Creative Commons 3.0 RSS CSS 2.1 XHTML 1.0
Login  
Registro
 
Escrito por Cronos el viernes, 6 de noviembre de 2009

Presentaciones.

Sintió el fresco olor del bosque al amanecer. A su alrededor podía oír el sonido de la brisa al atravesar las copas de los árboles. Una sensación de bienestar, todavía mezclada con el dolor, invadía su pecho. Abrió los ojos y la luz del sol que penetraba entre los árboles le cegó brevemente. Estaba tumbado en el suelo, y en esa postura sólo podía ver las copas de los árboles sobre él. Al levantar la cabeza vio a un hombre, arrodillado a su lado, de larga cabellera lacia y de color negro, con su boca enmarcada por una mandíbula ancha y un largo mostacho que le caía junto a las comisuras de los labios. Su mirada enseguida le tranquilizó, y su rostro le resultó conocido. Las manos de aquel hombre, apoyadas sobre su pecho, emitían una tenue luz azul. Poco a poco, el embotamiento de su mente se fue despejando y comenzó a recordar el combate en el claro. Aquél era el caballero al que había ayudado... y eso era prácticamente lo último que recordaba. Al menos el esfuerzo había servido para algo. Estaban en un pequeño claro rodeado de maleza y de fuertes robles. La montura del caballero estaba cerca del centro del claro. De sus compañeros, que habían partido a por ayuda, no había ni rastro.
-Parece que mi magia surte efecto.- La voz del caballero era profunda y serena.- Pronto estaréis mejor. Mi nombre es Saryon Maiher.
-Gracias por tu ayuda, Saryon.-Le costaba hablar a causa de la sequedad de su boca.- Yo soy Adrash. Adrash Ala de Fuego. Aquel bastardo murió, ¿no?
-Lo maté con mis propias manos. Pero tu magia ya le había vencido. - Saryon retiró sus manos del pecho de Adrash, terminado su conjuro.-Sois valiente hasta la temeridad. No deberíais haber intervenido.
-No soy de los que dejan morir a un hombre valeroso solo. -Adrash se incorporó hasta sentarse sobre sus piernas cruzadas. Aún sentía un leve dolor al moverse, pero sabía que con un día o dos de descanso se le pasaría.- Además, me han enseñado a luchar así. Si no luchase de ese modo jamás podría haber sido lo que soy, un caballero del Fénix.- La sonrisa de Adrash daba a sus palabras un cierto tinte irónico.
-¿Caballero del Fénix?
-Sí, soy caballero del Fénix, una de las cuatro órdenes. La del Fénix representa al fuego. Nos enseñan el arte de las armas y el de la magia, y como utilizar ambos en combate. Son las cuatro órdenes elementales del antiguo Imperio de Narmad, cada una dedicada al uso y comprensión de un elemento.
-Eso explica lo de vuestra arma.
-¿El fuego?- Adrash acentuó su sonrisa.- Además de representar nuestra esencia, nuestra labor en el combate, nos enseñan a utilizarlo. No somos grandes hechiceros, pero nuestra magia es tan temible en la batalla como el filo de nuestras armas. Nuestras espadas actúan como conductor para nuestra magia. Cada caballero se forja su propia arma y sólo él puede utilizarla. Vuestra espada sí parece un objeto poderoso. Incluso después de soltarla, siguió ardiendo. Eso significa, sin duda, que la magia pertenece a la espada, no al que la empuña.
-Estáis en lo cierto, las llamas de mi espada provienen de ella misma.- La mirada de Saryon se dirigía ahora hacia la profundidad del bosque, cargada de nostalgia.- La conseguí hace años, durante la guerra contra Oriente. Muchas veces echo de menos aquellos tiempos. Entonces sabíamos contra qué luchábamos. Hice grandes amigos durante aquellos años, compañeros por los que arriesgué mi vida en incontables ocasiones, siempre seguro de que merecía la pena hacerlo. Algunos de ellos cayeron, pero al final su sacrificio sirvió de algo. El Imperio de Oriente se tuvo que retirar de Isvar.
-Habláis de tiempos difíciles, y no parecéis un hombre amante de la guerra. ¿Qué es lo que añoráis de aquella época entonces?
-No amo la guerra, estáis en lo cierto. Al contrario, me hubiera gustado no tener que empuñar mi arma contra otro hombre nunca, pero los enemigos, sobre todo los poderosos, hacen que la gente se olvide de sus mezquindades, de sus deseos de poder. Ahora parece que no hemos aprendido nada, y algunos de los que deberían de regir el destino de Isvar se preocupan más del estado de sus bolsas que de los problemas de la gente. Eso es lo que me asquea. Muchos han olvidado las penurias de la guerra, los días en los que la vida de cada uno de nosotros no valía nada, los días en los que la única opción real era la de sacrificarse para que todos pudiéramos vivir como deseábamos, sin ningún yugo sobre nuestros hombros. Tanto sacrificio y no aprendimos nada.
-En mi patria llevamos tanto tiempo en guerra que ya ni siquiera el enemigo común hace que la gente se una. Muchas veces pienso que el que un día fue el mayor imperio que había conocido el hombre está herido de muerte. En unos años sólo habrá lezzars y andracs allí. Y ruinas.
-Narmad... Hace unos años nadie de Isvar había oído ni siquiera hablar del continente de Narmad. Hasta que el imperio de oriente atacó Isvar, estábamos casi aislados, y nadie se preocupó nunca de buscar una salida de la península. Poco o nada conozco de vuestra tierra, salvo su localización aproximada.
-Como decía, las cosas no son fáciles por allí, dicen que la tierra está cansada, y cada vez hay menos jóvenes. Supongo que por el hambre. O quizá sea por la guerra. Demasiado tiempo luchando con los sacos de escamas, y parece que nunca se terminan. A veces me gustaría estar con mis compañeros, luchando, pero parece que el maldito destino me tiene reservadas otras sorpresas.- La voz de Adrash estaba llena de amargura ahora.
- ¿Y qué es lo que hacéis en esta zona?
-Es una larga historia. Digamos que vengo como embajador de los elfos de Iniriel
-Extraña posición la vuestra con respecto a los elfos. La inscripción del cuello de vuestra armadura dice mucho. Nunca pensé que un rey élfico pudiese llegar a dar tal rango entre los suyos a un humano. El servicio que realizasteis para su pueblo debió ser realmente importante...
- Dos años en medio de esos orejas puntiagudas es bastante tiempo. Al menos para mí. Me resultó complicado soportar su estúpida parsimonia. Pero no estaba allí por mi propia voluntad. Era una especie de prisionero. En el fondo la experiencia fue tan provechosa para ellos como para mí. Se podría decir que aprendieron bastante sobre cómo y cuándo se ha de dejar de parlotear y desenvainar las armas. Si no llego a estar allí, probablemente ni hubiesen peleado. A los tres meses de estar con ellos me dijeron que me podía marchar cuando quisiera. Pero en ese tiempo ya me había dado cuenta de que ellos también tenían problemas, que no sólo los tenían los humanos de Narmad. Y al fin y al cabo yo lo que quería era matar lagartos, me daba igual para quien. Así que me quedé a luchar a su lado. Al año, quizá por un golpe de suerte, quizá porque aquellos andracs… hombres dragón…
-Conozco los andracs… los orientales tenían unos cuantos regimientos de ellos.
-Bastante más temibles que los lezzar, por otro lado.-Saryon asintió a las palabras de Adrash.- Bien, pues aquellos andracs no contaban con que un puñado de elfos se lanzase sobre ellos con tanta furia, logramos evitar que los sepulcros ancestrales de los padres del reino fuesen profanados. Ese día conseguí mi rango, y mi nombre élfico. Ahora, ellos me consideran un elfo a todos los efectos. Y un elfo noble. Son agradecidos con quien les ayuda de buena fe. El problema está en que muchos no creen en la buena fe de los que no son como ellos. Hay que demostrársela, no valen las palabras.
Vanya entró al claro desde unos matorrales cercanos, casi sin hacer ningún ruido. Saryon se puso en pie y giró la vista hacia ella.
-¿Todo va bien?
-Sí, mis compañeros vigilan los alrededores del campamento. He hablado con los vigilantes de Arbórea y me han informado de que la zona lleva días tranquila. -Además del habitual tono despectivo de Vanya, parecía que no le gustaba tener que dar explicaciones al caballero, lo cual se podía leer con claridad en su voz.- De todos modos, no conviene confiarse. Esos seres son traicioneros.
-Bien, ahora que has vuelto iré a dar de beber a mi yegua. Te dejo a cargo de nuestro compañero herido.
La habitual expresión sarcástica de Adrash se acentuó aún más.
-Creo que sé cuidarme solito. Se agradece la compañía, de todos modos.-Adrash miró de arriba a abajo el hermoso cuerpo de Vanya mientras Saryon se alejaba del claro hacia el río.
-Tu estado no fortalece tus bravatas- Vanya empleó el lenguaje de los elfos en su cortante respuesta.
-Y tú no eres la persona más indicada para decirlo.-Adrash continuó hablando en común.
-Extraña actitud para un hombre al que le he salvado la vida.
-¿Ah, sí? ¿Y debería estarte agradecido por ello? ¿Me habéis preguntado si deseaba seguir viviendo?- El tono de voz de Adrash se tornó más irónico mientras, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, recorría de nuevo el cuerpo de Vanya con la vista. La elfa respondió a la larga mirada con un gesto de desprecio.
-No sé como nadie puede creerse un elfo si no desea vivir.
-No he dicho que no desee vivir. Solamente que no me importa morir, y por lo tanto no creo que esté en deuda contigo.
-Resulta una excusa muy burda.-Ahora fue Vanya la que sonrió con cinismo.- ¿Acaso te molesta que te haya salvado una mujer?
Adrash frunció el ceño y miró a Vanya fijamente a los ojos.
-Cuestionas a los demás con demasiada facilidad. Quizá deberías mirar a lo que tú haces antes de poner en duda los motivos de otros. Un grupo de lagartijas nos atacó en tu bosque. - El tono de Adrash se tornaba más duro- Quién sabe cuántos más habrá por ahí. A mi me daría vergüenza, o al menos procuraría no mostrarme tan altivo.
-¡No tienes ni idea de lo que hablas!-La voz de Vanya, claramente enfurecida, se elevó hasta prácticamente convertirse en un grito- ¡El bosque es demasiado grande!, ¡es imposible cubrirlo entero!
-A ver si aprendes la lección, niñata. -Adrash se puso en pie a menos de un metro de Vanya. Ahora la dureza se había convertido en frialdad, y su voz era casi un susurro.- Si quieres respeto, otórgalo primero. No tienes ni idea de quien soy.
-¿Tú pretendes enseñarme algo? ¡Si podría ser tu abuela!
-Me da igual que tengas mil años, te comportas como una niñata humana. Atacas sólo porque temes ser atacada. Que lástima, es un desperdicio una cabeza hueca para ese precioso cuerpo.
Vanya lanzó una bofetada que impactó en la cara del caballero con fuerza, haciéndole volver la cara. Inmediatamente, como si fuese un acto reflejo, Adrash lanzó un puñetazo que impactó en la mandíbula de la elfa, derribándola al suelo y haciendo que una delgada línea de sangre cayese de la comisura de sus labios.
-…vas a pagar caro lo que acabas de hacer...- Ahora era la voz de Vanya la que se había convertido en un susurro. Mientras se levantaba, la elfa desenvainó su espada- Muy caro.
Adrash permanecía en pie, con el ceño fruncido y una sonrisa casi prepotente en su boca. Su único gesto ofensivo fue apoyar su mano derecha en el pomo de su espada. Nada más levantarse, Vanya se abalanzó hacia él, aún sangrando por el labio y con los ojos inyectados en sangre, dispuesta a utilizar su espada contra el caballero. Con un rápido gesto de su brazo derecho, Adrash golpeó con fuerza el arma de la enfurecida elfa, sin siquiera molestarse en desenvainar. La ligera hoja élfica salió despedida y cayó en el suelo a unos tres metros de ellos. Vanya comenzó a correr hacia ella al mismo tiempo que Adrash. Cuando la elfa rodó por el suelo para intentar cogerla, Adrash ya tenía su pie derecho sobre el filo. Con lentitud, Adrash sacó su arma de la funda y acercó la punta al cuello de Vanya, que estaba tirada en el suelo, con los ojos llorosos a causa de la rabia y la impotencia.
-Sabía que no eras lo que parecías. Mátame rápido si tienes el valor para hacerlo.- La desgarrada voz de Vanya y su rostro desencajado dejaban ver la rabia que sentía.
-Esta vez no voy a matarte, pero recuerda esto: Si desenvainas tu arma contra mí de nuevo, hazlo segura de lo que haces, porque te mataré.- La voz fría y la expresión furiosa de Adrash reforzaban la amenaza.- ¿Lo has entendido? Si se repite, te mataré. No soy el profesor de esgrima de nadie, y tampoco tengo ganas de juegos. Cuando desenvaino mi arma es para matar con ella.- El caballero apartó lentamente su filo del cuello de Vanya y dio media vuelta.- Maldita niñata...
Vanya continuó con la vista clavada en el caballero mientras se limpiaba el reguero de sangre que caía de su labio. Su voz sonó como un susurro, aunque Adrash pudo oirla perfectamente.
-Algún día sabrás quién es Vanya Meldarin.
El caballero se alejó del claro con paso cansino, respirando profundamente.

Escrito por Cronos el lunes, 2 de noviembre de 2009

Parto.

Y por fin, la luz llega.

Cada vez que aceptaba su nombre, la luz se hacía mayor. Y ellos estaban allí. Los dos. Cada vez más incrustados en su ser, en su mente, en su cuerpo. Cuanto más cerca estaba la luz, más se afianzaban en su ser. Por cada paso que daba hacia el final, cedía un paso más en su interior. Cada segundo se alejaba más de sí mismo. Y ellos penetraban más y más en su mente, en su alma. Los dos.
Su nuevo yo, su nueva mitad, crecía dentro de su cuerpo, sufriendo como él sufría, cediendo lo mismo que él cedía, adorando a la tercera como él lo hacía. Se retorcía en su interior buscando alivio, buscando consuelo, buscando el final como el que busca la muerte. Le odiaba por estarle robando parte de su propio ser, y a la vez le comprendía, pues padecían el mismo calvario.
La lucha dejó de existir y se convirtió en simbiosis. Y ella observaba, segura de su victoria, repitiendo su salmodia. El dolor permanecía, se atenuaba y volvía con cada latido. La luz crecía con cada latido. En cada latido estaba su nombre. El nombre de la tercera, el nombre del ser que daba sentido a su existencia compartida, el nombre de la dueña de sus mentes. Ovatha. Nombre de alivio y dolor. De castigo y de premio. Ovatha. La que los amaba por el dolor que habían soportado, la que los torturaba con su amor, la que gobernaba en el triunvirato. Ovatha. Siempre ella. Todo era ella. Hasta que la luz se convirtió en todo y lo fue todo, y el abismo se rompió en mil pedazos, y la pesadilla de una eternidad acabó.

Mirko abrió los ojos.

Sus ojos. Ya no eran sus ojos. Vio su alrededor extraño. Sintió la mente de sus siervos a través de nuevos sentidos. Unos sentidos que no le pertenecían, que nunca le habían pertenecido. Notó su sumisión, su necesidad de cumplir cualquier orden por absurda que fuese.
Había cambiado. Su piel ahora era fría, dura. Todo era borroso. La realidad parecía difuminada a su alrededor, como si una neblina permanente rodease lo que habían sido sus ojos. Podía sentirlo todo, como si sus nuevos sentidos pudieran observar una nueva dimensión que incluía los pensamientos de sus súbditos, sus deseos, sus ansias de obedecer.
Ella habló en su mente, con su voz dulce, tranquilizadora, curativa.
-Hijo. Has nacido. Tu metamorfosis ha terminado. Ahora eres uno de nosotros. Te amaré hasta el fin de tus días, y a cambio sólo te pediré tu amor.
-Madre… Nada tiene sentido sin tu amor. Mi ser es tuyo. Mi pensamiento es tuyo. Soy el fruto de tu dolor porque tú me has dado esta vida. Soy tú, somos uno. Que así sea por siempre.
Un pensamiento fugaz cruzó por su mente. Mirko sabía que la semilla estaba allí, que estaba en su interior.
-Hijo, temo por mí. Alguien quiere destruirme. Tú debes impedirlo.
-Dime quién y cómo encontrarle y te honraré con su muerte. Así ha de ser.
Mirko sentía su presencia. Su presencia física. Ella estaba lejos, fuera de él, pero a la vez habitaba en su interior. Ella era parte de él y era otra. Y en él estaba el durmiente. El otro. El compañero de su dolor. Su otra mitad, encerrado como él en un cuerpo que ya no era el suyo.
Sintió su nueva piel, su peso, su profunda malignidad arraigada en su propia carne, cargada sobre sus hombros. Era fría, dura, más que el acero, y aun así, parte de él. Sentía a través de ella. No podía recordar cómo era antes, pero sabía que era distinto, que había cambiado.
Sus siervos esperaban sus órdenes de la misma manera que él mismo esperaba las de Ovatha.
-Ellos están a un día de camino al sudoeste. Cuando los encuentres lo sabrás. Espero que acabes con ellos, tal y como te he ordenado.
-Mi señora, mi dueña, el dolor que me hace sentir vuestra duda honra mi amor por vos. Sus vidas han terminado ya, aun sin saberlo ellos.
-Ve, y haz lo que te he ordenado.
Sin que una sola palabra saliera de su boca sus súbditos comenzaron a caminar, mostrándole el camino que había de tomar, deseosos por servirle a él y a Ovatha. Mirko aferró el puño de su arma, unida a él como su nueva piel. Sintió al durmiente en él, buscando el lugar que le correspondía en la consciencia, pero aún sin despertar. Aplacó con su voluntad el deseo de su compañero y aceleró el paso hasta que se situó junto a los hombres lagarto que avanzaban en formación, disciplinados, sin pensar absolutamente nada. La hora de la muerte iba a llegar pronto. Ellos serían sus portadores, en el nombre de Ovatha...
Por un momento la semilla se revolvió en su interior, pero al poco volvió a detenerse.

Escrito por Cronos el lunes, 2 de noviembre de 2009

Vuelta atrás.

-Ragnar- La voz sonaba en su mente, como si estuviese llamándose a sí mismo.- Ragnar, soy yo, no tenemos demasiado tiempo.
Estaba cayendo, seguía cayendo, en ese instante eterno. Le poseía una sensación de intemporalidad, de eternidad, como si cada segundo de caída fuese toda una vida. Una vida pasada. Abrió los ojos, pero la negrura continuó siendo absoluta. No sabía dónde estaba, pero no se sentía en peligro. Continuaba con la sensación de caer, de caer eternamente. La voz interior sonó de nuevo.
-Ragnar, contéstame.- La voz era serena y medida, aunque denotaba cierta urgencia. Parecía la voz de un hombre mayor, aunque conservaba una gran fuerza. Además, le resultaba extrañamente familiar, como si la conociera desde siempre, o más bien como si debiera haberla conocido.- Ragnar, di algo, hijo.
-¿Padre?- Ragnar estaba anonadado.- ¿Eres tú?
-Vaya, creí que nunca me contestarías.- Ahora Ragnar estaba seguro. Esa voz era su voz. Y la voz de su padre, también. - Tengo que explicarte demasiadas cosas y no tenemos toda la eternidad. Más bien, tú no la tienes, yo sí.
-¿Dónde estoy?, ¿qué ha ocurrido?- En el corazón de Ragnar se mezclaban la alegría de poder hablar al fin con su padre y la tristeza por lo poco que duraría esa charla.- ¿Qué es todo eso que me tienes que contar?
-Empezaré por el principio, pues el tiempo del que disponemos es breve para todo lo que te debo contar, aunque largo de todos modos.- Ademar carraspeó.- Bien, lo que creo que ya sabes es el porqué de mi exilio. Cometí un error, un gravísimo error. Mi error eres tú. Los que vivimos en un plano que no nos corresponde, los que habitamos el Sueño de Isvar teniendo una esencia de un plano exterior somos demasiado poderosos en la realidad que conoces, o al menos demasiado poderosos para el gusto de los dioses y de otros poderes incluso mayores que los dioses. La cuestión está en que hay... una especie de tratado que limita la cantidad de seres extraplanares que habitan el Sueño, un pacto entre poderes. Y yo me salté ese pacto al crearte a ti. El resultado es éste. Como castigo, he sido desterrado del Sueño, y tú ocuparás mi lugar. Para mantener el Equilibrio.
-¿Yo?- Ragnar parecía asombrado- Pero yo no...
-Tú tienes la posibilidad de ser tan poderoso como yo lo era antes de mi destierro, e incluso más. Además, mi poder será tuyo a partir de ahora.
-Pero si ni siquiera puedo controlar mi poder...- Ragnar se sintió atemorizado ante la responsabilidad que tenía que afrontar- ¿Cómo voy a controlar el tuyo también?
-Nuestro poder no está solamente en la magia, hijo. La magia, además de ser nuestra arma es también un problema. Simplemente, llega un momento en el que es casi imposible utilizarla sin provocar una catástrofe. Tú ya sabes controlar la magia. Tu poder, que es también el mío, no reside en ella. Nuestro poder está en el corazón de los hombres, de todas las criaturas con alma que habitan el Sueño. Nos creen. Nos siguen. Nos respetan. Nos temen. Ése es nuestro verdadero poder. La palabra, el corazón de los hombres. Y tu magia. La magia es sólo una herramienta, una vía, como la espada de un guerrero o la corona de un rey, pero no... El poder está en lo que emanamos, en lo que representamos, en lo que sienten los habitantes del Sueño cuando nos miran a los ojos. Ése, y no otro, es nuestro poder.
-Comprendo... - Ragnar estaba bastante confundido.- Quieres decir que debo ser algo como... ¿Un líder?
-Sí y no. Debes ser el líder que guía, pero no el que ordena. Debes ser explorador y no general. Debes ser consejero y no rey. Ésa es la clase de líder que has de ser, porque tus actos tendrán demasiadas repercusiones, y hay graves problemas que resolver. Problemas más allá de la lucha del bien y del mal, problemas que preocupan a dioses y acaban con la vida de hombres, problemas que pueden tener una enorme influencia en el devenir de los tiempos. Y tú has de luchar contra el problema, has de luchar contra todos los problemas, porque ése es el papel que te ha sido encomendado. Buscar el bien de los hombres allá donde sea necesario. En todo Isvar. No puedes ser un rey porque siendo rey atenderías a los problemas de sólo unos pocos, y tu papel es otro mucho más grande. Has de ser la palabra de sabiduría en el momento oportuno, has de ser el que equilibre la balanza cuando se incline hacia donde no corresponda, has de ser el consejero misterioso que desaparece tras decir lo que ha de decir. Porque tus problemas, nuestros problemas, son tan grandes que ni un solo hombre se imagina su dimensión.
-Hay algo que aún no comprendo. El ojo. El deseo.- ¿Qué es eso de volver a mi propio tiempo?
-El Libro. El Libro del Destino, y los que le sirven. Conoces el mito, ¿verdad?
-Por supuesto, la leyenda del Libro... Ata el destino de los hombres, que en la creación, habían nacido libres de elegir, y los condena a un final sumido en el caos. Y con ellos, a todas las demás razas. Es una vieja leyenda, supongo que con su grado de verdad.
-Exactamente. Con tanto grado de verdad que es absolutamente cierta. Pero lo que no cuenta la leyenda, al menos en el futuro que tú has vivido es que hay un punto de escape. Haldar Aran-Tai, El Bardo Errante, hace ya mucho tiempo, y juntando un gran poder, destruyó una página, una porción del Libro, y las consecuencias de aquel suceso aún siguen vigentes. Durante los años correspondientes a esa página nacieron muchos hombres que no debían haber nacido, ocurrieron muchas cosas que no debían haber ocurrido, y la fuerza del Libro ahora lucha para recuperar el estado original, cambiándose a sí mismo y cambiando a los hombres, usando a algunos hombres libres para atar al resto al destino oscuro que el libro augura. Y tú eres un problema para ellos.
-¿Yo?- Ragnar continuaba confundido- ¡Pero si yo no soy humano!
-¿Que no eres humano?- Ademar rió- Entonces, ¿qué eres? El hecho de que parte de ti pertenezca a otro plano no implica que no seas humano. La parte de ti que pertenece al Sueño es humana. Eso es inevitable. Y tú nunca has estado atado al destino. Porque no debiste haber existido. Pero tu poder era demasiado grande para ellos en el tiempo en el que te correspondería nacer así que, de alguna manera, te trasladaron al futuro. O más bien a un futuro. Allí, con la realidad más próxima a lo que está escrito en el Libro, éste podría dedicar más poder a ti, a hacerte desaparecer.
-¿Y Benybeck?, Benybeck fue quien pidió el deseo... ¿también ha sido trasladado?
    -Se podría decir que Benybeck fue... un efecto no esperado. No sé exactamente por qué, pero creo que no pudieron enviarte a ti solo. No lo sé con seguridad, pero parece claro que vuestras vidas están ligadas de alguna manera. Hay quien dice que los dioses del Bien escribieron una segunda historia entre las líneas del Libro original cuando la página fue rota, para dar una posibilidad a los hombres. Quizá tenga algo que ver. O quizá sea que los miuven son criaturas muy especiales. Nadie sabe de dónde han salido realmente. En mis largos años de vida nunca conocí un poblado miuven, y sin embargo ellos hablan de su pueblo y su familia con toda naturalidad. Son seres extraños, y muy vinculados al azar. Es como si… a su alrededor la aleatoriedad se deformara.
    -¿Y no se podría dar una paradoja temporal? En muchos tratados está escrito que los peligros del viaje en el tiempo son las paradojas... podría llegar a conocerme a mí mismo en el futuro...
    -El tiempo es un río demasiado caudaloso como para que una simple piedra como tú pueda desbordarlo. No te preocupes, el tiempo, la historia y tus recuerdos se adecuarán a las paradojas que se puedan plantear. Eso lo sé muy bien, ahora que lo veo desde aquí. El tiempo se acaba y aún no hemos hablado de tus problemas, de nuestros problemas.
-Hablas de problemas, padre...- Ragnar seguía anonadado ante la situación que se le planteaba- Pero... ¿Tienen esos problemas un nombre? ¿Hay algo que deba saber?
-Sí. Por supuesto. Podrás saber mucho más si investigas cuando llegues. Sólo recuerda dos cosas. La primera, es que tu enemigo es tan poderoso que será casi imposible vencerle realmente. Su poder y su terror son tan absolutos que ha dejado de haber bandos. Su capacidad de destrucción y sus ambiciones son tan enormes que hasta tu opuesto lucha contra él, porque, ¿de qué sirve luchar por el mal y los malvados cuando el peligro es tan absoluto que amenaza la esencia del bien y del mal en sí? Alatgorn, la hoja negra del trébol, y Lainarok, la hoja gris, serán fuentes de ayuda e información. Pero recuerda que Alatgorn nunca te ayudará a cambio de nada. Está en su esencia, igual que está en la tuya el ayudar sin pedir nada a cambio. Y recuerda que cada vez que Lainarok te ayude, ayudará a Alatgorn en la misma medida también, quizá no inmediatamente, pero sí en el futuro. O quizá es que ya le había ayudado antes.
-¿Alatgorn?, ¿Lainarok?- Ragnar seguía totalmente confundido- ¿Quiénes son esos dos?
-Son como tú y como yo, en cuanto a su origen. En cuanto a su papel, a su esencia, Alatgorn es tu opuesto. El mal. La oscuridad. El caos. Es el peso que equilibra al tuyo en la balanza. Lainarok es el que sostiene la balanza, y el que hace de contrapeso cuando el mundo se inclina demasiado hacia un lado. Tú eres la hoja blanca. Alatgorn, la negra, y Lainarok la gris. Nunca luches directamente contra uno de ellos, o pondríais en peligro la existencia del Sueño.
-De acuerdo, lo recordaré... Pero... ¿tan grande es ese poder que nos amenaza? ¿Tan destructivo es?
-Más incluso de lo que estás pensando. Mil veces más de lo que yo pensaba cuando llegó. Es un poder tan terrible que ya ni los dioses saben si es posible vencerle. Hasta ellos le temen.- Poco a poco la negrura se volvía menos absoluta a los ojos de Ragnar, mientras que la voz de su padre se alejaba paulatinamente- Es un poder que amenaza acabar con demasiadas cosas, un poder que, si no es controlado, lo destruirá todo. Absolutamente todo. Hombres, dioses, realidad. Todo. Mas no has de temerla, pues contra ti nada puede, contra tu esencia extraplanar poco o nada puede en El Sueño, y ella lo sabe. Es inteligente, cauta, astuta, desalmada, fría. Ella es el ser más abominable que puede existir, porque ha traicionado a su propia esencia, al motivo de su propia existencia, porque ha corrompido su alma para servir a sus oscuros propósitos. Ella amenaza con borrar toda libertad de la faz de Isvar. Y cada segundo que pasa es más poderosa. Si no se le detiene, será tarde para todos.
-¿Ella? ¿Quién es ella?
-Ella... -La voz de su padre sonaba más y más lejana. Mientras, Ragnar notaba como la negrura que le rodeaba se iba aclarando, tornándose gris, incuso blanca- Su nombre es...
-¿Cuál, padre?- Ragnar gritaba con todas sus fuerzas- ¿Cuál es su nombre?
-Su nombre es...- La voz de Ademar sonaba cada vez más lejos-.
-¿Cuál?
-...Ovatha...- El nombre resonó en la cabeza de Ragnar mientras la extraña luz blanca le envolvía- Ovatha... Ovatha... Ovatha...

Ir a página 1 2