Escrito por na el miércoles, 11 de febrero de 2015
Cambiar la concepción del ser que soy, implica cambiar mis manifestaciones.
Y eso implica al arte.
Por eso se llama arte.
De todas las artes, las que más me desafían y me fascinan, son las que funcionan en grupo.
Las que no sólo dependen del dominio de mi instrumento, sino que además, necesitan la relación, la interacción, la conexión...
Tanto como yo necesito esa vibracion compartida para la que no tengo palabras.
Todavía.
Es muy frustrante, para mi, no encajar con la versión estereotipada y esterotipante del ser y del arte.
Me duele no conseguir las condiciones que necesito para poder implicarme en los grupos de música de los que creía formar parte.
Y no quiero dejar de necesitarlas.
Me consta que, con dos grupos tan distintos, ya no es cosa de los grupos, es cosa mia.
De cómo concibo mi música.
De como la pienso, la percibo y la siento.
Y de mi incapacidad para funcionar en grupo desde mi concepción.
Mi música, para mi, no es una profesión, ni un negocio.
No es una magnífica composición magistralmente interpretada para sus palacios, sus desfiles, sus procesiones...
Ni un bello producto, ni un fruto perfecto.
Nada tiene eso que ver con la vibración que necesito compartir.
Y que no quiero castrar para encajar en la disciplina militar del esfuerzo por dinero, sin morder, sin autodescubrimiento.
Tampoco es vacío entretenimiento por el mero hecho de disfrutar.
Porque mi disfrutar incluye algo más que mi disfrute.
Y sí, apunto muy alto.
Mucho más alto de lo que yo sola puedo llegar.
Y cuanto más la escucho, mas claro tengo donde ni cabe, ni toca.
Y saber que distorsiona, no implica salir corriendo maldiciendo.
Ni implica ceder para intentar encajar en algo que no va conmigo.
Simplemente, me doy cuenta que tengo que seguir mi camino.
Hacia dentro.
Siento una enorme gratitud hacia todo lo que me han transmitido ambos grupos.
El vínculo perdura, o eso me creo, pero mi música se va.
Y voy a seguirla.
Aunque nadie más pueda escucharla.
No voy a renunciar a ella para materializarla.
Aunque suene mal, sé que mi música es mi arma, como cantó Ibañez y escribió Celaya.
Un arma que sabe donde apunta.
O no será.
Y eso implica al arte.
Por eso se llama arte.
De todas las artes, las que más me desafían y me fascinan, son las que funcionan en grupo.
Las que no sólo dependen del dominio de mi instrumento, sino que además, necesitan la relación, la interacción, la conexión...
Tanto como yo necesito esa vibracion compartida para la que no tengo palabras.
Todavía.
Es muy frustrante, para mi, no encajar con la versión estereotipada y esterotipante del ser y del arte.
Me duele no conseguir las condiciones que necesito para poder implicarme en los grupos de música de los que creía formar parte.
Y no quiero dejar de necesitarlas.
Me consta que, con dos grupos tan distintos, ya no es cosa de los grupos, es cosa mia.
De cómo concibo mi música.
De como la pienso, la percibo y la siento.
Y de mi incapacidad para funcionar en grupo desde mi concepción.
Mi música, para mi, no es una profesión, ni un negocio.
No es una magnífica composición magistralmente interpretada para sus palacios, sus desfiles, sus procesiones...
Ni un bello producto, ni un fruto perfecto.
Nada tiene eso que ver con la vibración que necesito compartir.
Y que no quiero castrar para encajar en la disciplina militar del esfuerzo por dinero, sin morder, sin autodescubrimiento.
Tampoco es vacío entretenimiento por el mero hecho de disfrutar.
Porque mi disfrutar incluye algo más que mi disfrute.
Y sí, apunto muy alto.
Mucho más alto de lo que yo sola puedo llegar.
Y cuanto más la escucho, mas claro tengo donde ni cabe, ni toca.
Y saber que distorsiona, no implica salir corriendo maldiciendo.
Ni implica ceder para intentar encajar en algo que no va conmigo.
Simplemente, me doy cuenta que tengo que seguir mi camino.
Hacia dentro.
Siento una enorme gratitud hacia todo lo que me han transmitido ambos grupos.
El vínculo perdura, o eso me creo, pero mi música se va.
Y voy a seguirla.
Aunque nadie más pueda escucharla.
No voy a renunciar a ella para materializarla.
Aunque suene mal, sé que mi música es mi arma, como cantó Ibañez y escribió Celaya.
Un arma que sabe donde apunta.
O no será.
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