la esperanza. Ellos sabían dónde encontrarle. Miles de veces se lo había repetido. Tuvo que soportar su desprecio y sus burlas, tantas veces como se atrevió a preguntar qué hacer en caso de colapso. Era tan recorfontante su certeza que siempre le hacían dudar.
¿Qué pasaría si se estaba equivocando?
Había reservado sus vacaciones para esa fecha. Escapado de la ciudad porque sabía que allí no podría defenderse de la histeria colectiva que esperaba. Se refugió en las montañas. Eran su Tara a lo Escarlata.
Si se equivocaba, no perdería tanto como ganaría si acertaba.
Noseque, nosecuantoos, no se maas....mil euros.
Bajó la guardia, era evidente que no estaba pasando nada. Suspiró con alivio. Deseaba equivocarse como nunca antes había admitido. A punto estaba de salir a la superficie cuando algo hizo click.
La radio quedó muda.
Pero el silencio sólo duro un eterno segundo.
Mecánicamente, como tantas veces antes había practicado, empezó a repetir el aum. Todo su ser vibró con el mantra universal. No sabía si el rayo sincronizador había llegado ya, o sólo eran los preliminares de algo más. Pero sabía que igual que estaba afectando a los circuitos electricos de su radio, en su cerebro, algo estaba fallando. Se concentró con más ímpetu. Por el bien de su salud mental, se esforzaba por crear alrededor ese campo vibratorio cuyo equilibrio se estaba alterando. De pronto los aviones empezaron a caer. hasta ahi abajo llegaban los gritos de los animales como si de repente fueran conscientes de lo que estaba pasando.
Toda la tecnología que se supone nos protegía estaba rota y la humanidad que no contaba con el escudo de la vibración, se había vuelto loca.
Era el amanecer de la galaxia.
El día del juicio.
Y en este macabro despertar no podemos dejar nuestra existencia en manos del azar.
Ya tenemos bastante con un sorteo por día.
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